Tomado de Freno de Emergencia y de Barbaria
N+1, tele-reunión del 2 de noviembre de 2021
La tele-reunión del martes por la noche, a la que asistieron 18 compañeros, comenzó con un comentario sobre un artículo de Avvenire titulado Propuesta al G-20. Una Constitución de la Tierra para difundir la paz y la justicia.
El camarada que nos hizo llegar el artículo lo señaló, con razón, como un ejemplo de reformismo planetario. El llamamiento a un nuevo constitucionalismo global cuenta, entre sus primeros firmantes, con un obispo, además de filósofos, juristas y periodistas; y el hecho de que la propuesta haya sido relanzada por Avvenire demuestra que detrás de la iniciativa está también el Vaticano (no es casualidad que el texto contenga una referencia a la ecología integral del Papa Francisco). La Iglesia quiere salir del ámbito estrictamente religioso para dar vida a procesos hegemónicos en la sociedad, y lo hace con una propuesta reformista basada en derechos para todos, justicia global, redistribución de la riqueza, etc. Un intento global que conducirá, como siempre, a un callejón sin salida, porque al capital autónomo le importa un bledo que haya quienes quieran transformarlo en un sistema más ético y moral.
Aparte de estos intentos de la Iglesia, que hemos mencionado brevemente, el problema ecológico existe y las discusiones en torno a él dan lugar a interesantes capitulaciones ideológicas frente al marxismo. En vísperas de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima (COP26), el premio Nobel de Física Giorgio Parisi, científico que investiga el caos y los sistemas complejos, declaró: «El PIB de cada país es la base de las decisiones políticas y la misión de los gobiernos parece ser aumentarlo al máximo. Pero esto choca con la intención de ponerle freno al calentamiento global». El físico dijo que «si la temperatura sube más de 2 grados, entramos en un terreno desconocido».
En China, el consumo de carbón ha alcanzado niveles récord, quedando por debajo de los objetivos del gobierno central (provocando incluso apagones en algunas regiones del país). La construcción de altos hornos y centrales eléctricas de carbón provocará un nuevo aumento de las cuotas de China, que ya representa el 30% de las emisiones mundiales de CO2. Cuando los precios del gas suben, se utilizan fuentes más baratas como el petróleo y el carbón. Hasta dentro de un año no dispondremos de las cifras de emisiones del periodo actual, pero es muy probable que se alcance un nuevo récord en 2021. China, Rusia, Turquía y Brasil no estuvieron presentes en la COP26, e India y China, dos pesos pesados en términos de población y tamaño, objetaron las medidas que deben adoptarse para hacer frente a la emergencia climática.
En cualquier caso, los objetivos de este tipo de cumbres presuponen la existencia de una coordinación global para gestionar cualquier acuerdo internacional. Pero el capitalismo no puede hacerlo porque las burguesías nacionales están siempre en competencia entre sí. China e India tienen tasas de crecimiento sostenidas y aceptar restricciones severas supondría poner obstáculos a sus economías, mientras que otros países, que entretanto han trasladado al extranjero su producción más intensiva en energía, pueden permitirse un margen más amplio de experimentación.
Los que piensan que la tecnología puede aliviar o resolver el problema ecológico están tristemente equivocados. Incluso si se introdujeran tecnologías limpias, la necesidad de materias primas y energía seguiría creciendo, y el esfuerzo por reciclar materiales se desperdiciaría. El mundo está siendo consumido a un ritmo demencial, y la biosfera tendrá que restablecer el equilibrio tarde o temprano.
