Tomado de Locura Proletaria, Quito, abril 2021
El
banquero ladrón del feriado bancario de 1999 y apoyador de la brutal
represión estatal de la revuelta de octubre de 2019, Guillermo Lasso,
fue elegido democráticamente como nuevo presidente de esta hacienda capitalista llamada
Ecuador, este domingo 11 de abril del 2021. Si bien el porcentaje del
ausentismo electoral y del voto nulo fueron "récord"[*] y el porcentaje
de Arauz fue considerable, las masas votaron mayoritariamente por Lasso el banquero, el burgués,
el explotador, el enemigo de clase, más por trauma y odio al correísmo
(gobierno explotador, corrupto y represor, igual que todo gobierno) que por el
programa político del candidato de la derecha empresarial tradicional. Las
masas de este país, pues, sufren -¿o gozan?- de
amnesia histórica (tanto del feriado bancario de 1999 como de la
revuelta de octubre de 2019); quieren trabajar y trabajar para consumir
hasta morir
(aunque hacer esto ahora sea objetivamente más difícil, dado el alto
índice de
desempleo y subempleo existente); odian a su antiguo amo, patrón y padre
autoritario (Correa, el "socialista del siglo XXI" igual de ladrón,
mentiroso y represor que cualquier otro capitalista en el poder), pero
en
cambio quieren un nuevo amo, patrón y padre autoritario (Lasso, el
banquero
ladrón, socio de la mafia socialcristiana, neoliberal y
proimperialista); y
también quieren ser como él o al menos parecérsele, porque es
"trabajador,
emprendedor y exitoso" y porque busca "la paz social y el
progreso". En fin, dado que el Estado es el resumen institucional
oficial de
la sociedad y no un ente separado de ella, psicosocialmente hablando el
triunfo
de Lasso en estas tierras representa el lado esquizofrénico y masoquista
del
deseo gregario en un contexto predominantemente contrarrevolucionario y, más concretamente, de crisis, pandemia y contra-revuelta. (Este tipo de contexto es, de hecho, la base material que explica el
porqué de este tipo de psicología de masas.) O
también, representa los azotes de la dictadura burguesa llamada
democracia resonando sobre
las espaldas de la clase trabajadora derrotada y ciudadanizada,
domesticada,
con patriótico y religioso autoflagelo incluido, tal como en una
procesión de
semana santa. Por cierto, en las masas está incluida -aunque lo niegue-
la mal
llamada "clase media", que en realidad es clase trabajadora con
título profesional, con empleo pero que vive a punta de crédito y
deudas, imbuida de arribismo, conservadurismo, esquizofrenia
tapiñada y siglos de colonialidad. Así de enferma se encuentra la
sociedad capitalista en esta parcela del
planeta: la democracia en la cual las masas este domingo acaban de elegir como su presidente a un
banquero que ya les robó y les dejó en la calle años atrás, es la misma democracia en la cual hace apenas
más de un mes se dio la masacre dentro de las cárceles (lumpenproletarios matándose
entre sí por orden de sus lumpenburgueses) y sus videos gore circulando en
redes sociales junto con comentarios fascistas por parte de ciudadanos de bien (quienes de seguro también votaron por Lasso).
¿Será
que las masas reaccionan con una nueva
revuelta cuando el banquero las haga más mierda otra vez, a punta de
privatizaciones, flexibilizaciones, paquetazos y hasta con nuevo feriado
bancario y nueva oleada migratoria al extranjero? ¿A punta de terror de
Estado
cuando estallen nuevas protestas en las calles? (¿O será que desearán
incluso
algo peor, como una dictadura militar, tal como hace dos años lo
desearon las masas en Brasil, por lo cual -entre otras razones- ganó
democráticamente Bolsonaro? Cuidado con el lado perverso del deseo
gregario...) Medidas antiproletarias todas éstas que
no dependen de la ideología y la política económica de tal o cual
gobierno en
particular, sino que es lo que la actual crisis capitalista
internacional le
exige hacer a todo gobierno en general (si hubiese ganado Arauz, tarde o
temprano tendría que hacer lo mismo, como lo hizo Correa). Pero la
respuesta
proletaria contra tales medidas también existe, como lo demostraron las
revueltas
del 2019. Y el FMI prevé una nueva oleada internacional de estallidos
sociales
para el 2022. Entonces ¿Octubre volverá, y recargado? Hasta que eso pase
-si es
que pasa-, a las masas nos toca seguir sobreviviendo en cada vez peores
condiciones, tanto material como psíquicamente hablando. (Esto es más
realista
que una "ofensiva popular contra el neoliberalismo", como salieron a
decir algunas organizaciones de izquierda no electoral el mismo
domingo.) Pero aun así, este domingo las masas votaron
por el banquero Lasso, como diciendo "te odio Correa y me vengo de tí simbólicamente votando
por Lasso" y, al mismo tiempo, "pegue no más, patroncito",
mejor dicho, "robe no más, banquerito" (los bancos nos roban todos
los días en cada transacción), siga no más robando y gobernando (Lasso
ha sido
parte del gobierno de Mahuad y de Moreno), como si les “valiera verga”
la vida o
como si quisieran morirse de una vez (de coronavirus, de depresión o de
hambre, pero morirse) o en, su defecto, creyendo que un banquero
puede ser “Papá Noel” o “Jesucristo, Nuestro Salvador”… Asesinato
