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23 de mayo de 2020

[Chile] Ya No Hay Vuelta Atrás N° 3. Reflexiones en torno a la Lucha de Clases

Recibo y publico:

El boletín “Ya no hay vuelta atrás” tiene su origen en la revuelta proletaria que incendió la región chilena a partir del 18 de octubre de 2019. El estallido de la revuelta y su desenvolvimiento histórico en los meses siguientes nos llevó a crear un espacio de reflexión, análisis y crítica del desarrollo de esta nueva etapa de la lucha de clases.
Las revueltas y revoluciones proletarias deben criticarse constantemente a sí mismas, so pena de caer en el conformismo y en el terreno de la clase enemiga. La revuelta de octubre se vio finalmente interrumpida por el nuevo contexto abierto por la pandemia mundial, que acarreó una aún mayor militarización de la sociedad. El resurgimiento de un movimiento proletario con características revolucionarias está supeditado entonces a la resolución de las contradicciones internas planteadas por su propia evolución, las que se hacían cada vez más claras durante las últimas semanas de la revuelta, que comenzaba a ahogarse en el fango demócrata propiciado por la salida burguesa del -suspendido- plebiscito pactado de abril.
En efecto, no será por sus conquistas directas, nulas casi, que la revuelta podrá convertirse en revolución. Ante esta verdadera contrarrevolución “biológica” a cuyo despliegue asistimos actualmente, es que el partido difuso de la insurrección podrá madurar hasta convertirse en un partido verdaderamente revolucionario. A este respecto, podemos decir que ya coexisten en una misma época, la crítica radical de esta sociedad con su negación en actos, pero es necesario que se fundan. En este sentido, “Ya no hay vuelta atrás” es uno de esos tantos puentes que hoy se están tendiendo para unir ambos elementos necesarios para la abolición total del mundo del capital.
Este tercer número está compuesto por un artículo de nueve tesis sobre la lucha de clases en el contexto local en el contexto de la pandemia global y una entervista a un compañero anarquista prisionero en el contexto de la revuelta.
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Extractos:
«El momento histórico que atravesamos está marcado por el hecho de experimentar aquí y ahora los efectos destructivos de la relación social capitalista, de su forma específica de producir y reproducir la existencia biológica y cultural humana, subsumida a la necesidad de valorización de capital que se nos presenta hoy como un sucesivo cumulo de escenarios catastróficos. 
Asistimos al agotamiento de un modo de vida producido específicamente por la civilización industrial-capitalista, que empieza a desbordar en todas direcciones las evidencias de sus propias contradicciones internas, teniendo toda catástrofe actual la misma raíz social: el dominio de las necesidades mercantiles de la economía por sobre las necesidades humanas. La actual crisis “sanitaria” del Coronavirus es entonces sólo una expresión singular de la totalidad de la catástrofe, que es la perpetuación del modo de vida capitalista.
[...]
En los últimos 30 años de la lucha de clases, hemos presenciado el colapso del proyecto de emancipación socialista del movimiento obrero, inaugurado en 1917 y que mostraba su fracaso terminal con el colapso de la Unión Soviética en 1991, que acabó por consolidar un capitalismo de Estado totalitario del cual China es hoy su máximo exponente, pasando luego por un período plasmado en una “paz social” de gestión democrática del capital “globalizando” estas relaciones sociales, hasta este punto de la coyuntura presente del Coronavirus donde se hace evidente que empiezan a vivirse realmente las contradicciones internas (de clase, ecológicas, “económicas” de desvalorización) del desarrollo capitalista. 
El fenómeno del Coronavirus y las diferentes revueltas del 2019, pueden significar la apertura histórica real de una nueva posibilidad de ruptura respecto a la forma de vida capitalista y al desenvolvimiento de la lucha de clases a nivel global, porque si global es el capital y su destrucción, mundial puede ser la revolución de la humanidad proletarizada. El actual escenario de catástrofe será el parto de una aceleración de los ritmos de los procesos históricos de cambio del siglo XXI, en torno al desenlace de la lucha de clases, donde la humanidad proletarizada se verá enfrentada a dos opciones: o la resignación y/o derrota ante la generalización de un control estatal totalitario con el argumento de gestionar las situaciones de “catástrofes” del capitalismo, o la construcción real de comunidades de lucha proletarias para establecer nuevas formas de vida y relaciones sociales como con la biosfera escindidas de la economía capitalista y su barbarie mercantil. 
El desafío de la lucha proletaria en este siglo que nos adentramos pasa por tareas específicas complementarias: el saber conjugar al mismo tiempo la lucha colectiva insurreccional y revolucionaria —proletaria por quienes la realizan, anti-proletaria por su contenido— con la construcción de nuevas formas de vivir, de comunidades humanas que transciendan conscientemente la forma social del valor con sus relaciones mercantiles causantes del antagonismo de clase, junto a todas las formas de dominación industrial hacia el entorno natural, patriarcal entre los géneros o “racista” entre etnias culturales. 
La necesidad de una manera diferente de habitar en el mundo, requiere de “medidas comunistas” concretas para suministrar los medios de subsistencia por parte de las comunidades humanas que emerjan en ruptura histórica con el capitalismo y sus relaciones sociales. Es la puesta en común de los medios de vida como proceso histórico revolucionario, para satisfacer de manera colectiva las necesidades humanas. Esto implica romper con la propiedad privada y todas las categorías del capital (dinero, trabajo asalariado, producción de mercancías) y el Estado (como jerarquización social). Tenemos que imaginarnos en el presente, como una propuesta programática de auto-abolición proletaria, el cómo modificar radicalmente nuestras maneras de alimentarnos, de proporcionarnos abrigo, de movernos, de relacionarnos simbióticamente con el entorno natural, de convivir afectivamente, de crear, como experimentamos la vida social e individual en sus diferentes ámbitos, la totalidad de la existencia. Habrá que decidir colectivamente qué elementos utilizar de la maquinaria de producción social actual susceptible de subvertir su uso y qué desechar por completo de ésta, por sus efectos nocivos irreconciliables. El modo de producción industrial y todo aquello que envuelve debe ser cuestionado de raíz. 
Estas son tareas concretas referentes a las formas de vida comunistas que no pueden aplazarse para “después de la revolución”, necesitamos pensarlas e imaginarlas colectivamente desde hoy, incluso ponerlas en prácticas experimentalmente con todas sus limitaciones obvias sin perder de vista la lucha de clases y su articulación con ésta. La comunización de los medios de vida debe ocurrir desde el principio del proceso revolucionario, pues la lucha de auto-abolición proletaria de todas las clases sociales por venir, no puede repetir el fracaso de los procesos de “transición socialista” que eternizaron la continuación de la dominación estatal y mercantil durante las revoluciones obreras del siglo XX. 
Es necesario que la auto-organización que vimos desarrollarse en la revuelta proletaria de octubre, el surgimiento de órganos autónomos de organización como las asambleas territoriales (u otros por crear), que se extendieron por todos los rincones de la región chilena, se multipliquen como potencia de la capacidad proletaria para afrontar de manera comunitaria los escenarios de catástrofe del modo de vida capitalista presente y futuro. Así, como saber desplegar medidas de autocuidado y de solidaridad proletaria autónomas al Estado/Capital.»

