11 de junio de 2025

La prueba de la anarquía

Ian Alan Paul
10 de junio de 2025 

[Un balance crítico sobre los disturbios actuales en Los Ángeles, en particular, y sobre las revueltas del siglo XXI, en general, desde la perspectiva de la comunización y la anarquía. Tomado de Conatus Editorial
 
Disturbios contra la ICE, policía migratoria de EE.UU. Los Ángeles, junio de 2025   
 
La Comuna de París y vehículos del ICE apedreados con trozos de hormigón. La Revolución Egipcia y filas de coches autónomos envueltos en llamas. La Guerra Civil Española y multitudes bloqueando una autopista cubierta de espesas nubes de gas lacrimógeno. Estas fueron algunas de las yuxtaposiciones que surgieron mientras leía The Future of Revolution de Jasper Bernes y recibía mensaje tras mensaje sobre las revueltas en Los Ángeles de amigos dispersos por el globo: fragmentos de tiempo dispersos colisionando y haciendo saltar chispas entre sí, apuntando hacia un lugar aún desconocido. Tanto el libro como las revueltas plantean al fin una pregunta compartida, una en lenguaje teórico y la otra en lenguaje práctico: ¿cómo podríamos no solo chocar por completo contra el orden de este mundo, sino finalmente atravesarlo y alcanzar lo que yace al otro lado?

The Future of Revolution desarrolla su respuesta a esta pregunta trazando los contornos de un futuro comunista en la forma de una diversidad de pasados insurgentes. Tomando como objeto la historia global de los consejos obreros —navegando por sus múltiples teorizaciones y contradicciones, sus diversas derrotas y sus potencialidades aún latentes—, el libro extrae los rasgos negativos y positivos que siguen siendo integrales a la lucha comunista, cristalizando en lo que Bernes conceptualiza como la prueba del comunismo:

La prueba del comunismo nos dice el qué pero no el cómo: (el comunismo) debe estar armado; debe quebrar el poder armado del Estado; debe ser proletario, incorporando a la vasta mayoría de la sociedad en asociaciones voluntarias que reclamen directamente la totalidad de la riqueza social; debe ser comunista, proveyendo para el uso común según un plan colectivo sin regulación legal ni intercambio; debe superar las divisiones entre personas y lugares arraigadas en la división del trabajo y la estructura empresarial; debe ser transparente, comprensible para todos, y manejable, permitiendo que las personas participen en las decisiones que les conciernen mediante estructuras de delegación revocable con mandato, comprometidas con la reproducción de una sociedad sin clases, sin dinero y sin Estado.[i]

Esta prueba no aspira a dictar una secuencia o curso preciso que los levantamientos deban obedecer, sino a discernir los fundamentos necesarios de una lucha que comprende su tarea histórica como la destrucción de la sociedad capitalista y la construcción de una comunista.

The Future of Revolution deja claro que la insurrección es la forma bajo la cual se desarrollará la ruptura con el capitalismo. Si bien Bernes afirma claramente que no podemos saber de antemano «cómo será una destrucción genuina del poder armado del Estado, dados los ejércitos y la policía modernos» y deduce que muy probablemente seguirá a una disolución interna antes que a una confrontación militarizada, nunca vacila respecto a su necesidad.[ii] Como Joshua Clover también aclaró en su obra, el hecho de que el mundo actual esté organizado sobre la base de un Estado siempre presente y una economía permanentemente distante ha alterado las variables que durante mucho tiempo guiaron los debates sobre insurrección y revolución, demostrando que para los comunistas la abolición del Estado y la reivindicación de las fuerzas productivas de la sociedad son simplemente dos dimensiones de un único proceso revolucionario.[iii] A la luz de esta necesidad, Bernes también describe lo que ahora se han convertido en los límites evidentes de las formas exclusivamente negativas de abolición e insurrección:

Es imposible imaginar la abolición de la policía independientemente de la abolición de la sociedad de clases, la inauguración del comunismo. Quemar dos, tres, cuatro, muchas comisarías parece suicida sin la posibilidad de cultivar una forma de vida que pudiera prescindir de la policía. Tampoco se puede construir el nuevo mundo en las cáscaras quemadas del anterior: se necesita su riqueza, sus recursos y capacidades reales. Así, la abolición termina significando todo y nada.[iv]

Hay poco que objetar en tal análisis, pues todas las revueltas significativas del siglo XXI se han agotado y consumido en estos términos: desarrollaron inmensas capacidades de insurrección y destrucción que, al final, no pudieron extenderse ni sostenerse suficientemente, y mucho menos dar forma duradera a modos de vida comunistas. Al mismo tiempo, lo inverso también sigue siendo cierto: no puede imaginarse la abolición de la sociedad de clases sin la abolición de la policía, ni es posible cultivar una forma de vida que prescinda de la policía mientras persista su poder violento. En este sentido, las capacidades constructivas y destructivas de los levantamientos siguen siendo fundamentalmente inseparables: poner fin a la sociedad capitalista debe simultáneamente dar existencia a una vida más allá del capital.

