3 de septiembre de 2020

Bordiga y la pasión del comunismo

Jacques Camatte. Invariance (Francia, 1972)


«Los hombres son producto de su época: algunos son aptos para representarla, porque la invarianza de su pensamiento se sobrepone a la ideología de la clase dominante o expresa las acometidas de la clase dominada; otros la dominan, porque son capaces de percibir los momentos de discontinuidad a partir de los cuales comienzan las nuevas fases del devenir de un modo de producción dado —máxime los nuevos modos de producción. En el primer caso tenemos el pensamiento de lo continuo; en el segundo, el de lo discontinuo. En otras palabras, tenemos el pensamiento tradicional —en sentido no peyorativo— y el revolucionario. Raros son los hombres aptos para pensar según las dos modalidades, ya que no se trata de una dualidad que forme una yuxtaposición espacial, sino que es una dualidad contradictoria. Con mucha frecuencia, el pasado, la tradición, pesan como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos e impiden el surgimiento, la irrupción del presente y del futuro —que operan sin embargo en la realidad— en el pensamiento. Esto es verdad tanto en periodos de calma social como en periodos de turbulencias revolucionarias, favoreciendo los primeros más la expresión tradicionalista, y los segundos más la expresión revolucionaria. 
 
A. Bordiga expresó perfectamente las ideas dominantes del movimiento comunista tal y como se desarrolló tras la revolución rusa y, al mismo tiempo, ha expresado lo que es este movimiento convertido en diafragma ideológico: el devenir real, es decir, no interpretado por el bolchevismo o el leninismo, de la sociedad. Pero su lucha contra las deformaciones leninistas, trotskistas y estalinistas inhibió finalmente su investigación. Su voluntad de no innovar ni un punto, de limitarse a comentar, de probar que todo había sido ya explicitado, le hizo permanecer dentro de sus límites. No es uno de esos hombres que dan el pego porque consiguen presentarse como siendo más de lo que son o porque las condiciones históricas les han permitido ir como más allá de sí mismos, llenándose de una sustancia que no les es propia. Bordiga fue todo lo contrario. Él se limitó voluntariamente, no produjo lo que potencialmente tenía en sí mismo. Por ello su obra, que está orientada al futuro, fue inhibida o enmascarada por una especie de hermenéutica revolucionaria. Frenó constantemente su voluntad de definir la especificidad de la época en que la dominación del capital se fortalecía aún más. De ahí, considerado a posteriori, el carácter trágico de su existencia.

Esta hermenéutica no se preocupa tanto de evidenciar el sentido oculto de palabras y textos, como de restablecer el vínculo exacto entre proletariado y teoría, vista como un conjunto de leyes que rigen el devenir de la humanidad hacia el comunismo, así como su descripción; es necesario, para Bordiga, desbaratar los falsos sentidos acumulados y los contrasentidos que fundan todas las desviaciones de la lucha proletaria. Gracias a la teoría, la conciencia inmediata de la clase puede tomarse en bloque y arraigarse, por así decirlo, de forma instantánea. Por desgracia, la simple hermenéutica no puede bastar cuando hay que vérselas con la novedad. Ahí está lo complicado. Estudiar esto último puede llevar a un enriquecimiento de la teoría. Ahora bien, dado que la causa sería aquí una persona bien determinada, habría aún la posibilidad de personalizar y de dar un nombre a un complemento teórico. Es necesario eliminar la persona en tanto que sujeto. El partido es el único órgano que debe y es capaz de llevar a buen término la tarea de clarificación y de enriquecimiento —en un sentido bien delimitado. Es por ello que sólo en el momento en que el partido comunista internacional tomó una cierta importancia (aunque siempre fuertemente minoritaria), Bordiga salió un poco de su hermenéutica. [...]

Es después de la segunda guerra mundial cuando Bordiga afronta de manera más detallada la periodización postcapitalista e intenta definir de forma más incisiva qué es el comunismo:
Pasando por encima todo el ciclo, el comunismo es el conocimiento de un plan de vida para la especie. Es decir, para la especie humana.[19]

Bordiga reafirma aquí otra constante común a K. Marx y a todos aquellos que operan con la ayuda de la teoría producida por este último.

