¿Qué hacer?
Agustín Guillamón, septiembre 2013 (Controversia con Octavio Alberola) 
Octavio aparece un tanto pesimista: 
Incluso en una revolución burguesa, como la Revolución Francesa de 1789,
 el pueblo y el Tercer Estado en 1787 no eran nada, ni podían nada, pese
 a representar al 99 por ciento de la población francesa. En 1789 lo 
podían todo y en 1793 el Antiguo Régimen había sido despedazado. Así, 
pues, también cabe el optimismo.
Las cuestiones que plantea Octavio Alberola se resumen en una sola y clásica pregunta: ¿Qué hacer?
Quizás sea más adecuado contestar qué es lo que no hay que hacer.
No hay que crear organizaciones minoritarias que se propongan guiar, organizar y sustituir al proletariado.
Hay que combatir las ideologías 
burguesas. Hay que conocer y aprender de las experiencias históricas del
 proletariado. La teoría revolucionaria se alimenta de esas 
experiencias.
Hay que combatir las ideologías 
derrotistas, como la de los situs que proclaman que el proletariado ya 
ha sido derrotado y es mejor abandonar toda teoría revolucionaria y 
dedicarse al cultivo del huerto, o del jardín, porque ya no existe 
proletariado y porque la catástrofe ecológica del planeta ya es 
irreversible, y sucedió ayer.
Hay que combatir las ideologías que 
proponen la conquista del Estado, porque la única vía revolucionaria del
 proletariado pasa por la destrucción del Estado y de las relaciones 
sociales de producción capitalistas.
La revolución social no es una cuestión 
de formas organizativas adecuadas, sino que depende de la extensión de 
la condición de proletario y de la toma de conciencia de tal condición. 
La gran contradicción que sume a tantos analistas en la confusión más 
penosa y en el inmediatismo más chato radica en la incomprensión de la 
condición proletaria en la sociedad capitalista. El proletariado en el 
capitalismo no es nada, ni puede nada, ni aspira a nada, ni tiene fuerza
 alguna, mientras sea una clase para el capital. Sólo cuando se 
constituye en clase, con intereses antagónicos al capital y el Estado 
que lo defiende, y se enfrenta al partido del capital adquiere su 
potencial revolucionario, en el propio proceso de la lucha de clases.
Las fronteras de clase profundizan un 
abismo entre revolucionarios y reformistas, entre anticapitalistas o 
defensores del capitalismo. Quienes levantan la bandera nacionalista, 
sentencian la desaparición del proletariado o defienden el carácter 
eterno del Capital y del Estado están al otro lado de la barricada, se 
digan anarquistas o se llamen marxistas. La alternativa se da entre los 
revolucionarios, que quieren suprimir todas las fronteras, arriar todas 
las banderas, disolver todos los ejércitos y policías, destruir todos 
los Estados, romper con cualquier totalitarismo o mesianismo mediante 
prácticas asamblearias y de autoemancipación, terminar con la plusvalía y
 la explotación del hombre en todo el mundo, atajar las amenazas de 
destrucción nuclear, defender los recursos naturales para las futuras 
generaciones..., y los conservadores del orden establecido, guardianes y
 voz de su amo, que defienden el capitalismo y sus lacras. Revolución o 
barbarie.
El proletariado, para vencer, necesita 
una conciencia cada vez mayor, superior y más aguda, de la realidad y de
 su devenir. Sólo con una conciencia crítica, elaborada en el estudio 
riguroso de las experiencias internacionales de sus luchas pasadas, 
podrá avanzar hacia sus objetivos. La conmemoración de la muerte de sus 
militantes, o de las masacres de los asalariados, no puede ser jamás, 
para los revolucionarios, un acto religioso, o de homenaje a los héroes y
 de memoria individualista. Lo que importa es extraer las lecciones de 
las sangrientas derrotas obreras, porque las derrotas son los jalones de
 la victoria.
El proletariado es arrojado a la lucha 
de clases por su propia naturaleza de clase asalariada y explotada, sin 
necesidad que nadie le enseñe nada; lucha porque necesita sobrevivir. 
