Tesis sobre la crisis secular en el capitalismo:
la insuperabilidad de los antagonismos de clase
Harry Cleaver (1993)[1]
Tesis 1: Estamos en medio de una crisis secular
Estamos escribiendo y hablando acerca de la crisis de hoy, como lo hemos estado haciendo durante las últimas dos décadas, porque hemos estado participando en una crisis global del capitalismo que puede ser fechada por lo menos a finales de los años sesenta. En términos de duración, profundidad y alcance, esta crisis coincide con la de los años treinta –que se entiende que ha durado desde antes del colapso de 1929, a través de la Segunda Guerra Mundial, hasta el comienzo de la era de posguerra de Pax Americana a través del Plan Marshall en Europa occidental, de la restructuración de Japón y del inicio de la Guerra Fría. Estamos escribiendo y hablando acerca de la crisis secular porque ni las recesiones cíclicas de los negocios, ni los incrementos, ni toda una serie de contramedidas capitalistas (locales e internacionales), han resuelto los problemas subyacentes del sistema de tal manera de sentar las bases para una renovación de la acumulación estable. Por lo tanto, la crisis secular representa la continua amenaza de la existencia del capitalismo planteada por fuerzas y tendencias antagónicas que son inherentes en su estructura social y que persisten a través de las fluctuaciones a corto plazo y las grandes reestructuraciones.
Tesis 2: La crisis secular es la crisis de la relación de clase
Las fuerzas antagonistas básicas que son inherentes a la estructura social del capitalismo, que perduran a través de los altibajos de las fluctuaciones y restructuraciones, que han sido repetidamente internalizadas sin haber perdido su poder de resurgimiento, son la negatividad y la creatividad de la clase trabajadora. La clase trabajadora amenaza persistentemente la supervivencia del capitalismo tanto por sus luchas contra diversos aspectos de la forma capitalista de la sociedad como porque tiende a ir más allá de esa forma social a través de su propia inventiva. A diferencia de todas las ideologías burguesas de contrato social, pluralismo y democracia, el Marxismo ha demostrado que el antagonismo de la clase trabajadora deriva del capitalismo como un orden social basado en la dominación, es decir, en la imposición de un serie de reglas sociales a través de las cuales, tendencialmente, toda la vida es organizada. El antagonismo de clase es así insuperable por el capitalismo dentro de su propio orden porque este antagonismo es inseparable de la dominación que define el sistema.
Tesis 3: La relación de clase es la lucha por el trabajo
Las reglas capitalistas imponen la subordinación generalizada de la vida humana al trabajo. Mientras que todas las sociedades de clase han implicado la extracción del trabajo sobrante, solo en el capitalismo todas las actividades humanas han sido reestructuradas como trabajo, como mercancía produciendo procesos laborales. Estos procesos producen valores de uso que pueden ser vendidos y sobre los cuales se puede obtener un beneficio o producen y reproducen la vida humana misma como fuerza de trabajo. El antagonismo, la resistencia y la oposición acompañan a esta imposición porque esta manera de organizar la vida humana restringe dramáticamente y limita su desarrollo. La gente lucha tanto contra su reducción a “mero trabajador” como para la elaboración de nuevos caminos de nuevas formas de ser que escapan a los límites capitalistas[2].
