21 de octubre de 2021

Resistir a la melancolía de izquierda

Wendy Brown (1999)
Traducción de Rodrigo Zamorano
Tomado de Rosa. Una revista de izquierda

La ilusión de El Fantasma de Pepper (1861)
 
«Melancolía de izquierda es el inequívoco epíteto de Benjamin para el revolucionario aficionado que, en último término, siente más aprecio por un análisis o ideal político particular –incluso por el fracaso de ese ideal– que por la oportunidad de aprovechar las posibilidades para la transformación radical en el presente. En la enigmática insistencia de Benjamin en el valor político de una comprensión dialéctica-histórica del “tiempo-ahora”, la melancolía de izquierda no solo representa una negativa a asumir el carácter particular del presente, es decir, el fracaso de la interpretación de la historia en términos distintos al del “tiempo vacío” o “progreso”. Significa, además, un cierto narcisismo con respecto a la propia identidad y los apegos políticos pasados que excede toda investidura contemporánea en la movilización, la alianza o la transformación política. [...]

Ahora bien, ¿por qué Benjamin usa este término, y la economía emocional que representa, para hablar de una formación específica de y en la izquierda? Benjamin nunca ofrece una formulación precisa de la melancolía de izquierda. Lo emplea, más bien, como un término oprobioso dirigido a quienes están más comprometidos con ciertos sentimientos y objetos por mucho tiempo atesorados que con las posibilidades de transformación política en el presente. Benjamin presta particular atención a las investiduras del melancólico en las “cosas”. En El origen del Trauerspiel alemán sostiene que “[t]raiciona al mundo la melancolía y lo hace justamente por mor del saber”, sugiriendo que la lealtad del melancólico convierte su verdad (“todo voto o conmemoración”) sobre el objeto amado en una cosa, tratando así al conocimiento mismo como si de una cosa se tratara. Otra versión de esta formulación: “Pero su perseverante ensimismamiento [del melancólico] asume en su contemplación las cosas muertas”. En términos más sencillos, la melancolía es fiel al “mundo de las cosas”, lo que sugiere una cierta lógica del fetichismo –con todo el conservadurismo y la retirada de las relaciones humanas que el deseo fetichista implica– contenida dentro de la lógica melancólica. En su crítica al poeta izquierdista de la República de Weimar, Erich Kästner, –texto donde por primera vez utiliza la frase “melancolía de izquierda”– Benjamin sugiere que los sentimientos mismos se vuelven cosas para el melancólico de izquierda, quien “se solaza tras las huellas de antiguos bienes intelectuales tanto como el burgués con la de sus bienes materiales”. Llegamos a amar nuestras pasiones y razones de izquierda, nuestros análisis y convicciones de izquierda, más de lo que amamos el mundo existente que supuestamente buscamos transformar con estos términos, o el futuro que estaría alineado con ellos. En suma, la melancolía de izquierda es el nombre que Benjamin da a un apego luctuoso, conservador y retrógrado a un sentimiento, un análisis o una relación que se ha vuelto cosificada y congelada en el corazón del presunto izquierdista. [...]

La izquierda ha llegado a representar una política que busca proteger una serie de libertades y derechos que no confrontan ni las dominaciones contenidas en ellos ni tampoco el valor limitado de aquellas libertades y derechos en las configuraciones contemporáneas del capitalismo. Y cuando este tradicionalismo va de la mano con una pérdida de fe en la visión igualitaria tan esencial para el cuestionamiento socialista del modo de distribución capitalista, y una pérdida de fe en la visión emancipatoria fundamental para el desafío socialista al modo de producción capitalista, el problema del tradicionalismo de izquierda se vuelve de hecho muy serio. Lo que surge es una izquierda que opera sin una crítica profunda y radical del status quo, y sin una alternativa atractiva al orden de cosas existente. Pero de modo quizás aún más preocupante, es una izquierda más apegada a su imposibilidad que a su potencial fecundidad, una izquierda que se siente menos cómoda en la esperanza que en su propia marginalidad y fracaso, una izquierda que está así atrapada en una estructura de apegos melancólicos a un cierto relato de su propio pasado muerto, cuyo espíritu es fantasmal, cuya estructura de deseo es retrógrada y autoflagelante.

¿Qué implicaría el deshacerse de los hábitos melancólicos y conservadores de la izquierda para fortalecerla nuevamente con un espíritu crítico y visionario radical (del latín radix, “raíz”)? Se trataría de un espíritu que abrazaría la noción de una transformación profunda y, de hecho, perturbadora de la sociedad en vez de uno que reculara ante esta posibilidad, aun cuando debemos ser conscientes de que ni la revolución total ni el progreso histórico automático nos conducirán a cuales sean las visiones reformuladas que podamos elaborar.»