Tomado de Freno de Emergencia y de Barbaria
N+1, tele-reunión del 2 de noviembre de 2021
La tele-reunión del martes por la noche, a la que asistieron 18
compañeros, comenzó con un comentario sobre un artículo de Avvenire
titulado Propuesta al G-20. Una Constitución de la Tierra para difundir la paz y la justicia.
El camarada que nos hizo llegar el artículo lo señaló, con razón,
como un ejemplo de reformismo planetario. El llamamiento a un nuevo
constitucionalismo global cuenta, entre sus primeros firmantes, con un
obispo, además de filósofos, juristas y periodistas; y el hecho de que
la propuesta haya sido relanzada por Avvenire demuestra que detrás de la
iniciativa está también el Vaticano (no es casualidad que el texto
contenga una referencia a la ecología integral del Papa Francisco). La
Iglesia quiere salir del ámbito estrictamente religioso para dar vida a
procesos hegemónicos en la sociedad, y lo hace con una propuesta
reformista basada en derechos para todos, justicia global,
redistribución de la riqueza, etc. Un intento global que conducirá, como
siempre, a un callejón sin salida, porque al capital autónomo le
importa un bledo que haya quienes quieran transformarlo en un sistema
más ético y moral.
Aparte de estos intentos de la Iglesia, que hemos mencionado
brevemente, el problema ecológico existe y las discusiones en torno a él
dan lugar a interesantes capitulaciones ideológicas frente al marxismo.
En vísperas de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima
(COP26), el premio Nobel de Física Giorgio Parisi, científico que
investiga el caos y los sistemas complejos, declaró:
«El PIB de cada país es la base de las decisiones políticas y la misión
de los gobiernos parece ser aumentarlo al máximo. Pero esto choca con
la intención de ponerle freno al calentamiento global». El físico dijo
que «si la temperatura sube más de 2 grados, entramos en un terreno
desconocido».
En China, el consumo de carbón
ha alcanzado niveles récord, quedando por debajo de los objetivos del
gobierno central (provocando incluso apagones en algunas regiones del
país). La construcción de altos hornos y centrales eléctricas de carbón
provocará un nuevo aumento de las cuotas de China, que ya representa el
30% de las emisiones mundiales de CO2. Cuando los precios del gas suben,
se utilizan fuentes más baratas como el petróleo y el carbón. Hasta
dentro de un año no dispondremos de las cifras de emisiones del periodo
actual, pero es muy probable que se alcance un nuevo récord en 2021.
China, Rusia, Turquía y Brasil no estuvieron presentes en la COP26, e
India y China, dos pesos pesados en términos de población y tamaño, objetaron las medidas que deben adoptarse para hacer frente a la emergencia climática.
En cualquier caso, los objetivos de este tipo de cumbres presuponen
la existencia de una coordinación global para gestionar cualquier
acuerdo internacional. Pero el capitalismo no puede hacerlo porque las
burguesías nacionales están siempre en competencia entre sí. China e
India tienen tasas de crecimiento sostenidas y aceptar restricciones
severas supondría poner obstáculos a sus economías, mientras que otros
países, que entretanto han trasladado al extranjero su producción más
intensiva en energía, pueden permitirse un margen más amplio de
experimentación.
Los que piensan que la tecnología puede aliviar o resolver el
problema ecológico están tristemente equivocados. Incluso si se
introdujeran tecnologías limpias, la necesidad de materias primas y
energía seguiría creciendo, y el esfuerzo por reciclar materiales se
desperdiciaría. El mundo está siendo consumido a un ritmo demencial, y
la biosfera tendrá que restablecer el equilibrio tarde o temprano.
En un artículo publicado en Il Fatto Quotidiano, Luca
Mercalli explica que los países ricos producen más emisiones de CO2 per
cápita, y que Estados Unidos y la UE han contaminado más y durante más
tiempo. Entre estadísticas y clasificaciones, todo el mundo trata de
echar la culpa de la contaminación al otro, pero nadie mira en su propia
casa. Hay una gran hipocresía detrás de todo esto. China es responsable
del 30% de las emisiones de dióxido de carbono, pero produce el 60% del
acero mundial, que alguien compra y utiliza en el extranjero. En
resumen, es como una pandemia: si el número de infecciones aumenta en
Alemania o Inglaterra, la gente sigue pensando que el virus respeta las
fronteras nacionales. Lo mismo ocurre con la contaminación: el problema
no puede abordarse a nivel local. La misma burguesía entiende que debe
haber una gobernanza global, pero en la práctica no puede conseguirla
debido a la anarquía mercantil.
