25 de mayo de 2020

[Ecuador] Contra el nuevo "paquetazo" de este gobierno explotador y asesino, ¡hagamos una nueva revuelta proletaria!


El nuevo “paquetazo” del gobierno ya es un hecho en este país: reducción de los salarios y de la jornada de trabajo, despidos masivos, recorte del presupuesto para la educación y la salud, privatizaciones, y aumento del precio de la gasolina, por ende, de todos los productos de la canasta básica. Todo esto, en medio de la actual crisis sanitaria y económica. Por lo tanto, la gente de a pie que si no trabaja no come (la mayoría de la población) debería levantarse en contra de estas medidas tal como lo hizo en Octubre. Sí: deberíamos hacer una nueva revuelta, gente, porque estas medidas son peores que las de Octubre: nos precarizan y empobrecen aún más de lo que ya estamos, mientras los empresarios y sus políticos siguen acumulando más riqueza y poder a costa de nuestra explotación y dominación; es decir, a costa de robarnos, engañarnos y reprimirnos. 

Es más, todo lo que ha hecho este gobierno empresarial, mafioso y asesino de Moreno-Sonnenholzner-Martínez-Roldán-Romo-Jarrín durante los últimos meses, aprovechándose de la pandemia y la cuarentena obligatoria, es mucho peor y condenable que lo que hizo en Octubre (miles de contagiados, muertos, presos y despedidos). Por eso mismo, en las últimas semanas y días, nuestra clase trabajadora (que incluye a los informales y los desempleados) ya reaccionó protestando en las calles, a pesar del coronavirus y la dictadura sanitaria impuesta por el Estado. Y lo más probable es que continúe protestando en los próximos días y semanas, como debe ser. Pero no se sabe hasta cuándo ni hasta dónde.

En caso de acontecer una nueva revuelta en este país, es posible que, así como en la Revuelta de Octubre del año pasado se luchó por la derogatoria del Decreto Ejecutivo 883, esta vez se luche por la derogatoria de los Decretos Ejecutivos 1053 y 1054. Todas las izquierdas de aquí, o la mayoría de ellas, estarán de acuerdo en ello. Sin embargo, esta vez no hay que conformarnos con migajas legales e institucionales, gente. Eso de por sí ya fue y ya sería una derrota, aunque parezca lo contrario. Es decir, no hay que conformarnos con luchar por la “inconstitucionalidad” de tales leyes ni fantasear con elecciones presidenciales y un “gobierno obrero, campesino, indígena y popular”, como lo hacen las organizaciones de la izquierda del Capital. Porque las leyes, las elecciones y las instituciones son armas del Estado de los ricos y poderosos contra nosotros los explotados y oprimidos. No se puede combatir y destruir este sistema en su mismo terreno y con sus propias armas. Eso es “darle más poder al Poder”. Por el contrario, hay que hacer real aquella consigna que se ha escuchado en las últimas protestas: “con la fuerza de los trabajadores, romper las leyes de los explotadores”; y romper todo su poder económico, político, militar, mediático e ideológico.

Las revueltas proletarias deben criticarse a sí mismas, aprender de sus propios errores, tensionar y superar sus propias contradicciones, para no quedar atrapadas en el terreno de la clase explotadora y dominante, sino para romper con el orden establecido y transformarse en la revolución social que hoy en día es más necesaria y urgente que nunca, dada la actual crisis total del sistema capitalista que está destruyendo a la humanidad y la naturaleza. La revolución social, no para poner en el poder a ningún partido político de izquierda, sino para defender y regenerar la Vida misma que hoy está en riesgo.

Claro que para lograr algo así hay que empezar luchando por unas demandas mínimas (de trabajo, salud, vivienda, educación, tiempo libre) y con un mínimo de autoorganización colectiva (de la bioseguridad, la alimentación, el transporte, la comunicación y la autodefensa). Pero también hay que ir más allá de esto: hay que superar los propios límites de la revuelta. Al fin y al cabo, la revolución es la generalización y radicalización de todas las reivindicaciones o necesidades de los explotados y oprimidos para dejar de serlo. Y la organización es la organización de las tareas que esta lucha de clases para abolir la sociedad de clases exige. En la cual, el apoyo mutuo y la solidaridad han sido, son y serán nuestras mejores armas.

Entonces, si salimos a protestar a las calles a pesar del riesgo de contagio, el toque de queda y la amenaza de represión legal por parte del gobierno, que no sólo sea por rabia, hambre, desesperación y con la Revuelta de Octubre en la memoria (lo cual es totalmente legítimo y valioso). Salgamos a protestar a las calles con algunas ideas claras y autocríticas, gente: no luchemos por esas migajas democráticas del Estado de los ricos y poderosos llamadas “derechos”, ni tampoco como rebaños de ningún partido ni sindicato de izquierda que diga ser nuestro “líder y salvador”. Luchemos con cabeza y mano propias como los nadies que lo queremos todo. Porque los nadies, es decir los proletarios y las proletarias, hemos producido todo lo que existe y, por lo tanto, podemos destruirlo todo (las ruinas no nos dan miedo) y podemos crear algo totalmente nuevo y mejor que lo destruido, por y para nosotros mismos, sin necesidad de jefes, representantes ni intermediarios.

Todo esto, no es una cuestión de ideología política; es una cuestión de vida o muerte en estos tiempos de crisis económica, sanitaria, ecológica y civilizatoria. Tarde o temprano, hasta los “apolíticos” y “neutrales” que se creen “clase media” saldrán a protestar a las calles por esta razón. Todo lo dicho aquí, además, aplica no sólo para Ecuador y para la coyuntura local que se está abriendo, sino para todo el mundo (desde Chile hasta China) y para toda esta época. Por lo cual, hacemos un llamado a desatar la revuelta proletaria sin vuelta atrás aquí y en todas partes.

¡ABAJO EL PAQUETAZO, EL GOBIERNO, EL CAPITAL Y EL ESTADO!
¡NO LUCHEMOS POR MIGAJAS NI PACTOS!
¡LUCHEMOS SIN JEFES, REPRESENTANTES NI INTERMEDIARIOS!
¡CONTRA LA EXPLOTACIÓN Y LA MUERTE, VAMOS HACIA LA VIDA!
¡LA REVOLUCIÓN ES LA VIDA!

Unos proletarios cabreados de la región ecuatoriana
por la revolución comunista y anárquica mundial

Quito, 25 de mayo de 2020



24 de mayo de 2020

Sobre la Protesta Internacional de Repartidores en Ecuador: resistencia proletaria en medio de la pandemia y la precarización

Un proletario desempleado y cabreado de la región ecuatoriana
Publicado en Fever - Lucha de clases bajo la pandemia el 23 de mayo de 2020 

El 22A (22 de Abril) fue el Paro Internacional de Repartidores de Glovo, Uber Eats, Rappi y otras Apps de servicio de entrega de comida a domicilio. Participaron trabajadores de Ecuador, Argentina, Perú, Costa Rica, Guatemala, México y España. Esta protesta es importante y significativa porque es el símbolo y el síntoma de la reactivación de la lucha del «proletariado intermitente global»[1] (que incluye al proletariado migrante, como es el caso de los trabajadores venezolanos en Ecuador) en tiempo de pandemia y crisis del Capital mundial; es decir, del proletariado precario del sector servicios luchando contra la catástrofe capitalista generalizada (sanitaria, económica, política, social, civilizatoria) del siglo XXI. Esto, desde la revuelta proletaria mundial del 2019, que se vio interrumpida por el coronavirus hasta la fecha, ya que “la guerra contra el coronavirus” de los todos los Estados y empresas del planeta en realidad es una guerra contra el proletariado.

