Gilles Dauvé. Francia, 2003
Tomado de Escritos para la Emancipación
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Anton Pannekoek (Holanda, 1873-1960)
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Aunque Lenin atacó a ambos en su obra El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo,
Pannekoek consideraba a Bordiga como una extraña marca de leninista, y
Bordiga catalogaba a Pannekoek como una mezcla desagradable de marxismo y
anarcosindicalismo. En realidad, ninguno se interesó realmente por el
otro, y las izquierdas comunistas “alemana” e “italiana” se dieron casi
por completo la espalda. Uno de los objetivos de este apunte es
demostrar que esta actitud fue un error.
Hace apenas
unos años, pocos habían oído hablar de Pannekoek (1873-1960). Sus ideas y
su proceder empiezan a ser objeto de atención porque en la actualidad
se están reproduciendo las condiciones de su época –pero con diferencias
sustanciales que nos obligan a corregir sus puntos de vista–.
Aunque
Pannekoek era holandés, la mayor parte de su actividad tuvo lugar en
Alemania. Fue uno de los pocos socialistas de los países desarrollados
que mantuvo viva la tradición revolucionaria anterior a 1914. Pero sólo
adoptó posturas radicales durante y después de la guerra. Su obra de
1920 Revolución mundial y táctica comunista es una de las
mejores obras de aquella época. Pannekoek comprendió que el fracaso de
la Segunda Internacional no era achacable a su estrategia, sino que la
propia estrategia hundía sus raíces en la función y la forma de la
Segunda Internacional. La Internacional estaba adaptada a una fase
concreta del capitalismo en la que los trabajadores exigían reformas
económicas y políticas. Para hacer la revolución, el proletariado tenía
que crear órganos de otro tipo que permitieran superar la vieja
dicotomía partido/sindicato. Pannekoek no pudo evitar un enfrentamiento
con la Internacional Comunista [I. C.] en torno a este asunto. En primer
lugar, porque los rusos nunca habían entendido del todo la naturaleza
de la vieja Internacional, y eran partidarios de organizar a los obreros
desde arriba, sin apercibirse del vínculo entre la “conciencia
socialista” de Kautsky introducida en las masas y la postura
contrarrevolucionaria de Kautsky; en segundo lugar, porque el Estado
ruso deseaba contar con partidos de masas en Europa capaces de ejercer
presión sobre sus gobiernos para que llegaran a acuerdos con Rusia.
Pannekoek era partidario del núcleo comunista auténtico existente en
Alemania. Pronto fue derrotado dicho núcleo y aparecieron diversos
grandes partidos comunistas en Occidente. La izquierda comunista quedó
reducida a pequeños grupúsculos divididos en diferentes facciones.
A
principios de la década de 1930, Pannekoek y otros intentaron definir
el comunismo. Ya a principios de la década anterior habían denunciado el
carácter capitalista de Rusia. Ahora volvían al análisis del valor
realizado por Marx. Sostenían que el capitalismo es producción para la
acumulación de valor, mientras que el comunismo es producción para el
valor de uso, para la satisfacción de las necesidades sociales. Pero
debe existir alguna forma de planificación: sin la intervención del
dinero, la sociedad tendrá que organizar un riguroso sistema de
contabilidad a fin de llevar la cuenta de la cantidad de tiempo de
trabajo contenida en cada mercancía producida. Una contabilidad exacta
evitará que nada se desaproveche. Pannekoek y sus amigos tenían razón al
volver al valor y sus implicaciones. Pero se equivocaron al buscar un
sistema racional de contabilidad en el tiempo de trabajo. Lo que
proponen, en realidad, es que impere el valor (puesto que el valor no es
más que la cantidad del tiempo de trabajo social necesario para
producir una mercancía) sin la intervención del dinero. Cabe añadir que
Marx atacó esta idea en 1857, al principio de los Grundrisse. Pero al menos las izquierdas comunistas alemana (y holandesa) pusieron el acento en el corazón de la teoría comunista.
