17 de julio de 2024

"GASOLINAZO" Y PROTESTAS LIMITADAS

Análisis de la situación concreta actual en la región ecuatoriana (julio 2024) desde la perspectiva comunista radical
 
Imagen tomada de Internet
 

1. El gobierno empresarial de Noboa sube el precio de la gasolina (Decreto 308) y, por consecuencia en este país petrolero, el precio de todas las demás mercancías. "Sube la gasolina, sube todo"

Más que una "agenda neoliberal impuesta por el FMI" (esto es sólo una parte y vista por encima), la inflación es un mecanismo para reducir el salario real: sube "el costo de la vida", pero no los salarios, por lo que estos tienen cada vez menor capacidad adquisitiva y así se empeoran las ya deterioradas condiciones materiales de existencia de la mayoría de la población: no olvidemos que apenas 3 de cada 10 ecuatorianos tienen empleo, el resto estamos en el subempleo o el desempleo y bajo formas encubiertas y precarias de salariado. Lo que está de fondo con esta medida inflacionaria, entonces, es aumentar la tasa de explotación, de plusvalía y de empobrecimiento de la clase trabajadora para, a su vez, compensar la caída de la tasa de ganancia del Capital a escala mundial.

Sí, la burguesía tiene que seguir ganando hasta en la peor de las situaciones, y para ello tiene que seguir explotando y empobreciendo a la clase proletaria sea como sea o cueste lo que cueste. Y sí, a escala mundial, porque la burguesía ecuatoriana sólo está administrando catastróficamente la ya catastrófica crisis capitalista internacional en esta pequeña hacienda narcobananera 2.0 del mercado mundial llamada "Ecuador".

Aquí hay que hacer un recorderis de un ABC de la Crítica de la Economía Política: el Capital no es una "cosa", es una relación social impersonal y cosificada que gobierna el mundo entero y es ingobernable. Lo mismo aplica para su actual crisis catastrófica. Por lo tanto, pedirle a este y a cualquier gobierno que "deje de tomar medidas antipopulares" y "que la crisis la paguen los ricos" o creer que un "gobierno popular" puede hacerlo con "un nuevo modelo económico", es pedirle peras al olmo. La socialdemocracia o izquierda del Capital de todos los colores no sólo lucha por conservar el capitalismo reformándolo, sino que no lo comprende realmente.
 
2. Algunas organizaciones populares inician protestas contra esta medida "antipopular" (4 de julio), pero son y serán limitadas por sí mismas
 
Sin duda, como unos explotados y empobrecidos o unos "nadies" más, estamos de acuerdo con estas protestas; y, al mismo tiempo, somos críticos con ellas. Lo uno no contradice, sino que necesita lo otro. Porque, desde la perspectiva revolucionaria, la lucha proletaria se critica y se supera a sí misma para poder avanzar o dar saltos hacia delante... o no es tal.

Desde esta perspectiva revolucionaria, criticamos las protestas actuales no sólo porque están convocadas y dirigidas por sindicatos y partidos estalinistas o la rancia izquierda del Capital de este país (Frente Popular, FUT, etc.), que se caracteriza, entre otras cosas, por mendigar migajas a la clase patronal, sentarse a negociar con ella, y luego llamarle a eso "luchas y conquistas del pueblo". Usando para el efecto la calle como medida de presión. En este caso, "derogar el Decreto 308" o el "gasolinazo" (y defender el IESS, la no privatización del sector eléctrico, renegociar los contratos petroleros, cobrar impuestos a los más ricos, etc.), pero nada más.

Y no sólo porque esas y otras organizaciones combinan estas protestas en las calles con el asqueroso electoralismo (CONAIE-Pachakutik para febrero de 2025, quien lo más probable es que se sume a las protestas después de su Asamblea extraordinaria del 20 de julio). Típica combinación "táctica" de la socialdemocracia en su rol histórico de bombero de la revuelta y, dado el caso, de fuerza contrarrevolucionaria dentro de las filas de la propia revolución. Más aún en tiempos de paz social como el actual, donde la socialdemocracia también es parte de la contrarrevolución preventiva en curso. 
 
Imagen tomada de Facebook

Nuestra crítica principal es que son luchas que están limitadas al terreno de la reproducción (el costo de la vida o la inflación, etc.) y no atacan el terreno de la producción (las relaciones de producción y de propiedad), que es donde realmente radica el poder de la burguesía y su Estado. Por eso es que estas protestas son interclasistas: participan desde trabajadores de la educación hasta pequeños propietarios rurales y urbanos. Por eso es que en ellas no participan sectores estratégicos de la clase trabajadora (petróleo, agroindustria, construcción, transporte, logística, servicios básicos, etc.), como en cambio sí ocurre en otras regiones del mundo (ej. Irán). Otro gallo habrá de cantar cuando las luchas se planten en el terreno de la producción y sean "salvajes"; esto es, afuera y en contra no sólo de la patronal y sus lacayos, sino también de sindicatos y partidos de la izquierda del Capital. Faltan muchas luchas de clases para llegar a ese punto. Pero el capitalismo y su catástrofe actual ya están produciendo las condiciones para ello. Sólo entonces se pondrán a temblar de terror la burguesía, sus defensores y sus falsos críticos.

En este punto, la pregunta es ¿dónde está la mayoría del proletariado aquí y ahora? Dedicado a sobrevivir, en la lucha diaria del “sálvese quien pueda”, cooptado y organizado en los negocios legales e ilegales del Capital-Estado como mercancía-fuerza de trabajo formal e informal, empleada y subempleada/desempleada. Y también embobado en la Copa América 2024, consumiendo esa droga de masas llamada fútbol (una de tantas hoy en día), mientras en este país el Estado burgués lo ataca empeorando sus condiciones materiales de existencia, y mientras al otro lado del mundo otros Estados burgueses lanzan bombas y masacran población civil desarmada todos los días. El violento y alienante orden del Capital-Estado reina en todas partes… Pero no es absoluto ni eterno. También hay algunas luchas y grietas dentro de este orden de cosas temporal. Es una contradicción en proceso que sólo el devenir de la misma lucha de clases resolverá.

Otra crítica importante a las protestas actuales es que su cancha ya está marcada por la dictadura social del Capital sobre el proletariado llamada democracia. Por un lado, porque para legitimarse y reproducirse como tal la democracia no sólo necesita elecciones, sino también protestas o movilizaciones masivas en las calles. De hecho, esa es una de las llamadas "libertades políticas" que hace que la democracia sea tal, siempre y cuando las protestas no ataquen las raíces del Capital y del Estado. Por otro lado, porque en el mejor de los casos (un Paro Nacional), su dinámica o su ciclo es protesta-represión-negociación. Por más que duela y enoje, de ahí no pasa y ese círculo vicioso se repite. A los hechos nos remitimos: octubre de 2019, junio de 2022, y probablemente julio o agosto de 2024: protesta-represión-negociación. Lo que pasa es que un levantamiento popular no es una revuelta proletaria, y una revuelta no es la revolución. La burguesía democrática sabe esto y no le teme; al contrario, lo usa a su favor.

La pregunta de fondo, entonces, es ¿por qué pasan las cosas de esa manera? La respuesta es que todas las anteriores son características del actual contexto contrarrevolucionario, aquí y en todas partes. A pesar de la crisis catastrófica que azota el planeta, la burguesía sigue teniendo la sartén por el mango y estando a la ofensiva en todos los aspectos. Mientras que el proletariado sigue estando a la defensiva; es más, sigue estando derrotado, debilitado y aislado como clase antagonista con la potencia de destruir el mundo actual y crear un mundo nuevo. Esta relación de fuerzas actual es lo determinante, histórica y materialmente hablando. Warren Buffet, dueño de la tercera mayor fortuna del mundo, la tiene clara: «Hay una guerra de clases. Pero es mi clase, la de los ricos, la que está haciendo la guerra, y la está ganando». El magnate ecuatoriano Noboa también la tiene clara.

Por lo tanto, si bien entendemos los motivos y las emociones que generan las protestas callejeras contra este gobierno burgués que merece todo nuestro odio de clase, no hay que romantizar las protestas, en general; y en particular, no hay que hacerse ilusiones de un posible "desborde" ni adoptar una posición activista y voluntarista con respecto a las protestas actuales en la región ecuatoriana, incluso si éstas llegan a "escalar" hasta convertirse en un Paro Nacional: protesta-represión-negociación y, para colmo, electoralismo. Peor aún si es liderado por una organización reformista de masas como es la CONAIE, y secundado por el rancio estalinismo criollo: Frente Popular y FUT.

No somos bordiguistas, pero la crítica comunista de Bordiga en los años 40 del siglo pasado al activismo de izquierda sigue siendo vigente: la acción por la acción, sin un análisis materialista histórico de la situación concreta y sin principios ni perspectivas revolucionarias, siempre resulta en reformismo y populismo, venga de quien venga ("marxistas" y "anarquistas" por igual). En consecuencia, los comunistas radicales tomamos distancia del activismo voluntarista y del populismo, aún a sabiendas de que hacerlo es una posición muy minoritaria y a contracorriente dentro del propio medio militante y activista de izquierdas al día de hoy. Con los pies bien puestos en la tierra, nosotros seguimos principios, no personalidades. Y no nos dejamos marear por las urgencias y confusiones del momento.

