9 de mayo de 2023

4 horas para «trabajar», 8 horas para dormir, 12 horas para hacer lo que queramos

Sí, palabras más palabras menos que Marx[1] y los críticos del valor[2], este era en realidad el «programa» de lucha de los proletarios comunistas-anarquistas internacionalistas que pasaron a la historia como «los mártires de Chicago».

Se sabe que estos compañeros históricos lucharon y fueron asesinados por la reducción de la jornada de trabajo a 8 horas diarias –conquista que nuestra clase logró unos años después–, así como también que en sus periódicos ya agitaban públicamente la consigna táctica para ese entonces: «8 horas para trabajar, 8 horas para dormir, 8 horas para hacer lo que queramos».

Pero, para sorpresa de algunos, el fragmento del discurso de Michael Schwab frente a los jueces que lo condenaron a muerte en 1886, que compartimos en la 2da imagen, dice con claridad meridiana y visionaria o adelantada para su época:

«Cuatro horas de trabajo cada día serían suficientes para producir todo lo necesario para una vida confortable, con arreglo a las estadísticas. Sobraría, pues, tiempo para dedicarse a las ciencias y al arte.»[3]

De allí que la 1ra imagen que compartimos no sea tanto la actualización cuanto la reivindicación del «programa» revolucionario original de Chicago del 86:

4 horas para trabajar, 8 horas para dormir, 12 horas para hacer lo que queramos.

Si esto ya era parcialmente posible en esa época, hoy en día lo es totalmente, sobre todo gracias al grado de desarrollo que han alcanzado las fuerzas productivas del propio capitalismo, en especial la tecnología (ej. la automatización y la inteligencia artificial). Porque a mayor tecnología puesta en la producción, menor trabajo humano o vivo puesto en la misma. Lo cual, bajo las condiciones del modo de producción capitalista, le genera a éste una crisis estructural e histórica, a causa de que sólo la explotación del trabajo vivo o humano produce valor que se valoriza o capital; al mismo tiempo que millones de proletarios desempleados y miserables en todos lados, con la violenta descomposición social que ello acarrea (ej. el narcotráfico).

Por lo tanto, la condición material imprescindible para «virar la tortilla» con respecto a la tecnología, la jornada de trabajo y la vida en sociedad es la apropiación/transformación de la tecnología y de todos los demás medios de producción por parte de los proletarios. Mas no para «autogestionar» la producción mercantil capitalista y seguir siendo proletarios, sino para dejar de serlo, satisfacer las necesidades colectivas sin intermediación del mercado ni del Estado, y crear las condiciones materiales de una vida plena y libre en Comunidad humana real que, a su vez, esté en equilibrio con –no contra ni sobre– la naturaleza.

Todo esto es lo que realmente significa la abolición de la propiedad privada y del trabajo asalariado, que siempre hemos planteado y seguimos planteando los comunistas y anarquistas revolucionarios. En la nueva sociedad sin explotadores ni explotados, el «trabajo», tal como hoy lo conocemos, ya no sería tal, sino que sería la actividad productiva inseparable de, y no más importante que, el resto de actividades humanas (hacer «arte» y «ciencia», comunicarse, cuidar, enseñar/aprender, jugar, descansar, disfrutar de lo producido, etc.).

Lo dicho sólo puede ser el fruto agridulce de la lucha de clases a escala histórico-mundial hasta la abolición de la sociedad de clases. Sin duda, aquello será –parafraseando a Marx– una larga guerra civil en la que, por la fuerza de los hechos, se transformarán las circunstancias y los hombres, en sus formas de hacer, de pensar y de hablar.

En otras palabras, sólo un proceso histórico tan contundente y trastocador puede crear las llamadas «condiciones objetivas» y «condiciones subjetivas» para la revolución comunista mundial, como si de un terremoto social se tratase. Y –también parafraseando a Marx– sólo una revolución comunista en masa puede producir una conciencia comunista en masa.

Mientras tanto, las mejores armas estratégicas del proletariado revolucionario para lograrlo son y serán la solidaridad, la autoorganización (por fuera y en contra de sindicatos y partidos) y la acción directa (ej. la huelga general), principalmente en el terreno de la producción y la reproducción social, al calor de nuevas revueltas que devengan insurrección y comunización de todo lo existente. De lo contrario, como demuestra la experiencia de los últimos años, las revueltas degeneran en restauración del orden capitalista y estatal.