Durante la
guerra civil alemana, de 1919 a 1923, los obreros más activos habían
creado nuevas formas de organización, en particular lo que ellos
denominaban “uniones”[i],
o a veces “consejos”, aunque la mayoría de los consejos obreros
existentes eran reformistas. Pannekoek desarrolló la idea de que estas
formas organizativas eran importantes, incluso vitales para el
movimiento, como opuestas a la forma tradicional de partido. Fue
entonces cuando el comunismo consejista atacó al comunismo de partido.
Pannekoek continuó desarrollando este aspecto de modo más completo hasta
que, acabada la Segunda Guerra Mundial, publicó Los Consejos Obreros,
donde expone con detalle una ideología puramente consejista. La
revolución queda reducida a un proceso democrático de masas, y el
socialismo a la autogestión obrera, materializada en un sistema
colectivo de contabilidad del tiempo de trabajo: en otras palabras,
valor sin su forma dineraria. El problema es que, lejos de ser un simple
instrumento de medida, el valor es la savia del capitalismo. En cuanto a
los revolucionarios, divulgar la teoría, hacer circular información y
dar cuenta de lo que hacen los obreros. Pero no deben organizarse de
forma permanente en un grupo político, intentar trazar una estrategia ni
actuar conforme a ella, pues podrían convertirse en los nuevos líderes
obreros y, más tarde, en la nueva clase dirigente.
Del
análisis de Rusia como un régimen de capitalismo de Estado, Pannekoek
pasó al análisis de quienes actúan, en los países capitalistas, en
calidad de representantes de los obreros desde dentro del capitalismo, y antes que nadie, los sindicatos.
Pannekoek
conocía las formas de resistencia directa del proletariado contra el
Capital y comprendió el triunfo de la contrarrevolución; pero no
interpretó correctamente el contexto general del movimiento comunista:
su fundamento (transformación del trabajador en mercancía), su lucha
(acción centralizada contra el Estado y el movimiento obrero existente) y
su objetivo (creación de nuevas relaciones sociales en las que
desaparezca cualquier forma de economía como tal). Desempeñó un
importante papel en la reformulación del movimiento revolucionario.
Nuestra tarea consiste en acotar los límites de su aportación para
integrarla a continuación en una nueva formulación general de la teoría
subversiva.
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Amadeo Bordiga (Italia, 1889-1970) |
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Bordiga
(1889-1970) vivió en una situación diferente. Al igual que Pannekoek,
que había combatido el reformismo antes de la guerra e incluso abandonó
el partido socialista holandés para crear uno nuevo, Bordiga pertenecía a
la izquierda de su partido. Pero no fue tan lejos como Pannekoek. En la
época de la Primera Guerra Mundial, el partido italiano tenía ínfulas
radicales, y no había posibilidad alguna de que se produjera una
escisión. Incluso se oponía a la guerra, si bien de una forma más bien
pasiva.
Cuando se
fundó el Partido Comunista Italiano en 1921, éste rompió con el ala
derecha del viejo partido y también con su sector centrista, lo cual
desagradó a la Internacional Comunista. Bordiga era el dirigente del
partido. Se negó a participar en las elecciones, no por una cuestión de
principios sino por razones tácticas. En ocasiones se puede recurrir a
la actividad parlamentaria, pero nunca cuando la burguesía la utiliza
para desviar a la clase obrera de la lucha de clases. Más tarde, Bordiga
escribió que no se oponía a utilizar el Parlamento como tribuna cuando
tuviera ocasión. Por ejemplo, al principio del período fascista era
lógico intentar utilizarlo como tribuna. Pero en 1919, en pleno proceso
revolucionario, cuando la insurrección y sus preparativos estaban a la
orden del día, la participación en unas elecciones suponía convalidar
las mentiras y conceptos erróneos burgueses sobre la posibilidad de un
cambio por vía parlamentaria. Este era un asunto importante para
Bordiga, a cuyo grupo, adscrito al partido socialista, se le había
llamado “la facción abstencionista”. La Internacional Comunista
discrepaba de esta línea. Al considerarlo una cuestión de táctica y no
de estrategia, Bordiga decidió obedecer a la I. C., ya que creía que la
disciplina era necesaria en un movimiento de aquellas características.
