Phil A. Neel
Publicado en inglés por Il Will (6 de septiembre de 2025). Traducido al español por Nec Plus Ultra (8 de septiembre de 2025)
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Símbolo del Partido-Red o el Micelio Comunista |
Introducción
Teoría
del Partido de Phil A. Neel —un joven geógrafo
comunista del noroeste del Pacífico estadounidense— es, de principio a fin, un
excelente y potente texto sobre organización revolucionaria desde la
perspectiva de la comunización. En estos tiempos de una nueva ola de protestas en
todo el mundo (Indonesia, Nepal, Francia, Ecuador,…), resulta un material necesario
y útil porque sintetiza uno de los aprendizajes principales de las revueltas de
todo este siglo (en especial, las del 2000, 2008, 2011, 2015, 2019… 2025): sin
partido revolucionario no es posible que las revueltas critiquen y superen en
la práctica sus propios límites en tanto que «luchas por la subsistencia»
y no por la revolución social.
Sí:
la experiencia histórica colectiva demuestra que, por más revueltas e
insurrecciones que haga, sin «el partido de la anarquía y el comunismo» (Marx)
el proletariado siempre será derrotado por «el partido del orden» de la
burguesía y la socialdemocracia, por la contrarrevolución.
Teniendo
claro, de entrada, que el partido de la revolución según Marx no tiene nada que
ver e incluso es contrario al partido de Lenin, ya que «el partido de la
anarquía y el comunismo» en realidad es el conjunto de fuerzas que luchan por
la autoorganización y la autoemancipación del proletariado, no una élite de
intelectuales de izquierda que quieren adoctrinarlo y salvarlo para luego
explotarlo y oprimirlo, como pasó en la URSS.
Dicho
de otra forma: así como sin teoría revolucionaria no hay movimiento
revolucionario, así mismo sin autoorganización revolucionaria no hay revolución.
Porque las revoluciones no se crean: se organizan y se dirigen una vez que
estallan a causa del devenir de los antagonismos estructurales y de clase de la
sociedad capitalista. Lo mismo aplica para la estrategia y la táctica
revolucionarias. El partido revolucionario es el órgano producido por la propia
lucha del proletariado que sintetiza todos estos elementos, como si de un
cerebro colectivo y, al mismo tiempo, un arsenal se tratase.
Por eso Neel, ya desde la primera parte de su ensayo, afirma: «Como individuos, no vemos ninguna forma de ejercer influencia alguna
sobre el curso de los acontecimientos [las crisis y las revueltas] y simplemente debemos observar
cómo nos arrollan. Nos encontramos desarmados y solos, enfrentados a un
futuro oscuro en el que horrores escalofriantes acechan más allá de los
límites de nuestra vista, arrastrados inexorablemente hacia adelante
mientras las cadenas traquetean y los sonidos del tormento resuenan
desde el mundo venidero. [...] Como resultado, esta misma derrota es en sí misma un despertar. Nos damos
cuenta, poco a poco, de que el carácter colectivo y expansivo del mal
que nos aflige requiere una forma colectiva y expansiva de respuesta. La
venganza social requiere un arma social. El nombre de esta arma es el
partido comunista.»
Lo
más sintomático, interesante y potente del presente texto es que cuando Neel
habla de «partido comunista» lo hace desde la teoría de la comunización; es
decir, tanto desde la crítica compañera y superadora de la izquierda comunista como en contra y más allá: del leninismo (partido comunista NO es lo mismo
que partido marxista-leninista o socialdemocracia radical y contrarrevolución
estatista disfrazadas de rojo); del programatismo de la izquierda comunista
(anclada melancólicamente en el período revolucionario de hace 100 años y en el
fetichismo del programa-norma y el partido-secta); del anarquismo ideológico
(con su espontaneísmo, su individualismo, su anti-organizacionismo y su
informalismo que ningún favor le hacen a la revolución social); y, por
supuesto, del liberalismo de izquierda (acérrimo defensor de las libertades y
los derechos democráticos, es decir, de la dictadura social mercantil del
Capital sobre el proletariado) y del postmodernismo de izquierda (o de la
izquierda identitaria y discursiva que tan bien le calza a la libertad de
mercado y que tan inofensiva es para el Estado).
Sí:
no se necesita ser leninista ni bordiguista para hablar de partido comunista.
Hay algunos comunizadores que también lo hacen (hacemos) sin miedos ni tapujos de tipo
anarquista y consejista. Que quede claro.
La
teoría del partido de Neel es también una crítica y una superación tanto del teoricismo
como del activismo, así como del objetivismo o el mecanicismo y del
subjetivismo o el voluntarismo por igual; en suma, una crítica y una superación
de las falsas dicotomías con las que, desde el siglo pasado hasta la fecha, la
mayoría de organizaciones e individualidades revolucionarias se han roto la
cabeza. Podemos afirmar incluso que es una nueva lectura del determinismo y del
«Partido Histórico» de Marx, Bordiga y Camatte, así como de la «subjetividad
revolucionaria» de Lukács. También notamos cierto guiño a la teoría biocibernética
del «órgano-partido-comunidad» de la revista neobordiguista n+1.
Se
trata, pues, de un concepto de partido comunista que resulta nuevo, avanzado y
revolucionario en sí mismo y que, al mismo tiempo, no reniega de la historia
del movimiento comunista mundial (las diferentes Internacionales, etc.), sino
que hace un balance crítico y superador de ella.
Para
lo cual, se sitúa de modo histórico-materialista y estratégico-táctico en las
condiciones actuales y específicas del capitalismo y la lucha de clases, a
saber: dominación real o total del capital, implicación recíproca entre capital
y proletariado, financiarización y automatización de la economía, predominio
del ejército industrial de reserva y del proletariado sobrante sobre el
proletariado industrial con empleo, crisis civilizatoria y catastrófica del
capitalismo, fracaso del mal llamado “neoliberalismo” o capitalismo de mercado para
gestionar dicha crisis, fracaso del capitalismo de Estado llamado “socialismo”
(del siglo XX y del siglo XXI) como alternativa histórica, declive y hasta fin del
movimiento obrero tradicional, rol secundario pero contrarrevolucionario de los
partidos y sindicatos de izquierda, el siglo XXI entendido como la época de los
disturbios o las revueltas, etc.
En
esa misma línea, años atrás la revista comunizadora Endnotes ya propuso el
concepto de «partido de la ruptura». Entendiendo por ruptura la revolución
comunista, y que la ruptura es tal tanto con respecto a la sociedad capitalista
como a la espontaneidad y los límites de las propias revueltas contemporáneas. Esto,
de la mano del concepto de «tácticas comunizadoras» —tácticas centradas tanto
en la comunización de la producción y la distribución para satisfacer
directamente las necesidades colectivas como en la insurrección armada para
destruir el Estado—, el cual es una forma más concreta del concepto de «medidas
comunistas» de León de Mattis.
Asimismo,
en los últimos años Jasper Bernes ha propuesto una nueva teoría del partido del
KAPD —el partido del comunismo de consejos durante la revolución alemana— en y
para la actualidad como «agente catalizador» de la revolución comunista mundial.
Esto, de la mano de su propuesta de hacer un «mapeo de las fuerzas productivas»
actuales para diseñar y ejecutar una «contralogística comunista» que sea capaz
de abolir y superar materialmente la logística capitalista cuando, gatillada
por la revuelta, estalle la revolución social en el presente siglo.
En
síntesis: desde hace años que la teoría de la comunización se viene planteando
los problemas de la organización, la estrategia y la táctica comunistas para el
siglo XXI entendido como el siglo de las revueltas o los disturbios. Neel sigue
y abona este camino de la praxis revolucionaria desde la investigación
militante, no desde la academia. Que quede claro. Además, lo hace en contra y
más allá tanto del leninismo en todas sus variantes (incluidas las sectas
bordiguistas) como del espontaneísmo anarquista y consejista; pero, a la vez,
sin caer en el “síndrome del ex novio” con respecto a la izquierda comunista
histórica, sino haciendo una crítica compañera y superadora de ella —como todo buen comunizador sabe hacerlo—.
Más
precisamente: para la revolución comunista en todo el planeta y en todos los
aspectos de la vida, Neel sostiene que el arma principal es un partido
comunista que sea invariante o fiel al proyecto comunista histórico y que, al
mismo tiempo, sea no dogmático, no sectario, flexible y creativo… en fin, un
partido comunista «ecuménico y experimental» en situaciones o coyunturas
concretas del antagonismo de clases, en especial en coyunturas revolucionarias
o, en su defecto, en coyunturas de revuelta e insurrección.
Parafraseando
a Théorie Communiste, cuando decimos revolución comunista nos referimos a que
el proletariado pueda abolir el capitalismo y a sí mismo como clase del
capital/trabajo mediante la producción del comunismo en el presente siglo; esto
es, abolir las relaciones sociales capitalistas y, al mismo tiempo, producir
relaciones sociales comunistas entre los individuos o, lo que es lo mismo,
producir la sociedad sin clases, Estado, mercado, valor ni otra forma de
explotación y dominación (género, raza, nacionalidad, edad, etc.).
Neel
define la revolución comunista como «la creación de una sociedad planetaria que
funcione según los principios de deliberación, no dominación y libre asociación,
utilizando las vastas capacidades (científicas, productivas, espirituales,
culturales, etc.) de la especie humana para rehabilitar su metabolismo con el
mundo no humano».
Pues
bien: así concebida, la revolución comunista es el fin, mientras que el partido
comunista de nuevo tipo es el medio.
Estamos
hablando de un partido comunista mundial entendido como un «ecosistema», un territorio,
una biósfera, una red o, mejor, un micelio vivo y creador de lo nuevo, y no
como una pirámide monolítica, osificada y estéril (como lo es el típico
partido leninista).
