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23 de diciembre de 2020

Teoría comunista telegráfica

Humanaesfera. Brasil, marzo de 2018: http://humanaesfera.blogspot.com/2018/03/propriedade-privada-capital.html

 

1
Tenemos capacidades y necesidades.

2
Sin una separación entre nuestras capacidades y nuestras necesidades, es imposible comprar y vender.

3
Comprar y vender presupone la privación de los medios por los que nuestras capacidades satisfacen nuestras necesidades. Esta privación es propiedad privada, lo que nos convierte en proletarios.

4
La propiedad privada asegura (gracias a la fuerza represiva del Estado) una situación de escasez continua, de tal manera que la compra y venta se da de forma continua y sin fin.

5
La separación entre nuestras capacidades y nuestras necesidades se convierte en una relación en la que solo podemos vender lo único que nos queda -nuestra capacidad de pensar y actuar, la fuerza de trabajo- a los dueños de propiedad privada si queremos recibir dinero para pagar cosas que necesitamos para sobrevivir (salario). Pero no todo es tan desolador, ya que la propiedad privada también ofrece la libertad de elegir otra opción: convertirse en mendigo, vivir en la calle, morir de hambre, ir a la cárcel...

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Cuando vendemos nuestras capacidades (es decir, cuando nos vendemos en el mercado laboral), el trabajo y todo lo que producimos con nuestro trabajo pertenece a la propiedad privada. Cuanto más trabajamos, más aumentamos la propiedad privada, es decir, cuanto mayor es la brecha entre nuestras capacidades y nuestras necesidades, más se nos priva de los medios de vida y más estamos sujetos al poder de los propietarios.

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A medida que trabajamos, transformamos cada vez más todos los aspectos del mundo en propiedad privada. Cada vez más privados del mundo mismo en el que vivimos, cuanto más somos expulsados ​​de este mundo, utilizados y arrojados a la calle, a la cuneta, solo para ser consumidos de nuevo, descartados de nuevo, etc., somos el proletariado, la abrumadora mayoría de la población de mundo. La propiedad privada que gracias a nuestro propio trabajo se acumula cada vez más como un poder hostil cada vez más poderoso e inhumano contra nosotros, se llama capital.

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Consumidos, usados, agotados, estresados, irritados, mutilados, ansiosos, deprimidos, viviendo siempre de un hilo, estamos continuamente en oposición existencial y material al capital, sin importar nuestra voluntad, opinión o conciencia. Estar privado de propiedad, ser proletario, no es una condición que elijamos, es una condición que impone la existencia de la propiedad privada, de las mercancías, del capital, del Estado. Esta continua oposición existencial al capital es el conflicto que está en el corazón de la sociedad capitalista en todo el mundo: la lucha de clases.

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La clase dominante (empresa privada o estatal, burócratas, directivos ...) lucha por desviar y canalizar las insatisfacciones de los proletarios dirigiéndolos contra otros proletarios (ya sean compañeros de trabajo, desempleados, vecinos, proletarios de otra empresa, de otro país), otro barrio, otro color de piel, opinión, forma de nariz, sexo, costumbres, género, lengua, gusto, equipo de fútbol...), por lo que estos, como chivos expiatorios, son la causa de sus sufrimientos (estrés, agotamiento, irritación, miedo a ser descartado en la competencia, hambre, depresión, violencia, esclavitud, desamparo), sufrimientos que en realidad son provocados por la existencia de la propiedad privada, el trabajo, el capital. En la competencia entre proletarios por someterse a la propiedad privada (es decir, la clase dominante y el Estado) a cambio de supervivencia, encuentran a los otros proletarios como enemigos de facto, competidores reales que obstaculizan su difícil esfuerzo por sobrevivir en el perro mundo de la propiedad privada.

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Como la clase dominante ha salido victoriosa en la lucha de clases hasta el día de hoy (de lo contrario, la sociedad capitalista, el trabajo, la propiedad privada y el Estado ya se habrían superado), la situación antes descrita es la situación "normal" que necesariamente predomina con escándalo mientras la sociedad capitalista se perpetúa, una situación en la que no hay clases, sino sólo "ciudadanos" en una competencia infernal por la supervivencia, por las propiedades y por el capital. Sin embargo, esta es solo la apariencia más superficial: en realidad, los proletarios, independientemente de su voluntad, conciencia u opinión, luchan sin cesar para trabajar lo menos posible y para que todo lo que necesitan sea lo más libre [gratis] posible, en oposición directa a los dueños de la propiedad privada, que luchan (también independientemente de su voluntad u opinión) para que los proletarios trabajen al máximo (aumentando la propiedad privada, es decir, la privación de la propiedad, del capital y de su poder de clase dominante) y para que todo sea lo más caro posible pagándoles el salario mínimo que puedan. Este conflicto, la lucha de clases, constituye el núcleo esencial de la sociedad capitalista en todo el mundo, un conflicto que el capital se esfuerza por poner fin en todos los sentidos (desde el "Estado de Bienestar" hasta la masacre) pero no puede.
 

