Francois Danel
11 de abril de 2020
«¿Quieres saber si tienes el coronavirus? ¡Escúpele a un burgués y espera los resultados! Solidaridad con los trabajadores.» (Marsella, Francia. Abril 2020) |
La producción capitalista, que nunca ha sido «respetuosa» con los seres vivos, acabó produciendo en los años setenta y ochenta —es decir, mucho antes de la epidemia que apareció en China en el otoño de 2019— una crisis ecológica a la vez global y permanente(1) en forma de contaminación generalizada y cambio climático. Dicha crisis es global en la medida en que amenaza a largo plazo la reproducción de la biosfera terrestre, de la que también depende la vida humana. Es permanente en la medida en que es intrínseca a la subsunción real del trabajo y de la naturaleza bajo el capital. En otras palabras, pese a que representa un problema importante desde el punto de vista de la clase capitalista en todos sus Estados y bloques, no puede ser superada efectivamente en el marco de una nueva y superior reestructuración de la relación de explotación a escala mundial. Por otra parte, una reestructuración superior de esa relación, que integre mejor el discurso ecologista con pretensiones radicales, sigue siendo posible, al igual que una ruptura comunista en y en contra de esta reestructuración que la clase capitalista va a tratar de imponer.
En la pandemia del coronavirus confluyen dos procesos en principio autónomos, ya que desde los años setenta las crisis económicas y la continua destrucción de lo viviente no habían estado vinculados de forma inmediata. Sin embargo, entre noviembre de 2019 y marzo de 2020, una epidemia surgida en la ciudad de Wuhan se propagó muy rápidamente por todo el mundo, poniendo de manifiesto una vez más la gravedad de la crisis ecológica y precipitando al mismo tiempo el estallido de una crisis económica de gran envergadura, cuyo advenimiento se preveía desde la anterior, contenida pero no superada. Por una parte, la creciente contaminación de la tierra, del mar y del aire, el calentamiento global, el agotamiento del suelo y la deforestación masiva, la urbanización enloquecida que esteriliza la tierra y hace cada vez más inhabitables todas las ciudades, las epidemias cuya propagación facilita la destrucción de las barreras naturales que antaño limitaban la circulación de los virus, y la destrucción objetiva del material humano por parte de la industria farmacéutica son otros tantos aspectos de la crisis ecológica permanente, que es insuperable en el marco de los límites de la reproducción ampliada del capital. Por otra, en esta primavera de 2020, la ya notable desaceleración de la producción y el comercio, la exacerbación de las tensiones entre los Estados y los bloques, la necesidad de que esta vez todas las fracciones de la clase dominante tomen medidas radicales para relanzar la acumulación sobre una base más «sana», y sus previsibles tentativas de embarcarnos en sus conflictos internos definen la crisis económica en curso, que en cualquier caso marcará el fin del ciclo abierto en los años 70, si no la «crisis final» del sistema. Porque es a nosotros, proletarios y comunistas, a quienes corresponde sobre todo afrontar —tanto en la teoría como en la práctica— esta coyuntura epidémica de la destrucción continua de la vida y de crisis actual de reproducción del capital. No porque seamos revolucionarios por naturaleza, sino porque en esta coyuntura estamos todos en su punto de mira.
Frente a lo que sostuvo Camatte cuando teorizó la fuga de la comunidad material del capital, no existe una errancia de la humanidad (2), porque los seres humanos, divididos en primer lugar por la relación social de género, jamás han existido sino bajo modos y relaciones de producción de vida material determinados socio-históricamente. La degradación del medio ambiente natural terrestre hizo su aparición, en formas limitadas, en territorios a veces muy extensos, pero a un ritmo muy lento, mucho antes de la constitución del modo de producción capitalista. Sin embargo, para que la producción de la vida material de los numerosos grupos humanos que han poblado la Tierra llegase a ser tendencialmente destructiva de este medio ambiente, el capital tuvo que afirmarse como modo de producción dominante e imponer su desarrollo a todo el planeta, al precio de la destrucción de los antiguos modos de producción y de la integración o el exterminio de los pueblos que aún no habían sido formalmente sometidos a la esclavitud asalariada. En el transcurso de este proceso, que comenzó con la acumulación primitiva de capital pero que sólo se desarrolló a partir del afianzamiento de la producción capitalista en Europa Occidental y Norteamérica a principios del siglo XIX, cabe identificar dos momentos decisivos. En primer lugar, la subsunción real del trabajo y de la naturaleza por el capital, que tuvo lugar en torno a la Primera Guerra Mundial, con el establecimiento de la organización científica del trabajo en todos los países desarrollados y la finalización de la colonización del mundo por las potencias europeas. Después, la producción de la crisis ecológica mundial, que corresponde al desarrollo de un nuevo ciclo de acumulación y de luchas, es decir, a una reestructuración global de la relación de explotación en los años 70 y 80, que suprimió todo lo que fundamentaba aún la identidad obrera y, por tanto, la afirmación de la clase, tanto a nivel de la fábrica como de la sociedad.
