Bilan (1934)
La cuestión central que hoy día se le plantea al movimiento obrero es su actitud respecto a la democracia, o precisando más, la necesidad de defender o no las instituciones democráticas amenazadas por el fascismo al mismo tiempo que éste procede a la destrucción de las organizaciones proletarias. La solución más simple a esta cuestión -como a otras- no es la más clara, puesto que de ningún modo responde a la realidad de la lucha de clases. Por paradójico que pueda parecer a primera vista, el movimiento obrero solo conseguirá preservar realmente sus organismos del asalto de la reacción a condición de mantener intactas sus posiciones de lucha, de no unirlas a la suerte de la democracia y de librar la batalla contra el ataque fascista al mismo tiempo que lleva adelante la lucha contra el Estado democrático. En efecto, una vez establecida la comunión entre el movimiento obrero y las instituciones democráticas se da la condición política para el desastre completo de la clase obrera, puesto que el Estado democrático encuentra en la aportación de las masas obreras, no una posibilidad de vida o de persistencia, sino la condición necesaria para transformase en un régimen de autoridad, o la señal de su desaparición con el fin de ceder su puesto a la nueva organización fascista.
Si se considera la situación actual al margen de su conexión con las situaciones que le han precedido y que le sucederán, si se considera la posición actual de los partidos políticos sin vincularlos al papel que han jugado en el pasado y al que jugarán en el futuro, se desplazan las circunstancias inmediatas y las fuerzas políticas actuales del medio histórico general, lo que permite fácilmente presentar la realidad así: el fascismo pasa al ataque, el proletariado está completamente interesado en defender sus libertades, y por ello resulta necesario establecer un frente de defensa de las instituciones democráticas amenazadas. Pintada con un tinte revolucionario, esta posición se presenta bajo el barniz de una pretendida estrategia revolucionaria, preciándose además de ser fundamentalmente "marxista". A partir de aquí, el problema se plantea de esta forma: se manifiesta una incompatibilidad entre la burguesía y la democracia, en consecuencia, el interés del proletariado por defender las libertades que le otorga ésta última prevalece naturalmente sobre sus intereses específicamente revolucionarios y la lucha por la defensa de las instituciones democráticas se convierte así en una lucha anticapitalista!
En la base de estas proposiciones existe una confusión evidente entre democracia, instituciones democráticas, libertades democráticas y posiciones obreras a las que erróneamente se llama "libertades obreras". Constataremos tanto desde el punto de vista teórico, como desde el punto de vista histórico, que entre democracia y posiciones obreras existe una oposición irreductible e irreconciliable. El movimiento ideológico que ha acompañado la ascensión y la victoria del capitalismo se sitúa y se expresa, desde el punto de vista económico y político, sobre una base de disolución de los intereses y de las reivindicaciones particulares de las individualidades, las comunidades y sobre todo de las clases, en el seno de la sociedad. Aquí la igualdad de los componentes sería posible precisamente porque los individuos confían su suerte y su custodia a los organismos estatales que representan los intereses de la colectividad. Es útil señalar que la teoría liberal y democrática supone la disolución de agrupaciones, de categorías establecidas de "ciudadanos", los cuales tendrían interés en ceder espontáneamente una parte de su libertad para recibir en compensación la salvaguardia de su posición económica y social. Esta cesión se haría en beneficio de un organismo capaz de regularizar y dirigir el conjunto de la colectividad. Y si bien las constituciones burguesas proclaman los "derechos del hombre" y contienen igualmente la afirmación de la "libertad de reunión y de prensa", no reconocen de ningún modo las agrupaciones de categoría o de clase. Estos "derechos" están considerados exclusivamente como atribuciones otorgadas al "hombre", al "ciudadano" o al "pueblo", que deberán hacer uso de ellos para permitir el acceso de las individualidades a los organismos del Estado o gobierno. La condición necesaria para el funcionamiento del régimen democrático reside, pues, no en el reconocimiento de los grupos, de sus intereses o de sus derechos, sino en la fundación del organismo indispensable para guiar a la colectividad, que debe transmitir al Estado la defensa de los intereses de cada unidad que la constituye.
La democracia sólo es posible a condición de impedir a los "ciudadanos" que recurran a otros organismos aparte de los regidos y controlados por el Estado. Se podría objetar que las libertades de reunión, de prensa y de organización pierden todo su significado desde el momento en que se hace imposible hacer triunfar, a través de ellas, una reivindicación determinada. Aquí entramos en el terreno en que la crítica marxista muestra cómo tras la máscara democrática y liberal se esconde en realidad la opresión de clase, y que hizo afirmar con tanto acierto a Marx que el sinónimo de "Libertad, igualdad y fraternidad" es "infantería, caballería, artillería". Al contrario, hoy no se trata tanto de demostrar la inconsistencia de la base supuestamente igualitaria de la democracia, sino de poner al descubierto cómo pretenden ligar la expansión de los organismos obreros a la defensa de ésta.
Ahora bien, tal como lo hemos explicado, la condición de vida del régimen democrático consiste precisamente en impedir el poder a algunas agrupaciones en particular en nombre del interés de las individualidades así como de la sociedad. La fundación de una organización obrera conlleva directamente un ataque a la teoría de la democracia y por este motivo es característico constatar que, en el periodo actual de degeneración del pensamiento marxista, el solapamiento de las dos Internacionales (la de los traidores y la de los futuros traidores) se hace precisamente sobre la base de la defensa de la democracia, de donde derivaría la posibilidad de existencia e incluso de desarrollo de organismos obreros.
Desde el punto de vista histórico, la oposición entre "democracia" y organismos obreros se manifiesta de una forma sangrienta.
El capitalismo inglés se fundó en el siglo XVII, pero fue mucho más tarde cuando el movimiento Cartista arrebató a fuerza de luchas el derecho de organización de la clase obrera. En todos los países los obreros obtendrán esta conquista únicamente a base de fuertes movimientos que continuamente fueron objeto de la represión sangrienta de los Estados democráticos. Es totalmente exacto que antes de la guerra, y más concretamente hasta los primeros años de nuestro siglo, los movimientos de masas destinados a fundar los organismos independientes de la clase obrera estaban dirigidos por los Partidos socialistas hacia la conquista de los derechos que permitieran a los obreros acceder a las funciones gubernamentales o estatales. Ciertamente esta cuestión fue la más debatida en el seno del movimiento obrero; su expresión más concluyente se halla sobre todo en la teoría reformista que, bajo el estandarte de la penetración gradual del proletariado en la fortaleza del enemigo, en realidad permitió a este último -y 1914 representa la conclusión de este balance de revisión marxista y de traición- corromper y someter a sus propios intereses al conjunto de la clase obrera.