Tesis 4: La clase trabajadora (librada y no remunerada) lucha contra el trabajo
Si bien el “capital” puede ser pensado como monolítico en el sentido de que las diferencias y los conflictos entre capitalistas son secundarios a las reglas del juego desde el punto de vista de los explotados, la “clase obrera” es monolítica sólo como clase en sí, es decir, como formada por el capital a través de la imposición universal del trabajo. La “clase trabajadora” solamente aparece como una clase para sí misma como una fuerza unificada autónoma a través de su negatividad que está enraizada en la comunidad de su oposición a la dominación del capital, es decir, en sus luchas por dejar de ser definida como una clase obrera o como cualquier tipo de clase unidimensional. La lucha contra la imposición del trabajo ha sido central en la historia de la formación de la clase obrera, desde la resistencia inicial a la original imposición del trabajo en el período de la acumulación primitiva a través de los siglos de resistencia y de evitar la expansión del tiempo de trabajo como (horas más largas y duras) hasta las más recientes luchas agresivas para reducir el tiempo de trabajo y liberar más tiempo irrestricto para la actividad auto-determinada[3]. Dados los esfuerzos capitalistas para reinternalizar el tiempo deliberado del día de trabajo oficial (semana, etc.) moldeándolo para la reproducción como fuerza de trabajo y así remodelando toda la vida como una fábrica social integral, la lucha a través del tiempo se ha vuelto universal. Por lo tanto, las luchas de la clase trabajadora hoy deben ser entendidas no sólo como las de los trabajadores asalariados, sino también las de todos los que no reciben un salario pero que están capacitadas y condicionadas para realizar el trabajo de reproducción de la misma clase trabajadora, por ejemplo: amas de casa, estudiantes, campesinos, “desempleados”, etc.[4]
Tesis 5: La clase trabajadora lucha por una multiplicidad irreductible de formas alternativas de ser
Cuando se miran positivamente, en términos de la lucha por sus propios intereses (más allá de la mera resistencia a la imposición del trabajo), los intereses de esta compleja “clase obrera” son múltiples en el sentido de no ser universalmente compartidos. Los intereses de un grupo no son exactamente iguales a los de otro, aunque la realización de los de uno facilitaría la realización de los de los otros[5]. Por lo tanto, existe una relación problemática entre la noción de una clase trabajadora misma y la multiplicidad de intereses por los que luchan diferentes grupos de personas. “La” clase obrera que lucha contra el capital y cuyo antagonismo amenaza la supervivencia del capital, es en realidad una multiplicidad que se mueve en una variedad de direcciones formada por procesos igualmente diversos de autovalorización o autoconstitución.
Tesis 6: La interiorización capitalista del antagonismo de la clase obrera es la dialéctica
Por lo tanto, el problema que el capital enfrenta en el manejo del antagonismo de la clase obrera es el de gestionar no sólo una resistencia compartida (aunque no necesariamente aliada o incluso complementaria) sino también diversos procesos de auto-constitución que escapan repetidamente de sus reglas y precipitan crisis. La acumulación del capital requiere que el comando capitalista (tesis) interiorice las auto-actividades hostiles de la clase trabajadora (antítesis) y las convierta en contradicciónes (síntesis) capaces de proveer dinamismo a lo que es básicamente un conjunto sin vida de reglas / restricciones. Así, la “lógica” (o “leyes”)[6] del capital es, como todas las lógicas, un conjunto de reglas, en este caso el conjunto que el capital es capaz de imponer a una sociedad humana que se resiste y actúa por sí misma. En otras palabras, la lógica dialéctica de la lucha de clases implica la cooptación y la domesticación de la actividad mutagénica en metamorfosis.[7] Todas las llamadas barreras inmanentes dentro del capital resultan ser enraizadas en los momentos de lucha de las relaciones de clase.
El número de estos obstáculos es el número de momentos (o sitios) de la relación de clase.[8] El desarrollo de estos conflictos es “dialéctico” sólo en la medida en que el capital es capaz de internalizar su oposición, de lograr la conversión del antagonismo en contradicción.
Tesis 7: Estudiar la crisis es estudiar la lucha de clases
Por lo tanto, el estudio de la crisis secular debe ser el estudio de las amenazas planteadas, de las rupturas logradas y de las transformaciones que esta constante constelación de fuerzas antagonistas y autoconstitutivas cambia constantemente.[9] Los procesos de acumulación del capital, entendidos como los de la acumulación de las relaciones de clase del capital, abarcan todo esto –incluyendo la amenaza relativamente presente de la ruptura total y la mutación cuyo estancamiento es la condición necesaria para la continuación de esos procesos.[10] Simultáneamente, el estudio de la crisis secular debe ser el estudio de las luchas por la liberación de las limitaciones del capitalismo como sistema social.