Esto no es "intelectualismo" ni "purismo" ni "pasividad", como suelen refunfuñar los activistas de izquierda. La crítica comunista, o mantener las posiciones del proletariado revolucionario contra la burguesía y la socialdemocracia, también es una actividad necesaria. Más aún en tiempos contrarrevolucionarios como el actual, donde una de las cosas más prácticas que puede haber es precisamente una buena teoría revolucionaria. No importa si por el momento somos muy pocos; con un espíritu de "partido histórico" (en la acepción de Marx), anonimato e internacionalismo, alguien debe hacerlo para sostener y tensar "el hilo rojo" en el presente y el futuro de la lucha de clases.

Sin embargo, como afirma Théorie Communiste, «las condiciones para superar las luchas reivindicativas se establecen sobre la base de las propias luchas reivindicativas». En su propia dinámica y devenir histórico, las luchas contienen elementos y potencias para criticarse y superarse a sí mismas. Superación en la cual habrá que poner siempre por delante la autoorganización para la insurrección y la comunización tanto en el terreno de la producción como en el de la reproducción, aboliendo las relaciones capitalistas de clase mediante la producción de relaciones comunistas entre los individuos. Esto y no otra cosa es la revolución social en las condiciones históricas actuales. Y también habrá que rechazar a cualquier "vanguardia del pueblo" que, en aras de sus propias aspiraciones contrarrevolucionarias de poder estatal, pretenda "comandar" y capitalizar políticamente la lucha revolucionaria del proletariado anónimo. Esto no es hacer "culto a la espontaneidad", como suelen repetir los socialdemócratas-leninistas: sólo la autoorganización proletaria consciente de su propio poder para la abolición del Capital y la sociedad de clases puede y debe superar la espontaneidad de la revuelta.

Desde la perspectiva revolucionaria, por eso y sólo por eso las luchas reivindicativas son necesarias y participaremos en ellas en la medida de nuestras posibilidades. Y por eso mismo, faltan muchas luchas reivindicativas para que produzcan su propia superación. Faltan muchas luchas para romper el actual período contrarrevolucionario y entrar en un período de reanudación revolucionaria. Estamos hablando de un futuro ciclo de luchas que, con "nuevos actores" de la misma la clase explotada (tanto el proletariado asalariado de los sectores estratégicos como el proletariado no asalariado de cualquier sector) y ya "sin demandas" más que una nueva sociedad sin clases ni Estado ni mercado ni fronteras, sorprenderá a propios y ajenos. Arrastrando con su lava escarlata no sólo a los defensores derechistas del orden democrático-burgués, sino también a sus falsos críticos izquierdistas que hoy protagonizan las protestas actuales. Ahí sí, los comunistas radicales estaremos luchando en primera línea junto a las masas proletarias insurrectas por la revolución social, aquí y en todo el mundo. 
 
Proletarios Hartos de Serlo
Quito, julio de 2024

2 de junio de 2024

Insurrección y Comunización: repensar la emancipación social radical en una nueva era de catástrofes

Nec Plus Ultra
Febrero de 2024

Humanidad: el freno de emergencia que detiene el tren e impide caerse junto con la caída de la civilización capitalista

 

Vivimos en una época de catástrofes que prontamente hará palidecer las del siglo XX, puesto que la civilización del capital se ha hundido en una debacle socioecológica que manifiesta en diversas regiones del planeta el carácter de esta nueva era de sufrimiento socialmente exacerbado. En Gaza se realiza un genocidio en el que se imbrican las formas más precisas de destrucción de seres humanos que otorga la técnica hiper-moderna con los métodos de terror más atávicos: lo más moderno es también lo más arcaico, dijo alguna vez certeramente Guy Debord. Pero el incendio del colapso de la civilización capitalista se extiende no sólo bajo la forma de la guerra neoimperialista y los escuadrones de la muerte del narco devenidos en potencias transnacionales, sino también bajo el incendio muy real de los bosques en el marco de un agravado calentamiento planetario que tiene su origen en la destrucción acelerada de la naturaleza por la producción capitalista de mercancías. Por eso, de manera acertada, se dice que Gaza es el mundo, porque ahí se reúnen, convergen y yuxtaponen todos los elementos de la crisis múltiple de la debacle capitalista, mostrando en un punto definido del planeta-capital la imagen exacta del futuro cercano del colapso de este modo de vida socialmente alienado.

Por ello, no es en modo alguno casualidad que 2023 cerrara simultáneamente como el año más caluroso del que se tenga registro y como el año más violento desde el final de la segunda guerra mundial. En efecto, el mundo se hunde también en la violencia exacerbada. Las débiles barreras a la violencia desencadenada que la propia civilización burguesa puso ante sí misma después de sendas guerras mundiales y procesos de descolonización han terminado por derribarse —nuevamente, en Gaza—. Desde ahora el vacío discurso de la democracia y los derechos humanos esgrimidos por las potencias centrales del neoimperialismo occidental ha perdido el poco sentido propagandístico que podía tener, y ni siquiera sus más entusiastas sicofantes pueden ya defenderlo. Esto implica que finalmente se ha abierto el camino hacia la guerra global total —hacia una guerra verdadera y efectivamente mundial en el marco de la crisis de la civilización industrial tardía—, una guerra neomperialista planetaria entre los grandes bloques de potencias capitalistas que hoy se enfrentan cada vez más abiertamente en diferentes regiones del planeta. Pero eso no es todo, allí donde retrocede la soberanía del Estado capitalista[1] o este derechamente tiende a colapsar —cómo es el caso de Somalia, el Congo o Haití— no se realiza la emancipación, sino que el vacío del Estado es ocupado por las nuevas mafias transnacionales y sus escuadrones de la muerte.

Hoy se puede afirmar sin temor a error que es posible reformular la célebre frase del prólogo de El Capital y decir que las regiones periféricas les muestran a las naciones industriales avanzadas la imagen de su propio y terrible futuro. Los casos de Ecuador —recientemente remecido por la guerra entre rackets estatales y paraestatales— y México —donde el narco está imbricado en todos los niveles del entramado social y deviene potencia transnacional— en América Latina son paradigmáticos al respecto, pero también lo es hoy El Salvador y su nuevo modelo de príncipe que emerge en el curso de esta crisis: Nayib Bukele. Pero no debiera extrañarnos que una crisis global que empuja a cientos de millones de personas al límite mismo de la supervivencia en condiciones capitalistas al lado del más apabullante cúmulo de riquezas, se arroje a los brazos de un nuevo género de autoritarismo —que no promete a sus desdichados ciudadanos evitar morir de hambre, pero si evitar morir a balazos—. Después de todo la variante progresista de la izquierda ha fracasado mundialmente en gestionar el capital y por ninguna parte aparece un horizonte emancipatorio de alternativa real a la catástrofe capitalista.

A este respecto, probablemente nadie haya entendido mejor que Walter Benjamin que el entramado de socialización capitalista está caracterizado en todo su devenir histórico por la desesperación y la catástrofe. Que, por tanto, la emancipación social radical no puede consistir en otra cosa que la activación del freno de emergencia que detiene el avance del movimiento del capital hacia la autoaniquilación completa. En efecto, que el final lógico del despliegue histórico del capital es la autonoaniquilación completa de la humanidad es una conclusión terrible que no sólo se puede alcanzar aprehendiendo críticamente la dinámica fundamental del movimiento del dinero como capital, sino dando una mirada atenta a las condiciones de existencia que marcan la historia de esta de esta civilización. Ahora bien, ¿en qué consiste este freno de emergencia y cómo nos puede permitir repensar la emancipación social radical? Argumentaré, a continuación, que la teoría de la comunización constituye un valioso autoesclarecimiento teórico de la posibilidad radical que emerge en las luchas sociales contemporáneas. De hecho, como veremos, es precisamente la dinámica contradictoria de las formas sociales capitalistas las que permiten no sólo su crítica en sentido teórico, sino también su negación práctica. La teoría de la comunización es, por tanto, una expresión de la negatividad que se encuentra presente en todo el entramado social capitalista.

Lo que me interesa aquí no es, por tanto, hacer una apología acrítica de una determinada teoría —a saber, la teoría de la comunización—, sino ante todo contribuir al esfuerzo todavía fragmentario de la elaboración de una teoría crítica radical de carácter autorreflexivo. Solamente en este marco, o sea, el de una crítica social radical que se comprende como una posibilidad de la propia sociedad desde la que emerge, tiene sentido el diálogo con la teoría de la teoría de la comunización. En este sentido, lo que aquí me interesa es arrojar luz sobre el carácter práctico de la abolición del valor —que constituye, de hecho, la gran pregunta de la teoría revolucionaria contemporánea—, más aún, esclarecer la posibilidad de la emergencia de una práctica orientada conscientemente hacia la supresión de las formas sociales capitalistas. En otras palabras, el diálogo crítico con la teoría de la comunización que aquí pretendo entablar tiene como objetivo reflexionar sobre la posibilidad de una crítica práctica de la socialización capitalista. Este enfoque implica, por supuesto, que la teoría de la comunización no supone en modo alguno el carácter final de la emancipación humana, sino por el contrario un momento fragmentario de un autoesclarecimiento sobre las posibilidades prácticas que se agitan en el interior del presente estadio histórico de la civilización capitalista. Es, ante todo, una expresión de las potencialidades reales de las luchas contemporáneas, pero por sí sola no es idéntica a la emancipación social, sino que es un momento de la formación contemporánea de una crítica social radical aún en estado fragmentario.