Tras evaluar las diversas formas y tácticas surgidas en —y circulantes entre— múltiples insurrecciones del siglo XXI (bloqueos contralogísticos, incendios, ocupaciones de edificios, sabotajes, zonas autónomas), Bernes aborda la construcción del comunismo en condiciones insurreccionales imaginando especulativamente la formación de comités de abolición:

Los comités de abolición podrían dedicarse no solo al trabajo práctico sino al trabajo especulativo: ¿Cómo sería la abolición? ¿Qué requeriría?… Sus preguntas fundacionales serían: ¿Qué harías si el poder estatal desapareciera hoy? ¿Qué harías si no hubiera más policía, y tras ella, ningún ejército? ¿Qué harías si todas las cárceles ardieran? Una tarea clave para estos comités de investigación sería la indagación técnica sobre las condiciones de la producción capitalista y la vida cotidiana… Un comunista mira una central eléctrica, una fábrica, un supermercado, una flota de autobuses o una granja siempre con la mirada puesta en lo que podría ser en el comunismo, que no es en absoluto lo que es en el capitalismo… La idea es imaginar un atlas de la reproducción comunista, con todo el conocimiento que un movimiento comunista podría necesitar para comenzar a reproducirse, en algún momento insurreccional dado.[v]

No cabe duda de la necesidad de cartografiar, diagramar y reimaginar cómo todos los recursos y tecnologías del mundo capitalista podrían ser reivindicados y reorganizados por los comunistas, o alternativamente cómo deberían ser abandonados o destruidos.[vi] Como Bernes aclara: «cada centímetro de la tierra está ahora tan entremezclado con tantos trabajos humanos, formas de endeudamiento y pertenencia»,[vii] una interconexión histórica de vidas y sistemas planetarios que implica que cualquier revolución debería desplegarse también a esas escalas. Gran parte del pensamiento comunista contemporáneo ha girado explícitamente hacia estas cuestiones, ejemplificado en textos como Forest and Factory de Phil A. Neel y Nick Chavez o Corona, Climate, Chronic Emergency de Andreas Malm. Sin embargo, estas propuestas comunistas siguen estando incompletas mientras privilegien lo positivo y descuiden lo negativo, viendo la capacidad insurreccional de abolir el poder y la dominación como un antecedente de la sociedad comunista, pero no como un rasgo constitutivo de ella. The Future of Revolution sigue siendo una contribución valiosa precisamente porque crea una apertura para vislumbrar cómo lo destructivo y lo constructivo de la insurrección y la revolución están indisolublemente entrelazados. La forma mediante la cual se negará la sociedad capitalista es también la forma mediante la cual se afirmaría cualquier otra sociedad posible, una dinámica que debe permanecer central en la teorización y experimentación militantes.

Para Bernes, la destrucción del capitalismo es sinónimo de la destrucción del valor —la forma abstracta que une los fragmentos dispersos de la sociedad capitalista—: «El concepto de valor no es nada, para los comunistas, si no es un punto de mira que aparece en rojo cuando necesitamos destrozar algo».[viii] Esta idea, entrelazada en todo el libro, viene acompañada de una advertencia: que la destrucción del valor no impide que emerja otra sociedad igualmente basada en la dominación, aunque bajo términos formales diferentes. A lo largo de su proyecto, Bernes deja claro que destruir el capitalismo significa poco sin la construcción paralela del comunismo, pues no son meras posibilidades binarias, sino no-conjuntas: no pueden coexistir como formas de sociedad, pero la ausencia de una no implica necesariamente la existencia de la otra. Como describe Bernes:

La relación entre capitalismo y comunismo es de no-conjunción, no de disyunción. Puede haber capitalismo. Puede haber comunismo. Pero no puede haber capitalismo y comunismo. Su relación es… no-conjunción, no una simple disyunción excluyente. Podríamos formular esto como el axioma de la contradicción… Lo que implica la no-conjunción de capitalismo y comunismo es una elección de negaciones mediante las cuales se revela el contenido positivo del comunismo.[ix]

El desarrollo de sistemas de crédito social, vigilancia automatizada y proyectos expansivos de IA debería bastar para dejar claro que otras formas de organización social siguen siendo posibles, formas que algún día podrían prescindir del valor por completo mientras preservan las formas de dominación propias de la sociedad de clases. En este sentido, el valor debe verse como la forma principal mediante la cual la sociedad de clases se ha organizado históricamente bajo el capitalismo, y por tanto es precisamente lo que debe ser destruido en el presente; sin embargo, la sociedad de clases siempre podría reorganizarse en el futuro bajo diversos términos formales ajenos al valor.

Aquí podemos comenzar a leer dentro de la prueba del comunismo lo que podríamos llamar la prueba de la anarquía. Para Bernes, la sociedad comunista necesariamente contradice a la capitalista, pero no existe como su única alternativa posible. Es porque la clase y la dominación pueden organizarse en términos distintos a la forma valor que la sociedad comunista debe contradecir no solo las formas específicas del capitalismo, sino también toda otra posible sociedad de clases. Discernir la prueba de la anarquía dentro de la prueba del comunismo es así reconocer que si la destrucción del capitalismo se entrelaza con la construcción del comunismo, esta última debe igualmente entrelazarse con la destrucción de toda lógica de dominación posible, además del valor. Si el valor es la differentia specifica del capitalismo, el proyecto de Bernes propone que este puede servir de base para clarificar tanto la positividad como la negatividad del comunismo: «la abolición de la ley del valor deja un resto, y es desde y contra este resto que el comunismo debe realizarse».[x]

La anarquía, sin embargo, carece de tal principio formal donde fundamentarse, pues lo que aspira a negar no es específico del capitalismo. La prueba de la anarquía corre así como un hilo negro a través de la historia del capitalismo pero también de toda historia posible, viendo en cada expresión de dominación el potencial y la necesidad inerradicables de la insurrección. Si el comunismo toma forma como un arma afilada particularmente contra el valor, la anarquía debe surgir más bien como una fragua capaz de producir nuevas armas frente a cualquier dominación que se imponga.

