Tomado de Freno de Emergencia y de Barbaria
N+1, tele-reunión del 2 de noviembre de 2021
La tele-reunión del martes por la noche, a la que asistieron 18 
compañeros, comenzó con un comentario sobre un artículo de Avvenire 
titulado Propuesta al G-20. Una Constitución de la Tierra para difundir la paz y la justicia.
El camarada que nos hizo llegar el artículo lo señaló, con razón, 
como un ejemplo de reformismo planetario. El llamamiento a un nuevo 
constitucionalismo global cuenta, entre sus primeros firmantes, con un 
obispo, además de filósofos, juristas y periodistas; y el hecho de que 
la propuesta haya sido relanzada por Avvenire demuestra que detrás de la
 iniciativa está también el Vaticano (no es casualidad que el texto 
contenga una referencia a la ecología integral del Papa Francisco). La 
Iglesia quiere salir del ámbito estrictamente religioso para dar vida a 
procesos hegemónicos en la sociedad, y lo hace con una propuesta 
reformista basada en derechos para todos, justicia global, 
redistribución de la riqueza, etc. Un intento global que conducirá, como
 siempre, a un callejón sin salida, porque al capital autónomo le 
importa un bledo que haya quienes quieran transformarlo en un sistema 
más ético y moral.
Aparte de estos intentos de la Iglesia, que hemos mencionado 
brevemente, el problema ecológico existe y las discusiones en torno a él
 dan lugar a interesantes capitulaciones ideológicas frente al marxismo.
 En vísperas de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima 
(COP26), el premio Nobel de Física Giorgio Parisi, científico que 
investiga el caos y los sistemas complejos, declaró:
 «El PIB de cada país es la base de las decisiones políticas y la misión
 de los gobiernos parece ser aumentarlo al máximo. Pero esto choca con 
la intención de ponerle freno al calentamiento global». El físico dijo 
que «si la temperatura sube más de 2 grados, entramos en un terreno 
desconocido».
En China, el consumo de carbón
 ha alcanzado niveles récord, quedando por debajo de los objetivos del 
gobierno central (provocando incluso apagones en algunas regiones del 
país). La construcción de altos hornos y centrales eléctricas de carbón 
provocará un nuevo aumento de las cuotas de China, que ya representa el 
30% de las emisiones mundiales de CO2. Cuando los precios del gas suben,
 se utilizan fuentes más baratas como el petróleo y el carbón. Hasta 
dentro de un año no dispondremos de las cifras de emisiones del periodo 
actual, pero es muy probable que se alcance un nuevo récord en 2021. 
China, Rusia, Turquía y Brasil no estuvieron presentes en la COP26, e 
India y China, dos pesos pesados en términos de población y tamaño, objetaron las medidas que deben adoptarse para hacer frente a la emergencia climática.
En cualquier caso, los objetivos de este tipo de cumbres presuponen 
la existencia de una coordinación global para gestionar cualquier 
acuerdo internacional. Pero el capitalismo no puede hacerlo porque las 
burguesías nacionales están siempre en competencia entre sí. China e 
India tienen tasas de crecimiento sostenidas y aceptar restricciones 
severas supondría poner obstáculos a sus economías, mientras que otros 
países, que entretanto han trasladado al extranjero su producción más 
intensiva en energía, pueden permitirse un margen más amplio de 
experimentación.
Los que piensan que la tecnología puede aliviar o resolver el 
problema ecológico están tristemente equivocados. Incluso si se 
introdujeran tecnologías limpias, la necesidad de materias primas y 
energía seguiría creciendo, y el esfuerzo por reciclar materiales se 
desperdiciaría. El mundo está siendo consumido a un ritmo demencial, y 
la biosfera tendrá que restablecer el equilibrio tarde o temprano.
En un artículo publicado en Il Fatto Quotidiano, Luca 
Mercalli explica que los países ricos producen más emisiones de CO2 per 
cápita, y que Estados Unidos y la UE han contaminado más y durante más 
tiempo. Entre estadísticas y clasificaciones, todo el mundo trata de 
echar la culpa de la contaminación al otro, pero nadie mira en su propia
 casa. Hay una gran hipocresía detrás de todo esto. China es responsable
 del 30% de las emisiones de dióxido de carbono, pero produce el 60% del
 acero mundial, que alguien compra y utiliza en el extranjero. En 
resumen, es como una pandemia: si el número de infecciones aumenta en 
Alemania o Inglaterra, la gente sigue pensando que el virus respeta las 
fronteras nacionales. Lo mismo ocurre con la contaminación: el problema 
no puede abordarse a nivel local. La misma burguesía entiende que debe 
haber una gobernanza global, pero en la práctica no puede conseguirla 
debido a la anarquía mercantil.
