7 de agosto de 2025

Contrarrevolución capitalista, activismo reformista y práctica teórica comunista hoy

Para la revolución social, lo determinante es el contexto histórico y mundial, mejor dicho, el carácter del período en que se encuentre el antagonismo de clases, no la conciencia, la voluntad ni la actividad de las organizaciones e individualidades izquierdistas de este y de cualquier país. En la historia del antagonismo mundial de clases, sólo existen dos períodos: período contrarrevolucionario y período revolucionario. El actual es un período contrarrevolucionario.

A grosso modo, las características principales de un período contrarrevolucionario son 1) que la burguesía ejerce su dominación de clase en todos los aspectos de la sociedad: desde lo económico hasta lo ideológico, por lo cual se encuentra a la ofensiva o al ataque; y, 2) que el proletariado sólo puede hacer luchas defensivas, reivindicativas o reformistas como clase del trabajo/capital y no como clase revolucionaria. La relación de fuerzas se inclina, pues, a favor de la primera clase, no de la segunda.

Más claro: en un período contrarrevolucionario, la burguesía es fuerte o clase dominante y el proletariado es débil o clase dominada.

Esto no quiere decir que durante un período contrarrevolucionario no existan revueltas e insurrecciones. De hecho, durante el actual período contrarrevolucionario, concretamente en todo lo que va del siglo XXI, ha habido revueltas que incluso han llegado a amenazar con alterar o invertir la relación de fuerzas entre las clases. Pero, todavía no lo han logrado. (Las causas histórico-materiales de las derrotas de las revueltas actuales y la vigencia de la contrarrevolución son materia para otro artículo.)

El sistema de dominación capitalista, con el Estado a la cabeza, tiene diferentes tentáculos. De los cuales, la socialdemocracia, el reformismo o la izquierda del Capital es uno de los más importantes y fuertes, porque es la contrarrevolución capitalista que se disfraza de rojo y hasta de negro en el seno de los explotados y oprimidos para que sus protestas se vayan democráticamente por las ramas ―luchar contra tal o cual ley, contra tal o cual gobierno, por tal o cual derecho, etc.― y no ataquen las raíces del sistema: la dictadura social del valor en proceso o, en palabras más sencillas, tener que trabajar para pagar y pagar para vivir, gracias a lo cual los ricos y poderosos son lo que son a costa de nuestra clase de esclavos asalariados cada vez más precarios y empobrecidos. Mientras esto no deje de ser así, nada fundamental habrá cambiado.

Por lo tanto, en un período contrarrevolucionario como el actual, todo activismo de izquierda (marchas, plantones, asambleas, acciones simbólicas, etc.) es reformista y ni siquiera le hace cosquillas al Capital y al Estado. El “enfrentar la arremetida burguesa e imperialista”, el “no soltar las calles”, la “acumulación de fuerzas”, la “preparación de la ofensiva popular”, etc. que arguyen los militantes de algunas organizaciones de izquierda son razones convincentes pero falsas para seguir reproduciendo de otra forma las relaciones sociales capitalistas, el orden democrático-burgués y, por tanto, la contrarrevolución disfrazada de rojo y negro, incluso si tienen buenas intenciones o no están conscientes de ello, e incluso si su discurso y su acción parecen “radicales”.

En este sentido, el activismo de izquierda también es oportunista, porque las organizaciones que están detrás del mismo aprovechan la coyuntura impuesta por la clase dominante como oportunidad para saltar al escenario, posicionar su programa o agenda política y reclutar más gente. Con lo cual, reproducen la lógica de las mafias o rackets capitalistas que compiten entre sí por acumular más capital, poder y territorio, pero “desde abajo y a la izquierda”.

Aunque a veces ya ni siquiera es eso: el activismo de izquierda termina siendo, de manera obsesiva y compulsiva, la acción por la acción para parecer más rebeldes y hasta más “revolucionarios” que otros en redes sociales. Un miserable espectáculo de la lucha contra el capitalismo que, irónica y cruelmente, el mismo capitalismo termina convirtiendo en mercancía e imagen. Algo que, por cierto, es muy propio de la pequeña burguesía de izquierda: la apariencia, la pose, el figureteo. De esta forma, el activismo de izquierda reproduce la competencia y el espectáculo de la sociedad capitalista contra la que dice estar luchando en las calles.

