Les presentamos a continuación el primer número del boletín Comunidad Humana,
que tiene la intención de volar por las calles, entre las manos y los
cerebros de todos los que, como nosotrxs, sobreviven las penas que
impone el sistema capitalista en su conjunto. No tenemos ninguna
pretensión de adoctrinar; no desdeñamos la crítica y el debate porque no creemos que tengamos la verdad absoluta,
pues creemos que la teoría se construye desde las prácticas históricas y
cotidianas del proletariado y no desde grupúsculos intelectualoides. Comunidad Humana
intentara ser un espacio para compartir ideas que se discutan y
critiquen desde nuestras prácticas, en nuestras formas de sobrevivir y
de luchar contra la maquinaria del capital.
Este mundo que no es de nosotros
En el metro… Ruido blanco, a veces ni
siquiera eso, solo silencio incorruptible, nuestras expresiones
faciales son el resultado de cargar a nuestras espaldas una historia que
no conocemos, que no entendemos, que nos vale madres. ¿Cómo fue que
llegamos a naturalizarnos en una vida como esta? Despertamos para
trabajar, aún cansados de la jornada anterior y la anterior a esta y
así… nos levantamos, nos arreglamos -porque para el sistema estamos
descompuestos, somos feos, estamos sucios, damos asco- salimos al
transporte público –un beneficio, dicen, solo para nosotros- llegamos al
trabajo, saludamos a veces a quienes son como nosotrxs, otras ni
los/nos miramos, escribimos, limpiamos, cocinamos, etiquetamos; cargar,
manejar, estudiar, gritar, ofrecer, cuentas, cambios, papeleo, maquinas,
whatsApp, Fb, twitter… llega la tarde o la noche y volvemos a casa. No
hay forma alguna que escape a este estado de las cosas, las
alternativas no existen, el cooperativismo, el comercio
ambulante o no, el vivir de becas, de programas de apoyo, el sembrar
huertos en nuestros jardines y azoteas, podrán llamarse alternativas al
trabajo asalariado, pero no se disocian del sistema de sobrevivencia al
que estamos sujetos bajo la dinámica del capital, si no trabajamos, si
no nos vendemos, sino intercambiamos nuestros productos/mercancías,
moriremos de hambre.
Y aún después de tantos siglos de vida de
la humanidad, no llegamos a comprender… es nuestra clase -la
explotada- en la que debiésemos de confiar, con quien debemos agruparnos
para luchar y derrotar a la otra clase –la burguesa y todos sus falsos
críticos, la que impone el capitalismo- ¿Para qué? para olvidarnos del
trabajo, de la violencia cotidiana, de la mercancía, de estereotipos que
nos obligan a cumplir, del cansancio, del aburrimiento, del hambre, del
frio… para vivir en común, para ser humanos y dejar de ser simples
hombres-cosa, hombres-mercancías.
Pero no es de este modo, hemos
naturalizado el capital en nuestras vidas, en nuestra piel, en nuestras
relaciones personales, en nuestra concepción del todo. Ya no nos
imaginamos un mundo diferente, donde no tengamos que sufrir, donde no
tengamos que trabajar y trabajar diariamente, porque el capital ha hecho
que no despreciemos al trabajo, sino que nos enorgullezcamos de ser
trabajadores, el esclavo que recoge más frutos para el amo. El capital
ha hecho que naturalicemos su violencia, nos venden periódicos donde las
portadas son gente como nosotrxs que fue asesinada, nos venden
necrofilia, ya no vivimos sin dosis de lo grotesco, el sexo pulula en
todas partes igual que la muerte y la explotación y la mendicidad y
gente triste y niñas pariendo gente que será igual de desdichada que
sus padres y todo ello no existe para nosotrxs, porque: -ya que –
porque: – así es la vida- porque: -que quieres que haga- porque: -nunca
pasa nada– porque: “bienaventurados los pobres porque de ellos será el
reino de los cielos”- y vivimos teniendo fe en un lugar que nadie ha
visto, que no existe a nuestros ojos.