Cuando el proletariado se constituye en clase revolucionaria consciente,
 enfrentada al partido del capital, necesita asimilar las experiencias 
de la lucha de clases, para tomar conciencia de éstas, apoyarse en las 
conquistas históricas, tanto teóricas como prácticas, y superar los 
inevitables errores, corregir críticamente los fallos cometidos, 
reforzar sus posiciones políticas, corrigiendo sus insuficiencias o 
lagunas y completar su programa; en fin, resolver los problemas no 
resueltos en su momento: aprender las lecciones que nos da la propia historia.
 Y ese aprendizaje sólo puede hacerse en la práctica de la lucha de 
clases de los distintos grupos de afinidad revolucionarios y de las 
diversas organizaciones del proletariado.
Los movimientos revolucionarios no nacen
 perfectos, tal como si fueran Palas Atenea, que surgió de la cabeza de 
Júpiter ya adulta y armada, con lanza y coraza. No trazan jamás una 
línea recta y continua, no han sido nunca una flecha que da directamente
 en la diana, sino que por el contrario avanzan, dudan, retroceden ante 
la inmensidad de las tareas a realizar, reanudan el proceso 
revolucionario, avanzan un paso y retroceden dos, se asoman al vértigo 
del abismo que abre la barbarie del antiguo régimen, y luego dan un gran
 salto sobre ese precipicio, o perecen en el intento.
No existe una lucha económica y una 
lucha política separadas, en departamentos estancos. Toda lucha 
económica es, a la vez, en la sociedad capitalista actual, una lucha 
política, y al mismo tiempo una lucha por la identidad de clase. Tanto 
la crítica de la economía política, como la crítica de la historia 
oficial, el análisis crítico del presente o del pasado, el sabotaje, la 
organización de un grupo revolucionario, el ciego estallido de un motín,
 o una huelga salvaje, son combates de la misma guerra de clases.
La vida de un individuo es demasiado 
breve para penetrar profundamente en el conocimiento del pasado, o para 
ahondar en la teoría revolucionaria, sin una actividad colectiva e 
internacional que le permita hacerse con la experiencia de las 
generaciones pasadas, y a su vez le permita servir de puente y acicate a
 las generaciones futuras.
Y el papel de las minorías o vanguardias
 revolucionarias no puede, ni debe ser otro, que el de facilitar eses 
proceso de toma de conciencia del proletariado.
La bandera negra es la negación de todos
 los colores de todas las banderas, o si se prefiere, de todas las 
patrias y de todos los nacionalismos. Pero también es lo opuesto a la 
bandera blanca de la rendición, o si se quiere, al abandono de la lucha 
de clases para retirarse al cultivo del jardín, como proponen los situs y
 otros derrotistas “radicales” de distinto pelaje y confusión.
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El quehacer del ¿qué hacer? 
Agustín Guillamón, octubre 2013 (Controversia con Octavio Alberola)
1.-
Dos cosas: organización de los revolucionarios y apropiación de la 
teoría revolucionaria del proletariado, esto es, extraer las enseñanzas 
proporcionadas por las experiencias históricas del pasado.
La existencia de luchas obreras, y en su seno la existencia de 
revolucionarios, es la condición esencial para el surgimiento y 
apropiación de la teoría revolucionaria.
La distinción entre clase revolucionaria (proletariado) y 
revolucionarios (vanguardia) es impuesta por las condiciones de vida en 
el capitalismo y por las diferencias del nivel de conciencia y de 
compromiso individuales. Y se agranda en épocas de paz social.
La conexión entre esas minorías de revolucionarios organizados 
(vanguardias) y el proletariado es un proceso histórico, cuajado de 
peligros, como el substitucionismo, la contrarrevolución, la 
burocratización, la socialdemocracia, el evolucionismo gradual, y otros,
 que desemboca (en caso de éxito revolucionario) en la anulación de la 
diferencia existente entre vanguardia y clase, por la necesaria 
desaparición de todas las clases sociales.
