Jean Barrot
Francia, 1977
Nota introductoria
No era la primera vez que Ediciones Espartaco editaba dicho texto de Kautsky. Ya lo habían publicado en 1974 precedido por una introducción del socialdemócrata francés Lucien Laurat. Durante los años setenta Espartaco reimprimió algunos de sus viejos panfletos seguidos de nuevos posfacios, y este artículo en particular tuvo dos: el que escribió Jean Barrot (seudónimo de Gilles Dauvé en los 70), y otro titulado ‘Ideología y lucha de clases’, escrito por Pierre Guillaume, que hoy es más conocido por otras razones.
En parte, el interés por discutir el artículo de Kautsky se debía al hecho de que Lenin, al escribir su célebre artículo ‘Las tres fuentes y las tres partes integrantes del marxismo’, se había inspirado en él, y por lo tanto venía a dilucidar la relación entre las concepciones de ambos autores acerca del marxismo y el socialismo.
Esta traducción editada del posfacio de Barrot fue publicada por primera vez en Inglaterra, en 1987, con el título ‘Leninismo y Comunismo’, por el grupo Wildcat (Subversión). Los subtítulos fueron añadidos por el traductor de esa versión.
Comunización y crítica del valor, Chile, 2016
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“Las tres fuentes del marxismo. La obra histórica de Marx” presenta un interés histórico evidente. Kautsky era incontestablemente el maestro del pensamiento de la II Internacional y de su partido más potente: el partido socialdemócrata alemán. Guardián de la ortodoxia, Kautsky era casi universalmente considerado como el mejor conocedor de la obra de Marx y Engels, y como su intérprete privilegiado. Las posiciones de Kautsky son por tanto testimonio de toda una época del movimiento obrero, y merecen ser conocidas, aunque sólo sea a este título. Esta conferencia trata precisamente de una cuestión central para el movimiento proletario: la relación entre la clase obrera y la teoría revolucionaria. La respuesta que da Kautsky a esta cuestión constituye el fundamento teórico de la práctica y de la organización de todos los partidos que constituían la II Internacional, y por tanto, del partido socialdemócrata ruso y de su fracción bolchevique, miembro “ortodoxo” de la II Internacional hasta 1914, es decir, hasta su hundimiento frente a la primera guerra mundial.
Sin embargo, las tesis desarrolladas por Kautsky en este folleto no se han “hundido” al mismo tiempo que la II Internacional. Muy al contrario, han sobrevivido y constituido igualmente el fundamento de la III Internacional por medio del “leninismo” y de sus avatares estalinistas y trotskistas.
¡El leninismo, subproducto ruso del kautskismo! He ahí lo que hará sobresaltarse a aquellos que no conocen de Kautsky más que los anatemas lanzados contra él por el bolchevismo y, en particular, el folleto de Lenin: La bancarrota de la II Internacional y el renegado Kautsky, y que no conocen de Lenin más que lo que es bueno conocer de él en las diferentes iglesias, capillas o sacristías que frecuentan.
No obstante, el título mismo del folleto de Lenin define muy exactamente su relación con Kautsky. Si Lenin trata a Kautsky de renegado, es ciertamente porque considera que éste era antes un adepto de la verdadera fe, de la que él se considera ahora el único defensor calificado. Lejos de criticar el “kautskismo”, al que se considera incapaz de identificar, Lenin se contenta de hecho con reprochar a su antiguo maestro del pensamiento el traicionar su propia doctrina. Desde cualquier punto de vista, la ruptura de Lenin fue a la vez tardía y superficial. Tardía porque Lenin mantuvo las ilusiones más grandes acerca de la socialdemocracia alemana, y no comprendió sino después que la traición hubo sido consumada. Superficial porque Lenin se limita a romper sobre los problemas del imperialismo y de la guerra, sin remontarse a las causas profundas de la traición socialdemócrata de agosto de 1914 ligada a la naturaleza misma de estos partidos y de sus relaciones tanto con la sociedad capitalista como con el proletariado. Estas relaciones deben ser vueltas a llevar, a su vez, al movimiento mismo del capital y de la clase obrera, y comprendidas como fase del desarrollo del proletariado, y no como una cosa susceptible de ser modificada por la voluntad de una minoría, ni siquiera de una dirección revolucionaria, por muy consciente que sea.