Hay una sobreexplotación de la Tierra y los centros de investigación
de la burguesía lo vienen señalando desde hace tiempo. Pensemos en el
informe del Club de Roma sobre los límites del desarrollo, que demostró
que, una vez superados ciertos umbrales, el sistema se derrumba. Interesante en este sentido es el documental Last Call
(2013), que recorre la historia del grupo de científicos que trabajó en
el proyecto. En las entrevistas presentadas en la película, reconfirman
todos sus análisis. Por lo tanto, no hacen falta nuevas pruebas para
entender que de continuar así tendrá lugar un desastre: los gráficos que
acompañan a Los límites del crecimiento hablan por sí solos.
El capitalismo es un sistema que procede por leyes internas, intenta
reformarse pero al final siempre responde a la ley de acumulación, D-M-D’.
La cuestión de la contaminación ha existido siempre, pero en los
albores del modo de producción capitalista estaba ligada a entornos muy
concretos, la fábrica, la mina, los barrios obreros, afectando sobre
todo a estos últimos, como describe Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra
(1845). Hoy en día estos problemas también afectan a la clase
dominante, y los capitalistas ya no pueden ignorar el problema, sino que
al menos deben mostrar alguna iniciativa. Así que organizan costosas
cumbres mundiales, mientras siguen utilizando enormes cantidades de
energía para producir. Basta pensar en las monedas virtuales, que se están imponiendo en todos los ámbitos de la vida cotidiana.
A diferencia de eventos anteriores, la COP26 no fue escenario de
refriegas entre activistas antiglobalización y la policía. Este aspecto
podría ir unido al crecimiento, en casi todas partes, del
abstencionismo. El desinterés de grandes capas de la población respecto
de la política y sus representantes adopta formas singulares. Por
ejemplo, la «gran renuncia»,
de la que empiezan a hablar muchos periódicos: la dimisión de millones
de asalariados que han decidido voluntariamente dejar sus puestos de
trabajo porque están hartos de los ritmos agotadores y de los salarios
de hambre. El fenómeno afloró con las reaperturas posteriores al cierre y
surgió primero en Estados Unidos y luego en Europa. El Departamento de
Trabajo de EEUU declaró que alrededor de 4,3 millones de personas dejaron su trabajo
en agosto. Esto supone alrededor del 2,9% de la población activa de
EEUU, y la cifra es superior al anterior récord establecido en abril,
con unos 4 millones de desertores. Hay políticos que se quejan de la
generosidad del gobierno estadounidense en materia de subvenciones, pero
también los que dicen que es porque con el trabajo inteligente la gente
ha experimentado una mejoría en su calidad de vida, y volver a la
normalidad, quizás haciendo tres horas de tráfico al día, ahora les
parece insostenible.
Así que el nivel de tolerancia a la explotación ha disminuido considerablemente. Desde que escribimos el folleto ¿Derecho al trabajo o libertad del trabajo asalariado? (1997) las cosas han madurado mucho y ahora, al parecer, el «rechazo del trabajo» está adquiriendo dimensiones masivas.
El comunismo se configura cada vez más como un programa de la especie
y el partido revolucionario como un organismo que toma a su cargo la
defensa de la especie humana (Tesis de Nápoles, 1965). Bordiga escribió que el capitalismo, en última instancia, quiere la cabellera de su gran enemigo: el hombre (Imprese economiche di Pantalone, 1950).
Ahora, después de las materias primas, incluso los productos de primera necesidad
empiezan a subir de precio. Las subidas tendrán un gran impacto en los
próximos meses. En este contexto, cada vez más proletarios se
encontrarán con el agua hasta al cuello, y los reformistas más lúcidos
lanzan gritos de alarma: desde el Papa, que indica la necesidad de un
salario universal y una reducción de la jornada laboral, hasta Beppe
Grillo, que escribe en su blog ¿Renta universal o juego de calamares?.