Teniendo
siempre presente, además, que el partido revolucionario es sólo el medio y no
el fin en sí mismo; que éste ha de desaparecer una vez que las tareas de la
revolución social o la abolición de la sociedad de clases y la destrucción del Estado hayan concluido
(exactamente lo mismo aplica para el poder revolucionario o la Comuna mundial);
que no es lo mismo que el partido leninista o jacobino-socialdemócrata, sino,
por el contrario, la autoorganización revolucionaria del proletariado; y que,
recordando a Camatte, será «la prefiguración de la sociedad comunista» del
futuro en el seno de la sociedad capitalista del presente o no será.
Dicho
esto, es importante señalar que Neel retoma y actualiza la “vieja” teoría
comunista del «Partido Histórico» y del «partido formal», para concluir que el Partido
Comunista Histórico y Mundial ha de estar conformado por diversos partidos
formales revolucionarios de diferentes regiones o lo que él denomina «cónclaves
comunistas» locales. A la vez, ha de ser la matriz de otros nuevos, ya que se
trata de un organismo vivo y creador.
¿Hoy
en día dónde hemos podido ver al Partido Histórico en acción? Por ejemplo, en
las Asambleas Territoriales en Chile y los Consejos de Trabajadores en Irán
durante la Revuelta Mundial del 2019. Por desgracia, las minorías o cónclaves
comunistas de dichas regiones no estuvieron a la altura de las circunstancias
no sólo para enfrentar su represión y disolución por parte del Estado, sino
principalmente para disputarle a la socialdemocracia o a la izquierda del
Capital la dirección en el seno de estos organismos autónomos de masas. Lo
propio aplicó para las revueltas en otras regiones del mundo durante el mismo año. Sin embargo, ahí estuvo el Partido Histórico
en acción: experimentando, acertando, errando y aprendiendo para luchar mejor en próximas batallas.
Ahora
bien, los cónclaves comunistas, conocidos históricamente como minorías revolucionarias
o fracciones comunistas e internacionalistas del proletariado, no son los
únicos actores que han de conformar el partido comunista. Pero, en cambio, sí
han de jugar un papel importante en su organización en tanto que nodos centrales
de la red partidista o, como su nombre mismo lo indica, en tanto que cónclaves que,
con un programa comunista, sean la «vanguardia táctica» y un factor activo o
«agente catalizador» de la producción y organización de una «subjetividad partidista» incluso en
sectores no partidistas y “apolíticos” del proletariado. Lo que, a su vez, bien
se puede ensamblar con la propuesta organizativa del SPK: el «expansionismo
multifocal». Por eso Neel ve al partido comunista como «una forma colectiva y expansiva».
A
todo ello, le podemos llamar la Estrategia del Micelio Comunista en las grietas
de la actual catástrofe capitalista, cuya savia sea la lucha por la
destrucción de todo el entramado social capitalista —empezando por la abolición
del valor entendido como relación de clase— mediante la creación y el despliegue
de redes de relaciones sociales comunistas y anárquicas entre los proletarios
en lucha por dejar de serlo en diversos territorios.
En
otras palabras, la estrategia revolucionaria en el período histórico actual de
dominación real del capital y, por tanto, de implicación recíproca entre capital
y proletariado consiste en contribuir por todos los medios posibles a la producción
de la ruptura revolucionaria en el seno de las luchas del proletariado contra
el Capital-Estado, la socialdemocracia y su propia condición de clase. Porque, si se lo entiende como el movimiento real que subvierte las condiciones
existentes —y no como utopía ni ideología—, el comunismo es precisamente esa
ruptura revolucionaria.
Tal
es el movimiento comunista o, mejor, el partido comunista (histórico y formal) en
acción. El Partido-Comunidad entendido como Partido-Red, al calor y sólo al
calor del antagonismo de clases, cuyo objetivo es la abolición del valor y de
la sociedad de clases, no entendido como una “comuna hippie” o una “okupa” de
pequeños burgueses alternativos que vive en aislamiento y de “la autogestión y
el trueque” ni nada por el estilo. Que quede claro.
Sin
duda, este partido comunista de nuevo tipo es un apasionante desafío para los
proletarios revolucionarios o los «partisanos» comunistas del siglo XXI de todo
el mundo, que sólo puede brotar y desarrollarse en su caldo de cultivo por
excelencia: las revueltas actuales y por venir, más aún en un próximo período
histórico-mundial revolucionario o, lo que es lo mismo, los «tiempos calientes»
de la lucha de clases.
De
igual manera, también es vital construir y/o mantener organización
revolucionaria en «tiempos fríos» de la lucha de clases; es decir, antes y
después de las revueltas, en el actual período histórico-mundial que todavía es
contrarrevolucionario y donde la mayoría son luchas reivindicativas o por la
subsistencia, a fin de estar preparados y no tener que empezar desde cero
siempre.
Decimos
a fin de estar preparados y no tener que empezar desde cero siempre, porque
esto nos ha pasado a nosotros mismos aquí en Ecuador durante y después de las
revueltas de Octubre de 2019, Junio de 2022… y también en la inminente revuelta
de Septiembre de 2025, precisamente por no construir y mantener organización
revolucionaria en tiempos fríos para que pueda potenciarse e incidir como tal
en tiempos calientes. Como proletarios revolucionarios, es inevitable no sentirnos
frustrados y es difícil pensarlo con cabeza fría y decirlo con honestidad;
pero, hay que hacerlo para dejar de repetir el mismo error una y otra vez.
¿Cómo
contribuir a producir la ruptura revolucionaria en el seno de las luchas
reivindicativas en tiempos no revolucionarios? ¿Cómo
construir y mantener
organización revolucionaria cuando no tenemos trabajo ni dinero para
comer bien y peor para sacar propaganda escrita u organizar un espacio
propio ó, si trabajamos, no disponemos de tiempo,
energía ni motivación para hacerlo, al igual que la mayoría de
proletarios? ¿Cómo organizar de forma partidista —o, si se prefiere, partisana— una subjetividad colectiva revolucionaria cuando la propia subjetividad individual se encuentra alienada y hecha pedazos a causa de la sobrevivencia material cotidiana o de la precaria condición proletaria?
Estas
son preguntas que hemos debatido internamente y para las cuales no tenemos
respuestas a ciencia cierta todavía. Pero, en cambio, sí sabemos que sólo la lucha de clases concreta puede responder. Mejor dicho, sabemos que no
podemos responder teórica e individualmente a lo que sólo la acción colectiva
del proletariado —incluidos nosotros mismos— lo hará; en nuestro caso, tanto durante como después de la inminente y nueva revuelta en la región ecuatoriana.... Sea como fuere, la
respuesta está en la acción y, por tanto, en el ensayo, el error, el
aprendizaje y el perfeccionamiento, no en quedarnos sentados o de brazos
cruzados esperando a que estén dadas las condiciones ideales para hacerlo. Al fin y al cabo, el lenguaje de la mayoría de proletarios es el lenguaje de la acción.
Sabemos,
pues, que este no es un problema sólo de nuestro grupo en este país, sino de
toda nuestra clase proletaria en todo el mundo. Por eso compartimos esta
reflexión fruto de la experiencia duramente adquirida a todos los hermanos de
clase que nos estén leyendo para que no cometan el mismo error o, si al igual que nosotros ya lo
cometieron, para que pongamos en práctica la lección aprendida.
Por
su parte, hay algunos camaradas ya organizados y activos de otras regiones que,
con base en la crisis catastrófica del capitalismo y en la relativa continuidad y fuerza de las revueltas de los últimos
años en todo el mundo, sostienen que el actual no es un período
contrarrevolucionario, sino un «período bisagra»; es decir, un período o época que
transita entre la contrarrevolución mundial y la revolución mundial. Una tesis
interesante y hasta motivadora, pero discutible porque la contrarrevolución
todavía es poderosa y devastadora mientras que la revolución todavía no
despunta en el horizonte…
En
todo caso, «el partido de la anarquía y el comunismo» se forja al calor de la
práctica del antagonismo de clases, de la cual la teoría del partido es y será un arma estratégica de la insurrección y la comunización a escala
planetaria. ¡Reapropiémonos y afilemos esta arma!
Proletarios
de todos los países: en donde estemos y como podamos, ¡hagamos un esfuerzo
extra y venzamos los obstáculos para organizar el partido de la
revolución comunista mundial! ¡Organicemos uno, dos, tres, mil cónclaves
comunistas en todos lados, como si fuesen rojos hongos conectados entre sí! ¡Ya
es hora de hacerlo, así nos demoremos varias generaciones para ello!
Proletarios Hartos de Serlo
Quito, septiembre de 2025
💣💣💣
TEORÍA DEL PARTIDO
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Revuelta en Indonesia, agosto de 2025 |
Los precios son más altos. Los veranos son más calurosos. El viento
es más fuerte, los salarios más bajos y los incendios se propagan con
mayor facilidad. Los tornados azotan como ángeles vengadores las
ciudades de la llanura. Algo ha cambiado. Las plagas arden profundamente
en la sangre. Cada dos años, una gran inundación desciende, salpicada
de cadáveres, para revolver la tierra de otra nación castigada. Detrás
de nosotros queda la gran hoguera carbonífera de la historia humana.
Delante, una sombra difusa proyectada por nuestros propios cuerpos,
atrapados y agitándose en el remolino. Cualquiera puede sentir que algo
va muy mal, que el mal se ha infiltrado en el seno mismo de la sociedad,
y todos saben que los poderes y principados de este mundo son los
culpables. Y, sin embargo, todos nos sentimos impotentes para llevar a
cabo cualquier tipo de represalia. Como individuos, no vemos ninguna
forma de ejercer influencia alguna sobre el curso de los acontecimientos
y simplemente debemos observar cómo nos arrollan. Nos encontramos
desarmados y solos, enfrentados a un futuro oscuro en el que horrores
escalofriantes acechan más allá de los límites de nuestra vista,
arrastrados inexorablemente hacia adelante mientras las cadenas
traquetean y los sonidos del tormento resuenan desde el mundo venidero.