La revolución no es asunto de ningún grupo, partido o vanguardia, 
sino que es fruto de la constitución de la clase en partido, opuesto y 
antagónico al partido del capital. AQUÍ LA PALABRA PARTIDO TIENE UN 
SIGNIFICADO DISTINTO AL HABITUAL: SE TRATA DEL PROCESO HISTÓRICO 
MEDIANTE EL CUAL EL PROLETARIADO TOMA CONCIENCIA DE CLASE Y DE SU 
ANTAGONISMO CON EL CAPITAL Y COMBATE POR DESTRUIR EL ESTADO Y ANULAR 
TODAS LAS CLASES SOCIALES. Es el proletariado, y no las distintas 
vanguardias, quien constituye y desarrolla su propio modelo organizativo
 (soviets, consejos, comités), que impulsa (en situaciones 
revolucionarias) como órganos de poder propio, al tiempo que se enfrenta
 al capitalismo y destruye el Estado. La plena adquisición de la 
conciencia de clase sólo puede darse durante esas confrontaciones 
revolucionarias, porque en el capitalismo el proletariado no es nada, ni
 posee otra cosa que sus cadenas, ni aparece como tal fugazmente sólo en
 los episodios radicales de lucha de clases.
La adquisición de conciencia de clase por el proletariado no se 
consigue como consecuencia de una crisis de sobreproducción, ni a causa 
de la caída tendencial de la tasa de beneficio, ni por puro 
espontaneismo, impulsado por las catástrofes de la crisis: paro masivo, 
generalización de la miseria, ataques criminales del capital a las 
condiciones de vida de los trabajadores…
Conciencia de clase y enfrentamiento revolucionario con el sistema de
 dominación y explotación capitalista son simultáneos. El papel de las 
vanguardias no puede ni debe ser otro que el de facilitar esa toma de 
conciencia y la asimilación de la teoría revolucionaria, que a su vez no
 es otra cosa que aprender de las enseñanzas proporcionadas por las 
experiencias históricas de las derrotas anteriores. Pero esas 
vanguardias, auténtico y único quehacer del qué hacer, han de estar bien
 preparadas, tanto organizativa como teóricamente, para cumplir con su 
papel de rápida transmisión al conjunto del proletariado de sus pasadas 
experiencias, su programa histórico y sus objetivos inmediatos y 
finales. SON LA SAL DE LA TIERRA, LA POTENCIAL CONCIENCIA DE CLASE, LA 
CHISPA QUE INICIA EL INCENDIO. Pero el papel de esas vanguardias no es 
sólo teórico, sino que han de estar implicados en las luchas cotidianas 
de la clase, creando una red de confianza, aprendizaje mutuo, 
entrenamiento, masificación y capilaridad entre vanguardias y clase.
2.-
La teoría revolucionaria sin la práctica no es nada. Del mismo modo, 
el activismo, es decir, la práctica sin teoría, tampoco lleva a ninguna 
parte. La teoría no ha avanzado nunca, ni un milímetro, sin una nueva 
experiencia práctica de una clase que sólo puede emanciparse suprimiendo
 todas las clases sociales, y por lo tanto a si misma. Nosotros, 
Octavio, formamos parte de esa clase.
Y lo queramos, o no, seamos conscientes de ello, o no, somos parte de
 una clase sometida al capitalismo, con la mentalidad que éste nos ha 
inculcado. Y con todos los condicionamientos personales que la 
supervivencia en el sistema nos obliga a superar. Sea uno un parado, un 
jubilado, un afortunado asalariado o un marginado, delincuente o no, que
 sobrevive como puede; un abismo nos separa del modo de vida de la clase
 burguesa y dirigente, ya sean asalariados, rentistas o delincuentes que
 cobran y/o roban todo lo que quieren, sin nadie que les fiscalice o 
juzgue. También aquí la división de clases, unos con penas y 
dificultades insuperables para llegar a fin de mes, empobrecidos por los
 impuestos, la precariedad o el paro, con recortes en todo tipo de 
prestaciones sociales, asomándose a la miseria, o en la indigencia más 
absoluta, y los otros sin tasa ni vigilancia alguna, atesorando grandes 
fortunas o detentando parcelas de poder.