En definitiva, no faltan declaraciones contundentes, pero sin superar
las categorías capitalistas no hay salida, y la sensación de que el
tiempo se agota se cuela en las pesadillas de la burguesía. «El Reloj
del Apocalipsis está sonando cada vez más fuerte, falta un minuto para
la medianoche», momento en que sonará «el fin de la vida humana en este
planeta tal y como la conocemos». Estas fueron las palabras del Primer
Ministro británico, Boris Johnson, al inaugurar la COP26.
Tampoco faltan los saltos de algunos eminentes burgueses para
solucionar los problemas del planeta, como Elon Musk, que quiere
colonizar Marte, o Mark Zuckerberg, que quiere llevarnos al Metaverso
(para cuyo desarrollo empleará a 10.000 personas). Musk y Zuckerberg
son los sacerdotes de una nueva religión: el transhumanismo. La realidad
está superando a la ciencia ficción, y en relación con esto, recordamos
dos relatos apocalípticos: La última pregunta de Isaac Asimov y El año del diagrama de Robert A. Heinlein.
Cuellos de botella en las cadenas de suministro y caos social
N+1, Informe de la tele-reunión del 19 de octubre de 2021 Durante la tele-reunión del martes por la noche, a la que asistieron
22 compañeros, discutimos sobre el aumento del precio de las materias
primas y, en particular, de la energía.
En un artículo publicado en el último número de The Economist (curiosamente titulado The energy shock,
el mismo título que uno de nuestros reportajes de hace unas semanas y
que supimos que había sido traducido primero al español y luego al
alemán), se nos recuerda que la Conferencia de las Naciones Unidas sobre
el Cambio Climático de 2021 (COP26) tendrá lugar del 31 de octubre al
12 de noviembre. La cumbre contará con la presencia de líderes
mundiales, reunidos en la intención de fijar el rumbo para que las
emisiones mundiales de carbono lleguen a cero en 2050.
Pero mientras la clase dirigente anuncia que se compromete a un
esfuerzo de 30 años, en la práctica hace lo contrario. Desde mayo, el
precio del petróleo, el carbón y el gas ha subido un 95%, y en
septiembre Gran Bretaña, que será sede de la cumbre, volvió a encender
sus centrales eléctricas de carbón. Sin embargo, Londres ha dejado claro
que apostará por la energía nuclear para reducir las emisiones de CO2.
Los precios de la gasolina en Estados Unidos han alcanzado los 3
dólares por galón, los apagones han abrumado a China e India y Europa se
ha convertido en rehén de Vladimir Putin para el suministro de
combustible.
Así, todas las buenas intenciones ecológicas del tipo Green New Deal
se han ido por la ventana, y han terminado imponiéndose, como siempre,
las crudas necesidades sin edulcorar del modo de producción capitalista.
The Economist
también advierte sobre la espiral salarios-precios: tanto el
crecimiento de los salarios como la inflación son inusualmente altos.
Los salarios por hora están aumentando en Estados Unidos y Alemania, en
parte debido a la escasez de mano de obra tras la recuperación del
consumo luego de las cuarentenas.
Siendo el salario la única variable independiente, la exigencia de
grandes aumentos salariales asusta a los capitalistas y gobernantes
porque su sistema se basa en la producción de plusvalía. Mencionamos, a
este respecto, la reciente oleada de huelgas en Estados Unidos (Striketober: American workers take to the picket lines).
El mundo se dirige hacia la catástrofe desde todos los puntos de
vista: económico, ecológico y social, pero esto no se traduce
automáticamente en una polarización de clase. La dualidad de poder aún
está muy lejos, actualmente los movimientos en las calles en su mayoría
se pueden etiquetar como inter-clasistas.
La sociedad está en ebullición, pero de momento nada nuevo está
surgiendo del caos. En cambio, se está incubando un gran desorden.
