12 de junio de 2015

[México] Boletín Comunidad Humana # 1


Les presentamos a continuación el primer número del boletín Comunidad Humana, que tiene la intención de volar por las calles, entre las manos y los cerebros de todos los que, como nosotrxs, sobreviven las penas que impone el sistema capitalista en su conjunto. No tenemos ninguna pretensión de adoctrinar; no desdeñamos la crítica y el debate porque no creemos que tengamos la verdad absoluta, pues creemos que la teoría se construye desde las prácticas históricas y cotidianas del proletariado y no desde grupúsculos intelectualoides. Comunidad Humana intentara ser un espacio para compartir ideas que se discutan y critiquen desde nuestras prácticas, en nuestras formas de sobrevivir  y de luchar contra la maquinaria del capital.

Este mundo que no es de nosotros

En el metro… Ruido blanco, a veces ni siquiera eso, solo silencio incorruptible, nuestras  expresiones faciales son el resultado de cargar a nuestras espaldas una historia que no conocemos, que no entendemos, que nos vale madres.  ¿Cómo fue que llegamos a naturalizarnos en una vida como esta? Despertamos para trabajar, aún cansados de la jornada anterior y la anterior a esta y así… nos levantamos, nos arreglamos -porque para el sistema estamos descompuestos, somos feos, estamos sucios, damos asco- salimos al  transporte público –un beneficio, dicen, solo para nosotros- llegamos al trabajo, saludamos a veces a quienes son como nosotrxs, otras ni los/nos miramos, escribimos, limpiamos, cocinamos, etiquetamos; cargar, manejar, estudiar, gritar, ofrecer, cuentas, cambios, papeleo, maquinas, whatsApp, Fb, twitter…  llega la tarde o la noche y volvemos a casa. No hay forma alguna que escape a este estado de las cosas, las alternativas no existen, el cooperativismo, el comercio ambulante o no, el vivir de becas, de programas de apoyo, el sembrar huertos en nuestros jardines y azoteas, podrán llamarse alternativas al trabajo asalariado, pero no se disocian del sistema de sobrevivencia al que estamos sujetos bajo la dinámica del capital, si no trabajamos, si no nos vendemos, sino intercambiamos nuestros productos/mercancías, moriremos de hambre.
Y aún después de tantos siglos de vida de la humanidad, no llegamos a comprender…  es nuestra clase -la explotada- en la que debiésemos de confiar, con quien debemos agruparnos para luchar y derrotar a la otra clase –la burguesa y todos sus falsos críticos, la que impone el capitalismo- ¿Para qué? para olvidarnos del trabajo, de la violencia cotidiana, de la mercancía, de estereotipos que nos obligan a cumplir, del cansancio, del aburrimiento, del hambre, del frio…  para vivir en común, para ser humanos y dejar de ser simples hombres-cosa, hombres-mercancías.
Pero no es de este modo, hemos naturalizado el capital en nuestras vidas, en nuestra piel, en nuestras relaciones  personales, en nuestra concepción del todo. Ya no nos imaginamos un mundo diferente, donde no tengamos que sufrir, donde no tengamos que trabajar y trabajar diariamente, porque el capital ha hecho que no despreciemos al trabajo, sino que nos enorgullezcamos de ser trabajadores, el esclavo que recoge más frutos para el amo. El capital ha hecho que naturalicemos su violencia, nos venden periódicos donde las portadas son gente como nosotrxs que fue asesinada, nos venden necrofilia, ya no vivimos sin dosis de lo grotesco, el sexo pulula en todas partes igual que la muerte y la explotación y la mendicidad y gente triste y niñas pariendo  gente que será igual de desdichada que sus padres y todo ello no existe para nosotrxs, porque: -ya que – porque: – así es la vida- porque: -que quieres que haga- porque: -nunca pasa nada– porque: “bienaventurados los pobres porque de ellos será el reino de los cielos”- y vivimos teniendo fe en un lugar que nadie ha visto, que no existe a nuestros ojos.
Es más fácil vivir en el engaño del sistema, creer en un mundo donde supuestamente somos iguales, es más fácil agacharnos ante lo que es evidente, es más fácil pelear entre nosotros, escupir al cielo, robarnos, vejarnos, desquitar nuestras frustraciones con nuestros hijos, con nuestra pareja, con nuestros compañeros de trabajo, de escuela. Somos complacientes con nuestros verdugos peleamos contra nosotros mismos y no contra ellos.

