Presentación general
El desarrollo del modo de producción capitalista, que comienza a
manifestarse a fines del siglo XV, debió enfrentar la resistencia de
diversos grupos humanos a proletarizarse (por ejemplo, sectores del
campesinado en Europa, distintas etnias en el “nuevo mundo”, etc.).
Fueron siglos de enfrentamientos por someter a las poblaciones humanas a
las lógicas de la acumulación de capital, aceleradas con la revolución
industrial. A inicios del siglo XIX, en el corazón de la sociedad
capitalista más avanzada de su tiempo, Inglaterra, el movimiento
luddita, con sus ataques a la maquinaria industrial, fue una de las
últimas contestaciones radicales en este proceso de violenta acumulación
originaria. Como sabemos, el capital y su estado ahogaron en sangre
estos levantamientos, creando con ello la base social necesaria para el
proceso de producción de mercancías; el proletariado. Pero esta clase
social no dejó de rebelarse contra el trabajo asalariado y las
condiciones de vida que se le imponían, e irrumpe con fuerza en la
historia para reivindicar sus propios intereses como humanidad
explotada. Un primer hito lo marca la revolución de 1848, que en Francia
alcanzó sus momentos más álgidos, y que es considerado el primer
proceso revolucionario moderno que tiene como protagonista al
proletariado. Derrotado, este movimiento se vuelve a manifestar con
fuerza en 1871, dando vida a la Comuna de París, experiencia subversiva
que señala el camino (con sus potencialidades y limitaciones) de
posteriores procesos de auto emancipación. Así, una nueva oleada
revolucionaria hace temblar a la clase capitalista a principios del
siglo XX, una de cuyas primeras manifestaciones lo constituye la
revolución rusa de 1905, que ve el surgimiento de los soviets como
organismos de lucha autónomos del proletariado. Pero no sólo allí, sino
en todas partes del globo, la lucha obrera se muestra tenaz y en auge,
mientras la represión estatal intenta reaccionar con su acostumbrado
arsenal del terror. La competencia entre capitalistas deriva
necesariamente en cruentos enfrentamientos bélicos, conduciendo a la
humanidad a la carnicería de la Primera Guerra Mundial, ocasión que
señala definitivamente el papel de las burocracias obreras aliadas con
la burguesía progresista, encarnadas en el gigantesco partido-estado
socialdemócrata -muy fuerte sobre todo en Alemania-, que apoya a sus
propias naciones imperialistas en este conflicto, conduciendo a la
ruptura con estos aparatos por parte importante del movimiento
revolucionario. El clímax de este vendaval se concentra entre los años
1917-1923, con la revolución rusa de octubre como experiencia central,
pero que ve también brotes de lucha radical en Alemania, Holanda,
Hungría, China, Latinoamérica (destacando la revolución mexicana), etc. A
este movimiento internacional nos referimos cuando hablamos del "primer
asalto proletario a la sociedad de clases", cuyo último estallido,
aislado ya, pero quizás el que más lejos llegó en vislumbrar una
sociedad comunista, lo constituye la revolución española (julio 1936 -
mayo 1937).
Tal movimiento histórico, en el que varias revueltas e insurrecciones se
entrelazan espacial y temporalmente, evidencian una multitud de
factores a considerar que no permiten reducirlo a simples gestas
heroicas gatilladas por individuos iluminados o sectas ideológicas
particulares, por más que se esfuercen en afirmar lo contrario,
asumiéndolo o no, sus tristes epígonos actuales, nostálgicos de líderes y
banderas de disfraz socialista. La derrota sufrida por el proletariado
en este ciclo de luchas no fue, claro está, sólo militar; no superar la
conducción de las experiencias subversivas por parte de partidos de
ideología y programa fundamentalmente capitalistas, como lo fueron todas
las derivaciones superficialmente escindidas del tronco
socialdemócrata, entre las que destacan con notoriedad los bolcheviques,
significó sucumbir ante el monstruoso ciclo de autovalorización del
valor, que dejó intactas -o contribuyó activamente a fortalecer- las
categorías esenciales del capital: trabajo asalariado, producción de
mercancías, plusvalor en manos de la burguesía tradicional o de la
burocracia roja (clase capitalista a fin de cuentas), aparataje estatal
(y su inmanente poder represivo) y alienación. Hay todavía quienes ven
en el ascenso de los bolcheviques al poder y el posterior desarrollo de
la URSS, un triunfo del socialismo. "Hay derrotas que deben considerarse
como victorias y victorias que deben considerarse como derrotas: la
Comuna de París de 1871 pertenece a las primeras, la revolución rusa de
1917 a las segundas", nos dice el MIL en su ya clásico texto "Revolución
hasta el Fin". El interés que posee el estudio de esta oleada
revolucionaria, a cien años de la revolución rusa y contra-revolución
bolchevique, es nada menos que descubrir los factores que hagan
efectivamente posible una ruptura revolucionaria, comunista anárquica,
con la civilización del capital. Debatir los elementos teórico-prácticos
que permitan de una vez por todas librarnos de nuestra condición de
clase explotada, abolir todas las separaciones que nos mutilan:
Construir la comunidad humana.
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En este número:
- A 100 años de la Revolución Rusa: Una introducción histórica
- La oleada revolucionaria de 1917/1923
- Dossier: extractos de Grandizo Munis y Victor Serge sobre la cuestión rusa
- Arbeit Macht Frei, o la concepción socialdemócrata de la transición al socialismo
- Leninismo y contrarrevolución: correspondencia revolucionaria sobre la revolución rusa
- Epílogo: Revolución a título humano