Desde el año 2019 la economía mundial ha venido dando señas de desaceleración, augurando una inminente crisis para este 2020. Si esto no fuera suficiente, desde principios de este año se ha agudizado la guerra comercial por el precio del petróleo, fraguada entre EEUU y Rusia, desembocando en la caída estrepitosa del precio del crudo, beneficiando con esto a los países que tienen las suficientes reservas (Rusia y Arabia Saudita) para amoldar su producción a los precios bajos. Por otro lado, el brote de la nueva sepa de coronavirus “Covid-19”, que ha ocasionó estragos en China desde fines del año pasado, ha rebasado fronteras y ha impactado en el resto del mundo, con ello, la inminente crisis económica no ha hecho sino adelantarse. La economía mundial ya está en plena crisis, los gestores del poder están pendientes a los grandes rescates financieros, la burguesía comienza a cerrar fábricas y despedir empleados tomando como pretexto la dichosa “cuarentena”. El desastre es inminente.
No obstante, es importante saber que las pérdidas monetarias no significan la caída del sistema capitalista. El capitalismo buscará en todo momento reestructurarse con base en medidas de austeridad impuestas a los proletarios para paliar todas las catastróficas consecuencias que traerá consigo[1]. Y esto se debe a que los “golpes” que ha sufrido el capitalismo a causa de estos fenómenos, son simplemente pérdidas en su tasa de ganancia, pero tales pérdidas no alteran en lo absoluto su estructura y esencia, es decir las relaciones sociales que le posibilitan seguir en pie: mercancía, valor, mercado, explotación y trabajo asalariado. De hecho, es en estas situaciones cuando el capital reafirma más sus necesidades: sacrificar a millones de seres humanos a favor de los intereses económicos, haciendo que la polarización entre clases sociales se agudice y revelando con más fuerza en qué posición se encuentra la clase dominante, la cual realiza todos los esfuerzos a su alcance para preservar este estado de cosas.
Y no es que la burguesía “haya planeado con antelación toda esta situación en torno a la pandemia para beneficiarse” (como rezan los conspiranoicos) al permitir que el sector más vulnerable (los ancianos) fallezca en los hospitales, en sus casas o hasta en la calle… y así ahorrarse millonarias cantidades de dinero en pagar pensiones. Esta situación, así como muchas otras, solo se dio como una maniobra oportuna que el momento exigía. Las cuestiones geopolíticas, de competición de mercados y de guerra mediática que puedan resultar de esto, son solo la consecuencia, más nunca la causa de lo que va configurándose.
Es evidente que toda esta situación que ha ganado terreno mundialmente aún yace en una fase temprana, pues las carencias y desabasto que afrontan los hospitales y las casas funerarias, rebasados en capacidad, son solo la punta del iceberg, pues aún falta ver los efectos de la escasez de alimentos y el desempleo cuando todo llegue a tope, en resumen, los efectos más adversos están aún por ocurrir.
De hecho, no es de extrañar que a raíz de este recrudecimiento se han exacerbado la locura y la histeria social, y cuyo reducto deja por resultado mayor atomización e individualismo, imperando el “sálvese quien pueda”, así como el “chivateo” de los buenos ciudadanos que secundan las labores de la policía, delatando a cualquiera que transité por las calles a pie.
Y pese a lo anterior, la lógica del capital no ha podido materializarse de manera total y uniforme. La conciencia de clase resurge y se vislumbra como única perspectiva posible entre cientos de escombros, tal vez de manera difusa, pero su desarrollo es latente. Cada vez se generaliza más la noción de que la burguesía ha sido la responsable de propagar el virus, no sólo “porque son los burgueses los que viajan más”, sino porque ellos descansan en cuarentena mientras nosotros nos exponemos a infectarnos debido a que estamos obligados a salir a la calle para buscar el sustento diario. Es aquí donde la solidaridad de clase reaparece poniendo en común algunos medios de subsistencia básicos, participando de los saqueos y colocando barricadas para cortar las vías al turismo (como en chile). Esos resquicios de comunidad humana son una base que será decisiva en las luchas que pudieran generarse cuando la catástrofe sobrepase sus dimensiones.
Sin embargo, no debemos conformarnos ni sentirnos complacidos con esos mínimos aspectos; por el contrario debemos plantearnos ir más allá de eso. Es vital entender que mientras como clase sometida a los designios de la burguesía, permanezcamos contemplando y afrontando esta situación bajo meros paliativos reformistas que evadan la necesidad de superar definitivamente este sistema[2], todos nuestros esfuerzos solo darán tiempo a nuestros enemigos para fortalecerse y continuarnos gobernando y explotando a su antojo.