simbólico del padre, síndrome de abandono, complejo de Electra, síndrome
de Estocolmo, esquizofrenia,
masoquismo, pulsión de muerte, deseo enajenado, idealización y
paternalismo/clientelismo en un solo acto masivo, mejor dicho, de
rebaño... Siga no más robando y pegando estos cuatro años siguientes,
“taita amo patrón” Lasso, hasta que, como cuando se vira la tortilla,
después de que el presidente banquero haya
robado millones y millones de dólares a costa del trabajo ajeno y el
sufrimiento de millones y millones de trabajadores y sus familias -creer
que no
lo va a hacer es como pedirle a la araña que no se coma a las moscas-,
la misma
gente ya no lo soporte en su bolsillo, su barriga, su garganta y su
cabeza. Porque algún rato la explotación y la opresión es algo que se
siente en el cuerpo (social) y éste reacciona. La
historia reciente -feriado bancario de 1999 y revuelta proletaria del
2000- nos
dice que ese es un escenario posible, por aquello de que "la historia se
repite dos veces: una como tragedia y otra como farsa" (Marx, El 18
Brumario), o viceversa. Al parecer, "la pedagogía de la
praxis" de las masas también incluye aquello de que "la
letra con sangre entra", y en varios "rounds" o ciclos históricos. Así
como también incluye la necesaria autocrítica
despiadada, como el presente texto.
No
idealicemos, romanticemos, infantilicemos ni
victimicemos al proletariado o al "pueblo". Las masas también se
equivocan y aprenden de los errores, en carne propia y con cabeza
propia, así
sea después de muchos años o varias generaciones. Se equivocaron al
sentarse a negociar en la revuelta de octubre de 2019 y se equivocaron
al participar en elecciones presidenciales este año. Y esto es algo que
hay que
asumirlo y "trabajarlo", criticarlo y superarlo, asimismo en carne
propia y con cabeza
propia. Negarlo sólo reproduce y prolonga el problema de fondo: la
capacidad de
autoemancipación de las masas proletarias -que no en vano son la
aplastante
mayoría de la sociedad- boicoteada por su propia capacidad de
autoenajenación y
auto-opresión, en determinadas condiciones materiales históricas y
sociales.
Problema cuyas condiciones son detentadas y ejercidas por la burguesía
en
tanto clase dominante, porque debajo de sí tiene una clase dominada que
le
permite ser tal. Como en toda relación de poder, si hay un dominante es
porque
hay un dominado. Si hay un explotador es porque hay un explotado. Por
eso mismo, donde hay dominación hay resistencia, donde hay explotación
hay conflicto, donde hay miseria hay rebelión. Los dos polos
de esta conflictiva relación de
clase se implican, se reproducen y dependen mutuamente. Capital y
Trabajo, y sus personificaciones sociales: burguesía y proletariado,
conforman una unidad o totalidad social concreta, histórica y cotidiana,
como en la relación amo-esclavo. (Relación
que, políticamente y sobre todo en coyunturas electorales, se traduce
en una bidireccional e insana relación paternalista/clientelar. Ejemplo
concreto: el banquero Lasso ofreciendo trabajo y regalando alimentos en
barrios populares y comunidades indígenas, a cambio de votos. Así como también hubo unos pocos barrios y comunidades que lo rechazaron incluso a piedrazos.) Por lo tanto,
no se puede abolir el uno sin abolir el otro y, más concretamente, no se
trata de "liberar al Trabajo" sino de liberarse del Trabajo para
liberarse del Capital y del Estado. Por lo
tanto, la revolución social no consiste en "la toma del poder" ni en
"la autogestión" de la sociedad capitalista por parte del
proletariado o la clase trabajadora, sino, por el contrario, en la
autoabolición del proletariado, entendido como la contradicción
viviente que sostiene y motoriza a toda esta sociedad burguesa. Porque
la lucha de clases es el motor dialéctico del desarrollo, la crisis, la
reestructuración y también de la posible destrucción/superación
revolucionaria del capitalismo. Y, sobre todo, porque abolido
el esclavo -el proletariado-, abolido el amo -la burguesía-; es decir,
porque así quedaría abolida
la relación de clase y, sobre esta base pero de manera inseparable,
quedaría abolida también toda
otra forma de opresión y explotación actual (de sexo, género, "raza",
nacionalidad, edad, especie, etc.). Lo cual implica y exige
necesariamente -junto con la abolición de la propiedad privada sobre los
medios de producción y distribución, de la producción mercantil y del
Estado- la
autocrítica y autotransformación integral de la humanidad proletarizada
en el sinuoso y tortuoso camino de la
lucha por sus necesidades materiales y vitales contra las necesidades
fetichistas y psicópatas de explotación y acumulación
por parte del Capital y su Estado; esto es, la autocrítica y la
autotransformacion del -heterogéneo y dividido- proletariado al calor de
la
misma lucha de clases y la revolución social. Sin lo cual, no es posible
su autoemancipación y su autoabolición, es decir no es posible la
revolución. Este tipo de autocrítica es, de hecho, parte
de no idealizar y no victimizar al proletariado, sino de recordarnos
que somos responsables y capaces de nuestra propia emancipación, así
esto nos "cueste" generaciones.
