24 de septiembre de 2020

Pedro Scaron: el anarquista marxólogo

[Artículo] PEDRO SCARON, O LECCIONES PARA MARXISTAS DE UN MARXÓLOGO LIBERTARIO 

Horacio Tarcus. Argentina,  2017

«¿Quién era este ignoto traductor que se atrevía a tomar semejantes libertades para enjuiciar no sólo la labor de Kautsky o de los comunistas sino, también, la de Engels e incluso la del mismísimo Marx? Resulta difícil establecer la biografía de Pedro Scaron. Gracias a su viejo amigo Luis Sabini, sabemos que nació en Montevideo en 1931 y murió exiliado en París en 2014. Sin estudios regulares, “fue autodidacto radical, aprendió alemán y ruso a partir de lecturas”. Tuvo una experiencia de vida comunitaria a los 20 años en la selva paraguaya con los cristianos primitivistas de la Bruderhof, las iglesias de paz. Poco después formó parte de otra experiencia comunitaria, ahora de signo anarquista, la Comunidad del Sur, de la que fue fundador en 1955. Permaneció en ella sólo hasta 1957, pero enseguida fue parte de las Juventudes Libertarias, acompañando en forma independiente el giro de la Federación Anarquista de Uruguay, en apoyo de la Revolución Cubana, que lideraba su amigo Gerardo Gatti. “Perico” Scaron formó parte de los colectivos editores de las revistas “Lucha Libertaria” (1957-1958) y “Rojo y Negro” (1968), “pero ya nunca volvió a integrarse a organización anarquista alguna”.[57] Hugo Cores dejó testimonio de una generación de anarquistas que ponían en tensión los viejos esquemas doctrinales y se abrían a nuevos horizontes, como la Revolución Cubana o el “tercermundismo” y a nuevas lecturas, como las del marxismo. Tal fue el caso de Scaron, “fundamental en el sesenta y pico para sacar, con Gatti, Cariboni y Marta Casal, la revista Rojo y Negro. Scaron era otro anarquista que se abría del anarquismo ortodoxo por otro camino, por influencia directa del marxismo. Tenía una influencia compleja en nosotros: era y es muy erudito, a veces agobiadoramente erudito”.[58] 

A comienzos de la década de 1960 tradujo textos anarquistas, como el clásico de Landauer, “La revolución”, o “La problemática de la autoridad en Proudhon”, de Peter Heintz.[59] Pero la cultura marxista latinoamericana debe a este traductor libertario algunas de las mejores y más cuidadas ediciones de Marx, comenzando por la recopilación de los escritos de éste y Engels sobre América Latina, aparecidos inicialmente en 1968 en “Cuadernos de Marcha”, de Montevideo.[60] La cuidada edición, profusamente anotada, atrajo la atención al otro lado del Río de la Plata de José Aricó, quien le propuso reeditar esa recopilación en forma extensa en uno de los más celebrados “Cuadernos de Pasado y Presente”. Aparentemente, su labor de traductor lo condujo a Buenos Aires a comienzos de la década de 1970, componiendo un singular equipo con José Aricó y Miguel Murmis en las oficinas porteñas de Siglo XXI de Argentina.[62] El espacio intelectual de la nueva izquierda había hecho posible que aunaran en una misma labor y camaradería tres figuras provenientes de diversas tradiciones: el anarquismo (Scaron), el socialismo (Murmis) y el comunismo (Aricó). Apenas dos días después del golpe militar del 24 de marzo de 1976, las fuerzas represivas allanan las oficinas porteñas de “Siglo XXI”, secuestrando a dos de sus editores, Alberto Díaz y Jorge Tula. Scaron debió exiliarse en París, donde continuó en soledad la traducción de “El Capital”, cuyas copias enviaba ahora a la sede de Madrid, completándose entre la capital española y la mexicana una edición imposible de proseguir en Buenos Aires. Scaron es un caso singular de anarquista marxólogo, una suerte de Maximilien Rubel rioplatense. Como veremos enseguida, los traductores de “El Capital” venidos después debieron tomarlo como referencia obligada, aunque más no fuera para discutir sus criterios de traductor y editor.»

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El Capítulo VI Inédito de El Capital de Marx

[Libro] EL CAPITAL. LIBRO I. CAPÍTULO VI (INÉDITO). RESULTADOS DEL PROCESO INMEDIATO DE PRODUCCIÓN | Karl Marx. Londres, 1863-1864. Siglo XXI Editores. 2da edición corregida y traducida por Pedro Scaron. Buenos Aires-Argentina, 1972 | PDF

 PRESENTACIÓN POR JOSÉ ARICO

«Basta una simple lectura de los “Resultados…” para comprender que su ausencia en el libro I de “El Capital” resta bastante coherencia a la obra, tal como fue publicada por el autor. Y eso debía comprenderlo el propio Marx al escribirla. ¿Por qué decidió no publicarla? Quizás tenga razón el traductor de la edición italiana, Bruno Maffi [bordiguista italiano], al señalar que le hubiera sido imposible a Marx conseguir un editor burgués que aceptara sacar el libro con ese final políticamente tan comprometedor. Porque es claro que en este capítulo VI convergen el conjunto de problemas abordados a veces de manera abstrusa y de difícil lectura a todo lo largo del primer tomo. El texto muestra claramente el sentido que Marx quería dar a su obra y las razones que tenía para pensar que con ella asestaba a la burguesía un golpe del que jamás podría recuperarse. “El Capital” y el “Manifiesto Comunista” aparecen ahora absolutamente soldados y toda idea [althusseriana] de una “ruptura” del pensamiento de Marx entre una etapa de “juventud” y otra de “madurez”, resulta seriamente quebrantada. La “condena”, más que moral histórica, del modo de producción capitalista y de la sociedad burguesa aparece no ya de manera ocasional, muchas veces en notas a pie de página, como ocurre en “El Capital”, sino en un único texto de valor teórico y político.

