El Estado-Capital es como un kraken que succiona el trabajo vivo y enajena el poder de la clase proletaria para decidir sobre su vida. Un kraken que tiene dos tentáculos políticos: derecha e izquierda. Mientras que el pueblo, esa masa policlasista y manipulable por excelencia, es su criatura. Sí, la izquierda y el pueblo también forman parte del sistema capitalista, porque el Capital no es una cosa ni un puñado de "grandes y perversas" empresas, sino una relación social impersonal y global de explotación, dominación y alienación entre las clases, los grupos y los individuos.
En ese marco, la derecha y su pueblo defienden un modelo de acumulación y distribución —de la riqueza y el poder— centrado en el sector privado, mientras que la izquierda y su pueblo defienden un modelo de acumulación y distribución centrado en el sector público; pero, al final de cuentas, derecha e izquierda defienden al Modo de Producción Capitalista y sus categorías fundamentales: propiedad, trabajo, capital, plusvalor, mercancía, salario, dinero, clases sociales, Estado, mercado, democracia. Estamos hablando de relaciones sociales de explotación, dominación y alienación que se reproducen día con día en todas partes, independientemente del gobierno de turno. Por lo tanto, derecha e izquierda no son contrarias, son complementarias y alternantes en la administración del Estado-Capital y su crisis actual (por más "socialista del siglo XXI" y "plurinacional" que se lo quiera disfrazar). Derecha e izquierda son reaccionarias o contrarrevolucionarias. "Derecha e izquierda: la misma mierda."
En el caso actual del Ecuador, no sólo que el gobierno narcobananero, tiránico y represivo de Noboa es repudiable y debe ser combatido hasta ser tumbado; el correísmo (personificado por González) y CONAIE-PK (personificado por Iza), también, porque sólo representan intereses y proyectos de diferentes fracciones del Estado-Capital y su pueblo. De manera que antes, durante y después de las recientes elecciones presidenciales, todas las suyas son pugnas interburguesas o, siguiendo la imagen propuesta, peleas entre diferentes tentáculos de la misma bestia capitalista y estatal.
Por lo tanto, sus peleas no son nuestras peleas. Nosotros, proletarios revolucionarios e internacionalistas, no apoyamos a ningún partido ni caudillo político: repudiamos a todos, en especial a los de izquierda. Porque, como bien decía Lukács, los oportunistas de izquierda o los socialdemócratas también son enemigos de clase y, por tanto, deben ser combatidos e incluso con más fuerza, ya que son el tentáculo izquierdo del Estado-Capital en el seno de las luchas y organizaciones de los explotados y oprimidos del campo y la ciudad, cuya función es encuadrarlos en la contrarrevolución democrático-burguesa (llámese "revolución ciudadana" o "proyecto político plurinacional") y alejarlos de la revolución proletaria internacional.
La socialdemocracia de todos los colores aprovecha para acometer este encuadramiento cuando, en medio de la pugna intercapitalista, un gobierno de derecha como el de Noboa arremete contra ella. Arremetida que no es para sorprenderse ni alarmarse porque, al igual que la economía capitalista, el Estado capitalista se mantiene y dinamiza mediante su competencia interna; eso sí, siempre para fortalecer su maquinaria de explotación, dominación y represión sobre el proletariado. El problema es que esta es la excusa perfecta de la socialdemocracia para argüir que "hay que unirse contra la derecha", "no es el momento para plantear un programa máximo", etc. A contracorriente de toda esa neblina hecha de razones convincentes pero falsas, nosotros reivindicamos, aquí y ahora, a Rosa Luxemburgo en su lucha intransigente contra la burguesía y la socialdemocracia por igual: "frente a vuestras miserias, el comunismo es lo mínimo que queremos".