Muy lejos y al contrario de todo eso, lo único que le golpearía real y mortalmente a la burguesía sería que el proletariado anónimo y autoorganizado expropie y comunice masivamente toda la producción y la distribución, de manera que se produzca sólo lo necesario para satisfacer directa o gratuitamente las necesidades colectivas. Destruyendo por la fuerza, al mismo tiempo, el aparato represivo y burocrático del Estado. Todo lo cual, sólo puede ser sostenido por un poder revolucionario de carácter antiestatal e internacional, porque la revolución social es aplastada cuando no se internacionaliza. En pocas palabras: comunización, insurrección y Comuna mundial.

Si la revuelta mundial del 2019 puso a temblar de miedo a la burguesía mundial es porque fue un punto de quiebre que volvió a abrir la posibilidad histórica de la revolución social. Por eso reaccionó con tanta violencia y sagacidad en todas sus formas y niveles hasta la fecha, a saber: la brutal represión estatal para aplastar las revueltas, el uso contrainsurreccional de la pandemia, la guerra imperialista (en Ucrania y Palestina), el narcoterrorismo, el neofascismo, las elecciones, la izquierda posmoderna o el activismo “woke”, etc. Con sólo recordar el 2019, la burguesía mundial vuelve a temblar de miedo. Desde entonces, su estrategia es la contrarrevolución preventiva, porque procura prevenir a toda costa una nueva revuelta mundial que pueda devenir revolución mundial. Mientras tanto, bajo el actual período contrarrevolucionario donde la relación de fuerzas es desfavorable para el proletariado, todo activismo de izquierda es reformista y oportunista.

Por todas estas razones de peso, y no por otra cosa, es que los proletarios revolucionarios o los comunistas nos mantenemos distantes del activismo y, en cambio, nos vemos limitados pero dedicados en serio a la actividad teórica desde y hacia el comunismo, entendido como el movimiento real que subvierte las condiciones capitalistas de existencia; es decir, a la producción y difusión de teoría revolucionaria para la práctica revolucionaria.

Ahora bien, esta actividad teórica que sostenemos los comunistas no es teoricismo ni “purismo”, como nos suelen “criticar” los activistas de izquierda. Es una forma y un momento del antagonismo de clases y, por tanto, de la práctica revolucionaria. Sí, la teoría en realidad es práctica teórica. En la concepción materialista histórica, práctica teórica significa el proceso de producción de nuevos conocimientos que, al calor de las luchas concretas, busca no sólo interpretar sino transformar la realidad social. Por consiguiente, la práctica teórica comunista es la producción de teoría crítica y revolucionaria que está estrechamente ligada al antagonismo de clases y, sobre todo, que busca la revolución comunista.

Más precisamente: haciendo uso de las categorías de la crítica de la economía política, la práctica teórica comunista hoy es la producción de análisis concretos de las condiciones capitalistas actuales y, sobre todo, de las luchas proletarias concretas para contribuir a la autoclarificación y radicalización de las mismas o, mejor dicho, para contribuir a producir la ruptura revolucionaria en su seno. A partir de lo cual, se puede elaborar la estrategia y las tácticas comunistas para el siglo XXI. He ahí su necesidad e importancia.

En la misma perspectiva, también se puede afirmar que producir y difundir teoría comunista (sea en físico sea en digital) o mantener y desarrollar las posiciones revolucionarias del proletariado contra el capitalismo, contra la ideología de la clase dominante y, en especial, contra la socialdemocracia en el seno del propio proletariado, así sea de manera muy minoritaria y a contracorriente, es una práctica cuyo objetivo es reapropiarse, proteger y afilar «las armas de la crítica» para cuando el propio capitalismo en crisis y el antagonismo de clases produzcan la situación histórica e internacional en que serán masivamente sustituidas por «la crítica de las armas»: la insurrección proletaria mundial por el comunismo.

