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«Las noches de los molotov» contra los bancos, Líbano, mayo-junio de 2020 |
Desde que publicamos nuestro anterior texto a finales de marzo,1 el desarrollo de los acontecimientos no ha hecho sino confirmar lo que allí denunciábamos: la guerra contra el coronavirus es una guerra contra el proletariado mundial. La declaración de pandemia fue el chivo expiatorio, una excelente oportunidad y cobertura para ir imponiendo toda una serie de brutales medidas que exige despóticamente la dictadura de la ganancia. Se trata de enchufar al proletariado toda clase de medidas de austeridad, imponer a una parte jornadas de trabajo aún más intensas y extensas a cambio de salarios cada vez más precarios, facilitar los despidos de otra parte, exterminar a las enormes franjas sobrantes de la población, asegurar su implantación por medio del control y el terror, y frenar la oleada de revueltas de 2019 reiniciando un nuevo ciclo de acumulación.
El aislamiento que intenta imponer el capital representa la negación del proletariado como clase revolucionaria, la alienación de su comunidad de lucha, para destruir no sólo su proceso actual de asociacionismo, sino su potencia futura (que ya se evidencia en las luchas actuales). Ese es el verdadero objeto del estado de alarma:2 concretar las necesidades intrínsecas a la relación social capitalista.
Pese a que, en un primer momento, toda esta guerra consiguió paralizar al proletariado, lo cierto es que nuestra clase pronto comprendió en sus carnes de qué trataba la cosa: las condiciones materiales aún peores que sufría por todas partes no eran con motivo de la “pandemia”, sino con motivo de las necesidades de valorización del capital.
Los primeros signos de que el proletariado comprendía esta realidad quedaron patentes en las expresiones de lucha que saludábamos en nuestro texto anterior. Los motines y revueltas en las cárceles de numerosos países, las protestas en Hubei, los saqueos y conflictos en Italia o Panamá, la extensión de actos de desobediencia a las medidas del Estado de alarma y confinamiento… Eran las escaramuzas que anunciaban que el proletariado se disponía a retomar la oleada de luchas contra el capitalismo iniciadas en 2019.
Decíamos también que las toneladas de capital ficticio que mantenían, con una importancia cada vez más decisiva, los flujos de capital desde hace décadas, y que ahora se inyectaban masivamente en el intercambio mercantil efectivo, con una creación masiva de signos de valor si ningún respaldo ni límite, crearían una desvalorización sin precedentes, una destrucción de capital de consecuencias imprevisibles que llevarían al proletariado al límite. Líbano, el primer país que vio extenderse en su territorio una revuelta contra el estado de alarma, fue al mismo tiempo el primero que vio cómo su moneda tocaba fondo. El Estado libanés, que se había declarado en quiebra y declarado el impago de la deuda, veía cómo el aumento impresionante de los precios de las mercancías expresaba una drástica reducción del valor que dice representar la moneda (hasta dos tercios). Los proletarios que todavía disponían de algunos miserables billetes con los que podían cubrir parte de sus necesidades básicas (pues la gran mayoría ni eso) veían cómo éstos se evaporaban.
Confinados en sus casas, con la prohibición de todo tipo de reunión y con los milicos recorriendo las calles, la situación se tornó dramática. La perspectiva era agachar la cabeza y aceptar confinados el funeral que le preparaban o apostar por la vida. Una vez más, el proletariado apostó por la vida saliendo masivamente a las calles. Desde entonces, la llama de la revuelta vuelve a iluminar la oscuridad de este mundo, extendiéndose por diversas regiones, rompiendo el confinamiento, las prohibiciones de reuniones y movilizaciones, la represión y todo el paquete de medidas del estado de emergencia. En Irak, Irán, Panamá, Francia, Colombia, Venezuela, EE.UU, etc., se retoma la oleada de luchas iniciadas en 2019 poniendo en cuestión los planes de reestructuración de la burguesía y planteando con fuerza otra “nueva normalidad” a la que la burguesía mundial quiere imponer.
