31 de diciembre de 2023

[Libro] Teoría revolucionaria y ciclos históricos

Jean-Yves Bériou. Lazo Ediciones (mayo de 2023)
 
«Teoría y práctica, marxismo y anarquismo, socialismo revolucionario y anarco-comunismo, socialdemocracia, programa comunista, revolución y contrarrevolución.

Tópicos fundamentales y por demás abordados, pero aquí el autor ofrece un enfoque a contracorriente: el de la teoría revolucionaria en estricta vinculación a los ciclos históricos del capital, los cuales son, al mismo tiempo, ciclos de formas particulares de acumulación y de lucha del proletariado.

De este modo, adentrarnos en el pasado significa una vez más preguntarnos por el presente. Se trata de la producción de la teoría comunista como autocomprensión del movimiento proletario.

Escrito en 1973, este texto propone una reconstrucción de la lucha del proletariado desde sus orígenes, elaborada desde la perspectiva teórica de la «autonegación del proletariado», la cual tomó impulso en aquella década y cuya crítica forma parte del surgimiento de la teoría de la comunización.»
(Lazo Ediciones, 2023)

Excelente y potente libro para cerrar con broche de oro este año. Lectura más que recomendada para la autoformación política en el ABC de la historia y la teoría comunistas, entendidas como herramientas prácticas para la producción de la ruptura revolucionaria, en manos de las nuevas –y no tan nuevas– generaciones proletarias de todas partes, a contracorriente del actual contexto contrarrevolucionario. 

Contenido:
 
 
 
Algunos fragmentos:

«El movimiento comunista nació con el establecimiento oficial de la sociedad civil burguesa. Forjó sus primeras armas en el curso de la revolución burguesa, y enunció su primera afirmación desde el inicio de la sociedad capitalista. El capitalismo estuvo preñado del comunismo desde su fundación histórica, y el movimiento comunista –producido por la dinámica del valor– impuso al capital y a la burguesía la necesidad de organizar la contrarrevolución a partir de su propia revolución. La primera derrota del proletariado tuvo lugar en el curso de la propia revolución burguesa (los Enragés, los sans‐culottes, Babeuf, etc.). Esto significa que el programa comunista está inscrito en las entrañas mismas del desarrollo capitalista, y que lo acompaña como un doble hostil, como una sombra enemiga. Por tanto, el movimiento comunista existe durante toda la época capitalista, desde el principio hasta el final; pasa por ciclos revolucionarios y ciclos contrarrevolucionarios, que son la expresión de la contradicción fundamental del capital, y que no hace sino desarrollarse. Sin embargo, el movimiento real del proletariado, el movimiento revolucionario, sólo se produce durante los ciclos revolucionarios, determinados por la crisis económica que coincide con la crisis constante del valor, que la reproduce hasta la crisis final y es reproducida cíclicamente por ella. Tras la derrota de cada asalto revolucionario, la contrarrevolución que se instaura liquida un poco más las mediaciones entre el movimiento comunista y el programa comunista. La teoría comunista puede reconstituirse así en el transcurso del asalto posterior, integrando el programa y el movimiento real, fecundándolos, impulsada por la práctica de la clase revolucionaria. La distinción: programa/teoría, por tanto, es muy importante para captar el vínculo práctico entre los momentos de ruptura. […]

Los momentos de reanudación revolucionaria suscitan la reanudación de la teorización revolucionaria. La reaparición del movimiento comunista como movimiento social, y ya no sólo como movimiento objetivo del valor (creación de las condiciones mismas del asalto revolucionario), permite que la teoría se convierta en teoría del movimiento social, en teoría de la práctica de las rupturas de clase. «Se trata del paso de la “teoría del objetivo final” –que en cierta medida reificaba el futuro al abstraer el objetivo (el comunismo) de su movimiento, el cual carecía así de realidad efectiva– a la teoría comunista desarrollada como teoría de un movimiento social, de una tendencia real de la sociedad hacia el comunismo.» (Bulletin communiste, «Proletarios y comunistas»)
No se trata, por tanto, de un paso a la acción, de una realización terrenal de la teoría, que habría sido conservada como reliquia durante todo el ciclo contrarrevolucionario, y que habría que aplicar ahora a las posibilidades reales. Se trata de la apropiación generalizada de la teoría por los comunistas, es decir, de la producción de la propia teoría del movimiento real, de la producción de la teoría por el movimiento real bajo el apremio de la crisis. Esta apropiación/producción de la teoría del comunismo como movimiento revolucionario se elabora a la vez contra el programa comunista transmitido en forma de «principios» fosilizados –porque este programa ha sido deformado y petrificado a su vez, convertido en parcial y abstractamente doctrinario como consecuencia de la contrarrevolución y el fracaso del último asalto revolucionario– pero también se elabora a partir de él, mediante su ingestión/digestión crítica bajo la presión de los acontecimientos. Los revolucionarios rectifican, completan y ultiman el programa a la luz de las posibilidades reales del movimiento social, al igual que, a la inversa, también asocian el programa a la comprensión del movimiento, a sus momentos de ruptura y a su dirección orgánica.
La teoría del proletariado, la teoría comunista, por tanto, es transmisión del programa, al igual que es apropiación de la comprensión teórica, síntesis de la teoría y la práctica en la praxis.
La reanudación revolucionaria significa: «el fin de la actividad teórica como práctica separada debido a la imperiosa necesidad de apropiación práctica de la teoría por parte del proletariado». (
«Proletarios y comunistas») […]

