31 de diciembre de 2023

[Libro] Teoría revolucionaria y ciclos históricos

Jean-Yves Bériou. Lazo Ediciones (mayo de 2023)
 
«Teoría y práctica, marxismo y anarquismo, socialismo revolucionario y anarco-comunismo, socialdemocracia, programa comunista, revolución y contrarrevolución.

Tópicos fundamentales y por demás abordados, pero aquí el autor ofrece un enfoque a contracorriente: el de la teoría revolucionaria en estricta vinculación a los ciclos históricos del capital, los cuales son, al mismo tiempo, ciclos de formas particulares de acumulación y de lucha del proletariado.

De este modo, adentrarnos en el pasado significa una vez más preguntarnos por el presente. Se trata de la producción de la teoría comunista como autocomprensión del movimiento proletario.

Escrito en 1973, este texto propone una reconstrucción de la lucha del proletariado desde sus orígenes, elaborada desde la perspectiva teórica de la «autonegación del proletariado», la cual tomó impulso en aquella década y cuya crítica forma parte del surgimiento de la teoría de la comunización.»
(Lazo Ediciones, 2023)

Excelente y potente libro para cerrar con broche de oro este año. Lectura más que recomendada para la autoformación política en el ABC de la historia y la teoría comunistas, entendidas como herramientas prácticas para la producción de la ruptura revolucionaria, en manos de las nuevas –y no tan nuevas– generaciones proletarias de todas partes, a contracorriente del actual contexto contrarrevolucionario. 

Contenido:
 
 
 
Algunos fragmentos:

«El movimiento comunista nació con el establecimiento oficial de la sociedad civil burguesa. Forjó sus primeras armas en el curso de la revolución burguesa, y enunció su primera afirmación desde el inicio de la sociedad capitalista. El capitalismo estuvo preñado del comunismo desde su fundación histórica, y el movimiento comunista –producido por la dinámica del valor– impuso al capital y a la burguesía la necesidad de organizar la contrarrevolución a partir de su propia revolución. La primera derrota del proletariado tuvo lugar en el curso de la propia revolución burguesa (los Enragés, los sans‐culottes, Babeuf, etc.). Esto significa que el programa comunista está inscrito en las entrañas mismas del desarrollo capitalista, y que lo acompaña como un doble hostil, como una sombra enemiga. Por tanto, el movimiento comunista existe durante toda la época capitalista, desde el principio hasta el final; pasa por ciclos revolucionarios y ciclos contrarrevolucionarios, que son la expresión de la contradicción fundamental del capital, y que no hace sino desarrollarse. Sin embargo, el movimiento real del proletariado, el movimiento revolucionario, sólo se produce durante los ciclos revolucionarios, determinados por la crisis económica que coincide con la crisis constante del valor, que la reproduce hasta la crisis final y es reproducida cíclicamente por ella. Tras la derrota de cada asalto revolucionario, la contrarrevolución que se instaura liquida un poco más las mediaciones entre el movimiento comunista y el programa comunista. La teoría comunista puede reconstituirse así en el transcurso del asalto posterior, integrando el programa y el movimiento real, fecundándolos, impulsada por la práctica de la clase revolucionaria. La distinción: programa/teoría, por tanto, es muy importante para captar el vínculo práctico entre los momentos de ruptura. […]

Los momentos de reanudación revolucionaria suscitan la reanudación de la teorización revolucionaria. La reaparición del movimiento comunista como movimiento social, y ya no sólo como movimiento objetivo del valor (creación de las condiciones mismas del asalto revolucionario), permite que la teoría se convierta en teoría del movimiento social, en teoría de la práctica de las rupturas de clase. «Se trata del paso de la “teoría del objetivo final” –que en cierta medida reificaba el futuro al abstraer el objetivo (el comunismo) de su movimiento, el cual carecía así de realidad efectiva– a la teoría comunista desarrollada como teoría de un movimiento social, de una tendencia real de la sociedad hacia el comunismo.» (Bulletin communiste, «Proletarios y comunistas»)
No se trata, por tanto, de un paso a la acción, de una realización terrenal de la teoría, que habría sido conservada como reliquia durante todo el ciclo contrarrevolucionario, y que habría que aplicar ahora a las posibilidades reales. Se trata de la apropiación generalizada de la teoría por los comunistas, es decir, de la producción de la propia teoría del movimiento real, de la producción de la teoría por el movimiento real bajo el apremio de la crisis. Esta apropiación/producción de la teoría del comunismo como movimiento revolucionario se elabora a la vez contra el programa comunista transmitido en forma de «principios» fosilizados –porque este programa ha sido deformado y petrificado a su vez, convertido en parcial y abstractamente doctrinario como consecuencia de la contrarrevolución y el fracaso del último asalto revolucionario– pero también se elabora a partir de él, mediante su ingestión/digestión crítica bajo la presión de los acontecimientos. Los revolucionarios rectifican, completan y ultiman el programa a la luz de las posibilidades reales del movimiento social, al igual que, a la inversa, también asocian el programa a la comprensión del movimiento, a sus momentos de ruptura y a su dirección orgánica.
La teoría del proletariado, la teoría comunista, por tanto, es transmisión del programa, al igual que es apropiación de la comprensión teórica, síntesis de la teoría y la práctica en la praxis.
La reanudación revolucionaria significa: «el fin de la actividad teórica como práctica separada debido a la imperiosa necesidad de apropiación práctica de la teoría por parte del proletariado». (
«Proletarios y comunistas») […]