En un artículo publicado en Il Fatto Quotidiano, Luca Mercalli explica que los países ricos producen más emisiones de CO2 per cápita, y que Estados Unidos y la UE han contaminado más y durante más tiempo. Entre estadísticas y clasificaciones, todo el mundo trata de echar la culpa de la contaminación al otro, pero nadie mira en su propia casa. Hay una gran hipocresía detrás de todo esto. China es responsable del 30% de las emisiones de dióxido de carbono, pero produce el 60% del acero mundial, que alguien compra y utiliza en el extranjero. En resumen, es como una pandemia: si el número de infecciones aumenta en Alemania o Inglaterra, la gente sigue pensando que el virus respeta las fronteras nacionales. Lo mismo ocurre con la contaminación: el problema no puede abordarse a nivel local. La misma burguesía entiende que debe haber una gobernanza global, pero en la práctica no puede conseguirla debido a la anarquía mercantil.
Hay una sobreexplotación de la Tierra y los centros de investigación de la burguesía lo vienen señalando desde hace tiempo. Pensemos en el informe del Club de Roma sobre los límites del desarrollo, que demostró que, una vez superados ciertos umbrales, el sistema se derrumba. Interesante en este sentido es el documental Last Call (2013), que recorre la historia del grupo de científicos que trabajó en el proyecto. En las entrevistas presentadas en la película, reconfirman todos sus análisis. Por lo tanto, no hacen falta nuevas pruebas para entender que de continuar así tendrá lugar un desastre: los gráficos que acompañan a Los límites del crecimiento hablan por sí solos. El capitalismo es un sistema que procede por leyes internas, intenta reformarse pero al final siempre responde a la ley de acumulación, D-M-D’.
La cuestión de la contaminación ha existido siempre, pero en los albores del modo de producción capitalista estaba ligada a entornos muy concretos, la fábrica, la mina, los barrios obreros, afectando sobre todo a estos últimos, como describe Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845). Hoy en día estos problemas también afectan a la clase dominante, y los capitalistas ya no pueden ignorar el problema, sino que al menos deben mostrar alguna iniciativa. Así que organizan costosas cumbres mundiales, mientras siguen utilizando enormes cantidades de energía para producir. Basta pensar en las monedas virtuales, que se están imponiendo en todos los ámbitos de la vida cotidiana.
A diferencia de eventos anteriores, la COP26 no fue escenario de refriegas entre activistas antiglobalización y la policía. Este aspecto podría ir unido al crecimiento, en casi todas partes, del abstencionismo. El desinterés de grandes capas de la población respecto de la política y sus representantes adopta formas singulares. Por ejemplo, la «gran renuncia», de la que empiezan a hablar muchos periódicos: la dimisión de millones de asalariados que han decidido voluntariamente dejar sus puestos de trabajo porque están hartos de los ritmos agotadores y de los salarios de hambre. El fenómeno afloró con las reaperturas posteriores al cierre y surgió primero en Estados Unidos y luego en Europa. El Departamento de Trabajo de EEUU declaró que alrededor de 4,3 millones de personas dejaron su trabajo en agosto. Esto supone alrededor del 2,9% de la población activa de EEUU, y la cifra es superior al anterior récord establecido en abril, con unos 4 millones de desertores. Hay políticos que se quejan de la generosidad del gobierno estadounidense en materia de subvenciones, pero también los que dicen que es porque con el trabajo inteligente la gente ha experimentado una mejoría en su calidad de vida, y volver a la normalidad, quizás haciendo tres horas de tráfico al día, ahora les parece insostenible.
Así que el nivel de tolerancia a la explotación ha disminuido considerablemente. Desde que escribimos el folleto ¿Derecho al trabajo o libertad del trabajo asalariado? (1997) las cosas han madurado mucho y ahora, al parecer, el «rechazo del trabajo» está adquiriendo dimensiones masivas.
El comunismo se configura cada vez más como un programa de la especie y el partido revolucionario como un organismo que toma a su cargo la defensa de la especie humana (Tesis de Nápoles, 1965). Bordiga escribió que el capitalismo, en última instancia, quiere la cabellera de su gran enemigo: el hombre (Imprese economiche di Pantalone, 1950).
