En primer lugar, estamos de
acuerdo en que las minorías revolucionarias del proletariado deben superar el
espíritu de secta y adoptar el espíritu de clase; que deben trabajar con
solidaridad y unidad proletarias; y, que esto tiene por base material las
necesidades concretas del movimiento internacional de lucha emergente de
nuestra clase, así como también una plataforma común de principios o la
afinidad programática -asimismo a nivel internacional-. En pocas palabras,
estamos de acuerdo en que la centralización es una necesidad de la lucha
proletaria contra el capital y en que no existe unidad revolucionaria sin
principios revolucionarios.
Sin embargo, este proceso de
centralización revolucionaria y orgánica no ha de darse solo en base a la
discusión teórica o de principios, sino en base a las necesidades, las luchas y
los avances reales del proletariado internacional militante, el que, no
obstante la actual reemergencia internacional y masiva del proletariado,
todavía está “en pañales” en cuanto tal. En pocas palabras, hay que discutir
teóricamente cuando es una necesidad práctica de la lucha de nuestra clase, a
fin de contribuir a clarificarla y potenciarla. Por lo tanto, tal
centralización práctica y efectiva también está “en pañales”; es más, la vemos
lejana todavía. Creer y hacer lo contrario sería caer en el principismo y, peor
aún, en un tertulianismo (o charlatanismo) onanista y estéril. “Descuido” o
falta ésta que, paradójica pero ciertamente, hasta nosotros mismos cometimos en
la primera edición de este documento, por lo cual aquí tratamos de “corregirlo”
de algún modo con estas palabras introductorias y autocríticas.
A pesar de este hecho, no dejamos
de considerar que la reapropiación del programa histórico comunista y la
discusión/clarificación internacional acerca del mismo también constituyen una
práctica de las minorías revolucionarias existentes. En este sentido y con esta
intencionalidad, nos hemos tomado el tiempo de elaborar y difundir este
documento. Además, creemos que el mismo puede, en algún momento y espacio, y a
pesar de sus defectos (redundancias o tautologías, estilo un tanto pesado de
redacción y lectura, cabos sueltos, errores), servir como un material
introductorio y/o “provocativo” –uno de muchos, claro- para nuevxs compañerxs
sinceramente interesadxs en las históricas posiciones proletarias, comunistas e
internacionalistas: en las posiciones de su clase para su autoliberación. Tal
es el sentido y la intencionalidad (dejarles clavado ese bicho, esa espina que tensa, esa “pica”), insistimos, del presente documento, el que, al igual que el
texto del GEC (Grupo de Esclarecimiento Comunista), no es más que un borrador. Tanto sus alcances como sus
limitaciones serán juzgados por sus lectores o, mejor dicho, por el valor de
uso práctico y revolucionario que otrxs compañerxs le den –o no- a este
material.
Proletarios
Salvajes, Enero 2012
***
Nuestra crítica compañera y revolucionaria
al “borrador” de principios programáticos del GEC empieza por el principio, por
el nombre que le han puesto al mismo. Como se podrá constatar luego, no se
trata de criticar solo una palabra -en este caso, “políticos”-, sino un
concepto, esto es la concepción o significación que existe detrás de tal
palabra, lo cual no solo implica una carga teórica sino una carga
histórico-práctica de clase.
Los principios revolucionarios del
proletariado no son abstractos ni son políticos. No son abstractos porque no
son objetos ideales o creaciones puramente intelectuales de un individuo o un
grupo de “iluminados”. Son, por el contrario, expresiones o síntesis teóricas
de las determinaciones prácticas del antagonismo histórico y mundial entre
proletariado y burguesía, entre revolución y contrarrevolución, entre comunismo
y capitalismo. Es la lucha histórica y mundial de nuestra clase, sobre todo en
las grandes oleadas revolucionarias internacionales donde ha actuado como
fuerza histórica revolucionaria o como Partido, la que ha producido el programa
comunista, no viceversa. Pero, a la vez, la actividad teórica de los
proletarios-comunistas, cuyo eje es la restauración programática y el balance
histórico de las luchas proletarias, es parte sustancial de la praxis
revolucionaria, puesto que de esa manera se extrae lecciones de las derrotas
históricas de nuestra clase para convertirlas en acción -o intervención-
revolucionaria en las luchas del presente y del futuro. El programa comunista es
un arma teórico-práctica para nuestra clase proletaria, pues sin proyecto
revolucionario no hay revolución.
Y no son políticos (ojo) porque la política
es la esfera separada y alienada del poder en la sociedad capitalista. De
hecho, el capitalismo se basa en la alienación, separación, explotación y
dominación de la praxis humana, que es unitaria o total. Es decir, este sistema
consuma la fragmentación de la sociedad en “esferas”, y de los humanos en “roles”,
mediante la institución de la división del trabajo, de la “especialización” (y
los “especialistas”). Así, mientras la economía es la esfera separada y
alienada de la producción material de las condiciones de vida (y la que domina
o “sobredetermina” a las demás, lo que se conoce como alienación economicista),
la política es la esfera separada y alienada de la decisión sobre la vida, del
poder. Por eso la política es poder separado, alienante y opresor o de
dominación y sometimiento.