Un nuevo mundo social que conquistar. Es necesario el surgimiento de 
un movimiento proletario con las ideas suficientemente claras y una 
práctica contundente que acabe con este mundo de desigualdades e 
injusticia. No hay que esperar nuevos profetas o novísimos gestores de 
la catástrofe, sino proletarios, sin pelos en la lengua, convencidos de 
que el mundo actual puede y debe ser cambiado, y que es posible una 
sociedad sin clases, sin policías ni ejércitos, sin fronteras, sin 
Estado, sin mercancías, sin plusvalía, sin trabajo asalariado, en el que
 cada cual y todos juntos podamos decidir sobre todo lo que afecta día a día a nuestras vidas, en lugar de votar cada cuatro años al explotador A o al ladrón Z. Y eso lo queremos ya y ahora.
Y, sí, por supuesto, esas grandes generalizaciones pueden parecer 
banales y utópicas, a fuerza de repetirlas una y otra vez, e incluso 
pueden parecer ridículas, si se considera que no existen las condiciones
 objetivas para alcanzarlas; pero es necesario gritarlas alto y fuerte, 
en todas partes y en todo momento, porque es nuestro objetivo final, el 
único realista y también inmediato, aunque ahora aún no tengamos los 
medios, ni la fuerza, y tal vez tampoco la voluntad. Ya se encargará el 
sistema de propaganda capitalista, con sus poderosos medios de 
convicción y adoctrinamiento, de convencernos de que no hay nada que 
hacer.
Nunca han existido movimientos revolucionarios sin revuelta, sin 
violencia colectiva, sin un enorme empeño y una voluntad inquebrantable 
por enfrentarse con las fuerzas del orden que garantizan la miseria y la
 explotación. La solidaridad es uno de los pilares fundamentales del 
movimiento revolucionario. CUALQUIER REVUELTA, POR  EXTENSA Y PROFUNDA 
QUE FUERE, NO ES NADA SIN OBJETIVOS CLAROS Y PRECISOS, y tarde o 
temprano será derrotada, sin dejar huella.
Así, pues, recapitulemos el abecé del qué hacer: organización de las 
minorías revolucionarias (vanguardias), apropiación de la teoría 
revolucionaria (estudio de las lecciones que nos dan las experiencias 
históricas del proletariado), controversia fructífera y sana entre las 
distintas vanguardias, planteamiento de objetivos inmediatos, pero 
también  de objetivos “utópicos” precisos, solidaridad con cualquier 
sector en lucha… y preparación física y psíquica, por supuesto, pero 
sobre todo teórica e histórica.
Y en ese proceso de luchas se va creando una red de relaciones y 
confianza que establece una capilaridad entre vanguardias y clase. Es 
una espiral en ascenso. No se trata de que esas vanguardias o grupos 
sustituyan a la clase, no se trata de educar a nadie sino de aprender 
mutuamente, no se trata de estar por encima o por debajo, sólo se trata 
de luchar todos juntos y de crecer juntos en la práctica de la lucha de 
clases, planteando como objetivo final, pero también inmediato, las 
utopías de un mundo distinto y posible: sin policías ni ejércitos, sin 
fronteras, sin Estado, sin plusvalía, sin mercancías, sin trabajo 
asalariado…
3.-
Sin duda alguna, vivimos en un momento en que la conciencia de clase 
del proletariado está bajo mínimos, en comparación con otras etapas del 
movimiento obrero. El estado teórico y organizativo de las posibles 
vanguardias quizás sea casi siempre deplorable, nulo y, muchas veces, 
contraproducente. La mayoría de los grupos, grupúsculos y profetas 
existentes repiten nociones muertas; otros, falsamente innovadores, 
quedan al margen de la lucha de clases, e incluso (cono hacen los situs)
 levantan la bandera blanca de la rendición y la plena sumisión, 
declarándose gestores de la catástrofe y el antidesarrollismo; pero 
todos coinciden en que la pasividad del proletariado reside en el 
consumismo, o en su contrario, el paro masivo, y a veces (muy 
contradictoriamente) en los dos. Y de ahí nacen ideologías y prácticas 
delirantes. El panorama es flaco, débil y desalentador. Y nadie escapa a
 ello. Ni tú, Octavio, ni yo. Apaga y vámonos.