Entonces,
que el catastrófico desarrollo del
capitalismo y la lucha de clases real hagan lo que tengan que hacer,
para ver
si así las masas proletarias dejan de pelear por los intereses de sus
patrones
y amos de derecha y de izquierda por igual, dejando a la par de creer en
salvadores y representantes de todo tipo; y empiezan de nuevo a confiar
sólo en
sus propias fuerzas para producir y controlar sus propias vidas, sin
necesidad
de Estado ni de mercado, de jefes ni de intermediarios económicos ni
políticos,
mediante su autoorganización asamblearia y territorial que se haga cargo
de, y
transforme en la marcha, todos los asuntos de la vida cotidiana de las
masas. Las revueltas, insurrecciones y comunas proletarias de hace dos
años en todas
partes demostraron que esto sí es posible. Reiteramos: sólo el mismo
desarrollo
catastrófico del capitalismo y la lucha de clases real pueden producir
tales
condiciones y situaciones. Porque, histórica y estructuralmente
hablando, el
capitalismo contiene contradicciones mortales y produce su propio
sepulturero. Y porque el comunismo no es una ideología ni una utopía,
mucho menos ese capitalismo de Estado que fue la URSS y China, sino "el
movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual" (Marx, La
Ideología Alemana), el movimiento práctico que tensiona y subvierte las
condiciones existentes. La "conciencia de clase", actuando como fuerza
material social, es consecuencia
y no causa de ello, contrario a lo que piensan, dicen y hacen las
variopintas
vanguardias iluminadas y "concientizadoras" de izquierdas, que en
realidad también luchan por ser los nuevos representantes, organizadores
y
jefes de sus "liberados". Por su parte y por el contrario, la
autodeterminación y la autorregulación colectiva e individual son
características de un organismo social sano -entendiendo por sano lo
desalienado o lo libre de alienación-: la comunidad material de los
individuos libremente asociados o el comunismo en anarquía; más aún si
proviene
espontánea, caótica, contradictoria e impuramente del antagonismo, la
ruptura y
la autoliberación de un organismo social vivo pero putrefacto como lo es
este sistema
de enajenación, explotación, dominación y muerte. La nueva sociedad sin
clases ni Estados sólo puede ser el resultado de este movimiento social
de carácter contradictorio e impuro, histórico e internacional,
impersonal y anónimo. Decimos impersonal y anónimo, ya que el movimiento
revolucionario del proletariado es el movimiento de los nadies y los
sin nada que perder que lo queremos todo para disfrutarlo en común
porque, a fin de cuentas, "todo es de todos": sí, el proletariado ha
producido todo lo que existe y, por tanto, todo debería pertenecerle y
ser para su disfrute... Sin duda, todavía estamos
lejos de la revolución social que acabe con el capitalismo y la sociedad
de clases. Pero,
al mismo tiempo y dialécticamente, sólo la lucha de clases real y su
devenir es
el camino para ello y quien tiene la última palabra. Sí, el proceso y el
devenir de la lucha de clases real es lo esencial y lo determinante en la historia.
Hasta entonces, a las
masas nos toca seguir luchando por la sobrevivencia diaria en cada vez
peores condiciones. Lo cual, desde luego, es y será una bomba
psicosocial de tiempo
cuyo desenlace es incierto.