En España, el 26,4% de los ciudadanos se encuentran «en riesgo» de
pobreza y el 9,6% en situación de pobreza extrema, 4,5 millones viven en
familias con ingresos extraordinariamente bajos. La mayoría de las
personas en situación de pobreza extrema (72%) tienen la nacionalidad
española, cuentan con un nivel de estudios medio (53%) o bien alto
(17,9%), tienen un trabajo (27,5%) y una vivienda (95,2%).
El Papa, gran observador de las dinámicas sociales, en un reciente
videomensaje se dirigió al encuentro de los Movimientos Populares
afirmando que había que introducir «el salario universal y la reducción
de la jornada laboral». Bergoglio dice que estas son «medidas
necesarias» pero «insuficientes».
Incluso en Italia, donde según el ISTAT casi seis millones de
personas viven en estado de pobreza absoluta, ha empezado a manifestarse
un cierto «caos social», con las plazas de Roma, Milán y el puerto de
Trieste siendo escenarios de enfrentamientos. Y en cuanto a los puertos,
hay numerosos puertos en todo el mundo, desde Los Ángeles hasta el
Reino Unido, que se encuentran al borde del colapso; los analistas
observan un estrechamiento en los mecanismos que aseguran las cadenas de
suministro, lo que provoca un gran cuello de botella en el flujo de
mercancías.
Con respecto al problema de la inflación, recordamos lo que se escribió en el Libro III, Sección VII, de El Capital, «La
renta y sus fuentes»: la ganancia (beneficio del empresario más los
intereses) y la renta no son más que formas particulares que adoptan
partes particulares de la plusvalía de las mercancías.
El aumento de los precios hace que una parte creciente de la
plusvalía se transforme en rentas. El rentista gana y el industrial
pierde. La especulación está provocada por la escasez real de materias
primas, por lo que el precio de éstas tiende a subir y bajar en los
mercados bursátiles.
Primero tenemos la variación del precio de la producción, luego la
especulación (la escasez de contenedores hace que el costo de los fletes
marítimos se dispare, triplicándose en un año). Otros ejemplos de las
locuras del capitalismo moderno son la especulación con el Bitcoin (que
se disparó por encima de los 60.000 dólares) o el año pasado la
especulación con el petróleo, cuyo precio alcanzó un pico negativo.
También reiteramos la necesidad de rechazar toda forma de partidismo,
especialmente el «a favor del green-pass/contra el green-pass» ya que
ambas opciones, aunque enfrentadas, tienen en común la necesidad de
reanudar la producción lo antes posible, de enviar a los trabajadores a
trabajar y de mantener abiertos los comercios y las empresas.
También hay que decir que el concepto de libre elección o libre
albedrío (¡tan reivindicado como inexistente!) no pertenece al léxico
comunista.
La humanidad sigue en su fase prehistórica: las agrupaciones sociales
necesitan símbolos y eslóganes tras los que marchar, ya sean religiosos
o ideológicos, o palabras sin contenido empírico claro como «libertad».
Estamos en contra del indiferentismo, en el sentido de que seguimos
con atención todo lo que ocurre en las plazas, incluso las
movilizaciones animadas por fuerzas interclasistas o reaccionarias,
tratando de identificar las causas materiales que llevan a las moléculas
sociales a agitarse y moverse en una dirección y no en otra, y dando el
peso adecuado a lo que los manifestantes dicen de sí mismos.
La vacunación es un gran negocio para las empresas farmacéuticas, y
esto ni hace falta decirlo, pero también es un medio para combatir la
pandemia, uno de los pocos medios disponibles en la actualidad.
En Inglaterra
el fin de las restricciones en Inglaterra está provocando un aumento de
los casos de Covid 19, en Rusia crece el número de muertes (más de mil
en un día) por complicaciones debidas al coronavirus. Debido a la
incertidumbre de los datos oficiales sobre nuevos casos y muertes, The
Economist se vio en la necesidad de hacer su propio modelo basado en un
centenar de coeficientes correctores, el más importante de los cuales es
el diferencial en el número de muertes entre el periodo de la pandemia y
el anterior (The pandemic’s true death toll).