De Líbano a EE.UU…
La “noche de los molotovs” fue el primer revés serio que el capitalismo mundial recibió en su “guerra al coronavirus”. A mediados de abril, las principales ciudades de Líbano experimentaron protestas y enfrentamientos que fueron respondidas con la brutalidad habitual por parte de los milicos. El 26 de abril se baleaba una manifestación, asesinando al joven Fawaz Fouad e hiriendo a treinta manifestantes. Esa misma noche se desató una respuesta imponente del proletariado, en lo que se denominó la noche de los molotovs. Los milicos se vieron desbordados por la ruptura generalizada del estado de emergencia y por la lluvia de cócteles molotovs que reemplazaban a las piedras. Desde entonces, bancos, milicos, comisarías y otras expresiones del capital sufren con cotidianidad el calor de los molotovs mientras desde las ventanas los gritos y las caceroladas apoyan cada incendio y manifestación de nuestra clase.
Pese a que el gobierno trató de desviar la atención anunciando un plan en cinco fases para salir del confinamiento, proclamando el éxito sanitario, los proletarios no han dejado de intensificar la revuelta, denunciando que la miserable vida bajo el capital es la verdadera pandemia. El Estado no puede ofrecer otra cosa que balazos, muertos, amputaciones, torturas y miseria, que son respondidos con la extensión de las capuchas y los molotovs, organizando al mismo tiempo expropiaciones y redes de apoyo para el reparto de alimentos y productos básicos.
Pero si en Líbano tuvo lugar la primera revuelta contra el estado de alarma mundial, esta no era más que la cristalización en ese territorio de la lucha internacional del proletariado contra las condiciones de vida que impone el capital. Si bien nuestra lucha siempre ha partido de esa realidad, de que independientemente dónde se desarrolle, la misma forma parte de una misma lucha mundial, por las mismas necesidades y contra un mismo enemigo, es cierto que la burguesía despliega todo tipo de recursos e ideologías para aislar, sectorizar, particularizar, nacionalizar, y presentar como diferentes las diversas expresiones de la misma lucha, como si fueran expresiones independientes, como si fuesen ajenas unas de otras y de naturaleza u orígenes diferentes. Pero el desarrollo de la catástrofe capitalista no ha dejado de homogenizar de forma cada vez más brutal las miserables condiciones de existencia del proletariado dificultando las maniobras de la burguesía.
Con la imposición del estado de alarma mundial, el capital daba otro salto cualitativo en esa homogenización. En todas partes las mismas medidas, los mismos sacrificios, el mismo ataque terrorista. La pandemia era la cobertura adecuada para tratar de ocultar la generalización de ese ataque capitalista contra el proletariado, la homogenización brutal de nuestras condiciones de vida a nivel internacional.
Ha sido la lucha del proletariado la que ha desenmascarado a la burguesía mundial y ha reconocido a la pandemia como la tapadera para hacerle la guerra, para imponer las necesidades económicas que demanda el capital por encima de las necesidades humanas más básicas. Los proletarios en lucha expresan sin tapujos que las muertes que el capital adjudica al COVID–19 son una anécdota al lado de la masacre diaria en la vida capitalista, y que las condiciones implantadas con el estado de alarma no han hecho más que agudizar. Si, como decimos, en Líbano se cristalizó la primera revuelta desde la imposición del estado de alarma, sintetizando y amplificando las protestas, oposiciones y tentativas que se dieron anteriormente de diversas formas por todo el mundo (en las cárceles, con huelgas —también internacionales como la de Glovo o Amazon—, con saqueos, manifestaciones…), su cristalización en otros muchos lugares expresa el desarrollo de la lucha internacional de nuestra clase.