2 de mayo de 2020

The self-abolition of the proletariat as the end of the capitalist world

Agradezco al compañero de Malcontent Editions por traducir al inglés mi texto «La autoabolición del proletariado como el fin del mundo capitalista (o porqué la revuelta actual no se transforma en revolución social)». Como toda traducción de materiales revolucionarios a otro idioma, es un gesto de internacionalismo proletario. Y más específicamente hablando, es una forma de hacer accesible este texto al público angloparlante. Se agradece su difusión y su discusión entre sus contactos de habla inglesa. Proletarios de todo el mundo: ¡dejad de serlo!

«Here is the translation of a recent text from a comrade of the now defunct group Proletarios Revolucionarios (Quito, Ecuador) which attempts to clarify the reason why past and current struggles don’t expand from local revolts to the global revolution that needs to be assumed for the survival of the species, placing an emphasis on the need for the proletariat to not only recognize our condition and fight against the capitalist class, but to recognize the need for us to abolish our condition as proletarians itself and therefore the capitalist conditions that have created our class. This text is part one of a two part series, part two will be published here very soon and a pdf compiling both is in the works.»

[«Aquí está la traducción de un texto reciente de un compañero del ya desaparecido grupo Proletarios Revolucionarios (Quito, Ecuador), que intenta clarificar la razón por la cual las luchas pasadas y actuales no se expanden de revueltas locales a la revolución global que necesita ser asumida para la supervivencia de la especie, poniendo énfasis en la necesidad de que el proletariado no sólo reconozca nuestra condición y luche contra la clase capitalista, sino que reconozca la necesidad de abolir nuestra condición de proletarios por nosotros mismos y, por lo tanto, las condiciones capitalistas que han creado nuestra clase. Este texto es la primera parte de una serie de dos partes, la segunda parte se publicará aquí muy pronto y una compilación en PDF de ambas está en proceso.»]

25 de abril de 2020

Antiforma # 1. Revista de teoría crítica revolucionaria

Santiago de Chile. Otoño de 2020


Antiforma es un término acuñado por el grupo comunista radical italiano N+1, para designar el movimiento real que busca abolir las condiciones sociales dadas, sin reivindicar nada, sin pretender re-formar ni trans-formar las estructuras existentes, sino tan sólo negando cualquier forma social dada a priori, con lo cual se abre la posibilidad del comunismo como advenimiento de lo inédito. Un movimiento de protesta es, así, antiformista mientras despliega ese impulso destituyente de las formas sociales e institucionales dadas; pero pierde ese carácter en cuanto se propone realizar logros positivos adecuando las formas dadas a propósitos alcanzables dentro del orden capitalista.
 
Contenido:

G. Cesarano & G. Collu: «Apocalipsis y revolución. Primer capítulo: Salto mortal»
N+1: «Ingenierización social»
Tristan Leoni & Céline Alkamar: «Cueste lo que cueste»
Carbure: «Desconfinamiento selectivo y experimentos sanitarios: ira y asco»
Il Lato Cattivo: «Covid-19 y más allá»