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Esta lucha que los proletarios ya están librando continuamente contra el capital en todas partes de la sociedad capitalista sólo puede triunfar si ellos, en su praxis concreta, logran destruir lo que separa sus capacidades de sus necesidades, es decir, si abolen la propiedad privada de los medios de vida y de producción, suprimiendo el trabajo, las mercancías, el Estado y el capital. Para eso, es necesario que se comuniquen y actúen asociativamente a escala mundial, confraternizando entre sí contra "sus" clases dominantes en todas partes, suprimiendo rápida y simultáneamente todas las fronteras, propiedades privadas, empresas, empleos, desempleos, Estados, naciones, identidades (que no son más que estereotipos), en fin, que destruyan todas las condiciones que los coaccionan, contra sí mismos, a unirse con propiedades privadas y Estados, los cuales siempre están en competencia y guerra entre sí para que los explotados puedan sacrificarse y sacrificarse unos a otros para defender a sus propios explotadores.

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Tal confraternización y asociación sin fronteras de los explotados que destruye simultáneamente la sociedad de clases en todo el mundo es imposible y sin sentido si no es al mismo tiempo la apasionada creación universal (es decir, cosmopolita) de las condiciones materiales en las que la afirmación práctica de las necesidades y capacidades de cada uno, es decir, la libertad de cada uno, ya no se coacciona para limitar o privar la libertad de los demás (y de uno mismo) como ocurre bajo la propiedad privada (por eso siempre es sinónimo de Estado, policía ...), sino, por el contrario, donde la libertad de cada uno se multiplica cuanto mayor es la afirmación práctica de las capacidades y necesidades de todos los demás, mayor es la libertad de todos los demás, la inmensa riqueza que es la existencia de toda la humanidad, es decir, de la comunidad humana mundial. El movimiento mundial en el que el proletariado afirma libremente las necesidades y capacidades humanas, imponiéndolas dictatorialmente contra la dictadura del capital, el dinero, la propiedad privada y el Estado, es el comunismo.

16 de octubre de 2020

El teletrabajo enajenado

Vamos Hacia La Vida. Santiago de Chile, junio de 2020

«En las últimas décadas, como consecuencia del desarrollo de la automatización y de la microelectrónica, el teletrabajo venía anunciándose cada vez más como la forma de trabajo por excelencia de un futuro que parecía lejano, pero que hoy aparece bajo la forma de un presente cada vez más catastrófico. En efecto, la pandemia mundial de coronavirus –una manifestación particular de la debacle ecológica mundial actualmente en curso- ha puesto a teletrabajar a millones de seres human@s. Este proceso de artificialización sin precedentes en la historia del trabajo alienado, no debe ser tomado como una medida excepcional que prontamente será abandonada una vez que se retorne a la “normalidad”. En primer lugar, porque esa normalidad jamás volverá -ya se perfila en todos los Estados del mundo occidental el neologismo “nueva normalidad” como la referencia por excelencia a la militarización de la sociedad y al trabajo a distancia-, y, en segundo lugar, porque la generalización del teletrabajo era un proceso que venía desarrollándose progresivamente hace al menos una década, y que hoy ha recibido un empujón debido al contexto de crisis mundial. El teletrabajo no tiene nada de anormal, sino que es parte de una tendencia histórica inmanente a la producción capitalista: el reemplazo del trabajo vivo por maquinaria, una tendencia histórica del capital que convierte al trabajo humano en un elemento cada vez menos determinante en la producción material al lado del desarrollo de la ciencia y de la tecnología que domestican las fuerzas naturales.

En el teletrabajo vemos una agudización de todas las características propias de la producción mercantil[1]: 1) la degradación de la totalidad del mundo humano objetivo e histórico a la abstracción, la reducción de todos los productos de la actividad humana, y la actividad humana misma, a valor. 2) Lo físico, lo material y sensible, como envoltorio de lo suprasensible y, por consiguiente, la inversión de lo real: la especie humana esclava de sus propias creaciones. 3) El trabajo privado, desvinculado de la comunidad y realizado, por tanto, sin tener como objetivo la satisfacción de necesidades humanas sino la producción de valor, aparece y se presenta a sí mismo como trabajo directamente social. En resumen: la mercancía como organizador universal de la sociedad bajo la forma consumada del dinero y del capital, es decir, del valor que se valoriza a sí mismo. En nuestra época, se ha realizado empíricamente la comunidad material del capital a escala planetaria, y ya preparándose para traspasar en las próximas décadas la frontera que separa al planeta tierra de los planetas, satélites y asteroides más cercanos. El principio del fetichismo de la mercancía, que convierte a los seres humanos en simples cosas, y que termina por humanizar a las mercancías, encuentra su realización plena en una sociedad en que un número creciente de actividades pueden realizarse “a distancia”. 

[...]

¿Quiénes son l@s capitalistas, sino estas personas que hacen imposible nuestra vida? Millones de personas día a día se levantan de sus camas a freír sus ojos frente a las computadoras, o a arriesgar la salud y la vida en vagones de transporte atochados. No nos conocemos, aún, pero tod@s compartimos el mismo cansancio, la misma ansiedad, la misma desdicha de vivir en un cuerpo y en un mundo que no nos pertenece, pero que creamos cotidianamente sin descanso como una potencia extraña que se vuelve cada vez más amenazante para nuestra supervivencia. En otras palabras, en nuestras casas o en la calle, en el teletrabajo o repartiendo comida en motos, tenemos en común el que nuestra vida se mueve por los hilos invisibles del dinero, el poder inhumano del capital. Y es por ello que l@s capitalistas ven en nosotr@s nada más que números, gráficos, estadísticas impersonales con las cuales se puede hacer lo que se quiere, seres inesenciales a la espera de morir por esta pandemia o la siguiente para descongestionar la asistencia pública y liberar capitales para l@s grandes empresari@s. Ell@s no nos conocen, no saben nuestros nombres, pero administran empresarialmente nuestra vida y, por tanto, son los artífices concretos de nuestra miseria. En este sentido, podemos afirmar que su dominio sobre nuestra existencia siempre ha sido “teletrabajo”, en la medida en que toda la vida cotidiana y nuestros movimientos están condicionados a distancia por la necesidad material de trabajarles para sobrevivir. El trabajo asalariado ha sido siempre, por esencia, no sólo la creación de su riqueza, sino también la creación activa de nuestra propia miseria.

