Colectivo Carbure
¿Se puede considerar el bloqueo como una estrategia efectiva dentro de la actual correlación de fuerzas? ¿Cuál es la relación entre el movimiento que comenzó el 5 de diciembre y los que sacuden el Medio Oriente y América Latina? Una tentativa muy general de evaluar las formas que puede tomar una crisis global de capital.
En cierto modo, el Comité Invisible tiene razón: el poder es logístico, y es una tautología de escasa entidad, ya que el poder es el poder de hacer cosas. Pero de lo que da cuenta sobre todo señalar esto es de que el «poder» ya no negocia, que en tiempos de crisis renuncia incluso a presentarse como la síntesis neutral de los diferentes intereses de clase, para presentarse como lo que es: la dominación de una clase. La fábula del interés general —la democracia en sus diversas formas— se desvanece ante la realidad del interés superior de la economía (que sería, por tanto, la verdadera síntesis social), este otro fetiche de la dominación de clase. La gestión de la huelga se convierte entonces en una cuestión de mantenimiento del orden y, en la práctica, en una cuestión logística. Por tanto, quienes protestan ya no son adversarios con los que se dialoga, sino infractores: elementos radicalizados. Ya no hace falta negociar, hay que «desbloquear», físicamente. La represión es el corolario obligado de la ausencia de diálogo; lo justifica a la vez que lo pone de manifiesto.
Pero allí donde el Comité Invisible veía una debilidad, la prueba de que el Estado ya no podía producir legitimidad simbólica sino «solamente» controlar el territorio, también hay que recordar que, dentro de las actuales relaciones de fuerzas, la logística no sólo es el punto fuerte del Estado, sino también el medio a través del cual tiene planeado durar para siempre: le hicieron falta menos de tres semanas para evacuar las rotondas de chalecos amarillos y poner fin a los bloqueos. Precisamente porque el Estado ganó la batalla logística (en el sentido de la Dirección Departamental de Fomento), por lo que la disputa regresó a la calle, donde la policía también la trató de manera logística. Vista la manera en que funciona todo esto, hay que plantearse una vez más la pregunta: ¿podemos luchar contra el Estado en el terreno de la circulación? ¿Podemos realmente, en la práctica, no desde un punto de vista técnico, sino teniendo en cuenta el estado de las fuerzas en presencia, «paralizar el país»? Y de ser así, ¿para hacer qué?
Lo que sucede en esta situación es que cada vez que se produce un movimiento importante, quienes entran en conflicto se topan con un muro que reduce efectivamente su acción a un problema logístico. La gestión ideológica de la cuestión por parte del Estado se lleva a cabo, pues, bajo la perspectiva exclusiva del retorno a la normalidad fluida del orden circulante de las cosas: descalificación política de las posiciones, marginación bajo la calificación de extremismo, dispersión inmediata de cualquier manifestación tratada como una perturbación del orden público, «desbloqueo» instantáneo, movilización de personal no huelguista para restablecer el funcionamiento normal, etc. La «normalidad» se presenta aquí como lo que es, una violencia permanente, pero sólo se les presenta así a quienes han entrado en lucha porque padecen esta violencia. Para los demás, la normalidad es la normalidad, y punto. La pregunta, por consiguiente, es: ¿hasta qué punto puede el Estado, rodeado de aquellos para los que la normalidad sigue siendo deseable, continuar negando la existencia de aquellos para los que esta normalidad se vuelve cada vez más insoportable? Es esta dinámica de «desconexión» la que nos invita a pensar la guerra civil como algo siempre implícito en la situación actual, en cualquier parte del mundo, desde la peor de las dictaduras a las democracias más asentadas. Y aquí también, se tiembla ante la idea del deslizamiento hacia una guerra civil en la que el Estado conserve todos sus medios logísticos: la Siria de Bashar-el-Assad está allí para recordarnos de aquello de lo que es capaz de un Estado que logra reagrupar tras él a una parte de la población frente a la otra. Eso puede prolongarse, y en este caso la prolongación es un aplastamiento programado.