2 de abril de 2020

Los títeres del Capital

Grupo Barbaria 
1 de abril de 2020
(Una crítica comunista de las teorías de la conspiración en tiempo de coronavirus)
Hay de todo y para todos los gustos. En uno de los extremos están las versiones más espectaculares, en las que Trump habría introducido el coronavirus en China con ánimo de ganar la guerra comercial. O China lo habría hecho para extenderlo a otros países, recuperarse de la crisis sanitaria la primera y dominar el mundo. O habrían sido directamente los gobiernos en sus propios países, preocupados por la cuestión de las pensiones, que habrían aplicado la típica solución maltusiana de quitarse la mayor parte de viejos de encima. El otro de los extremos, más sutil y también mucho más extendido en determinados medios, afirma que la gravedad del coronavirus, si no un invento mediático, al menos sí que está siendo conscientemente exagerada por la burguesía para aumentar su control represivo sobre nosotros. A fin de cuentas, la gripe común mata a más gente. ¿No es sospechoso que los gobiernos estén decretando estados de excepción, llevando al ejército a las calles, aumentando las patrullas policiales y poniendo multas altísimas ante una enfermedad que no llega al número de muertos anuales de la gripe común? Sea como sea, aquí hay algo raro.
Es lógico que en el capitalismo surjan discursos y formas de pensar como estos. Se trata de ideologías que emanan espontáneamente de las relaciones sociales organizadas en torno a la mercancía. Todas ellas se basan, en última instancia, en la idea de que todos nosotros seríamos títeres al albur de las decisiones de un grupo todopoderoso de personas que, conscientemente, dirigen nuestras vidas para su propio interés. Esta idea de fondo, que parecería sólo atribuible a las teorías de la conspiración, en verdad está muy extendida: es la que funda la propia democracia.
Los dos cuerpos del rey
Es una cosa particular la manera en la que nos relacionamos en una sociedad organizada por la mercancía. Inédita en la historia, de hecho. La primera y la última forma de organizar la vida social que nada tiene que ver con las necesidades humanas. Por supuesto, antes del capitalismo había sociedades de clase, pero incluso en ellas la explotación estaba organizada con el fin de satisfacer las necesidades ―en sentido amplio― de la clase dominante. En el capitalismo la burguesía sólo lo es en la medida en que sea una buena funcionaria del capital. Ningún burgués puede seguir siéndolo si no obtiene ganancias no para su consumo, que es un efecto colateral, sino para invertirlas de nuevo como capital: dinero para obtener dinero para obtener dinero. Valor hinchado de valor, en perpetuo movimiento. Cuando hablamos del fetichismo de la mercancía, damos cuenta de una relación impersonal en la que no importa quién la ejerza ―un burgués, un antiguo proletario venido a más, una cooperativa, un Estado―, porque lo importante es que la producción de mercancías persista en una rueda automática que no puede dejar de girar. La pandemia actual está mostrándonos lo que pasa cuando esa rueda amenaza con pararse.
Pero esta dinámica impersonal provoca una curiosa inversión. La relación social básica del capitalismo es esta: dos personas que sólo se reconocen entre sí en la medida en que son portadoras de cosas. Si esa cosa es capital, dinero dispuesto a invertirse en la explotación del trabajo, entonces su poseedor será un capitalista. Si es un trozo de tierra o sus derivados ―un bloque de viviendas, por ejemplo―, su poseedor será un rentista. Si es dinero destinado a la compra de mercancías para el consumo, su poseedor será un respetable consumidor. Si esa cosa es un cuerpo, unas manos, una inteligencia, una actividad en definitiva dispuesta a su venta, se estará en posesión de la mercancía fuerza de trabajo y su poseedor será un proletario. La posición social del poseedor de la mercancía cambia en la medida en que cambie esa misma mercancía. El ser humano viene definido por lo que posee, en la medida en que esto que posee esté destinado al intercambio. Las mercancías crean las relaciones sociales en el capitalismo.
Y sin embargo, la impresión que tiene el poseedor de la mercancía es bien distinta. Desde su plano individual e inmediato, es él quien decide. Propietario absoluto, sujeto consciente y libre, puede vender o no vender, invertir, consumir o echar al mar, si le apetece, la mercancía que tiene entre las manos. Es el fundamento mismo de la propiedad privada: el derecho de uso y abuso sobre aquello que se posee. Y esto le convierte en el soberano todopoderoso de su mercancía. La palabra no está escogida al azar: la soberanía, concepto fundante de la democracia y de la nación, encuentra su base en esta relación material entre productores privados de mercancías. El idealismo, el voluntarismo y la separación radical entre naturaleza y cultura, también. En la relación capitalista, el individuo es el rey. O al menos tiene la impresión de serlo.
Entonces, el capitalismo tiene dos cuerpos. Uno inmortal, impersonal, el de la perpetua producción y reproducción de capital, y otro mortal, pasajero, evanescente: el de los individuos que lo encarnan. El capitalismo siempre es impersonal, aunque esté personalizado. Sus individuos pueden tener la impresión de que lo dirigen ―y es lógico que así sea, la propia relación material que establecen entre sí les induce a pensarlo―, pero sólo lo harán en la medida en que sirvan para alimentar la máquina impersonal del capital. En ello consiste la curiosa inversión que producen las relaciones mercantiles: al mismo tiempo que están dirigidos por una lógica inconsciente, automática, una lógica que sólo pueden obedecer la comprendan o no, los individuos se piensan el sujeto de la historia.
Los títeres
Cuando se nos dice que la burguesía se estaría organizando para promover el pánico con el coronavirus, crear un estado de opinión policíaco dispuesto a aceptar cualquier violación de libertades civiles y poder así aumentar su poder sobre la sociedad, se hace una concesión a esta ideología democrática y se convierte a la burguesía en algo que no es.
En primer lugar, la burguesía no es un cuerpo unitario. Antes bien, la lógica de competencia capitalista no le permite actuar como un solo cuerpo más que en momentos precisos, cuando se ve obligada a ello por la organización en clase del proletariado. Sólo en momentos como esos la burguesía deja de competir entre sí por un mayor trozo del pastel y se enfrenta en bloque a nosotros. Tenemos muchos ejemplos históricos de ello: desde algunos más antiguos, como cuando Prusia detuvo los combates contra la burguesía francesa para que ésta pudiera aplastar la Comuna de París, hasta otros más modernos, como la tregua entre Bush padre y Saddam Hussein durante la Primera Guerra del Golfo para que Saddam pudiera redirigir, momentáneamente, sus bombarderos contra las deserciones masivas, revueltas y consejos obreros en el norte y sur de Irak. El resto del tiempo, la burguesía vive fragmentada y en una pugna permanente, un caos social que sólo puede ser organizado medianamente en el juego de facciones, siempre cambiante, al interior del Estado.
Por otro lado, el principal objetivo de la burguesía como clase dominante no es el control social. Eso es una consecuencia inevitable de su verdadero objetivo: el crecimiento del PIB, por simplificar, que naturalmente conlleva la gestión de una sociedad dividida en clases y la eventual represión del proletariado cuando le da por protestar contra su explotación. El Estado no es un monstruo autoritario que esté al quite de la primera ocasión en que pueda aumentar su poder sobre nosotros. Esa es la visión burguesa y democrática del Estado: de ahí el despliegue de toda una serie de mecanismos de control democrático para que no se exceda en sus funciones, antigua memoria de un Estado absolutista que todavía no estaba plenamente regido por la lógica impersonal del capital. Habida cuenta de la brutal disminución del PIB que se prevé con la crisis sanitaria del coronavirus, podemos suponer que el Estado no está muy contento de tener que desplegar sus fuerzas represivas para garantizar la cuarentena. Nos atrevemos a suponer, de hecho, que la clase dominante era mucho más feliz cuando la gente cumplía libremente con su papel en la circulación de mercancías: el de trabajadores y consumidores, como dios manda.