Ahora bien, como puede desprenderse del análisis realizado más arriba, aunque los capitalistas no suelen distinguirse por su amor a la humanidad y al bienestar de la naturaleza, ello se debe no a una “maldad natural” en ell@s, sino a su condición de ser personificaciones de una lógica abstracta que hace aparecer al capitalista como sometido exactamente a la misma servidumbre respecto a la relación del capital, de la lógica de la valorización, aunque de otra manera, que l@s proletari@s. De todas formas, la crítica radical permite entrever que efectivamente los rasgos narcisistas necesarios para triunfar en la competencia mercantil -hoy generalizados a l@s miembr@s de todas las clases-, se acentúan en l@s capitalistas y sus servidor@s armad@s hasta el punto de llegar a lo que la “psicología”[6] actual denomina como psicopatía. No obstante, tal como Marx en su tiempo, debemos evitar el recurso al psicologismo y, por tanto, a la moral, para explicar la realidad social e histórica. El capitalismo no es una conspiración de un grupo de poderosos, sino un sistema social e histórico que aliena el metabolismo social de la especie, y que convierte al valor y su acrecentamiento constante en el principio motor de toda la sociedad, de lo que se derivan las terribles consecuencias que su desarrollo conlleva para la humanidad y la tierra.

No obstante, cada vez que Piñera, Trump, López-Obrador, Sánchez o Bolsonaro transmiten las cifras de l@s muert@s que acumula la gestión capitalista de la crisis, es seguro que en millones de proletari@s corre por las venas una furia vengativa, una rabia sin nombre, especialmente cuando la muerte toca el propio hogar. Sin embargo, una cosa es clara: si bien l@s capitalistas y sus sicari@s merecen estar colgad@s en una plaza pública para ser objetos de escarnio popular, nuestra emancipación no se trata simplemente de exterminar físicamente a nuestr@s enemig@s de clase -la autoemancipación de la especie humana no es una venganza-, sino en emanciparnos de las relaciones sociales que permiten la aparición y el dominio de l@s capitalistas. En otras palabras, abolirnos como proletari@s, abolir la actividad creativa como creadora del capital y de la propiedad privada. Mientras [tele]trabajemos para comprar nuestra vida, mientras que debamos [tele]trabajar para vivir, y vivir para pagar la vida jamás será realmente nuestra vida.

[...]

Todo lo dicho hasta aquí tiene consecuencias prácticas para el movimiento de negación radical dentro de esta sociedad, puesto que nos estamos adentrando en una época de reestructuración capitalista mundial donde la cuarta revolución industrial -cuyos adelantos tecnológicos van a acelerar la expansión del teletrabajo-, la atomización, el aislamiento y la hipervigilancia irán de la mano con la destrucción de proletari@s y máquinas. Desde el 2008, se ha hecho cada vez más difícil para el capital mundial recuperarse de las crisis, y solamente lo ha logrado mediante el recurso al desarrollo del capital ficticio. Dado que es imposible establecer mecanismos de mercado que compensen la producción declinante de valor, la crisis del capitalismo ficticio nos aboca a un período histórico caracterizado por dos grandes posibilidades: el colapso del capitalismo producto de la autoemancipación de la humanidad proletarizada, o el despliegue efectivo de la contrarrevolución y la superación del capital de la “frontera espacial”. Estamos viviendo transformaciones profundas en el metabolismo socialmente alienado de la especie, y en este nuevo escenario histórico la generalización del teletrabajo y la degradación hasta lo aberrante del trabajo asalariado presencial serán una tendencia histórica dentro del contexto de las necesidades actuales del capital, las cuales se realizarán, evidentemente, a costa del sacrificio de millones de personas. Es una tarea necesaria del proletariado dilucidar nítidamente el carácter real de la contrarrevolución de nuestro tiempo, y prever las tendencias del futuro inmediato. El punto de partida de esa crítica radical será el esclarecimiento del momento histórico que actualmente nos contiene -una tarea a la que este escrito pretende contribuir-, y la crítica implacable de las debilidades y límites de la revuelta proletaria comenzada en octubre de 2019 en la región chilena y, por consiguiente, del ciclo de revueltas mundiales en el que se insertó.» 

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3 de septiembre de 2020

Bordiga y la pasión del comunismo

Jacques Camatte. Invariance (Francia, 1972)


«Los hombres son producto de su época: algunos son aptos para representarla, porque la invarianza de su pensamiento se sobrepone a la ideología de la clase dominante o expresa las acometidas de la clase dominada; otros la dominan, porque son capaces de percibir los momentos de discontinuidad a partir de los cuales comienzan las nuevas fases del devenir de un modo de producción dado —máxime los nuevos modos de producción. En el primer caso tenemos el pensamiento de lo continuo; en el segundo, el de lo discontinuo. En otras palabras, tenemos el pensamiento tradicional —en sentido no peyorativo— y el revolucionario. Raros son los hombres aptos para pensar según las dos modalidades, ya que no se trata de una dualidad que forme una yuxtaposición espacial, sino que es una dualidad contradictoria. Con mucha frecuencia, el pasado, la tradición, pesan como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos e impiden el surgimiento, la irrupción del presente y del futuro —que operan sin embargo en la realidad— en el pensamiento. Esto es verdad tanto en periodos de calma social como en periodos de turbulencias revolucionarias, favoreciendo los primeros más la expresión tradicionalista, y los segundos más la expresión revolucionaria. 
 