En períodos contrarrevolucionarios, el acervo de la revolución anterior, del programa y de la teoría comunista, se dispersa en el seno de grupos, núcleos o sectas que se convierten así en el vínculo físico y espiritual entre los asaltos revolucionarios. La ausencia de una lucha realmente comunista del proletariado transforma la teoría en dogmas, principios, programas, preguntas, hipótesis, etc., tan numerosos como sean los grupos, los núcleos o las sectas. No obstante, la teoría comunista es conservada de esta manera por gente que intenta resistir a la época, no participar en ella. La exclusión de la «vida pública» es la condición sine qua non de la posibilidad de transmitir la teoría y el programa comunistas a las siguientes generaciones. Incluso es porque están aislados, separados de la vida pública, de la actividad histórica, que en ese momento es contrarrevolucionaria, por lo que los revolucionarios pueden continuar el curso programático del movimiento.
Por supuesto, no hay que creer que es posible excluirse del mundo real. El idealismo, que consiste en creer en la posibilidad de mantener el programa comunista durante todo un ciclo contrarrevolucionario sin desviaciones, degeneración ni amputaciones, sólo puede ir de la mano de una concepción intemporal del revolucionario eterno, «battilochio» [“jefe genial”] de la teoría. La teoría, que es siempre teoría de un movimiento histórico, si este movimiento histórico es inmediatamente contrarrevolucionario, no puede ser revolucionaria sino es a través de una serie de mediaciones e ideologizaciones. No vive por la gracia de la historia, fuera del alcance de la realidad contrarrevolucionaria, sino que llega a expresarla en ciertos aspectos; como superviviente del ciclo contrarrevolucionario, se convierte en la expresión de la contrarrevolución durante la reanudación revolucionaria: así, el bordiguismo o el consejismo son expresiones contrarrevolucionarias del movimiento real actual y pronto serán partícipes activos en la contrarrevolución práctica [tal como lo fueron el marxismo y la socialdemocracia después de la Primera Internacional y durante la Segunda Internacional, y tal como lo fue el bolchevismo –fracción radical de la socialdemocracia– después de la derrota de la revolución rusa y la revolución alemana].
Ahora bien, la teoría comunista sobrevive a las derrotas de los asaltos revolucionarios porque es la teoría de un movimiento que atraviesa todo el período capitalista, a través de todos sus ciclos. No es una producción inmediata. Siempre está –y esta es su característica fundamental– un paso por delante del momento histórico porque expresa su sentido, su dirección, sus posibilidades y sus necesidades. No sólo es inmanente a todo el ciclo capitalista, es decir, que se forma como programa básico desde el principio del ciclo, sino que también es profecía en cada momento. La concepción inmediatista de la teoría es una puerta tras la que pululan los empirismos «teorizados».
Esto no impide al movimiento comunista sobrevivir en períodos contrarrevolucionarios bajo diversas apariencias, idiomas, trajes y máscaras (por ejemplo, el anarquismo entre 1875 y 1905, las sectas bordiguistas, consejistas, surrealistas, etc. después de 1921, y hasta mayo de 1968). El movimiento es tan poderoso, tan fuerte, que incluso a veces obliga a la contrarrevolución a hablar en su nombre, a través de la voz de sus propias agencias (ejemplos de Rassinier, Rossi, etc.). Pero es inevitable que esas diversas máscaras se le peguen a la piel y lo transformen irremediablemente, incrustándose en él. En un período contrarrevolucionario, la teoría tiene un carácter dispar: se centra en aspectos parciales de la totalidad (la crítica del estalinismo, por ejemplo, o la crítica del trabajo en nombre del juego, otro ejemplo) sin captar todos sus aspectos. Por lo general, no entiende el ciclo en el que se encuentra como contrarrevolucionario, y todo incidente social o racionalización del sistema se convierte en la inminencia de la revolución comunista (anarquista) o de la guerra mundial (Socialisme ou Barbarie). El movimiento cae en el activismo (Programme Communiste) al mismo tiempo que construye de cabo a rabo una historia personal en la que siempre defendió a capa y espada una doctrina pura y dura. Es incapaz de hacer un balance, y esta es una de sus características. No existe ninguna teoría del movimiento real que le permita captarse a sí mismo como un momento particular. Se teoriza el Consejo, al igual que se teoriza el Partido, pero no se capta su contenido histórico. En resumen, el movimiento, en los períodos contrarrevolucionarios, no está saturado de teoría comunista sino de retazos y aproximaciones. Además, hay tantos sistemas como pretensiones de comprender las razones de la derrota pasada.
De hecho, en los períodos contrarrevolucionarios la teorización sigue cuatro ejes principales:
a) la incapacidad de sacar la lección de la revolución‐derrota, de extraer de ella un balance teórico que no sea parcial. […]
b) el predominio del trabajo teórico consistente en precisar y completar la formulación y definición del «programa» comunista. […]
c) la visión y descripción de los «nuevos» fenómenos de la sociedad que aparecieron con el desarrollo del capital durante el ciclo contrarrevolucionario. […]
d) la crítica de la sociedad contrarrevolucionaria, es decir, sobre todo, la crítica de lo que unifica, expresa y simboliza a esta sociedad. […]