Y es que el Estado y sus políticos no son más que títeres. Pero no títeres de la burguesía, como muchas veces se dice. Esta idea sólo cambia una gran mano que sujeta los hilos por otra. No: unos y otros no son más que títeres con un papel diferente, pero títeres a fin de cuentas en el teatro del capital. Si no interpretan bien este papel, tendrán que hacer mutis por el foro. Las teorías de la conspiración, a cada cual más original, tienen la misma base que la del juego democrático: la idea de que los individuos determinan la historia, y de que un grupo de individuos debidamente posicionado ―sea el club Bilderberg o el Gabinete de los Estados Unidos― puede hacer uso de su libre arbitrio para dirigir nuestras vidas como le apetezca. De ahí también las infinitas discusiones, largas hasta el bostezo, sobre quién es el mal menor en las siguientes elecciones: por si alguien no había terminado de darse cuenta con la crisis actual, no importa si el partido en el poder es de izquierdas o de derechas. Intentarán hacer alguna medida diferente para justificar la diferencia de siglas, pero en el fondo, en lo fundamental, harán exactamente lo mismo porque la función determina el órgano, y su función está clara: la gestión de la catástrofe capitalista, cada vez más fuerte, cada vez más brutal.
Porque el coronavirus es expresión de eso. No es la crisis, porque la crisis es la del capital y sus categorías estructurales, como hemos explicado en otras ocasiones. Pero tampoco es una gripe común. En los días en que se escribe esto, en Madrid está muriendo cinco veces más gente que en los mismos días del año pasado. En todo el país los hospitales están atestados. Ante la escasez de aparatos respiratorios, se está dejando morir a los enfermos a partir de una determinada edad. Las morgues y los cementerios no dan ya más de sí. No es una gripe común. La crisis sanitaria, económica y social que ha despertado el coronavirus es, de manera más profunda y real, la expresión de unas relaciones sociales que se están pudriendo por dentro y que morirán matando, si no acabamos antes con ellas. Nos hemos hartado de decirlo hasta la saciedad: la disyuntiva real, la única posible, es la revolución comunista o la extinción de la especie. La pandemia por desgracia es una demostración inmejorable.
¿Impotencia?
Ningún individuo, ni siquiera un grupo de ellos, es sujeto de la historia. El individuo no es más que una partícula en el flujo de dos fuerzas sociales contradictorias. Son esas fuerzas las que se mueven y los individuos, lo sepamos o no, nos movemos canalizados por una u otra. Como dos corrientes de agua, o mejor, como dos placas tectónicas: su fricción creciente desemboca, antes o después, en un terremoto.
No es maniqueísmo. Un solo individuo puede moverse en una y después en otra, y convivir en esa contradicción hasta que la polarización social parte las aguas y te encuentras en uno de los lados de la barricada, como suele decirse. Una de esas fuerzas afirma la conservación del orden existente. Es el partido del orden, que describía un compañero. La otra se despliega como un movimiento real que pone en cuestión el estado de cosas presente: es el comunismo, que nada tiene de ideología o de una propuesta deseable para el futuro, sino que es la emergencia de unas relaciones sociales que ya se están desarrollando y que pugnan por imponerse contra la putrefacción del capital.
En estas semanas hemos visto expresarse ambas fuerzas sociales. Por un lado, la unidad nacional y la disciplina social: los aplausos cotidianos desde los balcones al personal sanitario, esos grandes héroes nacionales que, como todos los héroes nacionales, están siendo utilizados como carne de cañón en el juego de peones del capital. También se encuentran aquí el espionaje desde las ventanas, las denuncias a la policía de quien sale más de dos veces a la calle, los abucheos a las personas que van acompañadas, independientemente del motivo. Eso está, aunque tampoco podamos exagerarlo. Visto en perspectiva histórica, mucho más fuerte fue la presión en las potencias occidentales por alistarse en la Primera Guerra Mundial o muchísimo más por luchar contra el fascismo y a favor de la democracia capitalista durante la Segunda Guerra. No estamos en una situación contrarrevolucionaria, como la de la posguerra, en la que la defensa del capital fue asumida por una amplia parte del proletariado.
Por otro lado, vemos surgir expresiones de apoyo mutuo y solidaridad con el desconocido. Los bloques de viviendas, los barrios, incluso las pequeñas ciudades se organizan para hacer la compra, hablar y apoyar emocionalmente a las personas que lo necesitan en las duras condiciones de la cuarentena. Todos lo hemos notado: hay como una necesidad de hablar permanente, de ayudarnos, de compartir lo que está ocurriendo y de reflexionar juntos. Además, las huelgas en BrasilEstados UnidosNueva ZelandaCamerún, por no hablar de Italia, donde se suman los saqueos a los supermercados, y los disturbios, como en Hubei, se están multiplicando con una sincronicidad mundial que confirma una dinámica cada vez más internacional de las luchas de nuestra clase. A diferencia de la crisis de 2008, que nos pilló a todos más aislados, presas de la conmoción, en esta nueva crisis no hay una autoculpabilización, un hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, un apretarse el cinturón, que es lo que toca: todo lo contrario, hay una conciencia muy clara de que se nos manda al matadero para preservar el buen funcionamiento de la economía nacional.
No hay nada que pueda decirnos si va a estallar un movimiento de luchas ahora, en unos meses ya pasada la cuarentena o dentro de tres años. Porque no hay una relación mecánica entre la violencia que ejerce el capital contra nosotros y el momento en que nos levantamos como clase. Es imposible prever cuándo caerá la gota que desbordará el vaso, pero hay algo seguro: la cuestión está muy lejos de la acción de algunos individuos, ni de los maléficos que nos dirigen ni de los benevolentes que quieren salvarnos. Simplemente, no se trata de eso. Hay dos placas tectónicas, dos fuerzas contrapuestas que están incrementando la tensión de su empuje. No sabemos cuándo vendrá el terremoto. Lo que es seguro es que la manera de prepararnos cuando llegue pasa por comprender la gravedad del momento histórico que estamos viviendo. De nuevo, una vez más, otra vez: la única elección que vale la pena es la de la disyuntiva entre la revolución o la extinción de la especie. Nosotros ya hemos escogido.
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Relacionado: Hay algo más allá de nuestras narices. Crítica a las teorías de la conspiración  Comité de Herejías Varias. 2009. Ed. Mariposas del Caos. Rosario. 
«No existen “los que detentan el poder” (los visibles y aquellos supuestos invisibles titiriteros) y “los engañados” (que vendríamos a ser el resto de la población mundial). Caer en el error de dar por supuesto que hay unos titiriteros que mueven toda la realidad, aparte de ser ingenuo y una simplificación, no hace más que distraer cualquier acto de resistencia y ataque real.
Incluye texto sobre la gripe A (H1N1 o gripe porcina) “No se necesita una conspiración”, de Comunización (Chile).»