A. Bordiga expresó perfectamente las ideas dominantes del movimiento comunista tal y como se desarrolló tras la revolución rusa y, al mismo tiempo, ha expresado lo que es este movimiento convertido en diafragma ideológico: el devenir real, es decir, no interpretado por el bolchevismo o el leninismo, de la sociedad. Pero su lucha contra las deformaciones leninistas, trotskistas y estalinistas inhibió finalmente su investigación. Su voluntad de no innovar ni un punto, de limitarse a comentar, de probar que todo había sido ya explicitado, le hizo permanecer dentro de sus límites. No es uno de esos hombres que dan el pego porque consiguen presentarse como siendo más de lo que son o porque las condiciones históricas les han permitido ir como más allá de sí mismos, llenándose de una sustancia que no les es propia. Bordiga fue todo lo contrario. Él se limitó voluntariamente, no produjo lo que potencialmente tenía en sí mismo. Por ello su obra, que está orientada al futuro, fue inhibida o enmascarada por una especie de hermenéutica revolucionaria. Frenó constantemente su voluntad de definir la especificidad de la época en que la dominación del capital se fortalecía aún más. De ahí, considerado a posteriori, el carácter trágico de su existencia.

Esta hermenéutica no se preocupa tanto de evidenciar el sentido oculto de palabras y textos, como de restablecer el vínculo exacto entre proletariado y teoría, vista como un conjunto de leyes que rigen el devenir de la humanidad hacia el comunismo, así como su descripción; es necesario, para Bordiga, desbaratar los falsos sentidos acumulados y los contrasentidos que fundan todas las desviaciones de la lucha proletaria. Gracias a la teoría, la conciencia inmediata de la clase puede tomarse en bloque y arraigarse, por así decirlo, de forma instantánea. Por desgracia, la simple hermenéutica no puede bastar cuando hay que vérselas con la novedad. Ahí está lo complicado. Estudiar esto último puede llevar a un enriquecimiento de la teoría. Ahora bien, dado que la causa sería aquí una persona bien determinada, habría aún la posibilidad de personalizar y de dar un nombre a un complemento teórico. Es necesario eliminar la persona en tanto que sujeto. El partido es el único órgano que debe y es capaz de llevar a buen término la tarea de clarificación y de enriquecimiento —en un sentido bien delimitado. Es por ello que sólo en el momento en que el partido comunista internacional tomó una cierta importancia (aunque siempre fuertemente minoritaria), Bordiga salió un poco de su hermenéutica. [...]

Es después de la segunda guerra mundial cuando Bordiga afronta de manera más detallada la periodización postcapitalista e intenta definir de forma más incisiva qué es el comunismo:
Pasando por encima todo el ciclo, el comunismo es el conocimiento de un plan de vida para la especie. Es decir, para la especie humana.[19]

Bordiga reafirma aquí otra constante común a K. Marx y a todos aquellos que operan con la ayuda de la teoría producida por este último.

Nuestra fórmula es abolición del salariado; hemos demostrado que la fórmula de abolición de la propiedad privada de los medios de producción, es una simple paráfrasis…[20]

El socialismo se encuentra enteramente en la negación de la empresa capitalista, no en su conquista por parte del trabajador.[21]

Después la polémica que se abre de nuevo en el seno del Partido Comunista Internacional sobre la naturaleza social de Rusia y su devenir, obliga a retomar la sucesión de estadios entre capitalismo y comunismo dada por K. Marx en la Crítica al Programa de Gotha. Sin embargo, en aquel momento hay algo más: un intento de tomar en consideración el desarrollo excepcional del capital desde el comienzo del siglo XX. [...]

En el Diálogo con los muertos no se retoma el estudio de las fases postcapitalistas. Pero es a partir del momento de la publicación de este texto cuando se pone en primer plano el teorema siguiente: el socialismo no se construye. Desde entonces no se trata ya de refutar a Stalin o a sus sucesores respondiendo negativamente a la pregunta de si existe el socialismo en la URSS, sino de destruir la base misma de esta pregunta. Construir el socialismo es una afirmación de un claro estilo utopista que evoca irresistiblemente las diversas propuestas de construir la radiante ciudad. Esta implica un plan preestablecido, concebido y conocido únicamente por algunos jefes, algunos genios, etc. En realidad el comunismo se desarrolla a partir de elementos que ya existen en el modo de producción capitalista y sólo la actividad de los proletarios al abatir el capitalismo permitirá el devenir del comunismo hacia su plenitud. El partido, para Bordiga, es en esta corriente una fuerza que guía; aquél dirige un proceso que no ha creado y sobre todo se opone a las direcciones que querrían desviar la generosa fuerza del proletariado.[...]