Desde la perspectiva comunista, una de las lecciones principales de la coyuntura actual en la región ecuatoriana es que, si se quiere tumbar al gobierno de turno, las elecciones no sirven ni servirán (de hecho, nunca han servido para fines revolucionarios): es preciso una nueva revuelta —esto es lo que realmente teme la clase dominante—. La cual, a su vez, no debe cometer su error principal del pasado: negociar con el Estado y fortalecerlo. Una nueva revuelta no se debe conformar con tumbar al gobierno de turno y clamar por un "gobierno popular" "democráticamente elegido", sino que debe crear e imponer un poder social revolucionario, sin dialogar ni negociar con el enemigo de clase. Un poder autónomo y antagonista cuya tarea central sea apropiarse, colectivamente y a la fuerza, de los medios materiales y las decisiones que hacen posible la vida cotidiana en todos sus aspectos (por ejemplo, las Asambleas Territoriales que emergieron en la revuelta de Octubre de 2019 en la región chilena). A la dictadura de la burguesía y su Estado llamada democracia, el proletariado debe imponerle la dictadura social del movimiento insurreccional y comunizador.
Para no ser derrotada como en el pasado, la revuelta debe radicalizarse, y esto implica combatir y deshacerse de los reformistas y oportunistas que haya dentro de sus filas, quienes por lo general son pequeñoburgueses de izquierda (de la ciudad y del campo) que en realidad luchan por intereses de clase y con métodos ajenos y antagónicos a los del proletariado en lucha. Sí, en medio de una revuelta, el proletariado insurrecto no sólo debe combatir a la burguesía reaccionaria y su Estado, sino también a la pequeña burguesía democrática. Asimismo, las bases deben cuestionar y desbordar a los dirigentes; ir más allá y en contra de ellos, autoorganizándose sin más demandas que la revolución social. Si se radicaliza, entonces la misma dinámica de la revuelta se encargará de hacerlo, no sin contradicciones y tensiones inevitables pero necesarias para tal objetivo. La lucha contra el Capital y la socialdemocracia también se da y se tiene que dar en el seno del proletariado, ya que el proletariado es una contradicción viviente que sólo la revolución social puede resolver.
En síntesis: para tumbar al gobierno se necesita una nueva revuelta; ésta, a su vez, debe radicalizarse o devenir revolución, y "la revolución proletaria es una revolución contra el Estado mismo" (Marx) y, por tanto, contra todos sus tentáculos, en especial contra su izquierda o la socialdemocracia. Tarde o temprano, la actual crisis catastrófica del capitalismo y el antagonismo de clases se encargarán de poner a la orden del día la revolución social, tal como si fuese una gran espada en manos del proletariado de todas las "razas", los géneros y las generaciones para derrotar y sepultar tanto al kraken del Estado-Capital como a la sociedad de clases, empezando por abolirse a sí mismo como clase del trabajo/capital.
Así que ya basta de estar metidos y pendientes en la pugna interburguesa (elecciones, peleas y alianzas políticas, leyes, nueva constituyente, etc.). Ya basta de lloriquear por "la arremetida de la derecha" y "la falta de unidad de la izquierda". La izquierda no es el proletariado, es la izquierda del Capital en el seno del proletariado. Y el proletariado ya está dividido y debilitado en todos los aspectos por el Trabajo/Capital (empleados vs. desempleados, formales vs. informales, asalariados vs. no asalariados, estudiados vs. no estudiados, jóvenes vs. viejos, hombres vs. mujeres, blanco-mestizos vs. no blanco-mestizos, etc., etc.), no por "la división de la izquierda". En el capitalismo, la división es la regla, mientras la unidad es la excepción.
Es más, cuando no lucha por la revolución social ―esto es, por la abolición de las clases empezando por su propia abolición como tal― sino que se la pasa trabajando para sobrevivir y, a lo sumo, peleando por esas migajas democráticas llamadas derechos y reformas, el proletariado es una clase del capital y para el capital, no una clase para sí en tanto que clase revolucionaria. La explotación es inseparable de la dominación y del conflicto, porque es una relación de clase, tanto “para bien” como “para mal”. Así pues, la llamada “lucha por la sobrevivencia” o el “sálvese quien pueda”, que consiste en tener que trabajar para pagar y pagar para vivir día tras día en medio de la separación y la competencia entre proletarios, es la base material y social de la dictadura democrática y la contrarrevolución catastrófica del Capital. Por esta razón histórico-concreta, y no por “falta de conciencia de clase”, es que bajo la hegemonía de la contrarrevolución el proletariado en su mayoría también es contrarrevolucionario.