Tesis 8: La teoría marxista tradicional de la crisis debe ser desmitificada
Por implicación, los enfoques marxistas tradicionales de la cuestión de la crisis secular necesitan ser resituados explícitamente dentro de las fuerzas de clase fundamentales que actúan en el corazón del sistema. Por ejemplo, es común en muchas teorías marxistas de la crisis secular (o de una crisis más cíclica) tratar la lucha de clases como una fuerza entre otras que conducen (sobredeterminando) el desarrollo del sistema hacia la crisis. Ellas fallan en ver que si la actividad propia de la clase trabajadora (tanto negativa como positiva) es la fuerza fundamental que se opone al conjunto de reglas/restricciones del capital sobre la vida social, entonces evitar el fetichismo significa que las otras fuerzas, supuestamente distintas, pueden y deben ser repensadas como momentos o aspectos particulares del conflicto de clases.
Tesis 9: La competencia no está separada de, sino que es una forma de, la relación de clase
Una fuerza común, y supuestamente paralela, que es pensada para conducir el capital en la crisis es la “competición” entre subunidades del capital, por ejemplo, firmas, bloques nacionales. Por ejemplo, frecuentemente se ha argumentado que la tendencia a largo plazo dentro del capital para que la composición orgánica del capital y la productividad aumente es impulsada “tanto por el conflicto de clases como por la composición inter-capitalista”.[11] Sin embargo, la “competencia inter-capitalista” debe ser reinterpretada en términos de la lucha de clase reconociendo que el determinante más fundamental de “quién gana” la batalla competitiva está determinado por quién tiene el mayor control sobre el sector relevante de la clase trabajadora. La competencia de precios se logra reduciendo costos, es decir, bajando los salarios o haciendo que los trabajadores trabajen más o mejor o aceptando la introducción de la tecnología de aumento de la productividad. La competición a través de la diferenciación del producto se gana al poder solicitar la mayor imaginación y creatividad de los trabajadores. La competición a través de la guerra se logra al movilizar el mayor esfuerzo de los trabajadores (en todas sus formas, desde el trabajo duro en las fábricas de guerra a la creatividad y la voluntad de sacrificarse en el campo de batalla). La “competición” se ha transformado en un eslogan prominente de dominación en este período de restructuración capitalista internacional que se utiliza para enfrentar a los trabajadores contra los trabajadores. Necesitamos derrotar su significado mostrando cómo es simplemente una manera particular de organizar la lucha de clases. En el contexto de la teoría marxista de la crisis necesitamos hacer lo mismo y reubicar la competencia dentro de la lucha de clases en lugar de fuera de ella.[12]
Tesis 10: Las categorías teóricas marxistas son las de la lucha de clases
Para desmitificar las teorías familiares de la crisis, necesitamos reinterpretar sus bloques de construcción teóricos: conceptos de valor, trabajo abstracto, valor de cambio, valor de fuerza de trabajo, plusvalía, tasas de explotación y beneficio, la composición orgánica del capital, y la acumulación del capital.[13] El valor debe ser repensado como un concepto para hablar del capital de trabajo impuesto para organizar la sociedad (contra el cual los trabajadores elaboran una diversidad de “valores” inconmensurables); el trabajo abstracto –la sustancia del valor–, como el rol universal de todo tipo de trabajo como el mando capitalista (contra el que los trabajadores luchan a través rechazando y transformando el trabajo); el valor de cambio, como forma de referencia de la imposición del trabajo (contra el que los trabajadores luchan rigidificando o pasándolo); el valor de la fuerza de trabajo, como el costo para el capital de reproducir a las personas como trabajadores (contra lo que los trabajadores ponen el salario para su autovalorización); la plusvalía, como la imposición de suficiente trabajo para financiar más trabajo en el siguiente período (que los trabajadores socavan exigiendo que el trabajo se subordine a la satisfacción de sus necesidades); la tasa de explotación y la tasa de ganancia, como medidas de la subordinación del trabajo a las necesidades del capital para más trabajo (cuya caída mide el poder de los trabajadores); la composición orgánica del capital, como las condiciones técnicas de la imposición de trabajo (alrededor de la cual los trabajadores recomponen su propio poder); y la acumulación del capital, como la reproducción expandida de la lucha de clase en todos sus aspectos.