Si unos revolucionarios consiguen conservar los principios del comunismo cuando todo contribuye a su olvido, si lo hacen contra viento y marea, deformándolos y entregándolos a las siguientes generaciones, sin entregarles otra cosa que principios, tejiendo de este modo el hilo del tiempo, no hay que hacerse ilusiones. Aparte de que el hilo sea rojo –por el considerable número de sufrimientos, deserciones, suicidios y caídas en la locura padecidas para tejerlo, lo que se corresponde con la tragedia del comunismo (su imposible realización, su falta de base social real) durante este período– hay que darse cuenta de que los revolucionarios que así subsisten no se encarnaron por voluntad propia, sino que también fueron producidos por la historia. No hay contrarrevolución tan total que no tenga que luchar continuamente contra revueltas (sin porvenir), resistencias (a la racionalización del capital) y luchas proletarias (sin dirección orgánica). Además, algunas zonas geográficas experimentan el desarrollo del proceso revolucionario con retraso (caso de Nieuwenhuis y de Holanda) o, por el contrario, se adelantan a la reanudación, etc. Incluso podría decirse que ese es el precio al que subsisten los revolucionarios. Realmente no existe escapatoria alguna.» (Jean-Yves Bériou, 1973) 
 
 ***
 
 
«[...] fue preciso que la crisis de 2008 hiciera aparecer en el plano internacional una «corriente comunizadora» ya claramente delimitada de la antigua ultraizquierda francesa de los años ’70, que fue quien rescató del olvido a sus antepasados y precursores. Y es esto lo que explica, a su vez, que un texto como Teoría revolucionaria y ciclos históricos —una de cuyas principales tesis es precisamente la suerte que corren las teorías revolucionarias en función del período histórico en que se encuentran— vea ahora la luz en castellano

A estas alturas debería ser un lugar común decir que todo gran paso adelante del movimiento real, además de valer más que una docena de programas, permite ver con ojos nuevos tanto el presente como el pasado. La explicación es sencilla: todo período de reanudación revolucionaria se caracteriza, por fugazmente que sea, por el dominio del presente sobre el pasado, del trabajo vivo sobre el trabajo muerto. Mucho menos conocido parece, en cambio, el hecho de que también suscita siempre un vigoroso retorno de lo reprimido, a saber, la resurrección —en sí misma tan legítima como inevitable— de los «mejores momentos» del ciclo revolucionario inmediatamente anterior, cuyos apoderados a menudo tienen más ganas de impartir las lecciones y enseñanzas correspondientes que de ser ellos quienes escuchen y aprendan algo del nuevo movimiento que comienza. 
 
Si, además —como hasta ahora ha sido la regla—, la reanudación revolucionaria se estanca o se salda con la derrota y, en consecuencia, el «trabajo pretérito» vuelve a contraponerse «de manera autónoma y avasallante al trabajo vivo» [Marx, El Capital III] ese retorno de lo reprimido tenderá irresistiblemente a convertirse en una fuerza de represión de la conciencia, digna heredera de esa «tradición de las generaciones muertas» que «oprime el cerebro de los vivos» evocada por Marx al comienzo de El 18 de Brumario de Luis Napoleón Bonaparte. [...]

En efecto, como veremos a continuación, a pesar de todas sus contribuciones pasadas y de los arduos esfuerzos que hicieron para «actualizarse» tras el ’68, tampoco los representantes de la nueva ideología «autónoma» y «autogestionaria» ni los usufructuarios más o menos bordiguizantes del legado de las izquierdas comunistas del período 1917-1923 lograron sustraerse a los efectos de esa «ley» de inercia histórica de las contrarrevoluciones, lo que les condujo, a la vez que a engañarse a sí mismos acerca del significado histórico real de su actividad, a combatir enérgicamente todas y cada una de las inquietantes novedades suscitadas por la reanudación revolucionaria sesentayochista.
» (Federico Corriente, 2023)

8 de noviembre de 2023

[Gaza] «Los antagonismos se desarrollan siempre y son actuales»

Entrevista a E. Minassian por Le serpent de mer (30 de octubre de 2023)

Tomado de Mapas y Huellas

Nota de PR: A nuestro criterio, este es, hasta el momento, el mejor análisis sobre lo que está aconteciendo en Gaza, desde la crítica de la economía política y las relaciones de clase en ese territorio. Por eso lo publicamos y alentamos su difusión y discusión para la clarificación al respecto.