Muy por el contrario, para reunificarse, fortalecerse, hacerse dueño de su vida y mejorarla realmente, el proletariado necesita luchar con independencia de clase y por su abolición como tal para devenir comunidad real de individuos libremente asociados que controlan, comparten y gozan todas sus condiciones materiales de existencia, su actividad creadora y los productos de la misma. Es decir, luchar como clase revolucionaria con sus propios objetivos —la revolución social, la destrucción del capitalismo, la creación de la sociedad sin clases ni Estado ni mercado— y sus propios métodos —la autoorganización (afuera y en contra de sindicatos y partidos), la acción directa y, sobre todo, la solidaridad de clase, verdadero germen de un mundo nuevo. Luchar por subvertir y comunizar todo lo existente, no por esas migajas llamadas derechos y reformas. Luchar con cabeza y mano propias, sin jefes ni representantes. (Este es un ABC de la lucha revolucionaria que el proletariado debería tener presente para todo 1° de Mayo, aquí y en todas partes.)
Evidentemente, en el actual contexto contrarrevolucionario y de lucha de clases de baja intensidad, lo máximo que puede hacer el proletariado son luchas reivindicativas. Pero, como bien plantea Théorie Communiste, las luchas reivindicativas con el tiempo mostrarán sus propios límites y, para superarlos, tendrán que producir lucha revolucionaria. Esto es lo que se conoce como dar un “salto cualitativo” en las luchas de clase.
Todo lo cual, por supuesto, no ocurrirá mañana por la mañana y ni siquiera en el corto plazo, sino que para ello tendrán que pasar algunos años y talvez algunas generaciones que se eduquen y se curtan en las luchas proletarias por venir. “Buenos” tiempos para la contrarrevolución (en Ecuador, personificados por la dictadura democrática de Noboa y sus opositores) son malos tiempos para la lucha revolucionaria (cuyo caldo de cultivo ha de ser una nueva revuelta más radical que la de Octubre de 2019 y la de Junio de 2022 en estas tierras). Sin embargo, sólo la dinámica histórica de la propia lucha de clases puede invertir esta relación de fuerzas. Y ―valga subrayarlo― sólo la revolución social puede resolver la contradicción viviente que es el proletariado.
Bajo tales premisas y actualizaciones, compartimos la 2da parte de nuestro texto antielectoral del 2021: "Contra la dictadura democrática de la burguesía, el oportunismo electoralista-reformista y más allá del voto nulo", el cual sigue vigente porque desde ese año hasta la fecha lo único que ha cambiado en este aspecto son los payasos del circo electoral de este país: ya no es Lasso sino Noboa, ya no es Arauz sino González, ya no es Pérez sino Iza. Insistimos: nosotros, comunistas, no apoyamos a ninguno de ellos, los repudiamos a todos, en especial a los de izquierda. Estamos por la independencia de clase y la radicalización del proletariado al calor de sus propias luchas reivindicativas hasta dar un salto cualitativo y producir una nueva revuelta que devenga revolución.
Dicho de otra manera, los cuadros político-administrativos de la derecha y la izquierda, junto con su imagen y su discurso, pueden y deben cambiar cada cierto tiempo, siempre y cuando las estructuras fundamentales de la economía y del Estado capitalistas se mantengan. Por eso mismo y en contra de ello, las posiciones del proletariado revolucionario son invariantes e intransigentes, a pesar de que, en un contexto contrarrevolucionario como el actual, sean muy minoritarias o solitarias, excepto hasta "que la tortilla se vuelva" al calor de la extensión y profundización del antagonismo de clases. El título y los subtítulos de nuestro texto son elocuentes con respecto a la invariancia e intransigencia revolucionaria. Agradecemos la lectura, discusión y difusión de ese y del presente texto.
Quito, mayo de 2025
Posdata frente a un par de posibles objeciones de algunos izquierdistas
1) No somos partidarios del espontaneísmo, menos aún si se trata de contribuir a que las luchas reivindicativas den un salto cualitativo y así estalle una nueva revuelta que devenga revolución. Una cosa es la espontaneidad o la forma natural en la que suceden las cosas; en este caso, la lucha del proletariado contra la burguesía, precisamente por la naturaleza contradictoria y dinámica de la sociedad de clases. Y otra cosa muy diferente es el espontaneísmo o el culto a la espontaneidad, el cual no reconoce los límites de la espontaneidad ―como lo demuestran las revueltas de los últimos años― y, así, termina negando la necesidad de organización autónoma y de posiciones revolucionarias. Espontaneidad y autoorganización no son contrarias, sino complementarias, ya que la autoorganización del proletariado brota de la espontaneidad de sus luchas y, entonces, la deja atrás para poder desarrollarse, consolidarse y acertarle golpes contundentes al Estado-Capital y la sociedad de clases.