Tesis 11: El “subconsumo” resulta de intentar imponer el trabajo
Una de las más antiguas y persistentes teorías de la crisis, que puede encontrarse tanto en Marx como en Malthus, Keynes o Sweezy, es la de “subconsumo”.[14] En cada caso, incluido el de Marx, el “subconsumo” es derivado de la contradicción entre la tendencia capitalista a maximizar la producción, las ventas y los beneficios, al tiempo que minimiza los costos, especialmente los salarios. Los capitalistas quieren producir para un mercado tan grande como sea posible, pero mantener los salarios y, así, ciegamente, limitar el tamaño del mercado –directamente para los medios de subsistencia, indirectamente para los medios de producción. Sin embargo, en términos de clase, el salario no es sólo un costo para el capital, porque el poder de la clase trabajadora, y no sólo para comprar los medios de subsistencia, sino el poder para luchar contra el trabajo capitalista y para sus propias necesidades. Por lo tanto, la tendencia al subconsumo aparece como consecuencia de la contradicción entre la necesidad de privar a los trabajadores para obligarlos a trabajar (el contenido del valor) y la necesidad de que los mercados absorban las mercancías que producen valor. En el siglo XX, por supuesto, Ford y luego Keynes reconocieron que el salario era el mercado, así como el costo y trataron de superar la vieja contradicción utilizando el aumento de los salarios (la zanahoria) para obtener el mismo resultado (más trabajo) dentro de un mercado en crecimiento. Sin embargo, el aumento de los salarios (y el creciente poder de la clase obrera que financió) tuvo que ser limitado al crecimiento de la productividad, de modo que la vieja contradicción persistió en un contexto más dinámico. Después de que los trabajadores rompieron esta solución, el capital (los negocios y el estado de crisis) volvieron a un ataque generalizado contra todas las formas de ingresos de la clase obrera que resustituían las formas más antiguas de la contradicción subconsumista.[15]
Tesis 12: La “tendencia de la tasa de ganancia a caer” es sobre las crecientes dificultades de poner a la gente a trabajar
Contra las teorías del subconsumo, muchos marxistas han lanzado las tendencias de la composición orgánica del capital a elevarse y de la tasa de ganancia a caer como causas más fundamentales de la crisis.[16] También podemos reinterpretar este enfoque en términos de la manera en que los intentos del capital para acumular a la clase trabajadora implican un creciente conflicto entre la necesidad de imponer el trabajo y la introducción de máquinas para hacerlo. Con el aumento de la composición orgánica del capital entendido como un proceso de reorganización capitalista de la tecnología que eleva la productividad e impone “más trabajo”, podemos reconocer que esto siempre implica un cambio en las relaciones de poder entre el capital y la clase trabajadora.[17] Porque el cambio fundamental implicado en esta reorganización de la tecnología es la sustitución del trabajo muerto encarnado (ya sea en forma de máquinas o información) por el trabajo vivo, esto socava tendencialmente la habilidad del capital de organizar su sociedad a través de la imposición del trabajo. Por lo tanto, la cuestión clave no es lo que está ocurriendo con la tasa monetaria de ganancia, sino el creciente aumento de trabajo muerto que tiene que usarse para imponer una determinada cantidad de trabajo vivo. Tendencialmente, como Marx argumentó en el "Fragmento sobre las máquinas" de los "Grundrisse", el problema de la imposición del trabajo –y, por tanto, de mantener el control– se hace cada vez más agudo y la cantidad de tiempo al menos potencialmente libre o “disponible” aumenta con el desempleo, es decir, sin problemas.[18]
Tesis 13: El “agotamiento” de un modo de regulación mide la eficacia del rechazo del trabajo
En los años setenta, el marxismo estructuralista fue resucitado como teoría de la regulación por la inyección de una dosis de Gramsci y una gota de marxismo autonomista. Las estructuras althusserianas surgieron de la tumba bajo la forma de los conceptos de un régimen de acumulación y de un modo de regulación que tuvo que salirse de una manera complementaria para permanecer intacto. La desincronización (por ejemplo, la crisis del fordismo), por supuesto, podría curarse mediante una pequeña reestructuración (por ejemplo, post-fordismo). Los teóricos de la regulación trataron de utilizar una ortodoxia revitalizada para confrontar la era de la crisis keynesiana, pero terminaron como observadores de una