Sin duda, Irak es otro de los lugares donde la lucha ha asumido niveles formidables. Recordemos que esa región ha sido uno de los bastiones de la lucha en los meses pasados. Tras un primer impasse provocado por el estado de alarma y ciertas concesiones del Estado (puesta en libertad de
presos, investigación de abusos policiales…), las protestas se reanudaron a principios de abril. En esas fechas, varias localidades de la región comenzaron a desafiar el estado de alarma. Bagdag, Diwaniya, Bassora, Nassiruya y Kout fueron algunas de las ciudades donde se desarrollaron duros enfrentamientos con la policía. Pronto las protestas se tornaron revueltas en todo el territorio, colocándose en el punto donde se habían abandonado antes de la imposición del estado de emergencia. La plaza Tahrir de Bagdad volvió a ser uno de los centros de organización de la lucha en la región. Los intentos de asalto a la “zona Verde” (lugar estratégico de la burguesía), las barricadas en los accesos a la zona puente (al–Jumhuriyah), las piedras y los molotovs sobrevolando las cabezas de los milicos y explosionando en bancos, residencias de burgueses, etc., volvieron a preocupar a la burguesía.
Como le preocupa que en Francia se hayan extendido también las protestas, en especial en los suburbios. En Oise, Amiens, Yvelines, Elbeuf, Compiègne…, los proletarios se enfrentan a la policía con barricadas, molotovs y bengalas. En Mulhouse se tomó la calle después de que los antimotines hirieran a un joven de dieciséis años. Como en Ile–de–France, donde se desató la rabia porque un coche policial atropelló y mató a un joven de dieciocho. En otros lugares como Seine–St. Denis organizaron emboscadas a los policías y atacaron símbolos del capital. Para tratar de calmar los ánimos, el Estado francés decidió retirar temporalmente a la policía de los suburbios más calientes.
Pero no solo los suburbios viven jornadas de lucha. Las huelgas se suceden en diversos sectores y empresas (Amazon, Nancy, Deliveroo, basureros, trabajadores sanitarios…), algunas expropiaciones se reproducen en Marsella y Lille, y las prisiones y los centros de detención de migrantes sufren protestas y motines, como Uzerche, en Rennes o Correze, donde los prisioneros destruyeron y quemaron distintas partes de la cárcel y se subieron al tejado.
Hasta en Mayotte (departamento francés en el océano Índico), donde los proletarios se niegan al aislamiento y el encierro y rompen el toque queda, los policías enviados a hacer cumplir el confinamiento son recibidos constantemente con barricadas y piedras. En Bélgica, el Estado se ensaña en los suburbios para frenar la rabia del proletariado, especialmente tras los disturbios por la muerte de un joven en un control policial.
Con la llegada de la revuelta a EE.UU, la lucha internacional ha adquirido nuevos bríos. El asesinato de George Floyd el 26 de mayo por la policía de Minneapolis fue la gota que colmó el vaso. Como un volcán en erupción, los proletarios desataron la furia contenida y saciaron las necesidades que les reprime el capital. Al grito de “¡No puedo respirar!”, nuestra clase se hacía eco de las palabras de Floyd, a la vez que expresaba la imposibilidad de vivir bajo las condiciones sociales que impone el capital. Lo que comenzó en Minneapolis pronto se extendió a todo el territorio de EE.UU y más allá de sus fronteras. Ataques a la policía, incendio y asalto de varias comisarías, saqueos, destrucción de bancos y otras entidades del capital… Conocidos símbolos y estatuas de personajes de la clase dominante fueron golpeados, como estatuas de Churchill, de Cristobal Colón, etc., destruidas o decapitadas en numerosas ciudades, no sólo en EE.UU sino en regiones como Reino Unido o Bélgica. En esta última las protestas y manifestaciones se extendieron a ciudades como Bruselas y Lieja, dejando destruidos y decapitados monumentos históricos en honor al rey Leopoldo II.
La revuelta en EE.UU adquirió rápidamente tal magnitud que hay que retroceder varias décadas para recordar en ese territorio una afirmación semejante del proletariado contra el capital. El Estado tuvo que declarar toques de queda en numerosas ciudades y se movilizó a los soldados de la Guardia Nacional para intervenir. La cantidad de heridos y muertos por la represión sigue avanzando, como en Atlanta, donde la policía acribilló por la espalda a Rayshard Brooks, pero los proletarios lejos de retroceder responden con decisión a cada golpe del Estado.