Nuestra fórmula es abolición del salariado; hemos demostrado que la fórmula de abolición de la propiedad privada de los medios de producción, es una simple paráfrasis…[20]

El socialismo se encuentra enteramente en la negación de la empresa capitalista, no en su conquista por parte del trabajador.[21]

Después la polémica que se abre de nuevo en el seno del Partido Comunista Internacional sobre la naturaleza social de Rusia y su devenir, obliga a retomar la sucesión de estadios entre capitalismo y comunismo dada por K. Marx en la Crítica al Programa de Gotha. Sin embargo, en aquel momento hay algo más: un intento de tomar en consideración el desarrollo excepcional del capital desde el comienzo del siglo XX. [...]

En el Diálogo con los muertos no se retoma el estudio de las fases postcapitalistas. Pero es a partir del momento de la publicación de este texto cuando se pone en primer plano el teorema siguiente: el socialismo no se construye. Desde entonces no se trata ya de refutar a Stalin o a sus sucesores respondiendo negativamente a la pregunta de si existe el socialismo en la URSS, sino de destruir la base misma de esta pregunta. Construir el socialismo es una afirmación de un claro estilo utopista que evoca irresistiblemente las diversas propuestas de construir la radiante ciudad. Esta implica un plan preestablecido, concebido y conocido únicamente por algunos jefes, algunos genios, etc. En realidad el comunismo se desarrolla a partir de elementos que ya existen en el modo de producción capitalista y sólo la actividad de los proletarios al abatir el capitalismo permitirá el devenir del comunismo hacia su plenitud. El partido, para Bordiga, es en esta corriente una fuerza que guía; aquél dirige un proceso que no ha creado y sobre todo se opone a las direcciones que querrían desviar la generosa fuerza del proletariado.[...]

A partir de ahora se queda manifiesto que no se puede considerar el movimiento hacia el socialismo a partir de los estadios indicados por K. Marx. Hay que determinar cómo de hecho el capital ha realizado el estadio de transición y en cierta medida el socialismo inferior. Para realizar esta tarea, evidentemente hay que hacer referencia a la obra de K. Marx, partir de los Grundrisse y del libro III del Capital.

De la misma forma, Bordiga pudo asentar de forma aún más sólida su antimercantilismo, varias veces afirmado en los periodos anteriores, por ejemplo en la reunión de Nápoles de 1952, Carattere non mercantile della società socialista [Características no mercantiles de la sociedad socialista], donde hizo un comentario del capítulo sobre el carácter fetichista de la mercancía que habría de renovar en diversas ocasiones. [...]

Actualmente todo es capital y, en consecuencia, hablar de mercantilismo se muestra como una concesión al pasado. Se puede replicar que Bordiga lo considera como fundamento del capital y no de forma autónoma. Es verdad, pero en tal caso esa condena padece de operar únicamente en la negatividad: definición del comunismo como sociedad no mercantil. En cambio, cuando comenta las notas de K. Marx a la obra de J. Mill, Bordiga supera esta negatividad y se eleva a una visión de la totalidad. El comunismo no conoce ni intercambio ni obsequio —añadimos nosotros—, porque el obsequio no es más que un intercambio diferido o todo lo más un momento inicial de éste.
 
Bordiga denuncia de nuevo la producción por la producción, el eslogan según el cual el socialismo se caracteriza inmediatamente por el incremento de las fuerzas productivas, el mito de la producción, el del crecimiento indefinido del PIB —que tiene como consecuencia la peor esclavitud de los hombres—; y define en antítesis el comunismo como el modo de producción en que «el objetivo de la sociedad no es la producción sino el hombre». Ello le condujo inevitablemente a retomar su tesis de que el consumo se convierte en consumo para el hombre y que, correlativamente, surge la urgencia de regenerar la especie, de desintoxicar a los hombres.
 
La condena de la sociedad del capital reclamaba el estudio de los modos de producción anteriores; la puesta en evidencia, tras Marx, de su superioridad sobre nuestra sociedad, imponía un nuevo enfoque del comunismo primitivo definido como comunismo natural, en cierta forma mito y poesía social. [...]