crisis cuyos comentarios enterrarían el drama de la lucha de clase en un diluvio de jerga estructuralista. Pero podemos repensar el concepto de un régimen de acumulación como una manera particular de organizar la lucha de clase, y la de un modo de regulación en términos de estrategias y tácticas capitalistas para su gestión. Desde este punto de vista, el agotamiento de un modo de regulación reaparece como el colapso en la capacidad del capital de sostener una forma particular de imposición del trabajo frente a la autoactividad de la clase trabajadora. El drama del llamado post-fordismo puede ser visto como la lucha entre un sujeto de clase trabajadora altamente evolucionado y socializado y los esfuerzos desesperados y brutales del capital para hallar nuevas maneras de dominarlo.[19]
Tesis 14: La crisis del capital es la libertad de la subjetividad revolucionaria
A medida que la lucha o las luchas de la clase trabajadora escapan repetidamente de la lógica del capital, la amenaza es la revolución, es decir, la mutación, la liberación de “lógicas” sociales alternativas y autodeterminadas fuera y más allá de la del capital de una manera que destruye la dialéctica.[20] Como marxistas, nuestro rol en la crisis, incluyendo nuestro análisis y discusión de la teoría de la crisis secular, debería contribuir a la profundización de la crisis más que a su resolución. En contraposición al trabajo de los teóricos burgueses, no deberíamos ayudar a encontrar la forma de “resolver” la crisis restableciendo la acumulación, ni simplemente buscando desarrollar un mejor entendimiento “científico”. Por el contrario, nuestro trabajo debería ser elaborado desde dentro y como una contribución a las fuerzas que han precipitado la crisis, que resiste los intentos capitalistas de superarla, y que tiende a conducir a través de ella a la trascendencia no sólo de la crisis, sino también del capitalismo en su conjunto. Lo que realmente necesitamos hacer no es meramente reconocer el sujeto antagónico que conduce a la “crisis secular”, sino explorar la “lógica” de esas subjetividades emergentes y diversas. Tal exploración puede ayudarnos a ir más allá de la apreciación de cómo rompen el capital para articular y fortalecer su desarrollo.
Tesis 15: El camino a la revolución se encuentra a través de la circulación de la lucha
Todo lo anterior se suma no sólo a un replanteamiento sistemático de las conocidas teorías marxistas de la crisis secular, sino también a una reformulación muy poco tradicional de la política de la lucha de la clase trabajadora. En lugar de intentar organizar la homogeneización de las luchas de los trabajadores a través de instituciones tales como sindicatos o partidos políticos que impulsan una visión unificada del futuro (socialismo) contra la dominación capitalista, debemos sustituir la política de las alianzas por la sustitución del capitalismo mediante una diversidad de proyectos sociales. Una política de alianza contra el capital debe ser conducida no sólo para acelerar la circulación de la lucha de sector a sector de la clase, sino hacerlo de manera que construya una política post-capitalista de la diferencia sin antagonismo. Ha sido la circulación de la lucha la que ha puesto en crisis el poder capitalista; es sólo a través de la circulación de la lucha que las divisiones que continúan debilitándonos pueden superarse. Sin embargo, esta circulación no es una cuestión de propagación de la ideología anti-capitalista, sino que implica la fabricación y utilización de conexiones y comunicaciones materiales que destruyen el aislamiento y permiten a la gente luchar de maneras complementarias –tanto en contra de las restricciones que los limitan como de las alternativas que construyen, por separado y juntos.
Harry Cleaver
Austin, Texas
Mayo de 1993
Fuente original: https://libcom.org/library/theses-secular-crisis-capitalism-cleaver
Traducción al español : Daiana Melón; revisión técnica: Mariano Féliz
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Notas
[1] Esta es la versión revisada de un conjunto de notas presentadas en la sesión sobre “La crisis secular en el capitalismo: intentos de teorización” en la Conferencia de Repensamiento del Marxismo, Amherst Massachusetts, 13 de noviembre de 1992. Varias de las notas a pie de página se refieren a los otros dos artículos presentados en esa sesión: Hans G. Ehrbar, “Crisis del capitalismo: una perspectiva realista”, 22 de septiembre de 1992, y David Laibman, “Tendencias críticas inmanentes: Hacia una teoría comprensiva”, borrador, septiembre de 1992.