En la lucha contra lo que habitualmente se llama el "bordiguismo", se plantea con frecuencia por necesidades de la polémica (que generalmente son las necesidades del enredo y de la confusión), que tal o cual movimiento tuvo como objetivo la conquista del sufragio universal, o bien ésta o aquélla revindicación democrática. Esta manera de interpretar la historia es muy similar a la que consiste en explicar los acontecimientos, no determinando su causa en función de las clases antagonistas y los intereses específicos que les oponen realmente, sino basándose simplemente en las siglas inscritas en las banderas que ondeaban por encima de las masas en movimiento. Esta interpretación, que por otra parte no tiene más que un valor puramente acrobático en el que se complacen los pretenciosos que pueblan el movimiento obrero, se desvanece inmediatamente si se plantea el problema en términos realistas. En efecto, no se pueden comprender los movimientos obreros más que en la línea de su ascensión hacia la liberación del proletariado. Si por el contrario se les sitúa en la vía opuesta que conduciría a los obreros a conquistar el derecho de acceder a funciones gubernamentales o estatales, nos situaríamos directamente sobre el mismo camino que condujo a la traición de la clase obrera.
De todas maneras, los movimientos que tenían por objetivo la conquista del derecho de voto, podían llevar a cabo esta reivindicación y de una forma duradera, porque en definitiva, lejos de quebrantar al sistema democrático, no hacían más que introducir al propio movimiento obrero en su mismo juego. Las miserables hazañas de los obreros que llegaron a puestos gubernamentales son de todos conocidas: los Ebert, Scheidemann Henderson, etc., demostraron claramente lo que es el mecanismo democrático y la capacidad que tiene para desatar las más implacables represiones contrarrevolucionarias. Es totalmente distinto lo que concierne a las posiciones de clase conquistadas por los obreros. Aquí no es posible ninguna compatibilidad con el Estado democrático; al contrario, la oposición irreconciliable que refleja el antagonismo de clases se acentúa, se agudiza y se amplifica, y la victoria obrera será conjurada gracias a la política de los dirigentes contrarrevolucionarios.
Éstos últimos desnaturalizan el esfuerzo realizado por los obreros para crear sus organismos de clase, los cuales no pueden ser sino el fruto de una lucha sin piedad contra el Estado democrático. El triunfo proletario sólo es posible en esta dirección. Cuando las masas obreras son seducidas por la política de los dirigentes oportunistas, terminan por ser arrastradas al pantano democrático. Ahí no son más que un simple peón de un mecanismo que se hace tanto más democrático cuanto consigue anular todas las formaciones de clase que representan un obstáculo para su funcionamiento.
El Estado democrático que acciona este mecanismo llegará a hacerlo funcionar "igualitariamente" sólo a condición de tener ante sí, no categorías económicas antagonistas agrupadas en distintos organismos, sino "ciudadanos" iguales (!) entre sí que se reconocen de posición social similar para atravesar juntos los múltiples caminos que acceden al ejercicio del poder democrático.
Hacer la crítica del principio democrático con el fin de demostrar que la igualdad electoral no es más que una ficción que oculta los abismos que separan a las clases en la sociedad burguesa, excede el marco de este artículo. Lo que nos interesa aquí es poder poner en evidencia que entre el sistema democrático y las posiciones obreras existe una oposición irreconciliable. Cada vez que los obreros han llegado a imponer -a costa de luchas heroicas y de sacrificar sus vidas- una reivindicación de clase al capitalismo, han atizado un peligroso golpe a la democracia, de la que sólo el capitalismo se puede reivindicar. Al contrario, el proletariado encuentra la razón de su misión histórica proclamando la mentira del principio democrático, en su propia naturaleza y en la necesidad de suprimir las diferencias de clases y las clases mismas. Al final del camino que recorre el proletariado a través de la lucha de clases no habrá el régimen de la democracia pura, pues el principio sobre el que se basará la sociedad comunista es el de la inexistencia de un poder estatal dirigente de la sociedad, mientras que la democracia se inspira absolutamente en ello y en su expresión más liberal, se esfuerza continuamente por lanzar al ostracismo a los explotados que osan defender sus intereses con la ayuda de sus organizaciones en lugar de permanecer sumisos a las instituciones democráticas creadas con el único fin de mantener la explotación de clase.
Tras haber situado en su marco normal el problema de la democracia -no vemos realmente cómo sería posible para los marxistas hacerlo de otra manera- es posible comprender los acontecimientos de Italia, de Alemania, lo mismo que las situaciones que vive actualmente el proletariado en los diferentes países y en particular en Francia. A primera vista, el dilema en el que se sitúan estos acontecimientos consiste en la oposición "fascismo-democracia", o, para utilizar términos corrientes, "fascismo-antifascismo".
Los estrategas "marxistas" dirán para colmo que la antítesis sigue siendo la existencia de dos clases fundamentalmente opuestas, pero que el proletariado tiene la ventaja de aprovechar la oportunidad que se le ofrece y de presentarse como la figura principal de la defensa de la democracia y la lucha antifascista. Ya hemos puesto en evidencia la confusión entre democracia y posiciones obreras que está en la base de esta política. Ahora nos falta explicar por qué el frente de defensa de la democracia en Italia -al igual que en Alemania- no representó, a fin de cuentas, más que una condición necesaria para la victoria del fascismo. Pues lo que impropiamente se llama "golpe de Estado fascista", sólo es, en definitiva, un trasvase de poder, más o menos pacífico, del gobierno democrático al nuevo gobierno fascista. En Italia un gobierno en el que están los representantes del antifascismo democrático cede el paso a un ministerio dirigido por los fascistas que tendrá una mayoría asegurada en este parlamento antifascista y democrático, cuando sin embargo los fascistas no tenían mas que un grupo parlamentario de cuarenta representantes sobre 500 diputados. En Alemania, el antifascista Von Schleicher cede el paso a Hitler, llamado, por otro lado, por otro antifascista, Hindenburg, el elegido de las fuerzas democráticas y socialdemócratas. En Italia y en Alemania, en la época de la conversión de la sociedad capitalista al fascismo, la democracia no se retira inmediatamente de la escena política, sino que mantiene una posición política de primer orden: en efecto, si permanece en el gobierno, no es con el fin de representar en él un centro de reunión para romper el curso de las situaciones que desembocarán en la victoria fascista, sino para permitir el triunfo de Mussolini y de Hitler. En Italia, además, después de la marcha sobre Roma, y durante varios meses, encima, se formará un gobierno de coalición del que los fascistas formarán parte en colaboración con los demócrata-cristianos e incluso Mussolini no renunciará a la idea de tener representantes de la social-democracia en la dirección de las organizaciones sindicales.