Es más fácil vivir en el engaño del
sistema, creer en un mundo donde supuestamente somos iguales, es más
fácil agacharnos ante lo que es evidente, es más fácil pelear entre
nosotros, escupir al cielo, robarnos, vejarnos, desquitar nuestras
frustraciones con nuestros hijos, con nuestra pareja, con nuestros
compañeros de trabajo, de escuela. Somos complacientes con nuestros
verdugos peleamos contra nosotros mismos y no contra ellos.
Aunque…
No todo está perdido cuando luego nos pasa que queremos dejar de ser lo que somos…
Luego nos pasa que queremos robar y
robamos en la tienda de autoservicio y no al compañero de trabajo, luego
nos pasa que si asesinan o secuestran a nuestras hermanas, hijas o
vecinas no nos quedamos sentados esperando a la ventana su regreso, sino
que salimos a las calles a bloquearlas y quemar patrullas, luego pasa
que si un policía mata a un vecino de nuestro barrio, el barrio se arma
de piedras, palos y cocteles varios para atentar contra la vida de uno
de esos capataces, contra sus tienduchas de basura, a destruir su lujo, a
afear sus calles. Luego pasa que si un maestro nos corre de clase, nos
levantamos todxs y le dejamos solo en su jaula, luego pasa que si nos
corren a una les cerramos las fabricas, luego pasa que si uno se salta
el metro los demás le seguimos no por ser ganado en movimiento, sino
porque luego pasa que si entendemos y sabemos que somos y queremos
serlo: un frenesí de rabia intransigente, una marea de gente hambrienta,
que tiene sed de vida, que quiere ser gente, que ya NO quieren ser
ciudadanos libres, trabajadores honrados; y damos frente a la dictadura
de lo grotesco, frente a la dictadura del capital.
Pero tampoco es suficiente. Esas muestras
de rabia, de intransigencia, no deben ser esporádicas, no debe ser un
síntoma neurótico de la abrumadora existencia a la que nos somete el
capital. Debe ser algo cotidiano, que permita que se agudice no solo
nuestra fuerza y nuestras prácticas, sino que nos obligue a agudizar
también nuestra razón, nuestras posturas, nuestra crítica radical al
sistema que nos domina. ¿Para qué? Para que nuestros esfuerzos no
terminen en movilizaciones infértiles, en efervescencias reformistas que
al final solo sirvan para hacer más fuerte al Estado defensor del
sistema, para que no terminen cuando el embate destructor del capital,
encarcele, asesine, torture a nuestros compañerxs. Experiencias de este
tipo también tenemos bastantes en nuestra historia. Hace falta echar los
ojos a ellas, discutirlas, cuestionarlas.
Solo de ese modo podremos realizar
nuestro deber como clase, como explotados, como proletarios:
constituirnos en clase [para enfrentarnos a nuestro enemigo el capital,
destruir su mundo, para destruir las clases sociales, por la comunidad
humana] los que no queremos más amos, ni profetas que nos prometan
cambiarnos la vida -pues tal cosa exige un hecho sin precedentes-
derribar el estado actual de las cosas desde la raíz, con azadón y pico,
sin temor y con amor, reconocernos explotados, reconocernos jodidos y
miserables y después querer hacer algo por cambiarlo, para nosotrxs y
para todxs, para lxs que vienen y por lxs que fueron, por lo concreto y
lo real, por la vida, contra la mercancía, contra toda mistificación,
contra todo discurso socialdemócrata, reformista, que pretenda perfumar
la mierda, decorar la basura, por lo humano, por nosotrxs,
por ti amigo, compañero de desventura, compañero de sobrevivencia,
hermano de cadenas. Compartamos esa empresa, compartamos ese camino a
nuestra emancipación, rompamos juntos nuestras cadenas en la frente de nuestros enemigos, nada
nos debe detener, no caigamos en el engaño demócrata de nuevo [sus
partidos políticos, sus movimientos ciudadanos…] desconfiemos,
cuestionemos todo, debatamos y ataquemos…
¡Contra la voracidad del sistema, por la comunidad humana!