Ahora bien, si la crisis ecológica se produjo en el transcurso de la última reestructuración capitalista, cabe preguntarse por qué los grupos surgidos de la ultraizquierda francesa a partir de 1968 no la integraron en la problemática de la comunización como abolición revolucionaria sin transiciones del capitalismo. Fundado en 1977, el grupo Théorie Communiste entendió perfectamente que esta reestructuración destructiva del «viejo movimiento obrero» implicaba la reproducción de la contradicción proletariado/capital bajo una forma en la que el proletariado tiende a producir su existencia de clase como una restricción exteriorizada en la clase capitalista (3). Pero ni TC ni ningún otro grupo que teorizara la comunización entendió que la reestructuración incluía desde el principio la producción de una crisis ecológica a la vez global y permanente. En efecto, tanto la forma en que se presentó de entrada el contraataque capitalista como el rechazo generalizado que se desarrolló tras la derrota obrera hicieron, por así decirlo, que el problema desapareciera antes de ser planteado. Por una parte, la clase capitalista ignoró el informe de los expertos publicado en 1972 bajo el título The Limits To Growth («Los límites al crecimiento»): relanzó la acumulación atacando primero las rigideces del trabajo en la cadena global, sin preocuparse ni por el agotamiento de los recursos (materiales + energía necesarios para la producción) ni por la contaminación generalizada (la tendencia a la destrucción de la biosfera). Por otra, las luchas (interclasistas) en el frente de la ecología política —en particular contra la producción de energía nuclear— se empantanaron rápidamente en la ideología reformista del decrecimiento, porque ponían abstractamente en tela de juicio el productivismo, no la producción de plusvalor, el capital como valor en proceso. Por último, hay que añadir a estos dos factores específicos otro más general. Al pensar la comunización en el presente de las luchas cotidianas de un proletariado actuando estrictamente como clase, TC no sólo tuvo que combatir la ideología burguesa del fin del proletariado sino también la ideología revolucionaria de la comunización a título humano, lo que le impidió, al menos en un primer momento, integrar en su labor un problema susceptible de poner a priori en tela de juicio la coherencia de la teoría que estaba elaborando.
En el seno de los límites de la reproducción ampliada del capital, la crisis ecológica no es superable. En efecto, el capital es producción por la producción misma, tendencia que las grandes crisis económicas que marcan la sucesión de los ciclos de acumulación corrigen de manera recurrente pero que reafirmada de nuevo en cada reestructuración. En otras palabras, la reproducción ampliada del valor del capital en proceso implica una producción creciente de materiales y energía (capital constante = medios de producción, especialmente maquinaria) y productos de consumo (capital variable = salarios = productos necesarios para los trabajadores). Y como la disminución tendencial de la tasa de ganancia promedio se compensa con el aumento tendencial de la tasa de explotación sólo al precio de un aumento relativo del capital constante muy superior al del capital variable, el resultado es simultáneamente un agravamiento constante de la degradación del medio natural y un empeoramiento constante de la situación social del proletariado en relación con la clase que lo explota. Cierto, la clase explotadora no puede evitar integrar en sus cálculos, al menos formalmente, la degradación catastrófica de la biosfera, y ante todo en la medida en que esta degradación afecta al trabajo global que requiere para valorizar al máximo el capital global acumulado. Por ejemplo, debe reflexionar sobre las formas de conservar la fuerza de trabajo y limitar así el impacto de futuras epidemias, sabedora de que ya no puede impedir la propagación acelerada de los virus. Igualmente, debe reflexionar acerca de la forma de limitar el impacto, ya significativo, de la urbanización y el agotamiento del suelo como consecuencia de la producción de alimentos. Ahora bien, su comprensión de todos los llamados problemas ecológicos es sólo formal, ya que no puede cuestionar la producción continuada de plusvalor. La crisis ecológica no es la contradicción del capital, que sigue siendo la explotación —o más bien las dos contradicciones mutuamente entrelazadas de la explotación de clase y la división de género— pero la lucha de clase del proletariado, siempre entorpecida por sobredeterminaciones (como la racialización), también está sobredeterminada ahora por el hecho de que la reproducción del capital amenaza la reproducción de la vida humana.