Las acontecimientos actuales en Francia, donde no es cierto que la perspectiva fascista represente la única salida capitalista a la situación, y donde el "Pacto de acción" entre socialistas y centristas ha hecho de la clase obrera el elemento principal de la defensa de la democracia, terminarán por esclarecer la controversia teórica que opone nuestra fracción contra las otras organizaciones que se reclaman de la clase obrera. Pues la condición necesaria para la derrota del fascismo, y que consistía en el reagrupamiento de los partidos que actúan en el seno de la clase obrera en un frente único enarbolando la bandera de la defensa de la democracia, esta condición que no existía ni en Italia ni en Alemania, se cumple totalmente en Francia. Ahora bien, en nuestra opinión, el hecho de que el proletariado francés haya sido apartado de su camino de clase y espoleado como lo está, por centristas y socialistas, en la vía que hoy le inmoviliza y mañana le enviará al capitalismo, hace prever la victoria indudable del enemigo en la doble perspectiva de estar obligado a recurrir al fascismo o bien a una transformación del Estado actual en un Estado en que el gobierno absorberá gradualmente las funciones legislativas fundamentales y donde las organizaciones obreras deberán ceder su independencia y admitir el control estatal a cambio de su "ascensión" a la categoría de instituciones consultivas colaterales.
Cuando se dice que la situación actual ya no permite al capitalismo mantener una forma de organización social análoga o idéntica a la existente en el periodo histórico ascendente de la burguesía, no se hace más que constatar una verdad evidente e indiscutible. Pero se trata también de una constatación de hechos que no es específica de la cuestión de la democracia, sino que es general y que se aplica de igual modo a la situación económica y a todas las demás manifestaciones sociales, políticas, culturales, etc. Esto viene a abonar que hoy no es ayer, que actualmente hay fenómenos sociales que en el pasado no se presentaban en manera alguna. No pondríamos de relieve esta afirmación banal si no fuera por las conclusiones políticas, extrañas como mínimo, que comporta: no se reconoce ya a las clases sociales por el modo de producción que instauran, sino por la forma de organización política y social de la que se dotan. El capitalismo es una clase democrática que se opone necesariamente al fascismo, que sería la resurrección de los oligarquías feudales. O bien el capitalismo ya no sería capitalismo desde el momento en que deje de ser democrático y el problema consistiría en matar al demonio fascista valiéndose del propio capitalismo. O bien, puesto que al capitalismo hoy le interesa abandonar la democracia, no hay más que ponerle contra las cuerdas retomando los textos de la constitución y de las leyes, y así llegaríamos a romper la conversión de capitalismo al fascismo y abriríamos la vía que conduce a la victoria proletaria.
En definitiva, el ataque fascista nos obligaría provisionalmente a poner en cuarentena nuestro programa revolucionario para pasar a la defensa de las instituciones democráticas en peligro, y después reanudar la lucha integral contra esta misma democracia que, gracias a esta interrupción, nos habría permitido tender una trampa al capitalismo. Una vez eliminado el peligro, la democracia podría ser nuevamente crucificada.
La simple enunciación de las conclusiones políticas derivadas de la constatación de la diferencia entre dos épocas capitalistas -la ascendente y la descendente- permite ver el estado de descomposición y de corrupción de los partidos y de los grupos que se reclaman del proletariado, en el periodo actual.
Los dos periodos históricos considerados separadamente pueden diferir y realmente difieren, pero para llegar a la conclusión de que existe una incompatibilidad entre el capitalismo y la democracia o entre el capitalismo y el fascismo, habría que considerar democracia y fascismo no tanto como formas de organización sociales sino de las clases, o bien habría que admitir que a partir de ahora la teoría de la lucha de clases ha dejado de ser cierta y que asistimos a una batalla que librará la democracia contra el capitalismo, o el fascismo contra el proletariado. Pero, los acontecimientos de Italia y de Alemania están ahí para demostrarnos que el fascismo no es más que el instrumento de represión sangriento contra el proletariado, al servicio del capitalismo, que ve a Mussolini proclamar la santidad de la propiedad privada sobre los escombros de las instituciones de clase que habían fundado los obreros para dirigir su lucha contra la apropiación burguesa del producto de su trabajo.
Pero la teoría de la lucha de clases se verifica, una vez más, en las crueles experiencias de Italia y de Alemania. La aparición del movimiento fascista no modifica en absoluto la antítesis capitalismo-proletariado, sustituyéndola bien por capitalismo-democracia, o bien por fascismo-proletariado. En la evolución del capitalismo decadente llega un momento en que éste último se ve obligado a emprender otro camino diferente del que había recorrido en su fase ascendente.
Antes, podía combatir a su enemigo mortal, el proletariado, presentándose una perspectiva de una mayoría progresiva de su suerte hasta conseguir su liberación y, con este fin, abría las puertas de las instituciones democráticas acogiendo en ellas a los llamados representantes obreros, pero que se convertían en agentes de la burguesía en la medida en que llegaban a encadenar a los organismos obreros en el engranaje del Estado democrático. Hoy -tras la guerra de 1914 y la revolución rusa- el problema para el capitalismo es dispersar, con la violencia y la represión, todo foco proletario que pueda estar relacionado con el movimiento de clases. En el fondo, la explicación de la diferencia de actitud entre el proletariado italiano y alemán ante el ataque fascista, de la resistencia heroica del primero para defender hasta el último ladrillo de las instituciones obreras y del hundimiento del segundo nada más formarse el gobierno Hitler-Papen-Hugenberg, depende únicamente del hecho de que en Italia el proletariado fundaba -por el cauce de nuestra corriente- el organismo que podía conducirle a la victoria, mientras que en Alemania el Partido comunista, quebrado por la base en Halle mediante la fusión con los independientes de izquierda, vive una serie de etapas en el curso de las múltiples convulsiones de la izquierda y extrema izquierda, que marcan sucesivos pasos adelante en la corrupción y descomposición de un partido del proletariado alemán que en 1919 y 1920 había escrito páginas de gloria y heroísmo.