Ahora, después de las materias primas, incluso los productos de primera necesidad empiezan a subir de precio. Las subidas tendrán un gran impacto en los próximos meses. En este contexto, cada vez más proletarios se encontrarán con el agua hasta al cuello, y los reformistas más lúcidos lanzan gritos de alarma: desde el Papa, que indica la necesidad de un salario universal y una reducción de la jornada laboral, hasta Beppe Grillo, que escribe en su blog ¿Renta universal o juego de calamares?. En definitiva, no faltan declaraciones contundentes, pero sin superar las categorías capitalistas no hay salida, y la sensación de que el tiempo se agota se cuela en las pesadillas de la burguesía. «El Reloj del Apocalipsis está sonando cada vez más fuerte, falta un minuto para la medianoche», momento en que sonará «el fin de la vida humana en este planeta tal y como la conocemos». Estas fueron las palabras del Primer Ministro británico, Boris Johnson, al inaugurar la COP26.
Tampoco faltan los saltos de algunos eminentes burgueses para solucionar los problemas del planeta, como Elon Musk, que quiere colonizar Marte, o Mark Zuckerberg, que quiere llevarnos al Metaverso (para cuyo desarrollo empleará a 10.000 personas). Musk y Zuckerberg son los sacerdotes de una nueva religión: el transhumanismo. La realidad está superando a la ciencia ficción, y en relación con esto, recordamos dos relatos apocalípticos: La última pregunta de Isaac Asimov y El año del diagrama de Robert A. Heinlein.
Cuellos de botella en las cadenas de suministro y caos social
Durante la tele-reunión del martes por la noche, a la que asistieron 22 compañeros, discutimos sobre el aumento del precio de las materias primas y, en particular, de la energía.
En un artículo publicado en el último número de The Economist (curiosamente titulado The energy shock, el mismo título que uno de nuestros reportajes de hace unas semanas y que supimos que había sido traducido primero al español y luego al alemán), se nos recuerda que la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021 (COP26) tendrá lugar del 31 de octubre al 12 de noviembre. La cumbre contará con la presencia de líderes mundiales, reunidos en la intención de fijar el rumbo para que las emisiones mundiales de carbono lleguen a cero en 2050.
Pero mientras la clase dirigente anuncia que se compromete a un esfuerzo de 30 años, en la práctica hace lo contrario. Desde mayo, el precio del petróleo, el carbón y el gas ha subido un 95%, y en septiembre Gran Bretaña, que será sede de la cumbre, volvió a encender sus centrales eléctricas de carbón. Sin embargo, Londres ha dejado claro que apostará por la energía nuclear para reducir las emisiones de CO2.
Los precios de la gasolina en Estados Unidos han alcanzado los 3 dólares por galón, los apagones han abrumado a China e India y Europa se ha convertido en rehén de Vladimir Putin para el suministro de combustible.
Así, todas las buenas intenciones ecológicas del tipo Green New Deal se han ido por la ventana, y han terminado imponiéndose, como siempre, las crudas necesidades sin edulcorar del modo de producción capitalista.
The Economist también advierte sobre la espiral salarios-precios: tanto el crecimiento de los salarios como la inflación son inusualmente altos. Los salarios por hora están aumentando en Estados Unidos y Alemania, en parte debido a la escasez de mano de obra tras la recuperación del consumo luego de las cuarentenas.
Siendo el salario la única variable independiente, la exigencia de grandes aumentos salariales asusta a los capitalistas y gobernantes porque su sistema se basa en la producción de plusvalía. Mencionamos, a este respecto, la reciente oleada de huelgas en Estados Unidos (Striketober: American workers take to the picket lines).
El mundo se dirige hacia la catástrofe desde todos los puntos de vista: económico, ecológico y social, pero esto no se traduce automáticamente en una polarización de clase. La dualidad de poder aún está muy lejos, actualmente los movimientos en las calles en su mayoría se pueden etiquetar como inter-clasistas.
La sociedad está en ebullición, pero de momento nada nuevo está surgiendo del caos. En cambio, se está incubando un gran desorden.