Por su parte, El 1A (1 de Abril) fue la Huelga Internacional de Alquileres: no pagar arriendo y seguir viviendo en el mismo lugar. Considerando que la mayoría de la población no tiene vivienda propia, por lo cual debe arrendar para poder tener un techo donde vivir; y que, a causa de la cuarentena, no puede salir a trabajar o ya está sin trabajo ni ingresos como para pagar el arriendo. Entre esta fecha-hito de lucha proletaria y la otra (el 22A), en varios países ha habido plantones de trabajadores despedidos, cacerolazos desde las ventanas y los balcones, “teleprotestas” de trabajadores impagos, huelgas salvajes en fábricas, motines en cárceles, saqueos a supermercados. Pero también ha habido nuevas medidas de austeridad y brutal represión estatal por parte de los gobiernos de derecha y de izquierda por igual. En suma, abril 2020 parece ser el mes de la reactivación de la lucha de clases real a nivel mundial en tiempos de crisis, pandemia y cuarentena globales.

Hecho que, a pesar de mi pesimismo actual, lo veo con buenos ojos, por ser un síntoma de posible reanudación –y esperemos que intensificación– de la revuelta proletaria internacional. Porque si se agudiza la catástrofe, entonces que también se agudice la revuelta cuando se levante la cuarentena y todo el odio de clase acumulado de los proletarios salga y estalle con fuego en las calles contra los ricos, sus políticos y sus perros guardianes (como ya se ha hecho sentir, por ejemplo, en los suburbios de Beirut, Atenas, París, Santiago de Chile y Guayaquil[2]).

En este contexto internacional, Ecuador es uno de los países con uno de los peores brotes de Covid-19 en todo el mundo: los más de 870 muertos (confirmados por coronavirus) en las últimas semanas hasta la fecha, principalmente en la ciudad de Guayaquil, lo atestiguan en forma de tragedia. Y el New York Times afirma que la cifra real de muertos es siquiera 15 veces más alta (13 050 muertos) que la cifra oficial reportada por el gobierno.[3] También es una tragedia moderna el despido intempestivo de más de 4 500 trabajadores durante las últimas semanas[4] (según cifras oficiales, lo que quiere decir que la cifra real es más alta). A lo que se suma la reducción de la jornada laboral y del salario de los trabajadores públicos, privados, formales e informales. Frente a tal masacre sanitaria y económica por parte del terrorismo patronal y estatal en este país, los proletarios ya han respondido con algunas protestas (de trabajadores de la salud contagiados, obreros despedidos, docentes impagos, repartidores superexplotados…).[5]

En el caso concreto de los más de 4 000 repartidores de comida a domicilio a través de plataformas digitales[6] (trabajadores informales del sector servicios, el cual es un sector privado de la economía), éstos son una parte del 46% de la “población económicamente activa” en situación de subempleo que existe en el Ecuador (según el propio Instituto Nacional de Estadísticas y Censos-INEC); y, su salario es lo que Marx, en el Tomo I de El Capital, denominó un «salario por pieza» o «salario a destajo»: la tarifa que les pagan por cada entrega realizada. So pretexto de la emergencia sanitaria y económica, bajo el discurso empresarial y gubernamental de “todos debemos arrimar el hombro para sacar el país adelante”, los dueños y patrones de estas empresas tercerizadoras de servicios de transporte de alimentos (y medicinas) les redujeron de $ 1 a $ 0.30 la tarifa o el pago por cada entrega, es decir les redujeron el 70% o casi las tres cuartas partes de su salario a destajo. Y en cuarentena les hacen trabajar más por menos dinero, por ejemplo, haciendo “entregas colectivas” en lugar de entregas individuales pero cobrando lo mismo. En otras palabras, contra este sector del proletariado del siglo XXI también aplica la clásica e invariante medida del Capital en situación de crisis para compensar la caída de la tasa de ganancia: aumentar la tasa de explotación de la clase trabajadora y, por tanto, la tasa de plusvalía.

Los repartidores no son, pues, “superhéroes”, como rebuznan los medios burgueses de comunicación masiva: son trabajadores superexplotados que, en tiempo de coronavirus, pasan todo el día trabajando en las calles (a diferencia de los teletrabajadores) y, para colmo, sin que las empresas les provean material de bioseguridad (mascarillas, gafas, guantes, gel antibacterial, etc.). Exponiéndose así a contagiarse de coronavirus y luego a tener que cuidarse y curarse como bien o mal puedan, ya que no tienen seguro de salud ni público ni privado para ser atendidos médicamente. En pocas palabras, se encuentran en situación de riesgo laboral y vital. Debido a estas precarias y criminales condiciones de trabajo y de existencia impuestas por el Capital transnacional y local, es que decenas de repartidores protestaron el 17 de abril (paro nacional) y el 22 de abril (paro internacional) en Quito.

«¿Qué hacen las empresas que se benefician del trabajo de lxs repartidorxs para garantizar su seguridad y derechos laborales? El gerente general de Glovo Ecuador, mediante una entrevista realizada por Telerama afirmó que lxs glovers han sido dotadxs de material de seguridad e higiene por parte de la empresa, esta afirmación fue rápidamente desmentida por la comunidad Glovers de Quito. A esto se suma que están obligadxs por la empresa a realizar entregas grupales. Es decir, se hacen dos o más entregas, que son cobradas  individual y completamente a lxs usuarixs; mientras que se les paga por la realización de un solo pedido más un supuesto bono de 0,30 ctvs a lxs repartidorxs. Estas condiciones fueron denunciadas durante un Paro Nacional, convocado el 17 de abril del 2020. […]
A nivel internacional, las principales exigencias de lxs trabajadorxs son el aumento del 100% en el monto por pedido realizado y la entrega de elementos de seguridad e higiene por parte de las empresas. Y ¿cómo se vivió el Paro Internacional en Ecuador? En la mañana del 22 de abril en las afueras de la tienda Glovo, ubicada al norte de la ciudad de Quito, se concentró un grupo de repartidorxs, llevaban mochilas de Glovo y Rappi; y es que la mayor parte de trabajadorxs de delivery tienen cuentas para trabajar en dos o más plataformas, de esta manera aseguran ingresos para sostener su vida. Mientras tanto, unxs glovers con marcadores, hojas de papel bond y papelotes escribían consignas y exigencias para visibilizar las razones del paro, y las pegaban en las afueras de la tienda. 
Otrxs colocaban sus maletas en la puerta principal de la tienda para evitar el despacho de pedidos. Había quienes hablaban con sus compañerxs, para explicarles la necesidad de parar; así algunxs reconocen la necesidad de parar para conseguir derechos, pero no pueden parar porque viven al día. Si un día no trabajan no pueden llevar el sustento a sus familias. A la larga, la solidaridad y la vivencia compartida permiten que entre lxs trabajadorxs se deje de repartir mientras se apoya a que quienes verdaderamente no puedan parar, continúen con el trabajo.
En esa mañana, lxs portavoces del Paro fueron entrevistadxs por los medios, dejando claro que la lucha por los derechos no tiene bandera, que se encuentran juntxs para pelear por condiciones dignas de trabajo y que no se puede sostener más la esclavitud a la que las empresas de app de delivery someten a sus trabajadorxs. Así mismo anunciaron que la lucha será a largo plazo, y que lo inmediato es garantizar el 100% del pago de los repartos que realizan y la entrega de equipos de bioseguridad necesarios en tiempos de pandemia. Su horizonte a largo plazo es que se reconozca la autonomía real de lxs trabajadorxs con las apps o que se lxs registre como trabajadorxs en relación de dependencia con todos los beneficios de ley. Ese es un debate que aseguraron debe llevarse en conjunto, tomando decisiones por el bien de todxs lxs trabajadorxs de reparto. 
En el transcurso de la jornada, se juntaron más repartidorxs a la protesta; llegaron en grupo, en medio de pitos y gritos de “luchamos juntos por nuestros derechos”. Algunxs Glovers se encargaron de preparar la ruta de la caravana que recorrió de norte a sur la ciudad para visibilizar la presencia de lxs repartidorxs y mostrar a la ciudad que su trabajo es esencial para sostener la cuarentena, pero que también es fundamental que cuenten con ingresos justos y seguridad. 
Al poco rato, la Policía Nacional apareció y haciendo uso del usual poder patriarcal y clasista, notificó a lxs repartidorxs en voz autoritaria, que tienen prohibido, por el estado de emergencia en el que se encuentra el país, aglomerarse y estacionar sus medios de trabajo en el lugar. Advierten que si no se mueven serán multadxs e incluso podrían apresarlxs por desacato a sus órdenes. La mayor parte de repartidorxs tomó su medio de transporte y en caravana se movió. Sin embargo, la policía no satisfecha con desalojar a lxs trabajadorxs, lxs siguió y en un cruce de dos vías principales de la ciudad (Gaspar de Villarroel y Shirys), lanzó de improviso y en contravía, un patrullero y dos motos contra la caravana de repartidorxs motorizadxs. Lxs motorizadxs lograron esquivar con maromas este acto violento, y continuaron su camino hacia el sur de la ciudad.»[7] 