En períodos contrarrevolucionarios, el acervo de la revolución anterior, del programa y de la teoría comunista, se dispersa en el seno de grupos, núcleos o sectas que se convierten así en el vínculo físico y espiritual entre los asaltos revolucionarios. La ausencia de una lucha realmente comunista del proletariado transforma la teoría en dogmas, principios, programas, preguntas, hipótesis, etc., tan numerosos como sean los grupos, los núcleos o las sectas. No obstante, la teoría comunista es conservada de esta manera por gente que intenta resistir a la época, no participar en ella. La exclusión de la «vida pública» es la condición sine qua non de la posibilidad de transmitir la teoría y el programa comunistas a las siguientes generaciones. Incluso es porque están aislados, separados de la vida pública, de la actividad histórica, que en ese momento es contrarrevolucionaria, por lo que los revolucionarios pueden continuar el curso programático del movimiento.
Por supuesto, no hay que creer que es posible excluirse del mundo real. El idealismo, que consiste en creer en la posibilidad de mantener el programa comunista durante todo un ciclo contrarrevolucionario sin desviaciones, degeneración ni amputaciones, sólo puede ir de la mano de una concepción intemporal del revolucionario eterno, «battilochio» [“jefe genial”] de la teoría. La teoría, que es siempre teoría de un movimiento histórico, si este movimiento histórico es inmediatamente contrarrevolucionario, no puede ser revolucionaria sino es a través de una serie de mediaciones e ideologizaciones. No vive por la gracia de la historia, fuera del alcance de la realidad contrarrevolucionaria, sino que llega a expresarla en ciertos aspectos; como superviviente del ciclo contrarrevolucionario, se convierte en la expresión de la contrarrevolución durante la reanudación revolucionaria: así, el bordiguismo o el consejismo son expresiones contrarrevolucionarias del movimiento real actual y pronto serán partícipes activos en la contrarrevolución práctica [tal como lo fueron el marxismo y la socialdemocracia después de la Primera Internacional y durante la Segunda Internacional, y tal como lo fue el bolchevismo –fracción radical de la socialdemocracia– después de la derrota de la revolución rusa y la revolución alemana].
Ahora bien, la teoría comunista sobrevive a las derrotas de los asaltos revolucionarios porque es la teoría de un movimiento que atraviesa todo el período capitalista, a través de todos sus ciclos. No es una producción inmediata. Siempre está –y esta es su característica fundamental– un paso por delante del momento histórico porque expresa su sentido, su dirección, sus posibilidades y sus necesidades. No sólo es inmanente a todo el ciclo capitalista, es decir, que se forma como programa básico desde el principio del ciclo, sino que también es profecía en cada momento. La concepción inmediatista de la teoría es una puerta tras la que pululan los empirismos «teorizados».
Esto no impide al movimiento comunista sobrevivir en períodos contrarrevolucionarios bajo diversas apariencias, idiomas, trajes y máscaras (por ejemplo, el anarquismo entre 1875 y 1905, las sectas bordiguistas, consejistas, surrealistas, etc. después de 1921, y hasta mayo de 1968). El movimiento es tan poderoso, tan fuerte, que incluso a veces obliga a la contrarrevolución a hablar en su nombre, a través de la voz de sus propias agencias (ejemplos de Rassinier, Rossi, etc.). Pero es inevitable que esas diversas máscaras se le peguen a la piel y lo transformen irremediablemente, incrustándose en él. En un período contrarrevolucionario, la teoría tiene un carácter dispar: se centra en aspectos parciales de la totalidad (la crítica del estalinismo, por ejemplo, o la crítica del trabajo en nombre del juego, otro ejemplo) sin captar todos sus aspectos. Por lo general, no entiende el ciclo en el que se encuentra como contrarrevolucionario, y todo incidente social o racionalización del sistema se convierte en la inminencia de la revolución comunista (anarquista) o de la guerra mundial (Socialisme ou Barbarie). El movimiento cae en el activismo (Programme Communiste) al mismo tiempo que construye de cabo a rabo una historia personal en la que siempre defendió a capa y espada una doctrina pura y dura. Es incapaz de hacer un balance, y esta es una de sus características. No existe ninguna teoría del movimiento real que le permita captarse a sí mismo como un momento particular. Se teoriza el Consejo, al igual que se teoriza el Partido, pero no se capta su contenido histórico. En resumen, el movimiento, en los períodos contrarrevolucionarios, no está saturado de teoría comunista sino de retazos y aproximaciones. Además, hay tantos sistemas como pretensiones de comprender las razones de la derrota pasada.
De hecho, en los períodos contrarrevolucionarios la teorización sigue cuatro ejes principales:
a) la incapacidad de sacar la lección de la revolución‐derrota, de extraer de ella un balance teórico que no sea parcial. […]
b) el predominio del trabajo teórico consistente en precisar y completar la formulación y definición del «programa» comunista. […]
c) la visión y descripción de los «nuevos» fenómenos de la sociedad que aparecieron con el desarrollo del capital durante el ciclo contrarrevolucionario. […]
d) la crítica de la sociedad contrarrevolucionaria, es decir, sobre todo, la crítica de lo que unifica, expresa y simboliza a esta sociedad. […]

