Contenido:
▪ Presentación
▪ Contra toda gestión del Capital
La gran ilusión: la autogestión
Perlas de la burguesía
▪ Argumentos en favor de la autogestión
Gallinas
▪ ¿Autogestión de la lucha?
Autogestión y lucha
Ideología de la producción
▪ El ejemplo argentino
Carta al proletariado en Grecia
▪ El ejemplo español
Perla del autogestionismo libertario
▪ Contra la gestión de lo existente
Autogestión y democracia
¡Comunidad!
¡Comunismo!
***
«[L]a crítica a la propuesta (y
la lucha) por una transformación gestionista de la sociedad es una tarea
urgente. En estos últimos tiempos de breves revueltas es presentada como la
salida más razonable. Lo hemos padecido en Argentina luego de los estallidos
sociales del 2001, sabemos cómo en Grecia desde el 2008 y otras regiones parte
del proletariado desesperado mira esa misma experiencia y quiere sacar
lecciones para llevar adelante la autogestión pero «aprendiendo de los
errores». En otros lugares, en cada momento de crisis, de cierre de lugares de
trabajo, de desempleo, de escasez, de reagrupamiento en las calles, vuelve a
deambular el cuerpo moribundo del capitalismo con el reluciente traje de la autogestión
atrayendo tras de sí cientos y miles de proletarios, llevándolos a morir para
continuar con vida.
No queremos apelar a presupuestos
moralizantes que aseguren que los proletarios individuales son mejores y más
honrados que los capitalistas individuales. El asunto es comprender que nuestras
conductas están completamente determinadas por el modo de producción
capitalista y que, por lo tanto, hay que acabar con este modo de producción que
nos reproduce a imagen y semejanza.
El Capital domina hasta el más
recóndito aspecto de la reproducción social y lo pone a trabajar para sí mismo.
De esta manera, millones de proletarios no solo se sienten identificados con
“su” trabajo sino que se enorgullecen de él. Y confunden sus necesidades con
las del Capital, interiorizando de tal modo la relación social capitalista que
incluso cuando quieren luchar contra lo que perciben los explota y oprime
continúan reproduciéndolo.
El discurso dominante y la rutina
capitalista cotidiana ha “integrado” a los explotados en tal grado que estos
suponen resistir al comercio justamente comerciando. Muchos proletarios
descontentos suponen luchar ¡mediante el trabajo, la producción de mercancía,
la circulación de dinero, la valorización de la vida en general! Tal es así
que, cuando criticamos el modo de producción capitalista en su fachada autogestionista,
se sienten profundamente ofendidos y atacados. A tal nivel de fusión capitalista
hemos llegado.
Si nos disponemos a debatir abiertamente a la propuesta de la
autogestión es porque hubo y hay espacios compartidos, no solo de lucha sino de
mera subsistencia.
En dichos ámbitos, aunque no sea
la regla, podemos encontrarnos proletarios en una sintonía común, con la
intención, al menos incipiente, de cambiar la vida e integrar distintas esferas
de la vida cotidiana que se hallan profundamente separadas. Aunque para cambiar
la vida, evidentemente, no se trata de unir lo separado.
Naturalmente ningún oprimido
puede oponerse a ganar algunos billetes para la supervivencia por fuera del
trabajo bajo relación de dependencia, fuera de las órdenes de un jefe, sea como
actividad principal o complementaria, solo o con más personas. Quienes hacemos
esta publicación lo hemos hecho, lo hacemos y lo seguiremos haciendo. Pero del
mismo modo que cuando trabajamos bajo un salario no reivindicamos el trabajo asalariado
por ser el modo de subsistencia, o por ser la “escuela” de explotación y, por
tanto del rechazo al trabajo; no podemos reivindicar la autogestión, ni las
cooperativas, ni el trabajo denominado autónomo e independiente (de qué, nos
preguntamos). Menos aún podemos aceptar que mediante el trabajo y la adaptación
al sistema se lo esté combatiendo.
Luchemos contra la sociedad de
clases para dejar de ser proletarios, para no organizarnos nunca más en torno a
la mercancía, para no relacionarnos a través del intercambio, para no ser
cosificados, para constituirnos en comunidad humana.