Simultáneamente, señalando el despojo sufrido por el hombre a lo largo del desarrollo de las sociedades de clase, Bordiga fue llevado a reconsiderar el vínculo de la ciencia moderna con la antigua y con otras formas de conocimiento humano, como el arte y la religión. Se vio aún más reforzado su interés en los mitos, que no fueron abordados desde la óptica reduccionista de un estúpido materialismo histórico, sino como potentes expresiones del deseo de los hombres por recomponer su comunidad y de ir más allá de los límites que les imponía el surgimiento de las sociedades de clase. En cuanto a los mitos surgidos en el seno de sociedades no clasistas, éstos eran testigos de una alta concepción del vínculo del hombre con la naturaleza. Puede tomarse como ejemplo el mito de la inmortalidad. Con el advenimiento de las clases, el hombre queda reducido a un individuo, a una partícula aislada, y sufre íntegramente el peso de este aislamiento-soledad; la muerte aparece como la realización perfecta de dicha soledad-separación, por lo que hay que combatirla mediante la certeza de un más allá donde se recree la comunidad, espejismo que le permite mantener su continuidad. Para el hombre de la sociedad futura, la inmortalidad ya no está situada en un más allá de la muerte, sino al interior de la vida de la especie, de la cual el individuo ya no está separado porque el hombre social es al mismo tiempo Gemeinwesen o Comunidad Humana [29]. [...]

Para Bordiga la revolución, como el arte, es intuición; por ello no conoce compromisos, sino que es una acometida fulgurante que debe trasformar todo para llegar a su objetivo. Sin ella no hay anticipación. En los periodos de repliegue, contrarrevolucionarios, la tarea es mantenerse a la altura de la anticipación. De ahí la proposición revolucionaria —revolucionaria porque echa abajo la vieja perspectiva— de «el marxismo es una teoría de la contrarrevolución», ya que se trata de mantener la línea del futuro cuando todo el desarrollo social en acto la niega de forma inmediata. Por otra parte, cuando la acción ya no está ahí, sólo un pensamiento reflexivo e intenso puede reencontrar lo que la actividad de las masas había sabido descubrir tras su generoso impulso. Correlativamente nace entonces la posibilidad de que, como consecuencia, los pensadores se tomen por los inventores, por los autores de los descubrimientos arrancados por la multitud de hombres en lucha contra la clase adversaria, contra el orden establecido. En el momento en que destruye este orden, la clase explotada crea el campo en que podrá manifestarse la nueva visión, la comprensión del nuevo organismo social. La anticipación implica destrucción de todo lo que inhibe. La teoría permite mantener en los periodos de reacción la continuidad revolucionaria, en la medida en que mantiene un potencial negador del campo de inhibición histórico-social. 
 
He aquí lo que explica la aparente contradicción del comportamiento de Bordiga al afirmar la primacía de la teoría y exaltar al tiempo la actividad de los hombres incultos, frustrados, ignorantes, los proletarios, los representantes de la no-cultura, los únicos aptos para llevar a cabo la revolución. [...]
 
La contrarrevolución opera destruyendo las fuerzas revolucionarias representadas por agrupamientos de hombres, por partidos; a continuación lleva a cabo desde arriba, despacio y mistificándolas, las reivindicaciones de estos últimos; cuando su tarea está terminada y la revolución regresa inevitablemente, sólo puede ralentizar el proceso revolucionario sumergiendo a los nuevos revolucionarios en el discurso reencontrado de la época anterior. Así éstos, en lugar de esforzarse por comprender la realidad, creen ser más revolucionarios porque reactivan los temas y las consignas de sus ancestros de hace 50 años. Los revolucionarios con ojos de anticuarios no pueden ver en el movimiento actual más que las luchas del pasado. Es el momento del adorno floral, consistente en regresos diferentes a las diversas corrientes del periodo de principios de los años 20, como puede constatarse actualmente. Es indudable que también habrá un regreso intensivo a Bordiga debido a su descripción del comunismo, pero un simple regreso erraría su objetivo, ya que Bordiga no puede dar una visión global, adecuada; ha vivido el paso del capital de su dominación formal a la [dominación] real, y ha conocido los movimientos revolucionarios que se desarrollaron en el curso de esta transformación. Esto le marcó unos límites: imposibilidad de cortar irrevocablemente con el pasado —la III Internacional y sus secuelas—, incapacidad de delimitar correctamente el devenir del nuevo movimiento revolucionario, no reconocimiento de sus primeras manifestaciones a la sazón de los acontecimientos de mayo de 1968. No tener en cuenta esto sería traicionar la pasión de Bordiga y la nuestra, que obligatoriamente debe alcanzar su objetivo: el comunismo.»