Dado que el comunismo emerge en no-conjunción con el capitalismo al constituirse positivamente como sociedad en la imagen negativa del valor, la prueba de la anarquía surge junto a él como una forma de no-conjunción cuya apertura es por necesidad infinitamente más amplia, opuesta a toda forma posible de sociedad basada en la clase y la dominación. La prisión es, después de todo, una institución profundamente entrelazada con la historia del capitalismo y moldeada por ella, pero las posibilidades carcelarias persistirán incluso sin valor, organizadas bajo cualquier cantidad de términos formales alternativos. Igualmente fácil es imaginar la existencia de regímenes fronterizos en futuras sociedades no capitalistas, especialmente mientras se intensifica la crisis climática y diversas catástrofes y escaseces se vuelven más agudas y frecuentes. Nuevas formas de jerarquía, dominación y exclusión basadas en raza, género, sexualidad, capacidad o cualquier otro criterio seguramente aspirarían a arraigarse tras la destrucción de la sociedad capitalista, tal como la precedieron. Mientras Bernes escribe que pretende «tratar la teoría de la revolución comunista desde la perspectiva de la eternidad», la tarea de la anarquía también permanece eterna, así como su horizonte se expandirá perpetuamente, desplegándose siempre de nuevo en no-conjunción con la dominación.[xi] Así como el nacimiento del capitalismo inauguró una guerra contra la vida que este nunca ha cesado de librar, la llegada del comunismo también marcará el advenimiento de una anarquía perpetua librada contra toda forma emergente de sociedad de clases.

Las corrientes anarquistas de nuestro tiempo han dirigido su atención principalmente hacia la cuestión del poder destituyente, enfocándose no tanto en la necesidad de constituir una nueva sociedad como en la necesidad de destituir y destruir el orden presente. Este enfoque nos ha ofrecido un método para experimentar y teorizar todas aquellas formas y técnicas que exige la insurrección: aprender tácticas y desarrollar repertorios capaces de desmantelar y derrocar el poder en todas las diversas formas en que históricamente se constituye. La anarquía es así el filo destituyente de lo constituido por el comunismo, el proceso persistente de desactualización que acecha en la penumbra de la actualidad comunista. En las primeras páginas de The Future of Revolution, Bernes cita la perspicacia de C.L.R. James: «la tarea hoy es convocar, enseñar, ilustrar, desarrollar la espontaneidad».[xii] Desarrollar la espontaneidad es, por supuesto, una formulación contraintuitiva, pero en el contexto del proyecto de Bernes adquiere un sentido combustivo y explosivo. Hoy nuestra lucha es ver la espontaneidad del comunismo y la anarquía mientras se desarrolla como insurrección y como nuevas formas de vida, ardiendo como estrellas guía en la larga noche de la historia y desvaneciéndose oscuramente en los agujeros negros formados en la geometría negativa de lo que no son.

Traducción por Grupo de Traductoras Comunistas, Fracción mexicana

Notas

[i] Jasper Bernes, The Future of Revolution, Verso Books, 2025, 128 

[ii] Ibid., 160 

[iii] «En 1700, la policía tal como la conocemos hoy no existía; algún alguacil o bedel esporádico vigilaba el mercado. Al mismo tiempo, la mayoría de los bienes de primera necesidad se producían localmente. En resumen: el Estado estaba lejos y la economía cerca. En 2015, el Estado está cerca y la economía lejos. La producción está pulverizada; las mercancías se ensamblan y distribuyen mediante cadenas logísticas globales. Inclusos los alimentos básicos probablemente proceden de otro continente. Mientras tanto, el ejército doméstico permanente del Estado siempre está a mano —progresivamente militarizado bajo el pretexto de librar guerras contra las drogas y el terror.» Joshua Clover, Riot, Strike, Riot, Verso Books, 2019. 

[iv] Jasper Bernes, The Future of Revolution, Verso Books, 2025, 169 

[v] Ibid., 171-172 

[vi] Bernes se toma el tiempo, a lo largo del libro, para esbozar las características positivas que organizarían la economía bajo el comunismo. Al imaginar la forma que tomarán las comunas tras la destrucción del capitalismo, enfatiza dos aspectos de la prueba del comunismo que prescriben que una sociedad comunista debe ser, al mismo tiempo, transparente y controlable. La transparencia se manifiesta en el consejo o la comuna como un libro abierto que permite a todos ver y comprender fácilmente cómo se organiza y se gestiona colectivamente la sociedad, mientras que la controlabilidad se expresa en la capacidad de revocar de inmediato a los representantes de las comunas o los consejos, lo cual garantiza que se mantengan responsables y no puedan concentrar poder. Aunque Bernes evita caer en la trampa de describir en detalle cómo se verían en la práctica la transparencia o la controlabilidad, y en su lugar desarrolla sus principios abstractos, ambos conceptos funcionan como interruptores automáticos, en el sentido de que están diseñados para sofocar de manera preventiva la posible reaparición de la clase y del valor, construyendo el comunismo como imagen negativa del capital.

[vii] Ibid., 126

[viii] Ibid., 88 

[ix] Ibid., 127-128 

[x] Ibid., 99

[xi] Ibid., 82 

[xii] Ibid., 12 

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11 de mayo de 2025

[Ecuador] Contra el Estado-Capital, su derecha y su izquierda. Por la independencia de clase y la radicalización del proletariado, a pesar de la contrarrevolución reinante

El Estado-Capital es como un kraken que succiona el trabajo vivo y enajena el poder de la clase proletaria para decidir sobre su vida. Un kraken que tiene dos tentáculos políticos: derecha e izquierda. Mientras que el pueblo, esa masa policlasista y manipulable por excelencia, es su criatura. Sí, la izquierda y el pueblo también forman parte del sistema capitalista, porque el Capital no es una cosa ni un puñado de "grandes y perversas" empresas, sino una relación social impersonal y global de explotación, dominación y alienación entre las clases, los grupos y los individuos.

