Vamos Hacia La Vida. Santiago de Chile, junio de 2020
«En las últimas décadas, como consecuencia del desarrollo de la automatización y de la microelectrónica, el teletrabajo venía anunciándose cada vez más como la forma de trabajo por excelencia de un futuro que parecía lejano, pero que hoy aparece bajo la forma de un presente cada vez más catastrófico. En efecto, la pandemia mundial de coronavirus –una manifestación particular de la debacle ecológica mundial actualmente en curso- ha puesto a teletrabajar a millones de seres human@s. Este proceso de artificialización sin precedentes en la historia del trabajo alienado, no debe ser tomado como una medida excepcional que prontamente será abandonada una vez que se retorne a la “normalidad”. En primer lugar, porque esa normalidad jamás volverá -ya se perfila en todos los Estados del mundo occidental el neologismo “nueva normalidad” como la referencia por excelencia a la militarización de la sociedad y al trabajo a distancia-, y, en segundo lugar, porque la generalización del teletrabajo era un proceso que venía desarrollándose progresivamente hace al menos una década, y que hoy ha recibido un empujón debido al contexto de crisis mundial. El teletrabajo no tiene nada de anormal, sino que es parte de una tendencia histórica inmanente a la producción capitalista: el reemplazo del trabajo vivo por maquinaria, una tendencia histórica del capital que convierte al trabajo humano en un elemento cada vez menos determinante en la producción material al lado del desarrollo de la ciencia y de la tecnología que domestican las fuerzas naturales.
En el teletrabajo vemos una agudización de todas las características propias de la producción mercantil[1]: 1) la degradación de la totalidad del mundo humano objetivo e histórico a la abstracción, la reducción de todos los productos de la actividad humana, y la actividad humana misma, a valor. 2) Lo físico, lo material y sensible, como envoltorio de lo suprasensible y, por consiguiente, la inversión de lo real: la especie humana esclava de sus propias creaciones. 3) El trabajo privado, desvinculado de la comunidad y realizado, por tanto, sin tener como objetivo la satisfacción de necesidades humanas sino la producción de valor, aparece y se presenta a sí mismo como trabajo directamente social. En resumen: la mercancía como organizador universal de la sociedad bajo la forma consumada del dinero y del capital, es decir, del valor que se valoriza a sí mismo. En nuestra época, se ha realizado empíricamente la comunidad material del capital a escala planetaria, y ya preparándose para traspasar en las próximas décadas la frontera que separa al planeta tierra de los planetas, satélites y asteroides más cercanos. El principio del fetichismo de la mercancía, que convierte a los seres humanos en simples cosas, y que termina por humanizar a las mercancías, encuentra su realización plena en una sociedad en que un número creciente de actividades pueden realizarse “a distancia”.
[...]
¿Quiénes son l@s capitalistas, sino estas personas que hacen imposible nuestra vida? Millones de personas día a día se levantan de sus camas a freír sus ojos frente a las computadoras, o a arriesgar la salud y la vida en vagones de transporte atochados. No nos conocemos, aún, pero tod@s compartimos el mismo cansancio, la misma ansiedad, la misma desdicha de vivir en un cuerpo y en un mundo que no nos pertenece, pero que creamos cotidianamente sin descanso como una potencia extraña que se vuelve cada vez más amenazante para nuestra supervivencia. En otras palabras, en nuestras casas o en la calle, en el teletrabajo o repartiendo comida en motos, tenemos en común el que nuestra vida se mueve por los hilos invisibles del dinero, el poder inhumano del capital. Y es por ello que l@s capitalistas ven en nosotr@s nada más que números, gráficos, estadísticas impersonales con las cuales se puede hacer lo que se quiere, seres inesenciales a la espera de morir por esta pandemia o la siguiente para descongestionar la asistencia pública y liberar capitales para l@s grandes empresari@s. Ell@s no nos conocen, no saben nuestros nombres, pero administran empresarialmente nuestra vida y, por tanto, son los artífices concretos de nuestra miseria. En este sentido, podemos afirmar que su dominio sobre nuestra existencia siempre ha sido “teletrabajo”, en la medida en que toda la vida cotidiana y nuestros movimientos están condicionados a distancia por la necesidad material de trabajarles para sobrevivir. El trabajo asalariado ha sido siempre, por esencia, no sólo la creación de su riqueza, sino también la creación activa de nuestra propia miseria.
Ahora bien, como puede desprenderse del análisis realizado más arriba, aunque los capitalistas no suelen distinguirse por su amor a la humanidad y al bienestar de la naturaleza, ello se debe no a una “maldad natural” en ell@s, sino a su condición de ser personificaciones de una lógica abstracta que hace aparecer al capitalista como sometido exactamente a la misma servidumbre respecto a la relación del capital, de la lógica de la valorización, aunque de otra manera, que l@s proletari@s. De todas formas, la crítica radical permite entrever que efectivamente los rasgos narcisistas necesarios para triunfar en la competencia mercantil -hoy generalizados a l@s miembr@s de todas las clases-, se acentúan en l@s capitalistas y sus servidor@s armad@s hasta el punto de llegar a lo que la “psicología”[6] actual denomina como psicopatía. No obstante, tal como Marx en su tiempo, debemos evitar el recurso al psicologismo y, por tanto, a la moral, para explicar la realidad social e histórica. El capitalismo no es una conspiración de un grupo de poderosos, sino un sistema social e histórico que aliena el metabolismo social de la especie, y que convierte al valor y su acrecentamiento constante en el principio motor de toda la sociedad, de lo que se derivan las terribles consecuencias que su desarrollo conlleva para la humanidad y la tierra.
No obstante, cada vez que Piñera, Trump, López-Obrador, Sánchez o Bolsonaro transmiten las cifras de l@s muert@s que acumula la gestión capitalista de la crisis, es seguro que en millones de proletari@s corre por las venas una furia vengativa, una rabia sin nombre, especialmente cuando la muerte toca el propio hogar. Sin embargo, una cosa es clara: si bien l@s capitalistas y sus sicari@s merecen estar colgad@s en una plaza pública para ser objetos de escarnio popular, nuestra emancipación no se trata simplemente de exterminar físicamente a nuestr@s enemig@s de clase -la autoemancipación de la especie humana no es una venganza-, sino en emanciparnos de las relaciones sociales que permiten la aparición y el dominio de l@s capitalistas. En otras palabras, abolirnos como proletari@s, abolir la actividad creativa como creadora del capital y de la propiedad privada. Mientras [tele]trabajemos para comprar nuestra vida, mientras que debamos [tele]trabajar para vivir, y vivir para pagar la vida jamás será realmente nuestra vida.
[...]