Más concretamente, lo publicamos y comentamos porque este texto expone de manera bien informada, con conocimiento de causa, claridad y detalle los intereses materiales específicos que movilizan y enfrentan militarmente al Estado israelí y al aparato proto-estatal de Hamás como lo que en realidad son: diferentes fracciones del Capital internacional en Medio Oriente. De donde se desprende la tesis de que no se trata de una guerra inter-imperialista propiamente dicha, sino de una gestión militar y genocida de la crisis de valorización y, sobre todo, del proletariado supernumerario o excedentario en esa región del planeta. Porque para el modo de producción y reproducción social capitalista todo lo que no produce valor debe ser destruido. Sí, matar proletarios sobrantes para dejar de mantenerlos y que no se conviertan en una clase subversiva. He ahí el quid de "la cuestión palestina", desde la crítica de la economía política y el análisis de las relaciones de clase.
 
Evidentemente, este proletariado es reclutado, ideologizado y usado como carne de cañón de lado y lado, porque cada bando nacional ya lo hace "puertas adentro": mientras la burguesía israelí representada por el partido de Netanyahu que hoy está en el poderexplota, reprime y destruye al proletariado de la región israelí, la burguesía palestina representada por Hamás, Al Fatah, la ANP, la OLP y el FPLPexplota, reprime y destruye al proletariado de la región palestina. Ahora lo están haciendo "puertas afuera". Más que la internacionalización de un conflicto nacional, este es, desde sus orígenes, un conflicto internacional que hoy se vuelve a revelar como tal: un conflicto de intereses entre un polo de gestión de fuerza de trabajo y acumulación de capital dominante (Israel) y un polo de gestión de fuerza de trabajo y acumulación de capital subordinado o, como demuestra Minassian, «subcontratista» (Palestina). El capitalismo y sus contradicciones de clase no tiene patria; pero, usa la patria como fantasía con fuerza material o como comunidad ilusoria para que los proletarios sobrantes de diferentes territorios se maten entre sí y el único ganador sea el Capital y sus representantes. 
 
Contradictoriamente, también hay luchas proletarias que, por múltiples factores, se encuentran subsumidas bajo banderas nacional-populares. De hecho, ese es el caso de las luchas del proletariado de la región palestina bajo el manto de "la resistencia del pueblo palestino". Sí, lo ponemos entre comillas, porque "el pueblo palestino" en realidad incluye y confunde de manera interclasista, frentepopulista, nacionalista y, para colmo, étnica ("árabe") y religiosa ("musulmán") a la burguesía palestina y al proletariado de la región palestina; es decir, a explotadores y explotados, donde los segundos son sacrificados en beneficio de los primeros so pretexto de "Palestina libre", "la liberación nacional", "el antiimperialismo/antisionismo" o "la descolonización"... y el islam. ¿Premodernidad o alternativa a la modernidad capitalista y colonial? Al contrario: postmodernidad capitalista galopante de la mano de la contrarrevolución burguesa internacional. No en vano tanto estalinistas y nacionalbolcheviques como postmodernos de izquierda e islamistas apoyan "la causa palestina".

Por lo pronto, entonces, allí no existe síntomas ni atisbos de una lucha proletaria autónoma, internacionalista y revolucionaria, de acuerdo con Minassian. Mejor dicho, aparte de luchar por mercados y flujos de circulación y acumulación de capital en tiempos de crisis, eso es precisamente lo que busca prevenir el actual conflicto militar entre la burguesía israelí y la burguesía palestina: la emergencia de un proletariado revolucionario e internacionalista en los hechos, como ya ha ocurrido en anteriores guerras en Irak y en Irán; sobre todo, por parte de los proletarios no tanto de la Franja de Gaza cuanto de Cisjordania, dadas las características geoeconómicas y las relaciones de clase específicas de dicho territorio, según Minassian. En cualquier caso, esta es una guerra contra el proletariado.

Y por eso mismo, la posición revolucionaria invariante de internacionalismo proletario y derrotismo revolucionario necesita este tipo de análisis materialista de clase para "aterrizar" o reafirmarse y afinarse de manera realista sobre el terreno como perspectiva comunista en el presente y el futuro. Situada en el actual ciclo histórico-mundial todavía contrarrevolucionario, la posición del internacionalismo proletario y el derrotismo revolucionario ciertamente no es una táctica inmediata pero tampoco un "radicalismo abstracto", sino una perspectiva histórico-materialista de las minorías comunistas 
y anarquistas internacionalistas del proletariado mundial. Porque esta no es nuestra guerra como clase para dejar de serlo, sino una guerra localizada entre fracciones de la burguesía internacional contra nuestra clase que en realidad no tiene patria y está siendo usada como carne de cañón. 
 
En otras palabras: el hecho de que lo que está aconteciendo en Gaza sea una guerra contra el proletariado y de que éste no se encuentre en condiciones de actuar como clase autónoma y antagonista al menos no en Gaza, no invalida, sino que más bien ratifica la posición internacionalista de estar en contra, o a favor de la derrota (derrotismo revolucionario), tanto del Estado burgués llamado Israel como del Proto-Estado burgués llamado Palestina. 
 