Pero, con los ojos adecuados, mirando en los lugares correctos en los
momentos oportunos, tal vez se pueda ver la sombría sombra del futuro
fragmentada por destellos de luz sobrenatural: momentos cegadores en los
que la perspectiva de la justicia aparece por un fugaz segundo. La
comisaría arde, los trabajadores salen en masa de la fábrica, se forman
comités en las calles y los pueblos, el gobierno cae tan suavemente como
una pluma, tres casquillos de bala caen como dados —con un conjuro
grabado en cada uno—, como para invocar algo más grande. Quizás lo hayas
sentido. El corazón se aligera. El fuego angelical recorre la carne y,
durante ese momento sin aliento, algo inmortal nos habita. La hoja del
meteoro atraviesa el estómago de un cielo sin luna y luego parpadeamos y
desaparece: se llama a la Guardia Nacional, los sindicatos negocian la
vuelta al trabajo, los comités se disuelven, el presidente derrocado es
sustituido por el consejo militar, el director general muerto es
reemplazado por uno vivo y las balas de la policía caen de las torres de
cristal como una lluvia fría y dura. Pero la luz no puede dejarse de
ver. Como resultado, esta misma derrota es en sí misma un despertar.Nos
damos cuenta, poco a poco, de que el carácter colectivo y expansivo del
mal que nos aflige requiere una forma colectiva y expansiva de
respuesta. La venganza social requiere un arma social. El nombre de esta
arma es el partido comunista.
A medida que aumenta la cadencia y la intensidad del conflicto de
clases, se plantean con mayor frecuencia cuestiones organizativas. Estas
surgen primero como cuestiones inmediatas y funcionales a las que se
enfrentan luchas específicas y que crecen a la par que ellas. A raíz de
cualquier lucha, surgen entonces cuestiones más amplias de organización,
que adquieren una dimensión tanto práctica como teórica. En términos
prácticos, la cuestión se centra en gran medida en la actividad de los
partisanos fieles que se quedan sin un objeto inmediato de fidelidad.
Expresan una subjetividad residual evacuada de su fuerza de masas. En
términos más directos, estos individuos son «residuos» de una cierta
marea alta del conflicto entre clases. A este nivel, la pregunta suele
plantearse como una cuestión de qué podría hacer este «nosotros»
fragmentado en el intervalo entre revueltas. Como resultado, el proceso
de investigación en sí mismo suele verse lastrado por un celo frustrado,
con debates movilizados en círculos evisceradores de recriminación
moral impulsados más por un espíritu de autocastigo que por un interés
sincero en el análisis.
No obstante, la misma línea de cuestionamiento pronto se ramifica en
una red más amplia de indagaciones relacionadas con la «espontaneidad»,
la relación entre las tendencias estructurales (en el empleo, el
crecimiento, la geopolítica, etc.) y las posibles formas de organización
que adoptarán los proletarios más allá de esta capa residual de
partisanos y, por supuesto, cómo estos partisanos podrían comprometerse
con tales organizaciones. A partir de aquí, la investigación se elabora y
se abstrae en sus dimensiones teóricas, convirtiéndose en una «cuestión
de organización» como tal. Aunque está indisolublemente ligada a
teorías más amplias sobre el funcionamiento de la sociedad capitalista y
cómo debería ser un mundo diferente, esta cuestión de la organización
también ocupa una posición liminal, simultáneamente abstracta (como
teoría de la revolución) y coyuntural (como paso práctico necesario en
la construcción del poder revolucionario). Por sí solas, cada una de
estas dimensiones se desvanece rápidamente: el aspecto necesariamente
abstracto se convierte en un determinismo mecánico en el que se aplica
un único esquema en todos los casos (ya sea el del «grupo de afinidad» o
el de la «organización de cuadros»); mientras que el aspecto
necesariamente coyuntural se convierte en una forma de inacción
activista en la que la propia agitación de la actividad «organizativa»
local (normalmente una combinación de defensa de causas, prestación de
servicios y trabajo mediático) es en sí misma una forma de
desorganización que obstaculiza el proyecto partidista.
Unificar estos aspectos divergentes requiere formas de abstracción
construidas a partir de momentos coyunturales de revuelta y vinculadas
materialmente a ellos. Por lo tanto, cualquier discusión sobre la
organización debe producirse a una escala totalmente localizada
—discutiendo cómo estas personas podrían organizarse en esta situación— o
como una recopilación genérica y sincrética de los múltiples actos de
organización que ya pueblan el conflicto de clases, tal y como lo
experimentan los participantes, en un esfuerzo por reflexionar sobre sus
límites y refinar nuestra comprensión de lo que significa exactamente
«organización». Aquí espero tender un puente entre estas dos funciones,
presentando una intervención teórica que opera a un nivel relativamente
alto de abstracción —basada tanto en un estudio cuidadoso como en la
experiencia sobre el terreno dentro de las rebeliones que han sacudido
el mundo en los últimos quince años— y que inicialmente se concibió como
una intervención local destinada a ayudar a perfeccionar proyectos
organizativos específicos surgidos de rupturas sociales concretas. En
otras palabras, lo que sigue es una teoría del partido diseñada para
ayudar a catalizar formas concretas de organización partisana.
Principios clave
A medida que salimos lentamente del largo eclipse del movimiento
comunista mundial, nos encontramos en una situación paradójica,
heredando demasiado y, a la vez, demasiado poco. Por un lado, nos queda
una rica herencia, aunque en gran parte textual, de intelecto y
experiencia acumulada por generaciones pasadas. Sin embargo, esta
historia está ahora tan lejos que resulta demasiado fácil idealizarla,
ya que los programas y polémicas que en su día fueron dinámicos se han
congelado en esquemas y las apasionadas pasiones de la época se han
enfriado hasta convertirse en una nostalgia entumecedora. Por otro lado,
en términos de experiencia concreta y liderzgo, el largo invierno de la
represión no nos ha dejado más que restos dispersos. Los partidos del
pasado se fundieron en el alambique de la represión. Las grandes mentes
se quebraron. La traición siguió a la traición. Los valientes fueron
aplastados y los cobardes huyeron. Solo los muertos permanecieron puros
en su silencio. Por lo tanto, nuestra generación se crió en la selva,
nuestro comunismo era inculto y salvaje, moldeado únicamente por la
fuerza bruta del capital. Como resultado, ahora nos encontramos con que
cualquier indagación sobre la «cuestión de la organización» se ve
inmediatamente lastrada tanto por esta sobreabundancia de una historia
demasiado lejana que se convierte con demasiada facilidad en fanfics
exagerados, como por la falta de instituciones vivas que continúen con
el espíritu incendiario del proyecto partisano.
Subjetividad colectiva
A primera vista, la pregunta parece obvia: lo que se necesita es más
«organización». Sin embargo, una vez planteada, la definición básica de
«organización» resulta confusa, desapareciendo en el mismo intento de
articular lo que, exactamente, se quiere decir. A menudo, la pregunta en
sí misma no es más que un garrote. El patrón es familiar: el «teórico»
repasa las luchas recientes, diagnostica sus límites obvios, los
atribuye a una elección consciente de actores malos o, al menos,
ingenuos que han seleccionado formas de lucha «horizontales» o «sin
líderes» en su propio perjuicio, y luego prescribe la «organización»
como la panacea que debería haberse elegido en el pasado y debe elegirse
en el futuro[1].
Al hacerlo, estos «teóricos» no ofrecen en primer lugar ninguna imagen
real de cómo habría sido la «organización» en la situación real a la que
se enfrentaban los rebeldes, ya que era obvio que no había ningún
ejército revolucionario esperando las órdenes necesarias. Y lo que es
más importante, en su obsesión fanática por las ideas correctas, tampoco
comprenden la dinámica más básica de la revuelta social, en la que una
forma de inteligencia colectiva surge de la acción masiva más allá del
pensamiento de cualquier participante individual o incluso de
agrupaciones programáticas de actores políticos.
La verdadera cuestión es, en cambio, completamente diferente. Como
puede decirte cualquiera que haya participado en alguna de las grandes
rebeliones de los últimos quince años, nunca faltan esos «teóricos de la
organización», o incluso pequeñas formaciones militantes compuestas por
«cuadros» de mentalidad correcta que operan en medio de la revuelta,
todos ellos defendiendo activamente su propia visión de la organización
vinculada a un programa político coherente. Entonces, ¿por qué nadie
parece interesarse por lo que ofrecen estas personas? La razón suele ser
muy simple: no ofrecen nada en absoluto, salvo la palabra
«organización» repetida hasta la saciedad. Aunque ellos mismos estén
convencidos de lo contrario, estas personas y sus supuestas
«organizaciones» no suelen aportar ninguna experiencia táctica concreta
ni conocimientos estratégicos, por lo que son incapaces de llevar la
revuelta más allá de sus límites y construir formas sustanciales de
poder proletario. Por esta razón, la inteligencia colectiva de la propia
rebelión los supera rápidamente. Incluso en los raros casos en que
tienen algo que ofrecer, no logran organizarse con la eficacia
suficiente para convencer a nadie de que se interese por lo que tienen
que decir. En otras palabras: no tienen medios para interactuar o
comprometerse con la rebelión en general[2].