Ahora bien, como ya se puede entrever, la posibilidad de una crítica práctica del capital[2] no es, por supuesto, el resultado de ninguna teoría especialmente brillante ni de la capacidad analítica de mentes particularmente geniales —incluso aunque la teoría como autoesclarecimiento supone el desarrollo de las potencialidades subjetivas[3]—, sino que es el resultado de las transformaciones materiales e históricas de la civilización capitalista avanzada y el consecuente trastocamiento del conjunto de su entramado de socialización. Como cualquier persona interesada puede averiguar por su cuenta, la teoría de la comunización surge precisamente con posterioridad a las revueltas globales de 1968 y la emergencia de una nueva cualidad de la lucha de clases que suponía la crisis, y posterior colapso, del antiguo movimiento obrero y de la configuración particular del entramado de socialización capitalista de la cual ese movimiento era tanto parte integral, factor de modernización, pero también posibilidad de su crítica inmanente y superación.

La teoría de la comunización, y este es un punto que la convierte en una corriente de especial importancia para la crítica radical contemporánea, es una teoría autoconsciente de su propia determinación sociohistórica: se comprende a sí misma como un balance crítico del fracaso de la oleada revolucionaria de 1968 – 77[4], pero también como la constitución de un nuevo paradigma de la lucha de clases y la emancipación social[5]. No entraré aquí a profundizar las divergencias teóricas que tengo con la teoría de la comunización, en particular su comprensión de la historia de la civilización capitalista, su teoría de la ideología —en específico de Théorie Communiste—, o su diálogo muchas veces truncado con las denominadas “nuevas lecturas de Marx”, porque creo que su mérito reside en su insistencia en el carácter práctico del movimiento de abolición del valor como proceso de autotransformación de la sociedad que comporta la supresión del proletariado. Pese a su lenguaje necesariamente esotérico, la teoría de la comunización puede y debe ser considerada con pleno mérito como una nueva lectura de Marx que escapa por lo general al ámbito académico, pero que comparte puntos fundamentales de convergencia con diferentes esfuerzos teóricos dispersos por el mundo que tienen como orientación primordial la constitución de una crítica social radical capaz de convertirse en una fuerza material e histórica dirigida a la supresión/superación del entramado de socialización capitalista.

En consecuencia, no espero aquí hacer un resumen detallado de las principales propuestas de la teoría de la comunización —ella misma fragmentaria, compuesta de diversos colectivos e individualidades con perspectivas muchas veces divergentes—, sino señalar la posibilidad real de una insurrección contra la forma de las relaciones sociales capitalistas, una insurrección dirigida a socavar las formas sociales fundamentales que sostienen el entero edificio de la socialización capitalista. Más aún, argumentaré que esta posibilidad, lejos de ser un ensueño teórico, se encuentra presente en el propio entramado social capitalista y que, de hecho, constituye la dimensión radical de las luchas de clases contemporáneas —así como el fundamento material de la propia existencia de la teoría de la comunización—. Esto quiere decir que presentaré aquí una reapropiación crítica de la teoría de la comunización que se comprende a sí misma como un autoesclarecimiento posibilitado por las luchas recientes y el fracaso de su potencial emancipatorio, reapropiación que pretende arrojar luz sobre el carácter práctico de la abolición del valor y permitir orientar la discusión emancipatoria en el sentido de la conformación de una fuerza social e histórica capaz de apuntar conscientemente hacia la liquidación de las formas que sostienen el entramado de socialización del capital.

Comunización

Cuando Théorie Communiste dice que la revolución es comunización, quiere decir que esta sólo puede suceder como un proceso de autotransformación material del proceso social en cuyo despliegue se tiende a liquidar prácticamente el valor como forma de las relaciones sociales y que, precisamente, este proceso toma su fuerza de esa liquidación. En términos simples, comunización designa un proceso práctico de carácter colectivo por medio del cual se suprime en actos la forma capitalista de las relaciones sociales, o sea, suprimiendo el intercambio de mercancías, el valor, el dinero, el trabajo, el capital y, por supuesto, el Estado —cuyo fundamento es precisamente la forma capitalista de las relaciones sociales— y el patriarcado —en la medida en que las relaciones capitalista no son de género neutro y su abolición es también la del género tal cual ha sido socialmente producido por esta civilización—.

La teoría de la comunización en todas sus variantes ha insistido siempre en la posibilidad de la inmediatez del comunismo[6], o sea, de la posibilidad de una producción inmediata de un modo de vida socialmente emancipado a partir de una ruptura práctica con la socialización capitalista que emerge desde ese mismo entramado de socialización como su crítica inmanente en actos. Evidentemente, el sólo hecho de dar cuenta de esta posibilidad constituye en sí mismo el resultado de un proceso histórico de la civilización capitalista, una transformación material de la relación de capital en el que ahora la emancipación social ya no se da sobre la base de la afirmación del proletariado como clase —lo que implicaba, a su vez, afirmar el capital[7]—, sino de su negación, de su puesta en entredicho a partir de su propio actuar como clase dentro de la socialización capitalista.

Es cierto que el comunismo era posible desde 1848, como decía Amadeo Bordiga, pero era posible sobre la base de la afirmación del proletariado como clase. Con esto, por supuesto, no quiero decir que la abolición de la sociedad de clases era imposible para el arco histórico en que la lucha de clases tuvo lugar dentro de los marcos del universo del movimiento obrero. Por el contrario, quiero señalar que la emancipación social radical no constituye ninguna especie de invariante histórica, sino que es el resultado de una producción histórica real que tiene lugar dentro del metabolismo social capitalista. Lejos de ser una abstracción inmutable que existe por fuera del movimiento real como ideal normativo, la emancipación social se desarrolla siempre sobre la base del despliegue histórico de la dialéctica de la mercancía propia de la civilización capitalista —y, por tanto, de la lucha de clases—.

La lucha de clases del movimiento obrero fue la emancipación posible en un determinado arco histórico de la civilización capitalista. El consejo [soviet], la autogestión, la huelga general de masas, la toma del poder, etc., fueron la forma práctica de esta emancipación posible en la medida en que, dentro de la relación de capital —la relación de clase entre el capital y la clase asalariada que es el fundamento de la valorización del valor—, la autoemancipación del proletariado sólo podía suceder como afirmación de la clase. En efecto, en el proceso histórico de la transición de la dominación formal a la real del capital, la lucha de la clase obrera adquiría necesariamente el contenido y la forma de su afirmación como clase del capital en el interior de la socialización del capitalista, en cuanto a que su lucha contra el capital estaba determinada por la reproducción de la clase obrera como un momento necesario de la reproducción ampliada del capital. Hoy, en la transición global hacia la cuarta revolución industrial, la situación es radicalmente diferente, puesto que la reproducción de la clase obrera global no es un presupuesto necesario de la reproducción ampliada del capital que ha cientifizado el conjunto del proceso de producción de mercancías y depende cada vez menos del gasto inmediato de trabajo humano abstracto medido en tiempo —lo que se expresa, entre otros aspectos, en la producción de enormes masas de población superflua para el capital y en la lumpenización de la clase obrera—.

Esto quiere decir que todo movimiento de contestación social radical dentro de la civilización capitalista emerge como una crítica inmanente de esta forma alienada de interdependencia social, vale decir, surge desde esas formas de socialización y en contradicción con estas. Empero, quiero enfatizar que es el carácter contradictorio de estas formas las que constituyen la condición de posibilidad de esta crítica social radical. Si la forma mercancía fuera la forma última de la reproducción social, si coincidiera plenamente de manera idéntica con los sujetos de esta socialización —en su fase teórica tardía Camatte sugiere explícitamente, y erróneamente desde mi perspectiva, que esta identidad se ha realizado como antropomorfosis del capital[8]—, entonces simplemente no sería posible la crítica ni la negación práctica de esta forma históricamente específica de las relaciones sociales. Por el contrario, puesto que la forma mercancía en cuanto forma específica de la riqueza capitalista es en sí misma contradictoria —es simultáneamente riqueza material y riqueza abstracta[9]—, entonces en su propio despliegue histórico está contenida la posibilidad de su crítica y su superación.

Por consiguiente, el comunismo no es un ideal normativo ni tampoco una esencia invariante para realizar, es la forma necesaria de la emancipación social como producción histórica[10]. La crítica marxiana de la economía política plantea la posibilidad del comunismo como una crítica inmanente de las relaciones sociales capitalistas, pero esa ruptura es ella misma producción histórica al interior de ese entramado de socialización. La emancipación social radical como comunización implica, por tanto, que hoy las luchas sociales contemporáneas, y por tanto la guerra de clases, tiene como forma necesaria la producción inmediata de relaciones sociales emancipadas, producción que tiene su condición de posibilidad en el enorme tiempo histórico objetivado por la actividad productiva humana bajo el régimen de expolio y sufrimiento propio de la producción de mercancías. Esto quiere decir que la reapropiación del tiempo histórico por las masas asalariadas —que para Marx, en los Grundrisse, es el contenido mismo de la emancipación radical—, no ocurre en un terreno inmóvil siempre igual a sí mismo, sino que siempre tiene su condición de posibilidad en la dinámica histórica de la producción capitalista y, en particular, de la relación de capital.