Así como también, en contra y más allá del confusionismo reinante en la izquierda mundial bajo la bandera de "antiimperialismo, antifascismo/antisionismo y liberación nacional o autodeterminación de los pueblos". Izquierda que, por enésima vez, se revela como la izquierda del Capital-Estado, sobre todo en este tipo de coyunturas parteaguas entre el terreno de la burguesía y el terreno del proletariado. Ejemplo: "anarquistas" a favor del Estado en gestación llamado Palestina.
 
Frente a tal confusionismo, la clarificación es una praxis revolucionaria, entre otras como, por ejemplo, las acciones directas de solidaridad con "la resistencia del pueblo palestino" en todo el mundo“Resistencia” bajo la cual, en realidad, subyacen luchas del proletariado palestino contra la burguesía palestina, no tanto en Gaza cuanto en Cisjordania. Por lo tanto, los comunistas y anarquistas internacionalistas no nos solidarizamos con ese Estado en gestación llamado Palestina, sino con el proletariado de la región palestina que lucha como y cuando puede contra su propia burguesía, además de luchar contra el Estado burgués y terrorista de Israel tal como "David y Goliat". 
 
Todo esto, sin hacerse ilusiones ni haciendo grandes declaraciones, sino teniendo presente que todavía nos encontramos en un período histórico-mundial contrarrevolucionario y que, en consecuencia, aún no existen las condiciones para “transformar la guerra imperialista en guerra de clases y revolución mundial”, ni siquiera para instaurar una comuna antiestatal y apátrida entre proletarios palestinos e israelíes. Al contrario, es una época y un territorio donde se impone el terror del Estado y del Capital para matar como cucarachas a proletarios sobrantes, porque vale subrayarlo ya no producen valor y para evitar que devengan una clase subversiva, como aconteció en la guerra del Golfo.   

Que quede claro también que no somos indiferentes o indolentes frente al asesinato diario de miles de proletarios en Gaza, niños incluidos, por parte del Estado de Israel. Tampoco nos interesa conformarnos con tener la razón frente a los reformistas y reaccionarios viscerales de ambos bandos nacionales. No es una cuestión ideológica, moral ni mucho menos sentimental. Es una cuestión de método y perspectiva, en el marco del determinismo de la historia mundial de las sociedades de clases, en general, y de los ciclos históricos de la lucha de clases, en particular. Marco dentro del cual tanto el activismo voluntarista como el teoricismo contemplativo son impotentes. Por lo tanto, junto con aportar a la autoclarificación de los proletarios de todas partes, lo que nos interesa es hacer y/o usar un análisis materialista cuyo núcleo-motor es el antagonismo de clases real y su potencia histórica para abolirse/superarse en medio de la actual catástrofe capitalista global. Decimos usar porque, a través de la propaganda, la agitación y la acción colectiva, la teoría revolucionaria es un arma práctica de la lucha proletaria o no es.
 
Si es verdad que el capitalismo produce su propio sepulturero y que la guerra simplifica los conflictos sociales, entonces es posible que la actual guerra interburguesa contra el proletariado tarde o temprano produzca las condiciones objetivas y subjetivas para que éste le haga la guerra al capitalismo y a todos sus Estados y fronteras nacionales, étnicas, religiosas y de todo tipo; en fin, la guerra a la sociedad de clases, hasta abolirla y arrojarla al basurero de la historia. Sustituyéndola por una Comunidad humana real y mundial que sea gestada al calor de esa misma lucha, y organizada de tal modo que la explotación y la opresión sean ya imposibles o cosas del pasado. Decimos que todo aquello es posible porque no se trata de una "fatalidad", sino de una posibilidad histórica entre otras en medio de la actual catástrofe capitalista global. Porque, como bien dice el autor del texto, «los antagonismos se desarrollan siempre y son actuales». Y porque el comunismo, entendido como el movimiento real que subvierte las condiciones existentes, sólo se desarrolla al calor de los antagonismos de clases, en contra y más allá de sus límites nacionales.


«[...] Lo que está ocurriendo no es una guerra inter-imperialista. Es esencialmente un «asunto interno», en el que los campos «nacionales» son una cortina de humo. No hay lucha proletaria en los acontecimientos actuales. La militarización de los antagonismos, producida concertadamente por Hamás y la clase dirigente israelí, produce una “resistencia” que no contiene ninguna lógica de lucha proletaria autónoma ni siquiera incipiente.

No es una guerra, sino una gestión del proletariado supernumerario con medios militares que son los de la guerra total, por parte de un Estado democrático, civilizado y perteneciente al bloque central de la acumulación. Estos miles de muertos me parecen tener un significado particular. Pintan un cuadro aterrador del futuro, de las crisis del capitalismo que se avecinan.