Incluso si el capitalismo pasa a la ofensiva contra las posiciones democráticas y las organizaciones que se reclaman de ellas, incluso si asesina a las personalidades políticas que pertenecen a partidos democráticos del ejército o del mismo Partido nazi (como el 30 de junio en Alemania), esto no significa que deban haber tantas antítesis como oposiciones hayan (fascismo-ejército, fascismo-cristianismo, fascismo-democracia). Estos hechos prueban solamente la extrema complejidad de la situación actual, su carácter espasmódico y no atacan en manera alguna a la teoría de la lucha de clases. La doctrina marxista no presenta el desafío proletariado-burguesía en la sociedad capitalista como un conflicto mecánico, hasta el punto que toda manifestación social podría y debería estar ligada a uno u otro extremo del dilema. Al contrario, la esencia misma de la doctrina marxista consiste en el establecimiento, derivado del análisis científico, de dos órdenes de contradicciones, de contrastes y de antagonismos, desde el punto de vista económico así como del político y social. Aparte de la antitesis burguesía-proletariado, único motor de la historia actual, Marx puso en evidencia las bases y el curso contradictorio propio del capitalismo, hasta tal punto que no se establece de ningún modo la armonía de la sociedad capitalista, incluso después de que el proletariado ha dejado de existir (como es el caso en la situación actual a consecuencia de la acción del centrismo y de las traiciones social-demócratas) en tanto que clase que trata de quebrantar el orden capitalista y fundar la nueva sociedad. Actualmente el capitalismo puede haber amputado provisionalmente la única fuerza progresista de la sociedad, el proletariado, pero, tanto en el terreno económico como en el político, las bases contradictorias de su régimen no cesan de determinar la oposición irreconciliable de los monopolios, de los Estados, las fuerzas políticas que actúan en interés de la conservación de su sociedad, en particular el contraste entre fascismo y democracia.
En el fondo la alternativa guerra-revolución significa que, una vez descartada como solución a la situación actual la fundación de la nueva sociedad, no aparecerá en absoluto una era de tranquilidad social, sino toda la sociedad capitalista (incluidos los obreros) caminan hacia la catástrofe, resultado de las contradicciones inherentes a esta sociedad.
El problema a resolver no es el de atribuir al proletariado tantas actitudes políticas como oposiciones haya en la situación, ligándolo a tal monopolio, tal Estado, a tal fuerza política contra los que se le oponen, sino mantener la independencia de la organización del proletariado en lucha contra todas las expresiones económicas y políticas del mundo del enemigo de clase.
La conversión de la sociedad capitalista al fascismo, la oposición y el mismo conflicto entre los factores de ambos regímenes, no deben de ningún modo alterar la fisionomía específica del proletariado. Tal como hemos señalado en varias ocasiones, los fundamentos programáticos proletarios deben ser hoy los mismos que Lenin publicó, con su trabajo de fracción, antes de la guerra y contra los oportunistas de todos los colores. Ante el Estado democrático, la clase obrera debe mantener una posición de lucha por su destrucción y no debe entrar en él con el fin de conquistar posiciones que permitan construir gradualmente la sociedad socialista; los revisionistas que defendieron esta posición, convirtieron al proletariado en víctima de las contradicciones del mundo capitalista, en carne de cañón, en 1914. Hoy que las situaciones obligan al capitalismo a proceder a una transformación orgánica de su poder, del Estado, el problema continúa siendo el mismo, es decir, el de la destrucción y la introducción del proletariado en el seno del Estado enemigo para salvaguardar sus instituciones democráticas, lo que pone a la clase obrera a merced del capitalismo; y allá donde éste último no debe recurrir al fascismo, de nuevo le hace víctima de los conflictos interimperialistas y de la nueva guerra.
El dilema marxista, capitalismo-proletariado, no significa que los comunistas ante cada situación deban plantear el problema de la revolución, sino que en cualquier circunstancia el proletariado debe agruparse en torno a sus posiciones de clase. El problema de la insurrección lo podrán plantear cuando existan las condiciones históricas para la lucha revolucionaria, y en las otras situaciones estará obligado a promover un programa de reivindicaciones más limitado, pero siempre de clase. La cuestión del poder se plantea únicamente en su forma íntegra y si faltan las premisas históricas necesarias para el desencadenamiento de la insurrección, esta cuestión no se plantea. Las consignas a promover, entonces, corresponderán a las reivindicaciones elementales que conciernen a las condiciones de vida de los obreros desde el punto de vista de la defensa de los salarios, las instituciones proletarias y de las posiciones conquistadas (derecho de organización, de prensa, de reunión, de manifestación, etc.).
El ataque fascista encuentra su razón de ser en una situación económica que anula toda posibilidad de equívoco, y que supone que el capitalismo debe pasar al aniquilamiento de toda organización obrera. En este momento, la defensa de las reivindicaciones de la clase obrera amenaza directamente el régimen capitalista, y el desencadenamiento de las huelgas defensivas no puede situarse más que en el curso de la revolución comunista. En esta situación -tal como ya lo hemos dicho-, los partidos y las formaciones democráticas y social-democráticas tienen una función de primer orden, pero a favor del capitalismo y contra el proletariado, en la línea que conduce a la victoria fascista y no en la línea que lleva a la defensa o al triunfo del proletariado. Éste último será movilizado por la defensa de la democracia con el fin de que no luche por las reivindicaciones parciales. Los socialdemócratas alemanes llaman a los obreros a abandonar la defensa de sus intereses de clase para no amenazar al gobierno de mal menor de Brüning; Bauer hará lo mismo por Dollfuss entre marzo de 1933 y febrero de 1934; el "Pacto de acción" entre socialistas y centristas en Francia se realiza porque contiene (cláusula de principio Zyromski) la lucha por las libertades democráticas a excepción de las huelgas reivindicativas...
Trotsky dedicará un capítulo de sus documentos sobre la revolución alemana a demostrar que la huelga general ha dejado de ser el arma de defensa de la clase obrera. La lucha por la democracia es una potente maniobra de distracción para apartar a los obreros de su terreno de clase y engancharlos a las contradictorias volteretas que realiza el Estado en su metamorfosis de democracia a Estado fascista. El dilema fascismo-antifascismo actúa, pues, en interés exclusivo del enemigo; el antifascismo, la democracia adormece a los obreros para que, a continuación, los fascistas los apuñalen, aturden a los proletarios a fin de que no vean ya ni el terreno ni la vía de su clase. Estas son las posiciones centrales que han marcado con su sangre los proletarios de Italia y de Alemania. El capitalismo mundial puede preparar la guerra mundial porque los obreros de otros países no se inspiran en estas ideas programáticas. Nuestra fracción, inspirada en estos principios programáticos, continúa su lucha por la revolución italiana, por la revolución internacional.