Tal situación histórico-mundial no es sino un período revolucionario, en el cual la teoría revolucionaria y la conciencia de clase se convierten en fuerzas materiales o armas prácticas en manos de las masas proletarias hartas de serlo que pasan al ataque contra el Capital, el Estado y la sociedad de clases hasta destruirlos y superarlos. Porque «sólo una revolución comunista en masa puede producir una conciencia comunista en masa» (Marx, La ideología alemana).

En pocas palabras: durante un período contrarrevolucionario como el actual, la práctica teórica comunista no sólo es resistencia comunista. Es una actividad preparatoria para la revolución comunista.

Obviamente, no serán la teoría y la propaganda revolucionarias las que desencadenen la revolución, sino las condiciones objetivas y subjetivas que el propio capitalismo en crisis y el antagonismo de clases hayan creado para que el proletariado ya no pueda ni quiera vivir como tal y, entonces, sienta la revolución como necesidad humana inmediata a satisfacer. Asimismo, para abolir y superar el Capital, el Estado y la sociedad de clases son necesarias la autoorganización de masas, la solidaridad antagonista y la violencia revolucionaria del proletariado en vías de autoabolición como clase.

Pero, la teoría y la propaganda revolucionarias también son necesarias, incluso imprescindibles en tanto que armas crítico-prácticas de la comunidad de los proletarios revolucionarios, junto con nuestras mejores armas que son la solidaridad y el apoyo mutuo. Porque si algunos proletarios en todo el mundo hoy nos entregamos a la teoría y la propaganda comunistas, es porque estamos hartos de la vida que sufrimos bajo el capitalismo y porque nos impulsa la pasión del comunismo. Como escribió Marx, «la crítica no es una pasión de la cabeza, sino la cabeza de la pasión». Por eso afirmamos que la práctica teórica comunista no sólo es resistencia, sino preparación apasionada para la revolución comunista.

Esto no significa que los comunistas no participemos en las luchas reivindicativas de nuestra clase proletaria durante el período actual. Lo hemos hecho ―sobre todo, en las revueltas de los últimos años, combatiendo en las calles, "donde las papas queman"― y lo haremos en la medida de nuestras limitadas posibilidades. Pero, siempre con este criterio y esta perspectiva; es decir, manteniendo y agitando las posiciones revolucionarias del proletariado, sin transigir ni negociar con el Estado burgués y la socialdemocracia de cualquier color.

Es más, ya que la ruptura revolucionaria es el núcleo de la lucha comunista, los comunistas producimos y difundimos teoría al calor de las luchas concretas y las acompañamos críticamente de esta forma. Lo que demuestra que la teoría comunista no sólo es una forma y un momento del antagonismo de clases, sino también un producto y un factor del mismo. Con nuestra práctica teórica, los comunistas buscamos contribuir a producir la ruptura revolucionaria en el seno de las luchas reivindicativas, como unos proletarios más. Porque las luchas reivindicativas preparan el terreno para la lucha revolucionaria; pero, no de manera gradual, sino mediante la ruptura y el salto con ellas mismas, con sus propios límites.

El límite principal de las luchas del proletariado en la época actual es su propia condición de clase del trabajo/capital. Porque bajo la dominación real del capital, trabajo y capital o proletariado y capital son inseparables. Esta relación de clase hoy está en crisis (altos índices de desempleo, subempleo, informalidad), pero sigue funcionando y sosteniendo la sociedad capitalista de modo catastrófico. Y porque ser proletarios no es un orgullo. Es una condena social e histórica que hay que abolir para ser libres de verdad, mejor dicho, para ser una comunidad real, universal y ricamente diversa de individuos libremente asociados que crean y viven plenamente sus vidas como tales.

Por lo tanto, el núcleo de la revolución comunista en la época actual no es la afirmación y perpetuación del proletariado ―ni siquiera como clase dominante―, sino la autoabolición del proletariado y, por implicación, la abolición del trabajo ―entendiendo que el trabajo es la alienación y explotación mercantil de la actividad humana―. Esto es la comunización. Este es el carácter de la revolución comunista en el siglo XXI. Así tengan que pasar varias generaciones para ello.