… pasando por todas partes
Hoy podemos decir, pese a que todavía en numerosas regiones nuestra clase sigue aturdida y sometida a toda la paranoia del miedo difundida por los diversos aparatos del Estado, que las luchas que los proletarios estamos desarrollando de un lugar a otro retoman la confrontación internacional iniciada antes de la imposición del estado de alarma mundial. El proletariado defiende sus necesidades contra las del capital contraponiéndose a sus medidas: enfrentando al estado de alarma, a sus medidas excepcionales, al confinamiento, a los “ajustes”, a lo que la burguesía llama en algunas regiones la “nueva normalidad”, etc.
Si bien hemos querido subrayar algunos de los lugares donde la revuelta del proletariado está siendo especialmente importante, ni mucho menos queremos restar importancia a cómo el proletariado está expresando la lucha en otros lugares, tratando de generalizar la revuelta.
Por ejemplo, en Venezuela o Colombia el proletariado expresa su rechazo a sacrificarse a las necesidades del capital mediante la extensión de las protestas, los cortes de calles y los saqueos a mercados o camiones de alimentos, los ataques a las oficinas bancarias… En Panamá, las barricadas y los incendios se enfrentan al ejército en las calles. En Chile, los proletarios retoman poco a poco la lucha que había refluido mediante disturbios como el de Antofagasta o Valparaiso. En Italia, las expropiaciones se han reproducido hasta el punto de que la policía patrulla los supermercados. Grupos de proletarios organizados expropian y reivindican las expropiaciones porque “el dinero para comprar se ha ido”. Las huelgas también se suceden, como la reciente en Whirpool, Nápoles. Así como las manifestaciones en solidaridad con los presos y en contra de las políticas carcelarias. En Alemania, las protestas y manifestaciones contra las medidas implantadas se han venido sucediendo desde finales de marzo, como en Irán y gran parte de Oriente Medio. En Uruguay ha habido manifestaciones durante y contra el confinamiento, como la gran manifestación frente al Palacio Legislativo, y toda clase de resistencia desde diversos barrios acompañada de consignas “¡No nos quieren sanos, nos quieren esclavos!”. O en México, donde se suceden los disturbios, tras la muerte (otra más) de Giovanni López, un joven que un mes antes había sido detenido por no llevar barbijo y asesinado a golpes por la policía en la localidad de Ixtlahuacán de los Membrillos. Las protestas comenzaron el 4 de junio en Jalisco y se extendieron a la capital y otras partes de la región incendiando patrullas, comisarías, el Palacio de Gobierno de Guadalajara y otras expresiones del capital al grito de “¡No murió, lo mataron!”.
Así podríamos seguir, subrayando cómo el proletariado busca afirmar las mismas necesidades, los mismos intereses, frente a un mismo enemigo, frente a una misma condición. La lucha internacional del proletariado está asumiendo diversos niveles de cristalización y fuerza, diversas formas y lugares donde materializarse. En esta situación, y con la perspectiva de consolidación e intensificación de la guerra de clases, uno de los aspectos fundamentales para el avance del proyecto comunista de abolición del capitalismo, del Estado, de las clases sociales, el trabajo y el dinero, es derribar las fuerzas que frenan desde el interior el desarrollo de la perspectiva revolucionaria.
Nos estamos refiriendo a las fuerzas que, ataviadas con falsos ropajes de lucha, nos distraen de nuestros objetivos conduciéndonos por caminos que perpetúan este mundo de muerte, canalizando nuestra potencia. Esas fuerzas se consolidan y desarrollan en base a nuestras propias debilidades, a los propios límites que las luchas contienen. Criticar, denunciar y superar esos límites es una condición imprescindible para la afirmación revolucionaria. No es este el lugar donde profundizar y desarrollar en todos estos límites, que por otro lado hemos ido abordando diversos compañeros y minorías revolucionarias en los últimos años, expresándolos en numerosos materiales, pero sí creemos necesario referirnos brevemente a algunos de los que ostentan protagonismo en la actualidad.