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Contra la Democracia [Libro]. Miriam Qarmat (2006)
Contra la Democracia y las Guerras Imperialistas. Revista Comunismo nro. 65. Diciembre de 2015
La cuestión central que hoy día se le plantea al movimiento obrero es su actitud respecto a la democracia, o precisando más, la necesidad de defender o no las instituciones democráticas amenazadas por el fascismo al mismo tiempo que éste procede a la destrucción de las organizaciones proletarias. La solución más simple a esta cuestión -como a otras- no es la más clara, puesto que de ningún modo responde a la realidad de la lucha de clases. Por paradójico que pueda parecer a primera vista, el movimiento obrero solo conseguirá preservar realmente sus organismos del asalto de la reacción a condición de mantener intactas sus posiciones de lucha, de no unirlas a la suerte de la democracia y de librar la batalla contra el ataque fascista al mismo tiempo que lleva adelante la lucha contra el Estado democrático. En efecto, una vez establecida la comunión entre el movimiento obrero y las instituciones democráticas se da la condición política para el desastre completo de la clase obrera, puesto que el Estado democrático encuentra en la aportación de las masas obreras, no una posibilidad de vida o de persistencia, sino la condición necesaria para transformase en un régimen de autoridad, o la señal de su desaparición con el fin de ceder su puesto a la nueva organización fascista.
Si se considera la situación actual al margen de su conexión con las situaciones que le han precedido y que le sucederán, si se considera la posición actual de los partidos políticos sin vincularlos al papel que han jugado en el pasado y al que jugarán en el futuro, se desplazan las circunstancias inmediatas y las fuerzas políticas actuales del medio histórico general, lo que permite fácilmente presentar la realidad así: el fascismo pasa al ataque, el proletariado está completamente interesado en defender sus libertades, y por ello resulta necesario establecer un frente de defensa de las instituciones democráticas amenazadas. Pintada con un tinte revolucionario, esta posición se presenta bajo el barniz de una pretendida estrategia revolucionaria, preciándose además de ser fundamentalmente "marxista". A partir de aquí, el problema se plantea de esta forma: se manifiesta una incompatibilidad entre la burguesía y la democracia, en consecuencia, el interés del proletariado por defender las libertades que le otorga ésta última prevalece naturalmente sobre sus intereses específicamente revolucionarios y la lucha por la defensa de las instituciones democráticas se convierte así en una lucha anticapitalista!
En la base de estas proposiciones existe una confusión evidente entre democracia, instituciones democráticas, libertades democráticas y posiciones obreras a las que erróneamente se llama "libertades obreras". Constataremos tanto desde el punto de vista teórico, como desde el punto de vista histórico, que entre democracia y posiciones obreras existe una oposición irreductible e irreconciliable. El movimiento ideológico que ha acompañado la ascensión y la victoria del capitalismo se sitúa y se expresa, desde el punto de vista económico y político, sobre una base de disolución de los intereses y de las reivindicaciones particulares de las individualidades, las comunidades y sobre todo de las clases, en el seno de la sociedad. Aquí la igualdad de los componentes sería posible precisamente porque los individuos confían su suerte y su custodia a los organismos estatales que representan los intereses de la colectividad. Es útil señalar que la teoría liberal y democrática supone la disolución de agrupaciones, de categorías establecidas de "ciudadanos", los cuales tendrían interés en ceder espontáneamente una parte de su libertad para recibir en compensación la salvaguardia de su posición económica y social. Esta cesión se haría en beneficio de un organismo capaz de regularizar y dirigir el conjunto de la colectividad. Y si bien las constituciones burguesas proclaman los "derechos del hombre" y contienen igualmente la afirmación de la "libertad de reunión y de prensa", no reconocen de ningún modo las agrupaciones de categoría o de clase. Estos "derechos" están considerados exclusivamente como atribuciones otorgadas al "hombre", al "ciudadano" o al "pueblo", que deberán hacer uso de ellos para permitir el acceso de las individualidades a los organismos del Estado o gobierno. La condición necesaria para el funcionamiento del régimen democrático reside, pues, no en el reconocimiento de los grupos, de sus intereses o de sus derechos, sino en la fundación del organismo indispensable para guiar a la colectividad, que debe transmitir al Estado la defensa de los intereses de cada unidad que la constituye.
La democracia sólo es posible a condición de impedir a los "ciudadanos" que recurran a otros organismos aparte de los regidos y controlados por el Estado. Se podría objetar que las libertades de reunión, de prensa y de organización pierden todo su significado desde el momento en que se hace imposible hacer triunfar, a través de ellas, una reivindicación determinada. Aquí entramos en el terreno en que la crítica marxista muestra cómo tras la máscara democrática y liberal se esconde en realidad la opresión de clase, y que hizo afirmar con tanto acierto a Marx que el sinónimo de "Libertad, igualdad y fraternidad" es "infantería, caballería, artillería". Al contrario, hoy no se trata tanto de demostrar la inconsistencia de la base supuestamente igualitaria de la democracia, sino de poner al descubierto cómo pretenden ligar la expansión de los organismos obreros a la defensa de ésta.
Ahora bien, tal como lo hemos explicado, la condición de vida del régimen democrático consiste precisamente en impedir el poder a algunas agrupaciones en particular en nombre del interés de las individualidades así como de la sociedad. La fundación de una organización obrera conlleva directamente un ataque a la teoría de la democracia y por este motivo es característico constatar que, en el periodo actual de degeneración del pensamiento marxista, el solapamiento de las dos Internacionales (la de los traidores y la de los futuros traidores) se hace precisamente sobre la base de la defensa de la democracia, de donde derivaría la posibilidad de existencia e incluso de desarrollo de organismos obreros.
Desde el punto de vista histórico, la oposición entre "democracia" y organismos obreros se manifiesta de una forma sangrienta.
El capitalismo inglés se fundó en el siglo XVII, pero fue mucho más tarde cuando el movimiento Cartista arrebató a fuerza de luchas el derecho de organización de la clase obrera. En todos los países los obreros obtendrán esta conquista únicamente a base de fuertes movimientos que continuamente fueron objeto de la represión sangrienta de los Estados democráticos. Es totalmente exacto que antes de la guerra, y más concretamente hasta los primeros años de nuestro siglo, los movimientos de masas destinados a fundar los organismos independientes de la clase obrera estaban dirigidos por los Partidos socialistas hacia la conquista de los derechos que permitieran a los obreros acceder a las funciones gubernamentales o estatales. Ciertamente esta cuestión fue la más debatida en el seno del movimiento obrero; su expresión más concluyente se halla sobre todo en la teoría reformista que, bajo el estandarte de la penetración gradual del proletariado en la fortaleza del enemigo, en realidad permitió a este último -y 1914 representa la conclusión de este balance de revisión marxista y de traición- corromper y someter a sus propios intereses al conjunto de la clase obrera.