Hay una sobreexplotación de la Tierra y los centros de investigación 
de la burguesía lo vienen señalando desde hace tiempo. Pensemos en el 
informe del Club de Roma sobre los límites del desarrollo, que demostró 
que, una vez superados ciertos umbrales, el sistema se derrumba. Interesante en este sentido es el documental Last Call
 (2013), que recorre la historia del grupo de científicos que trabajó en
 el proyecto. En las entrevistas presentadas en la película, reconfirman
 todos sus análisis. Por lo tanto, no hacen falta nuevas pruebas para 
entender que de continuar así tendrá lugar un desastre: los gráficos que
 acompañan a Los límites del crecimiento hablan por sí solos. 
El capitalismo es un sistema que procede por leyes internas, intenta 
reformarse pero al final siempre responde a la ley de acumulación, D-M-D’.
La cuestión de la contaminación ha existido siempre, pero en los 
albores del modo de producción capitalista estaba ligada a entornos muy 
concretos, la fábrica, la mina, los barrios obreros, afectando sobre 
todo a estos últimos, como describe Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra
 (1845). Hoy en día estos problemas también afectan a la clase 
dominante, y los capitalistas ya no pueden ignorar el problema, sino que
 al menos deben mostrar alguna iniciativa. Así que organizan costosas 
cumbres mundiales, mientras siguen utilizando enormes cantidades de 
energía para producir. Basta pensar en las monedas virtuales, que se están imponiendo en todos los ámbitos de la vida cotidiana.
A diferencia de eventos anteriores, la COP26 no fue escenario de 
refriegas entre activistas antiglobalización y la policía. Este aspecto 
podría ir unido al crecimiento, en casi todas partes, del 
abstencionismo. El desinterés de grandes capas de la población respecto 
de la política y sus representantes adopta formas singulares. Por 
ejemplo, la «gran renuncia»,
 de la que empiezan a hablar muchos periódicos: la dimisión de millones 
de asalariados que han decidido voluntariamente dejar sus puestos de 
trabajo porque están hartos de los ritmos agotadores y de los salarios 
de hambre. El fenómeno afloró con las reaperturas posteriores al cierre y
 surgió primero en Estados Unidos y luego en Europa. El Departamento de 
Trabajo de EEUU declaró que alrededor de 4,3 millones de personas dejaron su trabajo
 en agosto. Esto supone alrededor del 2,9% de la población activa de 
EEUU, y la cifra es superior al anterior récord establecido en abril, 
con unos 4 millones de desertores. Hay políticos que se quejan de la 
generosidad del gobierno estadounidense en materia de subvenciones, pero
 también los que dicen que es porque con el trabajo inteligente la gente
 ha experimentado una mejoría en su calidad de vida, y volver a la 
normalidad, quizás haciendo tres horas de tráfico al día, ahora les 
parece insostenible.
Así que el nivel de tolerancia a la explotación ha disminuido considerablemente. Desde que escribimos el folleto ¿Derecho al trabajo o libertad del trabajo asalariado? (1997) las cosas han madurado mucho y ahora, al parecer, el «rechazo del trabajo» está adquiriendo dimensiones masivas.
El comunismo se configura cada vez más como un programa de la especie
 y el partido revolucionario como un organismo que toma a su cargo la 
defensa de la especie humana (Tesis de Nápoles, 1965). Bordiga escribió que el capitalismo, en última instancia, quiere la cabellera de su gran enemigo: el hombre (Imprese economiche di Pantalone, 1950).
Ahora, después de las materias primas, incluso los productos de primera necesidad
 empiezan a subir de precio. Las subidas tendrán un gran impacto en los 
próximos meses. En este contexto, cada vez más proletarios se 
encontrarán con el agua hasta al cuello, y los reformistas más lúcidos 
lanzan gritos de alarma: desde el Papa, que indica la necesidad de un 
salario universal y una reducción de la jornada laboral, hasta Beppe 
Grillo, que escribe en su blog ¿Renta universal o juego de calamares?.