En ese marco, la derecha y su pueblo defienden un modelo de acumulación y distribución —de la riqueza y el poder— centrado en el sector privado, mientras que la izquierda y su pueblo defienden un modelo de acumulación y distribución centrado en el sector público; pero, al final de cuentas, derecha e izquierda defienden al Modo de Producción Capitalista y sus categorías fundamentales: propiedad, trabajo, capital, plusvalor, mercancía, salario, dinero, clases sociales, Estado, mercado, democracia. Estamos hablando de relaciones sociales de explotación, dominación y alienación que se reproducen día con día en todas partes, independientemente del gobierno de turno. Por lo tanto, derecha e izquierda no son contrarias, son complementarias y alternantes en la administración del Estado-Capital y su crisis actual (por más "socialista del siglo XXI" y "plurinacional" que se lo quiera disfrazar). Derecha e izquierda son reaccionarias o contrarrevolucionarias. "Derecha e izquierda: la misma mierda."

En el caso actual del Ecuador, no sólo que el gobierno narcobananero, tiránico y represivo de Noboa es repudiable y debe ser combatido hasta ser tumbado; el correísmo (personificado por González) y CONAIE-PK (personificado por Iza), también, porque sólo representan intereses y proyectos de diferentes fracciones del Estado-Capital y su pueblo. De manera que antes, durante y después de las recientes elecciones presidenciales, todas las suyas son pugnas interburguesas o, siguiendo la imagen propuesta, peleas entre diferentes tentáculos de la misma bestia capitalista y estatal.

Por lo tanto, sus peleas no son nuestras peleas. Nosotros, proletarios revolucionarios e internacionalistas, no apoyamos a ningún partido ni caudillo político: repudiamos a todos, en especial a los de izquierda. Porque, como bien decía Lukács, los oportunistas de izquierda o los socialdemócratas también son enemigos de clase y, por tanto, deben ser combatidos e incluso con más fuerza, ya que son el tentáculo izquierdo del Estado-Capital en el seno de las luchas y organizaciones de los explotados y oprimidos del campo y la ciudad, cuya función es encuadrarlos en la contrarrevolución democrático-burguesa (llámese "revolución ciudadana" o "proyecto político plurinacional") y alejarlos de la revolución proletaria internacional.

La socialdemocracia de todos los colores aprovecha para acometer este encuadramiento cuando, en medio de la pugna intercapitalista, un gobierno de derecha como el de Noboa arremete contra ella. Arremetida que no es para sorprenderse ni alarmarse porque, al igual que la economía capitalista, el Estado capitalista se mantiene y dinamiza mediante su competencia interna; eso sí, siempre para fortalecer su maquinaria de explotación, dominación y represión sobre el proletariado. El problema es que esta es la excusa perfecta de la socialdemocracia para argüir que "hay que unirse contra la derecha", "no es el momento para plantear un programa máximo", etc. A contracorriente de toda esa neblina hecha de razones convincentes pero falsas, nosotros reivindicamos, aquí y ahora, a Rosa Luxemburgo en su lucha intransigente contra la burguesía y la socialdemocracia por igual: "frente a vuestras miserias, el comunismo es lo mínimo que queremos".

Desde la perspectiva comunista, una de las lecciones principales de la coyuntura actual en la región ecuatoriana es que, si se quiere tumbar al gobierno de turno, las elecciones no sirven ni servirán (de hecho, nunca han servido para fines revolucionarios): es preciso una nueva revuelta esto es lo que realmente teme la clase dominante. La cual, a su vez, no debe cometer su error principal del pasado: negociar con el Estado y fortalecerlo. Una nueva revuelta no se debe conformar con tumbar al gobierno de turno y clamar por un "gobierno popular" "democráticamente elegido", sino que debe crear e imponer un poder social revolucionario, sin dialogar ni negociar con el enemigo de clase. Un poder autónomo y antagonista cuya tarea central sea apropiarse, colectivamente y a la fuerza, de los medios materiales y las decisiones que hacen posible la vida cotidiana en todos sus aspectos (por ejemplo, las Asambleas Territoriales que emergieron en la revuelta de Octubre de 2019 en la región chilena). A la dictadura de la burguesía y su Estado llamada democracia, el proletariado debe imponerle la dictadura social del movimiento insurreccional y comunizador.

Para no ser derrotada como en el pasado, la revuelta debe radicalizarse, y esto implica combatir y deshacerse de los reformistas y oportunistas que haya dentro de sus filas, quienes por lo general son pequeñoburgueses de izquierda (de la ciudad y del campo) que en realidad luchan por intereses de clase y con métodos ajenos y antagónicos a los del proletariado en lucha. Sí, en medio de una revuelta, el proletariado insurrecto no sólo debe combatir a la burguesía reaccionaria y su Estado, sino también a la pequeña burguesía democrática. Asimismo, las bases deben cuestionar y desbordar a los dirigentes; ir más allá y en contra de ellos, autoorganizándose sin más demandas que la revolución social. Si se radicaliza, entonces la misma dinámica de la revuelta se encargará de hacerlo, no sin contradicciones y tensiones inevitables pero necesarias para tal objetivo. La lucha contra el Capital y la socialdemocracia también se da y se tiene que dar en el seno del proletariado, ya que el proletariado es una contradicción viviente que sólo la revolución social puede resolver.

En síntesis: para tumbar al gobierno se necesita una nueva revuelta; ésta, a su vez, debe radicalizarse o devenir revolución, y "la revolución proletaria es una revolución contra el Estado mismo" (Marx) y, por tanto, contra todos sus tentáculos, en especial contra su izquierda o la socialdemocracia. Tarde o temprano, la actual crisis catastrófica del capitalismo y el antagonismo de clases se encargarán de poner a la orden del día la revolución social, tal como si fuese una gran espada en manos del proletariado de todas las "razas", los géneros y las generaciones para derrotar y sepultar tanto al kraken del Estado-Capital como a la sociedad de clases, empezando por abolirse a sí mismo como clase del trabajo/capital.  