Es interesante anotar que los repartidores motorizados protestaron de manera organizada y, al mismo tiempo, de manera espontánea y autónoma, es decir sin intermediarios sindicales ni partidarios –al menos en Ecuador–. Relevando a unos compañeros en el trabajo y comunicando a otros compañeros la medida de hecho ese día. Para lo cual, usaron las llamadas “redes sociales”: WhatsApp, Facebook, etc. Por ello, este es un ejemplo concreto de lucha autónoma, acción directa, asociacionismo proletario y solidaridad de clase por parte de trabajadores precarios, superexplotados y migrantes del siglo XXI, con “nuevas demandas” (aparte de exigir que les paguen mejor) como son las condiciones de bioseguridad contra el coronavirus, y que, tanto para su trabajo diario como para sus protestas, usan las NTICs (nuevas tecnologías de información y comunicación) y se organizan en red. Si su lucha es intermitente, es porque su condición laboral y material en la vida cotidiana es intermitente.

También hay que señalar que, a pesar de haber sido una protesta pacífica, la policía no se hizo esperar ese día y desalojó a los trabajadores que protestaron a las afueras de la empresa Glovo Ecuador. Obligando a los repartidores a improvisar y hacer una caravana motorizada de norte a sur de la ciudad. Acción que recibió el apoyo simbólico y en “redes sociales” por parte de cierta parte de la población. La policía como siempre protegiendo el sacrosanto orden de la esclavitud asalariada y la circulación de mercancías (principalmente, de la mercancía-fuerza de trabajo) para que los empresarios sigan acumulando ganancias y poder, en tiempo de economía de plataformas digitales, precarización laboral generalizada y pandemia. Un hecho ciertamente ilustrativo de la «esclavitud digital», el «Estado distópico» y el fetichismo de la mercancía: en una palabra, de este sistema de alienación, explotación, opresión y muerte pero, al mismo tiempo, de la precaria resistencia proletaria contra el mismo.

Cabe agregar que en Ecuador no es la primera vez que los repartidores protestan. En agosto y en noviembre de 2019 también realizaron protestas por el tema de la tarifa por entrega (su salario encubierto), es decir dos meses antes y un mes después de la Revuelta de Octubre del año pasado en este país. Por lo tanto, es posible que en la próxima revuelta social también estén presentes los compañeros repartidores, porque ya han sido los protagonistas de un paro nacional e internacional de su sector y su rama en lo que va de este año.

Viéndola en perspectiva, aquí y en todas partes la lucha de los repartidores de comida a domicilio a través de Apps es todo un símbolo del proletariado precario del sector servicios y su lucha reivindicativa bajo el capitalismo informático y financiero transnacional en tiempos de crisis catastrófica y de virtualización y aislamiento sociales. Como diciendo que los proletarios no son cosas ni números, sino que son seres humanos que quieren vivir frente a tanta muerte y tanta miseria. Y, al mismo tiempo, como diciendo también que le temen al desempleo y al hambre tanto como a la enfermedad y la muerte. Pero sobre todo, en los actos, interrumpiendo temporalmente la “nueva normalidad” laboral y social del Capital. Por ello, más allá de sus reivindicaciones puntuales y gremiales, la lucha de los repartidores es una lucha por cuidar su vida y un contraataque directo a la economía capitalista, precisamente porque ésta se basa en la ganancia sobre la vida.

También es un símbolo de que si el suyo es un “trabajo esencial en medio de la precarización y la pandemia” o de “primera línea” en el actual confinamiento social, no sólo es porque la comida es vital para todo el mundo en cuarentena y siempre, así como porque si ellos no transportasen comida otros (los clientes de “clase media” y  “clase alta”) no la podrían comer. Sino esencialmente porque la clase trabajadora es la clase explotada que sostiene a toda la sociedad capitalista con su trabajo, pero también es la clase antagonista del Capital que se rebela contra su condición de clase explotada porque el trabajo enferma y mata (literalmente en estos momentos de pandemia). En síntesis, esta lucha es un símbolo de que el proletariado es la contradicción viviente entre el “trabajo digno” y el rechazo del trabajo asalariado.

Sólo la lucha de clases real que se está reactivando a nivel mundial resolverá en la práctica histórica y social esta contradicción, tanto en esta lucha particular como en todas las demás luchas de todos los sectores del proletariado; y dirá si el movimiento que anula y supera el estado cosas actual –el comunismo– vuelve a ser o no un movimiento real y un “fantasma” que recorre el mundo capitalista hasta su total transformación revolucionaria. Radicalizando y generalizando o no las actuales luchas reivindicativas del intermitente proletariado mundial. Tensionando, rompiendo y saltando o no sus propios límites y contradicciones como clase de y, al mismo tiempo, contra el Capital.

Quito, 29 de abril de 2020
  


[1] «Lo que de hecho se expande explosivamente por el mundo son los precarios, los intermitentes globales, los superfluos que comprenden una parcela importante del nuevo proletariado, especialmente en los servicios. Y es ese el fundamento estructural de lo que vengo denominando esclavitud digital. Proletarios que, exactamente por estas condiciones, también se rebelan.» Ver Antunes, Ricardo (2019). “El nuevo proletariado de servicios, valor e intermitencia: la vigencia (y la venganza) de Marx” en Revista Herramienta N° 62, Año XXIII, Invierno de 2019, Buenos Aires-Argentina. Disponible en: https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=3079
[2] Ver El Comercio (27 de abril de 2020). Tres motos de la Policía fueron quemadas durante disturbios en operativo en Guayaquil: https://www.elcomercio.com/actualidad/motos-policia-quemadas-disturbios-guayaquil.html
[3] Ver The New York Times-América Latina (23 de abril de 2020). El número de muertos en Ecuador durante el brote está entre los peores del mundo: https://www.nytimes.com/es/2020/04/23/espanol/america-latina/virus-ecuador-muertes.html
[4] Ver El Comercio (21 de abril de 2020). ¿Cuál es el impacto del covid-19 en los trabajadores de Ecuador: teletrabajo, rebaja salarial, despido intempestivo?: https://www.elcomercio.com/actualidad/ecuador-coronavirus-despidos-intempestivos-teletrabajo.html
[5] Ver Proletarios Revolucionarios (15 de abril de 2020). Breve análisis crítico de las últimas medidas económicas del gobierno de Moreno “para enfrentar la emergencia sanitaria” y de su “Programa Ecuador Solidario”: http://proletariosrevolucionarios.blogspot.com/2020/04/breve-analisis-critico-de-las-ultimas.html; y, en este mismo blog, 22 de Abril de 2020: Paro Internacional de Repartidores:  https://proletariosrevolucionarios.blogspot.com/2020/04/paro-internacional-de-repartidores-22.html
[6] Ver El Telégrafo (9 de noviembre de 2019). Tres plataformas generan 4.100 empleos: https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/economia/4/plataformas-digitales-repartidores
[7] Ver Valencia, Belén (24 de abril de 2020). Trabajo de reparto: trabajo esencial en medio de la precarización y la pandemia. La Tecla-R. Quito. Disponible en: http://www.latecla-r.com/2020/04/24/trabajo-de-reparto-trabajo-esencial-en-medio-de-la-precarizacion-y-la-pandemia/ Ver también Hidalgo, Kruskaya y Valencia, Belén (2019). “Entre la precarización y el alivio cotidiano. Las plataformas Uber Eats y Glovo en Quito”, en Friedrich Ebert Stiftung Ecuador FES – ILDIS. Disponible en: http://library.fes.de/pdf-files/bueros/quito/15671.pdf