Por eso, somos partidarios de la autoorganización revolucionaria del proletariado; es más, somos partidarios de lo que Marx, Bordiga, Camatte, n+1, Endnotes, Amorós y otros camaradas han llamado "Partido Histórico" de la revolución comunista mundial, el cual “brota espontáneamente del suelo de la sociedad burguesa” (Marx) y está muy lejos del vanguardismo ―autoproclamarse “la vanguardia” y pretender hacer del proletariado un objeto dirigible― y del sustitucionismo ―sustituir al proletariado como sujeto revolucionario—. Porque el partido histórico propiamente dicho no es más que el conjunto de fuerzas que luchan por la autoorganización del proletariado para la revolución social mundial.
Autoorganización del proletariado, independencia de clase y acción directa son inseparables y significan luchar sin intermediarios ni representantes; lo que quiere decir, luchar por fuera, en contra y más allá de sindicatos, partidos, elecciones, parlamentos, leyes, etc. El “partido independiente de la clase trabajadora” es también “el partido de la subversión” o “el partido de la anarquía” en duelo a muerte con “el partido del orden” (Marx).
Considerando que, cuando el proletariado se levanta y hace temblar al orden capitalista, la derecha y la izquierda del Capital se unen en un solo partido en su contra: “el partido de la democracia” (Engels). Por lo tanto, el partido histórico del proletariado revolucionario es un partido contra la democracia, es decir, contra la dictadura social del Capital y su Estado sobre el proletariado. Esto no quiere decir que el partido revolucionario del proletariado sea una organización de tipo autoritario o vertical. Al contrario: en su interior se practican relaciones sociales de nuevo tipo basadas en la solidaridad, el apoyo mutuo, la libertad y la horizontalidad reales.
De allí que el partido histórico no es un partido formal ni un mini-Estado como los partidos leninistas mal llamados “comunistas”, sino que es un partido que, si bien necesita estructurarse para organizar las tareas revolucionarias, va mucho más allá de estatutos, comités, dirigentes, nombres, siglas y fronteras de todo tipo. Es el proletariado mismo organizándose y actuando de manera orgánica como clase revolucionaria. Es “el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual” (Marx y Engels). Es el partido del comunismo y la anarquía contra el partido de la democracia. Todo esto es la autoorganización revolucionaria del proletariado en acción.
Ahora bien, es importante tener claro que la autoorganización revolucionaria no es un fin en sí mismo, sino sólo un medio; y, que el objetivo final de la autoorganización revolucionaria no es convertirse en “Estado proletario”, sino abolirse a sí misma junto con la autoabolición revolucionaria del proletariado como clase para, en cambio, devenir comunidad real de individuos libremente asociados que producen y viven sus vidas como tales. En ese sentido, el partido histórico será “la prefiguración de la sociedad comunista” (Camatte) o no será: el partido histórico en este siglo será el Partido-Comunidad o no será. Concebido ya no como una pirámide de piedra, sino como una red viva cuya sustancia sea la solidaridad antagonista y transformadora.
A pesar de la contrarrevolución todavía reinante o de estos malos tiempos para la militancia revolucionaria, las minorías radicales del proletariado internacionalista que hoy existen son el germen del partido histórico. Y si no existen, tarde o temprano habrá que crearlas, fortalecerlas y unirlas para ello; es decir, tendrán que autoorganizarse como partido histórico y mundial al calor de las luchas proletarias en ascenso.
2) Tampoco somos partidarios del activismo ni del intelectualismo, porque tanto el uno como el otro son oportunistas y reformistas, por más que pretendan y aparenten lo contrario. El activismo, desgastándose en marchas y plantones mientras se da de golpes en el pecho por esas migajas democráticas del Estado-Capital llamadas “derechos y reformas que beneficien al pueblo”. Con lo cual, ya es un estilo de vida más y hasta una pose político-cultural que no le hace ni cosquillas al capitalismo, pero sí mucho orgullo al moralismo y el ego de los activistas. Y el intelectualismo, elucubrando sobre “discursos” e “interseccionalidades” y proponiendo “nuevas políticas públicas” por parte del Estado-Capital desde sus aulas universitarias y sus bares alternativos.