Así que ya basta de estar metidos y pendientes en la pugna interburguesa (elecciones, peleas y alianzas políticas, leyes, nueva constituyente, etc.). Ya basta de lloriquear por "la arremetida de la derecha" y "la falta de unidad de la izquierda". La izquierda no es el proletariado, es la izquierda del Capital en el seno del proletariado. Y el proletariado ya está dividido y debilitado en todos los aspectos por el Trabajo/Capital (empleados vs. desempleados, formales vs. informales, asalariados vs. no asalariados, estudiados vs. no estudiados, jóvenes vs. viejos, hombres vs. mujeres, blanco-mestizos vs. no blanco-mestizos, etc., etc.), no por "la división de la izquierda". En el capitalismo, la división es la regla, mientras la unidad es la excepción.

Es más, cuando no lucha por la revolución social ―esto es, por la abolición de las clases empezando por su propia abolición como tal― sino que se la pasa trabajando para sobrevivir y, a lo sumo, peleando por esas migajas democráticas llamadas derechos y reformas, el proletariado es una clase del capital y para el capital, no una clase para sí en tanto que clase revolucionaria. La explotación es inseparable de la dominación y del conflicto, porque es una relación de clase, tanto “para bien” como “para mal”. Así pues, la llamada “lucha por la sobrevivencia” o el “sálvese quien pueda”, que consiste en tener que trabajar para pagar y pagar para vivir día tras día en medio de la separación y la competencia entre proletarios, es la base material y social de la dictadura democrática y la contrarrevolución catastrófica del Capital. Por esta razón histórico-concreta, y no por “falta de conciencia de clase”, es que bajo la hegemonía de la contrarrevolución el proletariado en su mayoría también es contrarrevolucionario.

Muy por el contrario, para reunificarse, fortalecerse, hacerse dueño de su vida y mejorarla realmente, el proletariado necesita luchar con independencia de clase y por su abolición como tal para devenir comunidad real de individuos libremente asociados que controlan, comparten y gozan todas sus condiciones materiales de existencia, su actividad creadora y los productos de la misma. Es decir, luchar como clase revolucionaria con sus propios objetivos —la revolución social, la destrucción del capitalismo, la creación de la sociedad sin clases ni Estado ni mercado— y sus propios métodos —la autoorganización (afuera y en contra de sindicatos y partidos), la acción directa y, sobre todo, la solidaridad de clase, verdadero germen de un mundo nuevo. Luchar por subvertir y comunizar todo lo existente, no por esas migajas llamadas derechos y reformas. Luchar con cabeza y mano propias, sin jefes ni representantes. (Este es un ABC de la lucha revolucionaria que el proletariado debería tener presente para todo 1° de Mayo, aquí y en todas partes.)

Evidentemente, en el actual contexto contrarrevolucionario y de lucha de clases de baja intensidad, lo máximo que puede hacer el proletariado son luchas reivindicativas. Pero, como bien plantea Théorie Communiste, las luchas reivindicativas con el tiempo mostrarán sus propios límites y, para superarlos, tendrán que producir lucha revolucionaria. Esto es lo que se conoce como dar un “salto cualitativo” en las luchas de clase.

Todo lo cual, por supuesto, no ocurrirá mañana por la mañana y ni siquiera en el corto plazo, sino que para ello tendrán que pasar algunos años y talvez algunas generaciones que se eduquen y se curtan en las luchas proletarias por venir. “Buenos” tiempos para la contrarrevolución (en Ecuador, personificados por la dictadura democrática de Noboa y sus opositores) son malos tiempos para la lucha revolucionaria (cuyo caldo de cultivo ha de ser una nueva revuelta más radical que la de Octubre de 2019 y la de Junio de 2022 en estas tierras). Sin embargo, sólo la dinámica histórica de la propia lucha de clases puede invertir esta relación de fuerzas. Y ―valga subrayarlo― sólo la revolución social puede resolver la contradicción viviente que es el proletariado.  

Bajo tales premisas y actualizaciones, compartimos la 2da parte de nuestro texto antielectoral del 2021: "Contra la dictadura democrática de la burguesía, el oportunismo electoralista-reformista y más allá del voto nulo", el cual sigue vigente porque desde ese año hasta la fecha lo único que ha cambiado en este aspecto son los payasos del circo electoral de este país: ya no es Lasso sino Noboa, ya no es Arauz sino González, ya no es Pérez sino Iza. Insistimos: nosotros, comunistas, no apoyamos a ninguno de ellos, los repudiamos a todos, en especial a los de izquierda. Estamos por la independencia de clase y la radicalización del proletariado al calor de sus propias luchas reivindicativas hasta dar un salto cualitativo y producir una nueva revuelta que devenga revolución.

Dicho de otra manera, los cuadros político-administrativos de la derecha y la izquierda, junto con su imagen y su discurso, pueden y deben cambiar cada cierto tiempo, siempre y cuando las estructuras fundamentales de la economía y del Estado capitalistas se mantengan. Por eso mismo y en contra de ello, las posiciones del proletariado revolucionario son invariantes e intransigentes, a pesar de que, en un contexto contrarrevolucionario como el actual, sean muy minoritarias o solitarias, excepto hasta "que la tortilla se vuelva" al calor de la extensión y profundización del antagonismo de clases. El título y los subtítulos de nuestro texto son elocuentes con respecto a la invariancia e intransigencia revolucionaria. Agradecemos la lectura, discusión y difusión de ese y del presente texto. 

