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5 de agosto de 2019

La revolución nunca será lo que llaman ‘sentido común’

Comunidad de Lucha nro. 10 (Chile). Junio 2019


La mentira es la que manda, la que causa sensación.
La verdad es aburrida, puta frustración.
Eskorbuto

La mentira reina entre más evidente se hace su dominio, y quienes somos engañadxs aceptamos la mentira –no tanto porque la creamos– sino porque termina imponiéndose como la única verdad posible, y como la única racionalidad socialmente aceptada.

Esta sociedad viene soportando lo insoportable desde hace varios siglos, y ni siquiera ante dos guerras mundiales y el desastre ambiental que ha desatado la explotación capitalista es capaz de cuestionar el actual orden de las cosas –el dominio económico por encima de la vida de las personas– e imaginar una posible superación. Aún sabiendo su mentira, desplegada durante todo este tiempo y comprobada una y otra vez con grotescos ejemplos, seguimos reconociendo a las instituciones más corruptas e inhumanas que nuestra historia haya conocido, conceptos como las encarnaciones del “bien, la seguridad y la paz”: el Estado, la Iglesia y la propiedad burguesa.

Y es que la ideología del trabajo puede aprobar la inhumanidad, el saqueo, la persecución. La paz y tranquilidad de lxs ciudadanxs no solo depende del grado de violencia desplegado (la vigilancia constante, la presencia policial, las tanquetas y asesinatos en el sur del país y los controles de identidad en colegios), sino también de su capacidad de permitirles producir y comprar, de su poder gastar y poder volver a generar al día siguiente para seguir gastando. Mientras la vida alienada continúe su curso seguro, poco importa la violencia y la inhumanidad que sean necesarios para mantenerla.

El sentido común de la sociedad actual avala la intervención militar en nombre de la “paz”, la destrucción del planeta en nombre del progreso y, por sobre todo, una vida de trabajos mal pagados para la inmensa mayoría en nombre del crecimiento económico (aunque la buena remuneración de los trabajos no cambiaría el problema de fondo: la alienación).

El derecho, la democracia, la igualdad, el diálogo… en un mundo donde todo no hace más que justificar la violencia cuando viene desde el Estado y las clases poseedoras, el sentido común no es más que la más pura expresión de su dominio basado en la mentira: en el mundo de lo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso.

La crítica revolucionaria no puede enfrentar este mundo de la mentira demostrándole la verdad en sus propios términos. No puede defender en términos democráticos la violencia de la revolución, de su expropiación generalizada; no puede defender en términos ciudadanos el vandalismo y el sabotaje. La crítica revolucionaria debe poner en crisis los conceptos propios del sentido común actual, debe cuestionar la paz, el bien, la democracia, como única forma de develar su verdadero contenido: el pillaje y el saqueo capitalista.

La revolución no se defiende ni define en los términos del sentido común burgués: no es democrática, ni es pacífica, sino que detiene por la fuerza la locomotora de la irracionalidad capitalista, locomotora alimentada por generaciones sometidas y empobrecidas por las clases dominantes.

En este mundo invertido, donde la racionalidad capitalista crea un mundo profundamente irracional, en el cual convive la manipulación genética y la exploración espacial con el hambre de miles de millones de seres humanos, solamente la crítica revolucionaria puede exponer la verdad de este mundo: la dominación del humano por el ser humano. Las soluciones para superar este estado de cosas aparece, para el pensamiento dominante, como una locura o como una utopía bienintencionada pero inalcanzable. La verdad es que la crítica radical de la sociedad actualmente existente es la única que propone medidas verdaderamente realistas para superar la enajenación actual: Comunidad, auto organización, lucha y producción social en base a las necesidades humanas. Nuestro sentido común es el de las comunidades auto organizadas. Solamente desde ellas, y no de su representación, puede generarse una visión común desde el ser humano y su entorno natural. Hoy, por el contrario, es la propaganda capitalista quien habla por nosotrxs.

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«... muchos lectores buscarán entre nuestras páginas algunas “propuestas”, nosotros les recordamos que la comprensión de esta sociedad se encuentra en su más profunda y despiadada crítica, en la lucha contra ella. Y de paso, para la “propuesta”, ya estamos enumerando todo lo que no queremos, que no es poco.»
Cuadernos de Negación. Entrevista. 2014
«Cualquier definición económica del comunismo sigue estando dentro de la esfera de la economía, esto es, la separación de los momentos de la producción del resto de la vida. El comunismo no es una sociedad que alimentaría adecuadamente al hambriento, cuidaría al enfermo, alojaría al que no tiene casa, etc. No puede basarse en la satisfacción de las necesidades tal como existen hoy o incluso como podríamos imaginarlas en el futuro. El comunismo no produce suficiente para cada cual y lo distribuye equitativamente entre todos. Es un mundo en el que la gente entra en relaciones y en actos que (entre otras cosas) dan como resultado que sean capaces de alimentarse, cuidarse, alojarse... ellos mismos. El comunismo no es una organización social. Es una actividad. Es una comunidad humana.» 
Gilles Dauvé. Visitando nuevamente el Este... y adentrándonos rápido en Marx (Declive y resurgimiento de la perspectiva comunista). 2002

3 de agosto de 2019

Postmodernidad o la impostura de una falsa radicalidad [Audio]

Audio de la Charla-debate: "Posmodernidad o la impostura de una falsa radicalidad", por el Grupo Barbaria (Madrid/París) en la Biblioteca Alberto Ghiraldo (Rosario), 26/07/2019

Abordaremos algunos de los lugares comunes ideológicos de nuestra época, lugares comunes que por comodidad llamamos post-modernos. De manera general, se pueden reconocer por la idea de que cualquier intento de buscar una emancipación radical sería un metarrelato, que buscar algún criterio de verdad u objetividad sería prueba de prepotencia y voluntad de dominio. Así, no existirían criterios generales y universales por los que definir la realidad del mundo y por tanto tampoco una búsqueda de una liberación general: todo es subjetivo, la única lucha posible es la que se da desde lo cotidiano, en la microfísica de poderes, sin el riesgo de caer en esencialismos y definiciones seguras siempre peligrosas.