La importancia de este manuscrito reside, pues, en que al mostrar que el modo de producción capitalista no es sólo producción de mercancías sino fundamentalmente producción de plusvalía, y por tanto de capital, es imposible que dicho sistema se modifique, o se “reforme”. Que está condenado a “producir y reproducir toda la relación a escala ampliada”, es decir al conjunto de las relaciones históricas y sociales de una sociedad que condena a los hombres a la creación de bienes que les son cada vez más ajenos [y enajenantes]. Esta sociedad debe ser abatida por las fuerzas que engendran sus contradicciones internas. Marx, en los “Resultados del proceso inmediato de producción”, demuestra cómo surgen dentro del propio capitalismo esas fuerzas sociales destinadas a sepultarlo.»

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EXTRACTOS DEL CAPÍTULO VI INÉDITO DE EL CAPITAL DE MARX

«En realidad, la dominación de los capitalistas sobre los obreros es solamente el
dominio sobre éstos de las condiciones de trabajo […], condiciones de trabajo que se han vuelto autónomas, y precisamente frente al obrero. […] Las funciones que ejerce el capitalista no son otra cosa que las funciones del capital mismo –del valor que se valoriza succionando trabajo vivo– ejercidas con conciencia y voluntad. El capitalista sólo funciona en cuanto capital personificado, es el capital en cuanto persona; del mismo modo el obrero funciona únicamente como trabajo personificado, que a él le pertenece como suplicio, como esfuerzo, pero que pertenece al capitalista
como sustancia creadora y acrecedora de riqueza. Ese trabajo, en cuanto tal, se presenta de hecho como un elemento incorporado al capital en el proceso de producción, como su factor vivo, variable. La dominación del capitalista sobre el obrero es, por consiguiente, la de la cosa sobre el hombre, la del trabajo muerto sobre el trabajo vivo, la del producto sobre el productor, ya que en realidad las mercancías, que se convierten en medios de dominación sobre los obreros (pero sólo como medios de la dominación del capital mismo), no son sino meros resultados del proceso de producción, los productos del mismo. En la producción material, en el verdadero proceso de la vida social –pues esto es el proceso de producción– se da exactamente la misma relación que en el terreno ideológico se presenta en la religión: la conversión del sujeto en el objeto y viceversa. Considerada históricamente, esta conversión aparece como el momento de transición necesario para imponer por la violencia, y a expensas de la mayoría, la creación de la riqueza en cuanto tal, es decir, el desarrollo inexorable de las fuerzas productivas del trabajo social, que es lo único que puede constituir la base material de una sociedad humana libre [el comunismo]. Es necesario pasar a través de esta forma antitética, así como en un principio el hombre debe atribuir una forma religiosa a sus facultades intelectuales, como poderes independientes que se le enfrentan. Se trata del proceso de enajenación de su propio trabajo. Aquí el obrero está desde un principio en un plano superior al del capitalista, por cuanto éste último ha echado raíces en ese proceso de enajenación y encuentra en él su satisfacción absoluta, mientras que por el contrario el obrero, en su condición de víctima del proceso, se halla de entrada en una situación de rebeldía y lo siente como un proceso de avasallamiento. […]

Para que aparezca la relación capitalista en general, están presupuestos un nivel histórico y una forma de la producción social. Es menester que se hayan desarrollado, en el marco de un modo de producción precedente, medios de circulación y de producción, así como necesidades, que acucien a superar las antiguas relaciones de producción y a transformarlas en la relación capitalista. Sólo necesitan, empero, estar tan desarrolladas como para que se opere la subsunción del trabajo en el capital. Fundándose en esta relación modificada se desarrolla, sin embargo, un modo de producción específicamente transformado que por un lado genera nuevas fuerzas productivas materiales, y por otro no se desarrolla si no es sobre la base de éstas, con lo cual crea de hecho nuevas condiciones reales. Se inicia así una revolución económica total, que por un parte produce por vez primera las condiciones reales para la hegemonía del capital sobre el trabajo, las perfecciona y les da una forma adecuada, y por la otra genera, en las fuerzas productivas del trabajo, en las condiciones de producción y relaciones de circulación desarrolladas por ella en oposición al obrero, las condiciones reales de un nuevo modo de producción que elimine la forma antagónica del modo capitalista de producción, y echa de esta suerte la base material de un proceso de la vida social conformado de manera nueva y, con ello, de una formación social nueva [el comunismo].

Es ésta una concepción esencialmente diferente de la sostenida por los economistas burgueses, enredados en las ideas capitalistas, quienes ven, sin duda, cómo se produce dentro de la relación capitalista, pero no cómo se produce esta relación misma ni cómo, al mismo tiempo, se producen en ella las condiciones materiales de su disolución [el comunismo], con lo cual se suprime su justificación histórica como forma necesaria del desarrollo económico, de la producción de la riqueza social.

Nosotros hemos visto, por el contrario, no sólo cómo produce el capital, sino cómo es producido él mismo y cómo cuando surge del proceso productivo es esencialmente diferente de cuando entró a éste. Por una parte, el capital le da forma al modo de producción; por la otra, esta forma modificada del modo de producción y cierto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas materiales constituyen la base y la condición –la premisa– de su propio desenvolvimiento. [y disolución]»

14 de septiembre de 2020

El Capital. Crítica de la Economía Política

Karl Marx. Hamburgo-Alemania, 1867

Edición crítica" preparada y traducida por Pedro Scaron, publicada por Siglo XXI (Argentina-México-España) en 1975 y reimpresa décadas después en 2008. Se considera que esta es la traducción más completa y meticulosa de la gran obra de Marx en español.

Carpeta completa de los III Tomos divididos en 8 Volúmenes

Un día como hoy, el 14 de septiembre de 1867, apareció por primera vez en Alemania el primer volumen de ‘El Capital’, una de las obras magnas de Karl Marx. Pasaría a publicarse en los principales idiomas de la época y a ser ampliamente estudiado por trabajadores de todo el mundo. Pese a su extensión y complejidad, sin duda merece la pena su estudio en algún momento de la vida, dados sus inigualados análisis y críticas al capitalismo.