Este enfoque de la cuestión de la organización es en sí mismo un
síntoma de los límites tácticos concretos que se manifiestan en la
incapacidad de las rebeliones para llevar a cabo un cambio social
significativo o generar formas de poder proletario que puedan sobrevivir
a su paso. Pero también es retrógrado, ya que toma como punto de
partida para las luchas actuales las organizaciones programáticas a gran
escala que surgieron como resultado de largas décadas de lucha
revolucionaria en períodos anteriores de la historia, como si tales
entidades pudieran revivirse por pura fuerza de voluntad. El proceso
real de organización es exactamente lo contrario: en medio de luchas y
rebeliones de diversa intensidad, surgen innumerables formas de
organización (a menudo caracterizadas erróneamente como «espontáneas» o
«informales») a partir de los rompecabezas tácticos que se plantean a la
inteligencia colectiva de los participantes y, solo una vez que se
forma este sustrato práctico de poder popular, pueden empezar a tomar
forma formas más «estratégicas» o teóricas de coordinación y
construcción de poder a mayor escala. En otras palabras, quienes se
suman a la rebelión exigiendo que «nos organicemos» presuponen un
«nosotros» que aún no existe.
La cuestión de la organización debe centrarse primero en construir la
subjetividad colectiva, no en imponerla. El punto de partida de la
teoría del partido no es, por tanto, la cuestión de cómo «nosotros»
debemos organizarnos. En cambio, la cuestión es doble: ¿cómo puede
surgir una forma específicamente comunista de subjetividad
revolucionaria de las luchas cotidianas de la clase, claramente no
comunistas? ¿Y cómo podrían intervenir en estas condiciones fracciones
específicas de partidarios comunistas individuales producidos por estas
luchas, con el fin de elaborar aún más esta subjetividad partidista
dentro y fuera de las luchas individuales? El surgimiento del partido es
tanto un proceso de recopilación y aprendizaje de la inteligencia
colectiva de la clase en medio de conflictos incendiarios como una
intervención propositiva o una síntesis programática. En lugar de mirar
hacia atrás a los levantamientos recientes en un sentido puramente
negativo, entendiendo sus límites como emanados de ideas incorrectas, la
investigación partisana ve estos fracasos como límites principalmente
materiales, expresados tácticamente, que también conllevan una fuerza
propulsora y subjetiva. Como resultado, pueden leerse en un sentido
positivo como un repositorio acumulado de experimentación colectiva,
aunque solo se actualicen como tal en la medida en que estos
experimentos se utilicen para informar futuros ciclos de revuelta.
La vanguardia táctica y el sigilo
Los límites tácticos que surgen para restringir cualquier ruptura
social solo pueden superarse mediante la acción, y solo la acción
elabora el pensamiento colectivo. La acción es la interfaz necesaria
entre el pensamiento aislado de individuos o grupos y la subjetividad
masiva expresada en la rebelión más amplia. Los enfoques convencionales
de la cuestión de la organización tienden a asumir que la acción se
deriva del sentimiento moral o político individual. Estos enfoques son
«discursivos» en el sentido de que presuponen que la acción política va
precedida de la propuesta intelectual de un determinado programa. En
otras palabras, se parte del supuesto de que las personas se convencen
de adoptar determinadas ideas políticas a través de la conversación, la
polémica o la propaganda, y que estas ideas implican a su vez la
adopción de determinadas orientaciones estratégicas y prácticas tácticas
afiliadas. Pero la historia demuestra exactamente lo contrario: las
posiciones políticas surgen de la acción táctica y no de la imposición
discursiva de argumentos morales o ideológicos.
Por lo tanto, dar prioridad al programa es retrógrado y, en efecto, a
menudo sirve como una forma de desorganización. En realidad, la
organización surge a través de la superación práctica de los límites
materiales, dejando atrás sus compromisos intelectuales, estéticos y
éticos. En otras palabras, las personas no se unen a las organizaciones,
las apoyan o adoptan sus posiciones políticas, simbología y
disposiciones generales en masa porque estén de acuerdo con ellas. Lo
hacen porque estas organizaciones muestran competencia y fuerza de
espíritu. En la teoría militar, este proceso se entiende como una lucha
por el «control competitivo» sobre un campo de conflicto abierto[3].
Solo después de que se haya establecido este liderazgo concreto en la
acción, las personas se vuelven receptivas al liderazgo más abstracto en
el programa y los principios. Por lo tanto, incluso si el enfoque
proposicional posee un programa teóricamente perspicaz y prácticamente
útil, este programa no podrá influir en el curso de los acontecimientos
mientras sus adeptos carezcan de la capacidad de llevar a cabo las
intervenciones tácticas necesarias para interactuar con la inteligencia
colectiva del levantamiento.
Además, estos programas deben considerarse en sí mismos como
articulaciones vivas de su momento político. Incluso su análisis
estructural más amplio expresa una forma de inteligencia colectiva
localizada en un momento y lugar concretos. Como resultado, no solo son
provisionales, sino que también deben añadirse a la acción y derivarse
de ella. Este proceso remodela entonces estas posiciones y genera nuevas
formas de pensamiento político. De este modo, la política se difunde y
se elabora a través de esta interfaz táctica. Al cometer actos valientes
que rompen los límites tácticos de cualquier lucha dada, la simbología
de cualquier grupo de partidarios puede adquirir una fuerza memética
adicional, convirtiéndose en lo que yo denomino un sigilo: una forma
flexible y simbólica que comprime y transmite una cierta dimensión de la
inteligencia colectiva de la rebelión en una gramática visual
simplificada y, al hacerlo, aprovecha una forma más expansiva de
subjetividad (el partido histórico, que se explora más adelante)[4].
En su forma más rudimentaria, los sigilos operan a nivel estético:
cosas como el chaleco amarillo o el casco amarillo de las luchas de
finales de la década de 2010. En su forma más elaborada, abarcan ciertas
acciones tácticas o disposiciones organizativas que se transmiten a
través de un nombre y un conjunto de prácticas mínimas: consejos de
empresa, comités de resistencia vecinal, ocupaciones de plazas públicas,
etc. El sigilo convierte las tácticas en formas ampliamente replicables
y ofrece un paso mínimo a través del cual los no iniciados —es decir,
esa sección de la población normalmente considerada «apolítica»— pueden
entrar en el momento de ruptura. Por lo tanto, el sigilo abre la acción a
una base social más amplia de participantes, independientemente de si
se adhieren a algún punto de unidad discursivo o programático.
De este modo, el sigilo extrae una forma preliminar de subjetividad
colectiva de la marea creciente de la historia. Al mismo tiempo, convoca
una fuerza partidista de la clase a través de su poder aparentemente
oculto y, como punto de referencia práctico que orienta tácticas
concretas, también estructura esta subjetividad amorfa en formas mínimas
de organización. Aunque memético, el sigilo no es principalmente
estético y no depende de ningún medio técnico concreto para su
propagación. Los sigilos solo surgen a través del ejemplo táctico. Las
disposiciones políticas siguen entonces al sigilo, sirviendo como la
articulación desordenada, en su mayoría subconsciente, de estos actos
radicales después del hecho. Alguien con un casco amarillo rompe las
ventanas del parlamento; el conjunto de sentimientos políticos y
conflictos políticos asociados a este acto simbólico —en este caso, el
localismo de derecha en Hong Kong— puede entonces difundirse aún más a
través de la replicación memética, lo que permite que los símbolos y
prácticas asociados hegemonicen más fácilmente el espacio estético y
táctico de la rebelión, reforzando aún más el carisma de sus posiciones
políticas afiliadas[5].
Luchas por la subsistencia
Una distinción igualmente importante es la que existe entre el
proyecto partisano, que solo puede construirse en y a través de rupturas
sociales a gran escala, y las formas de lucha más limitadas que se
observan en el continuo hervidero de la lucha de clases[6].
Toda organización comunista debe, por necesidad, orientarse en torno a
las luchas por la subsistencia que surgen continuamente a lo largo de
toda la clase clase, generadas por la dinámica contradictoria de la
sociedad capitalista. Aunque los acontecimientos políticos más amplios
superan estas luchas —y este exceso es el lugar real en el que surge una
fuerza subjetiva (véase más adelante)—, los conflictos iniciales sobre
las condiciones y la imposición de la subsistencia se encuentran, no
obstante, en el origen de estos acontecimientos. Del mismo modo, estas
luchas por la subsistencia estructuran el campo en el que la
organización debe persistir entre levantamientos específicos. Por lo
tanto, toda organización comunista debe ser capaz de traducirse
continuamente en intereses de clase concretos, asumiendo funciones
prácticas en relación tanto con las condiciones específicas de
subsistencia en un momento dado como con los métodos específicos
mediante los cuales se impone la subsistencia a la clase.
Sin embargo, los comunistas también deben afrontar las luchas por la
subsistencia como un límite que hay que superar. Dado que las demandas y
quejas expresadas por estas luchas son intereses impuestos que emanan
de identidades que, en última instancia, son construidas por el capital
(como se ve, por ejemplo, en la oposición racista a la mano de obra
migrante), limitarse a defender el bienestar material (es decir, luchar
por logros reales para la clase trabajadora) acaba despojando a una
organización comunista de su fidelidad al proyecto comunista más amplio.
El impulso incendiario de cualquier lucha se desangra a través de los
mil pequeños cortes del compromiso. De hecho, la «victoria» en cualquier
lucha por la subsistencia es a menudo en sí misma una derrota: el
policía asesino es enviado a juicio (quizás incluso declarado culpable),
se consigue el aumento salarial, se cancela el proyecto de desarrollo
destructivo para el medio ambiente, se retira la ley controvertida, el
presidente dimite (y el poder pasa al gobierno «de transición»). La
mejor manera de derrotar a un movimiento comunista es, con mucho, que el
partido del orden conceda logros reales en las luchas por la
subsistencia y consolide esos logros bajo su propia bandera.
En términos generales, las luchas por la subsistencia son aquellas
que se centran en cuestiones concretas de supervivencia bajo el
capitalismo. Aunque operan en múltiples dimensiones, pueden dividirse a
grandes rasgos en luchas por las condiciones de subsistencia y luchas
por la imposición de estas condiciones a la población. Las primeras
tienden a centrarse en cuestiones distributivas relativamente limitadas
de acceso a los recursos sociales, mientras que las segundas tienden a
centrarse en cuestiones más amplias de supervivencia y dignidad que
surgen a través del reparto de estos recursos.