Proletarios Hartos de Serlo
Quito, mayo de 2025

 

Posdata frente a un par de posibles objeciones de algunos izquierdistas

1) No somos partidarios del espontaneísmo, menos aún si se trata de contribuir a que las luchas reivindicativas den un salto cualitativo y así estalle una nueva revuelta que devenga revolución. Una cosa es la espontaneidad o la forma natural en la que suceden las cosas; en este caso, la lucha del proletariado contra la burguesía, precisamente por la naturaleza contradictoria y dinámica de la sociedad de clases. Y otra cosa muy diferente es el espontaneísmo o el culto a la espontaneidad, el cual no reconoce los límites de la espontaneidad ―como lo demuestran las revueltas de los últimos años― y, así, termina negando la necesidad de organización autónoma y de posiciones revolucionarias. Espontaneidad y autoorganización no son contrarias, sino complementarias, ya que la autoorganización del proletariado brota de la espontaneidad de sus luchas y, entonces, la deja atrás para poder desarrollarse, consolidarse y acertarle golpes contundentes al Estado-Capital y la sociedad de clases.  

Por eso, somos partidarios de la autoorganización revolucionaria del proletariado; es más, somos partidarios de lo que Marx, Bordiga, Camatte, n+1, Endnotes, Amorós y otros camaradas han llamado "Partido Histórico" de la revolución comunista mundial, el cual “brota espontáneamente del suelo de la sociedad burguesa” (Marx) y está muy lejos del vanguardismo ―autoproclamarse “la vanguardia” y pretender hacer del proletariado un objeto dirigible― y del sustitucionismo ―sustituir al proletariado como sujeto revolucionario. Porque el partido histórico propiamente dicho no es más que el conjunto de fuerzas que luchan por la autoorganización del proletariado para la revolución social mundial.

Autoorganización del proletariado, independencia de clase y acción directa son inseparables y significan luchar sin intermediarios ni representantes; lo que quiere decir, luchar por fuera, en contra y más allá de sindicatos, partidos, elecciones, parlamentos, leyes, etc. El “partido independiente de la clase trabajadora” es también “el partido de la subversión” o “el partido de la anarquía” en duelo a muerte con “el partido del orden” (Marx).

Considerando que, cuando el proletariado se levanta y hace temblar al orden capitalista, la derecha y la izquierda del Capital se unen en un solo partido en su contra: “el partido de la democracia” (Engels). Por lo tanto, el partido histórico del proletariado revolucionario es un partido contra la democracia, es decir, contra la dictadura social del Capital y su Estado sobre el proletariado. Esto no quiere decir que el partido revolucionario del proletariado sea una organización de tipo autoritario o vertical. Al contrario: en su interior se practican relaciones sociales de nuevo tipo basadas en la solidaridad, el apoyo mutuo, la libertad y la horizontalidad reales.

De allí que el partido histórico no es un partido formal ni un mini-Estado como los partidos leninistas mal llamados “comunistas”, sino que es un partido que, si bien necesita estructurarse para organizar las tareas revolucionarias, va mucho más allá de estatutos, comités, dirigentes, nombres, siglas y fronteras de todo tipo. Es el proletariado mismo organizándose y actuando de manera orgánica como clase revolucionaria. Es “el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual” (Marx y Engels). Es el partido del comunismo y la anarquía contra el partido de la democracia. Todo esto es la autoorganización revolucionaria del proletariado en acción.

Ahora bien, es importante tener claro que la autoorganización revolucionaria no es un fin en sí mismo, sino sólo un medio; y, que el objetivo final de la autoorganización revolucionaria no es convertirse en “Estado proletario”, sino abolirse a sí misma junto con la autoabolición revolucionaria del proletariado como clase para, en cambio, devenir comunidad real de individuos libremente asociados que producen y viven sus vidas como tales. En ese sentido, el partido histórico será “la prefiguración de la sociedad comunista” (Camatte) o no será: el partido histórico en este siglo será el Partido-Comunidad o no será. Concebido ya no como una pirámide de piedra, sino como una red viva cuya sustancia sea la solidaridad antagonista y transformadora.

A pesar de la contrarrevolución todavía reinante o de estos malos tiempos para la militancia revolucionaria, las minorías radicales del proletariado internacionalista que hoy existen son el germen del partido histórico. Y si no existen, tarde o temprano habrá que crearlas, fortalecerlas y unirlas para ello; es decir, tendrán que autoorganizarse como partido histórico y mundial al calor de las luchas proletarias en ascenso.

2) Tampoco somos partidarios del activismo ni del intelectualismo, porque tanto el uno como el otro son oportunistas y reformistas, por más que pretendan y aparenten lo contrario. El activismo, desgastándose en marchas y plantones mientras se da de golpes en el pecho por esas migajas democráticas del Estado-Capital llamadas “derechos y reformas que beneficien al pueblo”. Con lo cual, ya es un estilo de vida más y hasta una pose político-cultural que no le hace ni cosquillas al capitalismo, pero sí mucho orgullo al moralismo y el ego de los activistas. Y el intelectualismo, elucubrando sobre “discursos” e “interseccionalidades” y proponiendo “nuevas políticas públicas” por parte del Estado-Capital desde sus aulas universitarias y sus bares alternativos.

La diferencia es que el activismo “hace” por hacer en las calles ―y las redes sociales― de manera populista y compulsiva, mientras que el intelectualismo “habla” y habla desde la academia de manera elitista y onanista. Lo irónico es que ambos se creen “superiores” y por eso compiten entre ellos: los activistas con su “quién hace más y quién tiene más gente”, y los intelectualistas con su “quién habla más bonito y quién publica más papers”. Falsa polémica y disputa entre pequeñoburgueses de izquierda que, el rato de los ratos, se los ve metidos en el circo electoral y la pugna interburguesa a favor de tal o cual partido y caudillo político de izquierda. Miseria y espectáculo por partida doble de “la lucha contra el sistema” en tiempos de contrarrevolución.

