3 de septiembre de 2020

Bordiga y la pasión del comunismo

Jacques Camatte. Invariance. Francia, 1972

«Actualmente todo es capital y, en consecuencia, hablar de mercantilismo se muestra como una concesión al pasado. Se puede replicar que Bordiga lo considera como fundamento del capital y no de forma autónoma. Es verdad, pero en tal caso esa condena padece de operar únicamente en la negatividad: definición del comunismo como sociedad no mercantil. En cambio, cuando comenta las notas de K. Marx a la obra de J. Mill, Bordiga supera esta negatividad y se eleva a una visión de la totalidad. El comunismo no conoce ni intercambio ni obsequio —añadimos nosotros—, porque el obsequio no es más que un intercambio diferido o todo lo más un momento inicial de éste.
 
Bordiga denuncia de nuevo la producción por la producción, el eslogan según el cual el socialismo se caracteriza inmediatamente por el incremento de las fuerzas productivas, el mito de la producción, el del crecimiento indefinido del PIB —que tiene como consecuencia la peor esclavitud de los hombres—; y define en antítesis el comunismo como el modo de producción en que «el objetivo de la sociedad no es la producción sino el hombre». Ello le condujo inevitablemente a retomar su tesis de que el consumo se convierte en consumo para el hombre y que, correlativamente, surge la urgencia de regenerar la especie, de desintoxicar a los hombres.
 
La condena de la sociedad del capital reclamaba el estudio de los modos de producción anteriores; la puesta en evidencia, tras Marx, de su superioridad sobre nuestra sociedad, imponía un nuevo enfoque del comunismo primitivo definido como comunismo natural, en cierta forma mito y poesía social. Con estos trabajos, se abandonaba el estrecho marco en que nos habíamos movido hasta entonces con Engels y su obra sobre "El origen de la familia", marco en que las sociedades africanas o asiáticas no podían tener lugar más que al precio de descaradas distorsiones de la realidad. No puede imputarse toda la culpa a Engels, que sin embargo había precisado en su libro:
 
"Por falta de espacio renunciaremos a estudiar las instituciones gentilicias que aún existen bajo una forma más o menos pura en los pueblos salvajes y bárbaros más diversos, o a seguir sus vestigios en la historia primitiva de los pueblos civilizados de Asia."[28]
 
Simultáneamente, señalando el despojo sufrido por el hombre a lo largo del desarrollo de las sociedades de clase, Bordiga fue llevado a reconsiderar el vínculo de la ciencia moderna con la antigua y con otras formas de conocimiento humano, como el arte y la religión. Se vio aún más reforzado su interés en los mitos, que no fueron abordados desde la óptica reduccionista de un estúpido materialismo histórico, sino como potentes expresiones del deseo de los hombres por recomponer su comunidad y de ir más allá de los límites que les imponía el surgimiento de las sociedades de clase. En cuanto a los mitos surgidos en el seno de sociedades no clasistas, éstos eran testigos de una alta concepción del vínculo del hombre con la naturaleza. Puede tomarse como ejemplo el mito de la inmortalidad. Con el advenimiento de las clases, el hombre queda reducido a un individuo, a una partícula aislada, y sufre íntegramente el peso de este aislamiento-soledad; la muerte aparece como la realización perfecta de dicha soledad-separación, por lo que hay que combatirla mediante la certeza de un más allá donde se recree la comunidad, espejismo que le permite mantener su continuidad. Para el hombre de la sociedad futura, la inmortalidad ya no está situada en un más allá de la muerte, sino al interior de la vida de la especie, de la cual el individuo ya no está separado porque el hombre social es al mismo tiempo Gemeinwesen o Comunidad Humana [29].»