 En definitiva, no faltan declaraciones contundentes, pero sin superar 
las categorías capitalistas no hay salida, y la sensación de que el 
tiempo se agota se cuela en las pesadillas de la burguesía. «El Reloj 
del Apocalipsis está sonando cada vez más fuerte, falta un minuto para 
la medianoche», momento en que sonará «el fin de la vida humana en este 
planeta tal y como la conocemos». Estas fueron las palabras del Primer 
Ministro británico, Boris Johnson, al inaugurar la COP26.
Tampoco faltan los saltos de algunos eminentes burgueses para 
solucionar los problemas del planeta, como Elon Musk, que quiere 
colonizar Marte, o Mark Zuckerberg, que quiere llevarnos al Metaverso
 (para cuyo desarrollo empleará a 10.000 personas). Musk y Zuckerberg 
son los sacerdotes de una nueva religión: el transhumanismo. La realidad
 está superando a la ciencia ficción, y en relación con esto, recordamos
 dos relatos apocalípticos: La última pregunta de Isaac Asimov y El año del diagrama de Robert A. Heinlein.
Cuellos de botella en las cadenas de suministro y caos social
N+1, Informe de la tele-reunión del 19 de octubre de 2021 Durante la tele-reunión del martes por la noche, a la que asistieron 
22 compañeros, discutimos sobre el aumento del precio de las materias 
primas y, en particular, de la energía.
En un artículo publicado en el último número de The Economist (curiosamente titulado The energy shock,
 el mismo título que uno de nuestros reportajes de hace unas semanas y 
que supimos que había sido traducido primero al español y luego al 
alemán), se nos recuerda que la Conferencia de las Naciones Unidas sobre
 el Cambio Climático de 2021 (COP26) tendrá lugar del 31 de octubre al 
12 de noviembre. La cumbre contará con la presencia de líderes 
mundiales, reunidos en la intención de fijar el rumbo para que las 
emisiones mundiales de carbono lleguen a cero en 2050.
Pero mientras la clase dirigente anuncia que se compromete a un 
esfuerzo de 30 años, en la práctica hace lo contrario. Desde mayo, el 
precio del petróleo, el carbón y el gas ha subido un 95%, y en 
septiembre Gran Bretaña, que será sede de la cumbre, volvió a encender 
sus centrales eléctricas de carbón. Sin embargo, Londres ha dejado claro
 que apostará por la energía nuclear para reducir las emisiones de CO2.
Los precios de la gasolina en Estados Unidos han alcanzado los 3 
dólares por galón, los apagones han abrumado a China e India y Europa se
 ha convertido en rehén de Vladimir Putin para el suministro de 
combustible.
Así, todas las buenas intenciones ecológicas del tipo Green New Deal 
se han ido por la ventana, y han terminado imponiéndose, como siempre, 
las crudas necesidades sin edulcorar del modo de producción capitalista.
The Economist
 también advierte sobre la espiral salarios-precios: tanto el 
crecimiento de los salarios como la inflación son inusualmente altos. 
Los salarios por hora están aumentando en Estados Unidos y Alemania, en 
parte debido a la escasez de mano de obra tras la recuperación del 
consumo luego de las cuarentenas.
Siendo el salario la única variable independiente, la exigencia de 
grandes aumentos salariales asusta a los capitalistas y gobernantes 
porque su sistema se basa en la producción de plusvalía. Mencionamos, a 
este respecto, la reciente oleada de huelgas en Estados Unidos (Striketober: American workers take to the picket lines).
El mundo se dirige hacia la catástrofe desde todos los puntos de 
vista: económico, ecológico y social, pero esto no se traduce 
automáticamente en una polarización de clase. La dualidad de poder aún 
está muy lejos, actualmente los movimientos en las calles en su mayoría 
se pueden etiquetar como inter-clasistas.
La sociedad está en ebullición, pero de momento nada nuevo está 
surgiendo del caos. En cambio, se está incubando un gran desorden.