Sea como fuere, a la larga el capitalismo y la condición proletaria ya no serán sostenibles, paradójicamente en esta época de «subsunción real» (Marx) o «dominación real» (Camatte) del Capital sobre el trabajo, la sociedad y la vida cotidiana o de máximo grado de su progreso catastrófico. Sí, el mayor éxito del capitalismo es también su mayor fracaso. Pero, no se morirá por sí solo. Hay que darle muerte y sepultarlo de manera revolucionaria antes de que nos extinga como especie. La lucha de clases global en curso tiene la palabra final.

En última instancia, la lucha de clases es fundamentalmente la lucha por el tiempo. El capitalismo lucha por aumentar y usufructuar el tiempo de trabajo, específicamente el tiempo de trabajo excedente, ya que es ahí donde la clase trabajadora o explotada produce el valor excedente o plusvalor que luego se convierte en ganancia sólo para la clase capitalista o explotadora. Más en el fondo aún, de acuerdo con Postone y Jappe, el capitalismo es la dominación social del tiempo sobre la vida: del tiempo en tanto «abstracción real» y construcción social para la enajenación, mercantilización y valorización de la vida, mediante la propiedad privada, el trabajo y el dinero.

De manera antagónica a ello, el comunismo lucha por tiempo libre y concreto para la actividad creadora, el desarrollo multidimensional y el cultivo de nuevas relaciones humanas por parte de todos los individuos libremente asociados como tales. «El comunismo es tiempo libre y nada más.»[4] Entendiendo por comunismo el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual; y, la sociedad mundial sin clases ni Estado ni mercado que ha de resultar de aquel movimiento histórico. 

Por eso, como brillantemente sostuvo Rosa Luxemburgo a contracorriente de los capitalistas y los reformistas por igual: «frente a vuestras miserias, lo mínimo que queremos es comunismo.»

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Notas: 

[1] «A medida que se desarrolla la gran industria, la creación de la riqueza efectiva depende menos del tiempo de trabajo y del quantum de trabajo empleados, que de la potencia de los agentes puestos en movimiento en el curso del tiem­po de trabajo, potencia que a su vez —su powerful effectiveness— no guarda relación alguna con el tiempo de trabajo inme­diato que cuesta su producción, sino que depende más bien del es­tado general de la ciencia y del progreso de la tecnología, o de la aplicación de esta ciencia a la producción.
La riqueza efectiva se manifiesta más bien —y esto lo revela la gran industria— en la extraordinaria desproporción entre el tiempo de trabajo empleado y su producto, así como en la discordancia cualitativa entre el trabajo, reducido a una pura abstracción, y la fuerza del proceso de producción controlado por aquél. No es tanto el trabajo el que aparece como incluido en el proceso de producción, sino el hombre más bien que se comporta como supervisor y regulador del proceso de producción mismo. […] El robo del tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base fundamental miserable comparada con aquella, nuevamente desarrollada, creada por la gran industria misma.
En tanto que el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja necesariamente de ser su medida y, por tanto, el valor de cambio deja de ser la medida del valor de uso. El plus-trabajo de la masa ha dejado de ser la condición del desarrollo de la riqueza general, así como el no-trabajo de algunos ha cesado de ser la condición del desarrollo de los poderes universales del intelecto humano [der allgemeinen Mächte des menschlichen Kopfes]. Esto significa el derrumbe de la pro­ducción fundada en el valor de cambio, y el proceso de producción material inmediato pierde él mismo la forma de la nece­sidad apremiante y de la contradicción.
Es el libre desarrollo de las individualidades, donde no se reduce entonces el tiempo de tra­bajo necesario con miras a poner plus-trabajo, sino donde se reduce el trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al que corresponde la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo liberado y a los medios creados para todos ellos.
El capital mismo es la contradicción en proceso, por el hecho de que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone el tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza. [...]
Las fuerzas producti­vas y las relaciones sociales —unas y otras siendo aspectos diferentes del desarrollo del individuo social— no aparecen al capital sino únicamente como medios, y no son para él más que medios para pro­ducir fundándose en la base limitada que es la suya. Pero, in fact, ellas constitu­yen las condiciones materiales para hacer saltar por los aires esta base.»
(K. Marx (1857-58). Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política [Grundrisse Fragmento sobre las máquinas])
 

[3] Se puede leer su discurso completo en Ricardo Mella (1889). La Tragedia de Chicago.