17 de marzo de 2020

Contagio – n+1

Informe de la tele-reunión de N+1 del 10 de marzo de 2020. Trad: Antiforma.

Mapa mundial del contagio de Coronavirus (Fuente: BBC, 12 de marzo de 2020)

La tele-reunión del martes por la tarde, con 16 camaradas presentes, se inició comentando las nuevas disposiciones que el gobierno italiano ha tomado para evitar la propagación del coronavirus.
A pesar de los llamamientos que la OMS para la responsabilidad y coordinación internacionales (porque el virus no se detiene en las fronteras), los Estados están adoptando medidas contradictorias sin ninguna forma de cooperación. Italia ha pasado de un alarmismo inicial a una minimización general del fenómeno, para a continuación poner en cuarentena a toda la población. Alemania, Francia, Inglaterra y España, donde ya hay miles de casos, actúan de forma dispersa. Paolo Giordano en el artículo La linea temporale che è stata trascurata señala que "el contagio, una vez iniciado en una zona, procede de manera similar a lo que ha sucedido o sucederá en otra parte".
Los países europeos han desarrollado sistemas nacionales de salud que funcionan, pero si miramos a los Estados Unidos el escenario cambia completamente: allí, desde el punto de vista de la protección médica, la estructura es deficiente y está en manos privadas. New Rochelle, un pequeño pueblo en las afueras de Nueva York considerado una zona roja, ha quedado completamente aislado y desde el jueves los soldados de la Guardia Nacional ayudarán en el rescate y manejo de emergencias sobre un área de ocho kilómetros cuadrados.
A menos que se adopten medidas coordinadas entre las naciones, la situación sanitaria y social corre el riesgo de estallar. El mundo está "mal" dividido en cuanto a la distribución de la población: hay ciudades de 30 millones de habitantes y zonas completamente desiertas. Las metrópolis tienen intrínsecamente un problema logístico, incluso sin la presencia de virus letales. Y es obvio que los prisioneros no se sienten cómodos tras las rejas mientras una enfermedad infecciosa hace estragos: la prisión es el clásico eslabón débil de la cadena, el que salta primero. En China han puesto a decenas de millones de personas bajo arresto domiciliario, sacrificando a los enfermos más graves y bloqueando zonas enteras del país. Algo similar está ocurriendo en Italia: si no se cuenta con suficientes camas disponibles en los centros de cuidados intensivos, se dará prioridad a los pacientes con mayores posibilidades de salvarse y se dejará a los demás a su suerte. El sistema de Protección Civil y el Ministerio de Salud también prevén la transformación progresiva de los hospitales en centros dedicados especialmente a los infectados, con el traslado de los demás pacientes a otras instalaciones.
En muchos casos la infección por Covid-19 es asintomática y durante algunos días no muestra signos de estar presente en el portador; la única forma de contrarrestarla es separar a las personas. En pocas semanas China ha pasado de un porcentaje muy elevado de propagación a una clara mejora en el frente de contagio gracias a la subdivisión del territorio en cuadrículas y a la limitación de la movilidad incluso dentro de cada zona individual (en algunos lugares sólo se permitía que un individuo por familia saliera de compras cada tres días). Se ha llegado incluso a rastrear mil millones de teléfonos móviles para cartografiar los movimientos de los ciudadanos.
La acumulación de problemas (situación económica, competencia entre países, colapso de la producción industrial, etc.) encontró en la propagación de la epidemia una solución discontinua. La realidad marcha a su propio ritmo y la gente se ve obligada a perseguirla, especialmente cuando se acelera. Las burguesías están obligadas a hacer algo, no pueden permitirse el lujo de dejar que colapsen países enteros, y por lo tanto tendrán que poner en marcha mecanismos automáticos de salvaguardia. Una vez que hayan logrado ciertos resultados no habrá vuelta atrás y los resultados políticos y sociales se van a apoderar de quienes los pusieron en marcha. El mundo ya no será el mismo que antes, dicen muchos observadores políticos, y es evidente que ciertas medidas de control social continuarán durante mucho tiempo y probablemente se harán permanentes.
Ya antes de la propagación del virus se esperaba una recesión mundial debida a la oleada de bajo crecimiento de China y Alemania, a la que se añadió el Brexit, la situación económica comatosa del Japón y, en general, la muy peligrosa (para el capitalismo) tendencia a cero cero de las principales economías mundiales. Por lo tanto, la salud está entrelazada con los aspectos económico, financiero y social. La solución a esta gran crisis no puede venir ciertamente de un capitalismo moribundo y sin energía, sino únicamente del futuro, de n+1. Para nosotros, el comunismo es el "verdadero movimiento que suprime el estado actual de las cosas", y es imposible que no se manifieste también en aspectos que la burguesía considera internos a su sistema: "Por otra parte, si no pudiéramos ver ya ocultas en esta sociedad -tal como es- las condiciones materiales de producción y las relaciones entre los hombres correspondientes a una sociedad sin clases, cualquier esfuerzo por hacerla estallar sería quijotesco" (Marx, Grundrisse).