En el capitalismo, ésta se cristaliza y
adquiere su máxima expresión en el Estado (en tanto capitalista colectivo y
monopolio de la violencia y la decisión, es decir en tanto que Mafia -en la
acepción de Camatte-), pero también en partidos y sindicatos tanto de derecha
como de izquierda. Se condensa, pues, en mediadores o intermediarios de las
necesidades y de las luchas, porque de esta manera bloquea y anula la autonomía
proletaria (médula de la revolución social proletaria) y, en última instancia, porque
así mantiene la explotación/dominación capitalistas.
En este punto no está de más señalar que a
la subideología que cree y pretende hacer la revolución desde la política o
mediante la política, y por ende mediante los partidos y el Estado, se le
conoce como politicismo, que es una derivación ideológica de la socialdemocracia,
puesto que no pretende –ni comprende- la abolición total, radical e histórica
del capitalismo, sino solamente la modificación o reforma de éste mediante la
política, por lo tanto, mediante el Estado y, lo que es peor, mediante el modo
de administración del Estado (¡!).
De allí que el comunismo no es un
movimiento político ni a-político. Es un movimiento social anti-político, de
crítica y abolición/superación de la política en tanto esfera separada y
alienada del poder de y sobre la vida (así como también es antieconómico, en
tanto realiza la crítica y la abolición de la economía como esfera separada y
alienada/alienante de la producción).
De allí también que el movimiento comunista
no pretenda crear mediante la “política revolucionaria” una “economía
comunista”, un “plan económico social” o un “régimen económico comunal” ni nada
que se le parezca (grave error que se puede observar en el programa de la cci y
de otras agrupaciones como “Tentativa XXI”), sino criticar y abolir la economía
y la política, el trabajo y el Estado, el sindicato y el partido, y toda forma
de alienación, separación, explotación y opresión en general.
De donde se desprende además que el
proletariado constituido en “Partido histórico” (Marx) y revolucionario no es
un partido político, así como no es política –sino social- su dictadura
revolucionaria (ver más abajo).
En el fondo, esto es así porque el
comunismo es la reconciliación de la humanidad consigo misma (y con la
naturaleza o el cosmos) aboliendo las clases y los fetiches; es la
reunificación y desalienación de todas y cada una de las actividades humanas,
de la totalidad de las relaciones, de la praxis y del hombre. La revolución
comunista se hace para reapropiarnos y disfrutar de nuestra vida, de sus
condiciones, sus actividades y sus frutos, en toda su multidimensionalidad o
totalidad… Para que la humanidad vuelva a ser humanidad.
(Es por ello que no se puede pensar y
actuar en pos del comunismo bajo los mismos parámetros del capitalismo
–economía, política, ideología, o trabajo, Estado, etc.-. El comunismo no es un
capitalismo mejor administrado o sin los peores males del capitalismo (¡bazofia
socialdemócrata contrarrevolucionaria!). Tampoco es “un nuevo modo de
producción” con un “nuevo Estado” (¡otra bazofia socialdemócrata!). El
comunismo es la negación, irrupción, ruptura, abolición y superación del
capitalismo. El comunismo no solo es una forma histórico-social superior al
capitalismo, sino una forma de Ser (de humanidad) profunda, radicalmente
distinta y opuesta. Es otro Ser y, por tanto, otro paradigma; una praxis otra y
antagonista, si se quiere. Existe y se mueve bajo otras lógicas, en este caso,
es práctica y teóricamente antieconómico y antipolítico, antimercantil y
antiestatal; en suma, anticapitalista, antifetichista o antialienación y
antiseparación, tanto en la acción como en el pensamiento. Con esto recordamos,
de paso, que la categoría revolucionaria central es la totalidad, a la par del
antagonismo).
Por otro lado, y como ya hubo de aclararlo
Marx (aunque también Bakunin), la revolución proletaria no es una revolución
política o parcial, sino una revolución social o total. La revolución burguesa
fue –tenía que ser- política. La revolución proletaria será –tendrá que ser-
social.
El principio de la política es la voluntad
y el poder del Estado. El principio de lo social es la totalidad social de la
vida y el ser (o si prefiere, cómo nos relacionamos para vivir). Por tanto, una
revolución política solo redistribuye (democráticamente) el poder pero dejando
intactas las condiciones de ese poder que nos despoja de controlar nuestras
propias vidas. En contraposición a ello, una revolución social abole tales
condiciones en pos de la reapropiación y el control sobre nuestras vidas. La
revolución política solo cambia una clase dominante por otra, un gobierno por
otro, un Estado por otro. Por el contrario, la revolución social suprime
revolucionariamente las clases sociales y el Estado. En fin, una revolución
política no es revolución, es reforma, y toda reforma es conservadora de lo
esencial: del capitalismo, la sociedad de clases y el Estado, de la
contrarrevolución. Una revolución política, entonces, es parcial, reformista y
contrarrevolucionaria por esencia. La revolución social, muy por el contrario,
es una revolución total, integral y radical o no es (“o cambiamos todo y de
raíz o nada cambia”). La revolución proletaria es una revolución social, no
política ni económica ni cultural.