Muy por el contrario, los comunistas somos partidarios de la unidad entre teoría y práctica revolucionarias, teniendo claro que la teoría revolucionaria es una forma y un momento de la práctica revolucionaria, puesto que la relación teoría-práctica depende del carácter del contexto o período histórico de la lucha de clases. Y teniendo claro también que teoría no es academia ni ideología; que el rechazo al intelectualismo no significa caer en la estupidez y en dejar que otros piensen y digan por nosotros; y, que los proletarios también podemos hacer teoría con cabeza propia tal como creamos y usamos nuestras herramientas de trabajo... y nuestras armas.  

Para ser más precisos, en un período contrarrevolucionario como el presente, la teoría comunista, entendida como producto reflexivo y acompañante crítico de las propias luchas proletarias en curso (Théorie Communiste), es una práctica que hace posible mantener las posiciones revolucionarias y "la línea del futuro" (Bordiga), no sólo contra la burguesía sino, principalmente, contra la socialdemocracia o la izquierda del Capital en el seno del propio proletariado, ya sea que ésta se disfrace de “programa marxista-leninista” o de “activismo anarquista”. Y viceversa: cuando la relación de fuerzas entre las clases se invierte y, entonces, se abre un período revolucionario, la relación teoría-práctica también se invierte; lo que quiere decir, que sólo en la revolución teoría y práctica se vuelven una sola fuerza material en la cabeza y las manos de las masas proletarias hartas de serlo ―incluidas las minorías revolucionarias― y, por eso mismo, autoorganizadas sin más demandas que la revolución social en todas partes. Sí, en un contexto o período revolucionario, la teoría comunista se convierte en una fuerza material y masiva. Mientras tanto, en períodos contrarrevolucionarios como el actual, la teoría comunista sólo puede ser una práctica teórica de las minorías o fracciones comunistas del proletariado.

3) En síntesis: a pesar de ser una voz solitaria en el actual contexto contrarrevolucionario, este texto es una expresión más de la práctica teórica como fracción comunista, es decir, como fracción del partido histórico del proletariado por la revolución comunista mundial, en la región ecuatoriana. Hasta que la misma catástrofe capitalista y el antagonismo de clases produzcan una situación revolucionaria donde la autoorganización proletaria y la práctica revolucionaria o “la crítica de las armas” se pongan a la orden del día, y mientras seguimos trabajando para sobrevivir igual que el resto de proletarios, a los comunistas no nos queda más que mantener con firmeza las posiciones revolucionarias o afilar “las armas de la crítica” (Marx) y participar en las luchas reivindicativas que nos sea posible. Malos tiempos para la militancia revolucionaria.

En comparación con el espectáculo activista e intelectualista, hacer esto puede parecer poca cosa; pero, no abandonar las posiciones revolucionarias, cuidarlas y desarrollarlas frente a tanta basura contrarrevolucionaria y reformista, en realidad es una tarea ardua que alguien debe asumir hasta que nuevas generaciones lleguen, tomen esta semilla, la esparzan y la transformen en bosque. De aquí a futuro, el río de la lucha de clases abonará directamente esta producción de nuevos revolucionarios.

6 de abril de 2025

[Revista] Revolución N° 3

Proletarios Internacionalistas  Marzo 2025


Sumario

  • Presentación... p. 1
  • Precisiones sobre el derrotismo revolucionario... p. 3
  • Oriente Medio. La lógica de los Estados y el proletariado... p. 13
  • [Volante de la comunidad de lucha... p. 25]
  • Palestina. Una historia de miseria, masacres y sublevaciones... p. 26
  • El colonialismo y sus críticos... p. 38 

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Presentación 

 
El desarrollo de la guerra imperialista sigue desarrollándose y generalizándose avistando nuevas escaladas a nivel mundial. A la persistencia de las decenas de guerras, con Ucrania como centro de atención internacional, se ha sumado durante el último año una nueva masacre en Palestina, la más brutal desde que el Estado de Israel asume la función de gendarme en esa zona del planeta. A su vez, los discursos altisonantes de dirigentes burgueses y las tensiones diplomáticas que se acumulan entre gobiernos no son una mera sobreactuación para nutrir el espectáculo de la esfera política, sino que manifiestan un clima de beligerancia real, determinado por las necesidades actuales de acumulación capitalista que exigen de forma cada vez más acuciante, una destrucción masiva de fuerzas productivas para seguir reproduciendo las relaciones sociales existentes. 
 
Las causas de las guerras se encuentran en el mismo capital, en su propia composición orgánica contradictoria, constituida por átomos de valor que sobreviven a costa competir y valorizarse constantemente en un ciclo infinito, el cual incorpora una limitación en su propia capacidad de valorización como consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas. La apropiación de la riqueza social a través de la guerra, la destrucción violenta de las fuerzas productivas de sus competidores, etc., se le presenta a la burguesía como una forma ineludible de atacar los límites de valorización del capital que personifica. Esa es la forma fenoménica bajo la cual se materializa la necesidad del capital global de reproducir nuevos ciclos de valorización.

Quien dice destrucción de fuerzas productivas no sólo dice destrucción de cosas, sino también de seres humanos, en concreto de proletarios. La proletarización del mundo corre pareja a una mayor composición orgánica del capital creando serias perturbaciones, pues no sólo se amontonan masas de seres humanos cada vez más amplias que dejan de ser útiles para la acumulación capitalista como consecuencia del desarrollo tecnológico, sino que son una fuente de desvalorización y una amenaza de subversión. Los niveles actuales de exterminio de seres humanos por innumerables guerras localizadas, revelan esa necesidad destructiva del capital.
 