Las condiciones materiales producidas por el propio capitalismo determinan que la revolución comunista hoy sea más posible que antes en la historia. Por ejemplo, el desarrollo tecnológico actualmente alcanzado, toda vez que haya sido comunizado, permitiría reducir el trabajo humano al mínimo necesario y disponer de tiempo libre para el desarrollo de todas las potencialidades humanas.

Por su parte, la historia de las revoluciones de los dos últimos siglos demuestra que los proletarios sí podemos hacer la revolución con cabeza y mano propias, sin necesidad de concientizadores ni salvadores como se creen los partidos leninistas. Y viceversa: también demuestra que, si no lo hacemos de manera autónoma, esos mismos concientizadores y salvadores terminarán siendo la nueva clase dominante disfrazada de rojo, degenerando la revolución en contrarrevolución.  

Esto no significa caer en el espontaneísmo, que quede claro. Autoorganizándonos como comunidad de lucha por la revolución social ―lo que Marx y otros camaradas históricos siempre han llamado Partido Histórico―, los proletarios sí podemos autoemanciparnos en todos los aspectos y producir el comunismo para destruir y superar el capitalismo.

El comunismo no es una utopía, una ideología ni mucho menos ese capitalismo de Estado mal llamado "comunismo" que fue la URSS y sus países satélites. «El comunismo es el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual» (Marx, La ideología alemana) y la nueva sociedad sin clases ni Estado, sin mercado ni fronteras nacionales, que resulta de tal movimiento revolucionario.

El comunismo es esa ruptura y salto revolucionarios que se producen en el seno de las propias luchas proletarias, más aún en un contexto de crisis de la relación de clase como el actual. El comunismo es la subversión de las condiciones existentes y, al mismo tiempo, la producción de nuevas relaciones sociales entre los individuos. Relaciones no mercantiles ni jerárquicas. Relaciones basadas en el apoyo mutuo entre iguales y la libertad real, porque se han liberado del valor, la mercancía, la propiedad, el trabajo, la división del trabajo, el capital, el dinero, las clases sociales, el Estado, las nacionalidades, las razas, los géneros, la división entre ciudad y campo, la separación entre humanidad, tecnología y naturaleza, etc.

Por lo tanto, al calor de la profundización y extensión del antagonismo de clases, sólo la producción inmanente e inmediata del comunismo ―sin "período de transición"― puede destruir y dejar atrás el capitalismo. La revolución comunista no admite medias tintas. Porque quien hace revoluciones a medias, cava su propia tumba.

El desafío para los comunistas del siglo XXI, entonces, es contribuir intransigente y pacientemente de todas las formas posibles a la producción de la ruptura revolucionaria en el seno de las actuales luchas reivindicativas, lejos del activismo y siempre en contra tanto del reformismo como del oportunismo. Lejos también del espontaneísmo, porque, como dijimos anteriormente, para la autoemancipación es necesaria la autoorganización. De hecho, la autoorganización es el primer acto de la revolución. De esta manera, el desafío es producir la ruptura revolucionaria.

¿Cómo? ¿Con qué estrategia? No sólo produciendo y difundiendo teoría comunista al calor de las luchas concretas, sino también haciendo que la comunidad de lucha contra el capitalismo que se vaya conformando entre proletarios anónimos y hartos de serlo sea una anticipación ―contradictoria e impura, pero real― de la sociedad comunista del futuro. Procurando vivir y expandir el comunismo como un micelio, es decir, como una red de hongos en las grietas de la catástrofe capitalista global hasta que sea un nuevo mundo. Produciendo el comunismo al calor de la profundización y extensión del antagonismo de clases para abolir la sociedad de clases. Así tengan que pasar varias generaciones, el desafío para los comunistas del siglo XXI es la comunización.

Proletarios Hartos de Serlo
Quito, agosto de 2025