Pero mantuvo su postura.
La
táctica del frente único era otra manzana de la discordia. Bordiga
pensaba que el hecho mismo de invitar a los partidos socialistas a la
acción común crearía confusión entre las masas y disimularía la
oposición acérrima de estos contrarrevolucionarios al comunismo. Esto
contribuiría, asimismo, a que en el seno de algunos partidos comunistas
que no habían roto verdaderamente con el reformismo brotaran tendencias
oportunistas.
Bordiga se
oponía a la consigna de gobierno obrero, que no hacía más que crear
confusión en la teoría y en la práctica. En su opinión, la dictadura del
proletariado era un elemento necesario del programa revolucionario.
Pero, a diferencia de Pannekoek, se negó a explicar estas posiciones
como una degeneración del partido y del Estado rusos. Creía que la I. C.
estaba equivocada, pero la consideraba comunista, a pesar de todo.
A diferencia
de la I. C., Bordiga adoptó una postura clara con respecto al fascismo.
No sólo consideraba al fascismo como una forma más de dominación
burguesa –como la democracia– sino que creía que no se podía elegir
entre ellas. Este asunto ha sido objeto de numerosos debates. Se suele
distorsionar la postura de la izquierda italiana. Los historiadores
consideraban con frecuencia a Bordiga responsable de la llegada de
Mussolini al poder. Incluso se le ha acusado de indiferencia ante los
sufrimientos infligidos al pueblo por el fascismo. Bajo la óptica de
Bordiga, desde el punto de vista de la revolución no es cierto que el
fascismo sea peor que la democracia, ni que la democracia cree mejores
condiciones para la lucha de clases proletaria. Aun considerando a la
democracia como un mal menor, sería estúpido e inútil apoyarla para
evitar el fascismo: la experiencia italiana (y más tarde la alemana)
demostraba que la democracia no sólo se había visto impotente para
frenar al fascismo sino que había recurrido a él para salvarse. Temerosa
del proletariado, la democracia engendraba el fascismo. La única
alternativa al fascismo era, por tanto, la dictadura del proletariado.
La izquierda
–los trotskistas, por ejemplo– esgrimió posteriormente otro argumento
para apoyar la política antifascista. El Capital necesita del fascismo:
ya no puede ser democrático. Por consiguiente, si luchamos por la
democracia, estamos luchando en realidad por el socialismo. Así
justificaron muchos izquierdistas su actitud durante la Segunda Guerra
Mundial. Pero así como la democracia engendra al fascismo, el fascismo
engendra la democracia. La historia ha demostrado que lo que Bordiga
sostuvo en el plano teórico se ha materializado en la práctica: el
capitalismo sustituye a uno por el otro, la democracia y el fascismo se
van sucediendo el uno al otro. Ambas formas se entremezclan desde 1945.
Desde
luego, la I. C. no podía tolerar la oposición de Bordiga, y entre 1923 y
1926 perdió el control del Partido Comunista Italiano[ii].
Aunque no estaba completamente de acuerdo con Trotsky, se puso de su
lado contra Stalin. En la reunión del Comité Ejecutivo de la I. C.
celebrada en 1926, Bordiga arremetió contra los dirigentes rusos: esta
fue probablemente la última vez que alguien atacó públicamente a la I.
C. desde dentro a tan alto nivel. De cualquier modo, en este punto es
importante constatar que Bordiga no calificó a Rusia de Estado
capitalista ni a la I. C. de organismo degenerado. No rompió realmente
con el estalinismo hasta pasados unos años.