En España, el 26,4% de los ciudadanos se encuentran «en riesgo» de 
pobreza y el 9,6% en situación de pobreza extrema, 4,5 millones viven en
 familias con ingresos extraordinariamente bajos. La mayoría de las 
personas en situación de pobreza extrema (72%) tienen la nacionalidad 
española, cuentan con un nivel de estudios medio (53%) o bien alto 
(17,9%), tienen un trabajo (27,5%) y una vivienda (95,2%).
El Papa, gran observador de las dinámicas sociales, en un reciente 
videomensaje se dirigió al encuentro de los Movimientos Populares 
afirmando que había que introducir «el salario universal y la reducción 
de la jornada laboral». Bergoglio dice que estas son «medidas 
necesarias» pero «insuficientes».
Incluso en Italia, donde según el ISTAT casi seis millones de 
personas viven en estado de pobreza absoluta, ha empezado a manifestarse
 un cierto «caos social», con las plazas de Roma, Milán y el puerto de 
Trieste siendo escenarios de enfrentamientos. Y en cuanto a los puertos,
 hay numerosos puertos en todo el mundo, desde Los Ángeles hasta el 
Reino Unido, que se encuentran al borde del colapso; los analistas 
observan un estrechamiento en los mecanismos que aseguran las cadenas de
 suministro, lo que provoca un gran cuello de botella en el flujo de 
mercancías.
Con respecto al problema de la inflación, recordamos lo que se escribió en el Libro III, Sección VII, de El Capital, «La
 renta y sus fuentes»: la ganancia (beneficio del empresario más los 
intereses) y la renta no son más que formas particulares que adoptan 
partes particulares de la plusvalía de las mercancías.
El aumento de los precios hace que una parte creciente de la 
plusvalía se transforme en rentas. El rentista gana y el industrial 
pierde. La especulación está provocada por la escasez real de materias 
primas, por lo que el precio de éstas tiende a subir y bajar en los 
mercados bursátiles.
Primero tenemos la variación del precio de la producción, luego la 
especulación (la escasez de contenedores hace que el costo de los fletes
 marítimos se dispare, triplicándose en un año). Otros ejemplos de las 
locuras del capitalismo moderno son la especulación con el Bitcoin (que 
se disparó por encima de los 60.000 dólares) o el año pasado la 
especulación con el petróleo, cuyo precio alcanzó un pico negativo.
También reiteramos la necesidad de rechazar toda forma de partidismo,
 especialmente el «a favor del green-pass/contra el green-pass» ya que 
ambas opciones, aunque enfrentadas, tienen en común la necesidad de 
reanudar la producción lo antes posible, de enviar a los trabajadores a 
trabajar y de mantener abiertos los comercios y las empresas.
También hay que decir que el concepto de libre elección o libre 
albedrío (¡tan reivindicado como inexistente!) no pertenece al léxico 
comunista.
La humanidad sigue en su fase prehistórica: las agrupaciones sociales
 necesitan símbolos y eslóganes tras los que marchar, ya sean religiosos
 o ideológicos, o palabras sin contenido empírico claro como «libertad».
Estamos en contra del indiferentismo, en el sentido de que seguimos 
con atención todo lo que ocurre en las plazas, incluso las 
movilizaciones animadas por fuerzas interclasistas o reaccionarias, 
tratando de identificar las causas materiales que llevan a las moléculas
 sociales a agitarse y moverse en una dirección y no en otra, y dando el
 peso adecuado a lo que los manifestantes dicen de sí mismos.
La vacunación es un gran negocio para las empresas farmacéuticas, y 
esto ni hace falta decirlo, pero también es un medio para combatir la 
pandemia, uno de los pocos medios disponibles en la actualidad.
En Inglaterra
 el fin de las restricciones en Inglaterra está provocando un aumento de
 los casos de Covid 19, en Rusia crece el número de muertes (más de mil 
en un día) por complicaciones debidas al coronavirus. Debido a la 
incertidumbre de los datos oficiales sobre nuevos casos y muertes, The 
Economist se vio en la necesidad de hacer su propio modelo basado en un 
centenar de coeficientes correctores, el más importante de los cuales es
 el diferencial en el número de muertes entre el periodo de la pandemia y
 el anterior (The pandemic’s true death toll).