Ese es el motivo por el que, en la actualidad, cada movimiento que comienza a extenderse entre de lleno en una zona desconocida, cargada de incertidumbres y bastante aterradora, sin otras perspectivas que el retorno a una «normalidad» cada vez más insoportable, el aplastamiento o el caos de la guerra civil. Para el capital, el fin de la política nunca ha sido otra cosa que la guerra. Ver estas condiciones plasmarse en Francia, en el marco de un movimiento tan «clásico» como una lucha contra la reforma de las pensiones, ver cómo esta lógica destructiva despliega sus premisas en lo que hace veinte o treinta años se habría traducido en una especie de danza nupcial ritualizada entre los «interlocutores sociales» y el Estado, nos dice bastante acerca de la profundidad de la crisis en la que hemos entrado. Evidentemente, lo que se está preparando en Francia no tiene comparación alguna —cuantitativamente hablando— con lo que existe en estos momentos en Chile o en Irak, y cada situación debe ser comprendida en sus propios términos, pero, no obstante, forma parte de una situación general que sin lugar a dudas es global. Lo que hay en común entre la forma en que el Estado francés está considerando el movimiento contra la reforma de las pensiones, y movimientos como los que se producen en Medio Oriente o en América Latina, es esta situación en la que al Estado ya no le queda nada que dar (y en los casos anteriores la crisis del Estado rentista extractivista y redistribuidor no hace sino manifestar aún más violentamente esta situación) y en la que realmente ya no se espera nada de él, pese a que, sin embargo, siga siendo la única perspectiva de las luchas: «el pueblo quiere la caída del régimen» en todas partes, y al infinito. Quizás resida ahí el verdadero «bloqueo» de este interminable choque frontal con el Estado. En la actualidad sería una locura considerarlo desde otra perspectiva que como la de una crisis revolucionaria mundial, y no considerar la perspectiva comunista en este contexto sería nihilismo.
Desde esta perspectiva, las luchas evolucionarán como puedan; no hay una vanguardia que pueda imprimirles un rumbo. La radicalidad no está ni en las ideas ni en las personas; está en la situación. Sin embargo, también sería tan irresponsable no señalar este simple hecho: las «luchas sobre la circulación» y la estrategia del bloqueo, al igual que la perspectiva puramente alborotadora, están condenadas al fracaso. Su única perspectiva es la de llegar a desestabilizar al Estado para obligarlo a mejorar las condiciones de existencia de masas de proletarios excluidas o apartadas por el capitalismo de su «normalidad», pero esa perspectiva integradora ya no está en el orden del día. En ese caso, al Estado ya no le queda más que organizar el bloqueo y el retorno a la normalidad, tarea para la cual le sobran medios. Piensen lo que piensen ciertos soñadores, no se puede ser más eficiente que el Estado en el terreno logístico, ni mediante el bloqueo ni mediante los disturbios. En el mejor de los casos, si la crisis se generaliza, puede obtenerse un cambio del personal político encargado de organizar el retorno a la normalidad; en el peor, el aplastamiento. Eso es lo que nunca dice el eslogan «bloquearlo todo». ¿Para qué? ¿De cara a qué «victoria» exactamente? ¿Y con qué posibilidades de éxito? Ante la perspectiva de este fracaso programado, hay que decir que un movimiento revolucionario que comenzase a ponerse en situación de prevalecer no tendría otra opción que abordar la producción, apoderarse de elementos productivos y empezar a poner en práctica una producción sin intercambio, la gratuidad, a no bloquear la circulación, sino a apropiarse de ella para apoyar su lucha, etc., es decir, implementar de inmediato el comunismo. Solo en este marco, en el que el movimiento comenzara a hacer posible la vida fuera del capital, en el que la lucha ya no se limite al enfrentamiento homicida con el Estado, los disturbios y el bloqueo podrían desempeñar un papel positivo. Ni que decir tiene que aún estamos lejos de ello.
(Original francés en Des Nouvells Du Front traducido por Federico Corriente)
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Relacionado (lectura recomendada): "A nuestros amigos" del Comité Invisible (2014)