A partir de ahora se queda manifiesto que no se puede considerar el movimiento hacia el socialismo a partir de los estadios indicados por K. Marx. Hay que determinar cómo de hecho el capital ha realizado el estadio de transición y en cierta medida el socialismo inferior. Para realizar esta tarea, evidentemente hay que hacer referencia a la obra de K. Marx, partir de los Grundrisse y del libro III del Capital.

De la misma forma, Bordiga pudo asentar de forma aún más sólida su antimercantilismo, varias veces afirmado en los periodos anteriores, por ejemplo en la reunión de Nápoles de 1952, Carattere non mercantile della società socialista [Características no mercantiles de la sociedad socialista], donde hizo un comentario del capítulo sobre el carácter fetichista de la mercancía que habría de renovar en diversas ocasiones. [...]

Actualmente todo es capital y, en consecuencia, hablar de mercantilismo se muestra como una concesión al pasado. Se puede replicar que Bordiga lo considera como fundamento del capital y no de forma autónoma. Es verdad, pero en tal caso esa condena padece de operar únicamente en la negatividad: definición del comunismo como sociedad no mercantil. En cambio, cuando comenta las notas de K. Marx a la obra de J. Mill, Bordiga supera esta negatividad y se eleva a una visión de la totalidad. El comunismo no conoce ni intercambio ni obsequio —añadimos nosotros—, porque el obsequio no es más que un intercambio diferido o todo lo más un momento inicial de éste.
 
Bordiga denuncia de nuevo la producción por la producción, el eslogan según el cual el socialismo se caracteriza inmediatamente por el incremento de las fuerzas productivas, el mito de la producción, el del crecimiento indefinido del PIB —que tiene como consecuencia la peor esclavitud de los hombres—; y define en antítesis el comunismo como el modo de producción en que «el objetivo de la sociedad no es la producción sino el hombre». Ello le condujo inevitablemente a retomar su tesis de que el consumo se convierte en consumo para el hombre y que, correlativamente, surge la urgencia de regenerar la especie, de desintoxicar a los hombres.
 
La condena de la sociedad del capital reclamaba el estudio de los modos de producción anteriores; la puesta en evidencia, tras Marx, de su superioridad sobre nuestra sociedad, imponía un nuevo enfoque del comunismo primitivo definido como comunismo natural, en cierta forma mito y poesía social. [...]

Simultáneamente, señalando el despojo sufrido por el hombre a lo largo del desarrollo de las sociedades de clase, Bordiga fue llevado a reconsiderar el vínculo de la ciencia moderna con la antigua y con otras formas de conocimiento humano, como el arte y la religión. Se vio aún más reforzado su interés en los mitos, que no fueron abordados desde la óptica reduccionista de un estúpido materialismo histórico, sino como potentes expresiones del deseo de los hombres por recomponer su comunidad y de ir más allá de los límites que les imponía el surgimiento de las sociedades de clase. En cuanto a los mitos surgidos en el seno de sociedades no clasistas, éstos eran testigos de una alta concepción del vínculo del hombre con la naturaleza. Puede tomarse como ejemplo el mito de la inmortalidad. Con el advenimiento de las clases, el hombre queda reducido a un individuo, a una partícula aislada, y sufre íntegramente el peso de este aislamiento-soledad; la muerte aparece como la realización perfecta de dicha soledad-separación, por lo que hay que combatirla mediante la certeza de un más allá donde se recree la comunidad, espejismo que le permite mantener su continuidad. Para el hombre de la sociedad futura, la inmortalidad ya no está situada en un más allá de la muerte, sino al interior de la vida de la especie, de la cual el individuo ya no está separado porque el hombre social es al mismo tiempo Gemeinwesen o Comunidad Humana [29]. [...]

Para Bordiga la revolución, como el arte, es intuición; por ello no conoce compromisos, sino que es una acometida fulgurante que debe trasformar todo para llegar a su objetivo. Sin ella no hay anticipación. En los periodos de repliegue, contrarrevolucionarios, la tarea es mantenerse a la altura de la anticipación. De ahí la proposición revolucionaria —revolucionaria porque echa abajo la vieja perspectiva— de «el marxismo es una teoría de la contrarrevolución», ya que se trata de mantener la línea del futuro cuando todo el desarrollo social en acto la niega de forma inmediata. Por otra parte, cuando la acción ya no está ahí, sólo un pensamiento reflexivo e intenso puede reencontrar lo que la actividad de las masas había sabido descubrir tras su generoso impulso. Correlativamente nace entonces la posibilidad de que, como consecuencia, los pensadores se tomen por los inventores, por los autores de los descubrimientos arrancados por la multitud de hombres en lucha contra la clase adversaria, contra el orden establecido. En el momento en que destruye este orden, la clase explotada crea el campo en que podrá manifestarse la nueva visión, la comprensión del nuevo organismo social. La anticipación implica destrucción de todo lo que inhibe. La teoría permite mantener en los periodos de reacción la continuidad revolucionaria, en la medida en que mantiene un potencial negador del campo de inhibición histórico-social. 
 
He aquí lo que explica la aparente contradicción del comportamiento de Bordiga al afirmar la primacía de la teoría y exaltar al tiempo la actividad de los hombres incultos, frustrados, ignorantes, los proletarios, los representantes de la no-cultura, los únicos aptos para llevar a cabo la revolución. [...]
 