Mientras exista el capitalismo, la obra de Marx seguirá siendo vigente y necesaria, no como reliquia académica, sino como arma teórico-práctica del proletariado que lucha por liberarse del Capital y de su propia condición de clase explotada y oprimida. 

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EXTRACTO DEL PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN (1867)

«Aquello de que los primeros pasos son siempre difíciles, vale para todas las ciencias. Por eso el capítulo primero, sobre todo en la par-te que trata del análisis de la mercancía, será para el lector el de más difícil comprensión. He procurado exponer con la mayor claridad posible lo que se refiere al análisis de la sustancia y magnitud del valor.[1] La forma del valor, que cobra cuerpo definitivo en la forma dinero, no puede ser más sencilla y llana. Y sin embargo, el espíritu del hombre se ha pasado más de dos mil años forcejeando en vano por explicársela, a pesar de haber conseguido, por lo menos de un modo aproximado, analizar formas mucho más complicadas y preñadas de contenido. ¿Por qué? Porque es más fácil estudiar el organismo desarrollado que la simple célula. En el análisis de las formas económicas de nada sirven el microscopio ni los reactivos químicos. El único medio de que disponemos, en este terreno, es la capacidad de abstracción. La forma de mercancía que adopta el producto del trabajo o la forma de valor que reviste la mercancía es la célula económica de la sociedad burguesa. Al profano le parece que su análisis se pierde en un laberinto de sutilezas. Y son en efecto sutilezas; las mismas que nos depara, por ejemplo, la anatomía micrológica.

Prescindiendo del capítulo sobre la forma del valor, no se podrá decir, por tanto, que este libro resulte difícil de entender. Me refiero, naturalmente, a lectores deseosos de aprender algo nuevo y, por consiguiente, de pensar por su cuenta.

El físico observa los procesos naturales allí donde éstos se presentan en la forma más ostensible y menos velados por influencias perturbadoras, o procura realizar, en lo posible, sus experimentos en condiciones que garanticen el desarrollo del proceso investigado en toda su pureza. En la presente obra nos proponemos investigar el régimen capitalista de producción y las relaciones de producción y circulación que a él corresponden. El hogar clásico de este régimen es, hasta ahora, Inglaterra. Por eso tomamos a este país como principal ejemplo de nuestras investigaciones teóricas. Pero el lector alemán [y de cualquier otro país] no debe alzarse farisaicamente de hombros ante la situación de los obreros industriales y agrícolas ingleses, ni tranquilizarse optimistamente, pensando que en Alemania las cosas no están tan mal, ni mucho menos. Por si acaso, bueno será que le advirtamos: de te fabula narratur! [es de ti de quien trata este texto!]

Lo que de por sí nos interesa, aquí, no es precisamente el grado más o menos alto de desarrollo de las contradicciones sociales que brotan de las leyes naturales de la producción capitalista. Nos interesan más bien estas leyes de por sí, estas tendencias, que actúan y se imponen con férrea necesidad. Los países industrialmente más desarrollados no hacen más que poner delante de los países menos progresivos el espejo de su propio porvenir.

Pero dejemos esto a un lado. Allí donde en nuestro país la producción capitalista se halla ya plenamente aclimatada, por ejemplo en las verdaderas fábricas, la realidad alemana es mucho peor todavía que la inglesa, pues falta el contrapeso de las leyes fabriles. En todos los demás campos, nuestro país, como el resto del occidente de la Europa continental, no sólo padece los males que entraña el desarrollo de la producción capitalista, sino también los que supone su falta de desarrollo. Junto a las miserias modernas, nos agobia toda una serie de miserias heredadas, fruto de la supervivencia de tipos de producción antiquísimos y ya caducos, con todo su séquito de relaciones políticas y sociales anacrónicas. No sólo nos atormentan los vivos, sino también los muertos. Le mort saisit le vif! [Los muertos se apoderan de los vivos!] […]

Un par de palabras para evitar posibles equívocos. En esta obra, las figuras del capitalista y del terrateniente no aparecen pintadas, ni mucho menos, de color de rosa. Pero adviértase que aquí sólo nos referimos a las personas en cuanto personificación de categorías económicas, como representantes de determinados intereses y relaciones de clase. Quien como yo concibe el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico–natural, no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas.»

EXTRACTO DEL POSTFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN (1873)

«La economía política, cuando es burguesa, es decir, cuando ve en el orden capitalista no una fase históricamente transitoria de desarrollo, sino la forma absoluta y definitiva de la producción social, sólo puede mantener su rango de ciencia mientras la lucha de clases permanece latente o se trasluce simplemente en manifestaciones aisladas. […]

El peculiar desarrollo histórico de la sociedad alemana impedía, pues, todo florecimiento original de la economía "burguesa", lo que no era obstáculo para que se desarrollase la crítica de este tipo de economía. Y esta crítica, en la medida en que una clase es capaz de representarla, sólo puede estar representada por aquella clase cuya misión histórica es derrocar el régimen de producción capitalista y abolir definitivamente las clases: el proletariado. […]

Mi método dialéctico no sólo es fundamentalmente distinto del método de Hegel, sino que es, en todo y por todo, la antítesis de él. Para Hegel, el proceso del pensamiento, al que él convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo de lo real, y esto la simple forma externa en que toma cuerpo. Para mí, lo ideal no es, por el contrario, más que lo material traducido y traspuesto a la cabeza del hombre.

Hace cerca de treinta años, en una época en que todavía estaba de moda aquella filosofía, tuve ya ocasión de criticar todo lo que había de mistificación en la dialéctica hegeliana. Pero, coincidiendo precisamente con los días en que escribía el primer volumen de El Capital, esos gruñones, petulantes y mediocres epígonos que hoy ponen cátedra en la Alemania culta, dieron en arremeter contra Hegel al modo como el bueno de Moses Mendelssohn arremetía contra Spinoza en tiempo de Lessing: tratándolo como a "perro muerto". Esto fue lo que me decidió a declararme abiertamente discípulo de aquel gran pensador, y hasta llegué a coquetear de vez en cuando, por ejemplo en el capítulo con-sagrado a la teoría del valor, con su lenguaje peculiar. El hecho de que la dialéctica sufra en manos de Hegel una mistificación, no obsta para que este filósofo fuese el primero que supo exponer de un modo amplio y consciente sus formas generales de movimiento. Lo que ocurre es que la dialéctica aparece en él invertida, puesta de cabeza. No hay más que darle la vuelta, mejor dicho ponerla de pie, y enseguida se descubre bajo la corteza mística la semilla racional.