Hay que ser drásticos en el tema de las vacunas, contrarrestando las 
oladas de irracionalidad que afectan incluso a los círculos 
«comunistas». Incluso muchos que se llaman marxistas, olvidan que la 
ciencia no es adjetivable: no es burguesa ni proletaria, sino que es el 
nivel de conocimiento alcanzado en una época determinada. 
 
Traducción del informe del 28 de septiembre de 2021 del Grupo N+1
La teleconferencia del martes por la 
noche, a la que se conectaron 15 compañeros, comenzó comentando algunas 
noticias sobre la actual crisis energética mundial.
El aumento del precio de las materias 
primas es un hecho histórico ligado al desarrollo del capitalismo, que 
consume cada vez más energía a medida que envejece. Si bien es cierto 
que la energía consumida para la producción de cada producto individual 
disminuye, también es cierto que la masa de bienes producidos aumenta 
continuamente. En 2012, en el número especial sobre energía (revista nº 
31), escribimos sobre las tendencias de la producción de combustibles 
fósiles:
«A partir de 2020, la producción total 
de energía procedente de combustibles fósiles se contraerá con bastante 
rapidez. Teniendo en cuenta la creciente necesidad de energía debido al 
tumultuoso desarrollo del capitalismo en los países emergentes, está 
claro que esta tendencia supone un enorme desafío para la perpetuación 
del actual paradigma económico.»
El consumo mundial de materias primas 
puede representarse mediante una curva sigmoidal: tras un periodo de 
crecimiento, la curva tiene un punto de inflexión y finalmente asume una
 tendencia asintótica. Este patrón se aplica a casi todos los sistemas 
complejos, incluido el capitalismo, ya que el crecimiento de cualquier 
elemento no puede ser infinito. A estas conclusiones llegó también el 
«Informe sobre los límites del desarrollo» del Club de Roma, un
 estudio basado en el modelo Mondo3 que tenía en cuenta cinco 
parámetros: población, recursos minerales, recursos alimentarios, 
producción industrial y contaminación.
Directamente relacionada con el aumento 
del precio de las materias primas está la importancia de la renta, que, 
al seguir creciendo (es decir, al crecer la parte de la plusvalía 
dedicada a ella), se canaliza hacia la especulación financiera, 
afectando así a todos los sectores, desde el petróleo hasta el 
inmobiliario, y provocando desequilibrios cada vez mayores.
China ha llegado a producir mil millones
 de toneladas de acero al año, y en la última década ha construido 
ciudades para millones de habitantes, la mayoría de las cuales han 
quedado vacías. El ladrillo ya no salvará al mundo capitalista, como 
escribió The Economist hace unos años, sino que lo hundirá aún 
más (como demuestra la crisis del gigante inmobiliario Evergrande). 
Recientemente se ha informado de que varias provincias y distritos 
industriales de China están experimentando problemas de suministro de 
energía, y que decenas de fábricas se han visto obligadas a «enfriar» la
 producción. Sin embargo, no hay una única causa de esta situación, sino
 una combinación de causas: la rápida recuperación de la economía tras 
el cierre, responsable del aumento de la demanda de electricidad y, por 
tanto, de la subida de los precios del carbón, la escasez de materias 
primas debido al contratiempo en la cadena de suministro mundial (véase 
la escasez de contenedores), y los nuevos límites a las emisiones de 
dióxido de carbono impuestos por el gobierno chino.
En Italia persisten los rumores sobre 
una posible protesta de los camioneros en apoyo de la movilización 
contra el «pasaporte verde». Si se produjera un bloqueo, las 
consecuencias serían enormes, ya que en Italia el 80% del transporte de 
mercancías se realiza por carretera. En Inglaterra, tras el Brexit y la 
restricción de la entrada de trabajadores extranjeros, ha surgido un 
grave problema logístico debido a la escasez de transportistas, lo que 
ha provocado la escasez de combustible y, en algunos casos, la falta de 
productos de primera necesidad en las estanterías de los supermercados. 
El gobierno británico ha anunciado el uso del ejército para trasladar 
los camiones cisterna de las refinerías a las gasolineras.
Como hemos dicho a menudo últimamente, los cuellos de botella (congestión de procesos) pueden llevar a escenarios catastróficos.