De acuerdo con esto, cuando pienso en comunización como una crítica práctica de la economía política, quiero decir que se trata de un movimiento en actos que niega la forma capitalista de la riqueza social para hacer emerger la riqueza como tiempo disponible, como emancipación del tiempo vivo con respecto a las relaciones capitalistas. Empero, esto no sería posible si el resultado último de la producción capitalista —es decir, la producción de plusvalor—, no fuera simultáneamente la producción de plustiempo histórico que es objetivado como plusvalor, pero que sólo puede existir como tal, y permanecer como tal en tanto que plustiempo objetivado acumulado como capital, en la medida en que se realice continuamente la reproducción ampliada de capital; o sea, la forma capitalista de la riqueza —la riqueza abstracta, el valor—, sólo puede permanecer como tal en la medida en que se reconstituya continuamente por medio de una despliegue histórico contradictorio en el que está contenido la posibilidad de su negación. Esto entraña, por supuesto, que para reconstituirse continuamente el capital debe perpetuar al proletariado en tanto que proletariado, renovando continuamente la escisión de los productores con respecto a los medios para la reproducción social —incluyendo la tierra—, o sea, renovando continuamente su dependencia y menesterosidad con respecto al capital.

Como siempre, una digresión de Marx sobre la riqueza arroja enorme claridad sobre el asunto:

“Pero, in fact, si se despoja a la riqueza de su limitada forma burguesa, ¿qué es la riqueza sino la universalidad de las necesidades, capacidades, goces, fuerzas productivas, etc., de los individuos, creada en el intercambio universal? ¿Qué, sino el desarrollo pleno del dominio humano sobre las fuerzas naturales, tanto sobre las de la así llamada naturaleza como sobre su propia naturaleza? ¿Qué, sino la elaboración absoluta de sus disposiciones creadoras sin otro presupuesto que el desarrollo histórico previo, que convierte en objetivo a esta plenitud total del desarrollo, es decir al desarrollo de todas las fuerzas humanas en cuanto tales, no medidas con un patrón preestablecido? ¿Qué, sino una elaboración como resultado de la cual el hombre no se reproduce en su carácter determinado sino que produce su plenitud total? ¿Como resultado de la cual no busca permanecer como algo devenido sino que está en el movimiento absoluto del devenir? En la economía burguesa —y en la época de la producción que a ella corresponde— esta elaboración plena de lo interno aparece como vaciamiento pleno, esta objetivación universal, como enajenación total, y la destrucción de todos los objetivos unilaterales determinados, como sacrificio del objetivo propio frente a un objetivo completamente externo (…). Es satisfacción desde un punto de vista limitado, mientras que el mundo moderno deja insatisfecho o allí donde aparece satisfecho consigo mismo es vulgar” (p. 447-448).

En efecto, por comunización podríamos entender el movimiento práctico, insurreccional, en el que se despoja a la riqueza de su limitada forma burguesa. Pero esta posibilidad está contenida en la forma misma de la mercancía, en el carácter dual de esta forma históricamente específica de la riqueza y del trabajo que la produce. Ciertamente, en la medida en que la mercancía es simultáneamente riqueza material y riqueza abstracta, la no-identidad se encuentra en el núcleo de esta forma, es su carácter constitutivo. En otras palabras, si es posible la crítica de la mercancía y su negación práctica esto se debe a que la forma mercancía de la riqueza social no es idéntica a esa riqueza, que sólo en determinadas condiciones sociales, materiales e históricas los productos de la producción humana adoptan la forma del valor, pero que esta no es en modo alguno su forma última. De lo contrario, ni siquiera sería posible pensar su superación.

En consecuencia, si hoy la emancipación social radical se presenta como comunización esto se debe ante todo a las transformaciones reales del despliegue histórico contemporáneo de la dialéctica de la mercancía —que incluye, dentro de sí, la relación de clase—, dialéctica que por cierto sólo puede desarrollarse reconstituyendo continuamente la reproducción social bajo su forma capitalista —lo que implica continuas reestructuraciones de la relación de clase—. Lejos de ser una forma inquebrantable, que es como se nos presenta en apariencia, todo el entramado de socialización capitalista está atravesado por la negatividad: la sola existencia del sufrimiento y el dolor irracional que esta forma de las relaciones sociales provoca señala la posibilidad, y la necesidad, de que esta tortura se detenga y de que otra forma de interdependencia social no alienada es posible. Y la forma histórica necesaria de ese potencial es la insurrección como comunización y, por tanto, la abolición de la condición proletaria[11].

El proceso de comunización, la producción directa de la sociedad sin clases en el curso de un proceso de autotransformación social sólo puede ser insurreccional, porque es el movimiento práctico de subversión de la dinámica de reproducción social del capital. La comunización, por tanto, ataca la forma misma bajo la que se autorreproduce y perpetua de manera ampliada la acumulación capitalista. Esto quiere decir que la comunización, en cuanto movimiento insurreccional, no es sólo un movimiento dirigido a suprimir la forma capitalista de las relaciones sociales, sino que también es la emergencia material de otra forma de la reproducción social que surge en la negación práctica del capital. ¿Cómo puede ser esto posible? Respuesta: en el capital todo es praxis, pero lo es en el sentido de una recíproca producción de la sociedad por los sujetos y de los sujetos por la sociedad. El movimiento global del capital es el movimiento global de la praxis alienada y crecientemente autonomizada de la especie humana dentro de los marcos de un metabolismo históricamente específico de la reproducción social, práctica social que tiende a autonomizarse relativamente de los seres humanos y que ejerce un dominio universalizante sobre los mismos. La comunización es posible como abertura de la brecha que emerge de la contradicción intrínseca de las formas sociales capitalistas en el actual estadio de la crisis de la civilización del trabajo. Esto quiere decir que el proceso de comunización emerge desde y en contradicción con las formas sociales capitalistas. Nunca podré resaltar lo suficiente que no hay alternativa emancipadora a la catástrofe capitalista que pueda emerger desde una externalidad a esa forma de socialización o desde la pura voluntad, la posibilidad de la negación práctica del capital es un resultado de las brechas que se abren en el curso su propio movimiento contradictorio.

Con todo, ¿en qué consisten estas brechas? Las brechas son los puntos de apertura dentro de la relación de capital que posibilitan la ruptura con la socialización capitalista que emergen dentro de su propia dinámica contradictoria.  Théorie Communiste ha dicho sobre esto algo fundamental, puesto que, si el proletariado sólo puede actuar como clase de este modo de producción, y de actuar estrictamente como clase del capital para existir como tal, ¿cómo puede, entonces, abolir las clases y producir la emancipación social? Respuesta: precisamente porque actuando estrictamente como una clase pone en entredicho su propia reproducción como tal, y esa es justamente la brecha: la puesta en cuestión de su propia condición de clase actuando como clase. Aquí se encuentran simultáneamente los límites y las potencialidades subversivas de las luchas contemporáneas, ya que en ellas vemos como efectivamente se abren brechas en las cuales las masas insurgentes rompen potencialmente en actos con la condición proletaria, pero también refuerzan y reconstituyen su condición de clase por medio de su propia actividad práctica y las reivindicaciones —salariales, entre otras— que son su corolario. Por tanto, la tarea de una teoría crítica radical es generar las condiciones de posibilidad para el autoesclarecimiento de la propia praxis colectiva, no diciendo tanto lo que hay que hacer, sino mostrando activamente los límites de la praxis en un momento dado y el lado por el que tiende a reconstituir las relaciones sociales capitalistas trastocadas por el movimiento subversivo —esto, por supuesto, nos lleva al terreno de la mediación entre la crítica radical y el movimiento real, o sea, al problema de la praxis material que requiere dotarse de medios para ser efectiva—.

De paso, esto quiere decir que las llamadas “minorías revolucionarias” y las individualidades dedicadas a la crítica social radical —con mayor o menor rigor, es necesario decirlo—, son simplemente expresiones de las posibilidades emancipatorias que anidan en la objetividad de la sociedad capitalista. El genio de Karl Marx, no radicó tanto en una mente genial y especialmente dotada, sino en el desarrollo de una teoría autorreflexiva de su propio condicionamiento sociohistórico, de su determinación como posibilidad del objeto mismo que critica, o sea, el capital. Esa es la fuente de su permanente actualidad como crítica inmanente de la socialización capitalista, actualidad que permanecerá vigente mientras exista el objeto de su crítica. Esto también quiere decir que la perspectiva que aquí expongo es históricamente determinada, y que su validez sólo puede tener sentido como posibilidad de la crisis de la civilización capitalista, pero en modo alguno se extiende más allá de estas circunstancias que la determinan. Esto es, la emancipación social como comunización, el freno de emergencia como siendo simultáneamente crítica en actos de la socialización de capital y producción de un modo de vida socialmente emancipado, es la forma necesaria para detener en este arco histórico particular la catástrofe del capital, pero en modo alguno tiene asegurado su éxito ni tampoco es la forma última de la emancipación social. Por el contrario, como veremos en la siguiente serie de este escrito, hoy están cada vez más minadas las posibilidades de la crítica y, por tanto, de la superación emancipadora del colapso capitalista.

Sin embargo, es necesario profundizar en el carácter práctico del proceso de comunización, incluso aunque al hacerlo debo reconocer mis propias limitaciones —que son también el resultado del entramado de ofuscación que produce la socialización capitalista—: no puede existir una receta general para la emancipación humana, porque esta tiene su condición de posibilidad en las brechas de la socialización capitalista, las cuales están presentes en toda la objetividad del entramado social y no son idénticas, incluso aunque responden a los mismos fundamentos —o sea, las formas sociales fundamentales de la modernidad capitalista: valor, mercancía, trabajo, dinero, capital, etc—.