Esta reflexión surge desde una práctica revolucionaria y la crítica la hacemos desde la influencia que este tipo de planteamientos y autores tienen dentro de los activistas radicales que tratan de luchar contra este mundo.





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Compartimos también el folleto de Barbaria que da nombre y sustento a esta charla: http://barbaria.net/…/posmodernidad-o-la-impostura-de-una-…/
«Esa guerra de todos contra todos, la reducción de la vida social a la de átomos en perpetuo conflicto mercantil, la postmodernidad tratará de llevarla a su máxima expresión. En efecto, la guerra de todos contra todos, se convierte en las posiciones postmodernas en un conflicto permanente entre identidades. Racializados contra blancos, queer frente a cisgéneros, trans frente a queers, etc. ¡Cuántas más opresiones mejor! ¡Quién da más en esta verborrea de privilegios que establece quién debe hablar y quién callar! De este modo se disuelve no solo cualquier crítica unitaria a este mundo, sino la posibilidad de transcenderlo y poder enfrentar las opresiones específicas que el capital reproduce en todo su abanico. Solo un proyecto de destrucción integral de este mundo por medio de la reconstrucción de la comunidad humana permite tal objetivo.
Cuando hablamos de postmodernidad nos referimos a una ideología y no a una época. La época sigue siendo la misma, aunque le pese a nuestros finos contrincantes: la del capital y sus invariantes categoriales, el trabajo abstracto y la mercancía, el Estado y la democracia. Nos referimos a una ideología porque se trata de una mirada distorsionada sobre la realidad que no permite aprehender su sentido auténtico y por ende las posibilidades de revolucionarlo en un sentido emancipador. Además su producción nos traslada de la Universidad de California a la Sorbona, de la Sapienza de Roma a la Complutense, de los campus de Buenos Aires a los de Calcuta. Por lo tanto, no es una simple ideología, sino una ideología cuyo agente evidente son las clases medias. Los académicos “radicales” de los campus traducen en su lenguaje profesional opresiones reales (patriarcales, raciales…) para lograr financiación para sus proyectos de investigación. Una multitud zombi de estudiantes universitarios, embelesados y entretenidos por el lenguaje esotérico de sus mayores, blanden con prepotente seguridad las armas de sus frases mágicas e incomprensibles, y pobre del que pretenda oponerse. La postmodernidad tiene algo de postmoestalinismo.
Por todo lo dicho, este texto es un texto de combate, de afirmación comunista y revolucionaria, un texto de negación. [...]
Tras recorrer la Santísima Trinidad postmoderna (género, raza y clase) aún nos quedaría por realizar nuevas críticas. Y es que la trilogía se puede transformar en una infinidad factorial de luchas y conflictos, cada uno desde su parcialidad (especista, vegana, etc.) Para nosotros el comunismo y la anarquía son un movimiento total desde el inicio. El hecho de que se empiece siempre desde algún lugar y desde algún conflicto inmediato no niega su generalización global e histórica. Los postmodernos tienden a negar este movimiento real rompiendo la unidad entre lo inmediato y lo global, lo particular y lo universal, para reconstruirlo a posteriori de un modo muerto. Así, la reconstrucción feminista acaba siendo una defensa de la igualdad de derechos en el capitalismo; la racializadora, una defensa de la integración y el reconocimiento entre las diferentes “razas”; la lucha obrera, una reivindicación para que el capital distribuya un poco de la pirámide de la renta… En la medida en que se separa cada lucha inmediata de una perspectiva global de superar este mundo, cada parcialidad es una parcialidad reformista y su suma también lo es. Y que conste que no estamos hablando de perspectivas ideales o de meros principios, son nuestras necesidades reales como proletarios lo que nos lleva a enfrentarnos globalmente con este mundo desde cualquiera de nuestras inmediateces.                                                                                                                       Obviamente, al igual que el patriarcado, el racismo fractura y divide a nuestra clase, y es un claro agente en la reproducción del mundo del capital. Lo que afirmamos permanente e invariantemente es que solo en un proceso unitario de constitución del proletariado en clase, en fuerza histórica, es como será posible superar real y materialmente estas divisiones que fracturan a nuestra clase y que impiden nuestra constitución en partido para la destrucción del capital y del Estado. El comunismo es un movimiento real y unitario que parte de las necesidades humanas y que desde ahí supera las divisiones y fragmentaciones. No es el resultado de alianzas y sumatorias de distintas parcialidades que negocian y se interseccionan entre sí. Solo el proletariado puede acabar con el capital, negándose a sí mismo como clase, en la medida que es el secreto oculto del capital, aquel que desvela que este no es una realidad natural sino una sustancia social. La clase no es, sin embargo, un hecho sociológico sino una constitución colectiva, partídica, como fuerza histórica, y para que sea tal tiene que romper con todas las divisiones que la atenazan (nacionales, raciales, patriarcales…) El proletariado es una clase que no es una clase, y en su movimiento real hacia el comunismo expresa la potencia de eliminar no solo la sociedad de clases sino la multiplicidad de opresiones que el capital reproduce consigo.»