De ahí se deriva la importancia actual de las tesis que Kautsky desarrolla en este folleto de modo particularmente coherente, y que constituye el tejido mismo de su pensamiento a lo largo de toda su vida, y que Lenin recoge y desarrolla desde 1900 en Los objetivos inmediatos de nuestro movimiento y después en ¿Qué hacer? en 1902, en que, por lo demás, cita larga y elogiosamente a Kautsky. En 1913, Lenin recuperará nuevamente estas concepciones en Las tres fuentes y las tres partes constitutivas del Marxismo en donde desarrolla los mismos temas repitiendo a veces palabra por palabra el texto de Kautsky.
Estas tesis, basadas en un análisis histórico superficial y sumario de las relaciones de Marx y Engels, tanto con el movimiento intelectual de su época como con el movimiento obrero, pueden resumirse en pocas palabras, y algunas citas bastarán para esclarecer su sustancia:
“Un movimiento obrero espontáneo y desprovisto de toda teoría que se erige, en las clases trabajadoras, contra el capitalismo creciente, es incapaz de realizar… el trabajo revolucionario.”
Por eso es necesario realizar lo que Kautsky llama La unión del movimiento obrero y del socialismo.
Ahora bien:
“La conciencia socialista hoy (!?) no puede surgir sino sobre la base de un profundo conocimiento científico… Ahora bien, el portador de la ciencia no es el proletariado, sino los intelectuales burgueses; …así pues, la conciencia socialista es un elemento importado desde fuera dentro de la lucha de clase del proletariado y no algo que surge espontáneamente”.
Estas palabras de Kautsky son, según Lenin, “profundamente justas”.
Cae por su propio su peso que esta unión tan deseada del movimiento obrero y del socialismo no podía realizarse de la misma manera en las condiciones alemanas y en las condiciones rusas. Pero es importante ver que las divergencias profundas del bolchevismo en el terreno organizativo no resultan de concepciones diferentes, sino tan sólo de la aplicación de los mismos principios en situaciones políticas, económicas y sociales diferentes.
De hecho, lejos de desembocar en una unión cada vez más grande del movimiento obrero y del socialismo, la socialdemocracia no desembocará sino en una unión cada vez mayor con el capital y con la burguesía. En cuanto al bolchevismo, después de haber estado en la revolución rusa como pez en el agua (“Los revolucionarios están en la revolución como el pez en el agua”) y por el hecho del fracaso de ésta, acabará en una fusión casi completa con el capital estatal administrado por una burocracia totalitaria.
Sin embargo, el “leninismo” continúa atormentando la conciencia de muchos revolucionarios de más o menos buena voluntad, en la búsqueda de una receta susceptible de triunfar. Persuadidos de ser “de vanguardia” porque tienen la “conciencia” mientras que no poseen sino una teoría falsa, militan para unir esos dos monstruos metafísicos que son “Un movimiento obrero espontáneo, despojado de toda teoría” y una conciencia socialista desencarnada.
Esta actitud es simplemente voluntarista. Ahora bien, si como ha dicho Lenin, “La ironía y la paciencia son las principales cualidades del revolucionario”, “la impaciencia es la principal fuente del oportunismo” (Trotsky). El intelectual, el teórico revolucionario no tiene que preocuparse de ligarse a las masas, pues si su teoría es revolucionaria, ya está ligado a las masas. No tiene que “elegir el campo del proletariado” (no es Sartre quien utiliza este vocablo, es Lenin) pues, hablando con propiedad, no puede elegir. La crítica teórica y práctica de que es portador está determinada por la relación que mantiene con la sociedad. No puede liberarse de esta pasión más que sometiéndose a ella (Marx). Si “puede elegir” es que ya no es revolucionario, y que su crítica teórica está ya manida. El problema de la penetración de las ideas revolucionarias que comparte en ambiente obrero es, por ahí mismo, transformado totalmente: cuando las condiciones históricas, la relación de fuerzas entre las clases en lucha, principalmente determinada por el movimiento autonomizado del capital, prohíben toda irrupción revolucionaria del proletariado en la escena de la historia, el intelectual hace como el obrero: lo que puede. Estudia, escribe, da a conocer sus trabajos lo mejor que puede, generalmente bastante mal. Cuando estudiaba en el Museo Británico, Marx, producto del movimiento histórico del proletariado, estaba ligado, si no a los trabajadores, al menos al movimiento histórico del proletariado. No estaba más aislado de los trabajadores que cualquier trabajador lo está a su vez de los demás, en la medida en que las condiciones del momento limitan sus relaciones a aquellos que el capitalismo permite.
