N. del E.: El artículo que publicamos a continuación, titulado "Fenómeno del Niño sin eufemismos: ¡Ecocidio capitalista!", proviene de una página libertaria de Colombia. A pesar de que no compartimos su dejo
conspiranoico sesgado en la acción de tales y cuales empresas y en cierto "modo de consumo", ni su terminología académica e izquierdista latinoamericana ("países pobres", "capital extranjero", "oligarquía nacional", "neoliberalismo", etc.), el texto acierta en señalar que este fenómeno es parte de la crisis ecológica global y que ésta, a su vez, es parte de la crisis de la civilización capitalista. Es más, y lo subrayamos, deja claro que "la crisis ambiental de nuestro tiempo ha sido producida por el modo
de producción capitalista, esencialmente debido a su carácter mercantil
encaminado a producir no para satisfacer necesidades [humanas y ecológicas] sino para
incrementar la ganancia individual." Así como también que "la
depredación medioambiental también posee un claro sello de clase... sus efectos devastadores
se ensañan con particular crudeza contra campesinos, indígenas,
trabajadores asalariados, y en general, todos los que por la fuerza se
han convertido en la paria del capitalismo". Por lo que, en síntesis, "nos
encontramos en medio de un verdadero ecocidio capitalista que subsume
todo a los designios del dios dinero, incluida, la posibilidad de vivir." (Con todo lo cual, dicho sea de paso, este artículo da para reflexionar más allá de este fenómeno concreto y particular.)
Por otro lado, lo publicamos porque el "fenómeno del Niño" también está ocurriendo en estos momentos en Ecuador, con la diferencia de que no en forma de grandes sequías como en Colombia, sino de torrenciales lluvias de horas y horas e incluso de inundaciones, que obviamente afectan la vida cotidiana de la gente tanto en el campo como en la ciudad. Ya se han registrado no sólo pérdidas materiales o económicas, sino también pérdidas humanas y animales (por ahogamientos, etc.). Además, con el fuerte invernal proliferan aquellos mosquitos portadores del virus
"zika", principalmente en la región Costa. Los más perjudicados, como siempre: los "pobres", los desposeídos, los proletarios -urbanos y rurales-, dado que, en este tipo de situaciones, son los que más pierden sus miserables pertenencias e incluso sus vidas. Por su parte, el gobierno de la "revolución ciudadana" ya ha tomado medidas para "gestionar los riesgos" de este "desastre natural". Hace poco, decretó "alerta naranja" en todo el territorio nacional. Pero no sólo para "ayudar a los damnificados", sino principalmente para salvar y/o reconstruir la infraestructura del Capital (carreteras, puentes, hidroeléctricas, grandes plantaciones, etc.), a través de empresas públicas y privadas, escoltadas por el ejército. Demostrando de tal manera que este fenómeno no se trata de una "catástrofe natural" sino social o de clase, mejor dicho, que la verdadera catástrofe es esta sociedad capitalista que sólo puede "vivir" a costa de administrar la destrucción y la muerte de la humanidad proletarizada y la naturaleza.
Por lo tanto, más que de "integrar de manera
transversal a nuestras apuestas el problema ecológico como vector nodal
junto a las contradicciones de clase, género y etnia", como se propone al final del artículo, se trata de comprender y atacar la totalidad capitalista y la sociedad de clases como tales, hasta su completa y definitiva abolición. De lo contrario, si la lucha se parcializa y luego se "integra" lo parcializado o separado (que es lo que hace la socialdemocracia posmoderna, en este caso ecologista), se seguirá cayendo en la lógica de este sistema que se quiere combatir y, por tanto, cayendo en simples reformas parciales sólo que de apariencia "radical". Y si bien es cierto que "la lucha por la vida es la afirmación de la vida misma", es fundamental tener bien claro que, en contra de este sistema de muerte que es el fetichista mundo del Capital -cuya personificación y agente social principal es la burguesía mundial-, la única vida que merece ser así llamada es aquella que se prefigura en la lucha revolucionaria del proletariado -de todos los géneros, etnias, edades y lugares- por dejar de ser tal para devenir comunidad humana-natural real. Dicho de otra forma, si el capitalismo es y será muerte, entonces sólo la lucha proletaria por la revolución comunista anárquica mundial es y será vida.
(PD.