En la actual coyuntura epidémica, los comunistas necesitan, claro está, una visión políticamente activa de la fractura que puede producirse, a nivel de la experiencia vivida, entre clases (4). La fractura en el seno de las poblaciones confinadas, entre los proletarios, hombres y mujeres, gran parte de los cuales ha sido requisada en todos los países para dar el callo —en la fábrica, en el supermercado, en el hospital— y los capitalistas, que se esfuerzan por preservar sus condiciones inmediatas de explotación la que vez que cavilan sobre los medios de relanzar la acumulación más allá de la necesaria purga del capital ficticio. No obstante, no podemos ir más rápido que el viento, pese a que ya esté soplando con mucha fuerza. Por un lado, la epidemia de Covid se presenta inmediatamente como una perturbación exterior a la sociedad global, no sólo para la clase capitalista, sino también para la masa del proletariado e incluso para la mayoría de los revolucionarios. De ahí la adhesión formal de los proletarios al confinamiento, criticable no sólo desde un punto de vista comunista, sino incluso desde un punto de vista científico, y las fórmulas abstractas radicales del tipo «todo está ligado al modo de producción capitalista» (5). Desde un punto de vista comunista, el deseo de los proletarios cuyo trabajo se considera esencial de quedarse en casa, de recibir su salario sin trabajar, es muy comprensible, pero participa de la atomización del proletariado, y por tanto de la paz social que la clase enemiga necesita para reestructurar. Desde un punto de vista científico, cabe preguntarse si el confinamiento es realmente útil para contener una epidemia, plantear que en principio todavía hay que identificar muy rápidamente a los portadores del virus e imponer cuarentenas selectivas, y constatar que, de hecho, las autoridades sanitarias, pasando de la inacción al pánico, han confinado a falta de algo mejor (6). Por otra parte, si el confinamiento más o menos general de las poblaciones tiene más de confesión del fracaso sanitario de los Estados que de respuesta racional a la epidemia y si no puede ser mantenido indefinidamente al mismo nivel —muy elevado— que se ha alcanzado en China e incluso, en menor medida, en varios Estados europeos, existe el riesgo de que el desconfinamiento sea parcial y selectivo. A este respecto, la crítica del análisis de los camaradas chinos de Chuang por los camaradas italianos de Il Lato Cattivo (7) es criticable a su vez: bajo las condiciones de la epidemia se puede realizar un experimento de contrainsurgencia a título preventivo. Tanto en China como en Europa o en Estados Unidos (not so great again), el Estado, separado de la lucha de clases para mejor intervenir en ella, no necesita tener una estrategia perfectamente a punto: la contrainsurgencia es como la reestructuración: se improvisa contra los proletarios en el transcurso de las luchas.
«¿Quieres saber si tienes el coronavirus? ¡Escúpele a un burgués y espera los resultados! Solidaridad con los trabajadores.» Este mensaje, pintado en una sábana en el centro de Marsella anuncia muy bien el rumbo que estamos obligados a tomar, so pena de muerte, no debido al «enemigo invisible» sino debido a nuestro enemigo más visible y activo: la clase capitalista. Todos y todas tenemos una gran necesidad de salir. No sólo para ir a currar, hacer cola ante la puerta del supermercado o hacer un poco de ejercicio cada cual en su rincón, y ni siquiera para hacernos tests (aunque eso no estaría de más), sino para luchar juntos contra la explotación agravada que nos están imponiendo. ¡Un poco de aire! ¡Muerte al miedo! ¡Muerte a la Unión Sagrada Sanitaria!
Notas:
1 Concepto a construir, en la perspectiva de la comunización.
2 Errancia de la humanidad, 1973, en la red.
3 Véanse los análisis de Théorie Communiste, en su sitio.
4 Roland Simon sobre el texto de Chuang, Social Contagion, en el sitio https://dndf.org
5 Coronavirus, croissance de l’État, et reproduction, https://dndf.org
6 Lorgeril, Science du confinement ou Confinement de la science ?, en la red.
7 Covid-19 et au-delà, en https://dndf.org
Extraído de https://www.facebook.com/communisation
Original: https://dndf.org/?p=18482