¿Que los avistamientos de la fauna silvestre en las urbes citadinas que yacen en cuarentena, son un triunfo de la naturaleza que ahora reclama lo que es suyo? Tal “triunfo”, aún así suponga la realización malthusiana de “acabar con la población excedente”, es solo una situación pasajera que está condenada a retornar a lo mismo de manera casi inmediata. Porque en el fondo, lo que seguirá dominando es un modo de producción que no puede prescindir de las metrópolis de concreto, asfalto y coches, de las industrias de monocultivos, las plantas de energía nuclear y de la industria pesada a base de combustibles fósiles.
Las contradicciones cada vez más agudas de este modo de producción (crisis, guerra, pandemias, destrucción ambiental, pauperización, militarización), que recrudecerán nuestras condiciones de supervivencia, no darán paso de manera mecánica ni mesiánica al fin del capitalismo. O mejor dicho, tales condiciones, aunque serán fundamentales, no bastarán. Porque para que el capitalismo vea su fin, es imprescindible la existencia de una fuerza social, antagonista y revolucionaria que logre direccionar el carácter destructivo y subversivo hacia algo completamente diferente de lo que presenciamos y conocemos ahora.
Querámoslo o no, no podemos dejar una cuestión tan importante como la revolución a rienda suelta, a la simple suerte. Es necesario experimentar la resolución a ese problema con base en la organización de tareas que puedan irse presentando, es decir, el agrupamiento para la apropiación y defensa de las necesidades más inmediatas (no pagar adeudos, ni alquileres, ni impuestos), pero también, la ruptura con todas las ilusiones y espejismos que nos llevan a gestionar las mismas miserias bajo otra careta.
¿Fomentar la economía local?
¡Abolir el intercambio mercantil y el dinero!
¡Frente al reformismo, la ruptura radical!
¡Frente al inmediatismo, la perspectiva histórica!
¡Frente al localismo, el internacionalismo!
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Nota apócrifa
La ideología dominante nos bombardea a través de todos sus aparatos con ilusiones que versan sobre una “posible” prosperidad bajo las condiciones existentes de explotación y miseria. La clase capitalista nos ideologiza para acatar dócilmente “un modo de vida” alienado, donde todo cuestionamiento a sus fundamentos esté fuera de todo raciocinio.
Pero lo cierto es que nada de ese paraíso en el “mejor de los mundos posibles” concuerda con los cientos de esclavos negros traficados en Libia; los ghetos copados de droga en Afganistán, la represión feroz en la franja de Gaza, los migrantes haitianos muriendo de inanición en Tijuana, la represión sangrienta contra los proletarios en Chile, los bombardeos en la frontera turco-siria o la hambruna que azota Yemen.
No es necesario esperar la distopía o las escenas hollywodescas del apocalypsis, porque estas ya se manifiestan materialmente en distintas partes del globo, y de hecho superan con creces cualquier intento de representación en la ficción cinematográfica.
La actual pandemia del covid-19 es una etapa más en la degradación a la que nos lleva esta sociedad productora de mercancías.
Etapa ante la cual solo se reafirma que el verdadero provenir solo pende de dos hilos:
¡Revolución comunista o perecer en la penumbra!
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[1] Medidas que de hecho ya están siendo llevadas a cabo del modo más brutal y ruin: cientos de miles (si no es que millones) de despedidos, echados sin más de sus puestos de trabajo, dejados a su suerte en mayor probreza y precariedad.
[1] Medidas que de hecho ya están siendo llevadas a cabo del modo más brutal y ruin: cientos de miles (si no es que millones) de despedidos, echados sin más de sus puestos de trabajo, dejados a su suerte en mayor probreza y precariedad.
[2] Se nos ha hablado mucho de que una alternativa es fomentar el comercio local por fuera de las multinacionales y grandes corporativos. El problema de este tipo de respuestas es que, por un lado, si bien resuelven momentáneamente el problema del abastecimiento de insumos para algunos proletarios, los reajustes que traerá consigo al crisis del capital, solo traerán más inflación y contingencias por periodos más breves de tiempo. Refugiarnos en intentos de economías más benevolentes, solo prolongan lo que inevitablemente en un futuro sin alternativas deberemos asumir: la guerra de clases, es decir el enfrentamiento contra la burguesía y el ejercicio de un programa revolucionario que tenga como objetivo concluir toda relación social mediada por el intercambio, el tiempo como medida de trabajo y la relación salarial.