En España, el 26,4% de los ciudadanos se encuentran «en riesgo» de pobreza y el 9,6% en situación de pobreza extrema, 4,5 millones viven en familias con ingresos extraordinariamente bajos. La mayoría de las personas en situación de pobreza extrema (72%) tienen la nacionalidad española, cuentan con un nivel de estudios medio (53%) o bien alto (17,9%), tienen un trabajo (27,5%) y una vivienda (95,2%).
El Papa, gran observador de las dinámicas sociales, en un reciente videomensaje se dirigió al encuentro de los Movimientos Populares afirmando que había que introducir «el salario universal y la reducción de la jornada laboral». Bergoglio dice que estas son «medidas necesarias» pero «insuficientes».
Incluso en Italia, donde según el ISTAT casi seis millones de personas viven en estado de pobreza absoluta, ha empezado a manifestarse un cierto «caos social», con las plazas de Roma, Milán y el puerto de Trieste siendo escenarios de enfrentamientos. Y en cuanto a los puertos, hay numerosos puertos en todo el mundo, desde Los Ángeles hasta el Reino Unido, que se encuentran al borde del colapso; los analistas observan un estrechamiento en los mecanismos que aseguran las cadenas de suministro, lo que provoca un gran cuello de botella en el flujo de mercancías.
Con respecto al problema de la inflación, recordamos lo que se escribió en el Libro III, Sección VII, de El Capital, «La renta y sus fuentes»: la ganancia (beneficio del empresario más los intereses) y la renta no son más que formas particulares que adoptan partes particulares de la plusvalía de las mercancías.
El aumento de los precios hace que una parte creciente de la plusvalía se transforme en rentas. El rentista gana y el industrial pierde. La especulación está provocada por la escasez real de materias primas, por lo que el precio de éstas tiende a subir y bajar en los mercados bursátiles.
Primero tenemos la variación del precio de la producción, luego la especulación (la escasez de contenedores hace que el costo de los fletes marítimos se dispare, triplicándose en un año). Otros ejemplos de las locuras del capitalismo moderno son la especulación con el Bitcoin (que se disparó por encima de los 60.000 dólares) o el año pasado la especulación con el petróleo, cuyo precio alcanzó un pico negativo.
También reiteramos la necesidad de rechazar toda forma de partidismo, especialmente el «a favor del green-pass/contra el green-pass» ya que ambas opciones, aunque enfrentadas, tienen en común la necesidad de reanudar la producción lo antes posible, de enviar a los trabajadores a trabajar y de mantener abiertos los comercios y las empresas.
También hay que decir que el concepto de libre elección o libre albedrío (¡tan reivindicado como inexistente!) no pertenece al léxico comunista.
La humanidad sigue en su fase prehistórica: las agrupaciones sociales necesitan símbolos y eslóganes tras los que marchar, ya sean religiosos o ideológicos, o palabras sin contenido empírico claro como «libertad».
Estamos en contra del indiferentismo, en el sentido de que seguimos con atención todo lo que ocurre en las plazas, incluso las movilizaciones animadas por fuerzas interclasistas o reaccionarias, tratando de identificar las causas materiales que llevan a las moléculas sociales a agitarse y moverse en una dirección y no en otra, y dando el peso adecuado a lo que los manifestantes dicen de sí mismos.
La vacunación es un gran negocio para las empresas farmacéuticas, y esto ni hace falta decirlo, pero también es un medio para combatir la pandemia, uno de los pocos medios disponibles en la actualidad.
En Inglaterra el fin de las restricciones en Inglaterra está provocando un aumento de los casos de Covid 19, en Rusia crece el número de muertes (más de mil en un día) por complicaciones debidas al coronavirus. Debido a la incertidumbre de los datos oficiales sobre nuevos casos y muertes, The Economist se vio en la necesidad de hacer su propio modelo basado en un centenar de coeficientes correctores, el más importante de los cuales es el diferencial en el número de muertes entre el periodo de la pandemia y el anterior (The pandemic’s true death toll).