La primera categoría, las luchas por las condiciones de subsistencia,
casi siempre se centra de alguna manera en el nivel de precios. Estas
pueden subdividirse a su vez en luchas por los precios generales de los
productos básicos (el costo de la vida, especialmente el alquiler),
luchas por el precio de la fuerza de trabajo (salarios, pensiones y
otras prestaciones laborales) o luchas por el precio de los servicios y
recursos canalizados a través del Estado (bienestar social,
infraestructura, educación). Las diferencias institucionales entre
localidades garantizan que ciertas cuestiones (como la atención médica)
puedan situarse en un lado u otro, o abarcar ambos. Las subidas
repentinas de los precios o los reajustes de los bienes sociales pueden
sin duda desencadenar protestas a gran escala, y la inflación y la
corrupción a largo plazo pueden aumentar la frecuencia de las luchas por
la subsistencia. Sin embargo, por regla general, estas luchas se
recuperan más fácilmente en la esfera política y solo adquieren un
carácter radical en condiciones extremas o cuando existen organizaciones
partidistas que las impulsan en esa dirección. Por esta razón, su
expresión política tiende hacia un populismo simple centrado en el
restablecimiento de niveles de precios estables, que se supone que han
sido distorsionados por intervenciones externas (por parte de una
fracción de las élites rentistas) en el funcionamiento, por lo demás
eficiente, del mercado.
La segunda categoría, las luchas por la imposición de estas
condiciones de subsistencia a la población, se centra en la mera
supervivencia y la dignidad en la vida y el trabajo. Las más evidentes
son las protestas recurrentes y a menor escala contra los asesinatos
policiales de personas pobres en un barrio determinado (al menos las que
aún no son levantamientos masivos), las luchas abolicionistas contra el
encarcelamiento, las protestas puramente locales contra las
deportaciones, etc. Pero este tipo de luchas también se entrecruzan con
las demás. En el lugar de trabajo, por ejemplo, las luchas por las
condiciones de subsistencia suelen estar motivadas menos por su objetivo
inmediato (por ejemplo, el aumento de los salarios) que por la
oposición a los directivos autoritarios o al trato diferencial por
motivos de raza o estatus migratorio dentro de la empresa. Estos
conflictos suelen ser los más incendiarios en el lugar de trabajo, como
sabe cualquiera que haya organizado un lugar de trabajo. Del mismo modo,
cuando las luchas por las condiciones de subsistencia se enfrentan a la
violencia policial, se convierten inmediatamente en luchas contra la
imposición misma de esas condiciones a la población. Por lo tanto, estas
luchas son más amplias que las del primer tipo, adquieren rápidamente
características más abiertamente políticas y a menudo se expresan como
luchas contra la dominación como tal.
A diferencia de las luchas por las condiciones de subsistencia, que a
menudo pueden predecirse de forma muy aproximada a partir de los
movimientos en las políticas y los niveles de precios, las luchas contra
la imposición de estas condiciones a la población son extremadamente
difíciles de prever. Más allá de la idea general de que estas luchas se
desencadenan más fácilmente en determinadas zonas y entre poblaciones
sometidas a una extrema miseria, y que se propagan con mayor eficacia
cuando se da amplia publicidad a un caso concreto, es difícil decir, por
ejemplo, cuándo un asesinato policial determinado dará lugar a una
protesta, y es prácticamente imposible decir cuándo podría desencadenar
una revuelta generalizada que supere sus límites iniciales. Sin embargo,
por regla general, estas luchas son más difíciles de recuperar a través
de las instituciones existentes y se propagan más fácilmente, ya que su
propia represión desencadena nuevas revueltas.
Las confluencias particulares de las luchas por la subsistencia
sirven de base para el surgimiento de levantamientos masivos, que luego
superarán estos límites iniciales y dejarán de ser una mera expresión de
estas luchas subyacentes por la subsistencia. Aunque ambos modos de
lucha por la subsistencia desempeñan su papel aquí, suele ser el segundo
tipo el que actúa como detonante inmediato. Las protestas en curso en
Indonesia son un buen ejemplo: el constante hervidero de luchas por las
condiciones de subsistencia (costo de vida, distribución estatal de los
recursos, acceso al empleo, etc.) proporcionó el conjunto de
reivindicaciones básicas para un conjunto de protestas inicialmente
limitado. Estas estallaron entonces en un levantamiento juvenil a gran
escala después de que la policía asesinara descaradamente a un
repartidor y reprimiera violentamente nuevas protestas, lo que provocó
aún más muertes. No obstante, incluso las luchas agresivas contra la
imposición de las condiciones de subsistencia existen dentro de los
mismos límites de cualquier lucha por la subsistencia, expresando
intereses concretos que luego pueden ser cooptados por el partido del
orden[7].
Ecuménico y experimental
Cualquier afirmación de cualquier partido de poseer el único camino
verdadero hacia la revolución es obviamente ridícula. Las revoluciones
no son monoculturales, ni en teoría ni en la práctica. Lo único que
debería unir a los comunistas, entonces, es una oposición estricta al
sectarismo y a cualquier pretensión de certeza. Nuestra práctica debe
ser ecuménica y experimental desde el principio, cultivando, recopilando
y catalizando las diferencias que luego se someten a un diálogo
constante entre sí. Solo incorporando enfoques heterogéneos a nuestros
esfuerzos podemos esperar generar soluciones novedosas a las
innumerables limitaciones intelectuales y tácticas a las que se enfrenta
cualquier proceso revolucionario.
Esto requiere mantener una postura de apertura hacia las corrientes
apolíticas o antipolíticas, así como hacia aquellas cuya expresión
estilística o tonal de la política difiere de la nuestra, en lugar de
transformar torpemente esas diferencias estéticas en supuestas críticas
políticas. Al mismo tiempo, el ecumenismo no es equivalente al
eclecticismo. Y el experimentalismo no es lo mismo que idealizar la
novedad.
No se trata simplemente de «tomar prestado lo que es útil» de
cualquier fuente para crear un feliz mosaico de ideas radicales, ni de
obsesionarse con alguna táctica o disposición «nueva» en la lucha (casi
siempre antigua, de hecho), sino de extraer e integrar verdades
fragmentarias en una idea comunista múltiple, pero no por ello menos
coherente, ampliamente compartida por todos los partisanos, cada uno de
los cuales elabora el mismo proyecto básico en innumerables dimensiones.
El comunismo se cohesiona a través de la diversidad misma de
expresiones que lo componen. Pero esta diversidad requiere, como base,
que estas expresiones circulen en torno a un cierto conjunto de
condiciones mínimas, de la misma manera que un péndulo oscila alrededor
de un centro de gravedad distinto (pero también virtual o emergente).
Simplificadas al máximo, estas condiciones podrían resumirse así: la
creencia de que el objetivo de dicho proyecto es la creación de una
sociedad planetaria que funcione según los principios de deliberación,
no dominación y libre asociación, utilizando las vastas capacidades
(científicas, productivas, espirituales, culturales, etc.) de la especie
humana para rehabilitar su metabolismo con el mundo no humano.
Estas condiciones mínimas se desarrollan a continuación en una serie
de preguntas y conclusiones adicionales que deben elaborarse a través
del propio proyecto partidista. Por definición, cualquier sociedad que
funcione según estos principios debe abolir la dominación indirecta u
oculta implícita en el valor como forma social (incluido el dinero, los
mercados, los salarios, etc.) y en las formas de identidad legal e
ilegal que se derivan de ella (es decir, la condición de «ciudadano» de
un «país» con derechos diferenciales), así como las formas directas de
dominación expresadas en el Estado, en la inclusión obligatoria en
unidades familiares autoritarias, en prácticas consuetudinarias
patriarcales o xenófobas, etc. Del mismo modo, dado que implica una
transición de fase entre formas de organización social fundamentalmente
diferentes, el comunismo debe surgir de una ruptura revolucionaria con
el viejo mundo y no puede abordarse lentamente a través de medios
evolutivos de reforma gradual y desarrollo de las fuerzas productivas.
De ello se deriva quizás la línea divisoria más importante: la que
separa a los comunistas de todos aquellos que temen, rechazan o tratan
como infantil el comportamiento tumultuoso de la multitud en el momento
del levantamiento, prefiriendo tácticas de protesta ordenadas y
«pacíficas» o alguna forma mítica de disciplina militante, como si las
insurrecciones fueran operaciones militares quirúrgicas en lugar de
levantamientos masivos y caóticos.
A primera vista, esto parece plantear una paradoja: si consideramos
que la unidad es sinónimo de uniformidad y, por lo tanto, el polo
opuesto de la diversidad o la diferencia, estas condiciones adquirirían
un carácter excluyente contrario al espíritu del ecumenismo. Pero lo que
se propone aquí no es una unidad estricta o superpuesta que anule y
homogeneice los elementos subsidiarios, sino simplemente una medida
necesaria de coherencia. Si bien estas condiciones mínimas deben
aplicarse para garantizar un entorno ecuménico que permita la
proliferación de ideas verdaderamente comunistas, este proceso de
restricción es al mismo tiempo generativo. Sin dicha aplicación, las
ideas «radicales» o «izquierdistas» no comunistas que se ajustan más al
sentido común de la ideología popular eliminarán rápidamente cualquier
contenido comunista. Aunque será importante mantener el diálogo con
estas corrientes vagamente «socialistas», «abolicionistas» o
«activistas» —ya que sus propias contradicciones tienden a llevar a una
minoría de participantes más inteligentes hacia el comunismo—, es aún
más importante mantenerse al margen de ellas, negándose a liquidar el
proyecto comunista en este liberalismo radical tibio. Esto nos permite
entonces sentar las bases para nuestra propia experimentación,
permitiendo a los partidarios del comunismo intentar diferentes formas
de intervención y compromiso y luego recopilar los resultados con
claridad.