23 de mayo de 2020

[Chile] Ya No Hay Vuelta Atrás N° 3. Reflexiones en torno a la Lucha de Clases

Recibo y publico:

El boletín “Ya no hay vuelta atrás” tiene su origen en la revuelta proletaria que incendió la región chilena a partir del 18 de octubre de 2019. El estallido de la revuelta y su desenvolvimiento histórico en los meses siguientes nos llevó a crear un espacio de reflexión, análisis y crítica del desarrollo de esta nueva etapa de la lucha de clases.
Las revueltas y revoluciones proletarias deben criticarse constantemente a sí mismas, so pena de caer en el conformismo y en el terreno de la clase enemiga. La revuelta de octubre se vio finalmente interrumpida por el nuevo contexto abierto por la pandemia mundial, que acarreó una aún mayor militarización de la sociedad. El resurgimiento de un movimiento proletario con características revolucionarias está supeditado entonces a la resolución de las contradicciones internas planteadas por su propia evolución, las que se hacían cada vez más claras durante las últimas semanas de la revuelta, que comenzaba a ahogarse en el fango demócrata propiciado por la salida burguesa del -suspendido- plebiscito pactado de abril.
En efecto, no será por sus conquistas directas, nulas casi, que la revuelta podrá convertirse en revolución. Ante esta verdadera contrarrevolución “biológica” a cuyo despliegue asistimos actualmente, es que el partido difuso de la insurrección podrá madurar hasta convertirse en un partido verdaderamente revolucionario. A este respecto, podemos decir que ya coexisten en una misma época, la crítica radical de esta sociedad con su negación en actos, pero es necesario que se fundan. En este sentido, “Ya no hay vuelta atrás” es uno de esos tantos puentes que hoy se están tendiendo para unir ambos elementos necesarios para la abolición total del mundo del capital.
Este tercer número está compuesto por un artículo de nueve tesis sobre la lucha de clases en el contexto local en el contexto de la pandemia global y una entervista a un compañero anarquista prisionero en el contexto de la revuelta.
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Extractos:
«El momento histórico que atravesamos está marcado por el hecho de experimentar aquí y ahora los efectos destructivos de la relación social capitalista, de su forma específica de producir y reproducir la existencia biológica y cultural humana, subsumida a la necesidad de valorización de capital que se nos presenta hoy como un sucesivo cumulo de escenarios catastróficos. 
Asistimos al agotamiento de un modo de vida producido específicamente por la civilización industrial-capitalista, que empieza a desbordar en todas direcciones las evidencias de sus propias contradicciones internas, teniendo toda catástrofe actual la misma raíz social: el dominio de las necesidades mercantiles de la economía por sobre las necesidades humanas. La actual crisis “sanitaria” del Coronavirus es entonces sólo una expresión singular de la totalidad de la catástrofe, que es la perpetuación del modo de vida capitalista.
[...]
En los últimos 30 años de la lucha de clases, hemos presenciado el colapso del proyecto de emancipación socialista del movimiento obrero, inaugurado en 1917 y que mostraba su fracaso terminal con el colapso de la Unión Soviética en 1991, que acabó por consolidar un capitalismo de Estado totalitario del cual China es hoy su máximo exponente, pasando luego por un período plasmado en una “paz social” de gestión democrática del capital “globalizando” estas relaciones sociales, hasta este punto de la coyuntura presente del Coronavirus donde se hace evidente que empiezan a vivirse realmente las contradicciones internas (de clase, ecológicas, “económicas” de desvalorización) del desarrollo capitalista. 
El fenómeno del Coronavirus y las diferentes revueltas del 2019, pueden significar la apertura histórica real de una nueva posibilidad de ruptura respecto a la forma de vida capitalista y al desenvolvimiento de la lucha de clases a nivel global, porque si global es el capital y su destrucción, mundial puede ser la revolución de la humanidad proletarizada. El actual escenario de catástrofe será el parto de una aceleración de los ritmos de los procesos históricos de cambio del siglo XXI, en torno al desenlace de la lucha de clases, donde la humanidad proletarizada se verá enfrentada a dos opciones: o la resignación y/o derrota ante la generalización de un control estatal totalitario con el argumento de gestionar las situaciones de “catástrofes” del capitalismo, o la construcción real de comunidades de lucha proletarias para establecer nuevas formas de vida y relaciones sociales como con la biosfera escindidas de la economía capitalista y su barbarie mercantil. 
El desafío de la lucha proletaria en este siglo que nos adentramos pasa por tareas específicas complementarias: el saber conjugar al mismo tiempo la lucha colectiva insurreccional y revolucionaria —proletaria por quienes la realizan, anti-proletaria por su contenido— con la construcción de nuevas formas de vivir, de comunidades humanas que transciendan conscientemente la forma social del valor con sus relaciones mercantiles causantes del antagonismo de clase, junto a todas las formas de dominación industrial hacia el entorno natural, patriarcal entre los géneros o “racista” entre etnias culturales. 
La necesidad de una manera diferente de habitar en el mundo, requiere de “medidas comunistas” concretas para suministrar los medios de subsistencia por parte de las comunidades humanas que emerjan en ruptura histórica con el capitalismo y sus relaciones sociales. Es la puesta en común de los medios de vida como proceso histórico revolucionario, para satisfacer de manera colectiva las necesidades humanas. Esto implica romper con la propiedad privada y todas las categorías del capital (dinero, trabajo asalariado, producción de mercancías) y el Estado (como jerarquización social). Tenemos que imaginarnos en el presente, como una propuesta programática de auto-abolición proletaria, el cómo modificar radicalmente nuestras maneras de alimentarnos, de proporcionarnos abrigo, de movernos, de relacionarnos simbióticamente con el entorno natural, de convivir afectivamente, de crear, como experimentamos la vida social e individual en sus diferentes ámbitos, la totalidad de la existencia. Habrá que decidir colectivamente qué elementos utilizar de la maquinaria de producción social actual susceptible de subvertir su uso y qué desechar por completo de ésta, por sus efectos nocivos irreconciliables. El modo de producción industrial y todo aquello que envuelve debe ser cuestionado de raíz. 
Estas son tareas concretas referentes a las formas de vida comunistas que no pueden aplazarse para “después de la revolución”, necesitamos pensarlas e imaginarlas colectivamente desde hoy, incluso ponerlas en prácticas experimentalmente con todas sus limitaciones obvias sin perder de vista la lucha de clases y su articulación con ésta. La comunización de los medios de vida debe ocurrir desde el principio del proceso revolucionario, pues la lucha de auto-abolición proletaria de todas las clases sociales por venir, no puede repetir el fracaso de los procesos de “transición socialista” que eternizaron la continuación de la dominación estatal y mercantil durante las revoluciones obreras del siglo XX. 
Es necesario que la auto-organización que vimos desarrollarse en la revuelta proletaria de octubre, el surgimiento de órganos autónomos de organización como las asambleas territoriales (u otros por crear), que se extendieron por todos los rincones de la región chilena, se multipliquen como potencia de la capacidad proletaria para afrontar de manera comunitaria los escenarios de catástrofe del modo de vida capitalista presente y futuro. Así, como saber desplegar medidas de autocuidado y de solidaridad proletaria autónomas al Estado/Capital.»