[2] Este análisis del capitalismo como un sistema social basado en la imposición sin fin del trabajo a través de la forma de mercancía se desarrolló por primera vez en el verano de 1975 y fue publicada posteriormente en mi libro “Una lectura política de `El Capital´”, Austin: Prensa de la Universidad de Texas, 1979. Como Marx indicó en la Sección 2, del capítulo 10 del volumen I de “El Capital”, el capitalismo no inventó el trabajo excedente; Lo que inventó fue la infinitud de su imposición junto con la mercantilización de toda la vida.
[3] La centralidad de la lucha contra el trabajo en la génesis de la actual crisis fue percibida por la Nueva Izquierda Italiana a finales de los sesenta y en Francia y Estados Unidos en los setenta. Este análisis se explicó en las revistas como: Lavoro Zero (Venecia), Camarades (Paris) and Zerowork (Nueva York). Como Roediger and Foner han demostrado recientemente con respecto a la clase trabajadora asalariada en los Estados Unidos, la lucha por menos trabajo ha sido central para la capacidad de los trabajadores estadounidenses para unirse a través del género, raza, habilidad y etnicidad a lo largo de la historia del movimiento obrero estadounidense. Como ellos han demostrado ampliamente, la lucha contra el trabajo ha sido íntimamente ligada a prácticamente cualquier otra cuestión planteada en las luchas laborales estadounidenses, incluyendo los salarios, el control del empleo, el desempleo, la educación, la participación en la política, la libertad religiosa, la protección de los niños, la salud, la alienación y los derechos de la mujer, entre otros. Ver David Roediger and Philip Foner, “Nuestro propio tiempo: Una historia del trabajo americano y el día laborable”, Nueva York: Verso, 1989. El libro más reciente de Juliet Schor, “El estadounidense agobiado”, Nueva York: Basic Books, 1991, muestra que este antagonismo sigue siendo el centro de la lucha de clases hoy.
[4] El movimiento de mujeres de principios de los setenta fue responsable del desarrollo de un análisis marxista del trabajo no remunerado. Ver especialmente Mariarosa Dalla Costa y Selma James, "El poder de las mujeres y la subversión de la comunidad", 1972; y el posterior debate marxista sobre “el trabajo doméstico”. Desafortunadamente, en su libro, de otra manera valioso, Roediger y Foner descuidan sobre todo las luchas del trabajo no remunerado (aparte de los “desempleados”). Schor lo hace mejor incluyendo el trabajo doméstico no remunerado en su estudio. Desafortunadamente, su enfoque se centra más en el reciente éxito capitalista en imponer más trabajo doméstico que en la lucha previa y continua contra ella.
[5] El reconocimiento marxista de esta diversidad ha sido demandado no sólo por el movimiento de mujeres, sino también por el movimiento negro, marrón y otros “nuevos movimientos sociales”. El atractivo de los análisis post-modernistas y post-marxistas puede encontrarse, en parte, en el rechazo por parte de muchos marxistas de este reconocimiento.
[6] Mientras que Laibman habla en términos de la “lógica” del capitalismo, Hans Ehrbar en su artículo para esta sesión prefiere hablar en términos de las “leyes” del capitalismo. Ambos términos se refieren a las regularidades que caracterizan al capitalismo más allá de las acciones de los individuos (incluyendo los capitalistas individuales) –más allá de la “agencia individual” en el trabajo de Ehrbar. Mi argumento es simplemente que tales regularidades son el resultado de la confrontación entre los esfuerzos colectivos (no sólo individuales) por parte de algunos que actúan como lo que Marx llamó funcionarios del capital- y los esfuerzos colectivos (múltiples) por parte de otros (clase obrera). Es cierto, como dice Ehrbar, que los capitalistas individuales en su lucha competitiva “no determinan estas leyes” (ver Tesis 9), pero tampoco son metafísicos; son regularidades de la lucha de clases sobre el contenido y la forma de la vida social.
[7] Como estos comentarios deben hacer aparente “la” dialéctica no se trata aquí como un principio histórico o cosmológico trascendente, sino más bien como la lógica de la lucha de clases que constituye el capitalismo.