Cuando se trata de sistemas complejos, 
las predicciones sólo pueden hacerse mediante modelos y sólo pueden ser a
 largo plazo. En los años 50, M.K. Hubbert formalizó por primera vez el 
curso temporal de los recursos minerales, que está bien representado por
 una curva de campana o curva de Gauss. Con notable perspicacia, el 
erudito estadounidense registró la relación entre la evolución de los 
precios en valor y la extracción en cantidades físicas. El pico de 
Hubbert es una curva de producción de petróleo determinada empíricamente
 y superpuesta a una curva de modelo matemático (logístico). Esta curva,
 además de dar indicaciones precisas de los precios que se formarán 
después de la producción, así como de demostrar la validez de la ley de 
la renta, obliga a los economistas a tener en cuenta que el modelo 
resulta ser compatible con todas las demás fuentes de energía, y les 
obliga a establecer una unidad de medida basada en la energía, la TEP, 
es decir, la tonelada equivalente de petróleo. De acuerdo con sus 
estudios, Hubbert propuso una sociedad basada en el cálculo de la energía intercambiada y no en el valor.
En la reunión de la redacción de septiembre, hicimos la última de una serie de presentaciones sobre el «Wargame».
Hoy en día, ciertas formas de ver la 
revolución son obsoletas. «Convertir la guerra imperialista en guerra 
civil», o «construir el sindicato de clase», son frases que no tienen 
contenido empírico. Son esquemas históricamente datados.
Ya a principios del siglo XX la consigna
 de transformar la guerra imperialista en guerra civil tenía poco 
sentido. Nuestra corriente, de hecho, sostuvo que la guerra debe ser 
detenida de raíz, de lo contrario el capitalismo se reestructuraría, 
involucrando principalmente al proletariado en este proceso. La forma y 
los medios de hacer la guerra han cambiado profundamente, el conflicto 
se ha convertido en algo extremadamente móvil en el que la logística y 
la electrónica desempeñan un papel primordial. El estudio de los 
wargames fue necesario para hacer formalizables los escenarios (modelos)
 que antes se trataban exclusivamente como subjetivos/cualitativos, y 
«juego de guerra» significa que se utiliza la teoría de juegos para 
resolver problemas de ataque, inteligencia, táctica y estrategia.
En lo que respecta al sindicato, hemos 
dicho que quien conquiste o establezca uno no tendrá más remedio que 
poner en práctica el sindicalismo corporativista, porque la necesidad de
 conseguir resultados en el marco histórico corporativista bloquea la 
acción sindical precisamente en el plano histórico.
La revolución necesita declaraciones 
claras y nítidas, sin neblinas que confundan las ideas. Hoy es necesario
 un trabajo de limpieza del lenguaje para quienes se sitúan en una 
perspectiva revolucionaria, también porque es impensable que pueda tener
 éxito un movimiento caracterizado por las viejas categorías políticas 
(véase el tercerinternacionalismo), trituradas por la historia.
La burguesía es hoy la clase dominante, 
pero va a tientas, no tiene ninguna teoría para entender su propio 
sistema y esto, a la larga, se convertirá en su perdición. De hecho, no 
son pocos los burgueses que capitulan ante el comunismo, lo que 
demuestra que la sabiduría de la futura organización comunista es real. 
El filósofo Maurizio Ferraris, por ejemplo, destaca algunas de ellas 
(«¿Se puede vivir sin trabajar?»). El capitalismo actual tiene mucha 
menos energía que el último asalto revolucionario porque los elementos 
del comunismo están cada vez más desarrollados. En esta situación será 
mucho más difícil tomar el poder pero mucho más fácil mantenerlo, dijo 
Lenin sobre una revolución en Europa Occidental, y nosotros lo decimos 
hoy para todo el mundo.  
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N+1. Informe de tele-reunión del 6 de julio de 2021 La tele-reunión del martes por la noche, a la que se unieron quince 
compañeros, se abrió con la noticia de la reducción de la semana laboral
 en Islandia.
Todo empezó con el programa piloto, iniciado en 2015 y concluido en 
2019, que involucró a 2.500 empleados estatales islandeses, contratados 
en guarderías, oficinas y hospitales. El experimento consistía en 
permitir a los trabajadores elegir un horario más corto que el habitual 
de 40/44 horas semanales, por el mismo salario. Los resultados han sido 
tan alentadores, tanto en términos de productividad como de descenso de 
los niveles de estrés y de mayor equilibrio entre la vida laboral y la 
personal, que el 86% de la población activa del país ha pasado a una 
semana laboral de 4 días.