En primer lugar, el proceso de comunización, para ser tal, debe tender a suprimir la condición proletaria. La valorización del capital, el objetivo impulsor de toda la ciega trayectoria histórica de la producción capitalista, sólo puede realizarse por medio de la acumulación de plusvalor, es decir, de tiempo de plustrabajo arrancado sin intercambio de equivalente a la clase obrera global. Por consiguiente, la mercancía como forma estructurante básica de la civilización capitalista no puede entenderse sin el plustrabajo contenido en ella[12]. En efecto, en la producción capitalista toda mercancía está constituida por la materialización de tiempo de plustrabajo, de trabajo forzado excedente de la clase asalariada. De esta manera, la clase obrera queda configurada, tal como lo expresa Theorie communiste, como la mercancía de la mercancía, como el fundamento real de la reproducción ampliada del capital. En consecuencia, la crítica en actos del entramado de socialización de capital requiere trastocar la relación de capital, poner en entredicho la reproducción de la clase asalariada en tanto que clase asalariada, y ello implica por tanto la necesaria transformación de la reproducción social sobre una base no mediada por las formas sociales capitalistas —y, por tanto, la distribución gratuita de bienes como primera medida práctica del proceso insurreccional—. En simple, esto requiere que el conjunto de las masas proletarizadas —incluyendo, por supuesto, a los desempleados, lumpenizados, precarizados, etc— puedan reproducir su corporalidad física sin la mediación del trabajo, el dinero o la forma mercancía.

Como vemos, jalar el freno de emergencia requiere no sólo la producción de la ruptura —el momento del estallido insurreccional de la revuelta, de los saqueos, de la destrucción de la infraestructura del capital[13]—, sino que requiere la reorientación de la reproducción social en su forma capitalista. Por tanto, el proceso de comunización es impensable sin la apropiación colectiva de los medios para la reproducción social, es decir, los llamados medios de producción. Sin embargo, aunque la apropiación y socialización de los medios de producción fue un tópico básico del recetario leninista de la revolución, hay que decir que la mera apropiación de los medios de producción por parte de las masas asalariadas no implica necesariamente la superación del capitalismo como tal. De hecho, como en el caso de la URSS, este puede ser reconstituido precisamente a partir de la apropiación de los medios de producción de las masas asalariadas. Lo esencial, empero, es la forma de la reproducción social, y la forma capitalista de las relaciones sociales es perfectamente compatible con la apropiación proletaria de los medios de producción.

Más aún, los medios de producción existen actualmente en una forma objetiva que es legada por el capital, forma que está moldeada por el objetivo impulsor de toda la dinámica social actualmente existente: la valorización del valor. No se trata de apropiarnos de las industrias y de reproducir allí las relaciones que hacen existir a la industria como tal, sino de reapropiarnos de la praxis social materializada en estos medios y reorientar la reproducción social sobre nuevas bases: la satisfacción directa de las necesidades humanas y la producción de tiempo libre. Por otro lado, una enorme cantidad de maquinaria e industria es terriblemente nociva, contaminante y objetivamente destructiva de las condiciones biofísicas de la vida en el planeta, lo que implica que un proceso insurreccional exitoso deberá desmantelar toda la infraestructura de la devastación y logra, simultáneamente, asegurar la sobrevivencia de las personas por medio de una nueva reproducción social que tenga como objetiva una creciente abundancia de tiempo —y, por tanto, de riqueza material—.

Por tanto, una apropiación en sentido emancipatorio de los denominados medios de producción, que incluye por cierto la reapropiación sobre una nueva base social de nuestra relación con la tierra, requiere necesariamente romper con su carácter de capital, y esto supone la reorientación de la producción a la satisfacción directa de las necesidades humanas en el curso del proceso insurreccional. Después de todo, no se puede vivir de saqueo, porque el saqueo en su forma capitalista contemporánea —tal y como aparece en las revueltas de las últimas dos décadas— presupone una producción hiperabundante de mercancías. Más aún, nadie pondrá ninguna clase de esfuerzo en una revolución que no logra poner un pan en la boca de la gente —baste pensar en el estrepitoso fracaso del potencial emancipatorio de la revuelta de 2019 en Chile—, por lo que un proceso insurreccional que no logra reorientar la producción social sobre otras bases está condenado a ser derrotado en la institucionalidad por el poder de inercia de las relaciones sociales capitalistas, primero, y, luego, por una violenta contrainsurgencia orientada a impedir la reemergencia de la revuelta generalizada.

En ausencia de horizontes alternativos reales, las masas asalariadas correrán de vuelta a los brazos de la institucionalidad del capital, es más, desearán con todas sus fuerzas la vuelta a la normalidad, la protección del Estado y escupirán sobre su reciente rebelión. Y es que toda rebelión en el seno del capitalismo puede rápidamente derivar en rebelión conformista, en un refuerzo de la socialización capitalista por la vía de la violencia de las masas. Nuevamente, el periodo post-revuelta en Chile es paradigmático al respecto, ya que actualmente las condiciones sociales son incluso peores que las que dieron origen a la revuelta, pero el espectro social parece haberse inclinado hacia perspectivas reaccionarias. Permitir la emergencia abierta y el despliegue del potencial emancipatorio que se agita en las luchas sociales contemporáneas requiere sostener la abertura de las brechas que se abren en la relación capitalista, lo que supone necesariamente una praxis orientada a la reapropiación material del tiempo alienado y de los medios para la reproducción social. La revuelta en Chile, como las de otros países, han fracasado precisamente en este salto cualitativo que lleva de la insurrección generalizada hacia la emancipación social radical, y la superación de este impasse se encuentra en la praxis social contradictoria de estos movimientos y en la posibilidad de empujar conscientemente su potencial emancipatorio.

En este punto, la teoría de la comunización ha señalado la necesidad de las denominadas “medidas comunistas”[14], la forma concreta de la actividad práctica mediante la cual se suprime la socialización capitalista y, con ello, se autosuprime el proletariado en cuanto trabajo vivo a ser succionado por la hambruna canina de plustrabajo propia del capital. La producción de otra forma de socialización, una forma de interdependencia humana emancipada, consiste en la multiplicación y generalización de actos que en el curso de la lucha permiten inicialmente debilitar las formas sociales capitalistas —para luego suprimirlas—, posibilitando que diferentes grupos sociales se plieguen a la lucha y socavando la fuerza de la reacción organizada de manera política-militar en el Estado y sus agentes. No se puede suprimir inmediatamente el entramado de socialización capitalista, pero si se puede poner en marcha una praxis que inmediatamente cuestione sus fundamentos. En ese sentido, aunque he dicho antes que no puede haber una receta generalizada para la producción consciente del comunismo, podría decirse que la máxima “que nadie pase hambre” resume el contenido de una medida comunista fundamental para la continuidad de la insurrección y su reforzamiento en el curso de su despliegue. Solamente medidas comunistas concretas que permitan orientar la reproducción social hacia la satisfacción directa de las necesidades y a la producción de tiempo libre pueden permitir que el proceso insurreccional se sostenga, se expanda y finalmente triunfe.  En este sentido, habría que retomar sobre nuevas bases la máxima marxiana de “la insurrección es un arte”: en nuestro caso, la insurrección es el arte de hacer florecer el tiempo emancipado, de liberar el tiempo vivo —la praxis social viviente de la humanidad— de su cáscara capitalista.

PD: Esta es la primera entrega de una serie de escritos que vengo meditando de un tiempo a esta parte. El objetivo principal de estos textos es contribuir a la formación de una crítica social radical capaz de convertirse en una fuerza histórica material y efectiva. Por sí mismos, por supuesto, no tendrán más que un valor literario, sólo su capacidad de convertirse en diálogo autorreflexivo con el movimiento real será la condición de su éxito en sentido emancipatorio. El siguiente escrito se titulará “Los límites y posibilidades de la crítica”, en el que pretendo desarrollar la creciente dificultad de la crítica para convertirse en praxis social emancipatoria, buscando desentrañar las posibilidades que se abren para la emergencia de un movimiento radical en el curso del proceso catastrófico de la debacle socioecológica de la civilización capitalista —debacle que es, naturalmente, la debacle de sus sujetos—. Aunque dentro de la corriente con aspiraciones radicales existe actualmente un rechazo por cualquier teoría crítica de la subjetividad —precisamente porque pone en entredicho sus propios posicionamientos—, esta es condición necesaria de una crítica social radical.

Finalmente, agradezco públicamente a lxs compañerxs de Flora Espacio Anarquista, quienes me han acogido con cariño y fueron la inspiración principal para comenzar esta serie de escritos. Mi corazón está también con ellxs. No es en modo alguno casual que los conversatorios que inspiraron inicialmente este texto fueran interrumpidos por el mega-incendio de la región de Valparaíso; o sea, por la irrupción abrupta en ese territorio de la catástrofe capitalista sobre la que pretendíamos debatir. Esto nos habla también de los límites y posibilidades de la crítica, porque nos encontramos aún en un estado fragmentario de la elaboración de una crítica radical en actos en el momento mismo en que el incendio de la civilización del capital se expande por todas partes del planeta. Esto requiere, por tanto, empujarnos al esfuerzo del concepto en el preciso momento en que las posibilidades de la crítica son crecientemente socavadas.

Pablo Jiménez Cea, México/Chile, febrero de 2024.

Notas

[1] Habría que decir simplemente que todo Estado es capitalista, pero en estos tiempos de ofuscación nunca se puede enfatizar demasiado la exigencia de la precisión en las palabras: ellas también son armas en la lucha por la emancipación social radical.