Por contra, cuando el proletariado se constituye en clase y declara de una manera u otra la guerra al capital (y no tiene ninguna necesidad de que se le aporte EL SABER para hacerlo, pues al no ser él mismo, en las relaciones de producción capitalista, más que capital variable, basta que quiera cambiar aunque sea un poco su condición, para estar de lleno en el corazón del problema que el intelectual tendrá dificultad en entender) el revolucionario no está ni más ni menos ligado al proletariado de lo que ya lo estaba. Pero la crítica teórica se fusiona entonces con la crítica práctica, no porque se la ha aportado desde el exterior, sino porque son una sola y misma cosa.
Si en el período precedente el intelectual tuvo la debilidad de creer que el proletariado permanecía pasivo porque le faltaba la “conciencia” y si había llegado a creerse “de vanguardia” hasta el punto de querer dirigir al proletariado, entonces se reserva amargas decepciones.
Esta es, sin embargo, la concepción que constituye lo esencial del leninismo, y es lo que muestra la historia ambigua del bolchevismo. Estas concepciones sólo han podido mantenerse finalmente porque la revolución rusa ha fracasado, es decir, porque la relación de fuerzas a escala internacional entre el capital y el proletariado no ha permitido a este último hacer su crítica práctica y teórica.
Es lo que vamos a intentar mostrar analizando someramente lo que ha pasado en Rusia y el papel real del bolchevismo.
Al creer ver en los círculos revolucionarios rusos el fruto de “la unión del movimiento obrero y del socialismo”, Lenin se equivocaba gravemente. Los revolucionarios organizados en los grupos socialdemócratas no aportaban ninguna “conciencia” al proletariado. Bien entendido, una exposición o un artículo teórico sobre el marxismo era muy útil a los obreros: no servía para dar la conciencia, el conocimiento de la lucha de clases, sino solamente para precisar las cosas, para hacer reflexionar más. Lenin no comprendía esta realidad. No sólo quería aportar a la clase obrera el conocimiento de la necesidad del socialismo en general, sino que quería igualmente ofrecerle consignas imperativas que expresasen lo que debe hacer en un momento preciso. Por lo demás, esto es normal, puesto que el partido de Lenin, depositario de la conciencia de clase, es 1º) el único capaz de discernir el interés general de la clase obrera por encima de todas sus divisiones en capas diversas, y 2º) el único capaz de analizar permanentemente la situación y formular consignas adecuadas. Ahora bien, la revolución de 1905 debía mostrar la incapacidad práctica del partido bolchevique para dirigir a la clase obrera y revelar el retraso del partido de vanguardia. Todos los historiadores, incluso favorables a los bolcheviques, reconocen que en 1905 el partido bolchevique no ha comprendido nada de los soviets. La aparición de formas de organización nuevas suscita la desconfianza de los bolcheviques: Lenin afirma que los soviets no eran “ni un parlamento obrero ni un órgano de autogobierno proletario”. Lo importante es ver que los obreros rusos no sabían que iban a constituir los soviets. Una minoría muy pequeña de entre ellos conocía la experiencia de la Comuna de París, y sin embargo crearon un embrión de Estado obrero, a pesar de que nadie les había educado. La tesis kautskista-leninista niega de hecho todo poder de creación original a la clase obrera desde el momento en que no es guiada por el partido-fusión-del-movimiento-obrero-y-del-socialismo. Ahora bien, se ve que en 1905, para retomar la frase de las “Tesis sobre Feuerbach” de Marx, “el propio educador necesita ser educado”.