Pero una gestión del proletariado supernumerario por medio de bombardeos en alfombra que, en la forma en que es vista como legítima por todos los Estados centrales del espacio capitalista, hace que lo que está ocurriendo ahora forme parte de una ofensiva global. En Francia, este carácter global es particularmente sobresaliente: hemos entrado en una fase en la que incluso las formulaciones políticas detrás de consignas humanistas son reprimidas -ahí donde podrían producir encuentros con una actividad callejera de las clases peligrosas. No hay una “importación” del conflicto, hay una ofensiva global. En este sentido, para nosotros en Francia, la lucha se está librando realmente aquí, contra Francia. Tenemos que traicionar a nuestra propia nación, siempre que sea posible. [...]
 
La guerra es siempre, creo, un intento de resolver la crisis de valorización capitalista, como una operación de desacumulación. Pero también es la expresión de la ruptura del equilibrio que preside la relación Estado-capital. Es un momento de crisis en el que el control del capital, del capital global, sobre el Estado se afloja en beneficio de la monopolización del Estado por determinados sectores capitalistas particulares, o incluso clanes y políticos. La guerra entre capitalistas no es sólo una guerra entre imperialismos. Enfrenta a múltiples actores que, en ausencia de salvaguardias, harán a veces apuestas arriesgadas, jugándoselo todo a una carta para intentar sacar provecho de una convulsión de las fuerzas presentes. Este es el tipo de espiral al que asistimos desde la guerra de Ucrania. Los frentes congelados están resurgiendo: hemos tenido Karabagh, ahora es Gaza. [...]
 
Hamás es un movimiento interclasista, lo que explica sus movimientos erráticos. A mediados de la década de 2000, la burguesía comercial de Cisjordania llegó a identificarse masivamente con él: el movimiento ganó las elecciones legislativas de 2006 como el partido del orden: prometía poner fin al caos de seguridad, silenciar las armas, luchar contra la corrupción y desarrollar un aparato estatal de probidad, que garantizara el orden social, con una redistribución social basada en la caridad. Paradójicamente, parecía ser el partido anti-Intifada, y la mayoría de las personalidades influyentes de los dos centros económicos de Cisjordania, Naplusa y Hebrón, se pusieron de su lado en aquel momento, mientras seguían vinculados a los intereses económicos jordanos. Hamás ganó las mismas elecciones legislativas en Gaza, pero presentando las consignas de resistencia y reclutamiento militar dirigidas al lumpenproletariado de los campos de refugiados. La lógica no era de levantamiento ni de movimiento social, sino de clientelismo militar. A diferencia de Cisjordania, en Gaza no existe una burguesía mercantil urbana.

Desde entonces, el interclasismo no ha estallado. Hamás sigue utilizando lógicas de movilización opuestas. El jefe de su brazo armado, Mohammad Deif, es una especie de icono mítico, superviviente de numerosos intentos de asesinato selectivo. Se disfraza de James Bond para hablar con los adolescentes de los campos de refugiados, mientras los dirigentes en traje y corbata pasan su tiempo en hoteles de 5 estrellas de Qatar y comen todo tipo de delicatessen con ministros y capitalistas del mundo árabe y turco. Y si es la franja de Mohammad Deif la que lanza una operación como la del 7 de octubre, la franja de traje y corbata lo deja pasar porque tiene esperanzas secretas de cosechar los frutos en los pasillos diplomáticos. [...]

«Supernumerarios», en el sentido de que el trabajo en Gaza no permite casi ninguna acumulación capitalista. El capital que circula en Gaza procede esencialmente de rentas (y aun así, son rentas muy pequeñas): rentas de la ayuda exterior (Irán y Qatar), rentas de situaciones de monopolio (los túneles). Los beneficios generados no son el resultado de la explotación del trabajo por los capitalistas. La reproducción de los proletarios y la valorización son dos procesos distintos, como diría el otro. La inmensa mayoría de los patrones son pequeños y el Estado no regula nada.
 
Gaza es una zona completamente al margen de los circuitos de valorización capitalista, como muchas otras periferias del mundo. No existe una «burguesía nacional», porque no existen capitales gazatíes. Tampoco existe una «burguesía tradicional», como en Cisjordania o Jerusalén: viejas familias basadas en un capital mercantil y propietario retógrado pero todavía eficaz en las relaciones sociales. En Gaza, en cambio, existe una nueva forma de burguesía «compradore», basada en las rentas de circulación. No se trata de una clase en sentido estricto, sino de una formación social que obtiene ingresos masivos de su posición de intermediario en los intercambios con capitalistas extranjeros (en contraposición a una burguesía con intereses en el desarrollo de la economía nacional).

Parte de esta burguesía coincide con el aparato político de Hamás, porque el capital que circula procede en gran medida de una renta de carácter geopolítico, proveniente de Estados como Qatar o Irán. Pero también hay otras rentas, vinculadas al tráfico fronterizo con Egipto, por ejemplo. Se han creado fortunas en torno a los túneles de contrabando, y aquí nos encontramos más bien en el ámbito de lo feudal globalizado, típicamente una relación patrones-trabajadores. En 2007, se produjeron intensos enfrentamientos armados entre formaciones sociales basadas en clanes y el aparato político-militar de Hamás en Rafah, en el sur de la Franja, por la fiscalidad de la circulación de mercancías.