22 de mayo de 2020

No es la crisis del virus, es la crisis del capital

Grupo Barbaria
8 de mayo de 2020


Con más de un tercio de la población mundial en confinamiento y buena parte de la producción y circulación de mercancías detenida a nivel mundial, nos situamos en un contexto que pareciera completamente nuevo. Sin embargo, sería imposible tratar de explicar la situación actual sin comprender la crisis irresoluble en la que se encuentra el sistema capitalista. Crisis tras crisis este sistema ha dado salidas inmediatistas a los obstáculos a los que se ha ido enfrentando. Estas salidas van acumulando una serie de contradicciones en el seno del capitalismo que antes o después saltarán por los aires. Es imprescindible acercarnos al análisis del contexto actual desde una perspectiva que sitúe la crisis del coronavirus como otro hito histórico más que se amontona a todas las cuentas pendientes que se han ido dejando por el camino.
La fragilidad del capital
El coronavirus no solo ha detenido de forma repentina los procesos de valorización del capital a nivel internacional, sino que además ha revelado cuan frágil es la economía capitalista. Desde hace unas semanas asistimos a una crisis histórica de las bolsas de todo el mundo cuyo único causante a primera vista podría parecer este virus. Sin embargo, vivimos en un sistema que se caracteriza por su lógica abstracta e impersonal, y, por tanto, el análisis que hagamos no puede ser meramente fenomenológico, sino que tiene que ir más allá de lo concreto con el objetivo de entender la invarianza que determina a este sistema.
El objetivo de la circulación del capital es su propio crecimiento, no tiene límite ni final. Por tanto, lo que define al capitalismo es precisamente esta repetición imprescindible de los ciclos de acumulación. Por otro lado, la naturaleza competitiva del capitalismo le impulsa a innovar los procesos de producción, lo que provoca la expulsión de trabajo asalariado, reduciendo en la misma medida la capacidad de producir valor. Nos encontramos, así, en un contexto en el que la repetición de los ciclos de acumulación es indispensable para garantizar la supervivencia del sistema capitalista, pero a su vez, las dificultades que sufre el capital para valorizarse son cada vez mayores. En esta encrucijada en la que la riqueza social cada vez depende menos del trabajo asalariado, el capital ficticio será un elemento fundamental no solo para sustentar, sino para impulsar el ciclo de valorización del capital.
Aunque el capital ficticio en la época de Marx tenía una importancia menor, esta cuestión se trata en el libro III de El Capital, poniendo el foco en el carácter ficticio de los títulos de deuda pública, las acciones y los depósitos bancarios. En el caso de la deuda pública, es capital que nunca se invierte, puesto que el dinero que recoge el Estado no entra en ningún circuito de valorización, solo da derecho a una participación en los impuestos que recaude. Con respecto al capital accionario, son títulos de propiedad que dan derecho a participar en el plusvalor producido por el capital.  Las acciones tienen un componente de capital real (el dinero recaudado en la emisión inicial que se invierte en forma de capital) y un componente de capital ficticio que se origina a través de la mercantilización de estos títulos, ya que adquieren autonomía, y su valor comercial se despega del valor nominal sin modificar la valorización del capital subyacente. Por último, los depósitos de los bancos constituyen en su mayoría capital ficticio, ya que los créditos concedidos por el banco no existen como depósitos. De modo que el capital ficticio es aquel que está desconectado del proceso real de valorización de capital. Su sustento es la expectativa de una generación de plusvalía en el futuro, y cuando estas expectativas desaparecen, su naturaleza ilusoria queda al descubierto.
Antes de la segunda revolución industrial la producción de capital ficticio era pequeña respecto a la acumulación de capital total, y su papel consistía únicamente en expandir las fases de auge de los ciclos industriales. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, el enorme desarrollo de las industrias impone elevados costes fijos de financiación, y al mismo tiempo, el incremento de la productividad hace que estas inversiones se complementen con una menor cantidad de trabajo asalariado. Es decir, las necesidades de acumulación de capital son mayores, pero paralelamente, el proceso de valorización se encuentra también con mayores obstáculos para llevarse a cabo. El capital ficticio se convierte entonces en un sostén indispensable para garantizar la acumulación real de capital, es decir, se trata de un proceso que colabora positivamente con la producción real de valor. Durante estos años, la creación de capital ficticio se complementa con distintos mecanismos de compensación que persiguen la ampliación del mercado. Hasta 1929, estos mecanismos de compensación que pretenden contrarrestar la decreciente producción de valor se basaban principalmente en la expansión estructural y espacial, por ejemplo, el colonialismo imperialista. Tras la década de los 30, la expansión se producirá de forma interna en las potencias capitalistas con mayor composición orgánica con la aparición del consumo de masas, lo cual permitirá vender una mayor cantidad de mercancías.
En los años 70, el proceso de valorización entra de nuevo en crisis y se produce un cambio de paradigma. Las necesidades de capital ficticio que produce esta crisis exigen un nuevo orden monetario que garantice la consecución del proceso de acumulación, y que no limite la capacidad de expansión del dinero crediticio. De esta forma, en el año 1971, llega el fin de los Acuerdos de Bretton Woods, y culmina así el proceso de desvinculación de la moneda y el oro. El abandono de estos acuerdos supone el establecimiento del dinero fiduciario, esto significa que el dinero ya no se basa en el valor de metales, como el oro, sino cada vez más en un respaldo de capital ficticio, es decir, de dinero sin valor. En este contexto de crisis se desvela que no es posible dinamizar el sistema económico a partir de producción real, ya que los mecanismos compensatorios que antes describíamos están agotados. Esto significa que la única forma de dinamizar el sistema económico es a través de la producción de capital ficticio. El capital ficticio ya no funciona como un complemento, sino que es el responsable de iniciar el proceso de crecimiento. Se consolida así, una nueva dinámica de crecimiento a través de un fenómeno de sobra conocido en la actualidad: las burbujas. La finalidad de las burbujas consiste en crear capital ficticio masivamente con la esperanza de que dentro de unos años se efectúe en valor real. Este capital ficticio se acumula, hasta que llega un momento en el que se vuelve insostenible, la ilusión desaparece y se revela su naturaleza ficticia, provocando así el estallido de las burbujas.
Por tanto, el papel del capital ficticio se ha ido transformando a medida que el desarrollo capitalista ha avanzado. Si durante el siglo XIX su función era la de expandir las fases de auge, a partir de la revolución industrial se convierte en un sostén indispensable, para finalmente ser el motor del ciclo de acumulación. En otras palabras, la consecuencia última de este proceso es que el capital ficticio se desvincula casi por completo de la producción real de valor. En este sentido, es fundamental aclarar que no existe una división entre un capital saludable, el capital vinculado de la producción real de valor, y un capital nocivo, el capital ficticio o desvinculado de la producción real de valor. La proliferación del capital ficticio no constituye una abominación para el sistema capitalista. Todo lo contrario, obedece a un proceso natural que es absolutamente coherente con la lógica del sistema. Es más, sin la ayuda de éste, la economía capitalista no podría haberse desarrollado hasta tal extremo. En consecuencia, afirmar que los males del sistema se encarnan en la “financiarización” o la llamada “economía financiera” dejando de lado a la “economía productiva” resulta afirmar algo que, además de carecer de significado, es profundamente inexacto. Entender el carácter ficticio de la economía capitalista como el resultado de un proceso histórico es también fundamental, porque nos permite comprender el momento que vivimos no como algo estático, sino como una realidad que está en movimiento. De esta forma, se evidencia que, si bien existen acontecimientos inmediatos que precipitan las crisis que sufrimos, la raíz del problema es mucho más profunda, y solo si tiramos de ella, podemos conseguir una perspectiva clara.