Teoría del partido
Cuando hablamos de organización comunista, no nos referimos a la
organización en general. Aunque diversas teorías de la organización como
tal —extraídas de la cibernética, la biología o incluso ejemplos de las
estructuras de coordinación utilizadas en entornos corporativos o
militares— serán obviamente informativas, también carecen de una
característica necesariamente trascendente: la orientación partisana
hacia una idea. El partisanismo requiere una teoría no solo de la
organización, sino específicamente de la organización del partido.
Además, para los comunistas, es una cuestión que solo puede formularse a
través de una «teoría» del partido elaborada en la práctica: construida
continuamente a partir de las lecciones prácticas aprendidas en largas
historias de conflicto de clases, y siempre retroalimentada en este
conflicto para ser puesta a prueba y perfeccionada. Aunque esta teoría
pueda, en un momento dado, ser recopilada y articulada por pensadores
específicos, en última instancia expresa una herencia colectiva
continuamente reaprendida y reinventada a través de la acción de la
clase.
El partido histórico (invariante)
A un alto nivel de abstracción, podemos dividir la teoría del partido
en tres conceptos distintos, pero interrelacionados. El primero de
ellos, el partido histórico, es también el más amplio, ya que abarca la
suma de las formas aparentemente espontáneas de malestar a gran escala
que resurgen continuamente de las luchas por las condiciones de
subsistencia. Se habla de él en singular: hay un único partido histórico
que se agita bajo la sociedad capitalista en todos los lugares y
épocas, aunque solo se hace visible en su surgimiento. Marx también se
refiere a él como el «partido de la anarquía», ya que así lo trata el
«partido del orden», que intenta reprimirlo, y el «antipartido», que
intenta excluirlo por completo[8].
Este partido siempre es, al menos vagamente, rastreable en el hervidero
de las luchas por la subsistencia. Sin embargo, las luchas por la
subsistencia por sí solas no expresan un contenido comunista y no
adquieren «naturalmente» un carácter partidista. Todo lo contrario: las
luchas por la subsistencia tienden a expresar los intereses determinados
de identidades esculpidas socialmente y, como resultado, su camino más
probable es desarrollar demandas relativamente limitadas y
representativas que, aunque se expresen a través de «movimientos
sociales de base», operan íntegramente en el ámbito de la política
convencional: solicitar reformas a los poderes existentes, apelar al
sentimiento público e incluso afirmar los intereses insulares de un
segmento de la clase frente a otros.
Las luchas por la subsistencia por sí solas se entienden mejor como
formas expresivas de conciencia política, en las que la «subjetividad»
se reduce a la mera representación del lugar social. Por el contrario,
el horizonte emancipador visible en el movimiento del partido histórico
solo surge en exceso de la representación, aunque también surge
necesariamente de una ubicación social específica (es decir, de los
conflictos y acuerdos de poder distintivos propios de ese lugar). La
subjetividad revolucionaria es la elaboración de una universalidad
práctica en tensión con sus propias condiciones de emergencia[9].
Así, la existencia del partido histórico es más evidente cuando las
luchas por la subsistencia alcanzan una cierta intensidad, momento en el
que adquieren un carácter autorreflexivo que desborda los límites de
sus reivindicaciones iniciales. En términos convencionales, este es el
punto en el que las luchas singulares se convierten en levantamientos
«masivos» multifacéticos. Estas rupturas sociales excesivas pueden
entonces convertirse también en singularidades políticas, o lo que el
filósofo político Alain Badiou denomina «eventos», que distorsionan el
tejido de lo que parece posible en un lugar determinado y, por lo tanto,
reorganizan las coordenadas del panorama político a su paso[10].
Por sí solo, el partido histórico es una fuerza no del todo
subjetiva. Aunque sin duda genera formas de «conciencia de clase», el
partido histórico en sí mismo opera a un nivel que se describe mejor
como el subconsciente de la clase. Por lo tanto, a menudo parece
incipiente, inescrutable y reactivo. Además, la intensidad de cualquier
reacción dada es a menudo extremadamente difícil de predecir. Por
ejemplo, los asesinatos policiales ocurren todo el tiempo, pero solo
ciertos casos —en esencia idénticos a cualquier otro— provocan
levantamientos masivos. No obstante, el movimiento del partido histórico
también está obviamente conectado con las tendencias estructurales a
largo plazo en un lugar determinado y en la sociedad capitalista en su
conjunto.
De hecho, podemos incluso pensar que está impulsado por la tensión
inherente entre las identidades socialmente existentes (la «conciencia
política» antemancipadora de las luchas de subsistencia y los
movimientos sociales) y su excesiva sobreexpresión en el acontecimiento.
Esto explica los altibajos del partido histórico, que están
determinados por la confluencia de estas tendencias objetivas y su
elaboración subjetiva en el conflicto de clases, y también su
invariancia.
Las leyes fundamentales de la sociedad capitalista no cambian, y la
crisis y la lucha de clases son los medios a través de los cuales esta
sociedad se reproduce. Por esta razón, siempre surgirán luchas de
subsistencia y, reunidas a un cierto ritmo e intensidad, siempre
tenderán a desbordar sus propios límites, generando acontecimientos
políticos en los que el partido histórico se hace visible. A través de
su conflicto con el mundo existente, el partido histórico proyecta
entonces una imagen del comunismo en negativo.
Esta imagen es invariante en dos sentidos. En primer lugar, dado que
la lógica social básica de la sociedad capitalista es inmutable, las
condiciones mínimas para su destrucción también siguen siendo las
mismas. Podemos pensar en esto como una invariancia «teórica» o
«estructural». En segundo lugar, el proceso a través del cual se forma
la subjetividad revolucionaria también es invariable, en el sentido de
que los comunistas siempre se enfrentarán a los mismos enigmas centrales
y recibirán respuestas similares por parte de las fuerzas del orden
social, lo que dará lugar a un campo estratégico que, en lo fundamental,
es idéntico al que enfrentaron las fuerzas revolucionarias en el
pasado. Podemos pensar en esto como una invariancia «práctica» o
«subjetiva».
La desposesión que está en la raíz de la existencia proletaria y que
se hace evidente en las luchas cotidianas por la subsistencia, junto con
la posibilidad del poder proletario que se hace evidente en el exceso
político del acontecimiento, se unen para crear una imagen potencial,
virtual o espectral del comunismo que siempre es visible para ciertos
participantes y no para otros, debido a una combinación de
circunstancias y temperamento. Al trazar los límites de cualquier lucha
dada, estos participantes se encuentran elaborando un patrón, principio o
verdad más amplio: la idea invariante del comunismo. Por esta misma
razón, los acontecimientos se abren directamente a una cierta dimensión
de lo absoluto, vinculando levantamientos de épocas y lugares muy
diferentes en la misma eternidad, que es en sí misma un reflejo en el
presente del futuro comunista potencial.
El partido formal (efímero)
Los partidos formales representan intentos de elaborar este patrón
dentro y fuera de los acontecimientos, grabando esa idea invariable en
la materia efímera de las asambleas autoconscientes de individuos. Se
habla de los partidos formales en plural: siempre hay múltiples partidos
formales operando simultáneamente, cada uno de los cuales busca su
camino según su propio método de navegación a estima y, por lo tanto,
elabora el patrón o principio en direcciones distintas que a menudo se
contraponen entre sí.
No se puede decir que ningún partido formal actúe como «vanguardia»
de la clase en su conjunto. No obstante, al igual que las olas que
rompen representan un movimiento fluido más profundo debajo, el partido
histórico siempre generará sus propios destacamentos de avanzada. Por lo
tanto, cualquier partido formal tiene el potencial de servir como una
de las muchas vanguardias del partido histórico. Estas vanguardias
suelen operar en diferentes dimensiones: algunos partidos formales
expresan una comprensión teórica más avanzada y completa, mientras que
otros expresan un conocimiento táctico más refinado, o simplemente
permiten que su espíritu brille con fuerza en la batalla, cada acto
valiente encendiendo una nueva señal de fuego para atraer a la clase a
su combate predestinado.
Estos partidos suelen surgir del exceso autorreflexivo del
acontecimiento, aunque también pueden aparecer en períodos intermedios
en formas débiles, especialmente cuando el nivel general de subjetividad
partidista es alto. En el fondo, un partido formal surge cada vez que
grupos de individuos se unen para expandir, intensificar y universalizar
conscientemente un acontecimiento. Los partidos formales también suelen
sobrevivir al auge del partido histórico y, en el intervalo entre
rupturas sociales, pueden intentar elaborar la verdad colectiva revelada
por el evento, prepararse para futuros levantamientos o (si tienen la
capacidad) intervenir de nuevo en las condiciones imperantes para hacer
más probable la aparición de eventos futuros y garantizar que tengan una
mayor probabilidad de superar los límites anteriores. En este sentido,
los partidos formales expresan una forma débil o parcial de subjetividad
o, más exactamente, el proceso inicial y titubeante a través del cual
se gesta un sujeto revolucionario.
La gran mayoría de los partidos formales son agrupaciones pequeñas y
orientadas a la práctica que tienen un carácter «táctico» o práctico, y
que suelen surgir de colectivos funcionales improvisados formados en
medio de alguna lucha: un comité organizador en una ola de huelgas, la
cocina compartida en una ocupación, grupos de manifestantes que
participan en enfrentamientos violentos con la policía, colectivos de
estudio e investigación formados para comprender mejor la lucha, o
diversos consejos vecinales que surgen invariablemente en medio de una
insurrección. Pero los partidos formales también pueden ser más grandes,
más explícitamente políticos e incluso «estratégicos» en su
orientación, siempre y cuando conserven este aspecto partisano. Los
grupos tácticos que no se disuelven tenderán en esta dirección. Como
resultado, pueden incluso evolucionar hasta convertirse en «partidos
comunistas» nominales, cada uno de los cuales se expresa como el partido
comunista de algún lugar y a menudo se contrapone a otros «partidos
comunistas» superpuestos. Sin embargo, ninguno de ellos es el partido
comunista como tal.