Hamás, a diferencia de la Autoridad Palestina (AP), no se encarga de los servicios públicos, ni paga los salarios: éstos los paga siempre la AP. Además, se trata de un chantaje permanente: la AP recorta o reduce regularmente los salarios de los funcionarios de Gaza para debilitar a Hamás.

También con cierta regularidad, y sin duda en parte como consecuencia de ello, se producen movilizaciones «sociales» en demanda de dignidad: normalmente agua, electricidad y salarios. Hamás las reprime, de forma más o menos violenta, pero con una cierta moderación que sugiere que se cuida de no echar leña al fuego. La actual ofensiva militar está en continuidad con un episodio similar que tuvo lugar este verano. Es fácil imaginar que existe un vínculo, o al menos una lógica, entre estos dos tipos de acontecimientos.

Desafiar a Hamás como gestor y apoyar a Hamás como combatiente no son en absoluto antagónicos. El primero atenta contra tu dignidad, mientras que el segundo la vengará. Sin Hamás-combatiente, Hamás-gerente probablemente tendría que enfrentarse a un desafío mayor en Gaza. [...]

La Franja de Gaza ha sido durante mucho tiempo el «vertedero» de supernumerarios que he mencionado antes. Un territorio minúsculo al que se empujó una avalancha de refugiados en 1947-1948, sumergiendo a la población local, que era esencialmente campesina. Allí no hay recursos. En Cisjordania, la estructura de clases es diferente, con ciudades y notables. Y hay recursos agrícolas e hídricos, que Israel monopoliza. Los salarios son el doble y hay algunas industrias, éstas descansan en una integración relativa entre la clase compradore de la AP y el capital israelí. Al Fatah, que gobierna las ciudades, es un partido que ya no tiene ninguna coherencia social. En 2006 perdió las elecciones frente a Hamás. En 2007, dio un golpe de Estado, apoyado por Israel y Estados Unidos, para conservar los resortes del poder público en las ciudades de Cisjordania, «abandonando» Gaza a Hamás. Desde entonces, carece de legitimidad basada en cualquier forma de procedimiento democrático. Su poder se basa en la cooperación con Israel, oculta tras una retórica nacionalista que suena hueca. Gobierna enclaves separados entre sí, cada vez más cercados por asentamientos, los que son regularmente penetrados por el ejército israelí. En cuanto al proletariado de Cisjordania, está más integrado en el capital israelí que el de Gaza. Muchos trabajadores palestinos de Cisjordania trabajan, legal o ilegalmente, en territorio israelí o en los asentamientos. Tienen vínculos económicos con los palestinos de 1948, aquellos que tienen la ciudadanía israelí; a menudo hablan hebreo.

La Franja de Gaza me parece perdida por el momento desde el punto de vista de una posible actividad proletaria. La situación es diferente en las ciudades de Cisjordania, donde la lucha interpalestina por el control político se desarrolla desde hace años con manifestaciones autónomas de lucha de clases. El control social está garantizado conjuntamente por un aparato de seguridad dirigido por capitalistas compradore dependientes de Israel y baronías urbanas vinculadas a Jordania. La coherencia de esta clase sigue desintegrándose, Al Fatah ya no regula nada y cada cual intenta labrarse su propio feudo a costa de los demás. El acontecimiento esperado que debía aclarar todo esto era la muerte del dinosaurio paranoico Mahmud Abbas, pero las cosas están destinadas a acelerarse. [...]}
 
Pase lo que pase, las cosas van a cambiar. La AP tendrá dificultades para mantener el control de la seguridad. La coherencia del estamento político y de seguridad se verá seriamente puesta a prueba. [...]
 
Sin embargo, siento cierta expectación ante la idea de que el peso nocturno de represión e inmovilidad producido por la AP durante los últimos 15-20 años será barrido, y que el colapso de la policía permitirá la explosión social que tanto se ha esperado. Las relaciones de clase en Cisjordania son excepcionalmente violentas. La burguesía cisjordana se ha beneficiado durante mucho tiempo de esta situación de cooperación con Israel, se ha saciado hasta el hartazgo. Sería bueno que se aprieten un poco las nalgas. [...]
 
La guerra también me parece un síntoma de la pérdida de coherencia de la clase capitalista; y al mismo tiempo la unidad militar oculta esta pérdida de coherencia. El colapso militar israelí del 7 de octubre parece derivarse en gran medida de la lucha que atraviesa a la clase capitalista israelí y que, por primera vez, ha alcanzado a la institución militar. En los últimos meses, la lucha ha sido intensa y se ha extendido a las calles. El viejo Israel, askenazí, burgués, laico y militar, que se acumula verticalmente en Tel Aviv, ha chocado con la extrema derecha en el poder, sefardí, revanchista y que se acumula horizontalmente en las colinas de Cisjordania. Pero nada proletario ha desborado en estas manifestaciones. Peor aún: nada democrático, en el sentido «civil», como tú dices. El proletariado en Israel, que sin embargo sufre un alto nivel de explotación, está amordazado por su integración existencial en el Estado militar. [...] 
 