[2] El concepto de crítica práctica del capital o de la economía política lo he tomado de un pequeño párrafo de La sustancia del capital de Robert Kurz: “Los manuales del antiguo bloque «socialista» siguen refiriéndose de forma seria e intransigente a una «economía política del capitalismo» y a una «economía política del socialismo», en lugar de concebir y adoptar el socialismo como la crítica práctica de la economía política como tal [Las cursivas son mías NPU]” (p. 59). Sin embargo, este párrafo queda sin desarrollar y no vuelve a existir ninguna referencia a tal problemática en el resto del libro. Por otro lado, la perspectiva de una crítica práctica de las relaciones sociales ya había sido adelantada por la Internacional Situacionista y en particular por Guy Debord en La sociedad del espectáculo.

[3] La teoría es la fuerza del Yo, dirá Adorno.

[4] Véase Jasper Bernes, Algunos relatos sobre la comunización, en el siguiente enlace: https://translatoriac.noblogs.org/jasper-bernes-algunos-relatos-sobre-la-comunizacion_01/

[5] Sobre este punto, véase De la ultraizquierda la teoría de la comunización de Théorie Communiste. Disponible en el siguiente enlace junto a diversos textos de TC traducidos al español: https://drive.google.com/drive/folders/1NtviJ3AikLVd1qHPcssbcZnQun6Dvac8

[6] Entiendo aquí “comunismo” de modo negativo, o sea, como un modo de vida social e interdependencia humana en el que han sido suprimidas las clases sociales, las relaciones sociales capitalistas y el Estado. Aunque han existido naciones completas, e incluso superpotencias mundiales como la URSS que se reclamaban a sí mismas como “comunistas”, estas más bien constituyeron ramas alternativas de la modernidad capitalistas impulsadas por el movimiento obrero y su contrarrevolución histórica.

[7] Es esta determinación material e histórica de la praxis del movimiento obrero como emancipación social posible a través de la afirmación del proletariado como clase lo que constituyó simultáneamente el fundamento de la contrarrevolución global que lo liquidó. En efecto, que la contrarrevolución haya venido de las mismas organizaciones del proletariado, que de la lucha de clases revolucionaria hayan surgido naciones capitalistas, tiene su fundamento en que la afirmación del proletariado como clase comportaba necesariamente la afirmación del capital y que, por tanto, el entramado de socialización capitalista pudo reconstituirse a partir de las propias organizaciones obreras.

[8] Véase Errancia de la humanidad en el siguiente enlace: https://archivesautonomies.org/IMG/pdf/gauchecommuniste/gauchescommunistes-ap1952/invariance/espanol/errancia-humanidad-1973.pdf

[9] Sobre el carácter no-idéntico de la forma mercancía, no existe mejor referencia que el primer capítulo de El Capital. Sobre este carácter dual de la mercancía, y del trabajo productor de mercancías, Marx dirá que en la aprehensión de esta no-identidad se encuentra “todo el secreto de la concepción crítica”(Carta de Marx a Engels, Manchester, 1868).

[10] Para una crítica de las perspectivas normativas de la emancipación social, véase: https://endnotes.org.uk/translations/theorie-communiste-historia-normativa-y-esencia-comunista-del-proletariado

[11] Lo que equivale a decir abolición de la sociedad de clases, en la medida en que todas las otras clases sociales en el régimen de producción capitalista sostienen su reproducción en el plustiempo de trabajo objetivado como plusproducto —plusproducto que es convertido en capital— que resulta del expolio de tiempo de trabajo excedente de la clase asalariada global.

[12] Sobre ello, véase El Capital. Libro VI (Inédito). Resultados inmediatos del proceso de producción capitalista, p. 109.

[13] Abordaré esto en la serie III de este escrito.

[14] Véase Las medidas comunistas de León de Mattis en el siguiente enlance: https://colectivobrumario.wordpress.com/2015/12/22/las-medidas-comunistas-leon-de-mattis/

20 de mayo de 2024

Apuntes sobre el comunismo como movimiento real

Grupo Barbaria (diciembre de 2023)*

«El comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual.»

Marx y Engels: La ideología alemana 

La crítica al capitalismo está tan presente y es tan central en nuestros debates que hablar del comunismo a veces puede parecer algo gratuito, poco serio, como un espacio que nos permitimos para dar rienda suelta a la imaginación y darnos ánimos para seguir combatiendo. Lo serio, para lo que estamos, es la negación de esta sociedad. Dejemos a quienes nazcan después de la victoria de la revolución la tarea de construir el nuevo mundo. Negación y afirmación están separadas y van una después de la otra. 

En la base de este razonamiento está la idea de que en lo que refiere a la historia humana no se puede hablar del futuro, de que sobre el futuro no se pueden hacer afirmaciones verdaderas. Fuera de un planteamiento realista y científico, del futuro solo hablan los creyentes y los políticos. Los creyentes pueden hablar de él porque en realidad ya está escrito, ya que la predestinación religiosa anula toda noción real y efectiva de futuro. Los políticos hablan del futuro para hablar de lo que van a hacer, las medidas que implantarán, la estrategia diseñada a tal fin. En virtud de este razonamiento, los comunistas hablamos del futuro ya sea como una profecía religiosa o como un programa electoral. 

Pero cuando Marx y Engels hablaban del comunismo como un movimiento real no estaban haciendo ni una cosa, ni la otra. Para ellos, como para nosotros, podemos hablar del futuro porque se expresa en el presente. Se expresa no solo como condición de posibilidad, porque el capitalismo produzca las condiciones históricas que hacen posible el comunismo, sino que estas condiciones constituyen precisamente un movimiento, una fuerza en desarrollo que, al mismo tiempo que afirma la posibilidad material del comunismo, niega las propias categorías del capital. Así, cuanto más se desarrolla el capitalismo, con más fuerza pone en cuestión sus propios fundamentos. La negación del presente es a su vez afirmación del futuro o, a la inversa, el futuro se hace presente mediante la negación de las propias categorías que sostienen el modo de producción actual. Este movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual no es un ejercicio de voluntad, no es la ejecución colectiva o individual de un plan proyectado de antemano, sino el producto de las contradicciones intrínsecas de este sistema que, no obstante, tiene su culminación ineludible en ese gran ejercicio de voluntad y conciencia colectivas que es la revolución comunista. En definitiva, podemos hacer afirmaciones verdaderas sobre el comunismo, aunque estemos aún en el capitalismo, porque somos expresión de ese futuro convertido en fuerza material de negación del presente. 

Por este motivo es posible y legítimo hablar del comunismo como revolucionarios. Tras la degeneración de la oleada revolucionaria del 17 es además profundamente necesario. Lo hemos dicho muchas veces, y lo seguiremos haciendo: la contrarrevolución estalinista se caracteriza por la inversión radical de todos los términos del programa revolucionario. La identificación del capitalismo ruso, chino, etc. con el comunismo es una losa que sigue pesando sobre nuestra clase y sobre el horizonte de emancipación de quienes aspiran a acabar con esta sociedad. Es por ello que definir con claridad algunos rasgos del comunismo, por contraposición a esa aberración que llamaron el «socialismo real», se vuelve tan importante. 

Empecemos con los hechos: el capitalismo se caracteriza por socializar como nunca antes la producción. Así, por ejemplo, para fabricar un smartphone, primero se obtienen las materias primas (oro de Perú, cobre de Chile, litio de Australia, cobalto del Congo, tántalo de Kenia, plástico de Arabia Saudí, etc.), se procesan en fábricas de Estados Unidos, Malasia, China, Taiwán y Japón, con ellas se componen los materiales que se ensamblan en fábricas de China y el sudeste asiático, y finalmente el producto acabado se envía a Estados Unidos atravesando el Pacífico o a los grandes centros logísticos de Kazajistán, desde donde puede ser enviado a cualquier esquina del continente euroasiático y del africano. Si entendemos socialización en un sentido más profundo, no solo la hay a lo largo del planeta, involucrando a miles de proletarios de diversos países, sino también a lo largo de la historia: para producir un smartphone, la cantidad de conocimiento acumulado —por tanto de trabajo acumulado— sobre los ámbitos de la electrónica, la química y la informática por las generaciones pasadas es altísima. Hoy en día, hay pocos productos —ni siquiera los alimentarios— que no exijan un alto grado de socialización. En consecuencia, hay muy pocos productores que puedan decir esto es mío, porque es el producto de mi esfuerzo. En el capitalismo actual, no solo el trabajo vivo tiene un porcentaje muy pequeño respecto a la enorme cantidad de trabajo muerto en las mercancías, sino que además este trabajo vivo está disperso en centenares de unidades de producción a lo largo de todo el planeta. Sin embargo, la apropiación del producto sigue siendo privada. La producción está altamente socializada, pero no lo está la distribución —que se lleva a cabo mediante el intercambio mercantil— ni por tanto el consumo. Esta contradicción está a la base del agotamiento del valor y provoca, como hemos hablado muchas veces, guerra, miseria social y destrucción del planeta. 

La única forma de acabar con esta contradicción catastrófica es acabar con la mercancía. Para ello es necesario planificar la producción, de tal forma que esta no se rija por la mano invisible del mercado a posteriori —se vende o no se vende—, sino por la previsión a priori de las necesidades humanas a nivel mundial, es decir, a nivel de especie. Pero no basta con ello. Para acabar realmente con la mercancía es necesario romper con la fragmentación de la producción en múltiples unidades productivas —sean cooperativas de sector o comunas territoriales— con sus intereses particulares. Esto implica que la planificación de la producción y de la distribución debe hacerse de forma centralizada, atendiendo a dos criterios fundamentales: la producción se orienta a satisfacer las necesidades del conjunto de la población mundial y no solo a las de un determinado territorio o sector, y se organiza conforme a un principio de eficiencia energética tanto “externa” de los recursos naturales como “interna” del esfuerzo humano necesario para llegar a tal fin —lo cual implica un principio de subsidiariedad, como dirían los burgueses, o para nosotros un funcionamiento orgánico. 