En la lucha contra lo que habitualmente se llama el "bordiguismo", se plantea con frecuencia por necesidades de la polémica (que generalmente son las necesidades del enredo y de la confusión), que tal o cual movimiento tuvo como objetivo la conquista del sufragio universal, o bien ésta o aquélla revindicación democrática. Esta manera de interpretar la historia es muy similar a la que consiste en explicar los acontecimientos, no determinando su causa en función de las clases antagonistas y los intereses específicos que les oponen realmente, sino basándose simplemente en las siglas inscritas en las banderas que ondeaban por encima de las masas en movimiento. Esta interpretación, que por otra parte no tiene más que un valor puramente acrobático en el que se complacen los pretenciosos que pueblan el movimiento obrero, se desvanece inmediatamente si se plantea el problema en términos realistas. En efecto, no se pueden comprender los movimientos obreros más que en la línea de su ascensión hacia la liberación del proletariado. Si por el contrario se les sitúa en la vía opuesta que conduciría a los obreros a conquistar el derecho de acceder a funciones gubernamentales o estatales, nos situaríamos directamente sobre el mismo camino que condujo a la traición de la clase obrera.
De todas maneras, los movimientos que tenían por objetivo la conquista del derecho de voto, podían llevar a cabo esta reivindicación y de una forma duradera, porque en definitiva, lejos de quebrantar al sistema democrático, no hacían más que introducir al propio movimiento obrero en su mismo juego. Las miserables hazañas de los obreros que llegaron a puestos gubernamentales son de todos conocidas: los Ebert, Scheidemann Henderson, etc., demostraron claramente lo que es el mecanismo democrático y la capacidad que tiene para desatar las más implacables represiones contrarrevolucionarias. Es totalmente distinto lo que concierne a las posiciones de clase conquistadas por los obreros. Aquí no es posible ninguna compatibilidad con el Estado democrático; al contrario, la oposición irreconciliable que refleja el antagonismo de clases se acentúa, se agudiza y se amplifica, y la victoria obrera será conjurada gracias a la política de los dirigentes contrarrevolucionarios.
Éstos últimos desnaturalizan el esfuerzo realizado por los obreros para crear sus organismos de clase, los cuales no pueden ser sino el fruto de una lucha sin piedad contra el Estado democrático. El triunfo proletario sólo es posible en esta dirección. Cuando las masas obreras son seducidas por la política de los dirigentes oportunistas, terminan por ser arrastradas al pantano democrático. Ahí no son más que un simple peón de un mecanismo que se hace tanto más democrático cuanto consigue anular todas las formaciones de clase que representan un obstáculo para su funcionamiento.
El Estado democrático que acciona este mecanismo llegará a hacerlo funcionar "igualitariamente" sólo a condición de tener ante sí, no categorías económicas antagonistas agrupadas en distintos organismos, sino "ciudadanos" iguales (!) entre sí que se reconocen de posición social similar para atravesar juntos los múltiples caminos que acceden al ejercicio del poder democrático.
Hacer la crítica del principio democrático con el fin de demostrar que la igualdad electoral no es más que una ficción que oculta los abismos que separan a las clases en la sociedad burguesa, excede el marco de este artículo. Lo que nos interesa aquí es poder poner en evidencia que entre el sistema democrático y las posiciones obreras existe una oposición irreconciliable. Cada vez que los obreros han llegado a imponer -a costa de luchas heroicas y de sacrificar sus vidas- una reivindicación de clase al capitalismo, han atizado un peligroso golpe a la democracia, de la que sólo el capitalismo se puede reivindicar. Al contrario, el proletariado encuentra la razón de su misión histórica proclamando la mentira del principio democrático, en su propia naturaleza y en la necesidad de suprimir las diferencias de clases y las clases mismas. Al final del camino que recorre el proletariado a través de la lucha de clases no habrá el régimen de la democracia pura, pues el principio sobre el que se basará la sociedad comunista es el de la inexistencia de un poder estatal dirigente de la sociedad, mientras que la democracia se inspira absolutamente en ello y en su expresión más liberal, se esfuerza continuamente por lanzar al ostracismo a los explotados que osan defender sus intereses con la ayuda de sus organizaciones en lugar de permanecer sumisos a las instituciones democráticas creadas con el único fin de mantener la explotación de clase.
Tras haber situado en su marco normal el problema de la democracia -no vemos realmente cómo sería posible para los marxistas hacerlo de otra manera- es posible comprender los acontecimientos de Italia, de Alemania, lo mismo que las situaciones que vive actualmente el proletariado en los diferentes países y en particular en Francia. A primera vista, el dilema en el que se sitúan estos acontecimientos consiste en la oposición "fascismo-democracia", o, para utilizar términos corrientes, "fascismo-antifascismo".
Los estrategas "marxistas" dirán para colmo que la antítesis sigue siendo la existencia de dos clases fundamentalmente opuestas, pero que el proletariado tiene la ventaja de aprovechar la oportunidad que se le ofrece y de presentarse como la figura principal de la defensa de la democracia y la lucha antifascista. Ya hemos puesto en evidencia la confusión entre democracia y posiciones obreras que está en la base de esta política. Ahora nos falta explicar por qué el frente de defensa de la democracia en Italia -al igual que en Alemania- no representó, a fin de cuentas, más que una condición necesaria para la victoria del fascismo. Pues lo que impropiamente se llama "golpe de Estado fascista", sólo es, en definitiva, un trasvase de poder, más o menos pacífico, del gobierno democrático al nuevo gobierno fascista. En Italia un gobierno en el que están los representantes del antifascismo democrático cede el paso a un ministerio dirigido por los fascistas que tendrá una mayoría asegurada en este parlamento antifascista y democrático, cuando sin embargo los fascistas no tenían mas que un grupo parlamentario de cuarenta representantes sobre 500 diputados. En Alemania, el antifascista Von Schleicher cede el paso a Hitler, llamado, por otro lado, por otro antifascista, Hindenburg, el elegido de las fuerzas democráticas y socialdemócratas. En Italia y en Alemania, en la época de la conversión de la sociedad capitalista al fascismo, la democracia no se retira inmediatamente de la escena política, sino que mantiene una posición política de primer orden: en efecto, si permanece en el gobierno, no es con el fin de representar en él un centro de reunión para romper el curso de las situaciones que desembocarán en la victoria fascista, sino para permitir el triunfo de Mussolini y de Hitler. En Italia, además, después de la marcha sobre Roma, y durante varios meses, encima, se formará un gobierno de coalición del que los fascistas formarán parte en colaboración con los demócrata-cristianos e incluso Mussolini no renunciará a la idea de tener representantes de la social-democracia en la dirección de las organizaciones sindicales.