[8] Estoy de acuerdo en que el intento de Laibman de localizar, sin crear una jerarquía, una variedad de tales “sitios”, y sus interrelaciones son, como él sugiere, un sano antídoto contra el “sectarismo y el aislamiento” entre los marxistas que trabajan la teoría de la crisis (p. 20). Esto es lo que Peter Bell argumentó en su contribución “Teoría marxista. Lucha de clase y la crisis del capitalismo”, en Jesse Schwartz (ed.), La sutil anatomía del capitalismo, Santa Mónica: Goodyear, 1977, pp. 170-194 y, al cual, él y yo intentábamos contribuir en Harry Cleaver y Peter Bell, “La Teoría de la crisis de Marx como teoría de la lucha de clase” en Investigación en Economía Política, Vol. 189-261 y Harry Cleaver, “Karl Marx: ¿Economista o revolucionario?” En Suzanne Helburn y David Bramhall (eds.) Marx, Schumpter y Keynes: Una celebración centenaria de la disidencia, Nueva York: M.E. Sharpe, 1986, pp. 126-129. Las diferencias entre el enfoque de Laibman y el nuestro es menos en la intención general que en la ejecución.
[9] Por lo tanto, necesitamos reinterpretar tales afirmaciones como las de Erhbar cuando dice que Marx enfatiza “aquellas crisis en las que hay tendencias intrínsecas en el capitalismo que ya no pueden funcionar”. Las “tendencias intrínsecas” que “ya no funcionan” se refieren al “mecanismo” (para usar su término) del comando capitalista. Ya no funcionan porque la clase trabajadora ha logrado el poder de romperlos. El problema, me parece, es primero reconocer la existencia de tal poder y luego entender cómo se ha logrado.
[10] Por lo tanto, ver la lucha de clases como el “modo de existencia del capitalismo” no implica, como sugiere David Laibman en su artículo, el “rechazo” del análisis de la acumulación o un enfoque estático frente a un enfoque dinámico. Por el contrario, significa que el análisis de la acumulación debe comprenderlo como la acumulación de las clases con todos sus conflictos en todo su dinamismo. Significa reconocer que la “inestabilidad inherente” no es exterior a la lucha de clases sino una parte de ella. Y, por último, significa que la “creciente severidad” de la crisis capitalista está enraizada en la creciente autonomía del antagonismo con el capital. (Comparar con sus pp. 2-3).
[11] La cita es de Laibman, p. 10, pero es una posición ampliamente compartida por los teóricos marxistas.
[12] Este argumento fue expuesto con mayor amplitud en Harry Cleaver, “¿Competencia o cooperación?”, Sentido Común, (Edimburgo), No. 9, abril de 1990, pp. 20-23.
[13] Este tipo de reinterpretación ha estado en marcha durante mucho tiempo y puede encontrarse en los escritos de lo que yo llamo “marxistas autonomistas”. Véase por ejemplo: Mario Tronti, Operai e Capitale, Torino: Einaudi, 1964 (partes publicadas en América radical y Telos), Harry Cleaver, Lectura política del capital, op.cit., Antonio Negri, Marx oltra Marx, Milano: Feltrinelli, 1979 (Disponible en inglés como Marx beyond Marx, Brooklyn: Autonomedia, 1991), y los periódicos Zerowork (1970s), Notas de medianoche (Boston, actual), Noticias & letras (Chicago, actual), Futur anteriur(Padova, actual) y Sentido común (Edimburgo, actual).
[14] Estrictamente hablando ni Marx ni Keynes eran subconsumistas porque ambos reconocían que el consumo era un componente de la demanda agregada y sabían que era mejor discutir sus límites aisladamente de otros componentes. Sin embargo, ambos entendían la centralidad del salario / consumo y analizaron las fuerzas que tienden a restringir el consumo y limitar así el tamaño del mercado.
[15] Para una reinterpretación de argumentos subconsumistas, como los de Paul Sweezy, en términos de clase véase Harry Cleaver, “Karl Marx: ¿Economista o revolucionario?” en Suzanne Helburn y David Bramhall (eds.) op.cit.