Durante la Segunda Guerra Mundial la burguesía estableció un inmenso sistema de organización para la producción de armas. Por lo tanto, sabe cómo organizar la producción (taylorismo y organización científica del trabajo), sabe cómo obtener un resultado de la mejor manera posible, y si duda es porque no puede dar una respuesta unívoca y unitaria, estando dividida en diferentes nacionalidades. La OMS se ha estado preparando durante decenios para escenarios de pandemia, sabe cómo comportarse, y cada día compila un informe detallado sobre la situación país por país en el que sugiere a los diversos ministerios de salud las medidas que deben adoptarse. Tiene una visión clara de cómo intervenir, pero no tiene poderes ejecutivos para hacerlo.
Es esencial estudiar el origen de los virus, que no son organismos vivos pero que sólo pueden reproducirse explotando a otros. Analizar el virus significa observar el nacimiento de la vida: a partir del caldo primigenio las moléculas se han combinado para auto-replicarse y han sido capaces de desarrollarse y evolucionar. Como observó David Quammen (autor del libro Spillover. The Evolution of Pandemics) en una entrevista dada al Huffington Post, "lo que otros ven como una venganza de la naturaleza, yo lo describiría así: los ecosistemas complejos son el hogar de animales, plantas, hongos, bacterias y otros organismos celulares; y todos estos organismos celulares son el hogar de los virus. Si decidimos comprometerlos, lo hacemos a nuestro propio riesgo". El hombre capitalista tiene una práctica depredadora hacia el hábitat terrestre, no debe sorprenderse cuando el medio ambiente lo "ataca" de vuelta y desencadena pandemias.
Luego está el gran problema del aislamiento: esta es la sociedad del movimiento, en la que el hombre se mueve al ritmo de las máquinas, de los medios de producción, y es prácticamente imposible que los virus no los sigan. La actual desaceleración del tráfico de mercancías es mortal para la economía, pero sin "distanciamiento social" no se puede detener el contagio. Las bolsas también están sufriendo: en Europa, tan sólo el lunes 9 de marzo desaparecieron 600 mil millones de euros. La autonomización del Capital avanza rápidamente y en pocos días una gran cantidad de capital ficticio que esperaba una (imposible) valorización futura se ha esfumado.
Tras la propagación de la epidemia de coronavirus, en Italia se produjeron las primeras huelgas en fábricas y almacenes logísticos. En la FCA de Pomigliano los trabajadores se cruzaron de brazos espontáneamente. Los confederales están empezando a cambiar su posición con respecto a lo que decían hace unos diez días (véase el comunicado de los "actores sociales"), y han planteado el problema de la salud de los trabajadores en el lugar de trabajo.
Al final de la tele-reunión hablamos de lo que está sucediendo en Chile en los últimos tiempos. En Santiago, durante meses, cientos de miles de personas han estado tomando las calles ininterrumpidamente. Las tiendas y los bancos están cerrados o han puesto sistemas de protección armados, y la vida comercial del país está casi paralizada. "No se puede vivir así" es uno de los eslóganes que aparecen en las murallas de la ciudad. La feroz represión ha dado lugar a más de 30.000 detenciones y alrededor de 30 muertes, pero las manifestaciones no disminuyen. A pesar de la violencia de la policía, el clima es más bien alegre: a una situación totalmente invivible, con el 60% de la población en la pobreza, se responde con aglomeraciones diarias en las calles y plazas.
La crisis es sistémica y sólo puede producir efectos sistémicos. Cada vez hay menos espacio para la ideología, los desfiles sindicales y las reuniones de jefecillos; las masas chilenas, como las colombianas, se han rebelado contra una "vida sin sentido". El Líbano está técnicamente en bancarrota y el primer ministro ha admitido ante las cámaras que el país ya no puede pagar sus deudas; la desastrosa situación económica ha provocado manifestaciones y enfrentamientos con la policía en Beirut y Trípoli. También en Iraq continúan los enfrentamientos y las muertes: desde el comienzo de la protesta, la policía y los escuadrones de la muerte han matado a cientos de manifestantes.
Como Roberto Vacca escribió en su famoso ensayo Il medioevo prossimo prossimo prossimo, estamos asistiendo a la decadencia de los grandes sistemas. En otras palabras: la sociedad capitalista se está derrumbando debido a sus defectos intrínsecos. La propagación de enfermedades, los motines carcelarios, el colapso de la salud pública, los asaltos a supermercados, la huida lejos de las metrópolis que en momentos de desastre son vistas como trampas, anticipan escenarios catastróficos. La película Contagion (2011) de Steven Soderbergh se ha vuelto viral en la web en los últimos días. La película trata de una gigantesca epidemia que ha estallado en China a causa de un virus nacido del nefasto mestizaje entre un murciélago y un cerdo, enfermedad que se propaga rápidamente a nivel mundial causando un caos social y millones de víctimas. Si la industria cinematográfica produce este tipo de películas es porque hay un determinismo que la lleva a eso. Evidentemente, se está abriendo camino la percepción de un mundo que, si hasta ayer se consideraba seguro, hoy parece ser una fuente de profunda incertidumbre.