Porque abolición de la mercancía significa abolición del trabajo asalariado, y acabar con el trabajo asalariado es reconquistar tiempo de vida. La posibilidad material de esto es quizás uno de los rasgos más evidentes del agotamiento del capitalismo. Por un lado, la expulsión de trabajo vivo por el desarrollo de las fuerzas productivas conlleva cuotas crecientes de precariedad laboral y de paro estructural, transformando el viejo ejército industrial de reserva en población superflua. Por otro lado, la consiguiente presión a la baja en la producción de nuevo valor supone que la proporción de trabajo improductivo —destinado no a producir valor sino a favorecer que se realice— aumenta considerablemente a medida que se va pronunciando la crisis del sistema. Así pues, anuladas todas las funciones superfluas que requiere la producción mercantil —policías, jueces, publicistas, financieros, burócratas, políticos, profesores, camareros—, reducidos los niveles de producción, repartida entre todos la actividad restante que se necesita para reproducirnos como sociedad, el tiempo de trabajo necesario se reduce a su mínima expresión. La socialización de la distribución y el consumo, así como la definitiva socialización de la producción al acabar con las unidades productivas separadas, suponen la abolición de la división social del trabajo por la que la mayor parte de la población se dedica al trabajo manual, otra parte menor al trabajo intelectual y otra aún más pequeña a vivir sin más del trabajo ajeno. El reparto de tareas se da según la capacidad y disposición de cada miembro de la sociedad.  

Por ello mismo, personas dependientes, niños y ancianos no están apartados de la población “activa”, segregados en escuelas, residencias o centros de día, sino que en función de sus capacidades y necesidades participan activamente en la producción y reproducción de la sociedad. Y al mismo tiempo que participan en ella, son cuidados colectivamente por ella. Los cuidados por tanto ya no están contenidos ni jerarquizados por las relaciones de parentesco y de pareja, que a su vez dejan de estar segregadas del resto de la comunidad por la estructura familiar. Sin propiedad que transmitir como herencia y sin la separación entre producción y reproducción característica del capitalismo, la familia tiende a extinguirse. También, junto con la división social del trabajo se abole la escuela. La formación específica en determinados ámbitos de conocimiento ya no está encerrada en ella ni restringida a períodos limitados de la vida, sino que acompaña y se realiza mediante la propia actividad productiva a lo largo de toda la existencia individual, además naturalmente del tiempo libre dedicado al desarrollo de los atributos intelectuales y creativos de cada uno. Como corresponde a una sociedad compleja, hay una división técnica del trabajo y no todo el mundo puede saber de todo, pero la amplia disposición de tiempo libre, la posibilidad de moverse de un tipo de tareas a otras en un proceso de formación continua y la cantidad de conocimiento acumulado y automatizado en forma de herramientas tecnológicas permiten relativizar su peso en la sociedad comunista. 

De la misma forma, la abolición de la división social del trabajo permite acabar con la vieja separación entre el campo y la ciudad, que el propio capitalismo ha abolido ya en parte —negativamente— al convertir la agricultura en agroindustria, al campesino en empresario agrícola o jornalero y la cultura del campo en folclore y turismo rural. Mientras que el desarrollo del capitalismo concentra el capital en puntos concretos de la geografía, concentrando así la fuerza de trabajo y creando esas megalópolis que en el espacio de una ciudad hacinan a la población de todo un país, en el comunismo deja de existir tal cosa como la ciudad y el campo. Las poblaciones no tendrán necesidad de ser tan grandes como las metrópolis, porque las personas no irán hacia las máquinas para trabajar, sino que las actividades productivas se organizarán en torno a donde están las personas. Tampoco serán tan pequeñas como los pueblos de hoy en día —al menos, no como regla general—, porque en primer lugar la actual cantidad de población no lo permite, pero también porque un criterio básico de eficiencia energética exige reducir los tiempos de transporte y romper con la atomización de las viviendas individuales para un consumo energético menor. También porque será fundamental destinar una parte mucho mayor del territorio a la naturaleza salvaje, conforme a una estrategia general de restauración del sistema climático y de los equilibrios de la biosfera. 

Porque un criterio fundamental de organización de la producción y el consumo será la eficiencia energética, es decir, la satisfacción de las necesidades sociales con el menor esfuerzo humano y natural. Se trata de una lógica contraria a la capitalista, en la que el ahorro de esfuerzo humano, es decir, la sustitución del trabajo por máquinas, exige una mayor cantidad de mercancías que vender, por tanto un consumo mayor de materias primas y energía para producirlas y distribuirlas en las cuatro esquinas del mundo. En el capitalismo todo ahorro de energía humana conlleva un gasto mucho mayor de recursos energéticos. Aún más, todo abaratamiento de la producción energética u optimización del consumo productivo conlleva no la reducción de la demanda de energía y materias primas, sino el abaratamiento de los costes de producción, el aumento de las ganancias y su inversión en una nueva ampliación de la producción —en definitiva, un mayor consumo energético y de materias primas. En el capitalismo el derroche es enorme, tanto de trabajo humano —porque sin salario no hay acceso a los medios de subsistencia, aunque sea con las actividades más superfluas— como de los medios que ofrece la naturaleza a todas las especies para vivir.  

Por el contrario, una vez abolido el valor a nivel mundial, la distribución del esfuerzo social deja de producirse a nuestras espaldas, por la mano invisible del mercado que dice dónde invertir el trabajo muerto (capital) y el vivo (fuerza de trabajo) en función de la perspectiva de ganancias. El trabajo se organiza de forma consciente, en función de las necesidades no solo de las generaciones presentes, sino también de las futuras. Para ello, el criterio ya no es la acumulación de valor, la producción por la producción, sino la conservación y mejora de los medios de vida existentes a lo largo del tiempo, a lo ancho del planeta. Dados los niveles de mercancías producidas hoy en día, que crecen paralelamente a la miseria social, el comunismo no podrá sino reducir de forma notable la producción. Al dejar de orientarla a la acumulación de capital y destinarla a las necesidades humanas, hay muchas tecnologías que dejan de tener sentido y quedan, a lo sumo, como objetos de museo y entradas en la enciclopedia. Otras son reorientadas, aprovechando el conocimiento acumulado en ellas y rediseñando su funcionalidad. Otras, por último, serán creadas por la nueva sociedad en función de las nuevas necesidades planteadas. Pero de ninguna forma el comunismo puede ser el fruto de una descomplejización social. El comunismo no es antidesarrollista, sino antiproductivista. Bien al contrario, la única forma de enfrentarnos a los grandes problemas heredados del capitalismo es liberando las potencias sociales que mantienen atadas estas relaciones sociales, y dando lugar a un nuevo organismo social complejo, mundial y armónico. 

Al socializar la producción y la distribución, no se acaba con la propiedad privada en beneficio de una propiedad pública en manos del Estado: se acaba con toda forma de propiedad y de Estado. De nuevo, este es un elemento que el avance del capitalismo empuja a la superficie. Como ya señalaba Marx en El capital, el desarrollo de las fuerzas productivas autonomiza la propiedad respecto a la valorización del capital. Las inversiones crecientes en maquinaria para poder poner en marcha una fábrica hacen que los propios capitalistas busquen soluciones, como las sociedades anónimas o el recurso al crédito, y desliguen así la propiedad jurídica de la empresa o del capital respecto a las funciones directivas y técnicas en la fábrica. Frente a la vieja época del capitalismo liberal, que aún sobrevivía ideológicamente cuando Ford en los años 20 se preciaba de no haber tenido nunca que endeudarse para hacer una nueva inversión, a partir de los años 30 y sobre todo después de la II Guerra Mundial el sistema dará un gran salto de socialización. A partir de ese momento, queda claro que la propiedad jurídica no es lo importante. Lo importante es que el capital se mueva y se valorice, que el dinero fluya y las mercancías se vendan, sin mirar quién lo posee: puede ser una empresa particular, un Estado o un compañía dividida en acciones que en un día pasan por mil manos en la compraventa bursátil. El capitalismo ha acabado con el papel de la propiedad, tal y como lo habían conocido las anteriores sociedades de clase. El comunismo no tendrá que hacer grandes esfuerzos para derribarla. Así, frente a la noción de propiedad como afirmación del derecho exclusivo de uso y abuso sobre lo poseído, se impondrá la noción de usufructo: los medios de vida, se den por procesos naturales o por el trabajo humano, son utilizados y después restaurados en la medida de lo posible para las generaciones futuras. De la misma forma, al abandonar el imperativo de producir permanentemente nuevo valor, el producto se realiza con un criterio de durabilidad y se privilegia, por motivos obvios, el mantenimiento de lo ya existente frente a la nueva producción. La abolición de la propiedad hace derrumbarse el edificio histórico de las clases sociales. Se ve así cómo acabar con el capitalismo no es un acto limitado a este modo de producción, sino que implica derribar los fundamentos mismos del conjunto de las sociedades de clase. O mejor dicho: se ve cómo el capitalismo es la última sociedad de clases de la historia, porque el automatismo del valor y su dimensión mundial hacen imposible su colapso, y porque al producir las condiciones materiales del comunismo su propio desarrollo niega no solo sus categorías, sino aquellas que le han precedido en las formas clasistas previas. 

