La revuelta proletaria ha explotado a lo largo del mundo confluyendo violentamente en diferentes rincones del mismo. Chile, Ecuador, Irak, Haití, Francia, Líbano, Hong Kong, Colombia, Bolivia, Honduras, Argelia, Sudán… son algunos de los lugares donde en estos últimos meses hemos salido a las calles desatando toda la cólera acumulada durante años. Bastó el anuncio de una subida del subte en Chile, de la tasa de combustible en Francia, del precio del pan en Sudán, un impuesto en las llamadas por redes sociales y en la gasolina en Líbano, o que quitaran los subsidios al combustible en Ecuador, para que como en Irak o Haití, saliéramos desesperados y furiosos ante la imposibilidad absoluta de vivir.
La insaciable sed de ganancia de la burguesía mundial está llevando a la vida en la Tierra a límites inimaginables, la contradicción entre las necesidades de valorización y la vida humana explosionan desde hace años en revueltas que hoy, con la concentración en el tiempo de decenas de revueltas, anuncian una nueva agudización del antagonismo de clases a nivel internacional. Cada barricada, cada protesta que se alza contra los sucesivos aumentos de nuestra explotación, cada corte de ruta, cada saqueo, es un llamamiento del proletariado mundial a luchar contra el deterioro de nuestras condiciones de vida, a extender y afirmar la negación de este mundo, a empuñar y levantar de nuevo la bandera de la revolución social.
Lo que nos anuncian las revueltas que hoy se generalizan por el mundo capitalista no es otra cosa que la reemergencia del proletariado, el regreso del viejo topo que nunca dejó de cavar. La llamada primavera árabe, la revuelta social en Grecia, en Turquía, en Ucrania, o las recientes luchas en Brasil o Venezuela, eran la antesala de un movimiento internacional e internacionalista que hoy lleva el miedo a todos los representantes del capitalismo mundial e insufla esperanzas y fuerzas a los proletarios de todo el planeta.
Desde el gobierno de turno que ejecuta las medidas que imponen las necesidades económicas y suponen siempre una subida de los precios de lo imprescindible para vivir; desde el patrón que nos explota directamente en el trabajo sacándonos nuestra última gota de energía; desde el mercado que nos arroja al desempleo en un mundo en el que si no tienes billetes en el bolsillo sobras y vas directo el matadero; pasando por el banco, o mejor dicho, por los bancos mundiales que aumentan nuestro grado de explotación con todo tipo de medidas de expoliación que hace que esos mismos billetes valgan cada vez menos en nuestras manos; desde cada chute más de ganancia que ejecuta la burguesía mundial a costa de envenenar el aire, el agua, la tierra, nuestra sangre o lo que comemos, pasando por todas esas innumerables organizaciones, sindicatos y partidos de izquierda y de derecha que representan “alternativas” al interior del capital y que sirven para perpetuarnos en nuestra condición de esclavos… a todos y cada uno de ellos van siendo señalados por el fuego de la revuelta como responsables de nuestros sufrimientos, como representantes del capitalismo mundial.
La potencia que ha mostrado nuestra clase en estos meses ha conseguido trastocar incluso los encuadramientos que en algunos lugares la burguesía lograba imponer para fagocitar nuestra lucha. En Hong Kong, el encuadramiento interburgués recula por la fuerza de la lucha internacional que arrincona algunas de las consignas de nuestro enemigo y determina a los proletarios a delimitarse de las mismas. Hasta en Cataluña, donde el nacionalismo parece omnipotente dirigiendo un espectáculo que arrastra al proletariado a negarse como fuerza revolucionaria, han aparecido consignas y prácticas de minorías que expresan que la fuerza revolucionaria sólo se abrirá paso fuera y contra la trampa de las banderitas nacionales.
Claro que, dicho todo esto, subrayando la importancia histórica de lo que estamos viviendo y que tiende a afirmarse en la práctica como movimiento proletario internacional e internacionalista frente a todas las tentativas de la burguesía por reprimirlo, ocultarlo, canalizarlo, deformarlo, fraccionarlo… no dudamos ni un momento que no es más que el comienzo de un proceso largo y complejo. Es difícil predecir los pulsos y desarrollos que tendrá, las idas y venidas, pero indudablemente avanza ya hacia una confrontación cada vez más internacional y generalizada, cada vez más violenta, cada vez más decisiva.
