Índice
- AMARGA VICTORIA DE LA AUTONOMÍA
- Autoorganización en todas partes, revolución en ninguna
- Sobre la autoorganización en la luchas actuales
- LUCHAS REIVINDICATIVAS/REVOLUCIÓN
- Una ruptura
- La cuestión de la unidad de clase
- EL ANUNCIO
- Los colectivos
- Actividades que producen la objetivación de la existencia y la unidad de clase
- «Juventud salvaje»
- Argentina: una lucha de clase contra la autonomía.
- Argelia: «Cuando me hablan de los Aarouchs, tengo la impresión de que hablan de algo ajeno.»
- El Movimiento de Acción Directa (MAD)
- Las luchas «suicidas»: caducidad de la autonomía.
- COMUNIZACIÓN
Extractos
«La autonomía, en tanto perspectiva revolucionaria que se realiza a través de la autoorganización, es paradójicamente inseparable de una clase obrera estable, fácilmente discernible en la superficie misma de la reproducción del capital, consolidada en sus límites y en su definición por esa reproducción, y reconocida en su seno como interlocutora legítima. La autonomía es la práctica, la teoría y el proyecto revolucionario de la época «fordista». Tiene como sujeto al obrero y presupone la revolución comunista como emancipación de éste, es decir, como emancipación del trabajo productivo. Presupone que las luchas reivindicativas son el punto de apoyo de la revolución y que el capital reproduce y confirma una identidad obrera en el seno de la relación de explotación. Todo esto ha perdido cualquier fundamento.
Muy al contrario, en cada una de sus luchas, el proletariado ve cómo su existencia de clase se objetiva en la reproducción del capital como algo ajeno a él y que puede verse llevado a poner en tela de juicio en el curso de su lucha. Dentro de la actividad del proletariado, ser una clase se convierte en una restricción exterior objetivada en el capital. Ser una clase se transforma en el obstáculo que su lucha como clase debe franquear, y este obstáculo posee una realidad clara y fácilmente identificable: la autoorganización y la autonomía.
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En el curso concreto de las luchas, la autonomía y la autoorganización, es decir, aquello que somos como clase, se han convertido en objeto de crítica regular. Hay que percibir la importancia teórica y práctica de este desajuste en el seno de la autoorganización, entre lo que ésta representa en la actualidad como forma necesaria de la lucha de clases, y la crítica práctica y teórica que suscita en su propio seno cuando es puesta en práctica. Ahora bien, es preciso tener en cuenta, como característica del ciclo de lucha actual, que el combate contra la «mala» autoorganización se libra en nombre de la «buena». En la actualidad, el combate contra la autoorganización sólo se manifiesta a través de ese combate a favor de la «buena» autoorganización, es decir, la perspectiva de la revolución sólo aparece como algo que no pertenece ya al ámbito de la afirmación de la clase y que, por ello mismo, ya no puede pertenecer radicalmente al ámbito de la autoorganización ni de la autonomía.
Mientras ningún enfrentamiento de clases inicie de forma positiva, en tanto acción de clase contra el capital, la comunización de las relaciones entre los individuos, la autoorganización seguirá siendo la única forma posible de acción como clase. La búsqueda de la autoorganización «verdadera» no es un «error», pues el «error» mismo indica constantemente, mediante la crítica de la autoorganización realmente existente en nombre de una autoorganización ideal, que la autoorganización es algo a superar. En tanto proceso sin fin, esta crítica de la autoorganización realmente existente en nombre de una autoorganización ideal supone una tensión en el seno de la autoorganización e indica el contenido de aquello que ha de ser superado: el impasse de la autoorganización, es decir, de su contenido, la afirmación del proletariado, la revelación de éste a sí mismo.
La superación de la autoorganización realmente existente no se logrará mediante la producción de la autoorganización «buena», «bella» y «verdadera»; se efectuará contra ella pero en su seno, a partir de ella. En las luchas actuales, el proletariado reconoce al capital como su razón de ser, como su existencia frente a sí mismo, como la única necesidad de su propia existencia. En sus luchas, el proletariado se dota de todas las formas organizativas necesarias para su acción. Pero cuando el proletariado se dota de las formas organizativas necesarias para sus objetivos inmediatos (su abolición también será un objetivo inmediato), no existe para sí mismo como clase autónoma. La autoorganización y la autonomía sólo eran posibles sobre la base de la constitución de una identidad obrera que la reestructuración ha desbaratado. ¿Qué van a autoorganizar ahora esos proletarios?