La dialéctica mistificada llegó a ponerse de moda en Alemania, porque parecía transfigurar lo existente. Reducida a su forma racional, provoca la cólera y es el azote de la burguesía y de sus portavoces doctrinarios, porque en la inteligencia y explicación positiva de lo que existe abriga a la par la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; porque, crítica y revolucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir, por tanto, lo que tiene de perecedero y sin dejarse intimidar por nada.»

6 de septiembre de 2020

La Pasión del Comunismo ‒ Endnotes

Artículo «La Pasión del Comunismo» de la revista internacional por la comunización «Endnotes #5 (mayo de 2020). Las Pasiones y los Intereses»

Traducción al español: Antiforma

«Desde el año 2008 la revista Endnotes viene siendo producida por compañeros de Inglaterra, Estados Unidos y Escandinavia, con la finalidad de reunir materiales teóricos para un balance de las luchas de clases y el desarrollo del capitalismo en el último siglo, que a la vez permitan analizar las crisis del presente. Su último número incluye el artículo «La pasión del comunismo», en el que se ofrece un resumen de los principales aspectos de la teoría comunista elaborada por Jacques Camatte y el grupo reunido en torno a la revista Invariance, haciendo especial énfasis en su recepción en Italia a partir de los años setenta. Es un texto importante porque puede servir como una introducción accesible y esclarecedora a quienes no conocen esta corriente teórica, al mismo tiempo que precisa algunos posibles malentendidos derivados de la traducción de los textos originales a nuestro idioma durante la última década. El artículo publicado en Endnotes # 5 va seguido de cinco textos escritos por Jacques Camatte y Giorgio Cesarano, algunos de los cuales ya se encuentran traducidos al castellano desde hace algunos años, y otros que iremos pasando a nuestro idioma próximamente.»

Antiforma. Santiago de Chile, mayo 2020

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INTRODUCCIÓN...

Aunque en el mundo anglosajón Jacques Camatte ha recibido cierto reconocimiento, pocas veces se menciona a los miembros del círculo más amplio que contribuyó o directamente elaboró las ideas de la revista Invariance, individuos como Giorgio Cesarano, Gianni Carchia, Furio di Paola y Carsten Juhl. Esta corriente, a la que Cesarano dio el nombre de «crítica radical», tuvo su mayor impacto en Italia en el período comprendido entre 1968 y 1974, en el cual sus adherentes integraron grupos como Comontismo, Ludd, y Organizzazione Consiliare. Tras el suicidio de Cesarano y la autodisolución de dichas facciones, el influjo de esta tradición fue disminuyendo hasta que llegó a su término la siguiente oleada de luchas a finales de los 70. Entonces se abrió un período de reflexión; se hicieron balances y «las obras [de Cesarano] (especialmente Apocalisse e rivoluzione y Manuale di sopravvivenza) fueron leídas por muchos camaradas, especialmente los jóvenes.»[2] En el período posterior, Antonio Negri escribió polémicas contra esta línea de pensamiento «pesimista», mientras que otros como Mario Mieli y Gianni Carchia hicieron del análisis de Invariance el fundamento de sus propias investigaciones.[3] Este contexto es el que tiene mayor relevancia para los debates contemporáneos en lengua inglesa, donde el pensamiento político italiano del último siglo está dominado por una narrativa relativamente homogénea, que va desde Gramsci, pasando por el operaísmo, hasta la Autonomía y los teóricos post-operaístas que se popularizaron durante el movimiento antiglobalización.

Para examinar esta tradición en gran parte post-bordiguista y post-situacionista es importante subrayar que plantea una clara oposición comunista tanto al militantismo insurreccional como al obrerismo en Italia. Mientras que el primero fue rechazado como ideología del sacrificio, al segundo se le criticó por plantear la existencia de un sujeto proletario -si bien actualizado sociológicamente como «obrero masa» o «multitud»- capaz de afirmar su propio proyecto constitutivo. Para la tradición post-Invariance, por el contrario, el presente no contiene «nadahumano que pueda ser afirmado de manera estable... como alternativa al capital.»[4] El operaísmo, en su análisis, no logró «plantear ese objetivo mínimo del marxismo que es la negación del proletariado», ni entender la tarea histórica actual como «negación de todas las estructuras organizadas que restringen el ser a la jaula de las profesiones y de la economía.»[5] Asimismo, los actos radicales de los jóvenes Indios Metropolitanos [6] y de la Autonomía no señalaban el surgimiento de nuevas posiciones de sujeto, sino que eran en sí mismos signos de una crisis de subjetividad y de un deseo de comunismo que sólo podía ser satisfecho por la destitución por parte de la humanidad de una forma históricamente contingente, el capital.[7] Este desarrollo italiano del pensamiento de Camatte contraviene lo que son quizás los tres puntos centrales de su recepción en el mundo de habla inglesa:1) que se convirtió en un defensor anarcoprimitivista de la comunidad pre-capitalista, 2) que aboga por la secesión respecto de las relaciones capitalistas, y 3) que es un humanista abstracto.[8] Más que ofrecer una lecturasistemática de la obra de Camatte que apunte a absolverlo de estas tres interpretaciones, examinaré el modo en que su obra ha permitido pensar la comunización como destitución de la forma del capital, cómo ha ofrecido unacomprensión ética pero no quietista del medio pro-revolucionario en su relación con el movimiento real y, finalmente, cómo ha proporcionado un concepto no humanista de la des-humanización. 