[16] Tempranamente, C.L.R. James, Raya Dunayevskaya y Grace Lee atacaron tanto a Eugene Varga como a las teorías marxistas de Paul Sweezy sobre el subconsumo, con la tendencia centrada en la producción de la tasa de ganancia a caer. Véase su libro "Capitalismo estatal y revolución mundial", Chicago: Charles H. Kerr, 1986 (publicado originalmente en 1950), pp. 13-17. Más tarde, cuando Sweezy publicó "Capital monopólico", New York: Monthly Review, 1966, que había escrito con Paul Baran, su subconsumismo neokeynesiano fue nuevamente atacado, esta vez por Paul Mattick, por ejemplo, en “Marxism and Monopoly Capital”, Trabajo progresivo 7 y 8, 1966, David Yaffe y otros, volviendo a empuñar la corriente de la tendencia de la tasa de ganancia a caer.
[17] Aunque teóricamente es posible que un cambio en la tecnología aumente la productividad sin aumentar ni las horas ni la intensidad del trabajo (de hecho, a nivel micro, el desplazamiento del trabajo por el cambio tecnológico puede reducir la cantidad de trabajo), Marx demostró cómo el capital generalmente intenta obtener productividad y más trabajo. Además, el aumento de la plusvalía relativa como consecuencia del aumento de la productividad permite una mayor inversión y, por lo tanto, más trabajo (incluyendo más empleo) en el futuro.
[18] Ehrbar tiene razón (p.3) al decir que Marx “se aferró” a la contradicción de que “la producción cuyo único propósito es la valorización, desarrolla la productividad (…) [de modo que] la producción se carga cada vez más con valor de uso y el factor trabajo se vuelve cada vez más irrelevante”. Pero lo que esto significa socialmente es que en el intento de imponer el trabajo (valor) sin fin (plusvalía) se hace cada vez más difícil imponer el trabajo en absoluto. Sí, el “desarrollo de las fuerzas productivas(…) hace obsoleto el capitalismo”, pero la “fuerza productiva” fundamental es la fuerza de trabajo viviente, es decir, el poder creador de la clase trabajadora. Este es el tipo de derrotismo que tenemos que hacer: averiguar cómo ver las relaciones sociales representadas por los conceptos marxistas y, por tanto, las dinámicas sociales [relaciones y luchas de clases] analizadas por la teoría marxista. También debe señalarse que la “falta de trabajo”, como se indica en la Tesis 4, no significa automáticamente no, o incluso menos, trabajo. Por el contrario, cuando el capital tiene el poder de limitar el acceso de los trabajadores a la tierra y a las herramientas (para sostener o intensificar la acumulación primitiva), la escasez de empleos puede significar más trabajo –el trabajo de supervivencia–. Sin embargo, también es cierto que cuando los desempleados son capaces de expandir su capacidad de vivir por su cuenta, la autovalorización puede expandirse a expensas de la valorización. Así, mientras que el desplazamiento del trabajo asalariado por la automatización puede conducir a crisis y oportunidades, no garantiza de ninguna manera un “Camino hacia el Paraíso”, como Andre Gorz querría hacernos creer.
[19] Aquellos que están fascinados con las últimas formas más sofisticadas de administración capitalista a veces olvidan que el FMI impuso hambre en África, bombardeos masivos en el Golfo Pérsico, depuración étnica en ex Yugoslavia, bombardeos de centros de aborto y explotación acentuada de niños en fábricas y burdeles, y que estos son también momentos integrales de los intentos del capital de restablecer su dominio en este período. Para una crítica de clase de la teoría de la regulación véase: Giuseppe Cocco y Carlo Vercelone, “Les paradigmes sociaux du post-fordisme”, Futur Anterieur, N ° 4, hiver 90, pp. 71-94 y Werner Bonefeld y John Holloway (eds.) Post-fordismo y forma social: Un debate marxista sobre el Estado posfordista, Londres: Macmillan y CSE, 1991.
[20] Si la dialéctica es la lógica de la clase en el capital, no hay razón para esperar que la comprensión de la “lógica” de esas fuerzas antagónicas pero constitutivas de autovalorización que impulsan más allá del capital sea “dialéctica” en el sentido marxista. Sobre este tema, ver mis “Categorías Marxistas, la Crisis del Capital y la Constitución de la Subjetividad Social Hoy” en este volumen.
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