Hay que ser drásticos en el tema de las vacunas, contrarrestando las
oladas de irracionalidad que afectan incluso a los círculos
«comunistas». Incluso muchos que se llaman marxistas, olvidan que la
ciencia no es adjetivable: no es burguesa ni proletaria, sino que es el
nivel de conocimiento alcanzado en una época determinada.
Traducción del informe del 28 de septiembre de 2021 del Grupo N+1
La teleconferencia del martes por la
noche, a la que se conectaron 15 compañeros, comenzó comentando algunas
noticias sobre la actual crisis energética mundial.
El aumento del precio de las materias
primas es un hecho histórico ligado al desarrollo del capitalismo, que
consume cada vez más energía a medida que envejece. Si bien es cierto
que la energía consumida para la producción de cada producto individual
disminuye, también es cierto que la masa de bienes producidos aumenta
continuamente. En 2012, en el número especial sobre energía (revista nº
31), escribimos sobre las tendencias de la producción de combustibles
fósiles:
«A partir de 2020, la producción total
de energía procedente de combustibles fósiles se contraerá con bastante
rapidez. Teniendo en cuenta la creciente necesidad de energía debido al
tumultuoso desarrollo del capitalismo en los países emergentes, está
claro que esta tendencia supone un enorme desafío para la perpetuación
del actual paradigma económico.»
El consumo mundial de materias primas
puede representarse mediante una curva sigmoidal: tras un periodo de
crecimiento, la curva tiene un punto de inflexión y finalmente asume una
tendencia asintótica. Este patrón se aplica a casi todos los sistemas
complejos, incluido el capitalismo, ya que el crecimiento de cualquier
elemento no puede ser infinito. A estas conclusiones llegó también el
«Informe sobre los límites del desarrollo» del Club de Roma, un
estudio basado en el modelo Mondo3 que tenía en cuenta cinco
parámetros: población, recursos minerales, recursos alimentarios,
producción industrial y contaminación.
Directamente relacionada con el aumento
del precio de las materias primas está la importancia de la renta, que,
al seguir creciendo (es decir, al crecer la parte de la plusvalía
dedicada a ella), se canaliza hacia la especulación financiera,
afectando así a todos los sectores, desde el petróleo hasta el
inmobiliario, y provocando desequilibrios cada vez mayores.
China ha llegado a producir mil millones
de toneladas de acero al año, y en la última década ha construido
ciudades para millones de habitantes, la mayoría de las cuales han
quedado vacías. El ladrillo ya no salvará al mundo capitalista, como
escribió The Economist hace unos años, sino que lo hundirá aún
más (como demuestra la crisis del gigante inmobiliario Evergrande).
Recientemente se ha informado de que varias provincias y distritos
industriales de China están experimentando problemas de suministro de
energía, y que decenas de fábricas se han visto obligadas a «enfriar» la
producción. Sin embargo, no hay una única causa de esta situación, sino
una combinación de causas: la rápida recuperación de la economía tras
el cierre, responsable del aumento de la demanda de electricidad y, por
tanto, de la subida de los precios del carbón, la escasez de materias
primas debido al contratiempo en la cadena de suministro mundial (véase
la escasez de contenedores), y los nuevos límites a las emisiones de
dióxido de carbono impuestos por el gobierno chino.
En Italia persisten los rumores sobre
una posible protesta de los camioneros en apoyo de la movilización
contra el «pasaporte verde». Si se produjera un bloqueo, las
consecuencias serían enormes, ya que en Italia el 80% del transporte de
mercancías se realiza por carretera. En Inglaterra, tras el Brexit y la
restricción de la entrada de trabajadores extranjeros, ha surgido un
grave problema logístico debido a la escasez de transportistas, lo que
ha provocado la escasez de combustible y, en algunos casos, la falta de
productos de primera necesidad en las estanterías de los supermercados.
El gobierno británico ha anunciado el uso del ejército para trasladar
los camiones cisterna de las refinerías a las gasolineras.
Como hemos dicho a menudo últimamente, los cuellos de botella (congestión de procesos) pueden llevar a escenarios catastróficos.