Hay que ser drásticos en el tema de las vacunas, contrarrestando las
oladas de irracionalidad que afectan incluso a los círculos
«comunistas». Incluso muchos que se llaman marxistas, olvidan que la
ciencia no es adjetivable: no es burguesa ni proletaria, sino que es el
nivel de conocimiento alcanzado en una época determinada.
La teleconferencia del martes por la noche, a la que se conectaron 15 compañeros, comenzó comentando algunas noticias sobre la actual crisis energética mundial.
El aumento del precio de las materias primas es un hecho histórico ligado al desarrollo del capitalismo, que consume cada vez más energía a medida que envejece. Si bien es cierto que la energía consumida para la producción de cada producto individual disminuye, también es cierto que la masa de bienes producidos aumenta continuamente. En 2012, en el número especial sobre energía (revista nº 31), escribimos sobre las tendencias de la producción de combustibles fósiles:
«A partir de 2020, la producción total de energía procedente de combustibles fósiles se contraerá con bastante rapidez. Teniendo en cuenta la creciente necesidad de energía debido al tumultuoso desarrollo del capitalismo en los países emergentes, está claro que esta tendencia supone un enorme desafío para la perpetuación del actual paradigma económico.»
El consumo mundial de materias primas puede representarse mediante una curva sigmoidal: tras un periodo de crecimiento, la curva tiene un punto de inflexión y finalmente asume una tendencia asintótica. Este patrón se aplica a casi todos los sistemas complejos, incluido el capitalismo, ya que el crecimiento de cualquier elemento no puede ser infinito. A estas conclusiones llegó también el «Informe sobre los límites del desarrollo» del Club de Roma, un estudio basado en el modelo Mondo3 que tenía en cuenta cinco parámetros: población, recursos minerales, recursos alimentarios, producción industrial y contaminación.
Directamente relacionada con el aumento del precio de las materias primas está la importancia de la renta, que, al seguir creciendo (es decir, al crecer la parte de la plusvalía dedicada a ella), se canaliza hacia la especulación financiera, afectando así a todos los sectores, desde el petróleo hasta el inmobiliario, y provocando desequilibrios cada vez mayores.
China ha llegado a producir mil millones de toneladas de acero al año, y en la última década ha construido ciudades para millones de habitantes, la mayoría de las cuales han quedado vacías. El ladrillo ya no salvará al mundo capitalista, como escribió The Economist hace unos años, sino que lo hundirá aún más (como demuestra la crisis del gigante inmobiliario Evergrande). Recientemente se ha informado de que varias provincias y distritos industriales de China están experimentando problemas de suministro de energía, y que decenas de fábricas se han visto obligadas a «enfriar» la producción. Sin embargo, no hay una única causa de esta situación, sino una combinación de causas: la rápida recuperación de la economía tras el cierre, responsable del aumento de la demanda de electricidad y, por tanto, de la subida de los precios del carbón, la escasez de materias primas debido al contratiempo en la cadena de suministro mundial (véase la escasez de contenedores), y los nuevos límites a las emisiones de dióxido de carbono impuestos por el gobierno chino.
En Italia persisten los rumores sobre una posible protesta de los camioneros en apoyo de la movilización contra el «pasaporte verde». Si se produjera un bloqueo, las consecuencias serían enormes, ya que en Italia el 80% del transporte de mercancías se realiza por carretera. En Inglaterra, tras el Brexit y la restricción de la entrada de trabajadores extranjeros, ha surgido un grave problema logístico debido a la escasez de transportistas, lo que ha provocado la escasez de combustible y, en algunos casos, la falta de productos de primera necesidad en las estanterías de los supermercados. El gobierno británico ha anunciado el uso del ejército para trasladar los camiones cisterna de las refinerías a las gasolineras.
Como hemos dicho a menudo últimamente, los cuellos de botella (congestión de procesos) pueden llevar a escenarios catastróficos.