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Relacionado y recomendado: Contagio social: guerra de clases microbiológica en China – Chuang (febrero 2020)

16 de marzo de 2020

En el vórtice de la anarquía mercantil – n+1

Informe de la tele-reunión del grupo N+1, realizada el martes 3 de marzo de 2020 (extractos). Trad: Antiforma.

(...) El 27 de febrero pasado el periódico Avvenire publicó un artículo firmado por dos virólogos, profesores del Departamento de Ciencias Veterinarias de Turín (No es la peste, pero tampoco la gripe. Ese es el por qué"), en el que advertían sobre el riesgo de subestimar la epidemia:
«La verdad es que nadie sabe cómo terminará. El principio de prevención, si es bien aplicado, nunca sería lo bastante apreciado si el problema sanitario no se produce. Pero una subestimación del peligro, en presencia de una epidemia fuera de control, desencadenaría una revolución.»
The Economist tituló su última edición, El virus está llegando, ofreciendo la certeza de que la enfermedad se está expandiendo a nivel mundial y avanzando la hipótesis de que "entre el 25 y el 70% de la población de cualquier país infectado podría contraer la enfermedad". Las epidemias de Sars y Mers fueron mucho más virulentas, pero al eliminar a sus huéspedes humanos no tenían cómo propagarse por todo el mundo. El coronavirus es menos mortal y, por lo tanto, tiene una mayor prevalencia. El Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS) dijo:
«A nivel mundial, alrededor del 3,4% de los infectados con Covid-19 han muerto. En comparación, la gripe mata a menos del 1% de los infectados.»
Por ahora no hay vacuna y, como dice la OMS, hay que prepararse para una pandemia. Los problemas de salud se ven agravados por problemas económicos y sociales: el sistema de salud de los Estados Unidos, por ejemplo, se encuentra desmantelado y en manos privadas, y no dispone de los instrumentos necesarios para responder a una epidemia: allí los vendajes se pagan y cuestan caro. Ahora bien, si la población no es atendida adecuadamente, es muy probable que se rebele.
En el modelo matemático esbozado por Paolo Giordano en el Corriere della Sera (Coronavirus, la matemática del contagio que nos ayuda a razonar en medio del caos), la fórmula utilizada es simple: hay un número llamado R0 que indica a cuánta gente en promedio contagia cada individuo infectado: si ese número es menor que 1 la enfermedad se detiene por sí sola, si es mayor el contagio crece. El R0 del Sars-CoV-2, el virus que causa el Covid-19, se estima en alrededor de 2,2.
China ha logrado contener la propagación del virus con medidas de aislamiento que afectan a 60 millones de personas, de las cuales 11 millones se concentran en la ciudad de Wuhan. Como señala el Instituto Superior de Salud de Italia, sólo con medidas de "distanciamiento social" se puede aminorar la velocidad de propagación del coronavirus, empujando el pico epidémico hacia adelante en el tiempo y reduciendo su altura, de modo que los casos se multipliquen a lo largo de un período de tiempo más extenso. Lástima que el capitalismo sea un sistema basado en intereses antagónicos, donde la salud de la especie es menos importante que la ganancia. Por un lado, la OMS, un organismo internacional centralizado, pide acciones coordinadas; por otro, los estados nacionales se mueven de forma descoordinada (dicho sea de paso: en 2018 la OMS había informado ya sobre el riesgo de aparición de una "enfermedad X" causada por un virus desconocido).
El capital crea organismos mundiales para responder a los desafíos mundiales, pero se encuentra con burguesías incapaces de unirse y hacer un frente común (contra el virus). El comité científico invocado por el Primer Ministro italiano ha elaborado nuevas normas que se difundirán en las próximas horas: se trata de indicaciones relativas a las distancias que deben observarse entre las personas, el comportamiento que a mantener en lugares públicos y las medidas higiénicas que deben respetarse. Los médicos piamonteses, en un comunicado, invitan a no bajar la guardia sobre el coronavirus, pero las indicaciones científicas no se llevan a la práctica porque hay intereses económicos que proteger: los cines, los museos, las tiendas y las fábricas deben permanecer abiertas y seguir bombeando plusvalía.
(...)
Los actores sociales unidos corporativamente para salvar la economía nacional hacen eclipsar las medidas tomadas para limitar la propagación del virus y, al hacerlo, hacen avanzar el problema empeorándolo. Este sistema no está listo para enfrentar una emergencia de esta naturaleza, porque es absorbido por el vórtice de la anarquía mercantil. Dicho esto, varias empresas están haciendo trabajar a sus empleados de forma inteligente, desde casa, y se están llevando a cabo experimentos para la educación de los estudiantes a través de plataformas de Internet, puestas en práctica en China y ahora también en Italia. Las medidas de contención del Covid-19 han ayudado a reducir las emisiones de dióxido de carbono en China en 100 millones de toneladas: esto demuestra que gran parte de los desplazamientos innecesarios hacia y desde el lugar de trabajo pueden ser eliminados inmediatamente. «Reducir la congestión vial, su velocidad y su volumen prohibiendo el tráfico innecesario» es el punto G de El programa revolucionario inmediato (reunión de Forli, 1952), que desarrollamos en el artículo Evitar el tráfico innecesario.
El largo proceso de disolución del capitalismo experimenta a veces aceleraciones repentinas que en pocas semanas producen saltos adelante que en otras circunstancias habrían tomado años. Lo que falta hoy es un gobierno mundial: el sistema de naciones, de intereses económicos opuestos, impide la realización de un plan de vida para la especie.
La forma social actual se muestra cada vez más disipativa e irracional, y de hecho Marx en sus Manuscritos de 1844 enfatiza que la próxima será una revolución a título humano, porque «Este comunismo es, como completo naturalismo = humanismo, como completo humanismo = naturalismo; es la verdadera solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, la solución definitiva del litigio entre existencia y esencia, entre objetivación y autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y género. Es el enigma resuelto de la historia y sabe que es la solución.»
La burguesía no sólo no piensa en un plan para la especie, sino que, aplastada como está por las necesidades conflictivas de valorización de los capitales individuales, encuentra dificultad en realizar siquiera una planificación económica nacional.
Dado que las catástrofes ambientales, sanitarias y humanitarias (como la emergencia de los migrantes en la frontera greco-turca) no hacen más que multiplicarse, de esta sociedad surgirá la necesidad de un partido que no tenga como objetivo reformar lo existente ni hacer política, sino que tenga una perspectiva más amplia. La mayoría de los discursos que proliferan en los círculos tercerainternacionalistas se refieren a cuestiones de detalle como la lucha sindical o qué consignas lanzar al proletariado, temas menores en comparación con lo que está hirviendo en la olla. En relación con la actual epidemia, muchísimos izquierdistas se extravían en imprecisas teorías de la conspiración o minimizan acríticamente el problema, y nadie parece darse cuenta realmente de cuán fuera de control está el sistema.
Retomando lo que escribimos en la revista # 46 (¿Se acabó el futuro?), y traduciendo al lenguaje corriente la suposición de Marx sobre el 48 en Francia, afirmamos que se está preparando un gigantesco reinicio en el computador de la revolución. Quienes no están sintonizados con el futuro están destinados a extinguirse.

29 de septiembre de 2019

SOBRE LAS ANTICIPACIONES DEL APOCALIPSIS EN MARX

Ciro Mesa Moreno, 2009


Marx fue un pensador militante, un activista político, un hombre de partido. Esto es un indicio de lo a fondo que asumió que la historia constituye un proceso abierto. Su momento optimista, su confianza última en la racionalidad de los hombres, no clausuró la consciencia materialista de la incertidumbre. El concepto marxiano de historia no incluye la representación de un final cerrado y predeterminado, al que la humanidad se encamina inexorablemente, representación que constituye para él una mistificación metafísica. Pero interpretó su época como una realidad atravesada por promesas emancipatorias con cuya realización se compromete y cuya realización espera. Pensó que la tendencia dominante de la historia humana era la que apuntaba hacia una humanidad emancipada, socializada de un modo no-coactivo. Sin embargo, al pensar la historia como un proceso abierto, su diafragma teórico debió abrirse hasta atender a las posibilidades negativas. De ahí que en sus textos también podamos encontrar rastros del apocalipsis. Se trata, efectivamente, de rastros, no de una teoría apocalíptica acerca del fin de los tiempos. Marx fue también en algunos momentos de su escritura, tal vez a su pesar, anunciador de catástrofes. Digo a su pesar por la forma en que aparecen las posibilidades apocalípticas en sus textos: reticentemente, como temores desactivados por la confianza en el instinto de autoconservación del animal humano, como dudas que se expresan pero de las que no se extraen sus consecuencias últimas. Este escrito se dedica a indicar y comentar algunos de los textos de Marx en los que se manifiestan aquellos rastros del apocalipsis. Me parece que dice mucho sobre nuestra época que esos textos, precisamente estos más que los optimistas, produzcan la impresión de que pueden ser aplicados de forma inmediata a la actualidad. [...]