Cuando se trata de sistemas complejos,
las predicciones sólo pueden hacerse mediante modelos y sólo pueden ser a
largo plazo. En los años 50, M.K. Hubbert formalizó por primera vez el
curso temporal de los recursos minerales, que está bien representado por
una curva de campana o curva de Gauss. Con notable perspicacia, el
erudito estadounidense registró la relación entre la evolución de los
precios en valor y la extracción en cantidades físicas. El pico de
Hubbert es una curva de producción de petróleo determinada empíricamente
y superpuesta a una curva de modelo matemático (logístico). Esta curva,
además de dar indicaciones precisas de los precios que se formarán
después de la producción, así como de demostrar la validez de la ley de
la renta, obliga a los economistas a tener en cuenta que el modelo
resulta ser compatible con todas las demás fuentes de energía, y les
obliga a establecer una unidad de medida basada en la energía, la TEP,
es decir, la tonelada equivalente de petróleo. De acuerdo con sus
estudios, Hubbert propuso una sociedad basada en el cálculo de la energía intercambiada y no en el valor.
En la reunión de la redacción de septiembre, hicimos la última de una serie de presentaciones sobre el «Wargame».
Hoy en día, ciertas formas de ver la
revolución son obsoletas. «Convertir la guerra imperialista en guerra
civil», o «construir el sindicato de clase», son frases que no tienen
contenido empírico. Son esquemas históricamente datados.
Ya a principios del siglo XX la consigna
de transformar la guerra imperialista en guerra civil tenía poco
sentido. Nuestra corriente, de hecho, sostuvo que la guerra debe ser
detenida de raíz, de lo contrario el capitalismo se reestructuraría,
involucrando principalmente al proletariado en este proceso. La forma y
los medios de hacer la guerra han cambiado profundamente, el conflicto
se ha convertido en algo extremadamente móvil en el que la logística y
la electrónica desempeñan un papel primordial. El estudio de los
wargames fue necesario para hacer formalizables los escenarios (modelos)
que antes se trataban exclusivamente como subjetivos/cualitativos, y
«juego de guerra» significa que se utiliza la teoría de juegos para
resolver problemas de ataque, inteligencia, táctica y estrategia.
En lo que respecta al sindicato, hemos
dicho que quien conquiste o establezca uno no tendrá más remedio que
poner en práctica el sindicalismo corporativista, porque la necesidad de
conseguir resultados en el marco histórico corporativista bloquea la
acción sindical precisamente en el plano histórico.
La revolución necesita declaraciones
claras y nítidas, sin neblinas que confundan las ideas. Hoy es necesario
un trabajo de limpieza del lenguaje para quienes se sitúan en una
perspectiva revolucionaria, también porque es impensable que pueda tener
éxito un movimiento caracterizado por las viejas categorías políticas
(véase el tercerinternacionalismo), trituradas por la historia.
La burguesía es hoy la clase dominante,
pero va a tientas, no tiene ninguna teoría para entender su propio
sistema y esto, a la larga, se convertirá en su perdición. De hecho, no
son pocos los burgueses que capitulan ante el comunismo, lo que
demuestra que la sabiduría de la futura organización comunista es real.
El filósofo Maurizio Ferraris, por ejemplo, destaca algunas de ellas
(«¿Se puede vivir sin trabajar?»). El capitalismo actual tiene mucha
menos energía que el último asalto revolucionario porque los elementos
del comunismo están cada vez más desarrollados. En esta situación será
mucho más difícil tomar el poder pero mucho más fácil mantenerlo, dijo
Lenin sobre una revolución en Europa Occidental, y nosotros lo decimos
hoy para todo el mundo.
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N+1. Informe de tele-reunión del 6 de julio de 2021 La tele-reunión del martes por la noche, a la que se unieron quince
compañeros, se abrió con la noticia de la reducción de la semana laboral
en Islandia.
Todo empezó con el programa piloto, iniciado en 2015 y concluido en
2019, que involucró a 2.500 empleados estatales islandeses, contratados
en guarderías, oficinas y hospitales. El experimento consistía en
permitir a los trabajadores elegir un horario más corto que el habitual
de 40/44 horas semanales, por el mismo salario. Los resultados han sido
tan alentadores, tanto en términos de productividad como de descenso de
los niveles de estrés y de mayor equilibrio entre la vida laboral y la
personal, que el 86% de la población activa del país ha pasado a una
semana laboral de 4 días.