Algunos límites de las luchas actuales
Si bien queremos por un lado difundir la lucha que los voceros del capital tratan de ocultar por todos los medios, también queremos subrayar algunas de las debilidades que esta contiene. El objeto no es otro que fortalecer la dirección revolucionaria que contiene nuestra lucha, defender la autonomía de clase respecto a todos los intentos de encuadramiento, división y frentismo. Solo llevando hasta las últimas consecuencias las luchas en proceso, tumbando todos los elementos de contención, no solo los más evidentes, tales como la acción represiva del Estado, sino las más sibilinas y peligrosas, como las ideologías que posibilitan el encuadramiento y la neutralización burguesa, podremos avanzar hacia la destrucción del capitalismo.
La presencia de ideologías parcializadoras que enfocan los problemas sociales como aspectos parciales que pueden solucionarse al margen de la totalidad que los genera y necesita, que crean movimientos específicos para abordarlos, sigue siendo uno de los lastres del proletariado. Haciendo bascular la lucha hacia aspectos parciales, todas esas ideologías son un sostén del capitalismo al alejar la lucha de la raíz del problema. El antirracismo, el feminismo o el ecologismo son algunas de las ideologías parcializadoras más importantes. Todas ellas trasladan la lucha hacia cuestiones interclasistas. Sin embargo, para muchos proletarios representan una lucha y un sentimiento compartido, sea contra el racismo, contra el sexismo o contra la destrucción del planeta. Porque parten de una problemática existente, pero de manera aislada, sin comprender que es el capital quien organiza y gestiona dichas cuestiones. Si bien el machismo, el racismo o la destrucción de un bosque no son el objetivo de ningún burgués, son elementos inherentes a la tasa de ganancia y por tanto necesarios para el capital, y para esos burgueses en su conjunto.
La falta de demarcación de clase ha sido y es un problema para superar el estado actual de cosas y también para dejar atrás estos movimientos parcializadores y reformistas que solo ven en el Capital, a lo sumo, un problema como los otros. Por tanto, no es necesario agregar la crítica anticapitalista a estas parcializaciones, no se trata de unir lo separado, sino de advertir la dimensión total de la sociedad capitalista en la que vivimos.
Cuando criticamos tal o cual ideología habrá muchos compañeros que se sientan atacados, que no comprendan que lo que estamos atacando es toda una concepción alienante de la lucha. En su propia lucha, el proletariado expresa sus propias debilidades a través de estas cuestiones ideológicas, interclasistas e inmediatistas. Pero de esa misma lucha saca lecciones y directivas, de la cual nuestra crítica no es más que una expresión. Es el proceso por el cual el proletariado se delimita de su enemigo histórico y de las ideologías que la propia vida capitalista afirma, es su proceso de constitución en clase.
Claro que la fuerza de estas ideologías no se constata a nivel individual, sino en el movimiento mismo. Los propios proletarios que luchan contra el capital salen impulsados por sus propias condiciones materiales y en la mayoría de las veces presos de diversas ideologías. Lo decisivo en la lucha es si esas ideologías acaban dominando y canalizando el movimiento o son tumbadas en su propio desarrollo.
En EE.UU hemos sufrido esa ideología parcializadora en forma de antirracismo, tratando de llevar la lucha hacia una cuestión de razas. Pero todo cuestionamiento del racismo que no ataque la base del capital no conduce más que a su reforzamiento, porque no se puede combatir el racismo —ni comprender cómo opera— si no se parte de la crítica profunda al capital. El proletariado en EE.UU ha hecho tambalear esa ideología cuando proletarios de todas las razas han salido a la calle a cuestionar el capital, a imponer sus necesidades, a decirle al capital que no se puede respirar bajo su bota. Sin embargo, la fuerza de esta ideología sigue presente.