La revolución social es el desafío más importante y decisivo de la 
Humandidad, en la actualidad. Si el proletariado como clase es el 
partido de la revolución, enfrentado al partido antagónico del capital, 
generará inevitablemente diversas vanguardias revolucionarias, expresión
 de las distintas tendencias, tácticas y estados de conciencia de ese 
proletariado. Esa es la alternativa revolucionaria; la otra, es la 
ausencia de revolución y el paso libre a la barbarie.
4.-
Y el papel de esas vanguardias ya se ha dicho que era:
a.- Su organización, a escala local e internacional.
b.- La apropiación de la teoría revolucionaria, esto es, de las 
lecciones que ofrecen las experiencias históricas del proletariado (la 
Comuna de París, revolución rusa de 1905 y 1917, Cronstad, revolución 
alemana de 1919, Plataforma de 1926, revolución española de 1936-37, la 
Autonomía Obrera de los años setenta, etcétera).
c.- Defensa del programa histórico del proletariado: supresión de la 
policía y ejércitos, de todas las fronteras, de todos los Estados, del 
trabajo asalariado, de las mercancías, de la plusvalía…
d.- Promover y extender la solidaridad con cualquier sector en lucha…
e.- Análisis económico, que permita conocer las características fundamentales de la actual fase del capitalismo.
f.- Funcionar como cerebro de la pasión revolucionaria del proletariado.
g.- Entender que cada vanguardia es expresión de las distintas 
tácticas y sectores de un proletariado heterogéneo, que acabará 
disolviendo todas las clases sociales, y por lo tanto al propio 
proletariado.
h.- Rechazar y tomar medidas contra el sustitucionismo, el 
educacionismo y cualquier institucionalización o estatismo que pueda 
anidar en cada uno de esos grupos o vanguardias de la clase.
5.-
Para los materialistas el ser precede a la conciencia. Dicho
 de otra forma, la conciencia es un atributo del ser. Sin una 
teorización de las experiencias históricas del proletariado no existe 
teoría revolucionaria, ni avance teórico. Entre la teoría y la práctica 
puede existir un lapsus de tiempo, más o menos largo, en el que el arma 
de la crítica se transforma en la crítica de las armas. Cuando un 
movimiento revolucionario hace su aparición en la historia rompe con 
todas las teorías muertas, y suena la hora anhelada de la acción 
revolucionaria, que por sí misma vale más que cualquier texto teórico, 
porque pone al descubierto sus errores e insuficiencias. Esa experiencia
 práctica, vivida colectivamente, hace estallar las inútiles barreras y 
los torpes límites, fijados durante los largos períodos 
contrarrevolucionarios. Las teorías revolucionarias prueban su validez en el laboratorio histórico.
Espero, estimado Octavio, que mis argumentos sirvan para que la 
controversia iniciada entre nosotros se convierta en una espiral en la 
que ambos elevemos nuestro nivel de comprensión sobre el quehacer que 
nos aguarda y nos llama. Y si eso sirve a otros, pues perfecto, y quizás
 sea el objetivo adecuado y por fin alcanzado del debate.
Pero es evidente que si esta controversia no trasciende el nivel 
teórico, consiguiendo que el pan se convierta en carne y el vino en 
sangre, es decir, si queda aislado y al margen de la práctica de la 
lucha de clases se quedará en mera palabrería, vacía y sin sentido.
Por mi parte, no tengo nada más que añadir, y espero que tú mismo, 
Octavio, cierres esta controversia y realices un balance que ponga el 
punto final.
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N. del E. Las negritas son nuestras. Recomendamos leer el debate completo entre Guillamón y Alberola aquí