Aunque suene como un acertijo, los partidos formales existen, se
reconozcan o no a sí mismos. Es decir, los partidos formales también
describen agrupaciones «informales» que pueden no considerarse a sí
mismas como «organizaciones» coherentes. Por ejemplo: grupos de amigos
que se reúnen todas las noches en medio de la lucha, subculturas que
participan en el levantamiento y posteriormente se ven divididas por sus
consecuencias y, por supuesto, los diversos «grupos de afinidad» y
«organizaciones informales» que, irónicamente, tienden a tener algunas
de las formas más rigurosas de disciplina y estructuras de mando
refinadas. Independientemente de su supuesta «informalidad», estos
grupos operan de hecho según las formalidades de la costumbre, el
carisma y la simple inercia funcional.
La diferencia entre los grupos «informales» y «formales» no radica en
realidad en si son o no partidos formales (ambos lo son), sino en el
grado en que esta formalidad es una característica explícita y
reconocida de la organización. Del mismo modo, su aspecto partisano —el
compromiso de elaborar la verdad colectiva del acontecimiento en general
y superar los límites de cualquier acontecimiento dado— no tiene nada
que ver con sus declaraciones programáticas. En cambio, los partidos
formales se ponen a prueba y pierden o conservan su estatus de
organizaciones partisanas cuando se enfrentan a nuevos acontecimientos
políticos. Estos acontecimientos demuestran si ese partido ha mantenido
su fidelidad al proyecto comunista, creando las condiciones en las que
su actitud y su comportamiento pueden ponerse a prueba frente a la
«anarquía» desatada por cualquier levantamiento. ¿Se involucra en la
nueva revuelta? Si es así, ¿su forma de participación tiende a desviar
esa revuelta hacia caminos más conservadores? ¿O cumple una función
práctica que ayuda a impulsar esa revuelta más allá de sus límites?
Si se considera que es insuficiente, el antiguo partido formal se ve
reducido: ya no es un partido, sino una mera organización o, lo que es
peor, un órgano operativo del partido del orden, o antipartido. Esta es
una de las razones por las que el partido formal es siempre efímero.
Como grupos funcionales y a menudo fortuitos, los partidos formales
suelen autoliquidarse cuando ya no son necesarios, o bien cambian de
forma, pasando de ser grupos tácticos muy unidos en medio de un
levantamiento a un escenario social más amorfo tras el mismo. Mientras
tanto, las organizaciones más grandes suelen mantener la apariencia de
ser un partido formal solo para fracasar completamente en la prueba del
evento en sí, momento en el que se retiran a la oscuridad, arrastradas
por las mareas de la historia o endurecidas hasta convertirse en nada
más que una secta cultista que no tiene ninguna función práctica.
Siguiendo esta misma lógica, las organizaciones preexistentes pueden
asumir repentinamente funciones partisanas y convertirse así en partidos
formales, tanto si eran explícitamente políticas antes del
levantamiento (grupos abolicionistas, sindicatos, sociedades de ayuda
mutua) como si solo eran marginalmente políticas (ultras del fútbol,
iglesias, organizaciones de ayuda en casos de desastre).
Sin embargo, el «desprendimiento» de los partidos formales osificados
es en sí mismo productivo, ya que los futuros partidos formales surgen
entonces a través de su oposición a estos órganos osificados y, al
hacerlo, expresan formas más avanzadas de subjetividad. Por esta razón,
los partidos formales recién liquidados y osificados forman algo así
como la estructura del suelo de la que pueden surgir formas más
complejas de vida política. Comprender esta complejidad requiere
entonces hacer distinciones más granulares entre las diferentes formas
de organización como tales (en particular, las organizaciones apolíticas
y prepolíticas más propensas a asumir características partidistas en
medio de un acontecimiento, o más útiles para que los partidarios
interactúen con ellas) y entre los diferentes tipos de partidos
formales: los puramente tácticos y fortuitos, los grupos militantes
«informales», los grupos militantes «formales», los sindicatos
radicales, las milicias de autodefensa, los supuestos «ejércitos
populares», los «partidos comunistas» nominales, etc.
La forma atómica de organización partisana es lo que yo llamo el
«cónclave comunista». Los comunistas se producen en medio de
acontecimientos políticos y, a menudo, surgen solos o, en el mejor de
los casos, en grupos muy pequeños. Del mismo modo, los comunistas suelen
encontrarse en medio de las luchas y comienzan a coordinarse de manera
informal. Estos pequeños grupos de comunistas pueden denominarse
«cónclaves», dado su carácter privado y algo ritualista y, por supuesto,
el hecho de que se organizan en fidelidad a un proyecto trascendente.
En cualquier lugar donde se reúnan dos o tres comunistas existe un
cónclave, independientemente de si se considera como tal. Los cónclaves
funcionan principalmente a través de la afinidad. Algunos luego elaboran
esta afinidad en divisiones de trabajo más formales o en subculturas
informales más grandes. A menudo, los cónclaves sirven como semilla para
partidos formales más elaborados.
Sin embargo, incluso cuando surgen proyectos partidistas formales,
los cónclaves persisten dentro y entre ellos. Estos vínculos de afinidad
informal son en sí mismos partidos formales importantes. Sirven para
salvar la división entre organizaciones partidistas y no partidistas,
para integrar más densamente los proyectos partidistas formales y para
proporcionar resistencia y redundancia cuando las organizaciones
formales se tensan y se fragmentan. En otras palabras, siempre existirán
partidos formales menores dentro del cuerpo de partidos formales más
complejos. La informalidad y la formalidad, la espontaneidad y la
mediación, la opacidad y la transparencia no son opuestas. Ninguna de
ellas puede privilegiarse sobre la otra, ni eliminarse en su totalidad.
Los cónclaves secretos existirán (deben y tienen que existir) dentro
de las organizaciones comunistas formales con una membresía
transparente, y dentro del cónclave existirán cónclaves aún más
secretos. La teoría, la invención táctica y la camaradería se forjan en
estos espacios oscuros e íntimos antes de ser elaboradas en lugares más
abiertos a través de discusiones, debates y experimentos transparentes.
Aunque un cónclave puede ser visible desde el exterior, sigue siendo una
institución relativamente opaca.
Por un lado, esto siempre supone una amenaza para la organización en
general, en la medida en que permite las intrigas entre bastidores y las
luchas secretas por el poder. Por otro lado, esta privacidad es
precisamente lo que permite al cónclave ser experimental y creativo. Los
partidos formales más complejos deben diseñarse para protegerse y
adaptarse simultáneamente a la persistencia de partidos formales
relativamente opacos en su seno y, en el mejor de los casos, aprovechar
estos órganos como fuente de vitalidad. Aunque estos cónclaves pueden
integrarse potencialmente en grupos o facciones abiertos dentro de
organizaciones más grandes, no son sinónimos de ellos y, a menudo, se
alinean por factores fortuitos (como la experiencia compartida en una
lucha) más que por un acuerdo teórico. Por lo tanto, preceden a este
trabajo de grupo más público, y es probable que un solo grupo incluya
múltiples cónclaves.
El partido comunista (eterno)
El partido comunista surge de la interacción entre el partido
histórico y los numerosos partidos formales que genera, abarcando y
superando a ambos. Con el tiempo, una combinación de factores
estructurales provoca una mayor turbulencia dentro del partido
histórico. Mientras tanto, la fuerza subjetiva débil o parcial de varios
partidos formales, unidos por voluntad o por circunstancias, acaba por
intervenir en las condiciones circundantes para revitalizar aún más el
partido histórico que los vio nacer. El resultado es una forma emergente
de organización que opera a una escala completamente diferente a la de
los levantamientos fortuitos del partido histórico o las actividades
improvisadas, tácticas y en gran medida localizadas (aunque a gran
escala) de los partidos formales. El partido comunista es singular, pero
multitudinario.
Como entorno expansivo de partidismo cada vez más organizado, el
partido comunista nunca es el nombre de ningún «Partido Comunista»
oficial concreto que opere en ningún lugar del mundo. Aunque estos
muchos partidos comunistas «mayúsculos» son a menudo elementos
importantes del partido comunista «minúsculo», no pueden reducirse a
ellos. Además, siempre es un grave error estratégico intentar subordinar
el partido comunista como tal a los intereses de un Partido Comunista
singular (aunque este Partido Comunista haya llegado a representar algún
levantamiento revolucionario local). Quizás la mejor forma de concebir
el partido comunista sea como una especie de «metaorganización» que, por
un lado, permite la elaboración de partidos formales y, por otro,
estimula la vitalidad del partido histórico que surge debajo. Por lo
tanto, es posible hablar del partido comunista como una especie de
«ecosistema» partidista, en la medida en que la interacción entre el
partido histórico y los numerosos partidos formales arraigados en él
crea literalmente un territorio partidista que, como medio para la
organización posterior, plantea sus propias limitaciones e incentivos
emergentes.
Pero esta imagen del partido como «ecosistema» es, de hecho,
ideológica. Al fin y al cabo, la metáfora del ecosistema es la preferida
en la filosofía política liberal debido a su supuesta lógica
«horizontal», que parece replicar el funcionamiento (también
supuestamente «horizontal») del mercado. Y, en este caso, simplemente no
capta el panorama completo: el partido comunista no es un ecosistema de
lucha que se expande ciegamente en la historia. Es, más bien, el punto
en el que la débil subjetividad visible en el partido formal se sublima
en una fuerte subjetividad adecuada a la tarea de la revolución. Esta
subjetividad revolucionaria abarca necesariamente las organizaciones
individuales y es en sí misma organizada, intencional, relativamente
consciente de sí misma (aunque esto depende de la posición de cada uno
dentro de ella) y distribuida de forma desigual en su geografía y
demografía.