Si la autonomía desaparece como perspectiva, es porque la revolución ya no puede tener por contenido más que la comunización de la sociedad, es decir, la autoabolición del proletariado.
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Defender la sacrosanta autonomía del proletariado significa encerrarse en las categorías del modo de producción capitalista y, por tanto, abstenerse de pensar que el contenido de la revolución comunista significa la abolición del proletariado, no en virtud de una simple equivalencia lógica (que sostendría que la abolición de las relaciones capitalistas supone, por definición, la del proletariado), sino en virtud de prácticas revolucionarias precisas. El proletariado suprime el valor, el intercambio y todas las relaciones mercantiles en el transcurso de la guerra que lo enfrenta al capital, y ahí reside su arma decisiva. A través de medidas comunizadoras integra a la mayoría de los sin reservas, a los excluidos, a las clases medias y a las masas campesinas del Tercer Mundo (también en este caso cabría reflexionar sobre el ejemplo de las luchas en Argentina, no para defender el interclasismo, sino al contrario, la abolición de las clases).
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Los pocos casos de ocupación de empresas con reanudación de la producción que han apelado a la intervención del Estado representan el verdadero contenido actual de la autonomía (la autonomía de la clase obrera es el trabajo y el valor). Cabe muy bien imaginar que se recuperaran todas las fábricas, pero eso no cambiaría nada. Mientras los trabajadores se autoorganicen como trabajadores (y la autoorganización, por definición, no puede ser otra cosa) las «fábricas recuperadas» serán fábricas capitalistas, las dirija quien las dirija. La esencia de lo sucedido en Argentina es que todas las formas de autoorganización, de autonomía, de recuperación, de asambleas, toparon enseguida con sus límites bajo la forma de una oposición y de una contradicción interna que las trataba como una perpetuación de la sociedad capitalista. Abolir el capital significa, por eso mismo, negarse como trabajador, no autoorganizarse como tal; supone un movimiento de abolición de las empresas, de las fábricas, del producto, del intercambio (bajo la forma que sea). Como clase y como sujeto de la revolución, el proletariado se niega a sí mismo aboliendo el capital. El proceso revolucionario es el proceso de abolición de todo lo autoorganizable. La autoorganización es el primer acto de la revolución, los siguientes van contra ella.
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Dos aspectos resumen lo esencial del ciclo de luchas actuales:
- La desaparición de una identidad obrera confirmada en la reproducción del capital supone el final del movimiento obrero y la quiebra concomitante de la autoorganización y de la autonomía como perspectivas revolucionarias.
- Con la reestructuración del modo de producción capitalista, la contradicción entre las clases se traslada al nivel de su reproducción respectiva. En su contradicción con el capital, el proletariado pone en tela de juicio su propia existencia.
Las luchas reivindicativas han adquirido unas características impensables hace treinta años.
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En Argentina la autoorganización no se superó porque ésta no se puede superar más que en la fase terminal de una insurrección comunizadora. Las luchas sociales en Argentina anunciaron esa superación. Cuando se hace evidente que la autoorganización ya no puede tener la autonomía como contenido y proyecto realizable o ya en curso de realización, ésta se transforma en un encierro en la propia situación, que es precisamente lo que la lucha contra el capital constriñe a superar. La lucha de clase permanece encerrada en la simple expresión de la situación de clase. En el curso de la defensa encarnizada de sus intereses más inmediatos, la existencia de clase se convierte en una restricción exteriorizada en el capital. En la defensa de sus intereses inmediatos, el proletariado se ve llevado a abolirse porque su actividad en la «fábrica recuperada» ya no puede ser encerrada en la «fábrica recuperada», ni en la yuxtaposición, coordinación o unidad de las «fábrica recuperadas» o de todo lo autoorganizable (véase en Macache el testimonio de una obrera de Bruckman).