Las acontecimientos actuales en Francia, donde no es cierto que la perspectiva fascista represente la única salida capitalista a la situación, y donde el "Pacto de acción" entre socialistas y centristas ha hecho de la clase obrera el elemento principal de la defensa de la democracia, terminarán por esclarecer la controversia teórica que opone nuestra fracción contra las otras organizaciones que se reclaman de la clase obrera. Pues la condición necesaria para la derrota del fascismo, y que consistía en el reagrupamiento de los partidos que actúan en el seno de la clase obrera en un frente único enarbolando la bandera de la defensa de la democracia, esta condición que no existía ni en Italia ni en Alemania, se cumple totalmente en Francia. Ahora bien, en nuestra opinión, el hecho de que el proletariado francés haya sido apartado de su camino de clase y espoleado como lo está, por centristas y socialistas, en la vía que hoy le inmoviliza y mañana le enviará al capitalismo, hace prever la victoria indudable del enemigo en la doble perspectiva de estar obligado a recurrir al fascismo o bien a una transformación del Estado actual en un Estado en que el gobierno absorberá gradualmente las funciones legislativas fundamentales y donde las organizaciones obreras deberán ceder su independencia y admitir el control estatal a cambio de su "ascensión" a la categoría de instituciones consultivas colaterales.
Cuando se dice que la situación actual ya no permite al capitalismo mantener una forma de organización social análoga o idéntica a la existente en el periodo histórico ascendente de la burguesía, no se hace más que constatar una verdad evidente e indiscutible. Pero se trata también de una constatación de hechos que no es específica de la cuestión de la democracia, sino que es general y que se aplica de igual modo a la situación económica y a todas las demás manifestaciones sociales, políticas, culturales, etc. Esto viene a abonar que hoy no es ayer, que actualmente hay fenómenos sociales que en el pasado no se presentaban en manera alguna. No pondríamos de relieve esta afirmación banal si no fuera por las conclusiones políticas, extrañas como mínimo, que comporta: no se reconoce ya a las clases sociales por el modo de producción que instauran, sino por la forma de organización política y social de la que se dotan. El capitalismo es una clase democrática que se opone necesariamente al fascismo, que sería la resurrección de los oligarquías feudales. O bien el capitalismo ya no sería capitalismo desde el momento en que deje de ser democrático y el problema consistiría en matar al demonio fascista valiéndose del propio capitalismo. O bien, puesto que al capitalismo hoy le interesa abandonar la democracia, no hay más que ponerle contra las cuerdas retomando los textos de la constitución y de las leyes, y así llegaríamos a romper la conversión de capitalismo al fascismo y abriríamos la vía que conduce a la victoria proletaria.
En definitiva, el ataque fascista nos obligaría provisionalmente a poner en cuarentena nuestro programa revolucionario para pasar a la defensa de las instituciones democráticas en peligro, y después reanudar la lucha integral contra esta misma democracia que, gracias a esta interrupción, nos habría permitido tender una trampa al capitalismo. Una vez eliminado el peligro, la democracia podría ser nuevamente crucificada.
La simple enunciación de las conclusiones políticas derivadas de la constatación de la diferencia entre dos épocas capitalistas -la ascendente y la descendente- permite ver el estado de descomposición y de corrupción de los partidos y de los grupos que se reclaman del proletariado, en el periodo actual.
Los dos periodos históricos considerados separadamente pueden diferir y realmente difieren, pero para llegar a la conclusión de que existe una incompatibilidad entre el capitalismo y la democracia o entre el capitalismo y el fascismo, habría que considerar democracia y fascismo no tanto como formas de organización sociales sino de las clases, o bien habría que admitir que a partir de ahora la teoría de la lucha de clases ha dejado de ser cierta y que asistimos a una batalla que librará la democracia contra el capitalismo, o el fascismo contra el proletariado. Pero, los acontecimientos de Italia y de Alemania están ahí para demostrarnos que el fascismo no es más que el instrumento de represión sangriento contra el proletariado, al servicio del capitalismo, que ve a Mussolini proclamar la santidad de la propiedad privada sobre los escombros de las instituciones de clase que habían fundado los obreros para dirigir su lucha contra la apropiación burguesa del producto de su trabajo.
Pero la teoría de la lucha de clases se verifica, una vez más, en las crueles experiencias de Italia y de Alemania. La aparición del movimiento fascista no modifica en absoluto la antítesis capitalismo-proletariado, sustituyéndola bien por capitalismo-democracia, o bien por fascismo-proletariado. En la evolución del capitalismo decadente llega un momento en que éste último se ve obligado a emprender otro camino diferente del que había recorrido en su fase ascendente.
Antes, podía combatir a su enemigo mortal, el proletariado, presentándose una perspectiva de una mayoría progresiva de su suerte hasta conseguir su liberación y, con este fin, abría las puertas de las instituciones democráticas acogiendo en ellas a los llamados representantes obreros, pero que se convertían en agentes de la burguesía en la medida en que llegaban a encadenar a los organismos obreros en el engranaje del Estado democrático. Hoy -tras la guerra de 1914 y la revolución rusa- el problema para el capitalismo es dispersar, con la violencia y la represión, todo foco proletario que pueda estar relacionado con el movimiento de clases. En el fondo, la explicación de la diferencia de actitud entre el proletariado italiano y alemán ante el ataque fascista, de la resistencia heroica del primero para defender hasta el último ladrillo de las instituciones obreras y del hundimiento del segundo nada más formarse el gobierno Hitler-Papen-Hugenberg, depende únicamente del hecho de que en Italia el proletariado fundaba -por el cauce de nuestra corriente- el organismo que podía conducirle a la victoria, mientras que en Alemania el Partido comunista, quebrado por la base en Halle mediante la fusión con los independientes de izquierda, vive una serie de etapas en el curso de las múltiples convulsiones de la izquierda y extrema izquierda, que marcan sucesivos pasos adelante en la corrupción y descomposición de un partido del proletariado alemán que en 1919 y 1920 había escrito páginas de gloria y heroísmo.