El carácter crecientemente ficticio del capitalismo es fundamental para explicar la crisis de valor profunda e irresoluble que este sistema sufre, que no es una crisis coyuntural sino intrínseca al propio sistema. Poner el foco en el aspecto ficticio de este sistema no significa otra cosa que apuntar a la gran fragilidad que sufren los cimientos del sistema capitalista. Por un lado, porque el capital, como hemos explicado, cada vez se apoya menos en el trabajo asalariado y más sobre el capital ficticio y, por tanto, progresivamente va teniendo menos bases reales y se asemeja más a un castillo de naipes. Por otro lado, al ser las expectativas el sustento del capital ficticio, cualquier ataque a la economía, ya sea la causa un virus o una burbuja, pone en jaque al sistema, descubriendo ante el mundo su naturaleza enfermiza. En este sentido, es especialmente significativo cómo ante la propagación del coronavirus, las consecuencias en los mercados financieros han precedido a los efectos en la producción real. Únicamente la posibilidad de que las ganancias disminuyan, sea esta real o no, tiene consecuencias sobre la economía capitalista. Queda desvelada, por tanto, la esencia débil y frágil de este sistema, y cuanto más se intensifica, menos relevantes son los detonantes que nos llevan a procesos de crisis. Son las causas de esta fragilidad, y no los hitos que precipitan los cambios en las expectativas, los que nos permiten establecer una línea de continuidad entre el estado putrefacto que vivía el capitalismo en el año 2008, como consecuencia de una crisis que en realidad empezó en la década de los 70 del siglo XX, y el que vive ahora.
La huida hacia delante como salida histórica
Las consecuencias inmediatas de la propagación del coronavirus a nivel mundial son ya incuestionables. En marzo, la OIT estimó que se destruirían alrededor de 25 millones de empleos en todo el mundo debido a la pandemia. Solo un mes después, esta estimación ha aumentado hasta los 195 millones de personas que perderían su empleo entre abril y junio de este año. En contraposición, la crisis del año 2008 aumentó el desempleo mundial en 22 millones de personas. Los estudios realizados por todo tipo de organizaciones internacionales financieras calculan que la destrucción del PIB mundial será de entre un 3% y un 7%, mientras que en la crisis del 2008 fue de un 0,1%. Al margen de estimaciones, si hay algo en lo que todas estas instituciones coinciden es que estamos viviendo un colapso de la actividad económica sin precedentes, y que la incertidumbre hace que sea muy probable que se estén infravalorando los costes que se deriven de la pandemia.
El caso del petróleo es tremendamente paradigmático de la singularidad de la situación. El 11 de abril la OPEP acordó una reducción histórica de la oferta del petróleo, disminuyendo la producción de petróleo cinco veces más que en la crisis del 2008, y, sin embargo, se tendría que haber recortado el doble para equilibrar la oferta con la demanda. El 20 de abril, el fantasma de la sobreproducción volvió a aparecer haciendo que el petróleo estadounidense rozase los -37 dólares por barril, alcanzando cotizaciones negativas, algo nunca visto en los mercados petrolíferos.
Las consecuencias de esta crisis se materializan también a través de la agudización de los conflictos entre los capitales nacionales. Las relaciones entre las principales potencias que ya eran tensas debido a las distintas guerras comerciales no harán más que agravarse ante el progresivo repliegue de los Estados. En este sentido, el cierre de las fronteras y la militarización de las mismas está siendo la tónica generalizada en todo el mundo. Conforme estas tensiones se intensifican, más débiles se muestran organizaciones internacionales como la Unión Europea, que en estas últimas semanas ha puesto de manifiesto cuáles son las contradicciones inherentes a ella que le hacen ser tan frágil. La Unión Europea es una asociación enormemente artificial porque agrupa a distintos Estados con desarrollos desiguales y necesidades diferentes bajo una misma organización política y una misma moneda. Establece una ilusoria persecución de idénticos propósitos, mientras que el choque de intereses entre naciones es una cuestión plenamente irrenunciable para el capitalismo. Por un lado, el propósito de la Unión es perseguir el desarrollo económico de todos los países que lo componen, pero, por otro lado, las limitaciones de sus propios mecanismos imposibilitan dicho desarrollo.
A pesar de la excepcionalidad y la gravedad que comprende la situación que vivimos, las soluciones que se proponen alrededor de todo el mundo son irremediablemente estériles. La principal arma de la que disponen los Bancos Centrales para determinar la política monetaria de cualquier país es la fijación de los tipos de interés oficiales, es decir, el precio del dinero. Cuando, por ejemplo, el BCE necesita estimular la economía, reduce los tipos de interés de referencia para que el dinero sea más barato, esto provoca que sea más asequible pedir préstamos y aumente la inversión y el consumo. Sin embargo, conforme estos intereses se van acercando a cero, su capacidad de maniobra se va agotando. De modo que cuando los Bancos Centrales pierden una de sus herramientas más potentes, como lo es el precio del dinero, solo les queda hacer arreglos con la cantidad del dinero que circula en la economía.
En este sentido, la Expansión Cuantitativa (Quantitative Easing) es una de las estrategias que más se han utilizado durante estos últimos años para tratar de estimular la economía. El objetivo de la EC es inyectar liquidez, es decir, aumentar la oferta monetaria a través del incremento de las reservas del sistema bancario mediante la compra de activos financieros, principalmente bonos, tanto públicos como privados. La compra masiva de bonos provoca un aumento de la demanda de los mismos, que se traduce en un incremento del precio, e inversamente la rentabilidad disminuye. Es decir, su finalidad es estimular la economía inyectando dinero en el sistema financiero para bajar los tipos de interés de los activos que compra. Los tipos de interés representan el riesgo que comportan estos activos. Por tanto, a través de su bajada, la EC pretende influir en la percepción del riesgo con el objetivo de alentar a los inversores a que sigan invirtiendo. Este proceso que puede resultar algo complejo se entiende más fácilmente si se dice que consiste en crear dinero de la nada, cuya única base es el aire para influir en las expectativas de la economía. La primera vez que se puso en práctica la EC fue en el año 2001 en Japón, con la crisis del año 2008 ganó relevancia en Estados Unidos, y el BCE comenzó a usar este mecanismo en el año 2015 y no lo abandonó hasta 2019, para finalmente, reactivarlo nueve meses después. Si bien esta política se define como “no convencional”, lo cierto es que su uso cada vez se prolonga más en el tiempo y está más generalizado. La llegada de la crisis producida por la pandemia ha significado el reforzamiento de esta política en Europa, Estados Unidos y Japón, pero también ha provocado la introducción de programas de compras de activos en países como Canadá, Sudáfrica, Filipinas, Colombia o Chile, entre otros. A esto, hay que sumarle que, por primera vez, tanto la Reserva Federal como el BCE han incluido dentro de estos programas de compra de activos, la adquisición de bonos basura e incluso han abierto la puerta a comprar deuda de empresas con calificaciones más bajas.
La compra masiva de deuda por parte de los Bancos Centrales (EC) es la principal solución que ofrecen los distintos Estados en un momento en el que el nivel de deuda en todo el mundo alcanza el 322% del PIB de todo el planeta. Asimismo, el FMI prevé que los Estados de todo el mundo se enfrenten a un incremento de la deuda pública que estima en un 23%. En resumidas cuentas, lo que los distintos gobiernos de alrededor de todo el mundo nos intentan decir es que, por un lado, van a emitir más deuda pública, y, por otro lado, los Bancos Centrales van a crear dinero para fomentar su compra.
Si algo tienen en común todas estas soluciones es que son las mismas que se proponen a lo largo de todo el arco político de derecha a izquierda. Desde los gobiernos más liberales hasta los más socialdemócratas están de acuerdo en una cuestión determinante para nuestro futuro: más deuda. En este sentido, es paradigmática la discusión que se ha dado en el seno de la Unión Europea entre los países del sur y el norte. Mientras que el sur pide mutualizar la deuda y compartir el riesgo para financiarse a un menor coste, el norte opta por facilitar ayuda en forma de préstamos. Por tanto, la discusión gira en torno al riesgo que comporta la deuda, al interés que debemos de pagar por ella, asumiendo que la deuda es tan necesaria para la vida como el agua. Esta pandemia nos descubre de nuevo que el capitalismo es incapaz de resolver las crisis que surgen porque solo puede posponerlas, que es irrelevante la ideología política del gobierno de turno porque no pueden sino ofrecernos miseria una vez más.
Asumir como soluciones a esta crisis la deuda pública y el dinero sin valor conlleva a que se refuerce irremediablemente el carácter ficticio de la economía. Este capital ficticio disfrazado de nuevo remedio está muy lejos de ser nuevo, como revela el desarrollo histórico del capitalismo. El castillo de naipes que ha ido construyéndose gracias al capital ficticio prosigue su levantamiento cada vez a un ritmo mayor, incapaz de reconocer que cuanto más alto, más frágil es. Y es que, además de no ser nuevo, tampoco es un remedio, ya que su única utilidad es la de posponer y acrecentar el conflicto hasta que este sea insostenible. En palabras de Marx, el capitalismo nunca resuelve sus contradicciones, sino que las eleva a una escala superior y las reproduce a una escala ampliada.