Sin embargo, Lenin realizó un trabajo revolucionario (entre otros, su posición sobre la guerra), al contrario que Kautsky. Pero en realidad Lenin no fue revolucionario más que contra su teoría de la conciencia de clase. Tomemos el caso de su acción entre febrero y octubre de 1917. Lenin había trabajado más de 15 años (desde 1900) para crear una organización de vanguardia que realizase la unión del “socialismo” y del “movimiento obrero”, agrupando a los “jefes políticos”, los “representantes de vanguardia capaces de organizar el movimiento y dirigirlo”. Ahora bien, en 1917, como en 1905, esta dirección política, representada por el comité central del partido bolchevique, se muestra por debajo de las tareas del momento, con retraso con respecto a la actividad revolucionaria del proletariado. Todos los historiadores, comprendidos los historiadores estalinistas y trotskistas, muestran que Lenin tuvo que librar un combate largo y difícil contra la dirección de su propia organización para hacer triunfar sus tesis. Y no pudo triunfar más que apoyándose en los obreros del partido, en la verdadera vanguardia organizada en las fábricas en el interior o alrededor de los círculos socialdemócratas. Se dirá que todo esto habría sido imposible sin la actividad desarrollada durante años por los bolcheviques, tanto en el ámbito de las luchas cotidianas de los obreros como en el de la defensa y propaganda de las ideas revolucionarias. Efectivamente, la gran mayoría de los bolcheviques, y en primer lugar Lenin, han contribuido con su propaganda y su agitación incesantes al levantamiento de octubre de 1917. En tanto que militantes revolucionarios, han jugado un papel eficaz; pero, en tanto que “dirección de la clase”, “vanguardia consciente”, han estado retrasados respecto al proletariado. La revolución rusa se ha desarrollado contra las ideas del “¿Qué hacer?”. Y en la medida en que estas ideas han sido aplicadas (creación de un órgano que dirige a la clase obrera pero separado de ella), se han revelado como un freno y un obstáculo a la revolución. En 1905, Lenin está en retraso respecto a la historia porque se aferra a las tesis del “¿Qué hacer?”. En 1917, Lenin participa en el movimiento real de las masas rusas, y al hacer esto rechaza –en la práctica– la concepción desarrollada en el “¿Qué hacer?”.
Si aplicamos a Kautsky y a Lenin el tratamiento inverso del que ellos hacen sufrir a Marx, si ligamos sus concepciones a la lucha de clases en lugar de separarlas de ella, el kautskismo-leninismo aparece como característica de todo un período de la historia del movimiento obrero dominado en primer lugar por la II Internacional. Después de haberse desarrollado y organizado mal que bien, el proletariado se encuentra desde el final del siglo XIX en una situación contradictoria. Posee diversas organizaciones cuyo fin es hacer la revolución y al mismo tiempo es incapaz de hacerla pues las condiciones no están todavía maduras. El kautskismo-leninismo es la expresión y la solución de esta contradicción. Al postular que el proletariado debe pasar por el rodeo del conocimiento científico para ser revolucionario, consagra y justifica la existencia de organizaciones que encuadran, dirigen y controlan al proletariado.
Como hemos señalado, el caso de Lenin es más complejo que el de Kautsky, en la medida en que Lenin fue, durante una parte de su vida, revolucionario contra el kautskismo-leninismo. Por lo demás, la situación de Rusia era totalmente diferente de la de Alemania, que poseía casi un régimen de democracia burguesa y en donde existía un movimiento obrero fuertemente desarrollado e integrado en el sistema. En Rusia, por el contrario, hacía falta construirlo todo, y no se trataba de participar en actividades parlamentarias burguesas y sindicales reformistas que no existían. En estas condiciones, Lenin podía adoptar una posición revolucionaria a pesar de sus ideas kautskistas. No obstante, hay que señalar que, hasta la primera guerra mundial, él consideró a la socialdemocracia alemana como un modelo.