Cuando se trata de sistemas complejos, las predicciones sólo pueden hacerse mediante modelos y sólo pueden ser a largo plazo. En los años 50, M.K. Hubbert formalizó por primera vez el curso temporal de los recursos minerales, que está bien representado por una curva de campana o curva de Gauss. Con notable perspicacia, el erudito estadounidense registró la relación entre la evolución de los precios en valor y la extracción en cantidades físicas. El pico de Hubbert es una curva de producción de petróleo determinada empíricamente y superpuesta a una curva de modelo matemático (logístico). Esta curva, además de dar indicaciones precisas de los precios que se formarán después de la producción, así como de demostrar la validez de la ley de la renta, obliga a los economistas a tener en cuenta que el modelo resulta ser compatible con todas las demás fuentes de energía, y les obliga a establecer una unidad de medida basada en la energía, la TEP, es decir, la tonelada equivalente de petróleo. De acuerdo con sus estudios, Hubbert propuso una sociedad basada en el cálculo de la energía intercambiada y no en el valor.
En la reunión de la redacción de septiembre, hicimos la última de una serie de presentaciones sobre el «Wargame».
Hoy en día, ciertas formas de ver la revolución son obsoletas. «Convertir la guerra imperialista en guerra civil», o «construir el sindicato de clase», son frases que no tienen contenido empírico. Son esquemas históricamente datados.
Ya a principios del siglo XX la consigna de transformar la guerra imperialista en guerra civil tenía poco sentido. Nuestra corriente, de hecho, sostuvo que la guerra debe ser detenida de raíz, de lo contrario el capitalismo se reestructuraría, involucrando principalmente al proletariado en este proceso. La forma y los medios de hacer la guerra han cambiado profundamente, el conflicto se ha convertido en algo extremadamente móvil en el que la logística y la electrónica desempeñan un papel primordial. El estudio de los wargames fue necesario para hacer formalizables los escenarios (modelos) que antes se trataban exclusivamente como subjetivos/cualitativos, y «juego de guerra» significa que se utiliza la teoría de juegos para resolver problemas de ataque, inteligencia, táctica y estrategia.
En lo que respecta al sindicato, hemos dicho que quien conquiste o establezca uno no tendrá más remedio que poner en práctica el sindicalismo corporativista, porque la necesidad de conseguir resultados en el marco histórico corporativista bloquea la acción sindical precisamente en el plano histórico.
La revolución necesita declaraciones claras y nítidas, sin neblinas que confundan las ideas. Hoy es necesario un trabajo de limpieza del lenguaje para quienes se sitúan en una perspectiva revolucionaria, también porque es impensable que pueda tener éxito un movimiento caracterizado por las viejas categorías políticas (véase el tercerinternacionalismo), trituradas por la historia.
La burguesía es hoy la clase dominante, pero va a tientas, no tiene ninguna teoría para entender su propio sistema y esto, a la larga, se convertirá en su perdición. De hecho, no son pocos los burgueses que capitulan ante el comunismo, lo que demuestra que la sabiduría de la futura organización comunista es real. El filósofo Maurizio Ferraris, por ejemplo, destaca algunas de ellas («¿Se puede vivir sin trabajar?»). El capitalismo actual tiene mucha menos energía que el último asalto revolucionario porque los elementos del comunismo están cada vez más desarrollados. En esta situación será mucho más difícil tomar el poder pero mucho más fácil mantenerlo, dijo Lenin sobre una revolución en Europa Occidental, y nosotros lo decimos hoy para todo el mundo.
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La tele-reunión del martes por la noche, a la que se unieron quince compañeros, se abrió con la noticia de la reducción de la semana laboral en Islandia.
Todo empezó con el programa piloto, iniciado en 2015 y concluido en 2019, que involucró a 2.500 empleados estatales islandeses, contratados en guarderías, oficinas y hospitales. El experimento consistía en permitir a los trabajadores elegir un horario más corto que el habitual de 40/44 horas semanales, por el mismo salario. Los resultados han sido tan alentadores, tanto en términos de productividad como de descenso de los niveles de estrés y de mayor equilibrio entre la vida laboral y la personal, que el 86% de la población activa del país ha pasado a una semana laboral de 4 días.