Si bien estamos ya reventando de hambre, enfermando de todas las maneras posibles y asfixiándonos por todo lo que da empuje a la economía a costa de nuestra vida y la de nuestro planeta, lo que está por venir es todavía peor. La catástrofe capitalista que se viene encima es incomparable con lo que se ha vivido hasta ahora. Las insaciables necesidades vitales de la economía capitalista piden sacrificar al ser humano y a todo lo viviente en el altar de la ganancia. Pero los proletarios hemos retomado la vía que abre la puerta a otro futuro: la pelea, la lucha intransigente por imponer una transformación radical, el ataque a las diversas instancias y representantes del capital, la afirmación en las calle de innumerables rincones del mundo de la comunidad de lucha contra el capital.
Ante la fuerza de la revuelta internacional, el capitalismo mundial responde como no puede ser de otra manera, con todo su arsenal terrorista. Durante estas semanas de protestas la democracia del capital nos recuerda que su dictadura es la más brutal que ha conocido la humanidad. Policías, antimotines y milicos salen a llenar de sangre las calles, a destrozar cuerpos, a encerrarnos, a asesinarnos, a dejarnos sin suministros y sin abastecimiento para hacernos recular, para meternos el miedo y que abandonemos las calles, para mostrarse invencible. Centenares de muertos, decenas de miles de detenidos y encarcelados, hombres, mujeres y niños mutilados y torturados por las armas que usan contra nosotros, ciudades y barrios desabastecidos para que regresemos a nuestras casas y se añore la vuelta a la tranquilidad de los cementerios.
Pese a que en algunos lugares tratamos de responder a todo ese terrorismo creando ollas y cocinas comunitarias, albergues, espacios para cuidar a nuestros hijos más pequeños mientras otros pelean en las calles, centros para tratar a los heridos y refugiar a compañeros, y también respondemos con la violencia revolucionaria, tomando por la fuerza lugares de abastecimiento, atacando a los medios de comunicación del capital, consiguiendo y repartiendo armas con las que defendernos y atacar al terrorismo del Estado, intentando que el miedo cambie de campo, intentando responder a su terrorismo expresándonos como comunidad de lucha, como comunidad solidaria, lo cierto es que aún no tenemos la fuerza suficiente para responder como se necesita al terrorismo del Estado. Es cierto, los milicos y todo su arsenal asesino no nos ha hecho retroceder, y la resistencia en las calles nos llena de determinación y coraje. Sin embargo, cuando el ejército sale a las calles a desplegar todo su terror, pese a la existencia de minorías que mantienen el pulso de la lucha y tratan de dar directivas, todavía somos incapaces de dar un salto cualitativo que cristalice en insurrección. La necesidad que hoy se nos plantea en cada revuelta es cómo profundizar y desarrollar esa insurrección.
Tenemos que retomar la senda del pasado, recordar lo que hicieron nuestros hermanos de clase entonces, cómo se cristalizaron las insurrecciones pasadas que lograron desestabilizar al Estado. Tenemos que recordar cómo se desestructuró a los cuerpos represivos, cómo se descompusieron los ejércitos, cómo enormes franjas de milicos se negaron a disparar contra la revuelta o más aún, se pasaron con la armas a su lado. La descomposición del ejército siempre fue y será un salto de calidad fundamental en toda revuelta proletaria.