Por si acaso, que quede claro que no estamos diciendo que hasta las
lluvias y las sequías son culpa del capitalismo, no, pues eso sería caer en
la ideología conspiranoica que criticamos y algo simplemente absurdo. El problema de fondo es cómo
esta sociedad mercantil-estatal de clases enfrenta estas fuertes adversidades
que presenta la naturaleza, considerando además que ésta se encuentra
separada de y agredida permanentemente por aquélla (esto, por cierto, no significa que "la naturaleza se está vengando de los humanos", otro absurdo idealista-animista). Una manera no sólo
"injusta" e "indignante", sino y principalmente catastrófica, porque a lo sumo palia ciertos
efectos, pero jamás las causas estructurales del desastre, lo que es como cerrar un hueco abriendo otro... cada vez más grande e insanable. Al fin y al cabo, así mismo es la infernal espiral de la catástrofe del progreso capitalista.
No estamos diciendo
tampoco que en una sociedad comunista o anarquista no existirían estas fuertes adversidades naturales, que de hecho han existido mucho antes que el capitalismo, desde que la especie humana habita este planeta. Ni tampoco que no habría enfermedades y muertes. Pero se enfrentarían de una manera radicalmente distinta, sobre otras bases materiales y humanas en general -no mercantiles y comunitarias-, porque tal sociedad ya no estaría dividida en clases ni tampoco estaría dividida o separada de la naturaleza. No habría, por tanto, explotación humana ni devastación natural. Al contrario, sería una comunidad humana-natural real, no perfecta ni idílica, pero real. Y, sobre todo, ya no estaría gobernada por algo inhumano, genocida y ecocida: el fetiche activo del Capital ni, por ende, su Estado. Por el contrario, la producción, el consumo y todas las actividades se determinarían y realizarían por las necesidades humanas y de la naturaleza, ya no más por la ganancia -abolida para entonces. Es decir, históricamente dejaría de existir esta gran catástrofe social y cotidiana llamada capitalismo. Ni más ni menos.)
***
FENÓMENO DEL NIÑO SIN EUFEMISMOS: ¡ECOCIDIO CAPITALISTA!
No saben lo que valen estas orquídeas bárbaras,
muriéndose
ante el televisor de pantalla inmensa,
la videocasetera de lujo
el celular y los discos ópticos,
el kitsch irredento
en las altivas fotos familiares
de quienes conquistaron este mundo
destruyendo con su ganado y su ganancia
la misma selva condenada a morir
que hizo posibles las orquídeas.[1]
La situación climática que atraviesa actualmente Colombia es
explicada de manera simplista y generalizada -especialmente desde las
grandes cadenas de (des)información masiva- a partir de lo que se conoce
como el “fenómeno del niño”. Este último, es definido por la UNGRD
(Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres) como “
un evento climático que se genera cada cierto numero de años por el calentamiento del océano Pacífico”[2], desde
esta concepción agenciada por el binomio medios/institucionalidad, se
promueve un código común que lleva a pensar que dicho fenómeno responde
únicamente a los avatares de la naturaleza en los que la intervención
humana nada tendría que ver, o en el peor de los casos, solo de manera
parcial y moderada.
No debería extrañarnos que una explicación tan aparentemente ingenua –
por no decir solapada – sea la punta de lanza de quienes desde las
altas esferas del poder formulan los paliativos para enfrentar el
fenómeno dejando intactos los intereses de quienes se benefician de la
imposición de los modelos mineroenergético, de desarrollo urbanístico,
entre otros; los cuales tienen enormes responsabilidades en las
mutaciones climáticas de los últimos meses. Sin embargo, lo que si logra
causar sorpresa es el progresivo abandono de amplios sectores de la
izquierda de aquellas ideas y categorías en sus discursos que
contribuyen a dimensionar las consecuencias de la crisis ecológica que
atravesamos, asumiendo en la mayoría de los casos, posturas que
escasamente condenan la negligencia institucional pero poco o nada dicen
de la correlación sistémica entre la degradación ambiental y el
esquizofrénico modelo de consumo capitalista imperante.
De tal manera que consideramos fundamental retomar el concepto de
crisis civilizatoria[3] como
punto de partida para leer el contexto en el que nos desenvolvemos, ya
que solamente bajo una mirada amplia y radical podemos acércanos a
entender la complejidad del problema que nos atañe, y a partir de allí,
buscar las salidas que nos permitan superar el atolladero en el que nos
encontramos. En ese sentido, la importancia de acudir a esta noción no
aparece como capricho apocalíptico como suelen sugerir los promotores
del desarrollo sostenible entre otros crápulas defensores del status
quo, por el contrario, son los mismos acontecimientos como la
contaminación de las fuentes hídricas, la crisis alimenticia, la
producción de energías eventualmente peligrosas como lo es la nuclear,
la depredación de bosques y reservas naturales, la destrucción de la
capa de ozono manifiesta en el cambio climático, y en definitiva, una
larga lista de conductas supremamente nocivas que caracterizan en la
actualidad la forma de relacionarse de los seres humanos con su entorno.