La noticia del «éxito arrollador» de Islandia ha repercutido en muchos medios de comunicación, pero lo cierto es que la pequeña república nórdica no es la única, y mucho menos la primera en la lista de países que han tomado el camino de la reducción de la jornada laboral. Hace unos años fue Dinamarca la que empezó, estableciendo la semana de 33 horas, luego Finlandia anunció la abreviación de la semana laboral, y poco después el sindicato alemán IG Metall se hizo eco de la medida proponiendo la reducción, a petición individual, de la jornada laboral hasta 28 horas semanales durante un periodo de 24 meses. Experimentos similares al islandés se están llevando a cabo actualmente en varios países, como Gran Bretaña, España y Nueva Zelandia.
A estos intentos se suman las medidas de apoyo a la renta, que en diversas formas (renta básica, subsidios de desempleo, ingreso de ciudadanía, etc.) se están poniendo a prueba ahora en la mayor parte del mundo (véanse las noticias en el sitio web de BIN-Italia). La tendencia en curso nos remite a los puntos enunciados en la reunión de Forli de 1952 (El programa revolucionario inmediato en el Occidente capitalista), en particular aquel que preveía la «reducción drástica de la jornada laboral a por lo menos la mitad de las horas actuales». En ausencia de un movimiento revolucionario que haga suyos estos elementos programáticos, es la propia sociedad la que se encarga de su realización, al menos en parte. Cuando decimos que el comunismo es un hecho material y no un ideal queremos decir justamente esto: más allá de los partidos en el gobierno o de los individuos en el poder, el proceso material avanza de forma imparable.
Sin embargo, en otros lugares la situación parece ser bastante diferente. Por ejemplo en Italia, donde la jornada laboral no se acorta y el tiempo de trabajo se confunde cada vez más con el tiempo de vida. Asistimos tanto a las anticipaciones del futuro (reducción de la jornada laboral) como a una explotación que persiste y se intensifica. Si en esta sociedad la interpenetración del tiempo de trabajo con el tiempo de vida implica que todo se convierta en tiempo de trabajo, en la sociedad futura no sólo será lo contrario, sino que la necesidad de distinguir entre ambos términos desaparecerá por completo. Vivimos en una sociedad de transición, en la que el capitalismo ya ha dejado de funcionar según sus propias leyes; y estamos atravesando fronteras que muestran las contradicciones cada vez más marcadas del actual modo de producción, tan eficaz para organizar un plan de producción como irracional para gestionar el hecho social.
La reducción del tiempo de trabajo y el pago de salarios a los desempleados (léase semana corta y renta básica) no son más que la manifestación superestructural de lo que ocurre en el fondo del capitalismo. Marx escribe en el Fragmento sobre las máquinas, contenido en los Grundrisse:
«El proceso de producción ha cesado de ser proceso de trabajo en el sentido de ser controlado por el trabajo como unidad dominante. El trabajo se presenta, antes bien, solamente como órgano consciente, disperso bajo la forma de diversos obreros vivos presentes en muchos puntos del sistema mecánico, y subsumido en el proceso total de la maquinaria misma, sólo como un miembro del sistema cuya unidad no existe en los obreros vivos, sino en la maquinaria viva (activa), la cual se presenta frente al obrero, frente a la actividad individual e insignificante de éste, como un poderoso organismo.»
Las máquinas, ese conjunto de instrumentos que se va ampliando, son la fuerza más adecuada para representar al Capital. Llevan la productividad a niveles astronómicos y transforman cada vez más rápidamente el elemento humano en un componente insignificante del proceso productivo global. El trabajo muerto se refuerza en detrimento del trabajo vivo y la burguesía se ve obligada, a fin de que no se arruine todo, a poner en marcha factores antagónicos a la caída de la tasa de ganancia, que a la larga se revelan sin embargo ineficaces.