En esto, Camatte y en mayor medida Cesarano proponen una mirada abarcadora a la historia de la dominación, de una forma que se puede equiparar más bien con una historia de la civilización, comparable a la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer. No se trata de un ejercicio abstracto, sino de un acercamiento -en gran medida a través de la lectura de textos marxianos como los Urtext y los Grundrisse- al proceso histórico específico a través del cual una forma particular terminó por autonomizarse. El propósito de esa investigación no era rechazar toda tecnología y todo vestigio de la modernidad -«rechazo total del producto histórico... retroceso total»[9]- sino aclarar justamente lo que podría significar la potencial muerte del capital a través de lo que hoy llamaríamos destitución de sus formas esenciales. La argumentación general de la obra de Camatte a lo largo de los años 70 no es, pues, ni una modalidad de primitivismo que buscaría retornar a las formas comunales premodernas, ni un aceleracionismo que querría superar el capitalismo profundizando su contradicción en proceso... sino precisamente una teoría anti-utópica que se propone reanudar el proceso histórico a partir de ese punto fijo reproductivo que llamamos capitalismo; proceso que desarrollaría, tomando como punto de partida los potenciales fragmentados que existen hoy en día, la obra de «millones de seres humanos que durante milenios han obrado en la oscuridad... el inmenso proceso del devenir efectuado por millones de fuerzas cristalizadas en un momento dado.»[10]

 Es con respecto a este último punto que Camatte desarrolló su concepto de Gemeinwesen [Comunidad Humana], que no debe ser entendido como comunidad pre-moderna ni tampoco como una nueva comunidad humana universal. Este concepto hay que leerlo como la respuesta que Camatte dio al interrogante sobre la vida histórica de la humanidad y a lo que podría significar el hecho de que haya llegado a bloquearse. En esto, es posible situar a Camatte en un plano de coherencia con las investigaciones de Walter Benjamin, Aby Warburg, Gilbert Simondony Andre Leroi-Gourhan. La única coherencia de tal constelación -la de estos no humanistas que, sin embargo, pasaron gran parte de su vida estudiando los archivos de la humanidad- sería el esfuerzo que hicieron por comprender qué significa para la humanidad desplegar su vida histórica, dado que sus capacidades intelectuales y prácticas no están dadas por la biología sino que se hallan en cualquier medio transgeneracional que contenga y transmita los remanentes vitales del pasado, ya sean imágenes, enunciados, formas técnicas u otras. Todos ellos comprendieron que la afirmación vanguardista de la máquina, más aún, de la modernidad como tal, podía ser compatible con la exigencia de detener el progreso y la modernización.[11] Situados entre la certeza de que «ni siquiera los muertos están a salvo» y de que «sólo una humanidad redimida conquista la plenitud de su pasado»,[12] Camatte y Cesarano afirmaron que la especie, en sus obras y deseos, ha llegado a estar realmente dominada, sometida a un espectáculo inhumano por ese imperativo de valorización cuyo nombre es capital. Pues el círculo que rodea a Invariance se topó con la siguiente paradoja, que sigue siendo la nuestra: la ley del valor domina la vida, y no obstante nuestra especie deshumanizada debe romper con las mediaciones particulares del capital con tal de recuperar su pasado integral y así poder «entregarse alegremente a las verdaderas divisiones y a los enfrentamientos interminables de la vida histórica.»[13]

... LO QUE FALTA

He intentado ofrecer una introducción teórica a los aportes hechos por el círculo de Invariance durante los años 70, enfatizando sobre todo su recepción italiana. Esta última problematización de la coyuntura contemporánea seconvirtió en la base de las posiciones más críticas en la Italia posterior a 1977, en el período de reflujo que se abrió tras la erradicación de los movimientos -ya fuese por medio de la violencia, el encarcelamiento, el arrepentimiento o la heroína-. Esta perspectiva post-bordiguista fue importante en aquel contexto, no como expresión de melancolía comunista, sino para producir un espacio de crítica desde el que se pudiera repensar lo político. Esto salta a la vista en el importante artículo de Furio di Paola de 1978, Dopo la dialetica, donde traza una línea que va de Camatte, Cesarano y la tradición de la crítica radical hasta las prácticas feministas de entonces. Estos últimos grupos, como el que se reunía en torno a la revista de Lea Melandri L'erba voglio, trataron de disipar, a través de la crítica de la subjetividad individual y grupal, «los viejos fantasmas de lo político que siguen suscitando la parálisis mística de un cuerpo social que subsiste sólo a través de las intervenciones efectivas de las tecnologías de la dominación del capital.»[79]

 Pero lo fundamental es todo lo que no se dijo, lo que se dejó a las generaciones siguientes, especialmente a la nuestra. Hay tres líneas de investigación cruciales que permanecen abiertas: 1) cómo dar cuenta del terreno ontológico de la dominación real del capital en el lazo entre subjetividad y movimiento dialéctico de la historia, esto es, la subjetivación; 2) cuál es el lugar, si es que lo hay, del pro-revolucionario después del colapso de la militancia, del partido y del izquierdismo por igual, es decir, ¿sigue habiendo una vocación específicamente política? y, por último, 3) siguiendo el propio «contenido original del programa comunista» de Bordiga, ¿qué significa destituir esas formas históricas particulares, de la propiedad al dinero, que nos constituyen como individuos capitalizados y separados de lo común?[80] De la respuesta que demos a estas preguntas depende la distinción entre las diversas corrientes actuales de la comunización. También de ello depende que podamos evitar la resignación melancólica ante la comunidad del capital, así como la pretensión impaciente de sustituir a la comunidad humana no realizada, o de hipostasiar procesos aparentemente revolucionarios.

Endnotes. Londres, mayo 2020

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4 de septiembre de 2020

Apunte sobre Pannekoek y Bordiga

Gilles Dauvé. Francia, 2003

Tomado de Escritos para la Emancipación

Anton Pannekoek (Holanda, 1873-1960)

Aunque Lenin atacó a ambos en su obra El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, Pannekoek consideraba a Bordiga como una extraña marca de leninista, y Bordiga catalogaba a Pannekoek como una mezcla desagradable de marxismo y anarcosindicalismo. En realidad, ninguno se interesó realmente por el otro, y las izquierdas comunistas “alemana” e “italiana” se dieron casi por completo la espalda. Uno de los objetivos de este apunte es demostrar que esta actitud fue un error.