Aunque…
No todo está perdido cuando luego nos pasa que queremos dejar de ser lo que somos…

Luego nos pasa que queremos robar y robamos en la tienda de autoservicio y no al compañero de trabajo, luego nos pasa que si asesinan o secuestran a nuestras hermanas, hijas o vecinas no nos quedamos sentados esperando a la ventana su regreso, sino que salimos a las calles a bloquearlas y quemar patrullas, luego pasa que si un policía mata a un vecino de nuestro barrio, el barrio se arma de piedras, palos y cocteles varios para atentar contra la vida de uno de esos capataces, contra sus tienduchas de basura, a destruir su lujo, a afear sus calles. Luego pasa que si un maestro nos corre de clase, nos levantamos todxs y le dejamos solo en su jaula, luego pasa que si nos corren a una les cerramos las fabricas, luego pasa que si uno se salta el metro los demás le seguimos no por ser ganado en movimiento, sino porque luego pasa que si entendemos y sabemos que somos y queremos serlo: un frenesí de rabia intransigente, una marea de gente hambrienta, que tiene sed de vida, que quiere ser gente, que ya NO quieren ser ciudadanos libres, trabajadores honrados; y damos frente a la dictadura de lo grotesco, frente a la dictadura del capital.
Pero tampoco es suficiente. Esas muestras de rabia, de intransigencia, no deben ser esporádicas, no debe ser un síntoma neurótico de la abrumadora existencia a la que nos somete el capital. Debe ser algo cotidiano, que permita que se agudice no solo nuestra fuerza y nuestras prácticas, sino que nos obligue a agudizar también nuestra razón, nuestras posturas, nuestra crítica radical al sistema que nos domina. ¿Para qué? Para que nuestros esfuerzos no terminen en movilizaciones infértiles, en efervescencias reformistas que al final solo sirvan para hacer más fuerte al Estado defensor del sistema, para que no terminen cuando el embate destructor del capital, encarcele, asesine, torture a nuestros compañerxs. Experiencias de este tipo también tenemos bastantes en nuestra historia. Hace falta echar los ojos a ellas, discutirlas, cuestionarlas.
Solo de ese modo podremos realizar nuestro deber como clase, como explotados, como proletarios: constituirnos en clase [para enfrentarnos a nuestro enemigo el capital, destruir su mundo,  para destruir las clases sociales, por la comunidad humana] los que no  queremos más amos, ni profetas que nos prometan cambiarnos la vida -pues tal cosa exige un hecho sin precedentes- derribar el estado actual de las cosas desde la raíz, con azadón y pico, sin temor y con amor, reconocernos explotados, reconocernos jodidos y miserables y después querer hacer algo por cambiarlo, para nosotrxs y para todxs, para lxs que vienen y por lxs que fueron, por lo concreto y lo real, por la vida, contra la mercancía, contra toda mistificación, contra todo discurso socialdemócrata, reformista, que pretenda perfumar la mierda, decorar la basura, por lo humano, por nosotrxs, por ti amigo, compañero de desventura, compañero de sobrevivencia, hermano de cadenas. Compartamos esa empresa, compartamos ese camino a nuestra emancipación, rompamos juntos nuestras cadenas en la frente de nuestros enemigos, nada nos debe detener, no caigamos en el engaño demócrata de nuevo [sus partidos políticos, sus movimientos ciudadanos…] desconfiemos, cuestionemos todo, debatamos y ataquemos…

¡Contra la voracidad del sistema, por la comunidad humana!