Cuando Marx en la introducción a la Contribución a la crítica de la economía política planteaba que el edificio jurídico y político se levanta sobre la base real de la estructura económica de la sociedad, estaba diciendo algo mucho más profundo que el que el derecho y la política fueran reflejos mecánicos de los movimientos económicos. Estaba definiendo el Estado como una metamorfosis del valor, esto es, como unas relaciones sociales determinadas por el modo de producir en el capitalismo, cuya lógica y cuyo funcionamiento son una emanación de la lógica y funcionamiento del valor. Así, la separación entre lo público y lo privado, entre sociedad civil y Estado, es una exigencia propia de la producción mercantil, en la que el Estado debe sobreponerse por encima de las clases, y de las fracciones en pugna dentro de la clase dominante, para defender así mejor los intereses del capital en general. Para entender esto, es fundamental entender que una sociedad dividida en clases es una sociedad desgarrada por contradicciones estructurales. Como explica Engels en El origen de la familia, el Estado emerge de estas contradicciones, de estos antagonismos irreconciliables entre las clases, para amortiguar los choques y mantenerlos en el límite del orden. Mientras la revolución no se extienda a nivel mundial y acabe así con el valor, seguirán existiendo clases sociales y será precisa una forma de semi-Estado en la dictadura del proletariado. Y es que, frente a lo que plantea el anarquismo, el Estado no puede ser abolido: para poder acabar realmente con él es imprescindible erradicar las mismas relaciones sociales que lo producen, esto es, el valor, la mercancía, la propiedad privada. Una vez la revolución ha triunfado a nivel mundial, con la plena socialización de la producción y la distribución, con la abolición así de las clases sociales y la división social del trabajo, el Estado se extingue, porque las funciones para las que nació desaparecen. 

Como hemos explicado en el pasado, el derecho traslada la lógica de igualación abstracta del valor al ámbito de las relaciones entre personas. Es la forma histórica que toma la reglamentación de las relaciones sociales en el capitalismo, como la religión lo era en las sociedades de clase anteriores. Es la forma de regulación social que corresponde a una sociedad de individuos aislados con intereses contrapuestos los unos a los otros y que se relacionan entre sí como poseedores de mercancías. La igualdad abstracta del derecho, como explica Marx en la Crítica del Programa de Gotha, es profundamente desigual, porque no atiende a las diferencias intrínsecas de los distintos individuos. Esta lógica igualadora permanecerá en la primera fase del comunismo tras haber abolido el valor, en la medida en que la transición mantenga todavía el principio de «a igual trabajo, igual retribución», aunque 150 años después de la redacción de esta carta seguramente podremos abreviar de forma considerable esta primera fase. Cuando esto ocurra, afirmaremos con Marx la extinción de toda forma de derecho y la autorregulación de la sociedad bajo el principio de «de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades».  

El comunismo no anula los conflictos personales que hacen parte de toda vida social, pero al acabar con la mercancía y las clases sociales erradica los antagonismos estructurales que han vertebrado y movilizado la sociedad desde la emergencia de la propiedad privada. De esta forma, los miembros de la comunidad ya no tienen que contraponerse para sobrevivir, sino que trabajan juntos con un mismo fin, la reproducción de sus vidas en común. Con ello, la necesidad histórica del derecho desaparece. Así, naturalmente habrá unas directrices que guíen el comportamiento social de los individuos, pero servirán para formar a los miembros de la comunidad en cómo llevar a mejor término sus propias finalidades individuales, que coincidirán con las finalidades sociales. Los conflictos, los problemas, las actitudes antisociales que puedan surgir ya no serán estructurales sino productos del carácter personal y la situación concreta y, en tanto que tales, no podrán ser afrontados desde una legislación abstracta, desde unos derechos y deberes iguales, sino desde la especificidad de las personas y situaciones en conflicto. El comunismo no acaba con las dificultades de la vida social, pero las afronta desde los mecanismos inmanentes de autorregulación de un organismo social en el que los intereses de los individuos y los de la sociedad en su conjunto no están separados o contrapuestos. Así pues, no hay tal cosa como un «derecho socialista», de la misma forma que es un oxímoron estúpido y aberrante la idea de un «Estado socialista».  

Y es que, si hay una característica propia del comunismo, es que es una forma de organización social que se autorregula mediante mecanismos inmanentes, intrínsecos, orgánicos, porque es una organización social consciente, la primera de la historia humana. Las formas sociales precapitalistas tenían un gran conocimiento empírico de su entorno y, a lo largo del tiempo, fueron acumulando saberes transmitidos de generación en generación que el capitalismo primero despreció y marginó para luego intentar recuperarlos y convertirlos en una mercancía más. Pero estos saberes estaban mediados y articulados por la religión, es decir, por la mistificación de la relación del ser humano con la naturaleza y consigo mismo. El capitalismo ha devastado tanto nuestro entorno y ha atomizado tanto nuestras relaciones sociales que la vuelta a las formas de veneración sacral de la naturaleza y la comunidad puede parecer a veces deseable. Sin embargo, este rasgo de las sociedades precapitalistas es inseparable de su profundo tradicionalismo, porque su organización social no viene determinada por la actividad consciente de sus miembros, sino que se presenta como un producto de los ancestros y en última instancia de las divinidades. Con la autonomización del trabajo respecto a la tierra en el feudalismo y la subordinación en este modo de producción de la tierra al trabajo y, por tanto, al capital, la naturaleza y la propia comunidad ya no aparecen como entidades inmóviles y sagradas sino como un producto de nuestra propia actividad. Por tanto, son susceptibles a la comprensión racional sin mistificaciones religiosas y también, en consecuencia, al cambio, a la transformación consciente. La plena emancipación era imposible sin este paso. 

Pero ello no quiere decir que el capitalismo carezca de mistificaciones. Bien al contrario, la mercancía y su lógica se convierten en una particular forma de religión que lo impregna todo. Como no podía ser de otra forma cuando hablamos de la última sociedad de clases de la historia, el capitalismo desarrolla en su seno todas las potencialidades para la comprensión y dirección consciente del organismo social y su papel en la naturaleza. Al mismo tiempo, es la forma de organización social más inconsciente de todas las que han existido, porque su funcionamiento está regido por mecanismos automáticos que escapan por completo a la decisión de sus integrantes. Se explica así que jamás el ser humano haya tenido tanto conocimiento de cómo se dirige a la extinción y que, sin embargo, sea incapaz de cambiar de rumbo con los mecanismos sociales existentes. Hoy en día es algo que se ve con claridad por la catástrofe climática y la destrucción de la biosfera, pero era algo también muy evidente hace cien años con el estallido de la Primera y Segunda Guerra Mundial, cuando la carnicería de millones de personas y la destrucción de las principales economías del planeta era algo que se sabía indeseable y a la vez se demostraba inevitable —sin una revolución que, como ocurrió en 1917, las detuviera e intentara acabar con esos mecanismos. 

En todas estas formas sociales, por tanto, la actividad, la praxis inconsciente de la sociedad determina su futuro. El comunismo es la inversión de esta praxis. Al acabar con los automatismos de la mercancía, libera todas las potencialidades de autoconocimiento racional que ha producido el capitalismo y las pone al servicio de la especie y la restauración de su hábitat. La planificación de la producción a nivel mundial implica así la proyección consciente de nuestra actividad social con miras a la producción y reproducción de la vida de las generaciones presentes y futuras. Al acabar con toda forma de propiedad y por tanto con la escisión de la sociedad en clases, esta deja de estar en contradicción consigo misma, que es lo mismo que decir que las finalidades particulares de sus integrantes dejan de estar en contradicción con las del conjunto social. El ser humano puede entonces desarrollar armónicamente sus atributos específicos como especie, su naturaleza específica, en el sentido en que lo explicamos en Determinismo y revolución 

Es así como hay que entender la afirmación de los Manuscritos de 1844 de que en el comunismo la naturaleza se humaniza y el ser humano se naturaliza. El ser humano se naturaliza porque el individuo ha dejado de estar en oposición con esa parte de sí mismo que son los otros. El trabajo deja de ser un medio para vivir y se convierte en «la afirmación de mi vida individual, la peculiaridad de mi individualidad» objetivada en el producto de mi esfuerzo y realizada en la satisfacción de las necesidades y deseos de los otros (Cuadernos de París), como en la propia producción artística que, incluso cuando se hace en soledad, busca el diálogo con uno mismo como si fuera un otro. A su vez, la naturaleza se humaniza porque deja de ser esa fuerza extraña, sobrenatural, al mismo tiempo benéfica y amenazante, pero siempre misteriosa, que era para las sociedades pasadas. El ser humano entiende cuál es su lugar en el sistema complejo de la vida, cuál es el efecto de su actividad sobre él y cómo puede restaurar y mantener sus equilibrios. Puede hacerlo porque él mismo está en equilibrio, porque no solo sabe cómo hacerlo sino que tiene las riendas de su actividad para poder hacerlo. En este sentido, el comunismo es la naturaleza que se conoce a sí misma, la afirmación del ser humano en su esencia comunitaria, la definitiva superación de ese intervalo entre el comunismo primitivo y el comunismo integral que fueron las sociedades de clase.

_______________________________

* Próximamente publicaremos nuestro balance crítico y superador de este y otros materiales compañeros...