La diferencia es que el activismo “hace” por hacer en las calles ―y las redes sociales― de manera populista y compulsiva, mientras que el intelectualismo “habla” y habla desde la academia de manera elitista y onanista. Lo irónico es que ambos se creen “superiores” y por eso compiten entre ellos: los activistas con su “quién hace más y quién tiene más gente”, y los intelectualistas con su “quién habla más bonito y quién publica más papers”. Falsa polémica y disputa entre pequeñoburgueses de izquierda que, el rato de los ratos, se los ve metidos en el circo electoral y la pugna interburguesa a favor de tal o cual partido y caudillo político de izquierda. Miseria y espectáculo por partida doble de “la lucha contra el sistema” en tiempos de contrarrevolución.
Muy por el contrario, los comunistas somos partidarios de la unidad entre teoría y práctica revolucionarias, teniendo claro que la teoría revolucionaria es una forma y un momento de la práctica revolucionaria, puesto que la relación teoría-práctica depende del carácter del contexto o período histórico de la lucha de clases. Y teniendo claro también que teoría no es academia ni ideología; que el rechazo al intelectualismo no significa caer en la estupidez y en dejar que otros piensen y digan por nosotros; y, que los proletarios también podemos hacer teoría con cabeza propia tal como creamos y usamos nuestras herramientas de trabajo... y nuestras armas.
Para ser más precisos, en un período contrarrevolucionario como el presente, la teoría comunista, entendida como producto reflexivo y acompañante crítico de las propias luchas proletarias en curso (Théorie Communiste), es una práctica que hace posible mantener las posiciones revolucionarias y "la línea del futuro" (Bordiga), no sólo contra la burguesía sino, principalmente, contra la socialdemocracia o la izquierda del Capital en el seno del propio proletariado, ya sea que ésta se disfrace de “programa marxista-leninista” o de “activismo anarquista”. Y viceversa: cuando la relación de fuerzas entre las clases se invierte y, entonces, se abre un período revolucionario, la relación teoría-práctica también se invierte; lo que quiere decir, que sólo en la revolución teoría y práctica se vuelven una sola fuerza material en la cabeza y las manos de las masas proletarias hartas de serlo ―incluidas las minorías revolucionarias― y, por eso mismo, autoorganizadas sin más demandas que la revolución social en todas partes. Sí, en un contexto o período revolucionario, la teoría comunista se convierte en una fuerza material y masiva. Mientras tanto, en períodos contrarrevolucionarios como el actual, la teoría comunista sólo puede ser una práctica teórica de las minorías o fracciones comunistas del proletariado.
3) En síntesis: a pesar de ser una voz solitaria en el actual contexto contrarrevolucionario, este texto es una expresión más de la práctica teórica como fracción comunista, es decir, como fracción del partido histórico del proletariado por la revolución comunista mundial, en la región ecuatoriana. Hasta que la misma catástrofe capitalista y el antagonismo de clases produzcan una situación revolucionaria donde la autoorganización proletaria y la práctica revolucionaria o “la crítica de las armas” se pongan a la orden del día, y mientras seguimos trabajando para sobrevivir igual que el resto de proletarios, a los comunistas no nos queda más que mantener con firmeza las posiciones revolucionarias o afilar “las armas de la crítica” (Marx) y participar en las luchas reivindicativas que nos sea posible. Malos tiempos para la militancia revolucionaria.
En comparación con el espectáculo activista e intelectualista, hacer esto puede parecer poca cosa; pero, no abandonar las posiciones revolucionarias, cuidarlas y desarrollarlas frente a tanta basura contrarrevolucionaria y reformista, en realidad es una tarea ardua que alguien debe asumir hasta que nuevas generaciones lleguen, tomen esta semilla, la esparzan y la transformen en bosque. De aquí a futuro, el río de la lucha de clases abonará directamente esta producción de nuevos revolucionarios.