Hace apenas unos años, pocos habían oído hablar de Pannekoek (1873-1960). Sus ideas y su proceder empiezan a ser objeto de atención porque en la actualidad se están reproduciendo las condiciones de su época –pero con diferencias sustanciales que nos obligan a corregir sus puntos de vista–.

Aunque Pannekoek era holandés, la mayor parte de su actividad tuvo lugar en Alemania. Fue uno de los pocos socialistas de los países desarrollados que mantuvo viva la tradición revolucionaria anterior a 1914. Pero sólo adoptó posturas radicales durante y después de la guerra. Su obra de 1920 Revolución mundial y táctica comunista es una de las mejores obras de aquella época. Pannekoek comprendió que el fracaso de la Segunda Internacional no era achacable a su estrategia, sino que la propia estrategia hundía sus raíces en la función y la forma de la Segunda Internacional. La Internacional estaba adaptada a una fase concreta del capitalismo en la que los trabajadores exigían reformas económicas y políticas. Para hacer la revolución, el proletariado tenía que crear órganos de otro tipo que permitieran superar la vieja dicotomía partido/sindicato. Pannekoek no pudo evitar un enfrentamiento con la Internacional Comunista [I. C.] en torno a este asunto. En primer lugar, porque los rusos nunca habían entendido del todo la naturaleza de la vieja Internacional, y eran partidarios de organizar a los obreros desde arriba, sin apercibirse del vínculo entre la “conciencia socialista” de Kautsky introducida en las masas y la postura contrarrevolucionaria de Kautsky; en segundo lugar, porque el Estado ruso deseaba contar con partidos de masas en Europa capaces de ejercer presión sobre sus gobiernos para que llegaran a acuerdos con Rusia. Pannekoek era partidario del núcleo comunista auténtico existente en Alemania. Pronto fue derrotado dicho núcleo y aparecieron diversos grandes partidos comunistas en Occidente. La izquierda comunista quedó reducida a pequeños grupúsculos divididos en diferentes facciones.

A principios de la década de 1930, Pannekoek y otros intentaron definir el comunismo. Ya a principios de la década anterior habían denunciado el carácter capitalista de Rusia. Ahora volvían al análisis del valor realizado por Marx. Sostenían que el capitalismo es producción para la acumulación de valor, mientras que el comunismo es producción para el valor de uso, para la satisfacción de las necesidades sociales. Pero debe existir alguna forma de planificación: sin la intervención del dinero, la sociedad tendrá que organizar un riguroso sistema de contabilidad a fin de llevar la cuenta de la cantidad de tiempo de trabajo contenida en cada mercancía producida. Una contabilidad exacta evitará que nada se desaproveche. Pannekoek y sus amigos tenían razón al volver al valor y sus implicaciones. Pero se equivocaron al buscar un sistema racional de contabilidad en el tiempo de trabajo. Lo que proponen, en realidad, es que impere el valor (puesto que el valor no es más que la cantidad del tiempo de trabajo social necesario para producir una mercancía) sin la intervención del dinero. Cabe añadir que Marx atacó esta idea en 1857, al principio de los Grundrisse. Pero al menos las izquierdas comunistas alemana (y holandesa) pusieron el acento en el corazón de la teoría comunista.

Durante la guerra civil alemana, de 1919 a 1923, los obreros más activos habían creado nuevas formas de organización, en particular lo que ellos denominaban “uniones”[i], o a veces “consejos”, aunque la mayoría de los consejos obreros existentes eran reformistas. Pannekoek desarrolló la idea de que estas formas organizativas eran importantes, incluso vitales para el movimiento, como opuestas a la forma tradicional de partido. Fue entonces cuando el comunismo consejista atacó al comunismo de partido. Pannekoek continuó desarrollando este aspecto de modo más completo hasta que, acabada la Segunda Guerra Mundial, publicó Los Consejos Obreros, donde expone con detalle una ideología puramente consejista. La revolución queda reducida a un proceso democrático de masas, y el socialismo a la autogestión obrera, materializada en un sistema colectivo de contabilidad del tiempo de trabajo: en otras palabras, valor sin su forma dineraria. El problema es que, lejos de ser un simple instrumento de medida, el valor es la savia del capitalismo. En cuanto a los revolucionarios, divulgar la teoría, hacer circular información y dar cuenta de lo que hacen los obreros. Pero no deben organizarse de forma permanente en un grupo político, intentar trazar una estrategia ni actuar conforme a ella, pues podrían convertirse en los nuevos líderes obreros y, más tarde, en la nueva clase dirigente.

Del análisis de Rusia como un régimen de capitalismo de Estado, Pannekoek pasó al análisis de quienes actúan, en los países capitalistas, en calidad de representantes de los obreros desde dentro del capitalismo, y antes que nadie, los sindicatos.

Pannekoek conocía las formas de resistencia directa del proletariado contra el Capital y comprendió el triunfo de la contrarrevolución; pero no interpretó correctamente el contexto general del movimiento comunista: su fundamento (transformación del trabajador en mercancía), su lucha (acción centralizada contra el Estado y el movimiento obrero existente) y su objetivo (creación de nuevas relaciones sociales en las que desaparezca cualquier forma de economía como tal). Desempeñó un importante papel en la reformulación del movimiento revolucionario. Nuestra tarea consiste en acotar los límites de su aportación para integrarla a continuación en una nueva formulación general de la teoría subversiva.

Amadeo Bordiga (Italia, 1889-1970)

Bordiga (1889-1970) vivió en una situación diferente. Al igual que Pannekoek, que había combatido el reformismo antes de la guerra e incluso abandonó el partido socialista holandés para crear uno nuevo, Bordiga pertenecía a la izquierda de su partido. Pero no fue tan lejos como Pannekoek. En la época de la Primera Guerra Mundial, el partido italiano tenía ínfulas radicales, y no había posibilidad alguna de que se produjera una escisión. Incluso se oponía a la guerra, si bien de una forma más bien pasiva.