21 de mayo de 2020

Coyuntura epidémica. Crisis ecológica, crisis económica y comunización

Francois Danel 
11 de abril de 2020

«¿Quieres saber si tienes el coronavirus? ¡Escúpele a un burgués y espera los resultados!
Solidaridad con los trabajadores.» (Marsella, Francia. Abril 2020)

La producción capitalista, que nunca ha sido «respetuosa» con los seres vivos, acabó produciendo en los años setenta y ochenta —es decir, mucho antes de la epidemia que apareció en China en el otoño de 2019— una crisis ecológica a la vez global y permanente(1) en forma de contaminación generalizada y cambio climático. Dicha crisis es global en la medida en que amenaza a largo plazo la reproducción de la biosfera terrestre, de la que también depende la vida humana. Es permanente en la medida en que es intrínseca a la subsunción real del trabajo y de la naturaleza bajo el capital. En otras palabras, pese a que representa un problema importante desde el punto de vista de la clase capitalista en todos sus Estados y bloques, no puede ser superada efectivamente en el marco de una nueva y superior reestructuración de la relación de explotación a escala mundial. Por otra parte, una reestructuración superior de esa relación, que integre mejor el discurso ecologista con pretensiones radicales, sigue siendo posible, al igual que una ruptura comunista en y en contra de esta reestructuración que la clase capitalista va a tratar de imponer.

En la pandemia del coronavirus confluyen dos procesos en principio autónomos, ya que desde los años setenta las crisis económicas y la continua destrucción de lo viviente no habían estado vinculados de forma inmediata. Sin embargo, entre noviembre de 2019 y marzo de 2020, una epidemia surgida en la ciudad de Wuhan se propagó muy rápidamente por todo el mundo, poniendo de manifiesto una vez más la gravedad de la crisis ecológica y precipitando al mismo tiempo el estallido de una crisis económica de gran envergadura, cuyo advenimiento se preveía desde la anterior, contenida pero no superada. Por una parte, la creciente contaminación de la tierra, del mar y del aire, el calentamiento global, el agotamiento del suelo y la deforestación masiva, la urbanización enloquecida que esteriliza la tierra y hace cada vez más inhabitables todas las ciudades, las epidemias cuya propagación facilita la destrucción de las barreras naturales que antaño limitaban la circulación de los virus, y la destrucción objetiva del material humano por parte de la industria farmacéutica son otros tantos aspectos de la crisis ecológica permanente, que es insuperable en el marco de los límites de la reproducción ampliada del capital. Por otra, en esta primavera de 2020, la ya notable desaceleración de la producción y el comercio, la exacerbación de las tensiones entre los Estados y los bloques, la necesidad de que esta vez todas las fracciones de la clase dominante tomen medidas radicales para relanzar la acumulación sobre una base más «sana», y sus previsibles tentativas de embarcarnos en sus conflictos internos definen la crisis económica en curso, que en cualquier caso marcará el fin del ciclo abierto en los años 70, si no la «crisis final» del sistema. Porque es a nosotros, proletarios y comunistas, a quienes corresponde sobre todo afrontar —tanto en la teoría como en la práctica— esta coyuntura epidémica de la destrucción continua de la vida y de crisis actual de reproducción del capital. No porque seamos revolucionarios por naturaleza, sino porque en esta coyuntura estamos todos en su punto de mira.

Frente a lo que sostuvo Camatte cuando teorizó la fuga de la comunidad material del capital, no existe una errancia de la humanidad (2), porque los seres humanos, divididos en primer lugar por la relación social de género, jamás han existido sino bajo modos y relaciones de producción de vida material determinados socio-históricamente. La degradación del medio ambiente natural terrestre hizo su aparición, en formas limitadas, en territorios a veces muy extensos, pero a un ritmo muy lento, mucho antes de la constitución del modo de producción capitalista. Sin embargo, para que la producción de la vida material de los numerosos grupos humanos que han poblado la Tierra llegase a ser tendencialmente destructiva de este medio ambiente, el capital tuvo que afirmarse como modo de producción dominante e imponer su desarrollo a todo el planeta, al precio de la destrucción de los antiguos modos de producción y de la integración o el exterminio de los pueblos que aún no habían sido formalmente sometidos a la esclavitud asalariada. En el transcurso de este proceso, que comenzó con la acumulación primitiva de capital pero que sólo se desarrolló a partir del afianzamiento de la producción capitalista en Europa Occidental y Norteamérica a principios del siglo XIX, cabe identificar dos momentos decisivos. En primer lugar, la subsunción real del trabajo y de la naturaleza por el capital, que tuvo lugar en torno a la Primera Guerra Mundial, con el establecimiento de la organización científica del trabajo en todos los países desarrollados y la finalización de la colonización del mundo por las potencias europeas. Después, la producción de la crisis ecológica mundial, que corresponde al desarrollo de un nuevo ciclo de acumulación y de luchas, es decir, a una reestructuración global de la relación de explotación en los años 70 y 80, que suprimió todo lo que fundamentaba aún la identidad obrera y, por tanto, la afirmación de la clase, tanto a nivel de la fábrica como de la sociedad.