Tentativas de repolarización burguesa
La burguesía siempre busca encuadrar la lucha del proletariado en dos bandos que no aspiren más que a metas burguesas y reformistas. No solo le sirve a tal o cual fracción para torcer la lucha del proletariado en favor de sus intereses particulares, sino al capital en general para neutralizar la lucha revolucionaria. El gancho por excelencia siempre ha sido la falsa disyuntiva fascismo–antifascimo. La región española en los años treinta del siglo pasado, nos dio la lección más clara de esta polarización cuando el proletariado revolucionario, que puso en cuestión todas las formas que adoptó el Estado, fue finalmente encorsetado en esa tramposa dicotomía, y acribillado entre (y por) los dos bandos. La llamada segunda guerra mundial fue el corolario de ese encuadramiento aportando dinamismo al capital con el sacrificio de las vidas de millones de proletarios. Hoy, en EE.UU, el Estado vuelve a tratar de canalizar la lucha bajo esos rótulos, al definir a “Antifa” como una organización terrorista. Trata de encuadrar a los manifestantes en esta vieja polarización con ropajes modernos, a la vez que criminalizarlos. Aunque el nombre “Antifa” no refiera a ninguna organización formal determinada y el antifascismo como movimiento es en la actualidad una expresión parcial y minoritaria de los proletarios en lucha, no podemos dejar de apuntar esta tentativa de encuadramiento del Estado burgués.
Pero la polarización que con mayor influencia se está constituyendo en el horizonte, y a la que nos empuja la burguesía de todos los países, es la puja entre las fracciones del capital exacerbándose, con la guerra comercial de fondo, principalmente entre el Estado de EE.UU y el de China. Se intenta encuadrar al proletariado en alguno de los campos burgueses: el Estado chino y ruso se definen contra el poder de los financieros occidentales; los Estados occidentales denuncian a China como la que elaboró el coronavirus, etc.
Se trata de hacernos creer desde un lado que la producción material capitalista se realiza para nuestras necesidades y que hay que defenderla del parasitismo de las finanzas que la oprime, de los bancos, de la élite, del 1 %; desde el otro, se nos intenta vender que la producción material de nuestras necesidades necesita del dinero de las finanzas, que el dinero es una herramienta que puede utilizarse para las necesidades humanas. Pero los dos lados son meras alternancias burguesas. Ambas fracciones (que por otro lado están interconectadas) no son más que dos expresiones del capital, dos formas bajo las que el capital transita en su existencia.
Nosotros tenemos claro que el capital no es solo el banco o el dinero, Rockefeller o Bill Gates, de la misma forma que no es solo la fábrica, la empresa o la mercancía, el gran patrón o el pequeño. Creer que alguna de sus expresiones, por más centrales que sean en coyunturas determinadas o por más poder y presión que puedan ejercer a las otras, son la personificación exclusiva del capital, nos saca del terreno revolucionario al considerar que el capitalismo se suprimiría eliminando simplemente a los patrones, o a las “grandes familias” o inclusive a toda la actual élite financiera mundial. Por supuesto que hay que enfrentarse a todos ellos, pero su poder social viene del capital, que es una relación social, más aún, un sujeto que domina y subsume toda la actividad humana y se materializa y personifica de múltiples formas y niveles. Por eso, el comunismo es un movimiento de transformación social, de supresión y superación de las condiciones existentes.
Perspectiva y necesidad de estructuración internacional
En la situación actual que sufrimos y que el capital nos ha preparado, y la que se viene, uno de los grandes límites que tenemos es la debilidad para estructurarnos y centralizar internacionalmente el combate, organizando y extendiendo el asociacionismo proletario, y sobre todo organizando el poder de la revolución que tiene que oponerse y quebrar el poder del capital. Ese aspecto central de la lucha proletaria, supone ya, ahora más que nunca, nuestra máxima necesidad y su afirmación contiene la cristalización de nuestra potencia revolucionaria.