Cuando se fundó el Partido Comunista Italiano en 1921, éste rompió con el ala derecha del viejo partido y también con su sector centrista, lo cual desagradó a la Internacional Comunista. Bordiga era el dirigente del partido. Se negó a participar en las elecciones, no por una cuestión de principios sino por razones tácticas. En ocasiones se puede recurrir a la actividad parlamentaria, pero nunca cuando la burguesía la utiliza para desviar a la clase obrera de la lucha de clases. Más tarde, Bordiga escribió que no se oponía a utilizar el Parlamento como tribuna cuando tuviera ocasión. Por ejemplo, al principio del período fascista era lógico intentar utilizarlo como tribuna. Pero en 1919, en pleno proceso revolucionario, cuando la insurrección y sus preparativos estaban a la orden del día, la participación en unas elecciones suponía convalidar las mentiras y conceptos erróneos burgueses sobre la posibilidad de un cambio por vía parlamentaria. Este era un asunto importante para Bordiga, a cuyo grupo, adscrito al partido socialista, se le había llamado “la facción abstencionista”. La Internacional Comunista discrepaba de esta línea. Al considerarlo una cuestión de táctica y no de estrategia, Bordiga decidió obedecer a la I. C., ya que creía que la disciplina era necesaria en un movimiento de aquellas características. Pero mantuvo su postura.

La táctica del frente único era otra manzana de la discordia. Bordiga pensaba que el hecho mismo de invitar a los partidos socialistas a la acción común crearía confusión entre las masas y disimularía la oposición acérrima de estos contrarrevolucionarios al comunismo. Esto contribuiría, asimismo, a que en el seno de algunos partidos comunistas que no habían roto verdaderamente con el reformismo brotaran tendencias oportunistas.

Bordiga se oponía a la consigna de gobierno obrero, que no hacía más que crear confusión en la teoría y en la práctica. En su opinión, la dictadura del proletariado era un elemento necesario del programa revolucionario. Pero, a diferencia de Pannekoek, se negó a explicar estas posiciones como una degeneración del partido y del Estado rusos. Creía que la I. C. estaba equivocada, pero la consideraba comunista, a pesar de todo.

A diferencia de la I. C., Bordiga adoptó una postura clara con respecto al fascismo. No sólo consideraba al fascismo como una forma más de dominación burguesa –como la democracia– sino que creía que no se podía elegir entre ellas. Este asunto ha sido objeto de numerosos debates. Se suele distorsionar la postura de la izquierda italiana. Los historiadores consideraban con frecuencia a Bordiga responsable de la llegada de Mussolini al poder. Incluso se le ha acusado de indiferencia ante los sufrimientos infligidos al pueblo por el fascismo. Bajo la óptica de Bordiga, desde el punto de vista de la revolución no es cierto que el fascismo sea peor que la democracia, ni que la democracia cree mejores condiciones para la lucha de clases proletaria. Aun considerando a la democracia como un mal menor, sería estúpido e inútil apoyarla para evitar el fascismo: la experiencia italiana (y más tarde la alemana) demostraba que la democracia no sólo se había visto impotente para frenar al fascismo sino que había recurrido a él para salvarse. Temerosa del proletariado, la democracia engendraba el fascismo. La única alternativa al fascismo era, por tanto, la dictadura del proletariado.

La izquierda –los trotskistas, por ejemplo– esgrimió posteriormente otro argumento para apoyar la política antifascista. El Capital necesita del fascismo: ya no puede ser democrático. Por consiguiente, si luchamos por la democracia, estamos luchando en realidad por el socialismo. Así justificaron muchos izquierdistas su actitud durante la Segunda Guerra Mundial. Pero así como la democracia engendra al fascismo, el fascismo engendra la democracia. La historia ha demostrado que lo que Bordiga sostuvo en el plano teórico se ha materializado en la práctica: el capitalismo sustituye a uno por el otro, la democracia y el fascismo se van sucediendo el uno al otro. Ambas formas se entremezclan desde 1945.

Desde luego, la I. C. no podía tolerar la oposición de Bordiga, y entre 1923 y 1926 perdió el control del Partido Comunista Italiano[ii]. Aunque no estaba completamente de acuerdo con Trotsky, se puso de su lado contra Stalin. En la reunión del Comité Ejecutivo de la I. C. celebrada en 1926, Bordiga arremetió contra los dirigentes rusos: esta fue probablemente la última vez que alguien atacó públicamente a la I. C. desde dentro a tan alto nivel. De cualquier modo, en este punto es importante constatar que Bordiga no calificó a Rusia de Estado capitalista ni a la I. C. de organismo degenerado. No rompió realmente con el estalinismo hasta pasados unos años.

Bordiga estuvo en prisión desde 1926 hasta 1930, y durante la década de 1930 se alejó de la acción política del exilio, extremadamente activa. Aquellos años estuvieron dominados por el antifascismo y los frentes populares que desembocaron en los preparativos para una nueva guerra mundial. La diminuta izquierda italiana en el exilio sostenía que la guerra que se avecinaba sólo podía ser imperialista. La lucha contra el fascismo por la vía del apoyo a la democracia era vista como la preparación material e ideológica para esa nueva guerra.

Una vez comenzada la guerra, quedaba poco espacio para la actividad comunista. Las izquierdas italiana y alemana adoptaron una postura internacionalista, mientras que el trotskismo decidió apoyar a las potencias aliadas contra el Eje. Para entonces, Bordiga aún se negaba a definir a Rusia como Estado capitalista, pero nunca accedió –como sí hizo Trotsky– a apoyar a nadie que fuera aliado de la Unión Soviética. Nunca abogó por la defensa del “Estado Obrero”. Hay que tener en cuenta que cuando Rusia, junto con Alemania, invadió Polonia en 1939 y llevó a cabo su partición, Trotsky afirmó que aquello era positivo ¡porque orientaría las relaciones sociales en Polonia hacia el socialismo!