La noticia del «éxito arrollador» de Islandia ha repercutido en 
muchos medios de comunicación, pero lo cierto es que la pequeña 
república nórdica no es la única, y mucho menos la primera en la lista 
de países que han tomado el camino de la reducción de la jornada 
laboral. Hace unos años fue Dinamarca la que empezó, estableciendo la 
semana de 33 horas, luego Finlandia anunció la abreviación de la semana 
laboral, y poco después el sindicato alemán IG Metall se hizo eco de la 
medida proponiendo la reducción, a petición individual, de la jornada 
laboral hasta 28 horas semanales durante un periodo de 24 meses. 
Experimentos similares al islandés se están llevando a cabo actualmente 
en varios países, como Gran Bretaña, España y Nueva Zelandia.
A estos intentos se suman las medidas de apoyo a la renta, que en 
diversas formas (renta básica, subsidios de desempleo, ingreso de 
ciudadanía, etc.) se están poniendo a prueba ahora en la mayor parte del
 mundo (véanse las noticias en el sitio web de BIN-Italia). La tendencia
 en curso nos remite a los puntos enunciados en la reunión de Forli de 
1952 (El programa revolucionario inmediato en el Occidente capitalista),
 en particular aquel que preveía la «reducción drástica de la jornada 
laboral a por lo menos la mitad de las horas actuales». En ausencia de 
un movimiento revolucionario que haga suyos estos elementos 
programáticos, es la propia sociedad la que se encarga de su 
realización, al menos en parte. Cuando decimos que el comunismo es un 
hecho material y no un ideal queremos decir justamente esto: más allá de
 los partidos en el gobierno o de los individuos en el poder, el proceso
 material avanza de forma imparable.
Sin embargo, en otros lugares la situación parece ser bastante 
diferente. Por ejemplo en Italia, donde la jornada laboral no se acorta y
 el tiempo de trabajo se confunde cada vez más con el tiempo de vida. 
Asistimos tanto a las anticipaciones del futuro (reducción de la jornada
 laboral) como a una explotación que persiste y se intensifica. Si en 
esta sociedad la interpenetración del tiempo de trabajo con el tiempo de
 vida implica que todo se convierta en tiempo de trabajo, en la sociedad
 futura no sólo será lo contrario, sino que la necesidad de distinguir 
entre ambos términos desaparecerá por completo. Vivimos en una sociedad 
de transición, en la que el capitalismo ya ha dejado de funcionar según 
sus propias leyes; y estamos atravesando fronteras que muestran las 
contradicciones cada vez más marcadas del actual modo de producción, tan
 eficaz para organizar un plan de producción como irracional para 
gestionar el hecho social.
La reducción del tiempo de trabajo y el pago de salarios a los 
desempleados (léase semana corta y renta básica) no son más que la 
manifestación superestructural de lo que ocurre en el fondo del 
capitalismo. Marx escribe en el Fragmento sobre las máquinas, contenido en los Grundrisse:
«El proceso de producción ha cesado de ser
 proceso de trabajo en el sentido de ser controlado por el trabajo como 
unidad dominante. El trabajo se presenta, antes bien, solamente como 
órgano consciente, disperso bajo la forma de diversos obreros vivos 
presentes en muchos puntos del sistema mecánico, y subsumido en el 
proceso total de la maquinaria misma, sólo como un miembro del sistema 
cuya unidad no existe en los obreros vivos, sino en la maquinaria viva 
(activa), la cual se presenta frente al obrero, frente a la actividad 
individual e insignificante de éste, como un poderoso organismo.»
Las máquinas, ese conjunto de instrumentos que se va ampliando, son 
la fuerza más adecuada para representar al Capital. Llevan la 
productividad a niveles astronómicos y transforman cada vez más 
rápidamente el elemento humano en un componente insignificante del 
proceso productivo global. El trabajo muerto se refuerza en detrimento 
del trabajo vivo y la burguesía se ve obligada, a fin de que no se 
arruine todo, a poner en marcha factores antagónicos a la caída de la 
tasa de ganancia, que a la larga se revelan sin embargo ineficaces.