La contrarrevolución opera destruyendo las fuerzas revolucionarias representadas por agrupamientos de hombres, por partidos; a continuación lleva a cabo desde arriba, despacio y mistificándolas, las reivindicaciones de estos últimos; cuando su tarea está terminada y la revolución regresa inevitablemente, sólo puede ralentizar el proceso revolucionario sumergiendo a los nuevos revolucionarios en el discurso reencontrado de la época anterior. Así éstos, en lugar de esforzarse por comprender la realidad, creen ser más revolucionarios porque reactivan los temas y las consignas de sus ancestros de hace 50 años. Los revolucionarios con ojos de anticuarios no pueden ver en el movimiento actual más que las luchas del pasado. Es el momento del adorno floral, consistente en regresos diferentes a las diversas corrientes del periodo de principios de los años 20, como puede constatarse actualmente. Es indudable que también habrá un regreso intensivo a Bordiga debido a su descripción del comunismo, pero un simple regreso erraría su objetivo, ya que Bordiga no puede dar una visión global, adecuada; ha vivido el paso del capital de su dominación formal a la [dominación] real, y ha conocido los movimientos revolucionarios que se desarrollaron en el curso de esta transformación. Esto le marcó unos límites: imposibilidad de cortar irrevocablemente con el pasado —la III Internacional y sus secuelas—, incapacidad de delimitar correctamente el devenir del nuevo movimiento revolucionario, no reconocimiento de sus primeras manifestaciones a la sazón de los acontecimientos de mayo de 1968. No tener en cuenta esto sería traicionar la pasión de Bordiga y la nuestra, que obligatoriamente debe alcanzar su objetivo: el comunismo.» 
 