En 1943 Italia cambió de bando y nació la República, lo cual abrió una oportunidad para la acción. La izquierda italiana creó un partido. Estaba convencida de que el fin de la guerra acarrearía luchas de clases de naturaleza similar a las que se habían visto al final de la Primera Guerra Mundial. ¿De verdad pensaba así Bordiga? Al parecer, comprendió que la situación era completamente diferente. La clase obrera estaba ahora totalmente sometida al Capital, que había conseguido enrolarla bajo la bandera de la democracia. En cuanto a los perdedores (Alemania y Japón), serían ocupados y controlados por los vencedores. Pero Bordiga no se enfrentó realmente al sector optimista de su grupo, y se atuvo a esta línea hasta su muerte. Tendía a mantenerse apartado de la actividad (y el activismo) de su “partido”, y se mostraba mucho más interesado en la comprensión y explicación de la teoría. De este modo contribuyó a despertar y perpetuar ilusiones que él rechazaba. Su partido perdió la mayor parte de sus militantes en pocos años. A finales de la década de 1940 la militancia era tan exigua como antes de la guerra.

La mayor parte de la obra de Bordiga fue de carácter teórico. Buena parte de ella giró en torno a Rusia. Bordiga demostró que Rusia era capitalista y que su capitalismo no difería en lo sustancial del occidental. La izquierda alemana (o ultraizquierda) se equivocó en este punto. Para Bordiga, lo importante no era la burocracia sino las leyes económicas esenciales a las que la burocracia tenía que obedecer. Estas leyes eran las mismas que las descritas en El Capital: acumulación de valor, intercambio de mercancías, tasa de ganancia decreciente, etc. Aunque es cierto que la economía rusa no adoleció de superproducción, ello se debía a su retraso. Durante la Guerra Fría, cuando muchos comunistas consejistas presentaron a los regímenes burocráticos como un nuevo y posible modelo futuro de evolución capitalista, Bordiga previó que el dólar americano penetraría en Rusia y acabaría resquebrajando los muros del Kremlin.

La ultraizquierda creía que Rusia había cambiado las leyes básicas explicadas por Marx. Cargaba las tintas sobre el control de la economía por la burocracia, a lo que oponía la consigna de la autogestión obrera. Bordiga afirmó que no era necesario un nuevo programa; que la autogestión obrera era un asunto secundario; que los obreros sólo podrían gestionar la economía si se abolían las relaciones de mercado. Por supuesto, este debate trascendió los límites de un simple análisis de Rusia. Esta concepción quedó clara a finales de la década de 1950.

Bordiga escribió diversos estudios sobre algunos de los textos fundamentales de Marx. En 1960 dijo que la totalidad de la obra de Marx era una descripción del comunismo. Éste es, sin duda, el comentario más profundo que se haya hecho sobre Marx. Igual que Pannekoek había regresado al análisis del valor hacia 1930, Bordiga volvió a él treinta años después. Pero lo que Bordiga formuló fue una visión global del desarrollo y dinámica del intercambio desde su origen hasta su muerte con el comunismo.

Mientras tanto, Bordiga defendía aún su teoría del movimiento revolucionario, que contenía una interpretación errónea de la dinámica interna del proletariado. Bordiga creía que los obreros se unirían primeramente en el plano económico, y modificarían la naturaleza de los sindicatos, para llegar a continuación al plano político, gracias a la intervención de la vanguardia revolucionaria. Es fácil observar en este punto la influencia de Lenin. El pequeño partido de Bordiga entró en los sindicatos (es decir, los sindicatos controlados por los Partidos Comunistas) en Francia y en Italia, pero sin resultado alguno. Aunque lo desaprobaba en mayor o menor grado, nunca adoptó públicamente una postura contraria a tan desastrosa línea de acción.

Bordiga mantuvo vivo el núcleo de la teoría comunista, pero no consiguió desprenderse de las tesis de Lenin, esto es, de las tesis de la Segunda Internacional. Inevitablemente, su acción y sus ideas tenían que ser contradictorias. Pero no es difícil entender, con la perspectiva del tiempo, todo lo que de válido tenía –y tiene– el conjunto de su obra.

Pannekoek entendió y explicó la resistencia del proletariado frente a la contrarrevolución en el plano más inmediato. Vio a los sindicatos como un monopolio de capital variable, similar a los monopolios ordinarios que concentran capital constante. Describió la revolución como la toma de control de la vida por parte de las masas, en contraposición a la concepción productivista, jerárquica y nacionalista del “socialismo” estalinista y socialdemócrata (de la que participan en gran medida el trotskismo y, ahora, el maoísmo). Pero no entendió la naturaleza del Capital, ni la naturaleza de la transformación que traería consigo el comunismo. En su forma extrema, según lo explicó Pannekoek al final de su vida, el comunismo consejista deviene un sistema organizativo en el que los consejos desempeñan la misma función que la que Lenin asigna al “partido”. Pero sería un grave error identificar a Pannekoek con su peor etapa. De cualquier forma, la teoría de la autogestión obrera no se puede aceptar, especialmente ahora que el Capital propone, en su búsqueda de nuevas vías de integración de los trabajadores, la participación conjunta en la gestión de la producción.

Es aquí donde radica la importancia de Bordiga: para él, toda la obra de Marx tiene como objetivo describir el comunismo. El comunismo existe potencialmente dentro del proletariado. El proletariado es la negación de esta sociedad. Al final se sublevará contra la producción de mercancías por pura supervivencia, porque la producción de mercancías significa su destrucción, incluso física.

La revolución no es una cuestión de conciencia, ni una cuestión de gestión. Esta visión distingue sobremanera a Bordiga de la Segunda Internacional, de Lenin y de la Internacional Comunista oficial. Pero nunca consiguió trazar una línea entre el presente y el pasado. Ahora podemos hacerlo.

Notas:

[i] En este contexto, la palabra alemana “unión” no tiene nada que ver con los sindicatos (que son llamados Gewerkschaften en alemán). De hecho, las “uniones” combatieron a los sindicatos.

[ii] Cuando aún tenía la mayoría, dimitió a favor de Gramsci, contrariando las normas.

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