Esto significa simplemente que el proletariado no puede luchar contra el capital sin poner en tela de juicio todas las determinaciones que definen su implicación con él. Es lo que se vio apuntar en la contradicción interna de los proyectos productivos (autoorganización de la clase cuyas modalidades efectivas descomponen todas las determinaciones que la definen) y en los conflictos entre estructuras autoorganizadas.
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Si Cellatex pudo crear escuela no sólo en la forma (la violencia tiene una larga historia en la lucha de clases) sino también en el fondo, es porque la dinámica que subyace a este tipo de luchas reside en que el proletariado no es nada en sí mismo, pero es una nada repleta de relaciones sociales, lo que hace que, frente al capital, no tenga otra perspectiva que su propia desaparición.
Si Cellatex pudo crear escuela no sólo en la forma (la violencia tiene una larga historia en la lucha de clases) sino también en el fondo, es porque la dinámica que subyace a este tipo de luchas reside en que el proletariado no es nada en sí mismo, pero es una nada repleta de relaciones sociales, lo que hace que, frente al capital, no tenga otra perspectiva que su propia desaparición.
En el mismo período, cuando prendieron fuego a una nave de la fábrica, los asalariados despedidos de Moulinex se inscribieron también en la dinámica de este nuevo ciclo de luchas que convierte la propia existencia del proletariado como clase en el límite de su acción de clase.
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El límite extremo de la lucha reivindicativa puede ser definido como aquel en que la contradicción entre proletariado y capital se tensa hasta tal punto que la definición de clase se convierte en una restricción exterior, en una exterioridad que está ahí simplemente porque el capital está ahí. La pertenencia de clase es exteriorizada como restricción. Ese es el momento del salto cualitativo en la lucha de clases. Es aquí donde se produce una superación y no un desbordamiento. Es aquí donde se puede pasar de un cambio en el sistema a un cambio de sistema.
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La producción de nuevas relaciones entre los individuos consiste, pues, en las medidas comunistas tomadas como necesidad de la lucha. La abolición del intercambio y del valor, de la división del trabajo y de la propiedad, no son otra cosa que el arte de la guerra de clases, ni más ni menos que cuando Napoléon libró su guerra en Alemania introduciendo su código civil. Las relaciones sociales anteriores se desmoronan a través de esta actividad social en la que no se puede distinguir entre las actividades de huelguistas e insurrectos y la creación de otras relaciones entre los individuos, de relaciones nuevas en las que las que los individuos no consideran lo que es sino como momento de un flujo ininterrumpido de producción de la vida humana.
La destrucción del intercambio son trabajadores atacando los bancos donde están sus cuentas y las de otros trabajadores, obligándose así a arreglárselas sin ellas, trabajadores comunicándose y comunicando a la comunidad sus «productos» directamente y sin mercado, los sin techo ocupando viviendas, «obligando» así a los obreros de la construcción a producir gratis, los obreros de la construcción tomando libremente de los almacenes, obligando a toda la clase a organizarse para buscar alimentos en los sectores a colectivizar, etc. Seamos claros. No hay ninguna medida que, considerada aisladamente y en sí misma, sea el «comunismo». Distribuir bienes, hacer circular directamente medios de producción y materias primas, emplear la violencia contra el Estado establecido, son acciones que en determinadas circunstancias pueden ser emprendidas por fracciones del capital. Lo que es comunista no es la «violencia» en sí misma, ni la «distribución» de la mierda que nos lega la sociedad de clases, ni tampoco la «colectivización» de la maquinaria extractora de plusvalor: es la naturaleza del movimiento que vincula entre sí esas acciones, que les subyace y que las convierte en momentos de un proceso que no puede sino comunizar cada vez más o ser aplastado.
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Los proletarios no «son» revolucionarios de igual modo que el cielo «es» azul, porque «son» asalariados y explotados, y ni siquiera porque «son» la disolución de las condiciones existentes. Se constituyen a sí mismos en clase revolucionaria transformándose a sí mismos a partir de lo que son.»