Recordemos además que lo radical atañe a la
humanidad misma, es decir que la revolución social transforma a la totalidad de
las relaciones humanas y al ser humano mismo; es una revolución de la Vida y
del Ser, puesto que la humanidad-proletarizada y sufriente se transmuta,
mediante la abolición revolucionaria de sí misma como clase, en “humanidad
socializada” (Marx) o en comunidad humana real. El comunismo es el fin de la
“prehistoria humana” (o sea, sociedades gobernadas por fetiches) y, en cambio,
es la inauguración de la auténtica historia de la humanidad en cuanto
humanidad. Insistimos: el comunismo no es solamente la abolición violenta del
capitalismo mediante la dictadura revolucionaria del proletariado, sino la
transformación histórica y social más profunda, radical, total e integral del
Ser… de la Vida (lo que obviamente implica a la vida cotidiana… y esto no sería
la “autogestión” sino la revolución comunista de la vida cotidiana).
Por lo expuesto, los principios
revolucionarios del proletariado no son –ni pueden ni deben ser- principios
“políticos”, sino solamente revolucionarios y, valga remarcarlo, abiertamente
anti-políticos. Deberíamos hablar solamente, entonces, de “principios
revolucionarios del proletariado”. Y esto -ya debe haber quedado claro- no es
un simple problema de palabras o formas, sino un problema de conceptos o
contenidos, no solo teóricos sino histórico-prácticos y de clase.
Nos parece importante también señalar el
carácter invariante de nuestros principios revolucionarios. Son invariantes
porque no varían, porque se mantienen, porque son los mismos en toda época y en
todo lugar. Además, en tanto que principios, son innegociables e
irrenunciables. Pero esto no debe confundirse con dogmatismo, en lo absoluto.
Lo que sucede es que los fundamentos o determinaciones fundamentales del
capitalismo son los mismos en toda época y todo lugar: alienación mercantil o
economicista, propiedad privada, trabajo asalariado, mercancía, Estado, clases
sociales, mercado mundial, patrias, ideologías, espectáculo, etc. Estructuras todas
estas que se particularizan, se modifican y perfeccionan con el pasar del
tiempo (históricamente) y dependiendo del espacio (geográficamente), pero que,
en el fondo o en esencia, siempre son las mismas en todos lados. La
contrarrevolución capitalista es invariante: cueste lo que cueste, y mediante
la estrategia que sea, lo único que le importa es defender a capa y espada la
dictadura del capital sobre la humanidad y la naturaleza. Por esta misma razón,
es que el programa de nuestra clase también y necesariamente es invariante,
porque su objetivo es abolir los fundamentos invariantes del capitalismo:
abolición de la propiedad privada, del trabajo, de las clases, del Estado, del
mercado mundial, de las patrias, de las ideologías (incluida la ciencia), del
espectáculo, de toda forma de alienación, explotación y opresión humana.
Nuestro programa o conjunto de principios
es un invaluable fruto del acumulado histórico de las luchas proletarias, en
especial en aquellos tiempos-espacios donde la guerra de clases se ha vuelto
abierta o desnuda, estallando en forma de situación revolucionaria y guerra
civil, desnudando a su vez las raíces profundas de los conflictos de clases, y
produciendo minorías revolucionarias del propio proletariado capaces de
sintetizar o condensar este proceso teóricamente, de difundirlo o agitar en
base a él, y de realizarlo –o prefigurarlo- en la misma guerra social contra el
mundo del capital. De allí que los comunistas no tengamos ningún programa
revolucionario que inventar, sino que debemos reapropiarnos, restaurar,
revitalizar, criticar, precisar, desarrollar, hacer avanzar el programa
histórico e invariante de nuestra clase o, hablando más propiamente, el
programa de nuestro “Partido histórico”. Pero no en frías y abstractas
discusiones separadas de la realidad, sino al calor de las vivencias,
resistencias y conflictos de clase reales.
En este sentido, el programa invariante
también es programa vivo, porque es la expresión viva de una clase que vive y
lucha; porque es dinámico y dialéctico, se mueve, se transforma, sin perder
jamás lo esencial: su antagonismo, su radicalidad (así como su totalidad e
historicidad). El programa histórico de nuestra clase es invariante y vivo a la
vez. Lo cual demuestra que invarianza no es lo mismo que dogmatismo. Y, ante
todo, demuestra que el programa o los principios comunistas constituyen un arma
potencial y real contra la hegemonía del capital. Sin programa estamos
desarmados. Con cabeza y mano propias, hay que saber reapropiarse de esta arma,
afilarla y empuñarla contra nuestro enemigo para nuestra autoliberación
integral. Sin olvidar nunca –eso sí- que un paso adelante del movimiento real
vale más que una decena de programas teóricos (Marx), pues sin acción
revolucionaria del proletariado no hay revolución...