Nos encontramos en una situación en la que lo que está en juego no es tanto la explotación de una mano de obra autóctona como la gestión de una población proletaria excedente, en proporciones únicas dentro de los centros de acumulación capitalista. Por cada trabajador con un contrato de trabajo en Israel, hay otro mantenido en uno de los grandes suburbios cerrados que constituyen los centros de asentamiento bajo jurisdicción palestina: la Franja de Gaza y las ciudades de Cisjordania. Son casi cinco millones de proletarios aparcados a pocos kilómetros de Tel Aviv, invisibles, viviendo de la venta de su fuerza de trabajo día a día, vigilados por soldados para que no salgan de sus jaulas.

Este gran confinamiento, esta operación de separación entre proletarios útiles y proletarios supernumerarios sobre una base étnico-religiosa, comenzó al mismo tiempo que el proceso de paz, que era en realidad un proceso de externalización del control social de los supernumerarios. Anteriormente, en las décadas de 1970 y 1980, los palestinos eran empleados masivamente por el capital israelí.

En este sentido, el término «colonial» es algo inapropiado para describir la relación social que ha prevalecido desde principios de los años noventa en Israel-Palestina. También tiene el inconveniente de confirmar una oposición entre dos formaciones nacionales, que de hecho se producen y reproducen juntas. Los trabajadores palestinos e israelíes son segmentos de un mismo todo. Lo que está ocurriendo desde el 7 de octubre debe considerarse como una negociación mediante la violencia entre el subcontratista de Gaza y su empleador israelí. En este sentido, debe distinguirse claramente de la lucha de los proletarios palestinos, contra la que los subcontratistas de Hamás y la AP están en primera línea. Una lucha que nunca ha cesado, pero a la que el reclutamiento nacionalista asestará un duro golpe, al menos en Gaza.

Más allá de cualquier consideración moral, el término «resistencia», que remite al imaginario colonial, me parece inadecuado para describir la operación militar del 7 de octubre: los intereses de Hamás no son los de los proletarios, no son los -por utilizar el término actual- del «pueblo palestino». Sea cual sea el resultado de estas negociaciones, los proletarios de Gaza serán los sacrificados: ya lo son. En este momento, si Israel tuviera ganas de deshacerse de su subcontratista, eso significaría que tendría ganas de deshacerse de sus proletarios sobrantes. Una cosa no puede ir sin la otra. [...]
 
 
A partir de los años 1990, cuando Israel quiso deshacerse de la gestión de la mano de obra palestina en los Territorios, la confió a un subcontratista, la Autoridad Palestina. Pero Israel no respeta el contrato que debía conducir a una forma de soberanía simbólica. Maltrata a su subcontratista. Así que el subcontratista se rebela: es la segunda Intifada, en la que se mezclan una lucha de la AP contra su patrón y una lucha proletaria total, contra Israel y contra el subcontratista, pero que resulta sofocada por la triangulación. Al final de esta secuencia histórica, los subcontratistas de la AP se dividen. Un subcontratista maltratado pero dócil en Cisjordania; otro subcontratista maltratado y bullicioso en Gaza. Hamás puede ser tratado como un enemigo, pero el hecho es que Israel no puede prescindir de un subcontratista en este contexto. [...] 
 
La idea del «pueblo palestino» como categoría opuesta a «Israel» es evidentemente eficaz en muchos lugares: en los documentos de identidad, y en la mente de la mayoría, también como medio de legitimación de las luchas proletarias.

Pero la etnización de las relaciones sociales tiene una historia, que es ante todo la de las clases dominantes: es la historia de la formación de una burguesía capitalista judía para erradicar a una burguesía feudal-mercantil árabe; la fusión de esta burguesía con un Estado militar, etcétera. Los proletarios se ven atrapados en esta etnización de los antagonismos en el seno de la clase dominante.

Nunca debemos perder de vista que en la «lucha palestina», incluida la que se libra bajo la bandera de Hamás, hay que leer ante todo una lucha librada por las clases sociales dominantes árabes -o por quienes aspiran a invertirse en ellas- para su integración en el capital israelí. Los intereses de los proletarios, aunque a veces se encuentren bajo la bandera de la lucha nacional, son en última instancia contradictorios con los de su burguesía.

Creo que la solidaridad debe darse no a la «resistencia palestina», sino a las luchas libradas por los proletarios contra las condiciones de su existencia. Pero los proletarios luchan bajo las banderas que tienen a su disposición. No hay que fijarse en la bandera, sino en las propias luchas. Una bandera palestina, e incluso una bandera de Fatah o de Hamás, son potencialmente banderas de lucha que, según el contexto, escapan a los gestores políticos. Por cierto, no es porque sean islamistas por lo que hay que cagarse en Hamás, sino porque es un aparato de regulación del proletariado, un Estado en gestación. [...]»