Incluso si el capitalismo pasa a la ofensiva contra las posiciones democráticas y las organizaciones que se reclaman de ellas, incluso si asesina a las personalidades políticas que pertenecen a partidos democráticos del ejército o del mismo Partido nazi (como el 30 de junio en Alemania), esto no significa que deban haber tantas antítesis como oposiciones hayan (fascismo-ejército, fascismo-cristianismo, fascismo-democracia). Estos hechos prueban solamente la extrema complejidad de la situación actual, su carácter espasmódico y no atacan en manera alguna a la teoría de la lucha de clases. La doctrina marxista no presenta el desafío proletariado-burguesía en la sociedad capitalista como un conflicto mecánico, hasta el punto que toda manifestación social podría y debería estar ligada a uno u otro extremo del dilema. Al contrario, la esencia misma de la doctrina marxista consiste en el establecimiento, derivado del análisis científico, de dos órdenes de contradicciones, de contrastes y de antagonismos, desde el punto de vista económico así como del político y social. Aparte de la antitesis burguesía-proletariado, único motor de la historia actual, Marx puso en evidencia las bases y el curso contradictorio propio del capitalismo, hasta tal punto que no se establece de ningún modo la armonía de la sociedad capitalista, incluso después de que el proletariado ha dejado de existir (como es el caso en la situación actual a consecuencia de la acción del centrismo y de las traiciones social-demócratas) en tanto que clase que trata de quebrantar el orden capitalista y fundar la nueva sociedad. Actualmente el capitalismo puede haber amputado provisionalmente la única fuerza progresista de la sociedad, el proletariado, pero, tanto en el terreno económico como en el político, las bases contradictorias de su régimen no cesan de determinar la oposición irreconciliable de los monopolios, de los Estados, las fuerzas políticas que actúan en interés de la conservación de su sociedad, en particular el contraste entre fascismo y democracia.
En el fondo la alternativa guerra-revolución significa que, una vez descartada como solución a la situación actual la fundación de la nueva sociedad, no aparecerá en absoluto una era de tranquilidad social, sino toda la sociedad capitalista (incluidos los obreros) caminan hacia la catástrofe, resultado de las contradicciones inherentes a esta sociedad.
El problema a resolver no es el de atribuir al proletariado tantas actitudes políticas como oposiciones haya en la situación, ligándolo a tal monopolio, tal Estado, a tal fuerza política contra los que se le oponen, sino mantener la independencia de la organización del proletariado en lucha contra todas las expresiones económicas y políticas del mundo del enemigo de clase.
La conversión de la sociedad capitalista al fascismo, la oposición y el mismo conflicto entre los factores de ambos regímenes, no deben de ningún modo alterar la fisionomía específica del proletariado. Tal como hemos señalado en varias ocasiones, los fundamentos programáticos proletarios deben ser hoy los mismos que Lenin publicó, con su trabajo de fracción, antes de la guerra y contra los oportunistas de todos los colores. Ante el Estado democrático, la clase obrera debe mantener una posición de lucha por su destrucción y no debe entrar en él con el fin de conquistar posiciones que permitan construir gradualmente la sociedad socialista; los revisionistas que defendieron esta posición, convirtieron al proletariado en víctima de las contradicciones del mundo capitalista, en carne de cañón, en 1914. Hoy que las situaciones obligan al capitalismo a proceder a una transformación orgánica de su poder, del Estado, el problema continúa siendo el mismo, es decir, el de la destrucción y la introducción del proletariado en el seno del Estado enemigo para salvaguardar sus instituciones democráticas, lo que pone a la clase obrera a merced del capitalismo; y allá donde éste último no debe recurrir al fascismo, de nuevo le hace víctima de los conflictos interimperialistas y de la nueva guerra.
El dilema marxista, capitalismo-proletariado, no significa que los comunistas ante cada situación deban plantear el problema de la revolución, sino que en cualquier circunstancia el proletariado debe agruparse en torno a sus posiciones de clase. El problema de la insurrección lo podrán plantear cuando existan las condiciones históricas para la lucha revolucionaria, y en las otras situaciones estará obligado a promover un programa de reivindicaciones más limitado, pero siempre de clase. La cuestión del poder se plantea únicamente en su forma íntegra y si faltan las premisas históricas necesarias para el desencadenamiento de la insurrección, esta cuestión no se plantea. Las consignas a promover, entonces, corresponderán a las reivindicaciones elementales que conciernen a las condiciones de vida de los obreros desde el punto de vista de la defensa de los salarios, las instituciones proletarias y de las posiciones conquistadas (derecho de organización, de prensa, de reunión, de manifestación, etc.).
El ataque fascista encuentra su razón de ser en una situación económica que anula toda posibilidad de equívoco, y que supone que el capitalismo debe pasar al aniquilamiento de toda organización obrera. En este momento, la defensa de las reivindicaciones de la clase obrera amenaza directamente el régimen capitalista, y el desencadenamiento de las huelgas defensivas no puede situarse más que en el curso de la revolución comunista. En esta situación -tal como ya lo hemos dicho-, los partidos y las formaciones democráticas y social-democráticas tienen una función de primer orden, pero a favor del capitalismo y contra el proletariado, en la línea que conduce a la victoria fascista y no en la línea que lleva a la defensa o al triunfo del proletariado. Éste último será movilizado por la defensa de la democracia con el fin de que no luche por las reivindicaciones parciales. Los socialdemócratas alemanes llaman a los obreros a abandonar la defensa de sus intereses de clase para no amenazar al gobierno de mal menor de Brüning; Bauer hará lo mismo por Dollfuss entre marzo de 1933 y febrero de 1934; el "Pacto de acción" entre socialistas y centristas en Francia se realiza porque contiene (cláusula de principio Zyromski) la lucha por las libertades democráticas a excepción de las huelgas reivindicativas...
Trotsky dedicará un capítulo de sus documentos sobre la revolución alemana a demostrar que la huelga general ha dejado de ser el arma de defensa de la clase obrera. La lucha por la democracia es una potente maniobra de distracción para apartar a los obreros de su terreno de clase y engancharlos a las contradictorias volteretas que realiza el Estado en su metamorfosis de democracia a Estado fascista. El dilema fascismo-antifascismo actúa, pues, en interés exclusivo del enemigo; el antifascismo, la democracia adormece a los obreros para que, a continuación, los fascistas los apuñalen, aturden a los proletarios a fin de que no vean ya ni el terreno ni la vía de su clase. Estas son las posiciones centrales que han marcado con su sangre los proletarios de Italia y de Alemania. El capitalismo mundial puede preparar la guerra mundial porque los obreros de otros países no se inspiran en estas ideas programáticas. Nuestra fracción, inspirada en estos principios programáticos, continúa su lucha por la revolución italiana, por la revolución internacional.
"Bilan" (Balance) N° 13, 1934 (Ottorino Perrone)
[Tomado de la Revista n+1]
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Relacionados:
Contra la Democracia [Libro]. Miriam Qarmat (2006)
Contra la Democracia y las Guerras Imperialistas. Revista Comunismo nro. 65. Diciembre de 2015