Bordiga estuvo
en prisión desde 1926 hasta 1930, y durante la década de 1930 se alejó
de la acción política del exilio, extremadamente activa. Aquellos años
estuvieron dominados por el antifascismo y los frentes populares que
desembocaron en los preparativos para una nueva guerra mundial. La
diminuta izquierda italiana en el exilio sostenía que la guerra que se
avecinaba sólo podía ser imperialista. La lucha contra el fascismo por
la vía del apoyo a la democracia era vista como la preparación material e
ideológica para esa nueva guerra.
Una vez
comenzada la guerra, quedaba poco espacio para la actividad comunista.
Las izquierdas italiana y alemana adoptaron una postura
internacionalista, mientras que el trotskismo decidió apoyar a las
potencias aliadas contra el Eje. Para entonces, Bordiga aún se negaba a
definir a Rusia como Estado capitalista, pero nunca accedió –como sí
hizo Trotsky– a apoyar a nadie que fuera aliado de la Unión Soviética.
Nunca abogó por la defensa del “Estado Obrero”. Hay que tener en cuenta
que cuando Rusia, junto con Alemania, invadió Polonia en 1939 y llevó a
cabo su partición, Trotsky afirmó que aquello era positivo ¡porque
orientaría las relaciones sociales en Polonia hacia el socialismo!
En 1943 Italia
cambió de bando y nació la República, lo cual abrió una oportunidad
para la acción. La izquierda italiana creó un partido. Estaba convencida
de que el fin de la guerra acarrearía luchas de clases de naturaleza
similar a las que se habían visto al final de la Primera Guerra Mundial.
¿De verdad pensaba así Bordiga? Al parecer, comprendió que la situación
era completamente diferente. La clase obrera estaba ahora totalmente
sometida al Capital, que había conseguido enrolarla bajo la bandera de
la democracia. En cuanto a los perdedores (Alemania y Japón), serían
ocupados y controlados por los vencedores. Pero Bordiga no se enfrentó
realmente al sector optimista de su grupo, y se atuvo a esta línea hasta
su muerte. Tendía a mantenerse apartado de la actividad (y el
activismo) de su “partido”, y se mostraba mucho más interesado en la
comprensión y explicación de la teoría. De este modo contribuyó a
despertar y perpetuar ilusiones que él rechazaba. Su partido perdió la
mayor parte de sus militantes en pocos años. A finales de la década de
1940 la militancia era tan exigua como antes de la guerra.
La
mayor parte de la obra de Bordiga fue de carácter teórico. Buena parte
de ella giró en torno a Rusia. Bordiga demostró que Rusia era
capitalista y que su capitalismo no difería en lo sustancial del
occidental. La izquierda alemana (o ultraizquierda) se equivocó en este
punto. Para Bordiga, lo importante no era la burocracia sino las leyes
económicas esenciales a las que la burocracia tenía que obedecer. Estas
leyes eran las mismas que las descritas en El Capital:
acumulación de valor, intercambio de mercancías, tasa de ganancia
decreciente, etc. Aunque es cierto que la economía rusa no adoleció de
superproducción, ello se debía a su retraso. Durante la Guerra Fría,
cuando muchos comunistas consejistas presentaron a los regímenes
burocráticos como un nuevo y posible modelo futuro de evolución
capitalista, Bordiga previó que el dólar americano penetraría en Rusia y
acabaría resquebrajando los muros del Kremlin.
La
ultraizquierda creía que Rusia había cambiado las leyes básicas
explicadas por Marx. Cargaba las tintas sobre el control de la economía
por la burocracia, a lo que oponía la consigna de la autogestión obrera.
Bordiga afirmó que no era necesario un nuevo programa; que la
autogestión obrera era un asunto secundario; que los obreros sólo
podrían gestionar la economía si se abolían las relaciones de mercado.