Ahora bien, si la crisis ecológica se produjo en el transcurso de la última reestructuración capitalista, cabe preguntarse por qué los grupos surgidos de la ultraizquierda francesa a partir de 1968 no la integraron en la problemática de la comunización como abolición revolucionaria sin transiciones del capitalismo. Fundado en 1977, el grupo Théorie Communiste entendió perfectamente que esta reestructuración destructiva del «viejo movimiento obrero» implicaba la reproducción de la contradicción proletariado/capital bajo una forma en la que el proletariado tiende a producir su existencia de clase como una restricción exteriorizada en la clase capitalista (3). Pero ni TC ni ningún otro grupo que teorizara la comunización entendió que la reestructuración incluía desde el principio la producción de una crisis ecológica a la vez global y permanente. En efecto, tanto la forma en que se presentó de entrada el contraataque capitalista como el rechazo generalizado que se desarrolló tras la derrota obrera hicieron, por así decirlo, que el problema desapareciera antes de ser planteado. Por una parte, la clase capitalista ignoró el informe de los expertos publicado en 1972 bajo el título The Limits To Growth («Los límites al crecimiento»): relanzó la acumulación atacando primero las rigideces del trabajo en la cadena global, sin preocuparse ni por el agotamiento de los recursos (materiales + energía necesarios para la producción) ni por la contaminación generalizada (la tendencia a la destrucción de la biosfera). Por otra, las luchas (interclasistas) en el frente de la ecología política —en particular contra la producción de energía nuclear— se empantanaron rápidamente en la ideología reformista del decrecimiento, porque ponían abstractamente en tela de juicio el productivismo, no la producción de plusvalor, el capital como valor en proceso. Por último, hay que añadir a estos dos factores específicos otro más general. Al pensar la comunización en el presente de las luchas cotidianas de un proletariado actuando estrictamente como clase, TC no sólo tuvo que combatir la ideología burguesa del fin del proletariado sino también la ideología revolucionaria de la comunización a título humano, lo que le impidió, al menos en un primer momento, integrar en su labor un problema susceptible de poner a priori en tela de juicio la coherencia de la teoría que estaba elaborando.

En el seno de los límites de la reproducción ampliada del capital, la crisis ecológica no es superable. En efecto, el capital es producción por la producción misma, tendencia que las grandes crisis económicas que marcan la sucesión de los ciclos de acumulación corrigen de manera recurrente pero que reafirmada de nuevo en cada reestructuración. En otras palabras, la reproducción ampliada del valor del capital en proceso implica una producción creciente de materiales y energía (capital constante = medios de producción, especialmente maquinaria) y productos de consumo (capital variable = salarios = productos necesarios para los trabajadores). Y como la disminución tendencial de la tasa de ganancia promedio se compensa con el aumento tendencial de la tasa de explotación sólo al precio de un aumento relativo del capital constante muy superior al del capital variable, el resultado es simultáneamente un agravamiento constante de la degradación del medio natural y un empeoramiento constante de la situación social del proletariado en relación con la clase que lo explota. Cierto, la clase explotadora no puede evitar integrar en sus cálculos, al menos formalmente, la degradación catastrófica de la biosfera, y ante todo en la medida en que esta degradación afecta al trabajo global que requiere para valorizar al máximo el capital global acumulado. Por ejemplo, debe reflexionar sobre las formas de conservar la fuerza de trabajo y limitar así el impacto de futuras epidemias, sabedora de que ya no puede impedir la propagación acelerada de los virus. Igualmente, debe reflexionar acerca de la forma de limitar el impacto, ya significativo, de la urbanización y el agotamiento del suelo como consecuencia de la producción de alimentos. Ahora bien, su comprensión de todos los llamados problemas ecológicos es sólo formal, ya que no puede cuestionar la producción continuada de plusvalor. La crisis ecológica no es la contradicción del capital, que sigue siendo la explotación —o más bien las dos contradicciones mutuamente entrelazadas de la explotación de clase y la división de género— pero la lucha de clase del proletariado, siempre entorpecida por sobredeterminaciones (como la racialización), también está sobredeterminada ahora por el hecho de que la reproducción del capital amenaza la reproducción de la vida humana.

En la actual coyuntura epidémica, los comunistas necesitan, claro está, una visión políticamente activa de la fractura que puede producirse, a nivel de la experiencia vivida, entre clases (4). La fractura en el seno de las poblaciones confinadas, entre los proletarios, hombres y mujeres, gran parte de los cuales ha sido requisada en todos los países para dar el callo —en la fábrica, en el supermercado, en el hospital— y los capitalistas, que se esfuerzan por preservar sus condiciones inmediatas de explotación la que vez que cavilan sobre los medios de relanzar la acumulación más allá de la necesaria purga del capital ficticio. No obstante, no podemos ir más rápido que el viento, pese a que ya esté soplando con mucha fuerza. Por un lado, la epidemia de Covid se presenta inmediatamente como una perturbación exterior a la sociedad global, no sólo para la clase capitalista, sino también para la masa del proletariado e incluso para la mayoría de los revolucionarios. De ahí la adhesión formal de los proletarios al confinamiento, criticable no sólo desde un punto de vista comunista, sino incluso desde un punto de vista científico, y las fórmulas abstractas radicales del tipo «todo está ligado al modo de producción capitalista» (5). Desde un punto de vista comunista, el deseo de los proletarios cuyo trabajo se considera esencial de quedarse en casa, de recibir su salario sin trabajar, es muy comprensible, pero participa de la atomización del proletariado, y por tanto de la paz social que la clase enemiga necesita para reestructurar. Desde un punto de vista científico, cabe preguntarse si el confinamiento es realmente útil para contener una epidemia, plantear que en principio todavía hay que identificar muy rápidamente a los portadores del virus e imponer cuarentenas selectivas, y constatar que, de hecho, las autoridades sanitarias, pasando de la inacción al pánico, han confinado a falta de algo mejor (6). Por otra parte, si el confinamiento más o menos general de las poblaciones tiene más de confesión del fracaso sanitario de los Estados que de respuesta racional a la epidemia y si no puede ser mantenido indefinidamente al mismo nivel —muy elevado— que se ha alcanzado en China e incluso, en menor medida, en varios Estados europeos, existe el riesgo de que el desconfinamiento sea parcial y selectivo. A este respecto, la crítica del análisis de los camaradas chinos de Chuang por los camaradas italianos de Il Lato Cattivo (7) es criticable a su vez: bajo las condiciones de la epidemia se puede realizar un experimento de contrainsurgencia a título preventivo. Tanto en China como en Europa o en Estados Unidos (not so great again), el Estado, separado de la lucha de clases para mejor intervenir en ella, no necesita tener una estrategia perfectamente a punto: la contrainsurgencia es como la reestructuración: se improvisa contra los proletarios en el transcurso de las luchas.

«¿Quieres saber si tienes el coronavirus? ¡Escúpele a un burgués y espera los resultados! Solidaridad con los trabajadores.» Este mensaje, pintado en una sábana en el centro de Marsella anuncia muy bien el rumbo que estamos obligados a tomar, so pena de muerte, no debido al «enemigo invisible» sino debido a nuestro enemigo más visible y activo: la clase capitalista. Todos y todas tenemos una gran necesidad de salir. No sólo para ir a currar, hacer cola ante la puerta del supermercado o hacer un poco de ejercicio cada cual en su rincón, y ni siquiera para hacernos tests (aunque eso no estaría de más), sino para luchar juntos contra la explotación agravada que nos están imponiendo. ¡Un poco de aire! ¡Muerte al miedo! ¡Muerte a la Unión Sagrada Sanitaria!


Notas:

1 Concepto a construir, en la perspectiva de la comunización.

2 Errancia de la humanidad, 1973, en la red.

3 Véanse los análisis de Théorie Communiste, en su sitio.

4 Roland Simon sobre el texto de Chuang, Social Contagion, en el sitio https://dndf.org

5 Coronavirus, croissance de l’État, et reproduction, https://dndf.org

6 Lorgeril, Science du confinement ou Confinement de la science ?, en la red.

7 Covid-19 et au-delà, en https://dndf.org