2 de abril de 2020

Los títeres del Capital

Grupo Barbaria 
1 de abril de 2020
(Una crítica comunista de las teorías de la conspiración en tiempo de coronavirus)
Hay de todo y para todos los gustos. En uno de los extremos están las versiones más espectaculares, en las que Trump habría introducido el coronavirus en China con ánimo de ganar la guerra comercial. O China lo habría hecho para extenderlo a otros países, recuperarse de la crisis sanitaria la primera y dominar el mundo. O habrían sido directamente los gobiernos en sus propios países, preocupados por la cuestión de las pensiones, que habrían aplicado la típica solución maltusiana de quitarse la mayor parte de viejos de encima. El otro de los extremos, más sutil y también mucho más extendido en determinados medios, afirma que la gravedad del coronavirus, si no un invento mediático, al menos sí que está siendo conscientemente exagerada por la burguesía para aumentar su control represivo sobre nosotros. A fin de cuentas, la gripe común mata a más gente. ¿No es sospechoso que los gobiernos estén decretando estados de excepción, llevando al ejército a las calles, aumentando las patrullas policiales y poniendo multas altísimas ante una enfermedad que no llega al número de muertos anuales de la gripe común? Sea como sea, aquí hay algo raro.
Es lógico que en el capitalismo surjan discursos y formas de pensar como estos. Se trata de ideologías que emanan espontáneamente de las relaciones sociales organizadas en torno a la mercancía. Todas ellas se basan, en última instancia, en la idea de que todos nosotros seríamos títeres al albur de las decisiones de un grupo todopoderoso de personas que, conscientemente, dirigen nuestras vidas para su propio interés. Esta idea de fondo, que parecería sólo atribuible a las teorías de la conspiración, en verdad está muy extendida: es la que funda la propia democracia.
Los dos cuerpos del rey
Es una cosa particular la manera en la que nos relacionamos en una sociedad organizada por la mercancía. Inédita en la historia, de hecho. La primera y la última forma de organizar la vida social que nada tiene que ver con las necesidades humanas. Por supuesto, antes del capitalismo había sociedades de clase, pero incluso en ellas la explotación estaba organizada con el fin de satisfacer las necesidades ―en sentido amplio― de la clase dominante. En el capitalismo la burguesía sólo lo es en la medida en que sea una buena funcionaria del capital. Ningún burgués puede seguir siéndolo si no obtiene ganancias no para su consumo, que es un efecto colateral, sino para invertirlas de nuevo como capital: dinero para obtener dinero para obtener dinero. Valor hinchado de valor, en perpetuo movimiento. Cuando hablamos del fetichismo de la mercancía, damos cuenta de una relación impersonal en la que no importa quién la ejerza ―un burgués, un antiguo proletario venido a más, una cooperativa, un Estado―, porque lo importante es que la producción de mercancías persista en una rueda automática que no puede dejar de girar. La pandemia actual está mostrándonos lo que pasa cuando esa rueda amenaza con pararse.
Pero esta dinámica impersonal provoca una curiosa inversión. La relación social básica del capitalismo es esta: dos personas que sólo se reconocen entre sí en la medida en que son portadoras de cosas. Si esa cosa es capital, dinero dispuesto a invertirse en la explotación del trabajo, entonces su poseedor será un capitalista. Si es un trozo de tierra o sus derivados ―un bloque de viviendas, por ejemplo―, su poseedor será un rentista. Si es dinero destinado a la compra de mercancías para el consumo, su poseedor será un respetable consumidor. Si esa cosa es un cuerpo, unas manos, una inteligencia, una actividad en definitiva dispuesta a su venta, se estará en posesión de la mercancía fuerza de trabajo y su poseedor será un proletario. La posición social del poseedor de la mercancía cambia en la medida en que cambie esa misma mercancía. El ser humano viene definido por lo que posee, en la medida en que esto que posee esté destinado al intercambio. Las mercancías crean las relaciones sociales en el capitalismo.
Y sin embargo, la impresión que tiene el poseedor de la mercancía es bien distinta. Desde su plano individual e inmediato, es él quien decide. Propietario absoluto, sujeto consciente y libre, puede vender o no vender, invertir, consumir o echar al mar, si le apetece, la mercancía que tiene entre las manos. Es el fundamento mismo de la propiedad privada: el derecho de uso y abuso sobre aquello que se posee. Y esto le convierte en el soberano todopoderoso de su mercancía. La palabra no está escogida al azar: la soberanía, concepto fundante de la democracia y de la nación, encuentra su base en esta relación material entre productores privados de mercancías. El idealismo, el voluntarismo y la separación radical entre naturaleza y cultura, también. En la relación capitalista, el individuo es el rey. O al menos tiene la impresión de serlo.
Entonces, el capitalismo tiene dos cuerpos. Uno inmortal, impersonal, el de la perpetua producción y reproducción de capital, y otro mortal, pasajero, evanescente: el de los individuos que lo encarnan. El capitalismo siempre es impersonal, aunque esté personalizado. Sus individuos pueden tener la impresión de que lo dirigen ―y es lógico que así sea, la propia relación material que establecen entre sí les induce a pensarlo―, pero sólo lo harán en la medida en que sirvan para alimentar la máquina impersonal del capital. En ello consiste la curiosa inversión que producen las relaciones mercantiles: al mismo tiempo que están dirigidos por una lógica inconsciente, automática, una lógica que sólo pueden obedecer la comprendan o no, los individuos se piensan el sujeto de la historia.
Los títeres
Cuando se nos dice que la burguesía se estaría organizando para promover el pánico con el coronavirus, crear un estado de opinión policíaco dispuesto a aceptar cualquier violación de libertades civiles y poder así aumentar su poder sobre la sociedad, se hace una concesión a esta ideología democrática y se convierte a la burguesía en algo que no es.
En primer lugar, la burguesía no es un cuerpo unitario. Antes bien, la lógica de competencia capitalista no le permite actuar como un solo cuerpo más que en momentos precisos, cuando se ve obligada a ello por la organización en clase del proletariado. Sólo en momentos como esos la burguesía deja de competir entre sí por un mayor trozo del pastel y se enfrenta en bloque a nosotros. Tenemos muchos ejemplos históricos de ello: desde algunos más antiguos, como cuando Prusia detuvo los combates contra la burguesía francesa para que ésta pudiera aplastar la Comuna de París, hasta otros más modernos, como la tregua entre Bush padre y Saddam Hussein durante la Primera Guerra del Golfo para que Saddam pudiera redirigir, momentáneamente, sus bombarderos contra las deserciones masivas, revueltas y consejos obreros en el norte y sur de Irak. El resto del tiempo, la burguesía vive fragmentada y en una pugna permanente, un caos social que sólo puede ser organizado medianamente en el juego de facciones, siempre cambiante, al interior del Estado.
Por otro lado, el principal objetivo de la burguesía como clase dominante no es el control social. Eso es una consecuencia inevitable de su verdadero objetivo: el crecimiento del PIB, por simplificar, que naturalmente conlleva la gestión de una sociedad dividida en clases y la eventual represión del proletariado cuando le da por protestar contra su explotación. El Estado no es un monstruo autoritario que esté al quite de la primera ocasión en que pueda aumentar su poder sobre nosotros. Esa es la visión burguesa y democrática del Estado: de ahí el despliegue de toda una serie de mecanismos de control democrático para que no se exceda en sus funciones, antigua memoria de un Estado absolutista que todavía no estaba plenamente regido por la lógica impersonal del capital. Habida cuenta de la brutal disminución del PIB que se prevé con la crisis sanitaria del coronavirus, podemos suponer que el Estado no está muy contento de tener que desplegar sus fuerzas represivas para garantizar la cuarentena. Nos atrevemos a suponer, de hecho, que la clase dominante era mucho más feliz cuando la gente cumplía libremente con su papel en la circulación de mercancías: el de trabajadores y consumidores, como dios manda.