La noticia del «éxito arrollador» de Islandia ha repercutido en
muchos medios de comunicación, pero lo cierto es que la pequeña
república nórdica no es la única, y mucho menos la primera en la lista
de países que han tomado el camino de la reducción de la jornada
laboral. Hace unos años fue Dinamarca la que empezó, estableciendo la
semana de 33 horas, luego Finlandia anunció la abreviación de la semana
laboral, y poco después el sindicato alemán IG Metall se hizo eco de la
medida proponiendo la reducción, a petición individual, de la jornada
laboral hasta 28 horas semanales durante un periodo de 24 meses.
Experimentos similares al islandés se están llevando a cabo actualmente
en varios países, como Gran Bretaña, España y Nueva Zelandia.
A estos intentos se suman las medidas de apoyo a la renta, que en
diversas formas (renta básica, subsidios de desempleo, ingreso de
ciudadanía, etc.) se están poniendo a prueba ahora en la mayor parte del
mundo (véanse las noticias en el sitio web de BIN-Italia). La tendencia
en curso nos remite a los puntos enunciados en la reunión de Forli de
1952 (El programa revolucionario inmediato en el Occidente capitalista),
en particular aquel que preveía la «reducción drástica de la jornada
laboral a por lo menos la mitad de las horas actuales». En ausencia de
un movimiento revolucionario que haga suyos estos elementos
programáticos, es la propia sociedad la que se encarga de su
realización, al menos en parte. Cuando decimos que el comunismo es un
hecho material y no un ideal queremos decir justamente esto: más allá de
los partidos en el gobierno o de los individuos en el poder, el proceso
material avanza de forma imparable.
Sin embargo, en otros lugares la situación parece ser bastante
diferente. Por ejemplo en Italia, donde la jornada laboral no se acorta y
el tiempo de trabajo se confunde cada vez más con el tiempo de vida.
Asistimos tanto a las anticipaciones del futuro (reducción de la jornada
laboral) como a una explotación que persiste y se intensifica. Si en
esta sociedad la interpenetración del tiempo de trabajo con el tiempo de
vida implica que todo se convierta en tiempo de trabajo, en la sociedad
futura no sólo será lo contrario, sino que la necesidad de distinguir
entre ambos términos desaparecerá por completo. Vivimos en una sociedad
de transición, en la que el capitalismo ya ha dejado de funcionar según
sus propias leyes; y estamos atravesando fronteras que muestran las
contradicciones cada vez más marcadas del actual modo de producción, tan
eficaz para organizar un plan de producción como irracional para
gestionar el hecho social.
La reducción del tiempo de trabajo y el pago de salarios a los
desempleados (léase semana corta y renta básica) no son más que la
manifestación superestructural de lo que ocurre en el fondo del
capitalismo. Marx escribe en el Fragmento sobre las máquinas, contenido en los Grundrisse:
«El proceso de producción ha cesado de ser
proceso de trabajo en el sentido de ser controlado por el trabajo como
unidad dominante. El trabajo se presenta, antes bien, solamente como
órgano consciente, disperso bajo la forma de diversos obreros vivos
presentes en muchos puntos del sistema mecánico, y subsumido en el
proceso total de la maquinaria misma, sólo como un miembro del sistema
cuya unidad no existe en los obreros vivos, sino en la maquinaria viva
(activa), la cual se presenta frente al obrero, frente a la actividad
individual e insignificante de éste, como un poderoso organismo.»
Las máquinas, ese conjunto de instrumentos que se va ampliando, son
la fuerza más adecuada para representar al Capital. Llevan la
productividad a niveles astronómicos y transforman cada vez más
rápidamente el elemento humano en un componente insignificante del
proceso productivo global. El trabajo muerto se refuerza en detrimento
del trabajo vivo y la burguesía se ve obligada, a fin de que no se
arruine todo, a poner en marcha factores antagónicos a la caída de la
tasa de ganancia, que a la larga se revelan sin embargo ineficaces.