Tenemos también que retomar la creación de estructuras para el abastecimiento, para la autodefensa, organizar el asalto a los centros de armamento para cristalizar las necesidades insurreccionales del enfrentamiento. Pero también necesitamos saber cuándo replegarnos en los momentos en los que la correlación de fuerzas nos es desfavorable, manteniendo la fuerza colectiva para evitar que el Estado nos barra. A veces puede ser necesario el repliegue, que no el abandono, para estructurarse, ampliar el asociacionismo y la estructuración proletaria internacional. Necesitamos también sacar a los presos, a los detenidos, etc. Pero sobre todo necesitamos que todo esto sea materializado como expresión y dirección de nuestra comunidad de lucha contra el capital. Toda tentativa de eludir la necesidad insurreccional y desarrollar en su lugar una guerra entre aparatos, o la de escindir de la propia comunidad de lucha la organización de la violencia como tarea de específica de un grupo guerrillero, son caminos que liquidan la fuerza que estamos generando. Como lo son también todas las peticiones de derechos humanos, o las exigencias de dimisiones de responsables del Estado, formas de integración democrática. Sin embargo, estamos convencidos de que nuestra comunidad de lucha aprenderá no sólo de su propia experiencia actual, sino que esa misma experiencia le hará reencontrarse con su propio pasado para buscar las formas de asumir estas necesidades. Como en Irak, donde los proletarios lanzan consignas refiriéndose a la insurrección de 1991.
No podemos obviar que el orden social existente no sólo combate nuestra lucha con balas y milicos que se lanzan contra las barricadas, sino con un conglomerado de ideologías y fuerzas que maniobran para destruir toda contestación social. Y lo que es más peligroso, esas mismas fuerzas, aprovechando nuestras propias debilidades y límites actuales, se presentan como parte de nuestra comunidad de lucha, llevando a muchos sectores de nuestra clase a identificarlas como tal. Las “soluciones” nacionales o nacionalistas, los espectáculos de asambleas constituyentes, los pedidos de depuraciones democráticas o cualquier otra reforma al interior del Estado son balas más dañinas que las que tiran los milicos, pues van dirigidas al corazón de nuestro movimiento. De nuestra determinación a contraponernos y enfrentarnos a esas fuerzas de la contrarrevolución depende la perspectiva revolucionaria, el latido de ese corazón comunitario.
No hay que olvidar que también es fundamental asumir todas una serie de tareas en los lugares donde la paz social no se acaba de romper. Claro que las mismas no tienen nada que ver con limitarse a la cuestión antirrepresiva o/y movilizaciones en embajadas y consulados que son terreno abonado para discursos reformistas y de derechos, con quejas y condenas contra los “excesos del Estado”. Ni por supuesto con defender la revuelta en tanto “pueblo que no aguanta mas” y que es “reprimido brutalmente”. Estas prácticas permiten precisamente a fracciones progresistas liquidar la verdadera solidaridad de clase, hacer de la revuelta y su necesidad algo de otros lugares, ajeno, lo que justifica negarla en su propio territorio defendiendo la paz democrática y los llamados a votar al mal menor. Por el contrario, la solidaridad de clase defiende la revuelta como expresión de nuestra comunidad de lucha contra el capital, como una misma lucha contra un mismo enemigo mundial. Claro que, las necesidades y tareas que se pueden asumir en los diversos lugares viene condicionada, no por la voluntad o determinación de grupos militantes, sino por la correlación de fuerzas locales. Desde luego es necesario crear instancias y comités de solidaridad, para centralizar y difundir las distintas informaciones de la lucha, así como lo que se realiza al interior de la revuelta (la sociabilidad, los saqueos, la organización comunitaria, la autodefensa, los comunicados compañeros etc.), para contraponernos a las mentiras de los medios de comunicación, a las canalizaciones socialdemócratas; para crear redes de ayuda con los refugiados, etc. En definitiva, hay que impulsar la estructuración de nuestra comunidad de lucha internacional, buscar formas de satisfacer las necesidades que se nos plantean en la lucha y saltar los obstáculos que nos encontramos.
La revuelta proletaria que hoy pone patas arriba al capitalismo mundial deja en evidencia, frente a todos los que quieren hacernos creer que la revolución es imposible, que la única alternativa del ser humano al capitalismo es la revolución mundial. La propia lucha y lo que cristaliza, nos da la certeza de que la humanidad puede destruir esta forma de vivir basada en la comunidad del dinero, mandarla al basurero de la historia, y desarrollar una nueva sociedad basada en la comunidad humana y su unidad inseparable con la Tierra.
¡Desde diferentes países y distintos escenarios, una misma lucha contra el capitalismo!
¡Organicemos internacionalmente nuestra comunidad de lucha!
Afuera y en contra de sindicatos y partidos
¡A profundizar la lucha contra las relaciones sociales capitalistas!
Noviembre 2019