Ello es producto de un paradigma social que hace culto de manera vulgar
a la razón instrumental, el mito del progreso y el fetichismo de la
mercancía, es decir, que podríamos hablar de una razonamiento que parte
de la lógica del capital, acercándonos cada vez más, a un punto de no
retorno en el que se encuentra en juego las posibilidades de vida en
nuestro planeta.
Visto de esta manera, es posible señalar que:
la crisis ambiental de nuestro tiempo ha sido producida por el modo
de producción capitalista, esencialmente debido a su carácter mercantil
encaminado a producir no para satisfacer necesidades sino para
incrementar la ganancia individual. Este hecho, aparentemente elemental,
que rige el funcionamiento del capitalismo constituye la base del
agotamiento de los recursos naturales, expoliados hasta un ritmo nunca
antes visto en la historia de la humanidad, al mismo tiempo que produce
desechos y contaminación de manera incontrolable. Desde este punto de
vista el capitalismo tiene dos características claramente
antiecológicas: la pretensión de producir de manera ilimitada en un
mundo donde los recursos y la energía son limitados; y originar desechos
materiales que no pueden ser eliminados – cosa imposible en
concordancia con las leyes físicas – y que deben ir a alguna parte, lo
cual supone exportarlos a los países más pobres de la Tierra.
[4]
Sobre este último aspecto es necesario hacer hincapié que la
depredación medioambiental también posee un claro sello de clase. En
consecuencia, si bien es cierto que la crisis civilizatoria amenaza a
todas las formas de vida, igualmente lo es, que sus efectos devastadores
se ensañan con particular crudeza contra campesinos, indígenas,
trabajadores asalariados, y en general, todas las que por la fuerza se
han convertido en la paria del capitalismo; siempre vilipendiados,
siempre explotados, serán los ninguneados de los que se referirá Eduardo
Galeano
[5].
Por tal motivo, mientras son los principales receptores de los efectos
negativos del actual modelo de consumo, son a su vez, el blanco de todos
los cuestionamientos ya que según el discurso de la tecnocracia
ambiental, son los pobres los culpables del deterioro del entorno, y por
ende, los llamados a cambiar sus hábitos de vida , ¡como si fueran las
personas de a pie las que gastan toneladas de agua en la extracción de
minerales, talan indiscriminadamente miles de hectáreas para el negocio
de los monocultivos o fuesen responsables de las desproporcionadas
emisiones de los gases de efecto invernadero!.
Cabe resaltar a su vez que lo señalado anteriormente también se
reproduce a nivel micro y cotidiano. Así pues, evidenciamos como se
promueve un consumo desaforado entre los sectores populares de la
población que ante la arremetida mediática les arrincona frente a unos
valores y prácticas mercantiles, haciendo que en muchas ocasiones,
prefieran disponer de un gran televisor de última tecnología, antes que
mitigar un problema real como lo puede ser la vivienda, la alimentación o
el estudio de sus familias.
Semejante chapucería empieza a caer por su propio peso haciendo mella
dentro de la institucionalidad como se puede ratificar con la reciente
renuncia del que era ministro de Minas y Energías, Tomás González, quien
declinó de su cargo asumiendo la responsabilidad ante los desatines
para afrontar la actual crisis energética
[6]
– aunque nada de raro sería que los verdaderos motivos de su renuncia
tengan que ver con la investigación que le involucra junto a su esposa
[7]-.
Sea cual fuere el motivo, lo cierto es que esta jugada política resultó
ser el típico lavamanos del sicario presidencial Juan Manuel Santos,
que con los balbuceos demagógicos que le caracterizan, declaró ante los
medios la necesidad profundizar las medidas frente al fenómeno del niño,
ya que según datos del IDEAM (Instituto de Hidrología, Meteorología y
Estudios Ambientales de Colombia) la reserva de agua del país en sus
embalses oscila entre el 28% de su capacidad total
[8].