Nota
bene: La única manera de realmente comprender y transformar la realidad es aceptarla tal cual es y no como creemos ni como quisiéramos que fuera. El principio de realidad o de inmanencia es
revolucionario, por más que sorprenda, perturbe, escandalice, incomode,
moleste, choque y/o duela. (Dos ejemplos: el lado perverso y la fuerza
material del deseo gregario, así como también la capacidad de
autoemancipación integral de las masas y los individuos.) En este último
caso, es un dolor que libera del
autoengaño. La psicología de masas, iniciada por el psicoanalista
anarquista
Otto Gross y el freudomarxista Wilhelm Reich, forma parte de este
horizonte-camino revolucionario y, por lo mismo, marginal y a
contracorriente,
más aún en estos tiempos y en estas tierras. Lo cual, sin embargo, no
impide que unos proletarios lo reivindiquemos, lo sostengamos y lo
comuniquemos al resto de proletarios -de esta y de nuevas generaciones-
para su reflexión, discusión y acción autoemancipatoria.
[*] Sobre
el porcentaje
"récord" del voto nulo y del ausentismo en las recientes elecciones
presidenciales de la hacienda Ecuador, huelga decir que, si bien es un
síntoma de malestar
frente a la farsa electoral e incluso frente al orden establecido, no es
garantía de que ese malestar se esté (auto)politizando en una dirección
revolucionaria, es decir en una dirección comunista y anárquica de
masas. Ni siquiera en la revuelta de octubre de 2019 fue así. Peor
ahora. Para
nada. Las masas siguen luchando a diario por su sobrevivencia material y
psíquica en cada vez peores condiciones; pero, al mismo tiempo, siguen
creyendo
en representantes y salvadores de todo tipo, es decir siguen engordando a
su
autoenajenación y su auto-opresión en beneficio de la clase dominante.
Algunos
conocidos de izquierdas dicen, con ingenuidad y optimismo, que es
decidor, positivo y esperanzador que "un tercio de la población" de esta
hacienda capitalista
no haya votado por Lasso ni por Arauz... pero igual votó. Incluso dicen
que esto es un "rechazo de las elecciones burguesas" y que "el voto nulo
se está organizando en los sectores populares". Falso. El voto,
aunque sea
nulo, sigue siendo voto, el acto democrático y ciudadano por excelencia.
El
voto nulo no rompe ni desborda las reglas de juego de la dictadura de la
burguesía y su Estado llamada democracia; al contrario, las reproduce,
en este
caso, "desde abajo y a la izquierda". Con
y sin voto nulo, con y sin elecciones, el Estado democrático burgués
sigue siendo el monopolio de la decisión y la dictadura de los ricos
sobre los pobres.
La realidad aquí y ahora es
que, en un contexto de crisis, pandemia y contra-revuelta, el
proletariado está
derrotado, ciudadanizado, domesticado y sigue brillando por su ausencia
en
tanto sujeto autónomo, antagonista y revolucionario, por más que haya
organizaciones-vanguardias de izquierda que "se saquen la madre"
haciendo "trabajo de base" y de "concientización", para
llegar a ser sus nuevos "libertadores" y opresores de izquierda,
imitando ese capitalismo de Estado del siglo XX mal llamado "comunismo".
Porque no se trata de cambiar de amo, sino de dejar de tenerlo,
recuperando el control sobre nuestras vidas y las condiciones que las
hacen posibles. La emancipación de los trabajadores -mediante la
autoorganización, la acción directa, la solidaridad, la insurrección y
la comunización- será obra de los propios trabajadores o no será obra de
nadie.
Por
lo tanto, no hay que hacerse falsas expectativas con ese
"tercio de la
población" que democrática y ciudadanamente votó nulo y que no votó, ni
mucho menos con los otros dos tercios de la población
que democrática y ciudadanamente votaron por el correísta Arauz y por el
banquero Lasso -ahora presidente-, por más que choque y
duela admitir esta cruda y adversa realidad. Las masas están luchando a
diario por la sobrevivencia alienada, no por la revuelta ni menos por la
revolución (no en vano Lasso representa al "empleador" que "nos va a dar trabajo"). La revolución está en otra
parte y
todavía está lejos, por más que hoy sea más necesaria que nunca.
Desgarradora contradicción de este período histórico.
Sin embargo, el
mismo desarrollo catastrófico del capitalismo y la lucha de clases real
harán lo suyo para que ya no lo esté o, al menos, no tanto. En la
historia se ha visto situaciones en que los látigos de la
contrarrevolución hacen andar a los caballos de la revolución. Una
dictadura democrática empresarial como la de Lasso sin duda será
contrarrevolucionaria a tope. Y el FMI prevé una nueva oleada
internacional de estallidos sociales para el 2022. Pero sólo la lucha de
clases tiene la última palabra y, más concretamente, lo que la clase
proletaria haga o no por su propia emancipación en tales situaciones.