Por supuesto, este debate trascendió los límites de un simple análisis
de Rusia. Esta concepción quedó clara a finales de la década de 1950.
Bordiga
escribió diversos estudios sobre algunos de los textos fundamentales de
Marx. En 1960 dijo que la totalidad de la obra de Marx era una
descripción del comunismo. Éste es, sin duda, el comentario más profundo
que se haya hecho sobre Marx. Igual que Pannekoek había regresado al
análisis del valor hacia 1930, Bordiga volvió a él treinta años después.
Pero lo que Bordiga formuló fue una visión global del desarrollo y
dinámica del intercambio desde su origen hasta su muerte con el
comunismo.
Mientras
tanto, Bordiga defendía aún su teoría del movimiento revolucionario, que
contenía una interpretación errónea de la dinámica interna del
proletariado. Bordiga creía que los obreros se unirían primeramente en
el plano económico, y modificarían la naturaleza de los sindicatos, para
llegar a continuación al plano político, gracias a la intervención de
la vanguardia revolucionaria. Es fácil observar en este punto la
influencia de Lenin. El pequeño partido de Bordiga entró en los
sindicatos (es decir, los sindicatos controlados por los Partidos
Comunistas) en Francia y en Italia, pero sin resultado alguno. Aunque lo
desaprobaba en mayor o menor grado, nunca adoptó públicamente una
postura contraria a tan desastrosa línea de acción.
Bordiga
mantuvo vivo el núcleo de la teoría comunista, pero no consiguió
desprenderse de las tesis de Lenin, esto es, de las tesis de la Segunda
Internacional. Inevitablemente, su acción y sus ideas tenían que ser
contradictorias. Pero no es difícil entender, con la perspectiva del
tiempo, todo lo que de válido tenía –y tiene– el conjunto de su obra.
Pannekoek
entendió y explicó la resistencia del proletariado frente a la
contrarrevolución en el plano más inmediato. Vio a los sindicatos como
un monopolio de capital variable, similar a los monopolios ordinarios
que concentran capital constante. Describió la revolución como la toma
de control de la vida por parte de las masas, en contraposición a la
concepción productivista, jerárquica y nacionalista del “socialismo”
estalinista y socialdemócrata (de la que participan en gran medida el
trotskismo y, ahora, el maoísmo). Pero no entendió la naturaleza del
Capital, ni la naturaleza de la transformación que traería consigo el
comunismo. En su forma extrema, según lo explicó Pannekoek al final de
su vida, el comunismo consejista deviene un sistema organizativo en el
que los consejos desempeñan la misma función que la que Lenin asigna al
“partido”. Pero sería un grave error identificar a Pannekoek con su peor
etapa. De cualquier forma, la teoría de la autogestión obrera no se
puede aceptar, especialmente ahora que el Capital propone, en su
búsqueda de nuevas vías de integración de los trabajadores, la
participación conjunta en la gestión de la producción.
Es aquí donde
radica la importancia de Bordiga: para él, toda la obra de Marx tiene
como objetivo describir el comunismo. El comunismo existe potencialmente
dentro del proletariado. El proletariado es la negación de esta
sociedad. Al final se sublevará contra la producción de mercancías por
pura supervivencia, porque la producción de mercancías significa su
destrucción, incluso física.
La revolución
no es una cuestión de conciencia, ni una cuestión de gestión. Esta
visión distingue sobremanera a Bordiga de la Segunda Internacional, de
Lenin y de la Internacional Comunista oficial. Pero nunca consiguió
trazar una línea entre el presente y el pasado. Ahora podemos hacerlo.
Notas:
[i]
En este contexto, la palabra alemana “unión” no tiene nada que ver con
los sindicatos (que son llamados Gewerkschaften en alemán). De hecho,
las “uniones” combatieron a los sindicatos.
[ii] Cuando aún tenía la mayoría, dimitió a favor de Gramsci, contrariando las normas.
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