[…]
La sociedad plenamente
autogestionada será quizás la última promesa que estaremos obligados a desechar
el proletariado en un estadío avanzado en la lucha para dejar de serlo. Se nos
presentará como la salida al Capital sólo para poder conservarlo, se nos
presentará como comunidad para alejarnos de ella. Por lo tanto, es en la misma
práctica social de la lucha que deberemos escoger entre autogestión de lo
existente o comunismo, entre una sociabilización a través de la mercancía o comunidad
humana.
Tras la coartada de un supuesto
realismo y la exigencia de “propuestas concretas” se esconde un chantaje
ideológico: la justificación para defender el orden existente. Del mismo modo
que se trafica el conformismo en nombre del antisectarismo y el antidogmatismo.
Lo real y concreto es la necesidad de acabar de una vez y para siempre con el
capitalismo, sin sectarismo ni dogmas ni con sus falsas contestaciones. Nuestra
lucha no es sectaria sino social y surge no de un dogma o un conjunto de principios
detallados en una plataforma sino de estas condiciones materiales de existencia
y la necesidad de suprimirlas.
En cada discurso conformista
subyace una necesidad de garantías que expresa brillante, aunque tímidamente,
la incapacidad de pensar más allá de lo existente. Ese más allá no es irreal,
surge de este mismo mundo, de sus contradicciones, de la acción social
revolucionaria. El reformista y conformista de hoy llamaría sectario y utópico
a quienes en el pasado lucharon por lo que él hoy mismo defiende y supone
eterno. El conformista ignora la historia. El conformista no reconoce fronteras
entre su compromiso político y la forma que tiene de ganar dinero, es impotente
para comprender que lo que suele expresarse discursivamente surge de razones
materiales concretas. Piensa y actúa de acuerdo a sus propias razones comerciales.
Es por esto que decimos que los autogestionistas y cooperativistas defienden el
orden existente y se oponen a la realización de la comunidad humana cuando
ponen su comercio por delante.
[…] Cuando expresamos la necesidad de
destruir el Capital, hacemos referencia a un espacio físico y temporal, una
relación social totalitaria donde la actividad humana se ha transformado en
trabajo y este se ha abstraído y autonomizado, volviéndose una fuerza opresora contra
nosotros mismos.
“El comunismo no suprime al
Capital para devolver las mercancías a su estado original. El intercambio
mercantil es un vínculo y un logro, pero es un vínculo entre partes
antagonistas. Su desaparición no supondrá un retorno al trueque, esa forma primitiva
de intercambio. La humanidad ya no estará dividida en grupos opuestos o en
empresas. Se organizará a sí misma para planificar y usar su herencia común y
para compartir obligaciones y disfrutes. La lógica del compartir reemplazará a la
lógica del intercambio.” (Les Amis de 4 Millions de Jeunes Travailleur, Un
mundo sin dinero)
[…]
Por eso cuando nos referimos a la
revolución insistimos principalmente con su contenido social y en que no se
trata de tomar este mundo tal cual está, desplazando a los “parásitos” como han
mostrado la mayoría del marxismo y del anarquismo, por no hablar de ideologías
ya completamente suscritas al orden dominante. Una revolución social debería
poner en cuestión todo nuestro mundo desde el primer momento, y no solo luego
de un indefinido período de transición. Contra eso el movimiento revolucionario
debe imponer medidas abiertamente comunistas en lo inmediato, “no solo por el propio
mérito intrínseco de tales medidas, sino también como forma de destruir las
bases materiales de la contrarrevolución. Si después de una revolución se
expropia a la burguesía pero los trabajadores siguen siendo trabajadores que
producen en empresas separadas y dependen de su relación con su lugar de
trabajo para subsistir y seguir intercambiando con otras empresas, entonces
importa muy poco que ese intercambio sea “autogestionado” por los trabajadores
o sea dirigido de forma centralizada por un “Estado obrero”: el contenido
capitalista seguirá ahí, y tarde o temprano el papel concreto o la función de
capitalista se reafirmará. Por el contrario, la revolución como movimiento
comunizador destruiría (dejando de constituir y de reproducirlas) todas las
categorías capitalistas: el intercambio, el dinero, la mercancía, la existencia
de empresas separadas, el Estado y –lo más fundamental de todo— el trabajo
asalariado y la propia clase trabajadora.” (Endnotes, nro. 2, Comunización y teoría
de la forma–valor)»
Relacionado - Bloque de Cuadernos de Negación dedicados a la Crítica de la Economía:
N° 9: Contra la Economización de la Vida
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