Tradicionalmente, el partido comunista también se ha descrito con el
lenguaje excesivamente impreciso de «movimiento comunista internacional»
y con el lenguaje excesivamente restrictivo de cualquier
«internacional» dada, a la que luego se le asigna un estatus ordinal en
la secuencia histórica. En última instancia, lo mejor es considerarlo
como algo intermedio entre la amorfía de un ecosistema o movimiento y la
rígida estructura de capítulos de las diversas iteraciones de las
internacionales formales y federativas. Pero también es más expansivo
que cualquiera de ellos, en la medida en que sus capacidades
organizativas reales se encuentran fuera del amplio «movimiento
comunista» o de las estrechas federaciones de «partidos comunistas», y
se miden en cambio por su relación con las asociaciones conciliares o
deliberativas específicas que surgen de la clase en medio de una
insurrección, y que luego comienzan a tomar medidas comunistas, se les
pida o no, formando así las comunas que (si sobreviven) llegan a servir
como el corazón y el motor de la secuencia revolucionaria. Sin embargo,
las comunas solo pueden surgir cuando el circuito entre los partidos
formales y el partido histórico está bien establecido, creando un
entorno subjetivo en el que las formas deliberativas, expropiatorias y
transformadoras de libre asociación se convierten en una consecuencia
orgánica de la actividad de clase.
Al igual que el acontecimiento, el partido comunista puede surgir,
caer en el olvido y luego resurgir más tarde, pero siempre es el mismo
partido comunista, vinculado con un hilo rojo a sus encarnaciones
anteriores. Su crecimiento extensivo (geográfico, demográfico) e
intensivo (organizativo, teórico, espiritual) es en sí mismo la ola de
revolución que inicia el proceso de construcción comunista. Del mismo
modo, al igual que el partido formal, el partido comunista puede parecer
que se osifica, que cae en desuso y que abandona su fidelidad al
proyecto comunista, como cuando los partidos socialdemócratas de la
Segunda Internacional degeneraron en una política reformista y
belicista. Sin embargo, en tal situación, el partido comunista no se
está osificando realmente, sino que está siendo eclipsado. Tal eclipse
puede ser causado por cualquier número de factores, pero siempre está
señalado por el fracaso de los partidos formales que una vez compusieron
el partido comunista para mantener su fidelidad al proyecto comunista.
Por esta razón, el resurgimiento explosivo del partido comunista se
elabora a menudo en contraposición a estos restos osificados, como
cuando la Tercera Internacional surgió de una serie de motines,
insurrecciones y revoluciones que inicialmente buscaban emular la
construcción del partido de la Segunda Internacional y que, al final, se
vieron obligadas a elaborarse en oposición a esta misma herencia.
El partido comunista lleva mucho tiempo en un periodo de eclipse y,
aunque hay indicios que apuntan a su resurgimiento, aún no se puede
decir que exista de forma sustancial. Una vez más: el partido como tal
no es simplemente la suma de la actividad «izquierdista» en un momento
dado, sino una forma de supra-subjetividad que subsiste solo en la
confrontación incendiaria con el mundo social imperante, sirviendo como
el paso a través del cual el comunismo puede elaborarse como una
realidad práctica. Más que la agregación sin sentido de muchos intereses
menores en un sistema complejo, el partido comunista representa el
florecimiento materializado de la razón humana necesaria para que la
especie administre conscientemente su propia estructura social, que es
al mismo tiempo su metabolismo social con el mundo no humano[11].
Por eso podemos hablar del partido comunista como el cerebro social del
proyecto partidista, e incluso como la cámara de gestación de la propia
sociedad comunista.
El partido comunista es, por lo tanto, eterno, en el sentido de que
es la forma larvaria de un cuerpo inmortal: el florecimiento de la razón
y la pasión en una especie autoconsciente que coordina conscientemente
su propia actividad como un sistema geosférico[12].
En otras palabras, el partido comunista es la única arma capaz de
destruir verdaderamente la sociedad de clases —anulando la lucha
milenaria entre el igualitarismo simple y la dominación social al
subsumir ambos bajo un principio superior de prosperidad— y es también, a
través de esta misma destrucción, el vehículo a través del cual la
verdad revelada por el partido histórico y elaborada por la multitud de
partidos formales florece en una era completamente nueva de existencia
material que sustenta un metabolismo social racional a escala planetaria.
Notas
[1]
Para una crítica similar de este enfoque, aplicada a un ejemplo
concreto, véase: Jasper Bernes, «What Was to Be Done? Protest and
Revolution in the 2010s» (¿Qué había que hacer? Protesta y revolución en
la década de 2010), The Brooklyn Rail, junio de 2024. Disponible en línea aquí.↰
[2]
Quizás más reveladora sea la pregunta de por qué, incluso cuando estas
personas y sus organizaciones afiliadas han «ganado poder» aparentemente
a través de elecciones tras la revuelta (como en los casos de Syriza,
Podemos o el gobierno de Boric en Chile), no han logrado llevar a cabo
ningún cambio social significativo. De hecho, el desvío de la revuelta
popular hacia campañas electorales ha servido casi universalmente como
una fuerza represiva, contribuyendo a desintegrar las escasas formas de
poder proletario que estaban surgiendo fuera de la esfera institucional.
Esto ocurre independientemente de la predilección política o de la
intención de cualquier líder individual. ↰
[3] Para obtener una visión general de la idea, véase: David Kilcullen, Out of the Mountains: The Coming Age of the Urban Guerrilla, Oxford: Oxford University Press, 2015, págs. 124-127↰
[4]
El concepto de «sigilo» es una elaboración del «meme con fuerza»
desarrollado por Paul Torino y Adrian Wohlleben en su artículo «Memes
con fuerza: lecciones de los chalecos amarillos» (Mute Magazine, 26 de febrero de 2019; disponible en línea aquí), y ampliado posteriormente en Adrian Wohlleben, «Memes sin fin», Ill Will, 17 de mayo de 2021 (disponible en línea aquí).↰
[5]
El uso de un ejemplo tomado de la derecha no es casual en este caso, ya
que las organizaciones de derecha han demostrado ser especialmente
hábiles en el despliegue de esta lógica durante las últimas décadas. Una
de las razones del ascenso de la derecha es precisamente que este tipo
de liderazgo suele ser rechazado de plano por quienes se sitúan en «la
izquierda», que lo consideran una imposición autoritaria inherente al
impulso espontáneo de la clase, en lugar de una dinámica autorreflexiva
producida a través de ese mismo impulso. De este modo, se pierde el
momento fugaz y los símbolos se extinguen por sí solos. Exploro las
ramificaciones de este problema para la política en Estados Unidos en
Hinterland: America’s New Landscape of Class and Conflict (Reaktion,
2018) y examino el mismo dilema en Hong Kong en los capítulos 6 y 7 de
Hellworld: The Human Species and the Planetary Factory (Brill, 2025).↰
[6]
El proyecto partidista se refiere a los intentos continuos por
organizar alguna forma de subjetividad revolucionaria colectiva
orientada hacia fines comunistas. En otras palabras, hace referencia
tanto al pasado como al futuro de la lucha por emancipar a la humanidad
de las cadenas históricas de la sociedad de clases e inaugurar un futuro
comunista. Por lo tanto, es más o menos sinónimo de «organización
comunista» o «movimiento comunista».↰
[7]
Incluso en los levantamientos políticos masivos que traspasan los
límites de la subsistencia expresados en forma de intereses concretos,
persiste una tensión entre este exceso y sus motivos expresivos.
Aprovechar esta tensión en favor de lo expresivo es la forma en que
estas rupturas políticas se suprimen y se reabsorben en el statu quo.↰
[8]
Marx habla del «partido de la anarquía» y del «partido del orden» en
una serie de artículos escritos para el Neue Rheinische Zeitung en 1850,
que más tarde serían recopilados en un libro, Las luchas de clases en
Francia: 1848-1850, por Engels en 1895 (disponible en línea aquí).
En esta versión del libro, los términos aparecen en el capítulo 3. Los
mismos términos reaparecen en obras posteriores, como El dieciocho
brumario de Luis Bonaparte, de 1852. El término «antipartido» es una
adición mía, introducida en Hinterland (selecciones disponibles aquí). ↰
[9]
Este marco teórico se basa en la obra del filósofo político Michael
Neocosmos. Véase su libro Thinking Freedom in Africa: Toward a Theory of
Emancipatory Politics (Pensar la libertad en África: hacia una teoría
de la política emancipadora), Wits University Press, 2016.↰
[10]
No obstante, la naturaleza simultáneamente universal y aleatoria del
evento también significa que esta reorganización de coordenadas sigue
siendo difícil de describir. Por ejemplo, para prácticamente cualquier
observador está claro que «todo ha cambiado» tras la rebelión de George
Floyd y, sin embargo, a todos nos costaría mucho explicar exactamente
cómo han cambiado las cosas o señalar un caso concreto.↰
[11]
Para más detalles sobre esta idea, véase: Phil A. Neel y Nick Chávez,
«Forest and Factory: The Science and Fiction of Communism» (El bosque y
la fábrica: la ciencia y la ficción del comunismo), Endnotes, 2023. Disponible en línea aquí.↰
[12]
Más rigurosamente: la autorrealización de la «especie» como sujeto, más
allá de su condición de hecho biológico aparente, que en realidad
expresa la unidad material de la actividad productiva humana en la
sociedad capitalista. Se trata de la realización, en la práctica, de lo
que el geólogo soviético Vladimir Vernadsky (divulgador del término
«biosfera») denominó en su día, de forma especulativa, la «noosfera». La
idea se explora con más detalle en Neel, Hellworld, capítulo 2.↰