Y es que el Estado y sus políticos no son más que títeres. Pero no títeres de la burguesía, como muchas veces se dice. Esta idea sólo cambia una gran mano que sujeta los hilos por otra. No: unos y otros no son más que títeres con un papel diferente, pero títeres a fin de cuentas en el teatro del capital. Si no interpretan bien este papel, tendrán que hacer mutis por el foro. Las teorías de la conspiración, a cada cual más original, tienen la misma base que la del juego democrático: la idea de que los individuos determinan la historia, y de que un grupo de individuos debidamente posicionado ―sea el club Bilderberg o el Gabinete de los Estados Unidos― puede hacer uso de su libre arbitrio para dirigir nuestras vidas como le apetezca. De ahí también las infinitas discusiones, largas hasta el bostezo, sobre quién es el mal menor en las siguientes elecciones: por si alguien no había terminado de darse cuenta con la crisis actual, no importa si el partido en el poder es de izquierdas o de derechas. Intentarán hacer alguna medida diferente para justificar la diferencia de siglas, pero en el fondo, en lo fundamental, harán exactamente lo mismo porque la función determina el órgano, y su función está clara: la gestión de la catástrofe capitalista, cada vez más fuerte, cada vez más brutal.
Porque el coronavirus es expresión de eso. No es la crisis, porque la crisis es la del capital y sus categorías estructurales, como hemos explicado en otras ocasiones. Pero tampoco es una gripe común. En los días en que se escribe esto, en Madrid está muriendo cinco veces más gente que en los mismos días del año pasado. En todo el país los hospitales están atestados. Ante la escasez de aparatos respiratorios, se está dejando morir a los enfermos a partir de una determinada edad. Las morgues y los cementerios no dan ya más de sí. No es una gripe común. La crisis sanitaria, económica y social que ha despertado el coronavirus es, de manera más profunda y real, la expresión de unas relaciones sociales que se están pudriendo por dentro y que morirán matando, si no acabamos antes con ellas. Nos hemos hartado de decirlo hasta la saciedad: la disyuntiva real, la única posible, es la revolución comunista o la extinción de la especie. La pandemia por desgracia es una demostración inmejorable.
¿Impotencia?
Ningún individuo, ni siquiera un grupo de ellos, es sujeto de la historia. El individuo no es más que una partícula en el flujo de dos fuerzas sociales contradictorias. Son esas fuerzas las que se mueven y los individuos, lo sepamos o no, nos movemos canalizados por una u otra. Como dos corrientes de agua, o mejor, como dos placas tectónicas: su fricción creciente desemboca, antes o después, en un terremoto.
No es maniqueísmo. Un solo individuo puede moverse en una y después en otra, y convivir en esa contradicción hasta que la polarización social parte las aguas y te encuentras en uno de los lados de la barricada, como suele decirse. Una de esas fuerzas afirma la conservación del orden existente. Es el partido del orden, que describía un compañero. La otra se despliega como un movimiento real que pone en cuestión el estado de cosas presente: es el comunismo, que nada tiene de ideología o de una propuesta deseable para el futuro, sino que es la emergencia de unas relaciones sociales que ya se están desarrollando y que pugnan por imponerse contra la putrefacción del capital.
En estas semanas hemos visto expresarse ambas fuerzas sociales. Por un lado, la unidad nacional y la disciplina social: los aplausos cotidianos desde los balcones al personal sanitario, esos grandes héroes nacionales que, como todos los héroes nacionales, están siendo utilizados como carne de cañón en el juego de peones del capital. También se encuentran aquí el espionaje desde las ventanas, las denuncias a la policía de quien sale más de dos veces a la calle, los abucheos a las personas que van acompañadas, independientemente del motivo. Eso está, aunque tampoco podamos exagerarlo. Visto en perspectiva histórica, mucho más fuerte fue la presión en las potencias occidentales por alistarse en la Primera Guerra Mundial o muchísimo más por luchar contra el fascismo y a favor de la democracia capitalista durante la Segunda Guerra. No estamos en una situación contrarrevolucionaria, como la de la posguerra, en la que la defensa del capital fue asumida por una amplia parte del proletariado.
Por otro lado, vemos surgir expresiones de apoyo mutuo y solidaridad con el desconocido. Los bloques de viviendas, los barrios, incluso las pequeñas ciudades se organizan para hacer la compra, hablar y apoyar emocionalmente a las personas que lo necesitan en las duras condiciones de la cuarentena. Todos lo hemos notado: hay como una necesidad de hablar permanente, de ayudarnos, de compartir lo que está ocurriendo y de reflexionar juntos. Además, las huelgas en BrasilEstados UnidosNueva ZelandaCamerún, por no hablar de Italia, donde se suman los saqueos a los supermercados, y los disturbios, como en Hubei, se están multiplicando con una sincronicidad mundial que confirma una dinámica cada vez más internacional de las luchas de nuestra clase. A diferencia de la crisis de 2008, que nos pilló a todos más aislados, presas de la conmoción, en esta nueva crisis no hay una autoculpabilización, un hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, un apretarse el cinturón, que es lo que toca: todo lo contrario, hay una conciencia muy clara de que se nos manda al matadero para preservar el buen funcionamiento de la economía nacional.
No hay nada que pueda decirnos si va a estallar un movimiento de luchas ahora, en unos meses ya pasada la cuarentena o dentro de tres años. Porque no hay una relación mecánica entre la violencia que ejerce el capital contra nosotros y el momento en que nos levantamos como clase. Es imposible prever cuándo caerá la gota que desbordará el vaso, pero hay algo seguro: la cuestión está muy lejos de la acción de algunos individuos, ni de los maléficos que nos dirigen ni de los benevolentes que quieren salvarnos. Simplemente, no se trata de eso. Hay dos placas tectónicas, dos fuerzas contrapuestas que están incrementando la tensión de su empuje. No sabemos cuándo vendrá el terremoto. Lo que es seguro es que la manera de prepararnos cuando llegue pasa por comprender la gravedad del momento histórico que estamos viviendo. De nuevo, una vez más, otra vez: la única elección que vale la pena es la de la disyuntiva entre la revolución o la extinción de la especie. Nosotros ya hemos escogido.
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Relacionado: Hay algo más allá de nuestras narices. Crítica a las teorías de la conspiración  Comité de Herejías Varias. 2009. Ed. Mariposas del Caos. Rosario. 
«No existen “los que detentan el poder” (los visibles y aquellos supuestos invisibles titiriteros) y “los engañados” (que vendríamos a ser el resto de la población mundial). Caer en el error de dar por supuesto que hay unos titiriteros que mueven toda la realidad, aparte de ser ingenuo y una simplificación, no hace más que distraer cualquier acto de resistencia y ataque real.
Incluye texto sobre la gripe A (H1N1 o gripe porcina) “No se necesita una conspiración”, de Comunización (Chile).»