El capital se está organizando, estructurando, no solo para conseguir el máximo beneficio extrayéndonos hasta la última gota de aliento de nuestras vidas, sino también preparando los mecanismos, legales, policiales, sociales, etc., para reprimir nuestra furia y nuestras luchas. La dictadura democrática del capital se presenta hoy con una transparencia extraordinaria que evidencia, una vez más, la crítica que los revolucionarios siempre hemos realizado y profundizado.
La única alternativa al presente y al futuro que nos ofrece la burguesía es la respuesta internacional y revolucionaria que el proletariado intenta materializar, pero la misma necesita afirmarse como fuerza organizada unitaria que se contraponga al poder burgués.
Pese a las diferencias existentes en nuestra comunidad de lucha, pese a la heterogeneidad existente en diversos aspectos de la lucha, la base de nuestro accionar es la lucha contra las condiciones que impone el capital, contra el estado de alarma, contra las necesidades de su economía, de sus bancos, de sus empresas… Es en ese terreno donde las diversas heterogeneidades pueden y necesitan tratarse, discutirse, confrontarse. Y es ahí, en el enfrentamiento al orden existente, donde el proletariado traza su unidad, donde la comunidad de lucha tiene el ecosistema desde el que se desarrolla y potencia. Hay muchas formas de expresar las posiciones de clase, y también formas diferentes de percibir los momentos históricos y nuestro papel en ellos, pero como siempre, lo fundamental y de lo que partimos para la organización es lo que hacemos, es la práctica que llevamos adelante. Partimos de la lucha contra las condiciones a las que nos someten, contra las medidas del Estado represor y chupóptero, partimos de la negación, del enfrentamiento directo al capital.
Hoy, podemos ver un nítido ejemplo de todo esto en la lucha que el proletariado está cristalizando contra el estado de alarma mundial y las diferencias en torno a la importancia que se le da al virus entre las distintas expresiones que luchan. Vemos expresiones en lucha de nuestra clase que ponen de relieve los datos que nos da el Estado y denuncian que es un aspecto central de la catástrofe capitalista y del empeoramiento de nuestras condiciones materiales —dando también mucha relevancia al origen del virus—, pero que no los lleva a negar al verdadero objeto que determina el estado de alarma. Vemos a otras expresiones que denuncian que todo eso es una exageración del Estado para imponer una nueva vuelta de tuerca del capital, que el eje debe estar puesto en las medidas que se amparan tras la declaración de la pandemia y no en la pandemia en sí. Pero más allá de las diferencias, lo importante es que las posiciones se plantean desde la lucha, desde las necesidades, desde la contraposición al capital, desde el enfrentamiento al estado de alarma, al confinamiento y a todas las medidas desplegadas por el capital. Porque es necesario asumir que el estado de alarma (confinamiento y demás medidas) es un estado de guerra contra el proletariado. Independientemente de esas diferencias, esas expresiones comprenden, en forma más o menos clara, que todo lo que han montado los Estados es para las necesidades de valorización y hay que contraponerse a ello.
Por eso, nos encontramos juntos luchando en la calle, conspirando, rompiendo el confinamiento, desobedeciendo, discutiendo, poniendo en cuestión las necesidades de la economía y tratando de imponer las humanas. Es en ese terreno donde siempre el proletariado se organizó y desarrolló su lucha, pero también las necesarias polémicas y discusiones. Tal y como hoy tratamos de hacer pese a las numerosas dificultades existentes. Es en ese terreno donde el proletariado vuelve a sentar las bases para afirmarse como clase revolucionaria a nivel internacional. Seamos consecuentes con ello e impulsemos a todos los niveles la estructuración internacional del proletariado para abolir este viejo mundo.
¡LUCHAS POR DOQUIER… QUE ESA SEA LA NUEVA NORMALIDAD!
CONTRA EL ESTADO DE ALARMA, CONTRA EL CONFINAMIENTO, CONTRA LA NUEVA NORMALIDAD, CONTRA EL CAPITAL Y EL ESTADO.
¡IMPONGAMOS NUESTRAS NECESIDADES HUMANAS!
Proletarios Internacionalistas
28 de junio de 2020