Marx también nos dice que el empleo más adecuado del intelecto 
general no puede tener lugar en la forma capitalista, sino que sólo 
puede realizarse plenamente en una forma social superior.
«En la misma medida en que el tiempo de 
trabajo -la mera cantidad de trabajo- es puesto por el capital como 
único elemento determinante, desaparecen el trabajo inmediato y su 
cantidad como principio determinante de la producción -de la creación de
 valores de uso-; en la misma medida, el trabajo inmediato se ve 
reducido cuantitativamente a una proporción más exigua, y 
cualitativamente a un momento sin duda imprescindible, pero subalterno 
frente al trabajo científico general, a la aplicación tecnológica de las
 ciencias naturales por un lado, y por otro frente a la fuerza 
productiva general resultante de la estructuración social de la 
producción global, fuerza productiva que aparece como don natural del 
trabajo social (aunque [sea, en realidad, un] producto histórico). El 
capital trabaja, así, en favor de su propia disolución como forma 
dominante de la producción.»
El capital se niega a sí mismo a niveles cada vez más altos. Existe, 
al igual que siguen existiendo los Estados, la policía, los ejércitos, 
las empresas, etc., pero ¿sigue siendo la forma de producción dominante o
 es sólo un legado del pasado que está cediendo ante otra cosa?
Los pasajes de Marx que hemos citado son de alto potencial dialéctico, como decía Amadeo Bordiga (Trayectoria y catástrofe de la forma capitalista…).
 Aquí se concentran y sintetizan al máximo las reflexiones y análisis 
sobre la interpenetración de la antigua con la nueva forma social. 
Releyendo estas páginas, queda claro que Marx no es un político ni un 
filósofo, sino un científico que analiza y describe un devenir 
histórico, el de las sociedades de clase y su superación. La continua 
comparación entre dos aspectos del Capital, el aspecto del desarrollo 
técnico-industrial que domina cada vez más al trabajador y lo subsume 
dentro del proceso productivo succionando también sus habilidades 
manuales, y el aspecto de acumulación de todas estas habilidades en un 
gran cerebro social, nos recuerda que algunas categorías de n+1 ya están
 contenidas en n. El comunismo no es un hecho ideal sino el devenir de 
la transformación del proceso productivo, que de una simple agregación 
de trabajadores independientes se convierte, pasando por la 
socialización del trabajo, en un proceso científico capaz de invertir la
 praxis.
En los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Marx nos 
dice que este proceso no puede ser analizado únicamente desde el punto 
de vista social; debe ser estudiado desde el punto de vista general 
porque, en definitiva, es el devenir de la naturaleza. Nosotros, la 
especie humana, somos la naturaleza que piensa, que es como decir que la
 naturaleza ha producido al hombre-industria para así poder pensarse a 
sí misma. En el Capítulo sexto inédito de El Capital, 
partiendo de los rasgos permanentes de la producción y el valor, se 
define el complejo industrial como mediación histórica, como transición 
hacia un estadio social más evolucionado. La automatización será útil 
para el trabajo emancipado y es la condición de su emancipación.
La introducción de máquinas cada vez más potentes sirve para aumentar
 la explotación, es decir, para elevar la productividad del trabajo, 
pero en un determinado momento la alta automatización se convierte en su
 contrario, es decir, en la creación de masas de proletarios sin empleo.
 Los mismos medios de desarrollo que llevaron al capitalismo a su 
clímax, terminan llevándolo a su disolución. Esto es así, también, 
porque no es posible extraer tanta plusvalía de unos pocos trabajadores 
como de muchos, y de alguna manera hay que mantener a quienes se 
encuentran sin trabajo o se las arreglan con empleos precarios, de lo 
contrario estallan revueltas y se reduce el consumo.
La tele-reunión terminó con una breve mención al aumento de los 
contagios en Italia, o más bien al aumento del índice de 
transmisibilidad (Rt); a lo ocurrido en Canadá tras la ola de calor; a 
la producción de carne sintética y al aumento en el mercado de la venta 
de insectos para uso alimentario. Todo ello puede relacionarse con lo 
escrito en el artículo La pandemia y sus causas (nº 49 de la revista).