En sus historias revisadas y corregidas del leninismo, los estalinistas y los trotskistas nos muestran a un Lenin lúcido que comprende bien y denuncia antes de 1914 la “traición” de la socialdemocracia y de la Internacional. Eso es pura leyenda y haría falta estudiar bien la verdadera historia de la II Internacional para mostrar que no sólo Lenin no lo denunciaba, sino que no había comprendido nada antes de la guerra sobre el fenómeno de la degeneración socialdemócrata. Antes de 1914, Lenin elogia incluso al partido socialdemócrata alemán por haber sabido “reunir el movimiento obrero y el “socialismo” (ver el “¿Qué hacer?”). Citemos solamente estas líneas extraídas del artículo necrológico “Augusto Bebel” (que contiene varios errores de detalle y de fondo, por un lado, sobre la vida de este “dirigente” o “modelo de jefe obrero” y, por otro lado, sobre la historia de la II Internacional).
“Las bases de la táctica parlamentaria de la socialdemocracia alemana (e internacional), que no cede un ápice a los enemigos, que no deja escapar la menor posibilidad de conseguir una mejora, por pequeña que sea, para los obreros, que se muestra al mismo tiempo intransigente en el plano de los principios y se orienta siempre hacia la realización del objetivo final, las bases de esta táctica fueron puestas a punto por Bebel…”
Lenin dirigía estas alabanzas a “la táctica parlamentaria de la socialdemocracia alemana (e internacional), “intransigente en el plano de los principios” (!) ¡en agosto de 1913! Cuando un año más tarde creyó que el número del Vorwärts (órgano del partido socialdemócrata alemán), anunciando el voto de los créditos de guerra por los diputados socialdemócratas, era una falsificación fabricada por el estado mayor alemán, solamente revelaba las ilusiones que había mantenido durante largo tiempo, de hecho desde 1900-1902, desde el “¿Qué hacer?”, sobre la Internacional en general y la socialdemocracia alemana en particular. (No abordamos aquí la actitud de otros revolucionarios frente a estas cuestiones, Rosa Luxemburgo, por ejemplo. Este problema merecería de hecho un estudio detallado.)
Hemos visto cómo Lenin había abandonado en la práctica las tesis del “¿Qué hacer?” en 1917. Pero la inmadurez de la lucha de clases a escala mundial, y en particular, la ausencia de revolución en Europa, conlleva a la derrota de la revolución rusa. Los bolcheviques se encuentran en el poder con la tarea de “administrar Rusia” (Lenin), de realizar las tareas de la revolución burguesa que no ha podido llevarse a cabo, es decir, de hecho, asegurar el desarrollo de la economía rusa, no pudiendo ser este desarrollo más que capitalista. Meter en cintura a la clase obrera –y a las oposiciones dentro del partido– se convierte en un objetivo esencial. Lenin, que no había rechazado el “¿Qué hacer?” explícitamente en 1917, recupera enseguida las concepciones “leninistas” que son las únicas que permiten el encuadramiento “necesario” de los obreros. Los Centralistas-Demócratas, la Oposición Obrera y el Grupo Obrero [las minorías realmente revolucionarias dentro del partido bolchevique] son aplastados por haber negado “el papel dirigente del partido”. La teoría leninista del partido es igualmente impuesta a la Internacional. Después de la muerte de Lenin, Zinoviev, Stalin y tantos otros debían desarrollarla insistiendo cada vez más en “la disciplina de hierro”, “la unidad del pensamiento y la unidad de acción”: mientras que el principio sobre el que reposaba la Internacional estalinizada era el mismo que el que cimentaba los partidos socialistas reformistas (el partido separado de los trabajadores que les aporta la conciencia de sí mismos), cualquiera que rechazase la teoría leninista-estalinista caía en “el marasmo oportunista, socialdemócrata, menchevique…”. Por su parte, los trotskistas se aferraban al pensamiento de Lenin y recitaban el “¿Qué hacer?”. La crisis de la humanidad no es otra que “la crisis de la dirección”, decía Trotsky: por tanto, había que crear una dirección a cualquier precio. Supremo idealismo, la historia del mundo era explicada por la crisis de la conciencia.