Para colmo, esa realidad catastrófica no es suficiente para saciar la voracidad de la tasa de ganancia, pues sólo otorga pequeñas reactivaciones económicas al interior de un ciclo de valorización agotado. La dictadura de la tasa de ganancia exige más, pide un salto cualitativo en esa dirección para reiniciar un nuevo ciclo de acumulación “saneado”. Si la situación es catastrófica a todos los niveles, la perspectiva lo es aún más. La contraposición entre las necesidades de la economía y las necesidades humanas adquiere un nuevo peldaño cada día. Los esfuerzos de guerra se suceden por todas partes, lo que precisa enrolar a los proletarios en los diferentes frentes de la guerra imperialista. La escalada bélica ocupa directamente el nivel de la vida cotidiana.

Sin embargo, esta realidad desoladora tiene otra cara. El aumento e intensificación de la guerra y de la explotación del proletariado no acontece sin convulsiones. El enrolamiento masivo de proletarios como carne de cañón, el sacrificio por la economía nacional, aunque refleja el sometimiento del proletariado a las necesidades reproductivas del capital, exacerba al mismo tiempo las contradicciones sociales. El matadero imperialista, los esfuerzos de guerra con los planes anticrisis y los paquetes de austeridad hacen cada vez más insostenible la existencia del proletariado y lo espolean a luchar para defender sus necesidades materiales de vida. La carnicería imperialista genera diferentes momentos y materializaciones de rechazo que erigen una práctica social que los comunistas denominamos derrotismo revolucionario. Esa práctica, esa respuesta elemental, primaria, de los que son condenados a reventar como carne de cañón por los intereses de sus amos, contiene en su interior la única perspectiva para el género humano. En su despliegue no sólo se contrapone a la guerra, sino también a la paz de los cementerios de esta sociedad, lo que supone la negación del capital. La perspectiva en última instancia siempre ha sido guerra o revolución. La transformación social no es un sueño utópico, es una realidad social sustentada en la lucha del proletariado contra su condición de paria.
 
Ante ese peligro para el orden dominante, constatado históricamente en innumerables insurrecciones y levantamientos, algunos de los cuales hicieron tambalearse la relación social capitalista, la burguesía se desdobla. Los mismos que nos hacen la guerra nos hablan de paz, los mismos que nos explotan nos llaman a mejorar nuestras condiciones de vida, los mismos que aplican medidas de austeridad exigen su retirada. Se presentan con otro ropaje y bajo un discurso de oposición que encubre precisamente que su práctica social parte de las necesidades de reproducción del capital, son alternativas al interior de la gestión de la explotación.

El mantenimiento del orden social y la organización misma de la clase burguesa están determinados por la capacidad de dividir y dominar al proletariado para su explotación y llevarlo, si es necesario, al matadero, lo que implica ese desdoblamiento de la burguesía. Izquierda y derecha, proteccionistas y liberales, fascistas y antifascistas, imperialistas y “antiimperialistas”, etc. Si es necesario, la burguesía recubre su política criminal bajo la bandera de la revolución. Pero ninguna fracción burguesa ni ninguna política económica puede evitar el desarrollo de la explotación, el antagonismo entre clases e inevitablemente la confrontación.

Guerra o revolución, esa es la perspectiva que cada clase social contiene como consecuencia de sus propias condiciones de reproducción en esta sociedad. Pero no se trata de perspectivas separadas en el tiempo o en el espacio, sino de polos contrapuestos de una misma realidad. Esas perspectivas existen, se desarrollan y se enfrentan. Es interés de los revolucionarios poner ese antagonismo en evidencia. Como lo es organizar, estructurar e impulsar la contraposición al orden social existente para alcanzar sus últimas consecuencias, es decir la resolución a través del comunismo, de la revolución social.
 
Por eso no es casualidad que la cuestión del derrotismo revolucionario vuelva a retumbar hoy entre minorías militantes del proletariado. Nada más natural que grupos y militantes revolucionarios de diversas latitudes sientan hoy de nuevo la necesidad de organizar, estructurar y centralizar la práctica derrotista. Grupos que a contracorriente asumen la difusión de informaciones de las luchas y resistencias a la guerra, ponen a la orden del día la organización de las deserciones y otras acciones contra la maquinaria bélica, constituyen redes de apoyo a desertores y refugiados, discuten los diversos aspectos programáticos inherente a esa práctica social, así como de las tácticas a llevar a cabo. Todos ellos son parte de una misma comunidad de lucha internacional e internacionalista que surge del seno del proletariado, de su lucha, que busca romper la dispersión localista que nos debilita. 

A todos ellos, y, en general, a todos esos proletarios que resisten como pueden el avance de la trituradora de carne capitalista, dirigimos el actual número de Revolución y el siguiente. El presente número, además de abordar el contenido material y programático del derrotismo revolucionario, se centra en lo que viene sucediendo en Oriente Medio. No sólo en cuanto a los últimos años, sino desde la instauración del Estado israelí. Al respecto, lejos de clamar como víctimas indefensas ante la brutal masacre que sufrimos, y confrontados a la lógica de los Estados que se reproduce por todas partes, nos colocamos en el terreno del combate de clases, en la lucha del proletariado en Oriente Medio, especialmente en Palestina, verdadero vector de lo que sucede en la región.

La próxima revista la dedicaremos íntegramente a la guerra en Ucrania. Aunque nos hubiera gustado unificar todos estos materiales en una misma revista, la densidad de los mismos, así como el retraso que tenemos con los materiales sobre Ucrania por un cúmulo de motivos, nos han convencido de que era la mejor opción.
 
Nuestro objetivo con estos materiales es contribuir a las tareas derrotistas. Profundizar, fortalecer y estructurar esa práctica, esa perspectiva que nuestra clase trata de imponer contra todas las fracciones burguesas, luchando allí donde está contra “su propia” burguesía, transformando la guerra imperialista en guerra revolucionaria del proletariado mundial contra la burguesía mundial.
 
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