Marx también nos dice que el empleo más adecuado del intelecto general no puede tener lugar en la forma capitalista, sino que sólo puede realizarse plenamente en una forma social superior.
«En la misma medida en que el tiempo de trabajo -la mera cantidad de trabajo- es puesto por el capital como único elemento determinante, desaparecen el trabajo inmediato y su cantidad como principio determinante de la producción -de la creación de valores de uso-; en la misma medida, el trabajo inmediato se ve reducido cuantitativamente a una proporción más exigua, y cualitativamente a un momento sin duda imprescindible, pero subalterno frente al trabajo científico general, a la aplicación tecnológica de las ciencias naturales por un lado, y por otro frente a la fuerza productiva general resultante de la estructuración social de la producción global, fuerza productiva que aparece como don natural del trabajo social (aunque [sea, en realidad, un] producto histórico). El capital trabaja, así, en favor de su propia disolución como forma dominante de la producción.»
El capital se niega a sí mismo a niveles cada vez más altos. Existe, al igual que siguen existiendo los Estados, la policía, los ejércitos, las empresas, etc., pero ¿sigue siendo la forma de producción dominante o es sólo un legado del pasado que está cediendo ante otra cosa?
Los pasajes de Marx que hemos citado son de alto potencial dialéctico, como decía Amadeo Bordiga (Trayectoria y catástrofe de la forma capitalista…). Aquí se concentran y sintetizan al máximo las reflexiones y análisis sobre la interpenetración de la antigua con la nueva forma social. Releyendo estas páginas, queda claro que Marx no es un político ni un filósofo, sino un científico que analiza y describe un devenir histórico, el de las sociedades de clase y su superación. La continua comparación entre dos aspectos del Capital, el aspecto del desarrollo técnico-industrial que domina cada vez más al trabajador y lo subsume dentro del proceso productivo succionando también sus habilidades manuales, y el aspecto de acumulación de todas estas habilidades en un gran cerebro social, nos recuerda que algunas categorías de n+1 ya están contenidas en n. El comunismo no es un hecho ideal sino el devenir de la transformación del proceso productivo, que de una simple agregación de trabajadores independientes se convierte, pasando por la socialización del trabajo, en un proceso científico capaz de invertir la praxis.
En los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Marx nos dice que este proceso no puede ser analizado únicamente desde el punto de vista social; debe ser estudiado desde el punto de vista general porque, en definitiva, es el devenir de la naturaleza. Nosotros, la especie humana, somos la naturaleza que piensa, que es como decir que la naturaleza ha producido al hombre-industria para así poder pensarse a sí misma. En el Capítulo sexto inédito de El Capital, partiendo de los rasgos permanentes de la producción y el valor, se define el complejo industrial como mediación histórica, como transición hacia un estadio social más evolucionado. La automatización será útil para el trabajo emancipado y es la condición de su emancipación.
La introducción de máquinas cada vez más potentes sirve para aumentar la explotación, es decir, para elevar la productividad del trabajo, pero en un determinado momento la alta automatización se convierte en su contrario, es decir, en la creación de masas de proletarios sin empleo. Los mismos medios de desarrollo que llevaron al capitalismo a su clímax, terminan llevándolo a su disolución. Esto es así, también, porque no es posible extraer tanta plusvalía de unos pocos trabajadores como de muchos, y de alguna manera hay que mantener a quienes se encuentran sin trabajo o se las arreglan con empleos precarios, de lo contrario estallan revueltas y se reduce el consumo.
La tele-reunión terminó con una breve mención al aumento de los
contagios en Italia, o más bien al aumento del índice de
transmisibilidad (Rt); a lo ocurrido en Canadá tras la ola de calor; a
la producción de carne sintética y al aumento en el mercado de la venta
de insectos para uso alimentario. Todo ello puede relacionarse con lo
escrito en el artículo La pandemia y sus causas (nº 49 de la revista).