Marx concibe, pues, el desarrollo capitalista como un proceso plagado inevitablemente de movimientos catastróficos. “Sabemos”, afirma en el mencionado discurso, “que las nuevas fuerzas de la sociedad, para alcanzar una efectividad correcta, necesitan solamente hombres nuevos que se conviertan en sus dueños –y estos son los trabajadores” (ibíd.). Sólo una sociedad en la que los trabajadores dominen las fuerzas productivas despertadas por el capitalismo podrán quitar de estas su carácter antagónico. De ahí la alternativa que presenta Marx: o bien el proceso social sometido a ley de valorización del capital continúa su marcha catastrófica –cada vez más violentamente catastrófica-, o bien aquellos a quien esa ley somete y embrutece toman consciencia de esa realidad e intentan darse a sí mismos una forma de sociedad pacífica y racional, en la que sea posible un desarrollo sin esclavización ni mártires. Sabemos que aquí no estamos ante una alternativa entre posibilidades a las que se conceda el mismo grado de plausibilidad. El planteamiento de la alternativa entre socialismo y barbarie es en sí mismo un ejercicio retórico a favor del primero, que se identifica ya, dentro de la misma oposición, con las ideas de razón, libertad y humanidad. Pero, no obstante, se trata también de una alternativa que se presenta como real, por que en definitiva –y esto es lo que hace necesario aquella retórica- el futuro está abierto y nada está decidido de antemano. Ni la barbarie, ni la regresión, ni el apocalipsis final socialmente producido, fueron posibilidades que Marx, en virtud de su confianza última en la racionalidad humana, terminara de asumir en su inminencia. Pero tampoco pudo descartarlas. La alternativa entre socialismo y barbarie proclama que los trabajadores deben vencer, que tienen que vencer, por que, si son derrotados, entonces el embrutecimiento, la esclavización y el envilecimiento de los hombres llega hasta el final de los tiempos y precipita el final mismo. Si aquel acontecimiento emancipador se piensa como un mero imperativo práctico, una mera posibilidad, entonces este final se levanta como una expectativa histórica real. [...]

Más adelante veremos como percibió Marx que la lógica del desarrollo capitalista conduce por sí misma a la catástrofe ecológica. Ese es uno de los rastros del apocalipsis a los que me refería más arriba. Otro, que es el decisivo porque aquel depende de este, es la posibilidad, apenas insinuada, de que la lucha de clases acabe sin supervivientes o de que los trabajadores sean definitivamente derrotados y absorbidos, y el capital siga su marcha triunfal hacia la destrucción sin contestación ni oposición. Veamos ahora algunos pasajes en los que el discurso marxiano deja ver este rastro. [...]

Marx pensaba que los dispositivos técnicos desarrollados dentro de las relaciones capitalistas de producción funcionan también necesariamente, en el contexto de esas relaciones, como medios de destrucción. La historia del siglo XX , en el que la lucha entre los hombres adquirió formas políticas de movilización y antagonismo cuya destructividad no le fue dado a Marx anticipar, muestra como la imagen apocalíptica de una liquidación total de la humanidad entera dejó de ser una posibilidad remota para convertirse en el miedo cotidiano de millones de hombres. [...]

Por otro lado, las crisis periódicas y de violencia creciente que son constitutivas al despliegue antagónico del modo de producción capitalista, no sólo mutilan una parte del capital mismo, sino que sacrifican trabajadores. Marx acaba el artículo en un tono, ahora sí, directamente apocalíptico: “Aumentan los terremotos en los que el mundo del comercio sólo se conserva sacrificando una parte de la riqueza, de los productos e incluso de las fuerzas productivas a los dioses del submundo, resumiéndolo en una palabra: crisis (…) El capital no sólo vive del trabajo. Como un señor ufano y bárbaro a la vez lleva consigo a la tumba los cadáveres de sus esclavos, hecatombes enteras de trabajadores que sucumben en las crisis” (Mew, 6, 423). Esta representación apocalíptica está cargada de resonancias míticas: el capital paga su subsistencia sacrificando riquezas y hombres a las fuerzas demoníacas. Una imagen mítica cargada a su vez, no obstante, de contenidos históricos reales si leemos a través de ella los vendavales de destrucción que desató la burguesía en el siglo XX cada vez que su poder estuvo de verdad amenazado. Si Marx no llega a tomarse completamente en serio la hipótesis de una destrucción total del trabajo vivo por obra del trabajo muerto, no fue en consideración de la existencia de algún tipo de inhibición moral o civilizatoria, sino de la lógica de intereses inmanente al proceso de valorización del capital. En el mismo artículo escribe: “A los señores capitalistas no les faltará carne y sangre explotables, y se dejará que los muertos entierren a sus muertos. Pero esto, más que un consuelo que se dan a sí mismo los trabajadores, es un consuelo que se da a sí misma la burguesía. Si la clase entera de trabajadores asalariados fuera destruida por la maquinaria, ¿no sería horrible para el capital que sin trabajo asalariado deja de ser capital?” (Mew, 6, 421). Este texto de Marx parece perseguir un efecto relativamente tranquilizador: los trabajadores no se extinguirán pues son necesarios para la supervivencia del capital como capital. Pero la frase en su sentido más lato revela un rastro del apocalipsis. Una situación en la que sólo el interés del capital separa a la clase de los trabajadores de la inmolación constituye para estos una representación bastante cercana a lo que podría significar socialmente la palabra “infierno”. La constatación de que, al fin y al cabo, el capital necesita imprescindiblemente un quantum de trabajo vivo sólo resulta consoladora, y en muy escasa medida, para los que se ven casualmente a salvo, para aquellos cuyos medios de vida no han sido reclamados todavía, usando la expresión de Marx, por los dioses del submundo. Un triste consuelo para aquellos a los que se le concede una existencia tan culpable como provisional en función de un sistema impredecible y vengativo. Un consuelo terrible el asociado a esa imagen de una trampa sin escapatoria, no menos apocalíptica por cotidiana y consabida: la de una sociedad ante cuyo poder sus miembros son insignificantes e impotentes, y se encuentran sometidos a fuerzas que en cualquier momento los pueden sacrificar, pero a las que, no obstante, deben servir y contribuir a potenciar. [...]

Lo profundamente apocalíptico de los rastros de posibilidades negativas que laten en los textos de Marx se nos revela sobre todo al pensarlos juntos, uno al lado del otro. Más arriba vimos que determinados pasos del discurso marxiano indicaban que el automatismo productivo fabrica una humanidad automática que no se resiste al comando del capital. Apocalíptica es la unión de esta amenaza a la tendencia al colapso ecológico. Precisamente porque la oposición efectiva a esta tendencia requeriría una subjetividad mayor de edad, capaz de oponerse a la marcha objetiva de la sociedad y de transformarla. Pero este es precisamente el tipo de constitución subjetiva que la sociedad capitalista bloquea. Los rastros del apocalipsis presentes en los textos de Marx nos conducen, así, a una contradicción con la que tenemos que seguir pensando y viviendo mientras sea aún posible una cosa y la otra a la vez.