En definitiva, el estalinismo no debía triunfar sino en los países en que el desarrollo del capitalismo no podía ser asegurado por la burguesía, sin que estuviesen reunidas las condiciones para que el movimiento obrero pudiese destruirlo. En Europa del Este, en China, en Cuba, se ha formado un grupo dirigente nuevo, compuesto de cuadros del movimiento obrero burocratizado, de antiguos especialistas o técnicos burgueses, a veces de cuadros del ejército o antiguos estudiantes incorporados al nuevo orden social como en China. En último análisis, un tal proceso no era posible más que en razón de la debilidad del movimiento obrero. En China, por ejemplo, la capa social motriz de la revolución fue el campesinado, incapaz de dirigirse a sí mismo, no podía sino ser dirigido por “el partido”. Antes de la toma del poder, este grupo organizado en “el partido” dirige las masas y las “regiones liberadas” si las hay. Después, toma en sus manos el conjunto de la vida social del país. En todas partes las tesis de Lenin han sido un potente factor burocrático. Para Lenin, la función de dirección del movimiento obrero era una función específica asegurada por “jefes” organizados separadamente del movimiento y cuyo único papel es ése. En la medida en que preconizaba un cuerpo separado de “revolucionarios profesionales” que guían a las masas, el leninismo ha servido de justificación ideológica a la formación de direcciones separadas de los trabajadores. En este estadio, el leninismo, desviado de su contexto original, ya no es más que una técnica de encuadramiento de las masas y una ideología que justifica la burocracia y sostiene al capitalismo: su recuperación era una necesidad histórica para el desarrollo de estas nuevas formaciones sociales que representan a su vez una necesidad histórica para el desarrollo del capital. A medida que el capitalismo se extiende y domina el planeta entero, las condiciones de posibilidad de la revolución maduran. La ideología leninista comienza a estar fuera de uso, en todos los sentidos de la palabra.
Es imposible examinar el problema del partido sin ligarlo a las condiciones históricas en las cuales nace este debate: en todos los casos, aunque bajo formas diferentes, el desarrollo de la ideología leninista se debe a la imposibilidad de la revolución proletaria. Si la historia ha dado la razón al kautskismo-leninismo, si sus adversarios jamás han podido organizarse de un modo duradero ni siquiera presentar una crítica coherente de él, no es debido a la casualidad: el éxito del kautskismo-leninismo es un producto de nuestra época y los primeros ataques serios –prácticos– contra él marcan el fin de todo un período histórico. Para ello hacía falta que el modo de producción capitalista se desarrollase ampliamente a escala del mundo entero. La revolución húngara de 1956 ha doblado las campanas por todo un período de contrarrevolución, pero también de maduración revolucionaria. Nadie sabe cuándo será definitivamente superado este período, pero es seguro que la crítica de las tesis de Kautsky y de Lenin, productos de esta época, se hace desde entonces posible y necesaria. Por esta razón hemos tenido empeño en reeditar “Las tres fuentes del marxismo. La obra histórica de Marx”, para dar a conocer y comprender mejor lo que fue y lo que todavía es la ideología dominante de todo un período. Lejos de querer disimular las ideas que condenamos y combatimos, queremos, por el contrario, difundirlas ampliamente a fin de mostrar simultáneamente su necesidad y su límite históricos.
Las condiciones que han permitido el desarrollo
y el esplendor de organizaciones de tipo socialdemócrata o bolchevique
están hoy superadas. En cuanto a la ideología leninista, además de su
utilización por los burócratas en el poder, lejos de servir en las
agrupaciones revolucionarias que se reclaman de la unión del socialismo y
del movimiento obrero, no puede servir desde ahora más que para afirmar
provisionalmente la unión de intelectuales mediocres y de trabajadores
mediocremente revolucionarios.
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Leer también: Leninismo y Contrarrevolución I, II y III – Revista Comunismo nros. 55, 56 y 67