El anuncio del presidente estuvo acompañado de una fotografía publicada
en su cuenta de Twitter en la que se aprecia a funcionarios en la casa
de Nariño trabajando con las luces apagadas acompañados únicamente del
destello de una vela como muestra de su compromiso inquebrantable con la
salud medioambiental. ¡Cuando la oligarquía se compromete con el
cinismo se lleva todas las medallas!.
Como un patético festín tendríamos que describir la actual situación
del país si tenemos en cuenta que los bombos y platillos con los que
hace unas semanas se promocionaba el milagro benéfico que acarrearía la
venta de Isagen a precio irrisorio, fueron acallados ante la paradoja de
los hechos cuando se hizo pública la decisión del gobierno nacional de
comprar energía a su homólogo ecuatoriano
[9]
como parte de las medidas para afrontar los efectos del fenómeno del
niño. Paralelamente, las noticias que llegan desde otros puntos de la
geografía nacional son igualmente desoladores: “
Más de 15.000 personas están sin agua en Carepa, Antioquia”[10], “Declaran calamidad pública en 17 municipios de Santander”[11], “Zambrano, un pueblo bañado por el río Magdalena, se muere de sed”[12], entre otros titulares, que dejan en evidencia la envergadura de la crisis que abordamos.
Sin embargo pese a lo que podría llegar a pensar, ni los grandes
centros urbanos escapan a los efectos del accionar medio ambientalmente
irresponsable de la estupidez tecnocrática. Vale la pena recordar
entonces que el mes pasado se vivió una verdadera tragedia ecológica con
el incendio forestal en los cerros orientales de la ciudad de Bogotá
dejando una gran cantidad de hectáreas afectadas y el sin sabor ante la
posibilidad de que las fuerzas militares fueran las presuntas
responsables de estos hechos
[13].
Entre tanto, el tontuelo y poco agraciado cultor del concreto, el
alcalde Enrique Peñalosa, no podía pasar impune ante el feriado del
desastre ambiental. Este paladín del neoliberalismo – el mismo de
“transmilenio hace lo mismo que un metro”[14] y
“es falso que no se pueda construir sobre humedales”[15] – en
tan solo un par de meses nos ha demostrado hasta donde puede llegar su
compromiso con el ramplón desarrollismo urbano en clara oposición a la
más elemental noción ecológica. Gran revuelo causó entonces su propuesta
de edificar sobre la reserva Van Der Hammen a la que prácticamente
describió como un potrero improductivo, cuestión que a la postre,
recibió toda serie de críticas desde diversos sectores que se han
opuesto a lo que sería un acto claramente criminal en contra de la
naturaleza. Las gracias del señor de los bolardos se inscriben en el
marco de un Plan de Desarrollo Territorial que relaciona de manera
badulaque el concreto con calidad de vida en una ciudad atajada en su periferia
por los nocivos impactos de la minería, la segregación espacial, entre
otras, a la par que su “visionario” mandatario sueña con equipararla
con París o cualquier otro referente europeo sólo que enclavado en el
centro de esta república tropical.
A partir de todo lo expuesto, no resulta exagerado señalar que nos
encontramos en medio de un verdadero ecocidio capitalista que subsume
todo a los designios del dios dinero, incluida, la posibilidad de vivir.
Ello es constatable en distintos fenómenos de orden mundial como ya se
señaló, pero que para no ir tan lejos, tienen sus correspondientes en
nuestro país principalmente en manos de la oligarquía nacional y el
capital extranjero. Así pues, ningún estupor debe causar la soberbia con
la que operan los gobernantes de turno quienes insisten en culpar a las
mayorías explotadas de la degradación ambiental como mecanismo para
ocultar las verdaderas raíces del asunto. En ese sentido, los diversos
sectores en resistencia tenemos la tarea de integrar de manera
transversal a nuestras apuestas el problema ecológico como vector nodal
junto a las contradicciones de clase, género y etnia. Si no empezamos
asumir desde el discurso y la práctica la radicalidad del problema que
tenemos por delante, difícilmente podremos encontrar soluciones
radicalmente distintas al modelo imperante.
La lucha por la vida es la afirmación de la vida misma.
_________________________________________________
[1] PACHECO,José Emilio. Orquídeas
[3] Autores como Michael Lowy, Edgardo Lander, entre otros, han desarrollado este concepto.
[4] VEGA,Renán. Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar. Vol 2. Capitalismo, tecnociencia y ecocidio planetario. Bogotá.Colombia. (2011). P 330
[5] Ver el poema titulado “Los nadie” del autor en mención.
[8] Información suministrada en emisión de Noticias Caracol (7:00 pm) . 07/03/2016.