Marx también nos dice que el empleo más adecuado del intelecto
general no puede tener lugar en la forma capitalista, sino que sólo
puede realizarse plenamente en una forma social superior.
«En la misma medida en que el tiempo de
trabajo -la mera cantidad de trabajo- es puesto por el capital como
único elemento determinante, desaparecen el trabajo inmediato y su
cantidad como principio determinante de la producción -de la creación de
valores de uso-; en la misma medida, el trabajo inmediato se ve
reducido cuantitativamente a una proporción más exigua, y
cualitativamente a un momento sin duda imprescindible, pero subalterno
frente al trabajo científico general, a la aplicación tecnológica de las
ciencias naturales por un lado, y por otro frente a la fuerza
productiva general resultante de la estructuración social de la
producción global, fuerza productiva que aparece como don natural del
trabajo social (aunque [sea, en realidad, un] producto histórico). El
capital trabaja, así, en favor de su propia disolución como forma
dominante de la producción.»
El capital se niega a sí mismo a niveles cada vez más altos. Existe,
al igual que siguen existiendo los Estados, la policía, los ejércitos,
las empresas, etc., pero ¿sigue siendo la forma de producción dominante o
es sólo un legado del pasado que está cediendo ante otra cosa?
Los pasajes de Marx que hemos citado son de alto potencial dialéctico, como decía Amadeo Bordiga (Trayectoria y catástrofe de la forma capitalista…).
Aquí se concentran y sintetizan al máximo las reflexiones y análisis
sobre la interpenetración de la antigua con la nueva forma social.
Releyendo estas páginas, queda claro que Marx no es un político ni un
filósofo, sino un científico que analiza y describe un devenir
histórico, el de las sociedades de clase y su superación. La continua
comparación entre dos aspectos del Capital, el aspecto del desarrollo
técnico-industrial que domina cada vez más al trabajador y lo subsume
dentro del proceso productivo succionando también sus habilidades
manuales, y el aspecto de acumulación de todas estas habilidades en un
gran cerebro social, nos recuerda que algunas categorías de n+1 ya están
contenidas en n. El comunismo no es un hecho ideal sino el devenir de
la transformación del proceso productivo, que de una simple agregación
de trabajadores independientes se convierte, pasando por la
socialización del trabajo, en un proceso científico capaz de invertir la
praxis.
En los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Marx nos
dice que este proceso no puede ser analizado únicamente desde el punto
de vista social; debe ser estudiado desde el punto de vista general
porque, en definitiva, es el devenir de la naturaleza. Nosotros, la
especie humana, somos la naturaleza que piensa, que es como decir que la
naturaleza ha producido al hombre-industria para así poder pensarse a
sí misma. En el Capítulo sexto inédito de El Capital,
partiendo de los rasgos permanentes de la producción y el valor, se
define el complejo industrial como mediación histórica, como transición
hacia un estadio social más evolucionado. La automatización será útil
para el trabajo emancipado y es la condición de su emancipación.
La introducción de máquinas cada vez más potentes sirve para aumentar
la explotación, es decir, para elevar la productividad del trabajo,
pero en un determinado momento la alta automatización se convierte en su
contrario, es decir, en la creación de masas de proletarios sin empleo.
Los mismos medios de desarrollo que llevaron al capitalismo a su
clímax, terminan llevándolo a su disolución. Esto es así, también,
porque no es posible extraer tanta plusvalía de unos pocos trabajadores
como de muchos, y de alguna manera hay que mantener a quienes se
encuentran sin trabajo o se las arreglan con empleos precarios, de lo
contrario estallan revueltas y se reduce el consumo.
La tele-reunión terminó con una breve mención al aumento de los
contagios en Italia, o más bien al aumento del índice de
transmisibilidad (Rt); a lo ocurrido en Canadá tras la ola de calor; a
la producción de carne sintética y al aumento en el mercado de la venta
de insectos para uso alimentario. Todo ello puede relacionarse con lo
escrito en el artículo La pandemia y sus causas (nº 49 de la revista).