Si unos revolucionarios consiguen conservar los principios del comunismo cuando todo contribuye a su olvido, si lo hacen contra viento y marea, deformándolos y entregándolos a las siguientes generaciones, sin entregarles otra cosa que principios, tejiendo de este modo el hilo del tiempo, no hay que hacerse ilusiones. Aparte de que el hilo sea rojo –por el considerable número de sufrimientos, deserciones, suicidios y caídas en la locura padecidas para tejerlo, lo que se corresponde con la tragedia del comunismo (su imposible realización, su falta de base social real) durante este período– hay que darse cuenta de que los revolucionarios que así subsisten no se encarnaron por voluntad propia, sino que también fueron producidos por la historia. No hay contrarrevolución tan total que no tenga que luchar continuamente contra revueltas (sin porvenir), resistencias (a la racionalización del capital) y luchas proletarias (sin dirección orgánica). Además, algunas zonas geográficas experimentan el desarrollo del proceso revolucionario con retraso (caso de Nieuwenhuis y de Holanda) o, por el contrario, se adelantan a la reanudación, etc. Incluso podría decirse que ese es el precio al que subsisten los revolucionarios. Realmente no existe escapatoria alguna.» (Jean-Yves Bériou, 1973) 
 
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«[...] fue preciso que la crisis de 2008 hiciera aparecer en el plano internacional una «corriente comunizadora» ya claramente delimitada de la antigua ultraizquierda francesa de los años ’70, que fue quien rescató del olvido a sus antepasados y precursores. Y es esto lo que explica, a su vez, que un texto como Teoría revolucionaria y ciclos históricos —una de cuyas principales tesis es precisamente la suerte que corren las teorías revolucionarias en función del período histórico en que se encuentran— vea ahora la luz en castellano

A estas alturas debería ser un lugar común decir que todo gran paso adelante del movimiento real, además de valer más que una docena de programas, permite ver con ojos nuevos tanto el presente como el pasado. La explicación es sencilla: todo período de reanudación revolucionaria se caracteriza, por fugazmente que sea, por el dominio del presente sobre el pasado, del trabajo vivo sobre el trabajo muerto. Mucho menos conocido parece, en cambio, el hecho de que también suscita siempre un vigoroso retorno de lo reprimido, a saber, la resurrección —en sí misma tan legítima como inevitable— de los «mejores momentos» del ciclo revolucionario inmediatamente anterior, cuyos apoderados a menudo tienen más ganas de impartir las lecciones y enseñanzas correspondientes que de ser ellos quienes escuchen y aprendan algo del nuevo movimiento que comienza. 
 
Si, además —como hasta ahora ha sido la regla—, la reanudación revolucionaria se estanca o se salda con la derrota y, en consecuencia, el «trabajo pretérito» vuelve a contraponerse «de manera autónoma y avasallante al trabajo vivo» [Marx, El Capital III] ese retorno de lo reprimido tenderá irresistiblemente a convertirse en una fuerza de represión de la conciencia, digna heredera de esa «tradición de las generaciones muertas» que «oprime el cerebro de los vivos» evocada por Marx al comienzo de El 18 de Brumario de Luis Napoleón Bonaparte. [...]

En efecto, como veremos a continuación, a pesar de todas sus contribuciones pasadas y de los arduos esfuerzos que hicieron para «actualizarse» tras el ’68, tampoco los representantes de la nueva ideología «autónoma» y «autogestionaria» ni los usufructuarios más o menos bordiguizantes del legado de las izquierdas comunistas del período 1917-1923 lograron sustraerse a los efectos de esa «ley» de inercia histórica de las contrarrevoluciones, lo que les condujo, a la vez que a engañarse a sí mismos acerca del significado histórico real de su actividad, a combatir enérgicamente todas y cada una de las inquietantes novedades suscitadas por la reanudación revolucionaria sesentayochista.
» (Federico Corriente, 2023)