Puzzle, 05/09/2019
Durante la investigación y acción revolucionaria es bastante común leer críticas y presenciar actos que, por muy bien intencionados que sean, se basan en lugares comunes de la crítica anticapitalista que la mayoría de las veces son resultados de una mala comprensión del capital. Para posicionarse desde una postura que realmente toque la fibra de aquello que se quiere destruir, es necesario indagar, conocer al enemigo. Esto no quiere decir que la teoría resuelva el mundo por sí sola y que baste con aprenderla, sino que es necesaria aplicarla para dirigir la consciencia a actos efectivos y concretos.
Si se entiende que el capitalismo es la sociedad organizada por las categorías del trabajo, del dinero, la mercancía y el valor, consecuentemente se podrá comprender que los movimientos que critican la producción capitalista (como el veganismo, ecologismo, decrecentismo, antidesarrollismo, autogestionismo) no podrán detenerla ni emanciparse de ella si no atacan estas categorías fundamentales que la constituyen. No podrán ser considerados anticapitalistas si no acometen conscientemente contra los fundamentos del capital, ya que el mercado se encarga de adaptarse a las demandas de quienes participan en él. Un capitalismo en que la comida y la ropa no estén hechas de animales es contradictoriamente imaginable. Es cuestión de proyectar en la mente una progresiva destrucción de todos los bosques del mundo para así despejar terreno y plantar monocultivos que permitan seguir produciendo con el fin de multiplicar el dinero, de obtener ganancia. El capitalismo es intrínsecamente destructivo.
Así también es bastante común encontrarse con críticas de fenómenos potenciados por el capital -como la explotación, la xenofobia, la injusticia, el clasismo-, pero carentes de análisis sobre el trabajo, el dinero y la producción de mercancías, que son los hilos de los cuales cuelga todo el sistema, junto a sus clases sociales y sus instituciones. El movimiento antifascista, que por muy importante que sea para defendernos de la violencia de la clase dominante, no es un movimiento necesariamente emancipador y anticapitalista, puesto que no tiene por objetivo la eliminación del trabajo y del dinero, sino que busca la erradicación de la violencia a través de la autodefensa, lo que no supone la eliminación del trabajo, del dinero, ni de la forma-mercancía.
Cada vez se hace más urgente detener y disminuir la producción y el consumo en general, no sólo de productos contaminantes y que provengan de la tortura, pero eso solo podrá realizarse y sostenerse en el tiempo si se detiene y supera la lógica que mueve al dinero, que es la lógica del valor. El responsable es más complejo que el vecino fascista, y no tiene forma humana. Es la forma-mercancía, creación humana que somete a los humanos, la que debe ser erradicada. Esto no quita ni exonera al fascista el hecho de ser cómplice y defensor de esta sociedad enferma y enajenada.
Si en la antigüedad fue la religión la que controlaba las mentes y vidas de las personas, en la actualidad el dinero se encarga de esto, y no discrimina credos, razas, géneros ni especies.
En referencia a las lecturas posmodernas que buscan criticar al capitalismo, compañerxs del grupo Barbaria han publicado un análisis más acabado al respecto, que aquí compartimos!: http://barbaria.net/2018/11/20/posmodernidad-o-la-impostura-de-una-falsa-radicalidad/